Martes 5 de enero de 2010. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. 2ª Tiempo de Navidad. 2ª semana del Salterio. (Ciclo C). Feria. SS Deogracias ob, Juan Nepomuceno Neumann ob, Emiliana vg, Beato Carlos Houben pb.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 Jn 3, 11-21. Hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.
Salmo 99. R/. Aclama al Señor tierra entera.
Jn 1, 43-51. Tú eres el Hijo de Dios,el rey de Israel.
PRIMERA LECTURA
1Juan 3,11-21
Hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos
Queridos hermanos: Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas. No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 99
R/.Aclama al Señor, tierra entera.
Aclama al Señor, tierra entera, / servid al Señor con alegría, / entrad en su presencia con vítores. R.
Sabed que el Señor es Dios: / que él nos hizo y somos suyos, / su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, / por sus atrios con himnos, / dándole gracias y bendiciendo su nombre. R.
"El Señor es bueno, / su misericordia es eterna, / su fidelidad por todas las edades." R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 1,43-51
Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel
En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: "Sígueme." Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: "Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret." Natanael le replicó: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le contestó: "Ven y verás."
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Natanael le contesta: "¿De qué me conoces?" Jesús le responde: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi." Natanael respondió: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel." Jesús le contestó: "¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores." Y le añadió: "Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 Jn 3, 11-21. Hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.
Salmo 99. R/. Aclama al Señor tierra entera.
Jn 1, 43-51. Tú eres el Hijo de Dios,el rey de Israel.
PRIMERA LECTURA
1Juan 3,11-21
Hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos
Queridos hermanos: Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran buenas. No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 99
R/.Aclama al Señor, tierra entera.
Aclama al Señor, tierra entera, / servid al Señor con alegría, / entrad en su presencia con vítores. R.
Sabed que el Señor es Dios: / que él nos hizo y somos suyos, / su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, / por sus atrios con himnos, / dándole gracias y bendiciendo su nombre. R.
"El Señor es bueno, / su misericordia es eterna, / su fidelidad por todas las edades." R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 1,43-51
Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel
En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: "Sígueme." Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: "Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret." Natanael le replicó: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le contestó: "Ven y verás."
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Natanael le contesta: "¿De qué me conoces?" Jesús le responde: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi." Natanael respondió: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel." Jesús le contestó: "¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores." Y le añadió: "Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 3,11-21.
El motivo fundamental de la buena noticia cristiana es el de la caridad fraterna y generosa desde el primer momento de la conversión (2,7-1 1). Sólo el amor auténtico a los hermanos salva y da vida, después de haber destruido la muerte (v. 14; Jn 5,24). El contrario del amor es el odio, el que impulsó a Caín a matar al justo Abel, el que movió a los incrédulos, enemigos de Dios, a matar a Cristo y a sus discípulos (cf. Jn 15,20). El odio es el signo de que este mundo está inmerso en la muerte y es la causa de su propia ruina con la práctica de la mentira y con una neta cerrazón a la verdad (vv. 12,15). El amor a los hermanos, por el contrario, injerta al hombre en el reino de la vida (v. 14) y permite gestos concretos de amor ante las necesidades del prójimo (vv.
17-18).
La práctica del verdadero amor es la vivida por Jesús, que dio su prueba suprema de bondad entregando la propia vida (Jn 10,11.15-18). Hacia este alto ideal toda comunidad cristiana debe crecer y fructificar como comunión de amor (cf. Jn 15,12-13; Hch 4,32). La plena disponibilidad que Cristo ha demostrado sobre la cruz debe animar al cristiano a vivir también la forma más alta del amor: el «amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12), y debe tener presente que el amor sin obras está muerto. Entonces, dar y compartir los propios bienes (vv 17-18) será siempre una obligación para aquellos que con confianza se han comprometido en el seguimiento de Cristo (vv. 19-21; Jn 21,17), seguros de que «Dios es más grande que nuestro corazón». Con esta condición el discípulo vivirá en la paz y el amor del Padre.
Comentario del Salmo 99
Es un himno de alabanza en el que se invita a toda la tierra y, en particular, al pueblo de Dios, a aclamar y celebrar al Señor, el único Dios.
Tiene dos pequeñas partes muy parecidas entre sí: lb-3; 4-5. Cada una de ellas empieza con las invitaciones en imperativo (lb-3a; 4) y sigue con la exposición de motivos (3b; 5). En total, tenemos siete invitaciones, la cuarta de las cuales («Sabed que sólo el Señor es Dios», (3a) constituye el eje de todas ellas y si motor del salmo.
La primera parte (1b-3) presenta cuatro invitaciones dirigida a la «tierra entera» (1b); estas invitaciones vienen formuladas mediante verbos en imperativo, como si se tratara de órdenes: «aclamad al Señor» (1b), «servid al Señor», «llegaos hasta él» (2), «sabed que...» (3a). El motivo es el siguiente: «El nos hizo y le pertenecemos, somos su pueblo y ovejas de su rebaño» (3b). Se presenta al pueblo mediante la imagen del rebaño. El salmo no desarrolla la imagen del Dios pastor, El ambiente que predomina es de alegría: «con alegría», «con gritos de júbilo» (2). El motivo sigue siendo el mismo: la toma de conciencia de que no hay más que un solo Dios, que es el Señor. Toda la tierra está invitada a festejar (« ¡aclamad!», (1b), a comprometerse en el servicio de este único Dios («servid») y a acercarse a él («llegaos hasta él»), para tomar conciencia de que sólo hay un Dios, creador de todos y pastor que conduce a la humanidad en su conjunto como a un solo rebaño (3).
