Lunes 8 de febrero de 2010. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. 5ª semana del tiempo ordinario. (Ciclo C ). 1ª semana del Salterio. Feria. o SAN JERÓNIMO EMILIANI, Memoria libre o SANTA JOSEFINA BAKHITA, virgen, Memoria libre. SS. Honorato ob, Esteban er.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Re 8,1-7.9-13: “La gloria del Señor llenaba el templo”
Salmo: 131: “Levántate, Señor, ven a tu mansión”
Mc 6, 53-56: Jesús cura a los enfermos El evangelio de hoy nos resume una jornada de Jesús a orillas del lago de Galilea: La gente sigue a Jesús, él les permite acercarse y los cura. La enfermedad, en la época de Jesús, excluía a las personas de la sociedad y del culto, pero él con su actuar reintegra a la sociedad y a la religión al individuo y muchas veces perdona sus pecados, algo que sólo puede hacer Dios lo que hace que crean en el como el Mesías.
Muchos se acercan a Jesús y quedan curados por la fe que tienen en él, no porque tocaban el manto. Se da en ellos un salto de calidad y pasan de una religiosidad a la fe en Jesús como Mesías y Salvador y esto le abre paso al milagro, la curación y el perdón de sus pecados. Después muchos le seguían y daban gloria a Dios.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 8,1-7.9-13
Llevaron el arca de la alianza al Santísimo, y la nube llenó el templo En aquellos días, Salomón convocó a palacio, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a los jefes de tribu y a los cabezas de familia de los israelitas, para trasladar el arca de la alianza del Señor desde la ciudad de David, o sea Sión. Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón, en el mes de Etanín (el mes séptimo), en la fiesta de las Tiendas. Cuando llegaron todos los ancianos de Israel, los sacerdotes cargaron con el arca del Señor, y los sacerdotes levitas llevaron la tienda del encuentro, más los utensilios del culto que había en la tienda. El rey Salomón, acompañado de toda la asamblea de Israel reunida con él ante el arca, sacrificaba una cantidad incalculable de ovejas y bueyes.
Los sacerdotes llevaron el arca de la alianza del Señor a su sitio, al camarín del templo, al Santísimo, bajo las alas de los querubines, pues los querubines extendían las alas sobre el sitio del arca y cubrían el arca y los varales por encima. En el arca sólo había las dos tablas de piedra que colocó allí Moisés en el Horeb, cuando el Señor pactó con los israelitas, al salir de Egipto. Cuando los sacerdotes salieron del Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando, a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo. Entonces Salomón dijo: "El Señor puso el sol en el cielo, el Señor quiere habitar en la tiniebla; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 131
R/.Levántate, Señor, ven a tu mansión. Oímos que estaba en Efrata, / la encontramos en el Soto de Jaar: / entremos en su morada, / postrémonos ante el estrado de sus pies. R.
Levántate, Señor, ven a tu mansión, / ven con el arca de tu poder: / que tus sacerdotes se vistan de gala, / que tus fieles vitoreen. / Por amor a tu siervo David, / no niegues audiencia a tu Ungido. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 6, 53-56
Los que lo tocaban se ponían sanos En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Re 8,1-7.9-13: “La gloria del Señor llenaba el templo”
Salmo: 131: “Levántate, Señor, ven a tu mansión”
Mc 6, 53-56: Jesús cura a los enfermos El evangelio de hoy nos resume una jornada de Jesús a orillas del lago de Galilea: La gente sigue a Jesús, él les permite acercarse y los cura. La enfermedad, en la época de Jesús, excluía a las personas de la sociedad y del culto, pero él con su actuar reintegra a la sociedad y a la religión al individuo y muchas veces perdona sus pecados, algo que sólo puede hacer Dios lo que hace que crean en el como el Mesías.
Muchos se acercan a Jesús y quedan curados por la fe que tienen en él, no porque tocaban el manto. Se da en ellos un salto de calidad y pasan de una religiosidad a la fe en Jesús como Mesías y Salvador y esto le abre paso al milagro, la curación y el perdón de sus pecados. Después muchos le seguían y daban gloria a Dios.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 8,1-7.9-13
Llevaron el arca de la alianza al Santísimo, y la nube llenó el templo En aquellos días, Salomón convocó a palacio, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a los jefes de tribu y a los cabezas de familia de los israelitas, para trasladar el arca de la alianza del Señor desde la ciudad de David, o sea Sión. Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón, en el mes de Etanín (el mes séptimo), en la fiesta de las Tiendas. Cuando llegaron todos los ancianos de Israel, los sacerdotes cargaron con el arca del Señor, y los sacerdotes levitas llevaron la tienda del encuentro, más los utensilios del culto que había en la tienda. El rey Salomón, acompañado de toda la asamblea de Israel reunida con él ante el arca, sacrificaba una cantidad incalculable de ovejas y bueyes.
Los sacerdotes llevaron el arca de la alianza del Señor a su sitio, al camarín del templo, al Santísimo, bajo las alas de los querubines, pues los querubines extendían las alas sobre el sitio del arca y cubrían el arca y los varales por encima. En el arca sólo había las dos tablas de piedra que colocó allí Moisés en el Horeb, cuando el Señor pactó con los israelitas, al salir de Egipto. Cuando los sacerdotes salieron del Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando, a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo. Entonces Salomón dijo: "El Señor puso el sol en el cielo, el Señor quiere habitar en la tiniebla; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 131
R/.Levántate, Señor, ven a tu mansión. Oímos que estaba en Efrata, / la encontramos en el Soto de Jaar: / entremos en su morada, / postrémonos ante el estrado de sus pies. R.
Levántate, Señor, ven a tu mansión, / ven con el arca de tu poder: / que tus sacerdotes se vistan de gala, / que tus fieles vitoreen. / Por amor a tu siervo David, / no niegues audiencia a tu Ungido. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 6, 53-56
Los que lo tocaban se ponían sanos En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Reyes 8,1-7.9-13. Se trata de una etapa importante de la historia de la salvación, de esas que marcan el cumplimiento de una larga espera y prefiguran la venida de una realidad ulterior.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, y mientras relee la historia de Israel a la luz de Cristo, Esteban nos habla así: «Nuestros antepasados tenían en el desierto la tienda del testimonio, como había dispuesto el que mandó a Moisés hacerla según el modelo que había visto. Después de recibirla, nuestros antepasados la introdujeron, bajo la guía de Josué, en la tierra con quistada a los paganos, a quienes Dios expulsó delante de ellos. Así hasta los días de David. Éste agradó a Dios y suplicó el favor de encontrar un santuario para la estirpe de Jacob. Con todo, fue Salomón quien le edificó una casa» (Hch 7,44-47).
La construcción del templo de Salomón representa, por consiguiente, la culminación de esta historia que parte de la promesa de Dios en el Sinaí: «Me harán un santuario y habitaré entre ellos» (Ex 25,8).
Es la historia del éxodo: un pueblo que se va constituyendo en torno a la alianza, cuya memoria itinerante es el arca; un camino guiado por el Dios-Presente, el Dios a quien la nube oculta y revela; una relación cada vez más profunda y personal entre Dios y el hombre, una relación de la que la gloria del Señor es signo luminoso, esplendor consistente que brilla en el rostro de quien ha encontrado a Dios. Ésta es la historia que, como signo, encierra el templo.
