28 de Diciembre DE 2009. (CicloC). LUNES. FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES, MÁRTIRES. SS. Antonio mj, Gaspar del Búfalo pb,
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 Jn 1,5-2,2. La sangre de Jesús nos limpia los pecados.
Sal 123. Hemos salvado la vida como un pájaro.
Mt 2, 13-18. Herodes mandó matar todos los niños en Belén.
PRIMERA LECTURA.
1Juan 1,5-2,2
La sangre de Jesús nos limpia los pecados
Queridos hermanos: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 123
R/.Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, / cuando nos asaltaban los hombres, / nos habrían tragado vivos: / tanto ardía su ira contra nosotros. R.
Nos habrían arrollado las aguas, / llegándonos el torrente hasta el cuello; / nos habrían llegado hasta el cuello / las aguas espumantes. R.
La trampa se rompió, y escapamos. / Nuestro auxilio es el nombre del Señor, / que hizo el cielo y la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 2,13-18
Herodes mandó matar a todos los niños en Belén
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo." José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: "Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto." Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: "Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 Jn 1,5-2,2. La sangre de Jesús nos limpia los pecados.
Sal 123. Hemos salvado la vida como un pájaro.
Mt 2, 13-18. Herodes mandó matar todos los niños en Belén.
PRIMERA LECTURA.
1Juan 1,5-2,2
La sangre de Jesús nos limpia los pecados
Queridos hermanos: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 123
R/.Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, / cuando nos asaltaban los hombres, / nos habrían tragado vivos: / tanto ardía su ira contra nosotros. R.
Nos habrían arrollado las aguas, / llegándonos el torrente hasta el cuello; / nos habrían llegado hasta el cuello / las aguas espumantes. R.
La trampa se rompió, y escapamos. / Nuestro auxilio es el nombre del Señor, / que hizo el cielo y la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 2,13-18
Herodes mandó matar a todos los niños en Belén
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo." José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: "Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto." Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: "Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 1,5-2,2
La fiesta de los santos inocentes, colocada tan próxima al misterio de Navidad, pone de relieve no sólo el don del martirio, sino la gran verdad que la muerte del inocente revela: la maldad del pecador, como Herodes, siembra odio y muerte, mientras el amor del justo inocente, como Jesús, porta frutos de vida y de salvación. También la Carta de Juan nos presenta el mundo dividido en dos partes: el de la luz, el mundo de Dios, y el de las tinieblas, el mundo de Satán. Quien «camina en la luz» y «practica la verdad» (v. 7-8) vive en comunión con Dios y con los hermanos y es purificado de todo pecado por la sangre de Jesús derramada en la cruz. Quien, por el contrario, «camina en las tinieblas» y «no practica la verdad» (vv 6-8) se engaña a sí mismo, no vive en comunión con Cristo ni con los hermanos y está lejos de la salvación. Los verdaderos creyentes, en efecto, reconocen ante Dios y ante sí mismos su pecado, lo confiesan y, confiando en el Señor, «justo y fiel» (v. 9), son salvados. Los malvados, por el contrario, no reconocen sus pecados, hacen vano el sacrificio de Jesús y su Palabra de vida no puede transformarlos interiormente.
En conclusión, Juan exhorta al cristiano a recurrir a Jesús como «abogado junto al Padre» (v. 1), porque es Él quien expía no sólo los pecados de sus fieles, sino los de la humanidad entera. Cierto, el cristiano no debe pecar, pero en el caso de tener la experiencia del pecado, lo más importante es reconocerse pecador y, confiando en la misericordia de Aquel que puede liberarlo de su pobreza moral, restablecer inmediatamente la comunión con Dios.
Comentario del Salmo 123
Es un salmo de acción de gracias colectiva. Un grupo de personas («... de nuestra parte», «... los hombres nos asaltaron», «nos habrían...», «escapamos», etc.) recuerda las terribles situaciones de peligro que ha superado y, por eso, da gracias al autor de estos gestos de liberación. Nótese que los verbos están en pasado («hubiera estado», «nos asaltaron», «no nos entregó», «se rompió», etc.).
El salmo no tiene introducción. Tal vez el último versículo se pueda considerar como conclusión. Pero todo inclina a pensar que, al igual que en otros «cánticos de las subidas» (Sal 120- 134), la introducción y la conclusión han sido eliminadas, quedando solamente el núcleo o cuerpo. Este se presenta muy bien estructurado, Con un eje central, constituido por la expresión « ¡Bendito sea el Señor! Él no nos entregó como presa para sus dientes». En torno a él giran los demás versículos, que se corresponden por parejas. Podemos compararlo con una procesión: en cabeza, él solo. Detrás, abriendo las dos filas, las parejas de versículos. A la derecha, van los versículos 3 y 5 y, a la izquierda, el 7. Inmediatamente detrás, a la derecha, sigue el comienzo del salmo y, a la izquierda, su final (8). Las parejas de versículos se combinan bien entre sí. De hecho, los versículos 3-5 y 7 exponen los peligros a que ha habido que hacer frente. Los versículos también están en consonancia. Los primeros afirman que el Señor ha estado presente en medio del peligro. “¡El último (8) confirma que «nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el ciclo y la tierra!”. En los primeros, podernos ver cómo este grupo está rodeado de personas interesadas en saber qué es lo que le había pasado y por qué ha subido al templo para dar gracias. A los presentes se les llama «Israel», y el grupo les pide que se sumen a su convicción, formulada con la expresión: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte...».
Este salmo está lleno de imágenes tomadas de la vida en el campo (el pájaro, la caza) y de la contemplación de los fenómenos de la naturaleza (la corriente de agua, el incendio).
Este salmo surgió en medio de un grupo de personas que había experimentado la liberación de parte del Señor, compañero de camino y de luchas. El grupo se encuentra en el templo de Jerusalén para dar gracias y, tal vez, para ofrecer un sacrificio de acción de gracias. Está rodeado de curiosos que quieren saber qué es lo que les había pasado. Por eso, este salmo tiene una función catequética.
Vale la pena detenerse a considerar la riqueza de detalles con que se describe la situación de peligro que se ha superado. Es como si este grupo, sin esperárselo, hubiera caído en manos de sus asaltantes («cuando los hombres nos asaltaron»). La violencia de estos «asaltantes» es comparable a la de las fieras salvajes que devoran a la gente («nos habrían tragado vivos») o a un incendio que mata por sorpresa («tal era el fuego de su ira»). Los enemigos de este grupo parecen ser «hombres-asaltantes», «hombres -fieras» y «hombres-fuego» (2-3).
La descripción del conflicto continúa con la imagen de las aguas espumeantes que les llegan hasta el cuello (4-5).
Una inundación inesperada es tan peligrosa y tan destructiva como la violencia de un asalto, de las fieras salvajes o del incendio. Esta imagen tal vez esté basada en hechos habituales en la Palestina de entonces. Visto que apenas existían los caminos y teniendo presente que Jerusalén queda en lo alto de unos montes, muchos viajeros y peregrinos se arriesgaban a subir a la capital y al templo por los lechos secos de corrientes estacionales. En efecto, si se pusiera a llover de repente en lo alto de los montes, la gente que viajara por estas ramblas se vería sorprendida por el aluvión, corriendo un grave peligro. Hubo muchos que murieron por esa causa. Con lo dicho, no se quiere afirmar que este grupo se haya visto en una circunstancia semejante. La situación con que tuvo que enfrentarse fue tan grave, que se imaginan en la situación de estos viajeros.