La segunda parte (4-5) añade tres peticiones más, dirigidas probablemente al pueblo de Dios en procesión. Sumadas a las cuatro de la primera parte, hacen un total de siete. También se expresan aquí con verbos en imperativo: «entrad», «dadle gracias» y «bendecid» (4). El centro de estas tres invitaciones es «dar gracias». Estamos, por tanto, en el comienzo de una celebración de acción de gracias. ¿Por qué se celebra y se dan gracias? La respuesta viene inmediatamente. El ambiente en que nos movemos es el mismo que en la primera parte: «dando gracias» y «con cánticos de alabanza» (4). Se habla de «puertas» y de «atrios», lo que da la impresión de que se trata de una procesión. El pueblo está entrando en el templo de Jerusalén (la procesión recuerda vagamente a un pastor en camino con su rebaño), para celebrar y bendecir el nombre del Señor. El motivo, por tanto, es el siguiente: «El Señor es bueno: su amor es para siempre y su fidelidad de generación en generación» (5). Según algunos investigadores, el versículo 5 sería una especie de estribillo que cantaría el pueblo durante la procesión. En este estribillo se destacan dos cosas. En primer lugar, la bondad del nombre del Señor.
En segundo lugar, el binomio «amor + fidelidad». Estas son las condiciones del compromiso del Señor en la Alianza con su pueblo. Será un Dios fiel y amoroso. Por todo esto se dan gracias y se bendice por siempre.
El eje de este salmo viene constituido por la toma de conciencia de que existe un solo Dios para todo el universo: «Sabed que sólo el Señor es Dios» (3a). En el trasfondo de esta afirmación tenemos una crítica contra los dioses de las naciones o bien la superación de un conflicto religioso al respecto. Durante mucho tiempo, Israel creyó que los ídolos de las naciones existían realmente. Sólo en la época del exilio en Babilonia llegó al convencimiento de que existía sólo un Dios, creador y guía de toda la humanidad por los caminos de la vida.
No obstante, la invitación con que arranca el salmo se dirige a la «tierra entera», dejando así abierta la tensión: ¿Reconocerá o no todo el mundo lo que ha hecho este Dios? ¿Se acercará a él, lo servirá y celebrará, bendiciendo su nombre, que es bueno, y su amor fiel, que es eterno?
El contexto inmediato de este salmo es el de una celebración en el templo, precedida por una procesión que va aproximándose a sus puertas y atrios (4). El ambiente de fiesta y alegría, inundado por el deseo de una fraternidad universal, guía los pasos y orienta el corazón de cuantos se acercan a dar gracias y bendecir al Dios creador, bueno y eternamente fiel.
Del mismo modo que hay una relación de pertenencia recíproca entre las ovejas de un rebaño y su pastor, existe una estrecha relación de amistad entre el Señor y su pueblo («somos su pueblo»). Esto nos sitúa de lleno en el corazón de la Alianza. Al margen de esto, el salmo que nos ocupa supera la estrecha visión de un Dios que sólo pacta con Israel. Y lo hace invitando a la «tierra entera» a aclamar, servir y reconocer que el Señor es el único Dios. Israel, al vivir la experiencia de la Alianza con Dios, se convierte en una especie de «hermano mayor» de todos los pueblos, indicándoles el camino que conduce al encuentro con el Dios verdadero. La experiencia de Israel sirve de luz para las naciones, elemento este que se destaca en diversos textos del Antiguo Testamento.
Además, se presenta al Señor como el creador que establece un vínculo estrecho e indestructible con todas las criaturas. Pero el horizonte no puede ser más amplio, carece de límites: el Señor lo ha hecho todo, ha creado a todos, y no sólo al pueblo de Israel. Aquí también entra en escena el papel pedagógico del pueblo de Dios que, celebrando su experiencia de un único Dios creador, ilumina el camino de todos los pueblos hacia el encuentro con Dios.
Finalmente, tenemos que resaltar la bondad del nombre del Señor. ¿En qué consiste esta bondad? ¿Cómo la ha experimentado Israel y cómo podrá experimentarla la «tierra entera»? La respuesta reside en las dos características del Dios que sella su alianza: el amor y la fidelidad. O, si se prefiere, el amor fiel, un amor que, además, es para siempre.
Según el evangelio de Juan, Jesús es el amor fiel del Padre (Jn 1,17), aliado de toda la humanidad en la búsqueda de la vida un (10,10). Creyó y enseñó a creer en un único Dios (Mc 12,29-30), mostrando que la principal característica de Dios es la de ser Padre de todos («Padre nuestro», cf. Mt 6,7-13). Las acciones de Jesús (sus milagros) ponen de manifiesto su bondad y la bondad del que lo había enviado, sin discriminar a nadie por razones de raza, sexo o condición social. Trató a todos como hijos e hijas de Dios. Mostró que servir a Dios es servir a todos para que tuvieran vida. Reaccionó enérgicamente contra un culto vacío, estéril y que no estaba comprometido con la práctica de la justicia.
