Contenido:
1.-Domigo VI de Pascua.-
2.-Ascención del Señor
3.-Domingo de Pentecostés
4.-La Santísima Trinidad
5.-Corpus Cristi
6.-Domingo II Tiempo Ordinario
DOMINGO VI DE PASCUAS
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15), nos dice Jesús en el Evangelio de hoy,
Los guardias de tráfico y cualquiera que va sentado al volante saben que en la carretera son necesarias las señales de mandato o de prohibición. Sin ellas, la carretera sería un caos y se producirían innumerables accidentes. También en la vida humana son necesarios mandatos y prohibiciones; de lo contrario, la vida sería un caos; reinaría la ley de la selva, la ley del más fuerte.
Eran dos los sospechosos de un asesinato. El joven abogado conocía la verdad: ¡el asesino era su propio padre! Sin embargo, había reunido abundantes documentos y testigos falsos para hacer recaer la culpabilidad en un extraño. ¡Y cuánto mal hacen en el mundo los testigos falsos!
— ¿Esto no va contra tu conciencia? —le preguntó un colega.
— ¿Qué quieres? ¡Se trata de mi padre! —respondió el abogado.
— ¿Y pretendes defender a tu padre a costa de que sea condenado un inocente? —siguió preguntando el colega.
El abogado respondió con el silencio. Y logró salvar a su padre con el triunfo de la mentira. Allá en la cárcel, el inocente indefenso pagó las consecuencias.
Este abogado, al pasar por encima de su conciencia, no amaba a Cristo.
Una joven sencilla tenía su más cordial amistad con los pobres del pueblo.
— ¿Me quieres? —preguntó la joven a su novio enamorado.
— ¡Con toda mi alma! —respondió zalamero el muchacho.
— ¿Tal como soy?
— ¡Tal cual eres, cariño! —aseguró él.
El problema surgió cuando, ya casados, la joven esposa llegaba con frecuencia a casa acompañada de gente pobre y mal vestida. Él entonces manifestó su desagrado y su rechazo.
¿No me quieres? —preguntó su esposa.
— ¡Te quiero a ti, no a ellos; como tampoco a tu madre, que está demasiado metida en esta casa! —gritó con mal humor.
—Si no amas a los que yo amo, tampoco me amas a mí
—se quejó con mansedumbre la esposa.
—Te amo a ti y al amor que me tienes a mí, no al amor que le tienes a esta gentuza —respondió él.
—En ese caso, lo único que amas de mí es lo que te interesa a ti, y eso se llama egoísmo —añadió ella.
Al no amar a su suegra y a aquellos pobres, no respetaba los sentimientos de amor que tenía su esposa hacia ellos; por lo tanto, tampoco la amaba a ella.
Pues bien; el que no ama a los demás, buenos o malos, tampoco respeta los sentimientos de amor que tiene Cristo hacia ellos, y por lo tanto no ama a Cristo. Para amar a Cristo, de verdad, hay que amar al prójimo. Y el amor al prójimo es la mejor manera de comprobar que de verdad amamos a Dios y que no todo se queda en palabras, más o menos bonitas, dirigidas a Él.
Al fin y al cabo, al final de nuestras vidas seremos examinados del amor al prójimo; y esto nos lo recuerda aquella bella canción: «Al atardecer de la vida me examinarán del amor...».
ASCENCIÓN DEL SEÑOR
Al escuchar a san Lucas en la primera lectura de hoy podemos pensar que Jesús se fue al cielo subiendo como un astronauta, pero no fue así. Lo que quiere decirnos san Lucas es que Jesús resucitó para vivir en el cielo después de haber vivido en la tierra.
Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra.
Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad. La felicidad sólo la encontramos en Dios. Muchos la buscan en las riquezas, pero las riquezas son como el agua salada, que cuanto más se bebe da más sed. También, cuantas más riquezas se tienen, más se quieren. Uno nunca queda satisfecho.
Algunos parece que lo tienen todo. Andan de fiestas, en yates, etc., y, sin embargo, se sienten vacíos. Buscan la felicidad donde no está y, al no encontrarla, a veces caen en la desesperación, en los vicios, en el crimen o en el suicidio. Puedo deciros que son más felices muchos misioneros que muchos archimillonarios, porque esos misioneros han emprendido un camino que los lleva a Dios y la felicidad ya ha empezado para ellos.
Muchos archimillonarios piensan que el tiempo pasa, que pasan las primaveras y que se acerca la vejez, y ven que tienen las manos vacías. También para los misioneros pasa el tiempo, pasan las primaveras y se acerca la vejez, pero tienen las manos llenas de obras buenas, que son las que dan sentido a la vida.
Nosotros, además de mirar al cielo, tenemos que mirar a la tierra. Jesús ha dicho que no todos los que dicen «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que una persona egoísta se haga una persona de amor a los demás.
El amor ha de mostrarse también en las palabras, pero dejaría de ser amor si sólo se quedara en palabras. Dicen que vale más un acto de amor que mil palabras sin amor.
Hay hijos que presumen de que aman mucho a sus padres y luego los matan a disgustos, no haciéndoles caso en nada. Hay esposos que se las dan de que se adoran, pero luego viven en continuas riñas, con gritos o silencios que molestan.
Cristo, en su Ascensión, ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios.
Si queremos seguir su camino, hemos de procurar la fraternidad y no el odio, la justicia y no la injusticia, la paz y no la guerra, lo que nos une y no lo que nos separa.
Para seguir el camino de Cristo, tendremos que remar contra corriente. Pero vale la pena, porque el pez que está muerto es el que se deja llevar por la corriente, no el pez que está vivo.
No es lo más fácil remar contra corriente, pero no estamos solos. Jesús nos acompaña: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo», nos dijo al despedirse (Mt 28,20),
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
¡Qué cariño le tenemos a nuestro álbum! Aquella foto de nuestro bautismo, de nuestra primera comunión, de nuestra boda, despierta la emoción en nosotros. Es un trozo de nuestra vida la que queda allí para el recuerdo.
Una pareja llevaba diecisiete años de casados. Un día, mientras pasaban las hojas de su álbum, sonreían complacidos: « ¡Qué felices éramos en aquel entonces!», dijo la mujer.
«Y lo volveremos a ser», contestó el marido.
Estaban pasando unos malos momentos ocasionados por uno de los hijos.
El álbum puede traernos el recuerdo de una felicidad que ya no existe o de un amor que se ha enfriado.
El corazón humano es una hoguera que da calor; es decir, da amor. Pero, si se enfría, sólo quedan cenizas.
Despedimos con lágrimas a aquel amigo que se trasladaba a otra ciudad. Nos prometimos seguir relacionándonos con frecuencia. Al principio, una carta o una llamada semanal; después pasó a ser mensual; después ha quedado en una tarjeta navideña o ni siquiera eso. Del fuego del amor fueron quedando cenizas.
Un joven que llevaba una vida frívola se vio al borde de la muerte; sabía que los días los tenía contados. Una enfermedad del pulmón hacía pensar que no había remedio. Entre sollozos y casi a gritos le decía al confesor que le visitaba con frecuencia: “Pídale a Dios que pueda vivir; cambiaré, seré mejor, me dedicaré a hacer el bien...”. La verdad es que se fue recuperando. Durante unos meses parecía un joven totalmente cambiado. Al cabo de un año, era el mismísimo joven frívolo que había sido antes. Del fuego del amor fueron quedando cenizas.