Tenemos otras dos imágenes de gran intensidad tomadas de la vida salvaje. Este grupo, sin darse cuenta, se sintió como si las fauces de unos «hombres-fiera» y poco faltó para que sirvieran de presa para sus dientes (6b). Se sintió como un pájaro que ha caído en las redes de un cazador. Pero, de manera milagrosa, la red se rompió y el grupo quedó en libertad (7). Casi les sirven de «merienda» a unos «hombres-cazadores» en sustitución de unos pajarillos.
Peligros repentinos, violencia inimaginable, pérdida de esperanza, liberación extraordinaria y acción de gracias constituyen la realidad que dio origen a este salmo. La mayor parte de las imágenes están tomadas de la vida en el campo. ¿Quiénes podían ser los feroces enemigos de este grupo?
Como ya hemos indicado, el motor de este salmo es el versículo 6: “¡Bendito sea el Señor”! El no nos entregó como presa para sus dientes». Además, tenemos que tener presente el inicio y el final del salmo, sobre todo, las expresiones «si el Señor no hubiera estado de nuestra parte» y «nuestro auxilio es el nombre del Señor». Todo esto nos sitúa en el corazón de la alianza entre Dios y su pueblo. Si es cierto que el nombre propio de Dios —Yavé, el Señor— corresponde a «liberador», entonces podemos afirmar que este salmo proporciona uno de los más interesantes y enérgicos retratos del Dios aliado de Israel. Nótese que no se menciona en absoluto el clamor por parte del grupo. ¿Por qué el Señor lo liberó de forma inesperada de una situación tan grave y, además, de manera tan extraordinaria? Por otro lado, conviene recordar lo que ya hemos dicho a propósito del salmo 121: el único auxilio capaz de liberar tanto a individuos como al pueblo es el Señor. Repasando todo el Antiguo Testamento, llegamos a la siguiente conclusión: sólo el Señor ha sido el socorro y el auxilio de su pueblo, pues sólo él es el aliado fiel. Su fidelidad libera antes incluso de que la gente empiece a pedir socorro. Él es el aliado que está «de nuestra parte».
Este salmo también presenta a Dios como creador del cielo y de la tierra (8b), como el Señor de todo y de todos. Como ya hemos dicho en el análisis de otros salmos que presentan a Dios con esta característica, el descubrimiento del Dios creador tiene lugar mucho tiempo después de la experiencia del Dios liberador. La primera experiencia que vivió Israel fue la del Dios liberador. Mucho más tarde (en tiempos del exilio en Babilonia y en la época posterior) empezó a sentirlo y a verlo como creador.
Mateo llama a Jesús “Enmanuel” —Dios con nosotros—, el Dios que está de nuestra parte hasta el final de los tiempos (Mt 1,23; 28,20). Juan, por su parte, lo presenta como la máxima expresión del amor fiel de Dios (Jn 1,17-1 8).
Comentario de Santo Evangelio: Mateo 2,13-18.
El fragmento del evangelio de la infancia de Mateo narra una de las muchas pruebas de incomodidad y de sufrimiento vividas por la familia de Nazaret. Partidos los Magos, José, advertido en sueños por el ángel del Señor, lleva a María y al Niño a Egipto para escapar del odio homicida de Herodes que, —en su locura— ha decidido matar a los recién nacidos del territorio de Belén (vv. 14-16). La Sagrada Familia experimenta así, integrada en una dolorosa vivencia de persecución un período de huida de su propia tierra, de incertidumbre acerca del propio destino, de marginación y de rechazo.
El lenguaje escueto de Mateo sugiere que para esta familia no hay especiales privilegios respecto de las otras. Jesús es un Dios venido a nosotros, pero su gloria está encerrada en una apariencia de derrota. En su camino no hay sólo Magos que lo buscan, hay también un Herodes que, a la noticia de su nacimiento se turba. Jesús permanece signo de contradicción: hay quien lo busca para adorarlo y quien lo busca para matarlo.
En realidad, el relato evangélico en su contexto pone de relieve también otro tema: la vivencia humana de Jesús, ya desde su infancia, es leída sobre la falsilla de la vida de Moisés y de su pueblo. El nacimiento de Moisés y de Jesús coincide en la matanza de niños hebreos inocentes (Ex 1,8-2,10 y Mt 2,13-18); ambos van a Egipto (Ex 3,10; 4,19 y Mt 2,13-14), en ambos se cumple la Palabra: «De Egipto llamé a mi hijo» (Ex 4,22; Os 11,1 y Mt 2,15). Por último, la profecía sobre Raquel que llora a sus hijos (Jr 31,15) nos recuerda que Jesús es el Mesías buscado y rechazado, en quien se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.
Para entender la vivencia humana de Jesús a través del relato bíblico es muy necesario conocer la clave de lectura del texto que se mueve en dos niveles: el de la historia y el de la fe. El escritor sagrado, sin traicionar el dato histórico, como el de la matanza de los inocentes y la huida de Jesús a Egipto, sino partiendo de estos, recompone cada uno de los hechos leyéndolos en fe y los transfigura con la luz del profundo misterio que encierran: El Niño Jesús, que se pone en manos de los hombres, no es el que huye del enemigo por miedo, es el verdadero vencedor, porque es en su libre obediencia donde nos revela el rostro del Padre y el amor gratuito con el que se nos ha entregado. Si el mundo con su pecado rechaza al Mesías, en realidad es él el derrotado, porque es Cristo quien lo juzga. Si el rechazo y la marginación son el momento de la humillación y de la debilidad de Cristo, en realidad es aquí donde comienza su triunfo con la glorificación que le devolverá el Padre.
También el cristiano puede rechazar a Cristo y ser culpable de pecado, renegando del amor de Dios, pero cree, a pesar de todo, que sus pecados no son obstáculo permanente a la comunión con Dios. El cristiano sabe que es posible transformar el alejamiento en cercanía, que toda realidad adversa puede ser superada por la acción misteriosa de Dios en Cristo, que es no sólo el verdadero intercesor junto al Padre, sino el medio extraordinario de expiación por los pecados de todos los hombres.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 2,13-23, para nuestros Mayores. La huida a Egipto, la matanza de los inocentes y Jesús se va a Nazaret.
El capítulo segundo del evangelio según Mateo concluye con tres episodios acomunados por el tema del rechazo del Mesías por parte de su pueblo. Esa hostilidad pesa sobre Jesús desde la infancia; sin embargo, experimenta la protección del Padre celestial a través de su padre según la ley, José, cuya obediencia pronta y confiada permite el cumplimiento del designio divino de salvación.