Podemos rezar este salmo cuando queremos dar gracias y bendecir a Dios en unión con todo el mundo, con toda la creación, con un espíritu de fraternidad universal; cuando queremos fortalecer nuestra fe en un único Dios, que da la vida a todos y que conduce a la humanidad por los caminos de la vida; cuando queremos que nuestras celebraciones estén determinadas por la vida y no por el ritual o la rutina; cuando sentimos la necesidad de celebrar el buen nombre del Señor, su amor y su fidelidad que nunca se agotan...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 1,43-51.
La escena describe la vocación de Felipe y de Natanael, modelo de discipulado y de seguimiento, que tiene analogías con los relatos de llamada narrados en los sinópticos (cf. Mc 2,14; Mt 8,22; 9,9; 19,21; Lc 9,59). Los hechos no se desarrollan junto al Jordán, sino mientras Jesús camina hacia Galilea. Ha comenzado el tiempo de su misión.
Es un sucederse y un intercambiarse de miradas y de encuentros. Jesús se propone primero a Felipe en el marco de los acontecimientos cotidianos, llamándolo a su seguimiento. Después, Felipe invita a Natanael a encontrar a Jesús: «Ven y verás» (v. 46). Felipe no intenta aclarar o resolver la duda inicial del compañero, sino que prefiere invitarlo a una experiencia personal con el Maestro, la misma que ha vivido él anteriormente y que ha cambiado su vida. Sólo la fe ayuda a superar los motivos de escándalo y de autosuficiencia humana. Y Jesús la suscita realmente en Natanael, que consiente en acoger el misterio del Hijo del hombre. Jesús revela al futuro discípulo su conocimiento personal porque en él no hay doblez: él es el verdadero israelita piadoso y recto, apasionado por la Escritura, que sabe confesar su propia pobreza ante Dios (cf. Sal 22).
El hombre, tocado en lo íntimo de su ser, por la alabanza del Maestro y por el profundo conocimiento que este tiene de él, se rinde a la evidencia y reconoce en Jesús al Mesías, y confiesa: «Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el rey de Israel» (v. 49). Natanael, como los otros discípulos que lo han precedido en el encuentro con Cristo, se encuentra en el nivel de la fe auténtica y abierta a ulteriores revelaciones que Jesús hará inmediatamente (vv 50-51). Jesús es el Mesías prometido y esperado para el fin de los tiempos.
Muchas veces el evangelio se concentra en el misterio del Jesús terreno. El es el hijo de José, de la pequeña aldea de Nazaret. Es de origen humilde pero tiene la fuerza y la autoridad para decir: «Sígueme» (Jn 1,43). Jesús invita al hombre a buscarlo porque sólo se deja encontrar por los que lo buscan. Una serie de experiencias de los discípulos (cf. Jn 1,35-51) permite penetrar en el misterio. Este se abre con el «permanecer con» Jesús y se concluye con la exultante alegría de la confesión de fe en el Mesías, sobre quien suben y bajan los ángeles de Dios (cf. Jn 1,51).
En el testimonio de fe de los discípulos participa también el cielo. Jesús es verdaderamente el único revelador de Dios y el eslabón que liga al hombre con el cielo. También todo cristiano auténtico está ante la “casa de Dios” y a las “puertas del cielo”, prefiguradas por la persona histórica de Jesús, donde se contempla el misterio del “Hijo del hombre” (cf. Dn 7,13). El hombre Jesús es el Hijo del hombre, es el Verbo encarnado y el hombre glorificado por la resurrección, que revela con autoridad al Padre. Es la gloria de Dios, es el nexo de unión de cielo y tierra, es el mediador entre Dios y los hombres, es la nueva escala de Jacob, de la que Dios se sirve para dialogar con el hombre. En Jesús encuentra el hombre el espacio ideal para experimentar la acción salvífica de Dios, cuya aceptación o rechazo por parte del hombre comporta un juicio de salvación o de condena (cf. Jn 3,14; 11,51; 12,32).
La progresión en la revelación del misterio tiene dos razones: una objetiva, que hace referencia al misterio mismo que conserva su zona de sombra, y otra subjetiva, en cuanto es necesario que todo hombre conquiste su madurez mediante la experiencia, que es nuestro modo de crecer. A todo creyente corresponde recorrer este itinerario repleto de experiencia.
Comentario del Santo Evangelio: (Jn 1, 43-51), para nuestros Mayores. Tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel.
Cuestión de vida o muerte. A la llamada vocacional de Jesús y al envío misionero precede siempre una oferta de amistad con él y “desde él”, con otros con vocación. De aquí arranca todo. Natanael es un ejemplo.
Por otra parte, el mensaje que se desprende de la carta de Juan es denso e incitante: “El amor existe no porque amemos nosotros a Dios, sino porque Él nos amó a nosotros” (1 Jn 4,10). “Podemos amar porque Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). “Fui yo quien os eligió” (Jn 15,16) no para ser “sus siervos, sino sus amigos” (Jn 15,15). La única respuesta válida al amor del Señor es el amor a los hermanos. “Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16). “El que diga: ‘Yo amo a Dios’, mientras odia a su hermano, es un embustero...” (1 Jn 4,20). Y es precisamente en este amar al hermano donde está la verdadera vida.
Estamos ante uno de los párrafos más densos de todo el Nuevo Testamento. Sus afirmaciones producen un cierto escalofrío por lo rotundas y tajantes: El que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3,15). El amor, sí, es cuestión de vida o muerte. Del que no ama dice el Espíritu: “Vives nominalmente, pero estás muerto” (Ap 3,1).