Hoy la primera lectura nos habla del Espíritu Santo, que es amor. El que tiene fe sabe ver al Espíritu Santo en la vida que ha puesto en sus criaturas: en el pájaro que canta, en el capullo de la rosa, en el cabritillo que salta, en los árboles cargados de fruto, en las mariposas que revolotean, en el bebé que cuelga del pecho de su mamá; y en tantas y en tantas cosas; pero el Espíritu Santo está sobre todo en el gozo y la paz de los que aman a Jesús.
El gran psicólogo austríaco Viktor Frankl se encontraba en un campo de concentración de los nazis junto con miles de compañeros. Hay un momento de su larga prisión en que tiene la oportunidad de fugarse. Y efectivamente lo hace, aprovechando las sombras de la noche. Pero fuera ya..., recuerda cómo quedan sus compañeros de cárcel, cómo quedan desprotegidos y en peligro, y olvidándose de sí mismo vuelve al campo y sigue sirviendo en sus oficios de médico, de padre y casi de sacerdote. Viktor Frankl dice que fue entonces cuando sintió una paz y una alegría tan grandes como nunca había sentido.
Esa alegría y esa paz son fruto del Espíritu Santo y las sienten todos los que aman a Jesús sacrificándose por los demás. Las hemos visto reflejadas en el rostro de la madre Teresa de Calcuta, a pesar de que sus ojos veían tantas miserias.
Esa alegría y esa paz no las sienten los egoístas, los que sólo piensan en sí mismos, los que, si piensan en los demás, no es para sacrificarse por ellos, sino para aprovecharse de ellos.
Nos dice la primera lectura que el Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, para darnos a entender que el Espíritu divino dio calor a sus corazones para ir por el mundo y predicar a Jesús con la palabra y con su conducta de amor a los demás; amor a los demás que es la mejor manera de predicar a Jesús.
Solemnidades en el Tiempo Ordinario
LA SANTISIMA TRINIDAD
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Recordamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Desde pequeñitos nuestra madre nos enseña a hacer la señal de la cruz y a decir: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y lo repetimos cientos de veces a lo largo de nuestra vida. Lo que pasa es que ya lo hacemos de carretilla, sin fijarnos en lo que hacemos y decimos.
El Hijo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre con el nombre de Jesús, Cristo o Jesucristo. Se hizo hermano nuestro, no para condenarnos sino para salvarnos, Ahora bien, si cerramos las ventanas a la luz, no es la luz la que nos condena a la oscuridad; somos nosotros los que nos condenamos a la oscuridad. De manera parecida, si le cerramos el corazón a Jesús, somos nosotros los que nos condenamos a nosotros mismos.
La noticia salió en los periódicos. En Italia, en las afueras de Roma, un niño de tres años jugaba con una pelota al borde de la carretera. La madre estaba cerca de él. El pequeño corre detrás de la pelota en medio de la carretera, mientras un gran camión aparece de repente, a gran velocidad. La madre grita, suplica al hijo que se aleje, pero este sigue en medio de la carretera. Y entonces, sin pensarlo dos veces, ofrece la vida para salvar al pequeño: se lanza delante del camión para empujar al niño hacia la otra cuneta de la carretera. El se salva pero ella queda aplastada bajo las ruedas del camión.
Pues bien; como aquella madre, para salvar a su hijo, no dio marcha atrás ni ante la muerte bajo un camión, Jesús, para salvarnos a nosotros, no dio marcha atrás ni ante la muerte de cruz, que era una muerte mucho peor.
¿Os dais cuenta de lo agradecido que debía quedar aquel niño a la memoria de su madre? ¿Os dais cuenta de lo agradecidos que debemos quedar nosotros a la memoria de Jesús?
Cristo, nuestro hermano, participó en nuestros sufrimientos y en nuestra muerte para que nosotros participáramos ere su resurrección y gloria... Nosotros seguiremos el mismo camino si tratamos a Dios como padre y a los demás como hermanos.
CORPUS CRISTI
Una madre, ante el cadáver de su único hijo atropellado por un tranvía, gritaba desesperada: « ¿Dónde está Dios?».
También nosotros podemos preguntarnos: ¿Dónde está Dios?
Dios está en la emoción de una mujer que acaba de ser madre, Está en lo que sucede en lo más profundo de un padre que en el pasillo de una clínica espera saber si ha nacido ya su hijo. Está en la voz de la conciencia, a la que no consiguen hacer callar ni el sueño ni el ruido ni la bebida ni otros placeres. Está en toda belleza y en cada mano que se abra al bien. Está en los recuerdos dulces del anciano, en su esperanza de que no todo termine con la muerte, en la alegría de sus nietos que cantan y juegan. Está en la compañera que, a lo largo de la vida, alivia tus trabajos. Está en el perdón. Está en el trabajo con que alimentas a tus hijos que esperan pan.
Dios estaba en el corazón de aquella joven obrera que, durante un programa de radio, decía ante los micrófonos: «He salido de casa muy temprano y vengo a traer mi jornal de una semana para que compren una manta para alguien más pobre que yo. Sé muy bien lo que es el frío, porque durante años enteros dormí cubriéndome con trozos de periódicos, esperando que amaneciera para sentarme al sol y dejar de tiritar».
Dios está dando sentido al sufrimiento y a la muerte, porque Dios se hizo hombre y cargó con el sufrimiento y con la muerte. Dios está en la resurrección y alegría definitivas.
Dios está, de un modo especial, en el pan que el sacerdote en la misa, por medio de la consagración convierte en el cuerpo de Cristo, ese cuerpo de Cristo que quiso quedarse con nosotros en forma de pan para darnos a entender que lo que es el pan para la vida de nuestros cuerpos eso es Él para la vida de nuestras almas. Ese cuerpo de Cristo que desde las iglesias ha salido tantas veces para ser llevado en procesión o como viático a muchos enfermos, como el mejor compañero en su viaje a la eternidad,
La misa es un banquete. El altar es una mesa. Sobre él veis unos manteles; el cáliz es una gran copa. La patena es una especie de plato. En ningún banquete deben faltar el pan y el vino. Pan y vino sobre el altar que se convertirán, por las palabras de la consagración, en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
La misa es un banquete en el que recordamos la muerte de Jesús por nosotros y festejamos su resurrección. Hacemos fiesta por la resurrección de Jesús y por la que esperamos los creyentes, Y una fiesta se celebra siempre con un banquete.
En un banquete las personas que se odian no pueden sentirse a gusto. Es que a los banquetes no sólo se va a comer sino también a confraternizar, a estrechar los lazos de hermandad, de amistad de los que se sientan alrededor de la mesa. Por eso se canta en muchas iglesias: «Alrededor de tu mesa venimos a recordar que tu palabra es camino, tu cuerpo fraternidad».
Hermanas y hermanos: los granos de trigo se unen para formar un trozo de pan. Pues bien; nosotros hemos de unirnos a Cristo para formar una verdadera familia de hermanos. Esto es lo que significa una buena comunión.
DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
Los judíos sacrificaban corderos en el templo de Jerusalén a las tres de la tarde para conseguir de Dios el perdón de los pecados. En una ceremonia intentaban traspasar sus pecados a los corderos y, al destruir los corderos, creían que también quedaban destruidos esos pecados; es decir, creían que quedaban perdonados.