La Sagrada Familia, perseguida por Herodes, encuentra refugio en Egipto, país que había ofrecido a menudo un refugio de emergencia a los judíos; precisamente en el éxodo de aquella tierra nació Israel como pueblo y como hijo predilecto de Dios (cf. Os 11,1). Sin embargo, la profecía de Oseas sólo se realiza en Jesús, puesto que él es verdaderamente el Hijo de Dios (v. 15). Otra cita bíblica (cf. Jr 31,15) interpreta la segunda escena de este pasaje: la matanza de los inocentes (v. 18); sin embargo, no aparece en ella la expresión acostumbrada: «a fin de que se cumpliera»; el evangelista indica así que Dios había previsto desde siempre —aunque él no lo había querido— la matanza llevada a cabo por Herodes. La elección de este pasaje depende de la proximidad de la tumba de Raquel en Belén y del hecho de que el texto profético, referido al exilio, continúa preanunciando el retorno futuro: puesto que Jesús es el «santo resto» que vuelve a la tierra de Israel.
En el tercer cuadro (vv. 19-23) se explica la procedencia de Jesús de Nazaret. Los textos sagrados ignoraban esta aldea, y por eso muchos judíos no creían en el mesiazgo de Jesús. Mateo refrita la objeción empleando el adjetivo nazoraios, que recuerda temas proféticos importantes a través de la asonancia con términos clave: neser, el retoño mesiánico que brotará del tronco de Jesé (Is 11,1); nasur, resto, y el adjetivo nazir, consagrado a Dios. El capítulo 2 concluye asimismo con la imposición del nombre: según la indicación del ángel, José llamó Jesús al hijo nacido de María, mientras que la gente le llamará Nazareno, según la indicación de los profetas. ¿Cómo no recordar la imposición extrema del nombre —Rey de los judíos— en el titulum de la cruz (cf. Mt 27,37; Jn 19,19)?
La escucha meditativa de la Palabra hace pasar ante la mirada del corazón tristísimas imágenes que pertenecen también a nuestro tiempo: filas de refugiados sin número, emigrantes obligados a una precariedad humillante, niños que son objeto de todo tipo de violencia y de explotación. Si nos sacude un estremecimiento de compasión, podemos intuir la compasión de Dios. El ha respondido desde siempre a la prepotencia, al egoísmo, a los abusos de la libertad humana, no con la omnipotencia, sino con el amor que se hace cargo de los fardos aplastantes que imponemos a los otros cuando perseguimos nuestros intereses a toda costa. Dios «no perdonó a su propio Hijo...» (Rom 8,32). No le dispensó, desde la infancia, de la condición de perseguido, de refugiado, de emigrante, de hombre sin futuro. Y ello para dar un horizonte de esperanza a todos sus hijos.
En verdad, la Palabra que se nos ofrece es «evangelio», buena noticia: el Señor asume cada situación de pobreza para rescatarla, para poder reconducir también el mal —ese mal que Dios no quiere— a un fin salvífico; tal vez no lo veamos realizado en el breve segmento de nuestra vida, pero en un determinado momento, fijado por él, se realizará. En Jesús se ha realizado ya y en él está presente todo acontecimiento futuro. También nosotros, injertados en él por la fe y el bautismo, tenemos como don y como tarea la posibilidad de apresurar el camino de la humanidad hacia su meta. Podemos hacerlo —como hizo Jesús— mediante una compasión sin medida, es decir, una atención sincera, gratuita y concreta a quien roza nuestras seguridades y se queda aislado: cuántas situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en nuestros recorridos diarios, y nunca les hemos hecho caso...
¿Estamos dispuestos a correr el riesgo de la generosidad? «Dios no perdonó a su propio hijo...»
Comentario del Santo Evangelio: Mt 2, 1.3-16 y 2, 13-15. 19-23, de Joven para Joven. Huida a Egipto y regreso a Nazaret.
La crueldad de Herodes, particularmente al final de su vida, se hizo proverbial hasta en Roma. En sus últimos años mandó matar a tres de sus hijos y dio un decreto para que fuesen eliminados los principales de entre los judíos (decreto que no fue ejecutado por haber muerto el tirano). Las medidas tomadas en relación «con el recién nacido, rey de los judíos» intentaban no tanto eliminar un pretendiente al trono cuanto evitar posibles disensiones en Judea. Desde este punto de vista la perícopa encaja dentro de la verosimilitud histórica. Pero, junto a los detalles históricos, es necesario acentuar que el relato contiene también rasgos teológicos y apologéticos, que son los primarios en la intención del narrador, y un tenor narrativo bastante legendario.
Nuestro texto refleja no sólo lo ocurrido en el momento del nacimiento de Jesús, sino también la situación que vivía la Iglesia cuando fue puesto por escrito el evangelio de Mateo. Una de las acusaciones judías contra los cristianos consistió en afirmar que Jesús había practicado la magia que aprendiera en Egipto. Nuestro relato niega rotundamente esta acusación reconociendo que Jesús había estado en Egipto, pero cuando esto ocurrió era recién nacido. La acusación carecía, por tanto, de valor. Estamos ante un motivo apologético.
De los grandes hombres de la antigüedad se afirmaban historias parecidas de cruel persecución para ser eliminados. Así ocurrió con Rómulo y Remo, Augusto, Sargón, Ciro... Aquí encontraríamos el tenor legendario de nuestra historia. Pero por encima de él se levanta nuestro autor recordando el eco no de héroes paganos sino de Moisés, el fundador del antiguo pueblo de Dios. También un faraón impío quiso eliminarlo. Así cumple Mateo su propósito de presentar a Jesús como un nuevo Moisés, cosa que tendrá muy presente en otras ocasiones de su evangelio. Hemos entrado en el fin teológico de nuestra perícopa.
Jesús es el nuevo Moisés y corre su misma suerte: es perseguido y tiene que huir (Ex 4, 19). Pero el contenido teológico no se agota aquí. En el regreso a Palestina se cumple la Escritura que dice «de Egipto llamé a mi hijo». La cita está tomada del profeta Oseas (Os 11, 1) y originariamente se refería al Éxodo de Israel de Egipto: «Israel es mi hijo, mi primogénito» (Ex 4, 22). Mateo aplica la cita a Jesús porque, según la creencia generalizada en el judaísmo, el tiempo del Mesías reactualizaría el tiempo de Moisés. El evangelista, por tanto, está afirmando que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios por excelencia, que corre la misma suerte que el pueblo al que viene a salvar.
La intervención divina ordena a José que se establezca en Nazaret. A la muerte de Herodes su reino quedó dividido entre sus tres hijos: Arquelao heredó Judea, Samaria e Idumea; a Herodes Antipas le correspondió Galilea y Perea y Felipe quedó al frente de la parte oriental y del norte de Galilea. El más cruel entre ellos fue Arquelao. Esta situación se halla perfectamente reflejada en el relato de Mateo. José, por razones de seguridad, va a vivir a Nazaret.
Al establecerse en Nazaret se cumple, así lo anota el evangelista, otra profecía: «sería llamado nazareno». Efectivamente, así fue llamado Jesús y así fueron llamados también los cristianos (He 24, 5). Pero el Antiguo Testamento no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que Mateo identifica la palabra nossri, nazareno, con nesser, que significa el brote o vástago de una planta. Según esto, la Escritura cumplida sería la de Isaías (Is 11, 1: un renuevo… un vástago sale del tronco de Isaí). También del siervo de Yavé se dice «como un retoño creció ante nosotros...» (Is 53, 2). Esta referencia a la Escritura sería un argumento más a favor de la mesianidad de Jesús.