Juan, al escribir esta afirmación, está diciendo algo definitivo en antropología y psicología: El que no ama está, efectivamente, muerto no sólo en esa, para algunos, vaga dimensión de lo sobrenatural, sino en el pleno sentido psicológico. El que no ama tiene el fondo de su ser dormido, insensible, paralizado; o, si se quiere, tiene una incipiente vida fetal. Un convertido me confesaba: “Me has pedido que explique cómo y cuándo encontré al Dios del amor. Es preciso que te explique primero lo que yo era; así comprenderás mejor. Durante seis o siete años que viví como un impío, hice mucho daño, no tanto por malicia cuando por inconsciencia y egoísmo. Vivía engullido por la música (es músico), y me estaba convirtiendo en una máquina con sensaciones egoístas. Era un muerto viviente... En cambio, ahora tengo verdaderamente la experiencia de comenzar a vivir”.
La puerta se abre hacia fuera. Porque el egoísta es un muerto psicológico, por eso no es ni puede ser feliz con una felicidad honda. El hombre ha sido hecho “a imagen y semejanza de Dios”; y Dios es amor. Porque es amor infinito es felicidad infinita. El hombre no puede pecar impunemente contra su propia vocación al amor. Si el egoísta fuera feliz, el ser humano estaría mal hecho.
Kierkegaard afirma: La puerta de la felicidad se abre hacia fuera y es inútil lanzarse contra ella para forzarla. El egoísmo es necesariamente angustia en el sentido original de la palabra, que significa “angostura”, estrechez, asfixia vital por sentirse apretado en la propia mezquindad. El egoísta es carcelero de sí mismo; más todavía: sarcófago para sí.
En cambio, todos los grandes generosos han sido y son intensamente felices. La Madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, afirmaba sentirse profundamente feliz en medio de la miseria: “Sólo me duele la miseria de los demás”. Y es que, como dice Juan, el que ama ha pasado de la muerte a la vida; y la vida es necesariamente felicidad, alegría. Algunos viven tensos y angustiados: ¿Estaré en gracia? “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14).
El amor no pasa nunca. Es el centro absoluto del mensaje de Jesús: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros” (Jn 15,12). El resumen de la ley está en el amor a Dios y al prójimo; no se entiende lo primero sin lo segundo. Por eso Pablo entona un himno entusiasmado al amor: “Sin él, no soy nada; con él gozamos de una vida plena, feliz y fecunda” (1 Co 13,1ss). Ya puedo ser un premio Nobel, un genio, hacer milagros de economía, ciencia o humanismo, sí no estoy impulsado en todo ello por el amor, soy un pobre, estoy vacío. El amor es el resumen de toda la ética cristiana (Rm 13,9-10; Gá 5,14).
Jesús nos señala también la forma de amar: “como yo os he amado”. “No os he llamado siervos, sino amigos”; “no hay mayor amor que dar la vida (Jn 15,12-15). Es un amor afectivo y efectivo. Juan no puede ser más categórico: “También nosotros debemos desprendernos de la vida por nuestros hermanos. Si uno posee bienes de este mundo y viendo que su hermano pasa necesidad, e cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amenos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,17-18).
Jesús advierte que en el juicio definitivo se nos pedirá cuenta sobre todo de los hechos relacionados con la caridad evangélica (Mt 25,1ss). El amor es tan trascendental y trascendente que traspasará las fronteras de la existencia terrena (1 Co 13,8-13). Entraremos en la existencia trascendente desnudos, con solo nuestro ser. El amor entrará con nosotros, porque es “nosotros”, lo que constituye nuestro ser. Más aún: la gloria celestial consistirá en una ininterrumpida experiencia de comunión con Dios y con los hermanos. Toda persona tiene un pequeño rescoldo de amor, y por eso tiene algo de vida. Pero ¡qué diferencia entre el joven campeón olímpico y el enfermo que sobrevive vegetativamente en el hospital! Jesús asegura: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Por tanto, no se trata sólo de sobrevivir, sino de tener calidad de vida. Y ésta depende de la capacidad de amar.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 1, 43-45, de Joven para Joven. “Tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel”.
A la llamada vocacional de Jesús del envio misionero, precede siempre una oferta de amistad con él y “desde él”, con otros que sienten la misma vocación. De aquí arranca todo. Natanael es un ejemplo.
Por otra parte, el mensaje que se desprende de la carta de Juan es denso e incitante: “El amor existe no porque amemos nosotros a Dios, sino porque Él nos amó a nosotros” (1 Jn 4,10). “Podemos amar porque Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). “Fui yo quien os eligió” (Jn 15,16) no para ser “sus siervos, sino sus amigos” (Jn 15,15). La única respuesta válida al amor del Señor es el amor a los hermanos. “Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16). “El que diga: ‘Yo amo a Dios’, mientras odia a su hermano, es un embustero (1 Jn 4,20). Y es precisamente en este amar al hermano donde está la verdadera vida.
Estamos ante uno de los párrafos más densos de todo el Nuevo Testamento. Sus afirmaciones producen un cierto escalofrío por lo rotundas y tajantes: El que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3,15). El amor, sí, es cuestión de vida o muerte. Del que no ama dice el Espíritu: “Vives nominalmente, pero estás muerto” (Ap 3,1).