Pues bien; el profeta Isaías, algo más de setecientos años antes de que Cristo viniese al mundo, escribía, inspirado por Dios, que Cristo como un cordero sería llevado al matadero. En efecto, Cristo fue sacrificado a las tres de la tarde en el Calvario. El, como hijo de Dios, era el cordero que quita el pecado del mundo. Jesús quita el pecado del mundo haciendo con su palabra y con su ejemplo que no pequemos; y si pecamos, quita el pecado del mundo perdonándonos.
Los judíos unas veces destruían totalmente los corderos quemándolos; otras, los comían porque, sintiéndose perdonados, querían celebrar con un banquete su amistad con Dios.
Cuando san Juan Bautista vio venir hacia sí a Jesús pan y el vino. Pan y vino sobre el altar que se convertirán, por las palabras de la consagración, en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
La misa es un banquete en el que recordamos la muerte de Jesús por nosotros y festejamos su resurrección. Hacemos fiesta por la resurrección de Jesús y por la que esperamos los creyentes, Y una fiesta se celebra siempre con un banquete.
En un banquete las personas que se odian no pueden sentirse a gusto. Es que a los banquetes no sólo se va a comer sino también a confraternizar, a estrechar los lazos de hermandad, de amistad de los que se sientan alrededor de la mesa. Por eso se canta en muchas iglesias: «Alrededor de tu mesa venimos a recordar que tu palabra es camino, tu cuerpo fraternidad».
Hermanas y hermanos: los granos de trigo se unen para formar un trozo de pan. Pues bien; nosotros hemos de unirnos a Cristo para formar una verdadera familia de hermanos. Esto es lo que significa una buena comunión.
1ª semana de Cuaresma
2ª “ “
3ª“ “
4ª “ “
5ª “ “
Primera Semana de Cuaresma
Tenía varios pretendientes. Uno de ellos, un joven muy guapo, hijo del dueño principal de una de las marcas de automóviles más famosas del mundo. Ella estaba enamorada, sin embargo, de un humilde maestro de escuela. Cariñoso, sensible, incapaz de engañar, este maestro era de esos hombres a los que una enamorada se siente animada a decirle:
—¡Contigo, pan y cebolla!
—No seas ilusa: pon los pies en tierra y no desperdicies la oportunidad de vivir como una gran señora -le repetía machaconamente a la joven su buen padre.
Y la muchacha entró al fin en razón y se casó con el rico heredero. Dos años más tarde, su padre admiraba y alababa con orgullo el palacio del que su hija disfrutaba. Esta le dijo con profunda mirada de tristeza:
-Por qué vives de espejismos, papá? ¿Piensas que una vida se hace feliz llenándola de casas y de cosas bonitas, de muebles y automóviles, de joyas y vestidos? He aquí la recompensa que me hace mi marido por su indiferencia, por sus infidelidades y por su orgullosa dominación. ¡Para el canario, papá, una jaula no deja de ser jaula, aunque sea de oro! -así se expresaba esta joven.
Hay hombres que tienen muchas posesiones y se afanan por poseer cada vez más; pero parece que ignoran que su esposa y sus hijos son personas a las que tienen que dedicarles su tiempo y su amor. Y así hay esposas que se sienten en amarga soledad y hay hijos de ricos que, sin la debida atención paterna, andan por la calle en busca de drogas. Es que los muchos apartamentos y los chalets en la Costa, no son los que hacen feliz a una familia.
Como dice Jesús en el Evangelio, no sólo de pan vive el hombre. Está claro que necesitamos tener cosas; pero eso no basta. Podemos tener el estómago satisfecho y llena la cartera, y tener el corazón hambriento y vacío. Los deseos de nuestro corazón no se satisfacen con propiedades y libretas en el banco. Para sentirnos satisfechos necesitamos amar y ser amados, ser tratados como personas; necesitamos vivir los valores cristianos, necesitamos fe y esperanza, necesitarnos de todo eso de que nos habla la palabra de Dios, que debemos escuchar y cumplir. ¡ Qué distinto sería el mundo si la escucháramos y la cumpliéramos!
La palabra de Dios busca nuestro bien, no sólo para el otro mundo sino también para este. En este mundo ni sufriríamos tanto ni haríamos sufrir tanto a los demás, si la escucháramos y cumpliéramos.
Para la segunda semana de cuaresma
Estamos bombardeados de palabras. Unos nos dicen una cosa, otros nos dicen otra. ¿A quién hacer caso?
Dios, cuando quiso darnos a entender cuánto nos quiere, nos presentó a Jesús diciendo: «Este es mi hijo, el Amado, mi predilecto. Escuchadle» (Mt 17,5). Es como si dijera: Jesús es mi palabra.
En efecto; Jesús es la palabra de Dios. Hay quien dice y no hace. Jesús hace lo que dice.
Jesús es la palabra que vale la pena seguir. Mientras otras palabras tratan de vendernos algo, de conseguir nuestro voto, nuestro dinero o nuestro aplauso, Jesús vino ofreciéndosenos gratuitamente para que tengamos vida eterna.
Jesús a veces nos desconcierta porque nos habla de que carguemos con nuestra cruz. También El la llevó, y muy pesada. Jesús sabía muy bien que la cruz es algo muy duro de aceptar. Por eso san Pedro, cuando Jesús le hizo saber que iba a Jerusalén para ser crucificado, le dijo: “¡Lejos eso de ti, Señor!” (Mt 16,22).
Jesús nos habla de que carguemos con nuestra cruz, porque el que ama de verdad tiene que sufrir; por eso sufrimos tanto nosotros cuando se nos muere un ser querido. Es que lo amábamos de verdad.
En el monte Tabor, durante un instante, su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. Fue entonces cuando san Pedro exclamó:
«Señor, ¡qué bien se está aquí!» (Mt 17,4).
Jesús, mostrando su gloria en el Tabor, quiso dar ánimos a los tres Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, que le iban a ver sudar sangre en Getsemaní, y darnos ánimos a nosotros, mostrándonos la gloria que vamos a encontrar al otro lado, mostrándonos que hay un Padre que nos ama y que hay una vida después de la muerte.
Hermanas y hermanos: es pesada la presencia del dolor y de la muerte, pero Jesús venció el dolor y la muerte. Y en El está la esperanza de que también nosotros exclamemos un día en el cielo: ¡Qué bien se está aquí, Señor!
Tercera Semana de Cuaresma
En los tiempos modernos hay muchos adelantos en medicina, en libertades políticas y en tantas cosas. El nivel de vida ha mejorado.
Sin embargo, no somos felices a pesar de tanto adelanto, a pesar del consumismo y a pesar de que, al parecer, todo nos está permitido. La felicidad es el agua viva de la que nos habla el Evangelio de hoy.
La verdad es que todos los seres vivientes tenemos sed de felicidad. Sed de felicidad la tiene el león cuando ruge en la selva, la tiene la paloma cuando arrulla dulcemente, la tiene el ternerito cuando llama a su madre.
Y en los ojos de todo ser humano hay sed de felicidad. La hay en las pupilas de los hombres de todas las razas, en las miradas de los niños y de los ancianos, de las madres y de la mujer enamorada. La hay en cualquier persona.
Por la felicidad se cometen todos los crímenes, se pelea en todas las guerras y se aman y se odian los hombres. Todo lo que hacemos, aunque sea pecando, es en busca de la felicidad, Lo que sucede es que, cuando pecamos, la buscarnos donde no está.