Llama la atención la frase «para que se cumpliese la Escritura» repetida tantas veces en este capítulo segundo. En otras ocasiones, en lugar de citar expresamente la Escritura, se alude a la mentalidad y esperanzas de la época. Al hacerlo así, Mateo pretende afirmar que, en Jesús, se cumplen todas las esperanzas: él es el nuevo Moisés, el libertador, fundador del nuevo pueblo de Dios, el Mesías oculto y perseguido, y a través de él se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.
Elevación Espiritual para este día.
Con la persecución de los santos el cruel tirano es burlado, porque, mientras cree perder a aquellos que mata, les procura un estado de vida mejor. Ellos transforman en beneficio lo que él trama para su perdición: a través de un daño momentáneo, adquieren por vía rápida la ganancia de la vida eterna. Así estos párvulos se convierten en un instante en mártires. La fiesta de Navidad termina con el coro de ángeles jubilosos en lo alto, pero la alabanza fue perfecta en la boca de los niños y de los lactantes aquí abajo. Las trompetas de su victoria resuenan hasta los cielos. Se transformó en gloria el vagido de los bebés y su luto en júbilo; el ejército de los inocentes no sigue a la estrella, sino al Cordero y lleva la solemne bandera de su gloriosísimo triunfo. Abiertos sus párpados, contemplaron la Luz y obtuvieron instantáneamente la bienaventuranza prometida a los pacíficos y a los limpios de corazón.
Estos, pues, transportados de la cuna al cielo, se han convertido en senadores y jueces del Capitolio celestial. Ellos presencian las decisiones divinas, de misericordia o de castigo, pero más a menudo siguen al Cordero a dondequiera que vaya, con mansedumbre más que con desdén o severidad.
Reflexión Espiritual para el día.
Independientemente de los beneficios que de ello derivan para nosotros, es justo y es un deber celebrar as la muerte de los santos inocentes porque fue una muerte bendita. Acercarse a Cristo, sufrir por El es ciertamente un privilegio indescriptible —sufrir de algún modo, incluso desconociéndolo—. Los niños que Él cogió en brazos no eran conscientes de su afectuosa benevolencia, pero su bendición ¿no fue quizás un privilegio? Cierto que esta masacre contenía en sí la naturaleza de un sacramento; era prenda del amor del Hijo de Dios hacia los interesados. Cuantos se acercaron a Él sufrieron en mayor o menor grado por habérsele aproximado, justamente como si el sufrimiento y la tribulación terrena emanaran de Él, como un precioso beneficio para el bien de sus almas — y en este número están incluidos estos niños—.
Cierto que su misma presencia era un sacramento. Cada uno de sus movimientos, cada una de sus miradas y cada una de sus palabras llevaban la gracia a quien estaba dispuesto a recibirla y todavía más: el hecho de ser sus compañeros. En consecuencia, en los tiempos antiguos, estos bárbaros homicidios o el martirio eran considerados como una especie de bautismo, un bautismo de sangre, que contenía en sí una fuerza sacramental que sustituía la fuente bautismal para la regeneración. Consideremos a estos pequeños como si, en cierto sentido, fuesen mártires y veamos qué enseñanza podemos sacar del ejemplo de su inocencia.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 1, 5—2, 2 (1, 5-9/1, 6-7. 9/1, 8—2, 2). Dios es luz.
Dios es luz. Caminemos en la luz. La dignidad de Cristo ha sido expuesta en los versos precedentes. Ahora bien, la dignidad de una persona obliga a aceptar su mensaje. Y Jesús ha traído este mensaje fundamental: que Dios es luz y, consiguientemente, que debemos caminar en la luz.
La luz alegra e ilumina; pero esto es lo de menos en nuestro caso. La luz es símbolo de todo lo bueno y lo puro (Jn 3, 19-20). Lo contrario, lo malo, se halla simbolizado en las tinieblas. Pero el autor de nuestra carta no pretende adentrarse en especulaciones sobre la naturaleza de Dios. Únicamente establece las bases necesarias para deducir las implicaciones morales que el ser de Dios impone al cristiano. Luz-tinieblas, bueno-malo, verdad-mentira, gracia-pecado... son incompatibles, no pueden unirse en el mismo sujeto. Esto, debe aplicarse a la vida cristiana. La unión con Dios, esencia de la vida cristiana, le impone la necesidad implacable de ser consciente de las exigencias que esta unión implica. Si el hombre se mueve en las tinieblas, es un mentiroso cuando habla de su unión con Dios. El principio es universalmente válido. Juan lo expone dirigiéndose directamente a los gnósticos, que hablaban mucho del conocimiento y de la unión con Dios y desconocían prácticamente las exigencias ético-morales que esta unión lleva consigo. ¿Cómo hablar de la unión con Dios sin romper con el pecado? Aquella actitud gnóstica es igualmente condenable en los cristianos que pueden verse contagiados por la misma mentalidad. A ello alude al decir “andamos en tinieblas”. Obrar con verdad o hacer la verda significa obrar en conformidad con la verdad de Dios manifestrada en Cristo (Jn 3, 21).
Al andar en tinieblas se opone el caminar en la luz. Y el andar en la luz significa vivir en comunión con Dios y con los hermanos, Sólo el pecado rompe esta comunión. ¿Cómo puede garantizarse que el pecado no rompa esta unión incluso en aquel que quiere caminar en la luz? Porque son muchas las experiencias que el creyente tiene del pecado en su propia vida. La única seguridad ante esta experiencia amarga del pecado en la propia vida nos la ofrece la sangre de Cristo (2, 2; 4, 10). La expresión tiene profundas raíces veterotestamentarias: la expiación por la sangre. El mismo principio fue aplicado a la muerte de Cristo (Is 53; Jn 1,29; Ap 7, 14). La liberación del obstáculo a esa comunión con Dios la tiene el hombre no por sí mismo —él tiene, mas bien, la experiencia de su impotencia frente al pecado—, sino que le es regalada por Dios en Cristo.
Tener la comunión con Dios y andar en la luz no son sinónimos de poseer la impecabilidad. También el cristiano peca y tiene conciencia de ello. No reconocerlo sería un engaño; la verdad no estaría en él. También aquí las afirmaciones de nuestro autor parecen tener delante la mentalidad de los enemigos gnósticos que decían poseer el espíritu y estar totalmente libres del pecado. Esta pretensión se halla contradicha por la misma experiencia cristiana y por la naturaleza del hombre. La novedad de la vida cristiana no elimina la vieja condición humana con su propensión al pecado. Se necesita, por el contrario, confesar los propios pecados. Es la actitud que Dios exige del pecador para derramar su gracia sobre él. Dios es presentado aquí como justo y fiel. Una vez más demostrará su proverbial fidelidad a la alianza y la justicia que debe hacer a la sangre de su Hijo derramada a favor del pecador. La Iglesia no es una comunidad de puros y perfectos que nunca hayan pecado, sino una comunidad que cree que sus pecados no son un obstáculo permanente para poder acercarnos a Dios. Hay algo que puede convertir la lejanía en proximidad.