Juan, al escribir esta afirmación, está diciendo algo definitivo en antropología y psicología: El que no ama está, efectivamente, muerto no sólo en esa, para algunos, vaga dimensión de lo sobrenatural, sino eh el pleno sentido psicológico. El que no ama tiene el fondo de su ser dormido, insensible, paralizado; o, si se quiere, tiene una incipiente vida fetal. Un convertido me confesaba: “Me has pedido que explique cómo y cuándo encontré al Dios del amor. Es preciso que te explique primero lo que yo era; así comprenderás mejor. Durante seis o siete años que viví como un impío, hice mucho daño, no tanto por malicia cuando por inconsciencia y egoísmo. Vivía engullido por la música (es músico), y me estaba convirtiendo en una máquina con sensaciones egoístas. Era un muerto viviente... En cambio, ahora tengo verdaderamente la experiencia de comenzar a vivir”.
Porque el egoísta es un muerto psicológico, por eso no es ni puede ser feliz con una felicidad honda. El hombre ha sido hecho “a imagen y semejanza de Dios”; y Dios es amor. Porque es amor infinito es felicidad infinita. El hombre no puede pecar impunemente contra su propia vocación al amor. Si el egoísta fuera feliz, el ser humano estaría mal hecho.
Kierkegaard afirma: La puerta de la felicidad se abre hacia fuera y es inútil lanzarse contra ella para forzarla. El egoísmo es necesariamente angustia en el sentido original de la palabra, que significa “angostura”, estrechez, asfixia vital por sentirse apretado en la propia mezquindad. El egoísta es carcelero de sí mismo; más todavía: sarcófago para sí.
En cambio, todos los grandes generosos han sido y son intensamente felices. La Madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, afirmaba sentirse profundamente feliz en medio de la miseria: “Sólo me duele la miseria de los demás”. Y es que, como dice Juan, el que ama ha pasado de la muerte a la vida; y la vida es necesariamente felicidad, alegría. Algunos viven tensos y angustiados: ¿Estaré en gracia? “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14).
Es el centro absoluto del mensaje de Jesús: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros” (Jn 15,12). El resumen de la ley está en el amor a Dios y al prójimo; no se entiende lo primero sin lo segundo. Por eso Pablo entona un himno entusiasmado al amor: “Sin él, no soy nada; con él gozamos de una vida plena, feliz y fecunda” (1 Co 13, lss). Ya puedo ser un premio Nobel, un genio, hacer milagros de economía, ciencia o humanismo, si no estoy impulsado en todo ello por el amor, soy un pobre desgraciado, estoy vacío. El amor es el resumen de toda la ética cristiana (Rm 13,9-10; Gá 5,14).
Jesús nos señala también la forma de amar: “como yo os he amado”. “No os he llamado siervos, sino amigos”; “no hay mayor amor que dar la vida (Jn 15,12-1 5). Es un amor afectivo y efectivo. Juan no puede ser más categórico: “También nosotros debemos desprendernos de la vida por nuestros hermanos. Si uno posee bienes de este mundo y viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amenos con palabras y de boca, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,17-18).
Jesús advierte que en el juicio definitivo se nos pedirá cuenta sobre todo de los hechos relacionados con la caridad evangélica (Mt 25,1ss). El amor es tan trascendental y trascendente que traspasará las fronteras de la existencia terrena (1 Co 13,8-13). Entraremos en la existencia trascendente desnudos, con solo nuestras obras. El amor entrará con nosotros, porque es “nosotros”, lo que constituye nuestro ser. Más aún: la gloria celestial consistirá en una ininterrumpida experiencia de comunión con Dios y con los hermanos. Toda persona tiene un pequeño rescoldo de amor, y por eso tiene algo de vida. Pero ¡qué diferencia entre el joven campeón olímpico y el enfermo que sobrevive vegetativamente en el hospital! Jesús asegura: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Por tanto, no se trata sólo de sobrevivir, sino de tener calidad de vida. Y ésta depende de la capacidad de amar.
Elevación Espiritual para este día.
Nuestro Padre celestial, desde la eternidad, nos ha llamado y nos ha elegido en su Hijo amado y, con su mano amorosa, ha escrito nuestros nombres en el libro viviente de la eterna Sabiduría: nosotros, pues, debemos corresponder a su amor con todas nuestras fuerzas.
Justamente así comienzan todos los cantos de los ángeles y de los hombres, los cantos que nunca tendrán fin.
La primera melodía del canto celestial es el amor hacia Dios y hacia el prójimo: Dios Padre ha enviado a su Hijo para enseñárnosla. Jesucristo, el que nos ha amado desde siempre, desde el día de su concepción en el vientre santo de la Virgen, cantaba en su espíritu gloria y honor a su Padre del cielo, serenidad y paz a todos los hombres de buena voluntad.
Y, en efecto, todo cuanto de más sublime y más gozoso se puede cantar en el cielo y en la tierra es precisamente esto: amar a Dios y amar al prójimo por referencia a Dios, por Dios y en Dios. Cristo, que es nuestro cantor y maestro de coro, ha cantado desde el principio y entonará para nosotros eternamente el cántico de la fidelidad y del amor sin fin. Y también nosotros, con todas nuestras fuerzas, cantaremos tras él, sea aquí abajo en la tierra, sea en el coro de la gloria de Dios.
Reflexión Espiritual para el día.
Amad sobre todo a los pobres, los pequeños, los pecadores, los despreciados que son a su vez la más viva encarnación de Cristo, las ovejas más amadas y predilectas de su grey. Amadlos como son, con su aspecto de miseria y de pecado. Este es su mayor título para vuestro amor. El Salvador no ha venido por los justos, sino por los pecadores. “Hacerse uno de ellos” es enriquecerse con su contacto, despojándose de la ilusión de deber llevarles siempre alguna cosa. Esto requiere un alma totalmente abierta y disponible.