El pozo del corazón humano es muy profundo y no podernos llenarlo con las pequeñas felicidades que encontrarnos en la vida, Si tenemos una bicicleta deseamos tener una moto; y si tenemos una moto deseamos tener un coche.
Después de la televisión en blanco y negro, deseamos el televisor en color. Después de alcanzar esto deseamos alcanzar aquello, y así siempre. La samaritana, de que habla el Evangelio, había tenido cinco maridos. Y fueron cinco sueños o, mejor dicho, cinco fracasos. El que ahora tenía no era su marido. Sin embargo, ella, una y otra vez, intentaba ser feliz. Y todos, una y otra vez, intentamos ser felices y nunca estamos satisfechos. Y aunque tuviéramos todo lo que deseáramos, lo cual es imposible, todo lo podríamos perder en unos segundos.
¿Dónde encontrar la felicidad? Sólo la encontraremos en Dios.
A veces en los rostros de algunas personas hay un reflejo de cielo y por eso nos son tan atractivos, porque nosotros hemos sido creados para el cielo.
El cielo es nuestra meta. A lo largo de los siglos, por distintos caminos de Europa, miles y miles de peregrinos llegaron a Compostela. Y las huellas de sus dedos quedaron grabadas en el Pórtico de la Gloria. Habían llegado a su meta. Pues bien, todos somos peregrinos que vamos caminando a la eternidad. ¡Ay, cuántos millones lo han hecho antes de nosotros, lo hacen con nosotros y lo harán después de nosotros! Y debemos afanarnos por llegar a nuestra meta, que es el cielo. El cielo es la verdadera felicidad. Si no hubiera cielo, todo al final no sería más que una historia de fracasos.
Pero no nos engañemos. No todos los caminos nos llevan al cielo. Sólo hay un camino. Y es el que Jesús nos señala en el Evangelio.
Cuarta Semana de Cuaresma
¡Qué importante es la luz! Gracias a la luz, cada mañana, al despertar, podemos ver las plantas, las flores, los rostros de los seres queridos y tantas cosas.
El poeta alemán Goethe, a los ochenta años, en el momento de morir, pedía que le abrieran la ventana para que entrara más luz en la habitación. “¡Luz, quiero más luz!», gritaba una y otra vez, ¡Qué tristes son unos ojos sin luz! El Evangelio de hoy nos habla de un ciego de nacimiento que gracias a Jesús pudo ver el color, la maravilla del paisaje y la presencia de cosas de las que antes no tenía ni idea. ¡Qué alegría tan grande la suya! Y por dos motivos: en primer lugar, porque Jesús le hizo salir de la oscuridad, en la que ni siquiera tenía un color que recordar; y en segundo lugar, porque le abrió los ojos de su corazón a la verdad de Dios.
Cuando se habla de ciegos nos imaginamos al ciego del bastón y de las gafas oscuras, pero hay muchas clases de ciegos. Sobre ellos nos llama la atención la palabra de Dios.
Son ciegos los que se dejan llevar por las apariencias. Las apariencias engañan. Es en el corazón donde se fabrican las buenas o malas acciones. Lo importante no son las apariencias, las máscaras. Dios se fija en el corazón, porque el corazón es lo que importa, Y uno puede tener un cuerpo muy hermoso, pero esa hermosura se va marchitando con el paso de los años. En cambio, un corazón hermoso, con el paso del tiempo, se puede hacer cada vez más hermoso.
Son ciegos los que no se fían de la palabra de Dios; eso que la palabra de Dios sólo busca el bien del hombre. Y es bien del ser humano no querer para otro lo que uno no quiere para sí.
Son ciegos los que se creen superiores a los demás, No pueden aceptar la verdad que viene de los labios de quien desprecian. Les ciega el orgullo y el egoísmo.
Son ciegos los que buscan la oscuridad para hacer el mal. Dice san Pablo: «Da vergüenza nombrar las cosas que ellos hacen a escondidas» (Ef 5,12).
Son ciegos los que no quieren ver. Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Cuando, ante una injusticia clara, yo hago como que no me entero y me callo cobardemente, soy un ciego; cuando ante una necesidad hago como que no la veo, entonces soy ciego; cuando estoy viviendo de espaldas a Dios y al prójimo y no quiero pensar en ello para no cambiar, entonces soy un ciego que se pone a sí mismo una venda en los ojos.
Cristo es la luz del mundo. Que El nos ilumine para que sepamos ver la imagen de Dios que hay en cada persona, en cada hermano, para ser solidarios con ellos.
Semana Quinta de Cuaresma
Ante los sufrimientos que hay en el mundo podemos preguntarnos por qué sufrimos.
A veces sufrimos porque formarnos parte de la naturaleza y la naturaleza tiene sus leyes. Es ley de la naturaleza, por ejemplo, que el fuego dé calor, y esto es un gran beneficio para la humanidad. Nadie está dispuesto a prescindir del fuego, pero... ¡ay!, si tocamos el fuego, nos quemamos y, en consecuencia, sufrimos.
Otras veces sufrimos porque luchar para conseguir algo que valga la pena lleva consigo sacrificios. Por eso se dice que lo que vale mucho, mucho cuesta.«A nadie le apetece sufrir y a nadie le apetece pasarlo mal”
Otras veces son nuestros errores, nuestros vicios y pecados los que, a la corta o a la larga, nos hacen sufrir a nosotros o a los demás. Y así, por ejemplo, ¡cuánto sufrimiento puede causar el los vicios!.
Debemos ser siempre solidarios con el que sufre, como lo somos la mayoría de los cristianos.
Todos habéis oído hablar de las atrocidades de la guerras. Pues bien; el 27 de septiembre de 1941, un joven de 16 años llamado Michalowski iba a ser fusilado junto con más de tres mil judíos. Cayó herido en la fosa inmediatamente antes de que los otros fueran alcanzados por la ráfaga de las metralletas. Durante la noche se arrastró fuera de la fosa común y huyó hasta la aldea más cercana. Un labrador le abre su puerta, lo ve desnudo —le habían despojado de todo— y cubierto de sangre, y le dice: «Judío, vuelve a la tumba, que es lo tuyo». Desesperado, llama por fin a la puerta de una anciana y le suplica: «Soy tu Señor Jesucristo. He descendido de la cruz. ¡Mírame: la sangre, el sufrimiento, el dolor del inocente! Evangelio Jesús nos dice que todo lo que hagamos al prójimo se lo hacemos a El; que especialmente le hacemos a El todo lo que hagamos en favor de los que sufren.
Lo que más nos hace sufrir es la muerte, y ante la muerte podemos preguntarnos por qué Dios, siendo tan poderoso y bueno, no la impide. Esta pregunta es parecida a la que nos hacemos todos cuando Jesús se hallaba ante la tumba de su amigo Lázaro. La pregunta era: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía impedir que muriera este?»
Jesús no les contesta; Jesús se echó a llorar. Es que la muerte es algo muy difícil de comprender.
Lo que está claro es que no puede haber resurrección si no hay muerte; como no puede haber una espiga si antes no se entierra el grano.
La muerte es muy difícil de comprender; pero no es extraño que, si Jesús murió para resucitar, también nosotros tengamos que morir para resucitar como El. Y El ha dicho: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí no morirá para siempre».