Quien dice que no tiene pecado no sólo es un mentiroso, que se engaña a sí mismo (esto ya lo ha dicho Juan), sino que hace mentiroso también a Dios (en este sentido, al volver sobre el mismo tema, el pensamiento ha progresado). Precisamente la revelación de Dios en Cristo da a conocer lo que es el pecado. Más aún, esta revelación afirma terminantemente que todos, sin excepción, participan del mismo denominador común de culpabilidad (la Carta a los Romanos tiene como punto esencial de partida esta culpabilidad universal, a remediar la cual salió al paso Dios en Cristo; ver sobre todo Rom 3, 20b; Gál 3, 22. 24). La palabra misma de Dios contradice la pretendida inocencia humana. El pensar en la propia inocencia equivale a marchar por los propios caminos, no por los de Dios.
El pecado es una realidad en la vida cristiana. Una realidad sombría únicamente superable por la acción de Dios en Cristo. Pero, precisamente desde ella, surge el imperativo de la lucha contra el pecado: no pequéis. La comunión con Dios puede ser rota por el pecado. Cuando esto ocurre, el cristiano debe recordar que Jesucristo es su intercesor y defensor ante el Padre. Más aún, Cristo es el medio de expiación por los pecados cometidos.
La fiesta de los santos inocentes, colocada tan próxima al misterio de Navidad, pone de relieve no sólo el don del martirio, sino la gran verdad que la muerte del inocente revela: la maldad del pecador, como Herodes, siembra odio y muerte, mientras el amor del justo inocente, como Jesús, porta frutos de vida y de salvación. También la Carta de Juan nos presenta el mundo dividido en dos partes: el de la luz, el mundo de Dios, y el de las tinieblas, el mundo de Satán. Quien «camina en la luz» y «practica la verdad» (v. 7-8) vive en comunión con Dios y con los hermanos y es purificado de todo pecado por la sangre de Jesús derramada en la cruz. Quien, por el contrario, «camina en las tinieblas» y «no practica la verdad» (vv 6-8) se engaña a sí mismo, no vive en comunión con Cristo ni con los hermanos y está lejos de la salvación. Los verdaderos creyentes, en efecto, reconocen ante Dios y ante sí mismos su pecado, lo confiesan y, confiando en el Señor, «justo y fiel» (v. 9), son salvados. Los malvados, por el contrario, no reconocen sus pecados, hacen vano el sacrificio de Jesús y su Palabra de vida no puede transformarlos interiormente.
En conclusión, Juan exhorta al cristiano a recurrir a Jesús como «abogado junto al Padre» (v. 1), porque es Él quien expía no sólo los pecados de sus fieles, sino los de la humanidad entera. Cierto, el cristiano no debe pecar, pero en el caso de tener la experiencia del pecado, lo más importante es reconocerse pecador y, confiando en la misericordia de Aquel que puede liberarlo de su pobreza moral, restablecer inmediatamente la comunión con Dios.
Comentario del Salmo 123
Es un salmo de acción de gracias colectiva. Un grupo de personas («... de nuestra parte», «... los hombres nos asaltaron», «nos habrían...», «escapamos», etc.) recuerda las terribles situaciones de peligro que ha superado y, por eso, da gracias al autor de estos gestos de liberación. Nótese que los verbos están en pasado («hubiera estado», «nos asaltaron», «no nos entregó», «se rompió», etc.).
El salmo no tiene introducción. Tal vez el último versículo se pueda considerar como conclusión. Pero todo inclina a pensar que, al igual que en otros «cánticos de las subidas» (Sal 120- 134), la introducción y la conclusión han sido eliminadas, quedando solamente el núcleo o cuerpo. Este se presenta muy bien estructurado, Con un eje central, constituido por la expresión « ¡Bendito sea el Señor! Él no nos entregó como presa para sus dientes». En torno a él giran los demás versículos, que se corresponden por parejas. Podemos compararlo con una procesión: en cabeza, él solo. Detrás, abriendo las dos filas, las parejas de versículos. A la derecha, van los versículos 3 y 5 y, a la izquierda, el 7. Inmediatamente detrás, a la derecha, sigue el comienzo del salmo y, a la izquierda, su final (8). Las parejas de versículos se combinan bien entre sí. De hecho, los versículos 3-5 y 7 exponen los peligros a que ha habido que hacer frente. Los versículos también están en consonancia. Los primeros afirman que el Señor ha estado presente en medio del peligro. “¡El último (8) confirma que «nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el ciclo y la tierra!”. En los primeros, podernos ver cómo este grupo está rodeado de personas interesadas en saber qué es lo que le había pasado y por qué ha subido al templo para dar gracias. A los presentes se les llama «Israel», y el grupo les pide que se sumen a su convicción, formulada con la expresión: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte...».
Este salmo está lleno de imágenes tomadas de la vida en el campo (el pájaro, la caza) y de la contemplación de los fenómenos de la naturaleza (la corriente de agua, el incendio).
Este salmo surgió en medio de un grupo de personas que había experimentado la liberación de parte del Señor, compañero de camino y de luchas. El grupo se encuentra en el templo de Jerusalén para dar gracias y, tal vez, para ofrecer un sacrificio de acción de gracias. Está rodeado de curiosos que quieren saber qué es lo que les había pasado. Por eso, este salmo tiene una función catequética.
Vale la pena detenerse a considerar la riqueza de detalles con que se describe la situación de peligro que se ha superado. Es como si este grupo, sin esperárselo, hubiera caído en manos de sus asaltantes («cuando los hombres nos asaltaron»). La violencia de estos «asaltantes» es comparable a la de las fieras salvajes que devoran a la gente («nos habrían tragado vivos») o a un incendio que mata por sorpresa («tal era el fuego de su ira»). Los enemigos de este grupo parecen ser «hombres-asaltantes», «hombres -fieras» y «hombres-fuego» (2-3).
La descripción del conflicto continúa con la imagen de las aguas espumeantes que les llegan hasta el cuello (4-5).
Una inundación inesperada es tan peligrosa y tan destructiva como la violencia de un asalto, de las fieras salvajes o del incendio. Esta imagen tal vez esté basada en hechos habituales en la Palestina de entonces. Visto que apenas existían los caminos y teniendo presente que Jerusalén queda en lo alto de unos montes, muchos viajeros y peregrinos se arriesgaban a subir a la capital y al templo por los lechos secos de corrientes estacionales. En efecto, si se pusiera a llover de repente en lo alto de los montes, la gente que viajara por estas ramblas se vería sorprendida por el aluvión, corriendo un grave peligro. Hubo muchos que murieron por esa causa. Con lo dicho, no se quiere afirmar que este grupo se haya visto en una circunstancia semejante. La situación con que tuvo que enfrentarse fue tan grave, que se imaginan en la situación de estos viajeros.
Tenemos otras dos imágenes de gran intensidad tomadas de la vida salvaje. Este grupo, sin darse cuenta, se sintió como si las fauces de unos «hombres-fiera» y poco faltó para que sirvieran de presa para sus dientes (6b). Se sintió como un pájaro que ha caído en las redes de un cazador. Pero, de manera milagrosa, la red se rompió y el grupo quedó en libertad (7). Casi les sirven de «merienda» a unos «hombres-cazadores» en sustitución de unos pajarillos.
Peligros repentinos, violencia inimaginable, pérdida de esperanza, liberación extraordinaria y acción de gracias constituyen la realidad que dio origen a este salmo. La mayor parte de las imágenes están tomadas de la vida en el campo. ¿Quiénes podían ser los feroces enemigos de este grupo?