Comentario del Salmo 131 En el salmo 131 encontramos una mezcla de varios tipos. Se le considera un salmo real, pues, además de mencionar en cuatro ocasiones al rey David (una en cada una de sus partes), se habla del «mesías» (10.17) sucesor de David en el trono de Judá. Y puesto que el rey de Judá tiene su sede en Jerusalén (Sión), este salmo dedica una buena parte (13-18) a la capital, centro del poder político y religioso del pueblo de Dios. Por tanto, también es un cántico de Sión. Además de lo dicho, este salmo se compuso tomando como base una fiesta o procesión, por lo que también se le puede considerar como un salmo litúrgico (puede compararse con Sal 15; 24, 134). En e conjunto del Salterio, fue transformado en «cántico de las subidas» (Sal 120-134), sirviendo de oración para las peregrinaciones. Es el más largo de estos quince “salmos graduales”.
Existen diversas propuestas de organización de este salmo. Una de ellas consiste en dividirlo en cuatro partes: 1b-5; 6-10; 11- 12; 13-18. Este salmo parece ser un diálogo entre dos grupos (o coros), pero no siempre resulta posible determinar claramente dónde interviene cada grupo. En la primera parte (lb-5), un grupo se dirige al Señor; pidiéndole que se acuerde de David, de sus fatigas, de su juramento y de los votos que hizo a Dios, al que se llama «El Fuerte de Jacob» (1b-2). Todo este salmo está inspirado en el texto de 2Sam 7. Aquí se recuerdan los planes de David después de encontrar el área de la Alianza y de llevarla hasta la recién conquistada ciudad de Jerusalén (2Sam 6), localidad que se convertiría en sede del poder político y religioso Los esfuerzos de David por encontrar un lugar para el Señor y una morada para el Fuerte de Jacob (5) son intensos. El rey se niega a hacer cuatro cosas en tanto no haya alcanzado su objetivo: no entrará en su casa, no se acostará en su lecho, no dormirá, no cerrará los ojos (3-4). Se nos dice que, sin descanso, David se esforzó en la búsqueda de un lugar en que custodiar el arca, símbolo de la presencia del Dios de la Alianza en medio del pueblo. En realidad, quien construyó la «morado» (templo) para el arca y para el Señor fue su hijo Salomón.
En la segunda parte (6-10), intervienen otras personas, que hablan en plural (6-7) e, inmediatamente, exponen sus peticiones al Señor (8-10). Estas personas recuerdan, más o menos, lo que se narra en 2Sam 6, el hallazgo del área y su traslado a Jerusalén. La mención de Éfrata es importante, pues se trata de la región de Belén, ciudad natal del rey David. Las personas que hablan, evidentemente, están en Jerusalén tomando parte en una procesión (tal vez llevando el arca). Por eso se animan a sí mismas, diciendo: «Entremos en su morada y postrémonos ante el estrado de sus pies» (7). La morada es el templo, y el estrado, el arca. El pueblo va a entrar y a postrarse. Por eso le pide al Señor que se levante para entrar en su mansión con el arca (8). Tenemos noticia de cómo los sacerdotes transportaban el arca sirviéndose de unos varales. En este preciso instante empiezan a llevar el arca hacia el interior del templo. Los sacerdotes que cargan con ella van vestidos de gala, y el pueblo hace fiesta (9). La segunda parte concluye con una petición dirigida al Señor hecha en nombre de David: que Dios no rechace al rey de Judá —mesías— (10). Esto demuestra que el salmo surgió en un tiempo en que la monarquía estaba en crisis.
Si en la primera parte teníamos el juramento y el voto de David al Fuerte de Jacob, en la tercera (11-12) tenemos el juramento y la promesa del Señor a David. Se recuerda 2Sam 7, la promesa de una dinastía, a condición de que los descendientes de David guarden la alianza y cumplan los preceptos del Señor. Es muy probable que nos encontremos ante una situación de crisis: los reyes de Judá habían violado la alianza y no se habían mantenido fieles al Señor. Un aspecto importante en todo el salmo, pero sobre todo aquí, es el siguiente: el rey de Judá es el mediador de la alianza entre Dios y el pueblo.
La última parte (13-18) centra su atención en Sión (Jerusalén) como residencia, mansión y morada del Señor. Alguien habla en nombre de Dios (14-18) haciéndole afirmar que ha escogido Sión para habitar en ella, Como consecuencia de lo cual, tenemos las siguientes bendiciones: 1. no faltará la comida (2. los indigentes se hartarán de pan (15b); 3. Dios vestirá a los sacerdotes de gala (compárese con 9 a.); 4. Los fieles exultarán de alegría (16b; compárese con 9b); 5. El vigor de David germinará, es decir, su dinastía será renovada (17a); 6. Se encenderá una lámpara para el mesías, el heredero del trono (17b); 7. Los enemigos del rey serán vestidos de ignominia (l8a compárese con 9a 16ª); la corona del Señor brillará sobre la cabeza del mesías (18b).
Son varios los motivos, algunos de los cuales ya han sido trata dos anteriormente. Estamos en Jerusalén, durante la celebración de una fiesta, en medio de la procesión. Está presente el arca, que va a ser entronizada en el templo. La monarquía está en crisis, el rey tiene enemigos (18a) y en la ciudad de Jerusalén hay pobres y falta la comida (15). Aun así, el pueblo celebra las promesas del Señor y sigue alimentando la esperanza en el rey mediador de la alianza, en la ciudad-sede del poder político y religioso y en el templo como casa, mansión y morada del Señor. Alguien, en nombre de Dios, asegura que el Señor seguirá bendiciendo todas estas cosas. Y por eso el pueblo exulta de alegría.
Dios aparece como «el Señor» seis veces y dos como «el Fuerte de Jacob». Esta última expresión recuerda la época de los patriarcas y el período anterior a la monarquía, y muestra que el Dios de los patriarcas y de las tribus (el Fuerte de Jacob), el Dios del Éxodo (Yavé, «el Señor») y el Dios aliado del rey David y sus descendientes es siempre el mismo Dios de La alianza que camina con su pueblo. Este salmo no tiene en cuenta los movimientos que se oponían a la monarquía y a la centralización del culto en Sión.
Para ver las repercusiones de este salmo en las palabras y acciones de Jesús, conviene retomar lo que se ha dicho hasta el momento a propósito de los salmos reales, de los cánticos de Sión y de los salmos litúrgicos. Evidentemente, para los primeros cristianos, el mesías de este salmo encontró su pleno cumplimiento en Jesús.
Este salmo se presta para las ocasiones que hemos mencionado a propósito de los salmos reales (poder político, fe-política), de los cánticos de Sión (ciudad, conciencia ciudadana) y de los salmos de tipo litúrgico (celebraciones). Además, se sugiere la posibilidad de rezarlo con provecho en las peregrinaciones...
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,53-56. Encontramos a Jesús tras la enésima travesía del lago, casi ha cosido las dos orillas: la del este, orilla de los paganos; la del oeste, orilla de los judíos. Una vez llegado a Galilea —y la gente lo reconoce—, nos describe el evangelista Marcos una escena que, de modo figurativo, muestra el cumplimiento de las promesas de salvación mesiánica anunciadas por los profetas. Desde Isaías: «Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes, dominará sobre las colinas. Hacia él afluirán todas las naciones, vendrán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. El nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas” (Is 2,2-3), a Zacarías: «Todavía han de venir gentes y habitantes de ciudades populosas. Los habitantes de una ciudad irán a decir a los de la otra: “Vamos a invocar al Señor todopoderoso y a pedir su protección. Yo también voy contigo”» (Zac 8,2 1-22).