1.-Domigo VI de Pascua.-
2.-Ascención del Señor
3.-Domingo de Pentecostés
4.-La Santísima Trinidad
5.-Corpus Cristi
6.-Domingo II Tiempo Ordinario
DOMINGO VI DE PASCUAS
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15), nos dice Jesús en el Evangelio de hoy,
Los guardias de tráfico y cualquiera que va sentado al volante saben que en la carretera son necesarias las señales de mandato o de prohibición. Sin ellas, la carretera sería un caos y se producirían innumerables accidentes. También en la vida humana son necesarios mandatos y prohibiciones; de lo contrario, la vida sería un caos; reinaría la ley de la selva, la ley del más fuerte.
Eran dos los sospechosos de un asesinato. El joven abogado conocía la verdad: ¡el asesino era su propio padre! Sin embargo, había reunido abundantes documentos y testigos falsos para hacer recaer la culpabilidad en un extraño. ¡Y cuánto mal hacen en el mundo los testigos falsos!
— ¿Esto no va contra tu conciencia? —le preguntó un colega.
— ¿Qué quieres? ¡Se trata de mi padre! —respondió el abogado.
— ¿Y pretendes defender a tu padre a costa de que sea condenado un inocente? —siguió preguntando el colega.
El abogado respondió con el silencio. Y logró salvar a su padre con el triunfo de la mentira. Allá en la cárcel, el inocente indefenso pagó las consecuencias.
Este abogado, al pasar por encima de su conciencia, no amaba a Cristo.
Una joven sencilla tenía su más cordial amistad con los pobres del pueblo.
— ¿Me quieres? —preguntó la joven a su novio enamorado.
— ¡Con toda mi alma! —respondió zalamero el muchacho.
— ¿Tal como soy?
— ¡Tal cual eres, cariño! —aseguró él.
El problema surgió cuando, ya casados, la joven esposa llegaba con frecuencia a casa acompañada de gente pobre y mal vestida. Él entonces manifestó su desagrado y su rechazo.
¿No me quieres? —preguntó su esposa.
— ¡Te quiero a ti, no a ellos; como tampoco a tu madre, que está demasiado metida en esta casa! —gritó con mal humor.
—Si no amas a los que yo amo, tampoco me amas a mí
—se quejó con mansedumbre la esposa.
—Te amo a ti y al amor que me tienes a mí, no al amor que le tienes a esta gentuza —respondió él.
—En ese caso, lo único que amas de mí es lo que te interesa a ti, y eso se llama egoísmo —añadió ella.
Al no amar a su suegra y a aquellos pobres, no respetaba los sentimientos de amor que tenía su esposa hacia ellos; por lo tanto, tampoco la amaba a ella.
Pues bien; el que no ama a los demás, buenos o malos, tampoco respeta los sentimientos de amor que tiene Cristo hacia ellos, y por lo tanto no ama a Cristo. Para amar a Cristo, de verdad, hay que amar al prójimo. Y el amor al prójimo es la mejor manera de comprobar que de verdad amamos a Dios y que no todo se queda en palabras, más o menos bonitas, dirigidas a Él.
Al fin y al cabo, al final de nuestras vidas seremos examinados del amor al prójimo; y esto nos lo recuerda aquella bella canción: «Al atardecer de la vida me examinarán del amor...».
ASCENCIÓN DEL SEÑOR
Al escuchar a san Lucas en la primera lectura de hoy podemos pensar que Jesús se fue al cielo subiendo como un astronauta, pero no fue así. Lo que quiere decirnos san Lucas es que Jesús resucitó para vivir en el cielo después de haber vivido en la tierra.
Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra.
Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad. La felicidad sólo la encontramos en Dios. Muchos la buscan en las riquezas, pero las riquezas son como el agua salada, que cuanto más se bebe da más sed. También, cuantas más riquezas se tienen, más se quieren. Uno nunca queda satisfecho.
Algunos parece que lo tienen todo. Andan de fiestas, en yates, etc., y, sin embargo, se sienten vacíos. Buscan la felicidad donde no está y, al no encontrarla, a veces caen en la desesperación, en los vicios, en el crimen o en el suicidio. Puedo deciros que son más felices muchos misioneros que muchos archimillonarios, porque esos misioneros han emprendido un camino que los lleva a Dios y la felicidad ya ha empezado para ellos.
Muchos archimillonarios piensan que el tiempo pasa, que pasan las primaveras y que se acerca la vejez, y ven que tienen las manos vacías. También para los misioneros pasa el tiempo, pasan las primaveras y se acerca la vejez, pero tienen las manos llenas de obras buenas, que son las que dan sentido a la vida.
Nosotros, además de mirar al cielo, tenemos que mirar a la tierra. Jesús ha dicho que no todos los que dicen «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que una persona egoísta se haga una persona de amor a los demás.
El amor ha de mostrarse también en las palabras, pero dejaría de ser amor si sólo se quedara en palabras. Dicen que vale más un acto de amor que mil palabras sin amor.
Hay hijos que presumen de que aman mucho a sus padres y luego los matan a disgustos, no haciéndoles caso en nada. Hay esposos que se las dan de que se adoran, pero luego viven en continuas riñas, con gritos o silencios que molestan.
Cristo, en su Ascensión, ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios.
Si queremos seguir su camino, hemos de procurar la fraternidad y no el odio, la justicia y no la injusticia, la paz y no la guerra, lo que nos une y no lo que nos separa.
Para seguir el camino de Cristo, tendremos que remar contra corriente. Pero vale la pena, porque el pez que está muerto es el que se deja llevar por la corriente, no el pez que está vivo.
No es lo más fácil remar contra corriente, pero no estamos solos. Jesús nos acompaña: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo», nos dijo al despedirse (Mt 28,20),
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
¡Qué cariño le tenemos a nuestro álbum! Aquella foto de nuestro bautismo, de nuestra primera comunión, de nuestra boda, despierta la emoción en nosotros. Es un trozo de nuestra vida la que queda allí para el recuerdo.
Una pareja llevaba diecisiete años de casados. Un día, mientras pasaban las hojas de su álbum, sonreían complacidos: « ¡Qué felices éramos en aquel entonces!», dijo la mujer.
«Y lo volveremos a ser», contestó el marido.
Estaban pasando unos malos momentos ocasionados por uno de los hijos.
El álbum puede traernos el recuerdo de una felicidad que ya no existe o de un amor que se ha enfriado.
El corazón humano es una hoguera que da calor; es decir, da amor. Pero, si se enfría, sólo quedan cenizas.
Despedimos con lágrimas a aquel amigo que se trasladaba a otra ciudad. Nos prometimos seguir relacionándonos con frecuencia. Al principio, una carta o una llamada semanal; después pasó a ser mensual; después ha quedado en una tarjeta navideña o ni siquiera eso. Del fuego del amor fueron quedando cenizas.
Un joven que llevaba una vida frívola se vio al borde de la muerte; sabía que los días los tenía contados. Una enfermedad del pulmón hacía pensar que no había remedio. Entre sollozos y casi a gritos le decía al confesor que le visitaba con frecuencia: “Pídale a Dios que pueda vivir; cambiaré, seré mejor, me dedicaré a hacer el bien...”. La verdad es que se fue recuperando. Durante unos meses parecía un joven totalmente cambiado. Al cabo de un año, era el mismísimo joven frívolo que había sido antes. Del fuego del amor fueron quedando cenizas.