Como ya hemos indicado, el motor de este salmo es el versículo 6: “¡Bendito sea el Señor”! El no nos entregó como presa para sus dientes». Además, tenemos que tener presente el inicio y el final del salmo, sobre todo, las expresiones «si el Señor no hubiera estado de nuestra parte» y «nuestro auxilio es el nombre del Señor». Todo esto nos sitúa en el corazón de la alianza entre Dios y su pueblo. Si es cierto que el nombre propio de Dios —Yavé, el Señor— corresponde a «liberador», entonces podemos afirmar que este salmo proporciona uno de los más interesantes y enérgicos retratos del Dios aliado de Israel. Nótese que no se menciona en absoluto el clamor por parte del grupo. ¿Por qué el Señor lo liberó de forma inesperada de una situación tan grave y, además, de manera tan extraordinaria? Por otro lado, conviene recordar lo que ya hemos dicho a propósito del salmo 121: el único auxilio capaz de liberar tanto a individuos como al pueblo es el Señor. Repasando todo el Antiguo Testamento, llegamos a la siguiente conclusión: sólo el Señor ha sido el socorro y el auxilio de su pueblo, pues sólo él es el aliado fiel. Su fidelidad libera antes incluso de que la gente empiece a pedir socorro. Él es el aliado que está «de nuestra parte».
Este salmo también presenta a Dios como creador del cielo y de la tierra (8b), como el Señor de todo y de todos. Como ya hemos dicho en el análisis de otros salmos que presentan a Dios con esta característica, el descubrimiento del Dios creador tiene lugar mucho tiempo después de la experiencia del Dios liberador. La primera experiencia que vivió Israel fue la del Dios liberador. Mucho más tarde (en tiempos del exilio en Babilonia y en la época posterior) empezó a sentirlo y a verlo como creador.
Mateo llama a Jesús “Enmanuel” —Dios con nosotros—, el Dios que está de nuestra parte hasta el final de los tiempos (Mt 1,23; 28,20). Juan, por su parte, lo presenta como la máxima expresión del amor fiel de Dios (Jn 1,17-1 8).
Comentario de Santo Evangelio: Mateo 2,13-18.
El fragmento del evangelio de la infancia de Mateo narra una de las muchas pruebas de incomodidad y de sufrimiento vividas por la familia de Nazaret. Partidos los Magos, José, advertido en sueños por el ángel del Señor, lleva a María y al Niño a Egipto para escapar del odio homicida de Herodes que, —en su locura— ha decidido matar a los recién nacidos del territorio de Belén (vv. 14-16). La Sagrada Familia experimenta así, integrada en una dolorosa vivencia de persecución un período de huida de su propia tierra, de incertidumbre acerca del propio destino, de marginación y de rechazo.
El lenguaje escueto de Mateo sugiere que para esta familia no hay especiales privilegios respecto de las otras. Jesús es un Dios venido a nosotros, pero su gloria está encerrada en una apariencia de derrota. En su camino no hay sólo Magos que lo buscan, hay también un Herodes que, a la noticia de su nacimiento se turba. Jesús permanece signo de contradicción: hay quien lo busca para adorarlo y quien lo busca para matarlo.
En realidad, el relato evangélico en su contexto pone de relieve también otro tema: la vivencia humana de Jesús, ya desde su infancia, es leída sobre la falsilla de la vida de Moisés y de su pueblo. El nacimiento de Moisés y de Jesús coincide en la matanza de niños hebreos inocentes (Ex 1,8-2,10 y Mt 2,13-18); ambos van a Egipto (Ex 3,10; 4,19 y Mt 2,13-14), en ambos se cumple la Palabra: «De Egipto llamé a mi hijo» (Ex 4,22; Os 11,1 y Mt 2,15). Por último, la profecía sobre Raquel que llora a sus hijos (Jr 31,15) nos recuerda que Jesús es el Mesías buscado y rechazado, en quien se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.
Para entender la vivencia humana de Jesús a través del relato bíblico es muy necesario conocer la clave de lectura del texto que se mueve en dos niveles: el de la historia y el de la fe. El escritor sagrado, sin traicionar el dato histórico, como el de la matanza de los inocentes y la huida de Jesús a Egipto, sino partiendo de estos, recompone cada uno de los hechos leyéndolos en fe y los transfigura con la luz del profundo misterio que encierran: El Niño Jesús, que se pone en manos de los hombres, no es el que huye del enemigo por miedo, es el verdadero vencedor, porque es en su libre obediencia donde nos revela el rostro del Padre y el amor gratuito con el que se nos ha entregado. Si el mundo con su pecado rechaza al Mesías, en realidad es él el derrotado, porque es Cristo quien lo juzga. Si el rechazo y la marginación son el momento de la humillación y de la debilidad de Cristo, en realidad es aquí donde comienza su triunfo con la glorificación que le devolverá el Padre.
También el cristiano puede rechazar a Cristo y ser culpable de pecado, renegando del amor de Dios, pero cree, a pesar de todo, que sus pecados no son obstáculo permanente a la comunión con Dios. El cristiano sabe que es posible transformar el alejamiento en cercanía, que toda realidad adversa puede ser superada por la acción misteriosa de Dios en Cristo, que es no sólo el verdadero intercesor junto al Padre, sino el medio extraordinario de expiación por los pecados de todos los hombres.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 2,13-23, para nuestros Mayores. La huida a Egipto, la matanza de los inocentes y Jesús se va a Nazaret.
El capítulo segundo del evangelio según Mateo concluye con tres episodios acomunados por el tema del rechazo del Mesías por parte de su pueblo. Esa hostilidad pesa sobre Jesús desde la infancia; sin embargo, experimenta la protección del Padre celestial a través de su padre según la ley, José, cuya obediencia pronta y confiada permite el cumplimiento del designio divino de salvación.
La Sagrada Familia, perseguida por Herodes, encuentra refugio en Egipto, país que había ofrecido a menudo un refugio de emergencia a los judíos; precisamente en el éxodo de aquella tierra nació Israel como pueblo y como hijo predilecto de Dios (cf. Os 11,1). Sin embargo, la profecía de Oseas sólo se realiza en Jesús, puesto que él es verdaderamente el Hijo de Dios (v. 15). Otra cita bíblica (cf. Jr 31,15) interpreta la segunda escena de este pasaje: la matanza de los inocentes (v. 18); sin embargo, no aparece en ella la expresión acostumbrada: «a fin de que se cumpliera»; el evangelista indica así que Dios había previsto desde siempre —aunque él no lo había querido— la matanza llevada a cabo por Herodes. La elección de este pasaje depende de la proximidad de la tumba de Raquel en Belén y del hecho de que el texto profético, referido al exilio, continúa preanunciando el retorno futuro: puesto que Jesús es el «santo resto» que vuelve a la tierra de Israel.