Convergen en Jesús todos los que se reconocen menesterosos de salvación: “gente que tiene cualquier mal”, todos los que estaban «enfermos». La enfermedad y la debilidad quedan expuestas «en la plaza», sin vergüenza, en presencia de Jesús y con la confianza de que bastará con tocarle, aunque sólo sea «siquiera la orla de su manto», para quedar curado. Zacarías había profetizado: «En aquellos días, diez extranjeros agarrarán a un judío por el manto y le dirán: “Queremos ir con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros”» (Zac 8,23). El que acude a Jesús lo ha intuido: Dios está con él. Ahora bien, después de haberlo encontrado, puede comprender de veras que, en Jesús, Dios está con nosotros y para nosotros.
Este evangelio, con el afán de tocar a Jesús y la carrera para alcanzar y estrechar algo de él, enciende en el corazón la intuición luminosa que un día abrasó a Pablo: «En Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad». Es en Jesús donde habita, como en el verdadero y definitivo templo, la plenitud de Dios «somatizada». Y «habéis alcanzado vosotros (nosotros) su plenitud» (Col 2,10). Una lógica continua y discontinua respecto a la que había erigido el templo de Salomón.
En efecto, el cuerpo de Cristo, su humanidad, es la realidad que prefiguraba el templo: Dios en medio de su pueblo. Ahora bien, con Jesús, el arca de la alianza ya no soporta quedar encerrada en el Santo de los Santos: Jesús circula por las calles, nos sale al encuentro. Y si alguien fue golpeado por la muerte al instante por haber tocado el arca (cf. 2 Sm 6,7), Jesús, por el contrario, vino precisamente para hacerse alcanzar, para hacerse “tocar”.
Para nosotros, hoy, el cuerpo de Cristo es la Iglesia, que prolonga su humanidad en la historia y en el tiempo, hasta que toda la familia humana se haya vuelto tienda, santuario del encuentro entre Dios y el hombre.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,53-56), para nuestros Mayores. Benefactor y benefactores. El fragmento corresponde al género de los “resúmenes”, que ya hemos encontrado antes (cf. 1,32-34; 3,7-12). En estas breves descripciones —momentos serenos de síntesis y de mirada de conjunto de la actividad benéfica de Jesús— desaparecen los elementos específicos, como los nombres de los interesados, la tipología de la enfermedad, la modalidad de la intervención, para dejar espacio a las indicaciones generales.
Precisada la localidad (v. 53), el minúsculo relato está dominado por una peregrinación hacia Jesús (vv. 54-56a) y sellado con la conclusión feliz de la curación de los enfermos (v. 56b).
Nos encontramos en el territorio del norte, en el límite con los paganos, que continúa viendo brillar la luz anunciada por Isaías (Is 8,23—9,1). Jesús da cumplimiento a la profecía porque ha elegido el lejano norte para iniciar su obra apostólica: la zona en torno al lago como escenografía de numerosos episodios. Aquí llamó a sus primeros colaboradores, aquí realizó muchos milagros. La convirtió en su escenario predilecto para dar comienzo y sustanciar su obra, asociando a ella a muchas personas como actores protagonistas. Las multitudes que acuden a escuchar su palabra dan vivacidad al escenario, cargándolo de humanidad. Son muchos también los que se mueven por aquella zona en busca de una vida mejor. El Maestro de Nazaret habla bien y actúa de una manera extraordinaria.
Su fama le precede, y cuando Jesús desembarca en Genesaret le siguen personas que llevan enfermos con la esperanza de obtener la curación. Pedro lo resume así en los Hechos de los Apóstoles: “Pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con el” (Hch 10,38). Las palabras de Pedro nos ayudan a comprender que la intervención de Jesús es signo de la presencia de Dios, de su obra en beneficio de los hombres. Jesús presenta las credenciales de «benefactor», porque asegura la salud. Es un signo pequeño, pero vistoso, de un bienestar más grande y global, el de la salvación integral del hombre, sanado por fuera y por dentro.
Toda la multitud anónima, protagonista también de pequeños pero decisivos gestos de bondad, merece asimismo un aplauso. Son los que «comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían decir que se encontraba Jesús» (v. 55), “colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejase tocar siquiera la orla de su manto” (v. 56). Muchos enfermos no hubieran llegado a Jesús sin el auxilio de estos anónimos benefactores. Son personas que creen que Jesús puede hacer algo, esos a los que hoy llamaríamos «voluntarios»: personas que invierten tiempo y energías en favor de los demás. Para ellos vale también el principio de que quien hace el bien nunca queda defraudado. Con su pequeña pero generosa, contribución participan en la acción extraordinaria de Jesús.
Jesús quiere encontrarse con las personas allí donde están, en sus casas, en sus ciudades, en sus plazas, con sus situaciones concretas. Como en otras ocasiones, también aquí se deja tocar por la gente de Nazaret y cura, pero en su corazón ansía que comprendan que él quiere curar no sólo los miembros doloridos, sino también sus corazones endurecidos. También nos sale al encuentro a nosotros allí donde estemos: también nosotros somos enfermos en espera de curación. A menudo nos mostramos incrédulos y duros de corazón, pero él quiere curarnos, quiere estar entre nosotros, junto a nosotros. Se deja tocar y quiere curarnos. Cada día nos sale al encuentro y nos cura cuando le llamamos y le invocamos. Puede ser una llamada a que nos acerquemos al sacramento de la reconciliación. Dejémonos curar y sumerjámonos en el mar de su misericordia.
También podemos leer este fragmento como un antídoto útil a tanto pesimismo invasor. Se oye decir, con frecuencia, que el mundo va mal. Esta idea no tiene nada de original, porque ya lo decían nuestros padres, nuestros abuelos y también los que les precedieron. Necesitamos redescubrir y publicitar el bien existente, tener unos ojos limpios para verlo y un corazón sincero para propagarlo. Sin jaleos, sin la radio ni la televisión, sin la publicidad que mortifica el anonimato del bien. En lo secreto de la conciencia, en el silencio de las casas, arde a diario el fuego del altruismo, a base de pequeños gestos.
Podríamos equiparar a los que en el evangelio ayudan a los enfermos a llegar hasta Jesús con los trabajadores sanitarios, con los voluntarios, con los familiares que hoy asisten a los ancianos de casa o con los que se ocupan de personas minusválidas. Si, a continuación, abrimos el capítulo del voluntariado, ya no acabaríamos el inventario de los ambientes y del número de personas que prestan parte de su tiempo libre para aliviar los sufrimientos ajenos. Todos ellos, precisamente como Jesús o las personas que aparecen en el fragmento evangélico, son auténticos benefactores.