El amor, el auténtico amor, es muy exigente: amar como ama Cristo Jesús; estar dispuestos a dar la propia vida como Jesús por los pequeños, los más miserables de nuestros hermanos. Es por esto, y sólo por esto, que seréis reconocidos como sus discípulos y sus amigos.
Preferid siempre a los más pequeños de entre los pobres, los que el mundo rechaza, los que no encuentran otro lugar donde refugiarse que bajo los arcos del acueducto o los fosos de las ruinas romanas (...). Id en busca del miserable, del condenado, del culpable que se esconde y tiene vergüenza, preguntándose quién podrá amarlo aún como amigo. Por esto buscamos aproximarnos a los encarcelados en la miseria moral de sus prisiones.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 3, 11-21 (3, 14-16/3, 14-18/3, 18-24/3, 1-24). El amor fraterno.
El que obra la justicia es justo, el que no practica la justicia no es justo. Así había comenzado y terminado la sección anterior. Esta forma de expresarse sobre la incompatibilidad entre ser hijo de Dios y no practicar la justicia, podía dar la impresión que esto era lo verdadera y únicamente importante. Pero, por otra parte, el mandamiento fundamental cristiano es el del amor fraterno. Precisamente por eso, nuestro autor, al finalizar la sección anterior, había introducido este tema sobre el que ahora vuelve.
El mandamiento del amor fraterno se halla en el origen mismo del cristianismo. Y lo opuesto a este mandamiento no es llamado pecado, sino odio. Exactamente lo contrario al amor fraterno es el odio fraterno. Ahí está como primer ejemplo el caso de Caín, que era del Malo, no de Dios, y mató a su hermano. Amor-odio. Es la antítesis radical que se halla en la línea de la radicalidad de toda la Biblia, que no conoce matices intermedios. La Biblia está escrita, como se ha dicho muchas veces, en blanco y negro. Pero, ¿no hay posibilidad alguna intermedia de elección? Para nuestro autor parece que no exista otra alternativa que ésta: amor-odio. Lo confirma el caso aducido de Caín. En el relato del Génesis no se nos dicen los motivos por los cuales Dios no aceptó los sacrificios de Caín y se agradó en los de Abel. Esta laguna la llenaría la tradición judía —que es la que sigue aquí nuestro autor—: aquello había ocurrido porque las obras de Caín eran malas y las de su hermano eran buenas. Desde el punto de vista de Juan, el caso de Caín demuestra perfectamente su tesis: Caín era pecador, hijo del Malo (3,8).
El segundo ejemplo o argumento es el odio del mundo a los cristianos. Un odio con el que se debe contar, que nada tiene de sorprendente (Jn 15, 18-19). Era un argumento profundamente impresionante en la época en que nuestro autor escribe su carta. Existía una profunda separación entre la Iglesia y el mundo. Los cristianos eran perseguidos y muchos habían sido ya martirizados. Otra vez aparecía la antítesis radical amor-odio. Dentro de la Iglesia, el mandamiento original del amor; fuera de ella, el odio por los cristianos hasta la muerte y el exterminio (como en el caso de Caín y Abel).
Frente a los efectos del odio —que llega hasta la muerte— los del amor. En el cuarto evangelio —recordemos que tenemos en él la misma mentalidad que en nuestra carta— la vida cristiana había sido experimentada como un cambio radical frente a la vida anterior. Una diferencia tan radical y profunda que podía ser comparada con la que existe entre la vida y la muerte. Ahora, aquí, se emplea la misma imagen. Los cristianos hemos pasado de la muerte a la vida. El mundo, que no mantiene una relación con Dios, se halla fuera de su esfera, que es la de la vida; por tanto, se halla en el ámbito de la muerte.
Por el contrario, el cristiano, por su unión con Dios, participa de su vida, en él existe la vida de Dios, ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5, 24). Y el principio de discernimiento de esta vida es el amor fraterno. Dios es amor; por tanto la participación en su vida debe ser cognoscible por el amor. E igualmente es válido el aspecto contrario: el que no ama permanece en la muerte, no ha llegado a Dios, que es el autor de la vida, continúa en el ámbito del mundo, donde reina la muerte.
El odio es la negación rotunda del amor fraterno, la plena contradicción a lo que Dios quiere. Quien odia se halla, por tanto, totalmente privado de la vida de Dios, quiere eliminar a aquella persona a la que odia, es un homicida. De nuevo nuestro autor dibuja con blanco y negro, sin colores ni matices intermedios. Sencillamente porque no quiere presentar atenuantes que justifiquen la disminución del amor. Quiere insistir en lo esencial, en lo que Dios y Cristo han mandado y en lo que han prohibido. Quiere evitar la ausencia de amor en que vive el mundo.
¿Cuál es la característica del amor? El autor la expone aduciendo —en contraposición a Caín, que es la mejor ilustración del odio— el ejemplo de Cristo. Jesús entregó su vida por los hermanos. Este es el ejemplo y la ilustración característica de lo que significa el amor. Pero el amor cristiano no revestirá necesariamente un carácter tan sensacional. La entrega de la vida hasta la muerte no será la condición normal en las relaciones con el prójimo. Se manifestará ordinariamente en la vida de cada día frente a la necesidad ajena. Pero, en definitiva, es la entrega el termómetro del amor. El amor no consiste en bellas palabras (Sant 2, 15-16), sino en la acción eficaz ante la necesidad ajena. Las palabras bellas sobre el amor son apariencia, mentira, degeneración de lo que es el verdadero amor.