En el tercer cuadro (vv. 19-23) se explica la procedencia de Jesús de Nazaret. Los textos sagrados ignoraban esta aldea, y por eso muchos judíos no creían en el mesiazgo de Jesús. Mateo refrita la objeción empleando el adjetivo nazoraios, que recuerda temas proféticos importantes a través de la asonancia con términos clave: neser, el retoño mesiánico que brotará del tronco de Jesé (Is 11,1); nasur, resto, y el adjetivo nazir, consagrado a Dios. El capítulo 2 concluye asimismo con la imposición del nombre: según la indicación del ángel, José llamó Jesús al hijo nacido de María, mientras que la gente le llamará Nazareno, según la indicación de los profetas. ¿Cómo no recordar la imposición extrema del nombre —Rey de los judíos— en el titulum de la cruz (cf. Mt 27,37; Jn 19,19)?
La escucha meditativa de la Palabra hace pasar ante la mirada del corazón tristísimas imágenes que pertenecen también a nuestro tiempo: filas de refugiados sin número, emigrantes obligados a una precariedad humillante, niños que son objeto de todo tipo de violencia y de explotación. Si nos sacude un estremecimiento de compasión, podemos intuir la compasión de Dios. El ha respondido desde siempre a la prepotencia, al egoísmo, a los abusos de la libertad humana, no con la omnipotencia, sino con el amor que se hace cargo de los fardos aplastantes que imponemos a los otros cuando perseguimos nuestros intereses a toda costa. Dios «no perdonó a su propio Hijo...» (Rom 8,32). No le dispensó, desde la infancia, de la condición de perseguido, de refugiado, de emigrante, de hombre sin futuro. Y ello para dar un horizonte de esperanza a todos sus hijos.
En verdad, la Palabra que se nos ofrece es «evangelio», buena noticia: el Señor asume cada situación de pobreza para rescatarla, para poder reconducir también el mal —ese mal que Dios no quiere— a un fin salvífico; tal vez no lo veamos realizado en el breve segmento de nuestra vida, pero en un determinado momento, fijado por él, se realizará. En Jesús se ha realizado ya y en él está presente todo acontecimiento futuro. También nosotros, injertados en él por la fe y el bautismo, tenemos como don y como tarea la posibilidad de apresurar el camino de la humanidad hacia su meta. Podemos hacerlo —como hizo Jesús— mediante una compasión sin medida, es decir, una atención sincera, gratuita y concreta a quien roza nuestras seguridades y se queda aislado: cuántas situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en nuestros recorridos diarios, y nunca les hemos hecho caso...
¿Estamos dispuestos a correr el riesgo de la generosidad? «Dios no perdonó a su propio hijo...»
Comentario del Santo Evangelio: Mt 2, 1.3-16 y 2, 13-15. 19-23, de Joven para Joven. Huida a Egipto y regreso a Nazaret.
La crueldad de Herodes, particularmente al final de su vida, se hizo proverbial hasta en Roma. En sus últimos años mandó matar a tres de sus hijos y dio un decreto para que fuesen eliminados los principales de entre los judíos (decreto que no fue ejecutado por haber muerto el tirano). Las medidas tomadas en relación «con el recién nacido, rey de los judíos» intentaban no tanto eliminar un pretendiente al trono cuanto evitar posibles disensiones en Judea. Desde este punto de vista la perícopa encaja dentro de la verosimilitud histórica. Pero, junto a los detalles históricos, es necesario acentuar que el relato contiene también rasgos teológicos y apologéticos, que son los primarios en la intención del narrador, y un tenor narrativo bastante legendario.
Nuestro texto refleja no sólo lo ocurrido en el momento del nacimiento de Jesús, sino también la situación que vivía la Iglesia cuando fue puesto por escrito el evangelio de Mateo. Una de las acusaciones judías contra los cristianos consistió en afirmar que Jesús había practicado la magia que aprendiera en Egipto. Nuestro relato niega rotundamente esta acusación reconociendo que Jesús había estado en Egipto, pero cuando esto ocurrió era recién nacido. La acusación carecía, por tanto, de valor. Estamos ante un motivo apologético.
De los grandes hombres de la antigüedad se afirmaban historias parecidas de cruel persecución para ser eliminados. Así ocurrió con Rómulo y Remo, Augusto, Sargón, Ciro... Aquí encontraríamos el tenor legendario de nuestra historia. Pero por encima de él se levanta nuestro autor recordando el eco no de héroes paganos sino de Moisés, el fundador del antiguo pueblo de Dios. También un faraón impío quiso eliminarlo. Así cumple Mateo su propósito de presentar a Jesús como un nuevo Moisés, cosa que tendrá muy presente en otras ocasiones de su evangelio. Hemos entrado en el fin teológico de nuestra perícopa.
Jesús es el nuevo Moisés y corre su misma suerte: es perseguido y tiene que huir (Ex 4, 19). Pero el contenido teológico no se agota aquí. En el regreso a Palestina se cumple la Escritura que dice «de Egipto llamé a mi hijo». La cita está tomada del profeta Oseas (Os 11, 1) y originariamente se refería al Éxodo de Israel de Egipto: «Israel es mi hijo, mi primogénito» (Ex 4, 22). Mateo aplica la cita a Jesús porque, según la creencia generalizada en el judaísmo, el tiempo del Mesías reactualizaría el tiempo de Moisés. El evangelista, por tanto, está afirmando que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios por excelencia, que corre la misma suerte que el pueblo al que viene a salvar.
La intervención divina ordena a José que se establezca en Nazaret. A la muerte de Herodes su reino quedó dividido entre sus tres hijos: Arquelao heredó Judea, Samaria e Idumea; a Herodes Antipas le correspondió Galilea y Perea y Felipe quedó al frente de la parte oriental y del norte de Galilea. El más cruel entre ellos fue Arquelao. Esta situación se halla perfectamente reflejada en el relato de Mateo. José, por razones de seguridad, va a vivir a Nazaret.
Al establecerse en Nazaret se cumple, así lo anota el evangelista, otra profecía: «sería llamado nazareno». Efectivamente, así fue llamado Jesús y así fueron llamados también los cristianos (He 24, 5). Pero el Antiguo Testamento no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que Mateo identifica la palabra nossri, nazareno, con nesser, que significa el brote o vástago de una planta. Según esto, la Escritura cumplida sería la de Isaías (Is 11, 1: un renuevo… un vástago sale del tronco de Isaí). También del siervo de Yavé se dice «como un retoño creció ante nosotros...» (Is 53, 2). Esta referencia a la Escritura sería un argumento más a favor de la mesianidad de Jesús.
Llama la atención la frase «para que se cumpliese la Escritura» repetida tantas veces en este capítulo segundo. En otras ocasiones, en lugar de citar expresamente la Escritura, se alude a la mentalidad y esperanzas de la época. Al hacerlo así, Mateo pretende afirmar que, en Jesús, se cumplen todas las esperanzas: él es el nuevo Moisés, el libertador, fundador del nuevo pueblo de Dios, el Mesías oculto y perseguido, y a través de él se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.
Elevación Espiritual para este día.
Con la persecución de los santos el cruel tirano es burlado, porque, mientras cree perder a aquellos que mata, les procura un estado de vida mejor. Ellos transforman en beneficio lo que él trama para su perdición: a través de un daño momentáneo, adquieren por vía rápida la ganancia de la vida eterna. Así estos párvulos se convierten en un instante en mártires. La fiesta de Navidad termina con el coro de ángeles jubilosos en lo alto, pero la alabanza fue perfecta en la boca de los niños y de los lactantes aquí abajo. Las trompetas de su victoria resuenan hasta los cielos. Se transformó en gloria el vagido de los bebés y su luto en júbilo; el ejército de los inocentes no sigue a la estrella, sino al Cordero y lleva la solemne bandera de su gloriosísimo triunfo. Abiertos sus párpados, contemplaron la Luz y obtuvieron instantáneamente la bienaventuranza prometida a los pacíficos y a los limpios de corazón.