No recibirán premios particulares, no les colgarán medallas, ni aparecerá su nombre en placas conmemorativas. No por ello deberán sentirse más pobres ni, mucho menos, olvidados, porque el Señor, que ve en lo secreto de las conciencias, se muestra pródigo en recompensar, hoy con la alegría de haber construido un mundo más justo y más limpio, mañana con la plenitud de su misma vida, la eterna.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,53-56, de Joven para Joven. Curaciones en tierra pagana. Arrastrados por el viento. Marcos ofrece un “sumario” en el que resume la acción liberadora de Jesús en tierra pagana. La barca de Pedro se dirigía a Betsaida, tierra palestina, pero el viento la arrastra a Genesaret, tierra pagana, lo que significa la vocación universal de la Iglesia. Les empuja y arrastra un viento irresistible (ruah); es el viento del Espíritu que les lleva más allá de las fronteras nacionales porque la acción salvadora de Jesús no puede quedar confinada a las fronteras de Israel, sino que ofrece la salvación a todos los hombres. Es el mismo Espíritu que empujará a Pedro a la casa del centurión de Cesarea (Hch 11,12); y el que impulsará a Felipe hacia el eunuco de Candaces (Hch 8,29) y luego para llevarle a Azoto (Hch 8,39-40).
Los paganos son admitidos a participar del banquete mesiánico; por eso Jesús se complace en prolongar su estancia cerca de los enfermos paganos con el fin de que los apóstoles se acuerden de que las canastas de pan que han recogido están destinadas a todas las naciones. No hay que olvidar que estamos en la sección de los panes. Así se realiza anticipadamente el “para vosotros y para la multitud” que afecta al Pan de la cena (Mc 14,24).
El relato refleja la acción misionera de la joven Iglesia que justifica su anuncio de la Buena Noticia más allá de Israel en la acción universalista del Maestro, aunque de hecho, en primera instancia, se evangelice a los cercanos, los judíos (Mt 10,6), para abrirse después en círculos más amplios: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” (Hch 1,8).
A los alejados. El pasaje es toda una llamada a la Iglesia de todos los tiempos para no circunscribir su acción a las 99 ovejas que están en el redil. El Señor nos envía a los alejados: “Tengo otras ovejas que no están en el redil” (Jn 10,16); “id a las ovejas extraviadas de Israel” (Mt 10,6). Se habla mucho en la Iglesia de la urgencia de ir a los alejados; pero se hace poco. Son los “devotos”, los de siempre, los que acaparan los servicios, el tiempo y las tareas de los pastores y de los cristianos comprometidos.
He aquí la comprobación estadística y el comentario frecuente en los distintos ámbitos eclesiales: Somos siempre los mismos los que estamos en todas partes, los que participamos en las predicaciones, las celebraciones, los encuentros parroquiales y de movimientos, y a veces, en círculos cerrados, húmedos y poco ventilados. La mayoría de nuestros colectivos cristianos se asemejan más al grupo de los discípulos encerrados y con el cerrojo puesto del cenáculo, que a la Iglesia misionera de después de Pentecostés que sale a la calle para pregonar la gran Noticia, sin miedo a contaminarse con el pecado ambiental. Nos sobran muchas seguridades hacia dentro y demasiados miedos hacia fuera. Tenemos reparo en ir a la otra ribera ideológica y social para anunciar la Buena Noticia. El Señor envía a sus discípulos (nos envía) no sólo a los piadosos, a las mujeres y a los niños, sino también a los jóvenes, a los adultos, a los obreros y a los intelectuales. Estamos tentados de volcar nuestros afanes en los destinatarios “fáciles” del Evangelio.
El Señor alienta a Pablo: “No temas; sigue hablando, porque muchos de esta ciudad pertenecen a mi pueblo” (Hch 18,9-10). En el documento vaticano Las sectas y los nuevos movimientos religiosos, la Iglesia reconoce que muchos se acogen a estos nuevos fenómenos religiosos, porque no hay quien les ofrezca el Evangelio en toda su grandeza, respondiendo a sus inquietudes vitales, sin connotaciones que lo desfigurase. ¡Qué lúcida la Iglesia naciente, que no quiso imponer los esquemas, tradiciones y ritos judíos a los cristianos convertidos del paganismo! Es preciso desamarrar la barca, renunciar a viejos esquemas y costumbres, para que el viento del Espíritu la lleve a “otras orillas”. ¿En qué medida yo, sacerdote, religioso o seglar (Iglesia en el mundo) “voy” a los alejados en pobreza y humildad, para ofrecer la Buena Noticia?
Con signos y prodigios. Marcos en este resumen de la acción curativa de Jesús, pone de relieve que la evangelización no es sólo cuestión de palabras, sino también de gestos liberadores. Con ello se cumple uno de los signos identificadores de Jesús como Mesías. Según él, las sanaciones son signos de liberación unidos y equiparables al anuncio del evangelio. Así lo proclamó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18). Igualmente, a las curaciones se remite Jesús en su respuesta al Bautista, que desde la cárcel le envía emisarios preguntándole por su identidad mesiánica (Lc 7,2Oss). En los signos y milagros, más que el hecho de devolver la salud, lo que importa es lo que refleja: el amor de un Dios que es, justamente, amor y cuyo rostro es Jesús de Nazaret. Los apóstoles repetirán las sanaciones del Maestro. Lo consigna Lucas casi con las mismas palabras con las que expresa la acción taumatúrgica de Jesús (Hch 5,12-16).
Pablo en su primera carta a los tesolonicenses (1,4-5) y en la carta a los gálatas (3,4-5) habla de “prodigios obrados por Dios” en medio de ellos. El evangelio se anuncia ante todo mediante hechos, gestos y actitudes samaritanas, que la Iglesia ha realizado siempre. El milagro más importante es el de la caridad, individual y comunitaria, como el de Jerusalén (Hch 4,34), Tesalónica (1 Ts 4,10) o Corinto (2 Co 8,13-1 5), donde no había pobres porque se compartía con generosidad.
¿Cómo atendemos los cristianos a los ancianos, a los débiles, a los excluidos, a los emigrantes? Debemos ser los grandes misioneros de la caridad. De la Madre Teresa de Calcuta se dice que evangelizó más con su acción misericordiosa que tres mil misioneros juntos. Sin embargo, ella señala: “No son los pobres los que me tienen que estar agradecidos, sino yo a ellos; son para mí la mayor gracia del Señor”.
Elevación Espiritual para este día. Entre la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y la fragilidad e iniquidad de los seres humanos, se ha hecho mediador un Hombre. No inicuo, pero sí débil. Así, por el hecho de no ser inicuo, te une a Dios; y por el hecho de ser débil se hace próximo a ti. Ahora, para que hubiera un mediador entre el hombre y Dios, el Verbo se ha hecho carne, es decir, el Verbo se ha hecho hombre.
Reflexión Espiritual para el día. En un sentido verdadero, los cristianos son gente que ya no tiene templo: con la venida de Cristo, el templo material, el edificio, ya no es el signo por excelencia de la presencia de Dios entre nosotros. Nuestro modo de encontrarnos con Dios ya no será el «subir al templo»; por lo demás, también los israelitas podían ir a él y desarrollar ritos espléndidos, espectaculares, sugestivos, sin poner en ellos «el corazón» y, por consiguiente, sin llevar a cabo una verdadera comunión con Dios. El lugar de la presencia de Dios para nosotros, aquel en el que Dios se ha manifestado y en el que podemos encontrarle, es «el templo de la humanidad de Cristo».