Hoy la primera lectura nos habla del Espíritu Santo, que es amor. El que tiene fe sabe ver al Espíritu Santo en la vida que ha puesto en sus criaturas: en el pájaro que canta, en el capullo de la rosa, en el cabritillo que salta, en los árboles cargados de fruto, en las mariposas que revolotean, en el bebé que cuelga del pecho de su mamá; y en tantas y en tantas cosas; pero el Espíritu Santo está sobre todo en el gozo y la paz de los que aman a Jesús.
El gran psicólogo austríaco Viktor Frankl se encontraba en un campo de concentración de los nazis junto con miles de compañeros. Hay un momento de su larga prisión en que tiene la oportunidad de fugarse. Y efectivamente lo hace, aprovechando las sombras de la noche. Pero fuera ya..., recuerda cómo quedan sus compañeros de cárcel, cómo quedan desprotegidos y en peligro, y olvidándose de sí mismo vuelve al campo y sigue sirviendo en sus oficios de médico, de padre y casi de sacerdote. Viktor Frankl dice que fue entonces cuando sintió una paz y una alegría tan grandes como nunca había sentido.
Esa alegría y esa paz son fruto del Espíritu Santo y las sienten todos los que aman a Jesús sacrificándose por los demás. Las hemos visto reflejadas en el rostro de la madre Teresa de Calcuta, a pesar de que sus ojos veían tantas miserias.
Esa alegría y esa paz no las sienten los egoístas, los que sólo piensan en sí mismos, los que, si piensan en los demás, no es para sacrificarse por ellos, sino para aprovecharse de ellos.
Nos dice la primera lectura que el Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, para darnos a entender que el Espíritu divino dio calor a sus corazones para ir por el mundo y predicar a Jesús con la palabra y con su conducta de amor a los demás; amor a los demás que es la mejor manera de predicar a Jesús.
Solemnidades en el Tiempo Ordinario
LA SANTISIMA TRINIDAD
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Recordamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Desde pequeñitos nuestra madre nos enseña a hacer la señal de la cruz y a decir: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y lo repetimos cientos de veces a lo largo de nuestra vida. Lo que pasa es que ya lo hacemos de carretilla, sin fijarnos en lo que hacemos y decimos.
El Hijo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre con el nombre de Jesús, Cristo o Jesucristo. Se hizo hermano nuestro, no para condenarnos sino para salvarnos, Ahora bien, si cerramos las ventanas a la luz, no es la luz la que nos condena a la oscuridad; somos nosotros los que nos condenamos a la oscuridad. De manera parecida, si le cerramos el corazón a Jesús, somos nosotros los que nos condenamos a nosotros mismos.
La noticia salió en los periódicos. En Italia, en las afueras de Roma, un niño de tres años jugaba con una pelota al borde de la carretera. La madre estaba cerca de él. El pequeño corre detrás de la pelota en medio de la carretera, mientras un gran camión aparece de repente, a gran velocidad. La madre grita, suplica al hijo que se aleje, pero este sigue en medio de la carretera. Y entonces, sin pensarlo dos veces, ofrece la vida para salvar al pequeño: se lanza delante del camión para empujar al niño hacia la otra cuneta de la carretera. El se salva pero ella queda aplastada bajo las ruedas del camión.
Pues bien; como aquella madre, para salvar a su hijo, no dio marcha atrás ni ante la muerte bajo un camión, Jesús, para salvarnos a nosotros, no dio marcha atrás ni ante la muerte de cruz, que era una muerte mucho peor.
¿Os dais cuenta de lo agradecido que debía quedar aquel niño a la memoria de su madre? ¿Os dais cuenta de lo agradecidos que debemos quedar nosotros a la memoria de Jesús?
Cristo, nuestro hermano, participó en nuestros sufrimientos y en nuestra muerte para que nosotros participáramos ere su resurrección y gloria... Nosotros seguiremos el mismo camino si tratamos a Dios como padre y a los demás como hermanos.
CORPUS CRISTI
Una madre, ante el cadáver de su único hijo atropellado por un tranvía, gritaba desesperada: « ¿Dónde está Dios?».
También nosotros podemos preguntarnos: ¿Dónde está Dios?
Dios está en la emoción de una mujer que acaba de ser madre, Está en lo que sucede en lo más profundo de un padre que en el pasillo de una clínica espera saber si ha nacido ya su hijo. Está en la voz de la conciencia, a la que no consiguen hacer callar ni el sueño ni el ruido ni la bebida ni otros placeres. Está en toda belleza y en cada mano que se abra al bien. Está en los recuerdos dulces del anciano, en su esperanza de que no todo termine con la muerte, en la alegría de sus nietos que cantan y juegan. Está en la compañera que, a lo largo de la vida, alivia tus trabajos. Está en el perdón. Está en el trabajo con que alimentas a tus hijos que esperan pan.
Dios estaba en el corazón de aquella joven obrera que, durante un programa de radio, decía ante los micrófonos: «He salido de casa muy temprano y vengo a traer mi jornal de una semana para que compren una manta para alguien más pobre que yo. Sé muy bien lo que es el frío, porque durante años enteros dormí cubriéndome con trozos de periódicos, esperando que amaneciera para sentarme al sol y dejar de tiritar».
Dios está dando sentido al sufrimiento y a la muerte, porque Dios se hizo hombre y cargó con el sufrimiento y con la muerte. Dios está en la resurrección y alegría definitivas.
Dios está, de un modo especial, en el pan que el sacerdote en la misa, por medio de la consagración convierte en el cuerpo de Cristo, ese cuerpo de Cristo que quiso quedarse con nosotros en forma de pan para darnos a entender que lo que es el pan para la vida de nuestros cuerpos eso es Él para la vida de nuestras almas. Ese cuerpo de Cristo que desde las iglesias ha salido tantas veces para ser llevado en procesión o como viático a muchos enfermos, como el mejor compañero en su viaje a la eternidad,
La misa es un banquete. El altar es una mesa. Sobre él veis unos manteles; el cáliz es una gran copa. La patena es una especie de plato. En ningún banquete deben faltar el pan y el vino. Pan y vino sobre el altar que se convertirán, por las palabras de la consagración, en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
La misa es un banquete en el que recordamos la muerte de Jesús por nosotros y festejamos su resurrección. Hacemos fiesta por la resurrección de Jesús y por la que esperamos los creyentes, Y una fiesta se celebra siempre con un banquete.
En un banquete las personas que se odian no pueden sentirse a gusto. Es que a los banquetes no sólo se va a comer sino también a confraternizar, a estrechar los lazos de hermandad, de amistad de los que se sientan alrededor de la mesa. Por eso se canta en muchas iglesias: «Alrededor de tu mesa venimos a recordar que tu palabra es camino, tu cuerpo fraternidad».
Hermanas y hermanos: los granos de trigo se unen para formar un trozo de pan. Pues bien; nosotros hemos de unirnos a Cristo para formar una verdadera familia de hermanos. Esto es lo que significa una buena comunión.
DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
Los judíos sacrificaban corderos en el templo de Jerusalén a las tres de la tarde para conseguir de Dios el perdón de los pecados. En una ceremonia intentaban traspasar sus pecados a los corderos y, al destruir los corderos, creían que también quedaban destruidos esos pecados; es decir, creían que quedaban perdonados.