Desde el terreno de los principios desciende el autor de nuestra carta al terreno de la conciencia. La conciencia puede verse atormentada, intranquilizada. ¿Dónde existe un principio tranquilizador? El principio que ha venido desarrollando, el del amor fraterno. Esto es un argumento «de que estamos en la verdad». Por encima de la conciencia está Dios. Cumpliendo su mandamiento, la conciencia debe retirar sus acusaciones. Dios es más grande que nosotros, conoce nuestra debilidad, limitaciones y dificultades. Así la subjetividad del juicio de la conciencia se halla completada y fundamentada por el juicio objetivo de Dios. La realidad del amor fraterno es como la última apelación de la conciencia para lograr su tranquilidad.
El motivo fundamental de la buena noticia cristiana es el de la caridad fraterna y generosa desde el primer momento de la conversión (2,7-1 1). Sólo el amor auténtico a los hermanos salva y da vida, después de haber destruido la muerte (v. 14; Jn 5,24). El contrario del amor es el odio, el que impulsó a Caín a matar al justo Abel, el que movió a los incrédulos, enemigos de Dios, a matar a Cristo y a sus discípulos (cf. Jn 15,20). El odio es el signo de que este mundo está inmerso en la muerte y es la causa de su propia ruina con la práctica de la mentira y con una neta cerrazón a la verdad (vv. 12,15). El amor a los hermanos, por el contrario, injerta al hombre en el reino de la vida (v. 14) y permite gestos concretos de amor ante las necesidades del prójimo (vv.
17-18).
La práctica del verdadero amor es la vivida por Jesús, que dio su prueba suprema de bondad entregando la propia vida (Jn 10,11.15-18). Hacia este alto ideal toda comunidad cristiana debe crecer y fructificar como comunión de amor (cf. Jn 15,12-13; Hch 4,32). La plena disponibilidad que Cristo ha demostrado sobre la cruz debe animar al cristiano a vivir también la forma más alta del amor: el «amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12), y debe tener presente que el amor sin obras está muerto. Entonces, dar y compartir los propios bienes (vv 17-18) será siempre una obligación para aquellos que con confianza se han comprometido en el seguimiento de Cristo (vv. 19-21; Jn 21,17), seguros de que «Dios es más grande que nuestro corazón». Con esta condición el discípulo vivirá en la paz y el amor del Padre.
Comentario del Salmo 99
Es un himno de alabanza en el que se invita a toda la tierra y, en particular, al pueblo de Dios, a aclamar y celebrar al Señor, el único Dios.
Tiene dos pequeñas partes muy parecidas entre sí: lb-3; 4-5. Cada una de ellas empieza con las invitaciones en imperativo (lb-3a; 4) y sigue con la exposición de motivos (3b; 5). En total, tenemos siete invitaciones, la cuarta de las cuales («Sabed que sólo el Señor es Dios», (3a) constituye el eje de todas ellas y si motor del salmo.
La primera parte (1b-3) presenta cuatro invitaciones dirigida a la «tierra entera» (1b); estas invitaciones vienen formuladas mediante verbos en imperativo, como si se tratara de órdenes: «aclamad al Señor» (1b), «servid al Señor», «llegaos hasta él» (2), «sabed que...» (3a). El motivo es el siguiente: «El nos hizo y le pertenecemos, somos su pueblo y ovejas de su rebaño» (3b). Se presenta al pueblo mediante la imagen del rebaño. El salmo no desarrolla la imagen del Dios pastor, El ambiente que predomina es de alegría: «con alegría», «con gritos de júbilo» (2). El motivo sigue siendo el mismo: la toma de conciencia de que no hay más que un solo Dios, que es el Señor. Toda la tierra está invitada a festejar (« ¡aclamad!», (1b), a comprometerse en el servicio de este único Dios («servid») y a acercarse a él («llegaos hasta él»), para tomar conciencia de que sólo hay un Dios, creador de todos y pastor que conduce a la humanidad en su conjunto como a un solo rebaño (3).
La segunda parte (4-5) añade tres peticiones más, dirigidas probablemente al pueblo de Dios en procesión. Sumadas a las cuatro de la primera parte, hacen un total de siete. También se expresan aquí con verbos en imperativo: «entrad», «dadle gracias» y «bendecid» (4). El centro de estas tres invitaciones es «dar gracias». Estamos, por tanto, en el comienzo de una celebración de acción de gracias. ¿Por qué se celebra y se dan gracias? La respuesta viene inmediatamente. El ambiente en que nos movemos es el mismo que en la primera parte: «dando gracias» y «con cánticos de alabanza» (4). Se habla de «puertas» y de «atrios», lo que da la impresión de que se trata de una procesión. El pueblo está entrando en el templo de Jerusalén (la procesión recuerda vagamente a un pastor en camino con su rebaño), para celebrar y bendecir el nombre del Señor. El motivo, por tanto, es el siguiente: «El Señor es bueno: su amor es para siempre y su fidelidad de generación en generación» (5). Según algunos investigadores, el versículo 5 sería una especie de estribillo que cantaría el pueblo durante la procesión. En este estribillo se destacan dos cosas. En primer lugar, la bondad del nombre del Señor.