Y esto hemos de entenderlo en dos sentidos. En primer lugar, en el sentido de que el lugar de mi encuentro con Dios es el vínculo entre Jesucristo y yo. Llego a ser hijo de Dios como Jesucristo: eso es el encuentro con Dios. Y en segundo lugar, en el sentido de que «el templo de la humanidad de Cristo» es toda la humanidad, que es su esposa y su cuerpo. No es posible encontrar a Dios sin encontrar todo lo que Dios encuentra.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Reyes 8, 1-7. 9-13. Dios toma posesión del templo. El nombre de Salomón va asoci.ado a la construcción y a la inauguración del templo de Jerusalén, que marca una fecha clave en la historia bíblica (véase 1Re 6, 1).
En el templo encontró morada y reposo definitivo el arca de la alianza. Peregrina con el pueblo durante los años del desierto, al entrar en la tierra prometida el arca fue instalada sucesivamente en Guilgal, en Siquem y en Silo. Desde aquí fue llevada al frente de batalla, donde cayó en manos de los filisteos, que la tuvieron bajo su control hasta los días de David, que la trasladó a Jerusalén. Aquí fue instalada, primero en casa de Obededón, luego en la tienda y hoy finalmente la vemos tomar posesión definitiva del templo.
Si se exceptúan las salidas que tenían lugar con motivo de las procesiones litúrgicas (véase Sal 132), el arca, mejor dicho, la gloria de Dios, ya no abandonará el santuario hasta el 587, en que, destruida la ciudad y el templo, Yavé se exilia con los desterrados camino de Babilonia (Ez 11, 22-24). El mismo Ezequiel (43, 1-12) describe el retorno de la gloria o presencia divina a su morada de Jerusalén.
La nube como representación de la presencia de Yavé en medio de su pueblo es un tema clásico. «La nube cubrió entonces la tienda de la reunión y la gloria de Yavé llenó la morada. Moisés no podía entrar en la tienda pues la nube moraba sobre ella y la gloria de Yavé llenaba la morada» (Ex 40, 34-3 5). En este contexto se encuadra la expresión de Lc 1, 35: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, que parece inspirarse en la teología de la nube como símbolo de la presencia de Dios y de su poder fecundante.
En realidad, la imagen de la nube, que podría tener su origen en la cortina de incienso que llenaba el santuario durante las celebraciones litúrgicas, era muy apta para plasmar la presencia divina, transcendente e inmanente al mismo tiempo.
La teología bíblica siempre sintió la dificultad de armonizar estos dos extremos: transcendencia-inmanencia. Unos autores acentúan la lejanía y otros, la cercanía de Dios. La escuela deuteronomista encuentra la solución en el concepto de «Nombre». Aquí mismo en 1Re 8, de origen deuteronomista, encontramos con frecuencia la expresión del «Nombre» de Dios, que se ha dignado habitar en el templo en medio de los hombres.
El tema de la presencia de Dios en medio de su pueblo y en medio de los hombres es una de esas coordenadas constantes que siguen una línea ascendente a lo largo de la Biblia. Su punto culminante lo encontramos en el misterio de la Encarnación, por el que Dios viene a vivir no en forma de «nube» ni de «nombre», sino personalmente en medio de nosotros (Jn 1, 14).
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, y mientras relee la historia de Israel a la luz de Cristo, Esteban nos habla así: «Nuestros antepasados tenían en el desierto la tienda del testimonio, como había dispuesto el que mandó a Moisés hacerla según el modelo que había visto. Después de recibirla, nuestros antepasados la introdujeron, bajo la guía de Josué, en la tierra con quistada a los paganos, a quienes Dios expulsó delante de ellos. Así hasta los días de David. Éste agradó a Dios y suplicó el favor de encontrar un santuario para la estirpe de Jacob. Con todo, fue Salomón quien le edificó una casa» (Hch 7,44-47).
La construcción del templo de Salomón representa, por consiguiente, la culminación de esta historia que parte de la promesa de Dios en el Sinaí: «Me harán un santuario y habitaré entre ellos» (Ex 25,8).
Es la historia del éxodo: un pueblo que se va constituyendo en torno a la alianza, cuya memoria itinerante es el arca; un camino guiado por el Dios-Presente, el Dios a quien la nube oculta y revela; una relación cada vez más profunda y personal entre Dios y el hombre, una relación de la que la gloria del Señor es signo luminoso, esplendor consistente que brilla en el rostro de quien ha encontrado a Dios. Ésta es la historia que, como signo, encierra el templo.
Comentario del Salmo 131 En el salmo 131 encontramos una mezcla de varios tipos. Se le considera un salmo real, pues, además de mencionar en cuatro ocasiones al rey David (una en cada una de sus partes), se habla del «mesías» (10.17) sucesor de David en el trono de Judá. Y puesto que el rey de Judá tiene su sede en Jerusalén (Sión), este salmo dedica una buena parte (13-18) a la capital, centro del poder político y religioso del pueblo de Dios. Por tanto, también es un cántico de Sión. Además de lo dicho, este salmo se compuso tomando como base una fiesta o procesión, por lo que también se le puede considerar como un salmo litúrgico (puede compararse con Sal 15; 24, 134). En e conjunto del Salterio, fue transformado en «cántico de las subidas» (Sal 120-134), sirviendo de oración para las peregrinaciones. Es el más largo de estos quince “salmos graduales”.
Existen diversas propuestas de organización de este salmo. Una de ellas consiste en dividirlo en cuatro partes: 1b-5; 6-10; 11- 12; 13-18. Este salmo parece ser un diálogo entre dos grupos (o coros), pero no siempre resulta posible determinar claramente dónde interviene cada grupo. En la primera parte (lb-5), un grupo se dirige al Señor; pidiéndole que se acuerde de David, de sus fatigas, de su juramento y de los votos que hizo a Dios, al que se llama «El Fuerte de Jacob» (1b-2). Todo este salmo está inspirado en el texto de 2Sam 7. Aquí se recuerdan los planes de David después de encontrar el área de la Alianza y de llevarla hasta la recién conquistada ciudad de Jerusalén (2Sam 6), localidad que se convertiría en sede del poder político y religioso Los esfuerzos de David por encontrar un lugar para el Señor y una morada para el Fuerte de Jacob (5) son intensos. El rey se niega a hacer cuatro cosas en tanto no haya alcanzado su objetivo: no entrará en su casa, no se acostará en su lecho, no dormirá, no cerrará los ojos (3-4). Se nos dice que, sin descanso, David se esforzó en la búsqueda de un lugar en que custodiar el arca, símbolo de la presencia del Dios de la Alianza en medio del pueblo. En realidad, quien construyó la «morado» (templo) para el arca y para el Señor fue su hijo Salomón.
En la segunda parte (6-10), intervienen otras personas, que hablan en plural (6-7) e, inmediatamente, exponen sus peticiones al Señor (8-10). Estas personas recuerdan, más o menos, lo que se narra en 2Sam 6, el hallazgo del área y su traslado a Jerusalén. La mención de Éfrata es importante, pues se trata de la región de Belén, ciudad natal del rey David. Las personas que hablan, evidentemente, están en Jerusalén tomando parte en una procesión (tal vez llevando el arca). Por eso se animan a sí mismas, diciendo: «Entremos en su morada y postrémonos ante el estrado de sus pies» (7). La morada es el templo, y el estrado, el arca. El pueblo va a entrar y a postrarse. Por eso le pide al Señor que se levante para entrar en su mansión con el arca (8). Tenemos noticia de cómo los sacerdotes transportaban el arca sirviéndose de unos varales. En este preciso instante empiezan a llevar el arca hacia el interior del templo. Los sacerdotes que cargan con ella van vestidos de gala, y el pueblo hace fiesta (9). La segunda parte concluye con una petición dirigida al Señor hecha en nombre de David: que Dios no rechace al rey de Judá —mesías— (10). Esto demuestra que el salmo surgió en un tiempo en que la monarquía estaba en crisis.