Pues bien; el profeta Isaías, algo más de setecientos años antes de que Cristo viniese al mundo, escribía, inspirado por Dios, que Cristo como un cordero sería llevado al matadero. En efecto, Cristo fue sacrificado a las tres de la tarde en el Calvario. El, como hijo de Dios, era el cordero que quita el pecado del mundo. Jesús quita el pecado del mundo haciendo con su palabra y con su ejemplo que no pequemos; y si pecamos, quita el pecado del mundo perdonándonos.
Los judíos unas veces destruían totalmente los corderos quemándolos; otras, los comían porque, sintiéndose perdonados, querían celebrar con un banquete su amistad con Dios.
Cuando san Juan Bautista vio venir hacia sí a Jesús pan y el vino. Pan y vino sobre el altar que se convertirán, por las palabras de la consagración, en el cuerpo y en la sangre de Jesús.
La misa es un banquete en el que recordamos la muerte de Jesús por nosotros y festejamos su resurrección. Hacemos fiesta por la resurrección de Jesús y por la que esperamos los creyentes, Y una fiesta se celebra siempre con un banquete.
En un banquete las personas que se odian no pueden sentirse a gusto. Es que a los banquetes no sólo se va a comer sino también a confraternizar, a estrechar los lazos de hermandad, de amistad de los que se sientan alrededor de la mesa. Por eso se canta en muchas iglesias: «Alrededor de tu mesa venimos a recordar que tu palabra es camino, tu cuerpo fraternidad».
Hermanas y hermanos: los granos de trigo se unen para formar un trozo de pan. Pues bien; nosotros hemos de unirnos a Cristo para formar una verdadera familia de hermanos. Esto es lo que significa una buena comunión.
1ª semana de Cuaresma
2ª “ “
3ª“ “
4ª “ “
5ª “ “
Primera Semana de Cuaresma
Tenía varios pretendientes. Uno de ellos, un joven muy guapo, hijo del dueño principal de una de las marcas de automóviles más famosas del mundo. Ella estaba enamorada, sin embargo, de un humilde maestro de escuela. Cariñoso, sensible, incapaz de engañar, este maestro era de esos hombres a los que una enamorada se siente animada a decirle:
—¡Contigo, pan y cebolla!
—No seas ilusa: pon los pies en tierra y no desperdicies la oportunidad de vivir como una gran señora -le repetía machaconamente a la joven su buen padre.
Y la muchacha entró al fin en razón y se casó con el rico heredero. Dos años más tarde, su padre admiraba y alababa con orgullo el palacio del que su hija disfrutaba. Esta le dijo con profunda mirada de tristeza:
-Por qué vives de espejismos, papá? ¿Piensas que una vida se hace feliz llenándola de casas y de cosas bonitas, de muebles y automóviles, de joyas y vestidos? He aquí la recompensa que me hace mi marido por su indiferencia, por sus infidelidades y por su orgullosa dominación. ¡Para el canario, papá, una jaula no deja de ser jaula, aunque sea de oro! -así se expresaba esta joven.
Hay hombres que tienen muchas posesiones y se afanan por poseer cada vez más; pero parece que ignoran que su esposa y sus hijos son personas a las que tienen que dedicarles su tiempo y su amor. Y así hay esposas que se sienten en amarga soledad y hay hijos de ricos que, sin la debida atención paterna, andan por la calle en busca de drogas. Es que los muchos apartamentos y los chalets en la Costa, no son los que hacen feliz a una familia.
Como dice Jesús en el Evangelio, no sólo de pan vive el hombre. Está claro que necesitamos tener cosas; pero eso no basta. Podemos tener el estómago satisfecho y llena la cartera, y tener el corazón hambriento y vacío. Los deseos de nuestro corazón no se satisfacen con propiedades y libretas en el banco. Para sentirnos satisfechos necesitamos amar y ser amados, ser tratados como personas; necesitamos vivir los valores cristianos, necesitamos fe y esperanza, necesitarnos de todo eso de que nos habla la palabra de Dios, que debemos escuchar y cumplir. ¡ Qué distinto sería el mundo si la escucháramos y la cumpliéramos!
La palabra de Dios busca nuestro bien, no sólo para el otro mundo sino también para este. En este mundo ni sufriríamos tanto ni haríamos sufrir tanto a los demás, si la escucháramos y cumpliéramos.
Para la segunda semana de cuaresma
Estamos bombardeados de palabras. Unos nos dicen una cosa, otros nos dicen otra. ¿A quién hacer caso?
Dios, cuando quiso darnos a entender cuánto nos quiere, nos presentó a Jesús diciendo: «Este es mi hijo, el Amado, mi predilecto. Escuchadle» (Mt 17,5). Es como si dijera: Jesús es mi palabra.
En efecto; Jesús es la palabra de Dios. Hay quien dice y no hace. Jesús hace lo que dice.
Jesús es la palabra que vale la pena seguir. Mientras otras palabras tratan de vendernos algo, de conseguir nuestro voto, nuestro dinero o nuestro aplauso, Jesús vino ofreciéndosenos gratuitamente para que tengamos vida eterna.
Jesús a veces nos desconcierta porque nos habla de que carguemos con nuestra cruz. También El la llevó, y muy pesada. Jesús sabía muy bien que la cruz es algo muy duro de aceptar. Por eso san Pedro, cuando Jesús le hizo saber que iba a Jerusalén para ser crucificado, le dijo: “¡Lejos eso de ti, Señor!” (Mt 16,22).
Jesús nos habla de que carguemos con nuestra cruz, porque el que ama de verdad tiene que sufrir; por eso sufrimos tanto nosotros cuando se nos muere un ser querido. Es que lo amábamos de verdad.
En el monte Tabor, durante un instante, su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. Fue entonces cuando san Pedro exclamó:
«Señor, ¡qué bien se está aquí!» (Mt 17,4).
Jesús, mostrando su gloria en el Tabor, quiso dar ánimos a los tres Apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, que le iban a ver sudar sangre en Getsemaní, y darnos ánimos a nosotros, mostrándonos la gloria que vamos a encontrar al otro lado, mostrándonos que hay un Padre que nos ama y que hay una vida después de la muerte.
Hermanas y hermanos: es pesada la presencia del dolor y de la muerte, pero Jesús venció el dolor y la muerte. Y en El está la esperanza de que también nosotros exclamemos un día en el cielo: ¡Qué bien se está aquí, Señor!
Tercera Semana de Cuaresma
En los tiempos modernos hay muchos adelantos en medicina, en libertades políticas y en tantas cosas. El nivel de vida ha mejorado.
Sin embargo, no somos felices a pesar de tanto adelanto, a pesar del consumismo y a pesar de que, al parecer, todo nos está permitido. La felicidad es el agua viva de la que nos habla el Evangelio de hoy.
La verdad es que todos los seres vivientes tenemos sed de felicidad. Sed de felicidad la tiene el león cuando ruge en la selva, la tiene la paloma cuando arrulla dulcemente, la tiene el ternerito cuando llama a su madre.
Y en los ojos de todo ser humano hay sed de felicidad. La hay en las pupilas de los hombres de todas las razas, en las miradas de los niños y de los ancianos, de las madres y de la mujer enamorada. La hay en cualquier persona.
Por la felicidad se cometen todos los crímenes, se pelea en todas las guerras y se aman y se odian los hombres. Todo lo que hacemos, aunque sea pecando, es en busca de la felicidad, Lo que sucede es que, cuando pecamos, la buscarnos donde no está.