Estos, pues, transportados de la cuna al cielo, se han convertido en senadores y jueces del Capitolio celestial. Ellos presencian las decisiones divinas, de misericordia o de castigo, pero más a menudo siguen al Cordero a dondequiera que vaya, con mansedumbre más que con desdén o severidad.
Reflexión Espiritual para el día.
Independientemente de los beneficios que de ello derivan para nosotros, es justo y es un deber celebrar as la muerte de los santos inocentes porque fue una muerte bendita. Acercarse a Cristo, sufrir por El es ciertamente un privilegio indescriptible —sufrir de algún modo, incluso desconociéndolo—. Los niños que Él cogió en brazos no eran conscientes de su afectuosa benevolencia, pero su bendición ¿no fue quizás un privilegio? Cierto que esta masacre contenía en sí la naturaleza de un sacramento; era prenda del amor del Hijo de Dios hacia los interesados. Cuantos se acercaron a Él sufrieron en mayor o menor grado por habérsele aproximado, justamente como si el sufrimiento y la tribulación terrena emanaran de Él, como un precioso beneficio para el bien de sus almas — y en este número están incluidos estos niños—.
Cierto que su misma presencia era un sacramento. Cada uno de sus movimientos, cada una de sus miradas y cada una de sus palabras llevaban la gracia a quien estaba dispuesto a recibirla y todavía más: el hecho de ser sus compañeros. En consecuencia, en los tiempos antiguos, estos bárbaros homicidios o el martirio eran considerados como una especie de bautismo, un bautismo de sangre, que contenía en sí una fuerza sacramental que sustituía la fuente bautismal para la regeneración. Consideremos a estos pequeños como si, en cierto sentido, fuesen mártires y veamos qué enseñanza podemos sacar del ejemplo de su inocencia.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 1, 5—2, 2 (1, 5-9/1, 6-7. 9/1, 8—2, 2). Dios es luz.
Dios es luz. Caminemos en la luz. La dignidad de Cristo ha sido expuesta en los versos precedentes. Ahora bien, la dignidad de una persona obliga a aceptar su mensaje. Y Jesús ha traído este mensaje fundamental: que Dios es luz y, consiguientemente, que debemos caminar en la luz.
La luz alegra e ilumina; pero esto es lo de menos en nuestro caso. La luz es símbolo de todo lo bueno y lo puro (Jn 3, 19-20). Lo contrario, lo malo, se halla simbolizado en las tinieblas. Pero el autor de nuestra carta no pretende adentrarse en especulaciones sobre la naturaleza de Dios. Únicamente establece las bases necesarias para deducir las implicaciones morales que el ser de Dios impone al cristiano. Luz-tinieblas, bueno-malo, verdad-mentira, gracia-pecado... son incompatibles, no pueden unirse en el mismo sujeto. Esto, debe aplicarse a la vida cristiana. La unión con Dios, esencia de la vida cristiana, le impone la necesidad implacable de ser consciente de las exigencias que esta unión implica. Si el hombre se mueve en las tinieblas, es un mentiroso cuando habla de su unión con Dios. El principio es universalmente válido. Juan lo expone dirigiéndose directamente a los gnósticos, que hablaban mucho del conocimiento y de la unión con Dios y desconocían prácticamente las exigencias ético-morales que esta unión lleva consigo. ¿Cómo hablar de la unión con Dios sin romper con el pecado? Aquella actitud gnóstica es igualmente condenable en los cristianos que pueden verse contagiados por la misma mentalidad. A ello alude al decir “andamos en tinieblas”. Obrar con verdad o hacer la verda significa obrar en conformidad con la verdad de Dios manifestrada en Cristo (Jn 3, 21).
Al andar en tinieblas se opone el caminar en la luz. Y el andar en la luz significa vivir en comunión con Dios y con los hermanos, Sólo el pecado rompe esta comunión. ¿Cómo puede garantizarse que el pecado no rompa esta unión incluso en aquel que quiere caminar en la luz? Porque son muchas las experiencias que el creyente tiene del pecado en su propia vida. La única seguridad ante esta experiencia amarga del pecado en la propia vida nos la ofrece la sangre de Cristo (2, 2; 4, 10). La expresión tiene profundas raíces veterotestamentarias: la expiación por la sangre. El mismo principio fue aplicado a la muerte de Cristo (Is 53; Jn 1,29; Ap 7, 14). La liberación del obstáculo a esa comunión con Dios la tiene el hombre no por sí mismo —él tiene, mas bien, la experiencia de su impotencia frente al pecado—, sino que le es regalada por Dios en Cristo.
Tener la comunión con Dios y andar en la luz no son sinónimos de poseer la impecabilidad. También el cristiano peca y tiene conciencia de ello. No reconocerlo sería un engaño; la verdad no estaría en él. También aquí las afirmaciones de nuestro autor parecen tener delante la mentalidad de los enemigos gnósticos que decían poseer el espíritu y estar totalmente libres del pecado. Esta pretensión se halla contradicha por la misma experiencia cristiana y por la naturaleza del hombre. La novedad de la vida cristiana no elimina la vieja condición humana con su propensión al pecado. Se necesita, por el contrario, confesar los propios pecados. Es la actitud que Dios exige del pecador para derramar su gracia sobre él. Dios es presentado aquí como justo y fiel. Una vez más demostrará su proverbial fidelidad a la alianza y la justicia que debe hacer a la sangre de su Hijo derramada a favor del pecador. La Iglesia no es una comunidad de puros y perfectos que nunca hayan pecado, sino una comunidad que cree que sus pecados no son un obstáculo permanente para poder acercarnos a Dios. Hay algo que puede convertir la lejanía en proximidad.
Quien dice que no tiene pecado no sólo es un mentiroso, que se engaña a sí mismo (esto ya lo ha dicho Juan), sino que hace mentiroso también a Dios (en este sentido, al volver sobre el mismo tema, el pensamiento ha progresado). Precisamente la revelación de Dios en Cristo da a conocer lo que es el pecado. Más aún, esta revelación afirma terminantemente que todos, sin excepción, participan del mismo denominador común de culpabilidad (la Carta a los Romanos tiene como punto esencial de partida esta culpabilidad universal, a remediar la cual salió al paso Dios en Cristo; ver sobre todo Rom 3, 20b; Gál 3, 22. 24). La palabra misma de Dios contradice la pretendida inocencia humana. El pensar en la propia inocencia equivale a marchar por los propios caminos, no por los de Dios.
El pecado es una realidad en la vida cristiana. Una realidad sombría únicamente superable por la acción de Dios en Cristo. Pero, precisamente desde ella, surge el imperativo de la lucha contra el pecado: no pequéis. La comunión con Dios puede ser rota por el pecado. Cuando esto ocurre, el cristiano debe recordar que Jesucristo es su intercesor y defensor ante el Padre. Más aún, Cristo es el medio de expiación por los pecados cometidos.
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