Si en la primera parte teníamos el juramento y el voto de David al Fuerte de Jacob, en la tercera (11-12) tenemos el juramento y la promesa del Señor a David. Se recuerda 2Sam 7, la promesa de una dinastía, a condición de que los descendientes de David guarden la alianza y cumplan los preceptos del Señor. Es muy probable que nos encontremos ante una situación de crisis: los reyes de Judá habían violado la alianza y no se habían mantenido fieles al Señor. Un aspecto importante en todo el salmo, pero sobre todo aquí, es el siguiente: el rey de Judá es el mediador de la alianza entre Dios y el pueblo.
La última parte (13-18) centra su atención en Sión (Jerusalén) como residencia, mansión y morada del Señor. Alguien habla en nombre de Dios (14-18) haciéndole afirmar que ha escogido Sión para habitar en ella, Como consecuencia de lo cual, tenemos las siguientes bendiciones: 1. no faltará la comida (2. los indigentes se hartarán de pan (15b); 3. Dios vestirá a los sacerdotes de gala (compárese con 9 a.); 4. Los fieles exultarán de alegría (16b; compárese con 9b); 5. El vigor de David germinará, es decir, su dinastía será renovada (17a); 6. Se encenderá una lámpara para el mesías, el heredero del trono (17b); 7. Los enemigos del rey serán vestidos de ignominia (l8a compárese con 9a 16ª); la corona del Señor brillará sobre la cabeza del mesías (18b).
Son varios los motivos, algunos de los cuales ya han sido trata dos anteriormente. Estamos en Jerusalén, durante la celebración de una fiesta, en medio de la procesión. Está presente el arca, que va a ser entronizada en el templo. La monarquía está en crisis, el rey tiene enemigos (18a) y en la ciudad de Jerusalén hay pobres y falta la comida (15). Aun así, el pueblo celebra las promesas del Señor y sigue alimentando la esperanza en el rey mediador de la alianza, en la ciudad-sede del poder político y religioso y en el templo como casa, mansión y morada del Señor. Alguien, en nombre de Dios, asegura que el Señor seguirá bendiciendo todas estas cosas. Y por eso el pueblo exulta de alegría.
Dios aparece como «el Señor» seis veces y dos como «el Fuerte de Jacob». Esta última expresión recuerda la época de los patriarcas y el período anterior a la monarquía, y muestra que el Dios de los patriarcas y de las tribus (el Fuerte de Jacob), el Dios del Éxodo (Yavé, «el Señor») y el Dios aliado del rey David y sus descendientes es siempre el mismo Dios de La alianza que camina con su pueblo. Este salmo no tiene en cuenta los movimientos que se oponían a la monarquía y a la centralización del culto en Sión.
Para ver las repercusiones de este salmo en las palabras y acciones de Jesús, conviene retomar lo que se ha dicho hasta el momento a propósito de los salmos reales, de los cánticos de Sión y de los salmos litúrgicos. Evidentemente, para los primeros cristianos, el mesías de este salmo encontró su pleno cumplimiento en Jesús.
Este salmo se presta para las ocasiones que hemos mencionado a propósito de los salmos reales (poder político, fe-política), de los cánticos de Sión (ciudad, conciencia ciudadana) y de los salmos de tipo litúrgico (celebraciones). Además, se sugiere la posibilidad de rezarlo con provecho en las peregrinaciones...
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,53-56. Encontramos a Jesús tras la enésima travesía del lago, casi ha cosido las dos orillas: la del este, orilla de los paganos; la del oeste, orilla de los judíos. Una vez llegado a Galilea —y la gente lo reconoce—, nos describe el evangelista Marcos una escena que, de modo figurativo, muestra el cumplimiento de las promesas de salvación mesiánica anunciadas por los profetas. Desde Isaías: «Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes, dominará sobre las colinas. Hacia él afluirán todas las naciones, vendrán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. El nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas” (Is 2,2-3), a Zacarías: «Todavía han de venir gentes y habitantes de ciudades populosas. Los habitantes de una ciudad irán a decir a los de la otra: “Vamos a invocar al Señor todopoderoso y a pedir su protección. Yo también voy contigo”» (Zac 8,2 1-22).
Convergen en Jesús todos los que se reconocen menesterosos de salvación: “gente que tiene cualquier mal”, todos los que estaban «enfermos». La enfermedad y la debilidad quedan expuestas «en la plaza», sin vergüenza, en presencia de Jesús y con la confianza de que bastará con tocarle, aunque sólo sea «siquiera la orla de su manto», para quedar curado. Zacarías había profetizado: «En aquellos días, diez extranjeros agarrarán a un judío por el manto y le dirán: “Queremos ir con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros”» (Zac 8,23). El que acude a Jesús lo ha intuido: Dios está con él. Ahora bien, después de haberlo encontrado, puede comprender de veras que, en Jesús, Dios está con nosotros y para nosotros.
Este evangelio, con el afán de tocar a Jesús y la carrera para alcanzar y estrechar algo de él, enciende en el corazón la intuición luminosa que un día abrasó a Pablo: «En Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad». Es en Jesús donde habita, como en el verdadero y definitivo templo, la plenitud de Dios «somatizada». Y «habéis alcanzado vosotros (nosotros) su plenitud» (Col 2,10). Una lógica continua y discontinua respecto a la que había erigido el templo de Salomón.
En efecto, el cuerpo de Cristo, su humanidad, es la realidad que prefiguraba el templo: Dios en medio de su pueblo. Ahora bien, con Jesús, el arca de la alianza ya no soporta quedar encerrada en el Santo de los Santos: Jesús circula por las calles, nos sale al encuentro. Y si alguien fue golpeado por la muerte al instante por haber tocado el arca (cf. 2 Sm 6,7), Jesús, por el contrario, vino precisamente para hacerse alcanzar, para hacerse “tocar”.
Para nosotros, hoy, el cuerpo de Cristo es la Iglesia, que prolonga su humanidad en la historia y en el tiempo, hasta que toda la familia humana se haya vuelto tienda, santuario del encuentro entre Dios y el hombre.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,53-56), para nuestros Mayores. Benefactor y benefactores. El fragmento corresponde al género de los “resúmenes”, que ya hemos encontrado antes (cf. 1,32-34; 3,7-12). En estas breves descripciones —momentos serenos de síntesis y de mirada de conjunto de la actividad benéfica de Jesús— desaparecen los elementos específicos, como los nombres de los interesados, la tipología de la enfermedad, la modalidad de la intervención, para dejar espacio a las indicaciones generales.
Precisada la localidad (v. 53), el minúsculo relato está dominado por una peregrinación hacia Jesús (vv. 54-56a) y sellado con la conclusión feliz de la curación de los enfermos (v. 56b).
