El día 8 de agosto de 1936, en Dovádola, Italia, nace Benedetta Bianchi, segunda de los seis hijos del matrimonio formado por el ingeniero Guido Bianchi y Elsa Giammarchi. A los tres meses de nacer sufre poliomelitis, por lo que le queda una piernecita más corta que la otra. Los niños del pueblo la llamarán "la cojita". Y ella, sin ofenderse, sólo comentará: "Dicen la verdad". A partir de los cinco años, y por voluntad de su madre, empieza a escribir su Diario que lleva cuidadosamente al día. Son anotaciones rápidas que corresponden a su edad y se refieren de ordinario a la familia, a la naturaleza, a los juegos, al primer confuso brotar de sus sentimientos.
Benedetta es una niña sensible, delicada, inteligente, volitiva. Juega alegremente con los hermanitos y demás niños, pero a veces se recoge en pensativos silencios. Son los momentos en que contempla el milagro de la vida que triunfa en las flores, en los prados llenos de sol, en la plantita de ciruelo que riega cada día, en la aurora maravillosa... Confía a su Diario el gozo de sus descubrimientos: "El universo es encantador". "¡Qué hermoso es vivir!"
La Segunda Guerra Mundial obliga a la familia Bianchi a diversos desplazamientos. La vuelta a la paz representa para la niña de 9 años, sólo una alegre aventura más. Se trasladan a Forli, donde permanecerá Benedetta hasta 1951. Asiste al colegio de las Hermanas Doroteas; más tarde a una escuela media y después al Instituto. En 1951 la familia Bianchi se traslada a Sirmione, junto al lago Garda. Benedetta habla con entusiasmo de su casa asomada al lago: "Blanca, con persianas verdes, una terraza de madera en la fachada, cancel pequeño a un lado, las habitaciones amplias y espaciosas dan sensación de libertad...
Se apasiona por todo. Le agrada mucho estudiar y pasa horas enteras al piano. Pero su ardiente anhelo de vivir lleva una sombra de tristeza, un presagio indecible: "Contemplando este espectáculo, mi ánimo es presa de recuerdos. Y de una inmensa necesidad de algo indefinido, de algo lejano, de silencio... Una necesidad de estar fuera del mundo, alejada de todos; una necesidad de alguien a confiar los dolores de vida; de alguien, en suma, que me consuele. para confortarme, me basta levantar el pensamiento a Dios".
Para corregir la desviación de la columna, se ve precisada a llevar un corsé de escayola que la oprime y la condiciona. Comienza a acusar cierta pérdida del oído. Comunica a Ana, la más querida amiga de los tiempos de adolescencia, sus profundos y delicados sentimientos: "Tú eres mi primera amiga, y amiga para mi quiere decir algo más de lo que los otros entienden. La amiga debe ser algo de nosotros mismos, y tú eres para mi la mitad de mi alma, el agua clara en que me reflejo". La prueba se hace cada vez más dura, y Benedetta tiembla: "Temo que todo sea una ilusión, y la ilusión me hace temblar más que la desesperación. Conoce el alucinante miedo de la noche y pide ayuda: "¡Si supieras, Ana, cuánta necesidad tengo de ayuda! Deseo la verdad, no deseo sino esto, pero nadie sabe nada".
La verdad que ella busca comienza a dejarse sentir en su alma. Poco a poco se aplaca la tempestad. En esta dramática experiencia humana se prepara su resurrección. Benedetta descubre dentro de sí misma la riqueza de su vida interior. Estudiando segundo curso en el Instituto, anota en su Diario: "Me han preguntado en clase de latín. Apenas oía lo que el profesor me decía. ¡Qué figura debo hacer a ratos! Pero, ¿qué importa? Acaso algún día no oiré nada de lo que hablen los demás pero sí escucharé siempre la voz de mi alma, y éste es el verdadero camino que tengo que seguir". Realiza la elección de una vida que encuentra su más profundo sentido en los valores del espíritu.
ESCUCHABA Y HABLABA CON UNA MANO
Sorda y ciega, intentaba comunicarse con el alfabeto Braille que conocía, pasando los dedos de su mano, única que había quedado con sensibilidad, a formar las letras convencionales. Pero todavía no estaba habituada a este ejercicio de heroica paciencia. Poco a poco se le fue haciendo familiar. No le quedaba más que un hilito de voz apenas perceptible. Con la mano sensible y los signos Braille escuchaba y respondía, con palabras que son joyas de espiritualidad, grabadas de dolor y de alegría, nuevo misterio pascual al que el Esposo la quiso asociar tan profundamente.
En los años 1961 y 1962, para obedecer a un sacerdote, todavía pudo escribir en una agenda con su pobre mano e inmenso cansancio, unos pensamientos o meditaciones brevísimas que terminan con este pensamiento final: "La fe hace prodigios". El prodigio más grande de todos es el amor. Aniquilada en todas las fibras de su propio cuerpo, Benedetta sabe y vive por experiencia que nadie tiene un amor mayor que el que da su vida por los amigos. Sus jornadas, nos dice, "no son fáciles, son duras pero dulces porque Jesús está conmigo, con mi padecer, y me da suavidad en la soledad y luz en la oscuridad. Él me sonríe y acepta mi cooperación con Él".
"Cooperación, total abandono a la voluntad del Padre, olvido de sí mismo para habitar Él en nosotros". Así definió ella la caridad en uno de sus pensamientos conservados en la agenda. Y así la practicaba: "Mi deber no es sólo y no debe ser sólo examinarme, sino amar el sufrimiento de todos los que se acercan a mi cama y me dan o me piden la ayuda de una oración".
Sor Dominica, la religiosa que estuvo a su lado en la clínica en aquellas largas horas que siguieron a su imprevista ceguedad después de la última operación quirúrgica, nos da este testimonio: "No encontré otra persona que supiese soportar tantos sufrimientos como Benedetta. Hasta su cuarto de dolor estaba siempre radiante de alegría. Cualquiera que entraba a visitarla encontraba en ella luz y calor; confortaba serenamente, invitaba a todos al bien. Acercándose a ella, se percibía algo divino. Su cabecera era meta de muchos visitantes, sobre todo estudiantes que le pedían consejo".
PEREGRINA A LOURDES
En mayo de 1962 va por primera vez a Lourdes en el tren hospital de la UNITALSI. Es grande su abandono en manos de Dios, por más que abrigue un proyecto: "Deseo curarme para hacerme religiosa. He hecho voto de ello". Al regreso escribe: "He ido a pedir la curación, pero los criterios de Dios superan los nuestros; Dios lo hace todo para nuestro bien". A su lado, en la Gruta, yace en la camilla una señora joven, paralítica, María, que se desespera y llora. Benedetta la consuela, le toma la mano que estrecha entre las suyas como en una plegaria común: "La Virgencita está ahí, la Virgen te mira, María. Dile a la Virgencita que te ayude". Y Benedetta se recoge en profundo silencio. Al poco rato, María deja la camilla y camina. Al regresar, Benedetta escribe: "En nuestra peregrinación hemos tenido una curación milagrosa. ¡Qué emoción y qué gozo! La misericordia de Dios no tiene fronteras".
Tomado de Web Católico de Javier
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