El pozo del corazón humano es muy profundo y no podernos llenarlo con las pequeñas felicidades que encontrarnos en la vida, Si tenemos una bicicleta deseamos tener una moto; y si tenemos una moto deseamos tener un coche.
Después de la televisión en blanco y negro, deseamos el televisor en color. Después de alcanzar esto deseamos alcanzar aquello, y así siempre. La samaritana, de que habla el Evangelio, había tenido cinco maridos. Y fueron cinco sueños o, mejor dicho, cinco fracasos. El que ahora tenía no era su marido. Sin embargo, ella, una y otra vez, intentaba ser feliz. Y todos, una y otra vez, intentamos ser felices y nunca estamos satisfechos. Y aunque tuviéramos todo lo que deseáramos, lo cual es imposible, todo lo podríamos perder en unos segundos.
¿Dónde encontrar la felicidad? Sólo la encontraremos en Dios.
A veces en los rostros de algunas personas hay un reflejo de cielo y por eso nos son tan atractivos, porque nosotros hemos sido creados para el cielo.
El cielo es nuestra meta. A lo largo de los siglos, por distintos caminos de Europa, miles y miles de peregrinos llegaron a Compostela. Y las huellas de sus dedos quedaron grabadas en el Pórtico de la Gloria. Habían llegado a su meta. Pues bien, todos somos peregrinos que vamos caminando a la eternidad. ¡Ay, cuántos millones lo han hecho antes de nosotros, lo hacen con nosotros y lo harán después de nosotros! Y debemos afanarnos por llegar a nuestra meta, que es el cielo. El cielo es la verdadera felicidad. Si no hubiera cielo, todo al final no sería más que una historia de fracasos.
Pero no nos engañemos. No todos los caminos nos llevan al cielo. Sólo hay un camino. Y es el que Jesús nos señala en el Evangelio.
Cuarta Semana de Cuaresma
¡Qué importante es la luz! Gracias a la luz, cada mañana, al despertar, podemos ver las plantas, las flores, los rostros de los seres queridos y tantas cosas.
El poeta alemán Goethe, a los ochenta años, en el momento de morir, pedía que le abrieran la ventana para que entrara más luz en la habitación. “¡Luz, quiero más luz!», gritaba una y otra vez, ¡Qué tristes son unos ojos sin luz! El Evangelio de hoy nos habla de un ciego de nacimiento que gracias a Jesús pudo ver el color, la maravilla del paisaje y la presencia de cosas de las que antes no tenía ni idea. ¡Qué alegría tan grande la suya! Y por dos motivos: en primer lugar, porque Jesús le hizo salir de la oscuridad, en la que ni siquiera tenía un color que recordar; y en segundo lugar, porque le abrió los ojos de su corazón a la verdad de Dios.
Cuando se habla de ciegos nos imaginamos al ciego del bastón y de las gafas oscuras, pero hay muchas clases de ciegos. Sobre ellos nos llama la atención la palabra de Dios.
Son ciegos los que se dejan llevar por las apariencias. Las apariencias engañan. Es en el corazón donde se fabrican las buenas o malas acciones. Lo importante no son las apariencias, las máscaras. Dios se fija en el corazón, porque el corazón es lo que importa, Y uno puede tener un cuerpo muy hermoso, pero esa hermosura se va marchitando con el paso de los años. En cambio, un corazón hermoso, con el paso del tiempo, se puede hacer cada vez más hermoso.
Son ciegos los que no se fían de la palabra de Dios; eso que la palabra de Dios sólo busca el bien del hombre. Y es bien del ser humano no querer para otro lo que uno no quiere para sí.
Son ciegos los que se creen superiores a los demás, No pueden aceptar la verdad que viene de los labios de quien desprecian. Les ciega el orgullo y el egoísmo.
Son ciegos los que buscan la oscuridad para hacer el mal. Dice san Pablo: «Da vergüenza nombrar las cosas que ellos hacen a escondidas» (Ef 5,12).
Son ciegos los que no quieren ver. Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Cuando, ante una injusticia clara, yo hago como que no me entero y me callo cobardemente, soy un ciego; cuando ante una necesidad hago como que no la veo, entonces soy ciego; cuando estoy viviendo de espaldas a Dios y al prójimo y no quiero pensar en ello para no cambiar, entonces soy un ciego que se pone a sí mismo una venda en los ojos.
Cristo es la luz del mundo. Que El nos ilumine para que sepamos ver la imagen de Dios que hay en cada persona, en cada hermano, para ser solidarios con ellos.
Semana Quinta de Cuaresma
Ante los sufrimientos que hay en el mundo podemos preguntarnos por qué sufrimos.
A veces sufrimos porque formarnos parte de la naturaleza y la naturaleza tiene sus leyes. Es ley de la naturaleza, por ejemplo, que el fuego dé calor, y esto es un gran beneficio para la humanidad. Nadie está dispuesto a prescindir del fuego, pero... ¡ay!, si tocamos el fuego, nos quemamos y, en consecuencia, sufrimos.
Otras veces sufrimos porque luchar para conseguir algo que valga la pena lleva consigo sacrificios. Por eso se dice que lo que vale mucho, mucho cuesta.«A nadie le apetece sufrir y a nadie le apetece pasarlo mal”
Otras veces son nuestros errores, nuestros vicios y pecados los que, a la corta o a la larga, nos hacen sufrir a nosotros o a los demás. Y así, por ejemplo, ¡cuánto sufrimiento puede causar el los vicios!.
Debemos ser siempre solidarios con el que sufre, como lo somos la mayoría de los cristianos.
Todos habéis oído hablar de las atrocidades de la guerras. Pues bien; el 27 de septiembre de 1941, un joven de 16 años llamado Michalowski iba a ser fusilado junto con más de tres mil judíos. Cayó herido en la fosa inmediatamente antes de que los otros fueran alcanzados por la ráfaga de las metralletas. Durante la noche se arrastró fuera de la fosa común y huyó hasta la aldea más cercana. Un labrador le abre su puerta, lo ve desnudo —le habían despojado de todo— y cubierto de sangre, y le dice: «Judío, vuelve a la tumba, que es lo tuyo». Desesperado, llama por fin a la puerta de una anciana y le suplica: «Soy tu Señor Jesucristo. He descendido de la cruz. ¡Mírame: la sangre, el sufrimiento, el dolor del inocente! Evangelio Jesús nos dice que todo lo que hagamos al prójimo se lo hacemos a El; que especialmente le hacemos a El todo lo que hagamos en favor de los que sufren.
Lo que más nos hace sufrir es la muerte, y ante la muerte podemos preguntarnos por qué Dios, siendo tan poderoso y bueno, no la impide. Esta pregunta es parecida a la que nos hacemos todos cuando Jesús se hallaba ante la tumba de su amigo Lázaro. La pregunta era: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía impedir que muriera este?»
Jesús no les contesta; Jesús se echó a llorar. Es que la muerte es algo muy difícil de comprender.
Lo que está claro es que no puede haber resurrección si no hay muerte; como no puede haber una espiga si antes no se entierra el grano.
La muerte es muy difícil de comprender; pero no es extraño que, si Jesús murió para resucitar, también nosotros tengamos que morir para resucitar como El. Y El ha dicho: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí no morirá para siempre».
No hay comentarios:
Publicar un comentario