Nos encontramos en el territorio del norte, en el límite con los paganos, que continúa viendo brillar la luz anunciada por Isaías (Is 8,23—9,1). Jesús da cumplimiento a la profecía porque ha elegido el lejano norte para iniciar su obra apostólica: la zona en torno al lago como escenografía de numerosos episodios. Aquí llamó a sus primeros colaboradores, aquí realizó muchos milagros. La convirtió en su escenario predilecto para dar comienzo y sustanciar su obra, asociando a ella a muchas personas como actores protagonistas. Las multitudes que acuden a escuchar su palabra dan vivacidad al escenario, cargándolo de humanidad. Son muchos también los que se mueven por aquella zona en busca de una vida mejor. El Maestro de Nazaret habla bien y actúa de una manera extraordinaria.
Su fama le precede, y cuando Jesús desembarca en Genesaret le siguen personas que llevan enfermos con la esperanza de obtener la curación. Pedro lo resume así en los Hechos de los Apóstoles: “Pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con el” (Hch 10,38). Las palabras de Pedro nos ayudan a comprender que la intervención de Jesús es signo de la presencia de Dios, de su obra en beneficio de los hombres. Jesús presenta las credenciales de «benefactor», porque asegura la salud. Es un signo pequeño, pero vistoso, de un bienestar más grande y global, el de la salvación integral del hombre, sanado por fuera y por dentro.
Toda la multitud anónima, protagonista también de pequeños pero decisivos gestos de bondad, merece asimismo un aplauso. Son los que «comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían decir que se encontraba Jesús» (v. 55), “colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejase tocar siquiera la orla de su manto” (v. 56). Muchos enfermos no hubieran llegado a Jesús sin el auxilio de estos anónimos benefactores. Son personas que creen que Jesús puede hacer algo, esos a los que hoy llamaríamos «voluntarios»: personas que invierten tiempo y energías en favor de los demás. Para ellos vale también el principio de que quien hace el bien nunca queda defraudado. Con su pequeña pero generosa, contribución participan en la acción extraordinaria de Jesús.
Jesús quiere encontrarse con las personas allí donde están, en sus casas, en sus ciudades, en sus plazas, con sus situaciones concretas. Como en otras ocasiones, también aquí se deja tocar por la gente de Nazaret y cura, pero en su corazón ansía que comprendan que él quiere curar no sólo los miembros doloridos, sino también sus corazones endurecidos. También nos sale al encuentro a nosotros allí donde estemos: también nosotros somos enfermos en espera de curación. A menudo nos mostramos incrédulos y duros de corazón, pero él quiere curarnos, quiere estar entre nosotros, junto a nosotros. Se deja tocar y quiere curarnos. Cada día nos sale al encuentro y nos cura cuando le llamamos y le invocamos. Puede ser una llamada a que nos acerquemos al sacramento de la reconciliación. Dejémonos curar y sumerjámonos en el mar de su misericordia.
También podemos leer este fragmento como un antídoto útil a tanto pesimismo invasor. Se oye decir, con frecuencia, que el mundo va mal. Esta idea no tiene nada de original, porque ya lo decían nuestros padres, nuestros abuelos y también los que les precedieron. Necesitamos redescubrir y publicitar el bien existente, tener unos ojos limpios para verlo y un corazón sincero para propagarlo. Sin jaleos, sin la radio ni la televisión, sin la publicidad que mortifica el anonimato del bien. En lo secreto de la conciencia, en el silencio de las casas, arde a diario el fuego del altruismo, a base de pequeños gestos.
Podríamos equiparar a los que en el evangelio ayudan a los enfermos a llegar hasta Jesús con los trabajadores sanitarios, con los voluntarios, con los familiares que hoy asisten a los ancianos de casa o con los que se ocupan de personas minusválidas. Si, a continuación, abrimos el capítulo del voluntariado, ya no acabaríamos el inventario de los ambientes y del número de personas que prestan parte de su tiempo libre para aliviar los sufrimientos ajenos. Todos ellos, precisamente como Jesús o las personas que aparecen en el fragmento evangélico, son auténticos benefactores.
No recibirán premios particulares, no les colgarán medallas, ni aparecerá su nombre en placas conmemorativas. No por ello deberán sentirse más pobres ni, mucho menos, olvidados, porque el Señor, que ve en lo secreto de las conciencias, se muestra pródigo en recompensar, hoy con la alegría de haber construido un mundo más justo y más limpio, mañana con la plenitud de su misma vida, la eterna.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,53-56, de Joven para Joven. Curaciones en tierra pagana. Arrastrados por el viento. Marcos ofrece un “sumario” en el que resume la acción liberadora de Jesús en tierra pagana. La barca de Pedro se dirigía a Betsaida, tierra palestina, pero el viento la arrastra a Genesaret, tierra pagana, lo que significa la vocación universal de la Iglesia. Les empuja y arrastra un viento irresistible (ruah); es el viento del Espíritu que les lleva más allá de las fronteras nacionales porque la acción salvadora de Jesús no puede quedar confinada a las fronteras de Israel, sino que ofrece la salvación a todos los hombres. Es el mismo Espíritu que empujará a Pedro a la casa del centurión de Cesarea (Hch 11,12); y el que impulsará a Felipe hacia el eunuco de Candaces (Hch 8,29) y luego para llevarle a Azoto (Hch 8,39-40).
Los paganos son admitidos a participar del banquete mesiánico; por eso Jesús se complace en prolongar su estancia cerca de los enfermos paganos con el fin de que los apóstoles se acuerden de que las canastas de pan que han recogido están destinadas a todas las naciones. No hay que olvidar que estamos en la sección de los panes. Así se realiza anticipadamente el “para vosotros y para la multitud” que afecta al Pan de la cena (Mc 14,24).
El relato refleja la acción misionera de la joven Iglesia que justifica su anuncio de la Buena Noticia más allá de Israel en la acción universalista del Maestro, aunque de hecho, en primera instancia, se evangelice a los cercanos, los judíos (Mt 10,6), para abrirse después en círculos más amplios: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” (Hch 1,8).
A los alejados. El pasaje es toda una llamada a la Iglesia de todos los tiempos para no circunscribir su acción a las 99 ovejas que están en el redil. El Señor nos envía a los alejados: “Tengo otras ovejas que no están en el redil” (Jn 10,16); “id a las ovejas extraviadas de Israel” (Mt 10,6). Se habla mucho en la Iglesia de la urgencia de ir a los alejados; pero se hace poco. Son los “devotos”, los de siempre, los que acaparan los servicios, el tiempo y las tareas de los pastores y de los cristianos comprometidos.
He aquí la comprobación estadística y el comentario frecuente en los distintos ámbitos eclesiales: Somos siempre los mismos los que estamos en todas partes, los que participamos en las predicaciones, las celebraciones, los encuentros parroquiales y de movimientos, y a veces, en círculos cerrados, húmedos y poco ventilados. La mayoría de nuestros colectivos cristianos se asemejan más al grupo de los discípulos encerrados y con el cerrojo puesto del cenáculo, que a la Iglesia misionera de después de Pentecostés que sale a la calle para pregonar la gran Noticia, sin miedo a contaminarse con el pecado ambiental. Nos sobran muchas seguridades hacia dentro y demasiados miedos hacia fuera. Tenemos reparo en ir a la otra ribera ideológica y social para anunciar la Buena Noticia. El Señor envía a sus discípulos (nos envía) no sólo a los piadosos, a las mujeres y a los niños, sino también a los jóvenes, a los adultos, a los obreros y a los intelectuales. Estamos tentados de volcar nuestros afanes en los destinatarios “fáciles” del Evangelio.
El Señor alienta a Pablo: “No temas; sigue hablando, porque muchos de esta ciudad pertenecen a mi pueblo” (Hch 18,9-10). En el documento vaticano Las sectas y los nuevos movimientos religiosos, la Iglesia reconoce que muchos se acogen a estos nuevos fenómenos religiosos, porque no hay quien les ofrezca el Evangelio en toda su grandeza, respondiendo a sus inquietudes vitales, sin connotaciones que lo desfigurase. ¡Qué lúcida la Iglesia naciente, que no quiso imponer los esquemas, tradiciones y ritos judíos a los cristianos convertidos del paganismo! Es preciso desamarrar la barca, renunciar a viejos esquemas y costumbres, para que el viento del Espíritu la lleve a “otras orillas”. ¿En qué medida yo, sacerdote, religioso o seglar (Iglesia en el mundo) “voy” a los alejados en pobreza y humildad, para ofrecer la Buena Noticia?
Con signos y prodigios. Marcos en este resumen de la acción curativa de Jesús, pone de relieve que la evangelización no es sólo cuestión de palabras, sino también de gestos liberadores. Con ello se cumple uno de los signos identificadores de Jesús como Mesías. Según él, las sanaciones son signos de liberación unidos y equiparables al anuncio del evangelio. Así lo proclamó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18). Igualmente, a las curaciones se remite Jesús en su respuesta al Bautista, que desde la cárcel le envía emisarios preguntándole por su identidad mesiánica (Lc 7,2Oss). En los signos y milagros, más que el hecho de devolver la salud, lo que importa es lo que refleja: el amor de un Dios que es, justamente, amor y cuyo rostro es Jesús de Nazaret. Los apóstoles repetirán las sanaciones del Maestro. Lo consigna Lucas casi con las mismas palabras con las que expresa la acción taumatúrgica de Jesús (Hch 5,12-16).
Pablo en su primera carta a los tesolonicenses (1,4-5) y en la carta a los gálatas (3,4-5) habla de “prodigios obrados por Dios” en medio de ellos. El evangelio se anuncia ante todo mediante hechos, gestos y actitudes samaritanas, que la Iglesia ha realizado siempre. El milagro más importante es el de la caridad, individual y comunitaria, como el de Jerusalén (Hch 4,34), Tesalónica (1 Ts 4,10) o Corinto (2 Co 8,13-1 5), donde no había pobres porque se compartía con generosidad.
¿Cómo atendemos los cristianos a los ancianos, a los débiles, a los excluidos, a los emigrantes? Debemos ser los grandes misioneros de la caridad. De la Madre Teresa de Calcuta se dice que evangelizó más con su acción misericordiosa que tres mil misioneros juntos. Sin embargo, ella señala: “No son los pobres los que me tienen que estar agradecidos, sino yo a ellos; son para mí la mayor gracia del Señor”.
Elevación Espiritual para este día. Entre la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y la fragilidad e iniquidad de los seres humanos, se ha hecho mediador un Hombre. No inicuo, pero sí débil. Así, por el hecho de no ser inicuo, te une a Dios; y por el hecho de ser débil se hace próximo a ti. Ahora, para que hubiera un mediador entre el hombre y Dios, el Verbo se ha hecho carne, es decir, el Verbo se ha hecho hombre.
Reflexión Espiritual para el día. En un sentido verdadero, los cristianos son gente que ya no tiene templo: con la venida de Cristo, el templo material, el edificio, ya no es el signo por excelencia de la presencia de Dios entre nosotros. Nuestro modo de encontrarnos con Dios ya no será el «subir al templo»; por lo demás, también los israelitas podían ir a él y desarrollar ritos espléndidos, espectaculares, sugestivos, sin poner en ellos «el corazón» y, por consiguiente, sin llevar a cabo una verdadera comunión con Dios. El lugar de la presencia de Dios para nosotros, aquel en el que Dios se ha manifestado y en el que podemos encontrarle, es «el templo de la humanidad de Cristo».
Y esto hemos de entenderlo en dos sentidos. En primer lugar, en el sentido de que el lugar de mi encuentro con Dios es el vínculo entre Jesucristo y yo. Llego a ser hijo de Dios como Jesucristo: eso es el encuentro con Dios. Y en segundo lugar, en el sentido de que «el templo de la humanidad de Cristo» es toda la humanidad, que es su esposa y su cuerpo. No es posible encontrar a Dios sin encontrar todo lo que Dios encuentra.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Reyes 8, 1-7. 9-13. Dios toma posesión del templo. El nombre de Salomón va asoci.ado a la construcción y a la inauguración del templo de Jerusalén, que marca una fecha clave en la historia bíblica (véase 1Re 6, 1).
En el templo encontró morada y reposo definitivo el arca de la alianza. Peregrina con el pueblo durante los años del desierto, al entrar en la tierra prometida el arca fue instalada sucesivamente en Guilgal, en Siquem y en Silo. Desde aquí fue llevada al frente de batalla, donde cayó en manos de los filisteos, que la tuvieron bajo su control hasta los días de David, que la trasladó a Jerusalén. Aquí fue instalada, primero en casa de Obededón, luego en la tienda y hoy finalmente la vemos tomar posesión definitiva del templo.
Si se exceptúan las salidas que tenían lugar con motivo de las procesiones litúrgicas (véase Sal 132), el arca, mejor dicho, la gloria de Dios, ya no abandonará el santuario hasta el 587, en que, destruida la ciudad y el templo, Yavé se exilia con los desterrados camino de Babilonia (Ez 11, 22-24). El mismo Ezequiel (43, 1-12) describe el retorno de la gloria o presencia divina a su morada de Jerusalén.
La nube como representación de la presencia de Yavé en medio de su pueblo es un tema clásico. «La nube cubrió entonces la tienda de la reunión y la gloria de Yavé llenó la morada. Moisés no podía entrar en la tienda pues la nube moraba sobre ella y la gloria de Yavé llenaba la morada» (Ex 40, 34-3 5). En este contexto se encuadra la expresión de Lc 1, 35: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, que parece inspirarse en la teología de la nube como símbolo de la presencia de Dios y de su poder fecundante.
En realidad, la imagen de la nube, que podría tener su origen en la cortina de incienso que llenaba el santuario durante las celebraciones litúrgicas, era muy apta para plasmar la presencia divina, transcendente e inmanente al mismo tiempo.
La teología bíblica siempre sintió la dificultad de armonizar estos dos extremos: transcendencia-inmanencia. Unos autores acentúan la lejanía y otros, la cercanía de Dios. La escuela deuteronomista encuentra la solución en el concepto de «Nombre». Aquí mismo en 1Re 8, de origen deuteronomista, encontramos con frecuencia la expresión del «Nombre» de Dios, que se ha dignado habitar en el templo en medio de los hombres.
El tema de la presencia de Dios en medio de su pueblo y en medio de los hombres es una de esas coordenadas constantes que siguen una línea ascendente a lo largo de la Biblia. Su punto culminante lo encontramos en el misterio de la Encarnación, por el que Dios viene a vivir no en forma de «nube» ni de «nombre», sino personalmente en medio de nosotros (Jn 1, 14).
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