En segundo lugar, el binomio «amor + fidelidad». Estas son las condiciones del compromiso del Señor en la Alianza con su pueblo. Será un Dios fiel y amoroso. Por todo esto se dan gracias y se bendice por siempre.
El eje de este salmo viene constituido por la toma de conciencia de que existe un solo Dios para todo el universo: «Sabed que sólo el Señor es Dios» (3a). En el trasfondo de esta afirmación tenemos una crítica contra los dioses de las naciones o bien la superación de un conflicto religioso al respecto. Durante mucho tiempo, Israel creyó que los ídolos de las naciones existían realmente. Sólo en la época del exilio en Babilonia llegó al convencimiento de que existía sólo un Dios, creador y guía de toda la humanidad por los caminos de la vida.
No obstante, la invitación con que arranca el salmo se dirige a la «tierra entera», dejando así abierta la tensión: ¿Reconocerá o no todo el mundo lo que ha hecho este Dios? ¿Se acercará a él, lo servirá y celebrará, bendiciendo su nombre, que es bueno, y su amor fiel, que es eterno?
El contexto inmediato de este salmo es el de una celebración en el templo, precedida por una procesión que va aproximándose a sus puertas y atrios (4). El ambiente de fiesta y alegría, inundado por el deseo de una fraternidad universal, guía los pasos y orienta el corazón de cuantos se acercan a dar gracias y bendecir al Dios creador, bueno y eternamente fiel.
Del mismo modo que hay una relación de pertenencia recíproca entre las ovejas de un rebaño y su pastor, existe una estrecha relación de amistad entre el Señor y su pueblo («somos su pueblo»). Esto nos sitúa de lleno en el corazón de la Alianza. Al margen de esto, el salmo que nos ocupa supera la estrecha visión de un Dios que sólo pacta con Israel. Y lo hace invitando a la «tierra entera» a aclamar, servir y reconocer que el Señor es el único Dios. Israel, al vivir la experiencia de la Alianza con Dios, se convierte en una especie de «hermano mayor» de todos los pueblos, indicándoles el camino que conduce al encuentro con el Dios verdadero. La experiencia de Israel sirve de luz para las naciones, elemento este que se destaca en diversos textos del Antiguo Testamento.
Además, se presenta al Señor como el creador que establece un vínculo estrecho e indestructible con todas las criaturas. Pero el horizonte no puede ser más amplio, carece de límites: el Señor lo ha hecho todo, ha creado a todos, y no sólo al pueblo de Israel. Aquí también entra en escena el papel pedagógico del pueblo de Dios que, celebrando su experiencia de un único Dios creador, ilumina el camino de todos los pueblos hacia el encuentro con Dios.
Finalmente, tenemos que resaltar la bondad del nombre del Señor. ¿En qué consiste esta bondad? ¿Cómo la ha experimentado Israel y cómo podrá experimentarla la «tierra entera»? La respuesta reside en las dos características del Dios que sella su alianza: el amor y la fidelidad. O, si se prefiere, el amor fiel, un amor que, además, es para siempre.
Según el evangelio de Juan, Jesús es el amor fiel del Padre (Jn 1,17), aliado de toda la humanidad en la búsqueda de la vida un (10,10). Creyó y enseñó a creer en un único Dios (Mc 12,29-30), mostrando que la principal característica de Dios es la de ser Padre de todos («Padre nuestro», cf. Mt 6,7-13). Las acciones de Jesús (sus milagros) ponen de manifiesto su bondad y la bondad del que lo había enviado, sin discriminar a nadie por razones de raza, sexo o condición social. Trató a todos como hijos e hijas de Dios. Mostró que servir a Dios es servir a todos para que tuvieran vida. Reaccionó enérgicamente contra un culto vacío, estéril y que no estaba comprometido con la práctica de la justicia.
Podemos rezar este salmo cuando queremos dar gracias y bendecir a Dios en unión con todo el mundo, con toda la creación, con un espíritu de fraternidad universal; cuando queremos fortalecer nuestra fe en un único Dios, que da la vida a todos y que conduce a la humanidad por los caminos de la vida; cuando queremos que nuestras celebraciones estén determinadas por la vida y no por el ritual o la rutina; cuando sentimos la necesidad de celebrar el buen nombre del Señor, su amor y su fidelidad que nunca se agotan...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 1,43-51.
La escena describe la vocación de Felipe y de Natanael, modelo de discipulado y de seguimiento, que tiene analogías con los relatos de llamada narrados en los sinópticos (cf. Mc 2,14; Mt 8,22; 9,9; 19,21; Lc 9,59). Los hechos no se desarrollan junto al Jordán, sino mientras Jesús camina hacia Galilea. Ha comenzado el tiempo de su misión.
Es un sucederse y un intercambiarse de miradas y de encuentros. Jesús se propone primero a Felipe en el marco de los acontecimientos cotidianos, llamándolo a su seguimiento. Después, Felipe invita a Natanael a encontrar a Jesús: «Ven y verás» (v. 46). Felipe no intenta aclarar o resolver la duda inicial del compañero, sino que prefiere invitarlo a una experiencia personal con el Maestro, la misma que ha vivido él anteriormente y que ha cambiado su vida. Sólo la fe ayuda a superar los motivos de escándalo y de autosuficiencia humana. Y Jesús la suscita realmente en Natanael, que consiente en acoger el misterio del Hijo del hombre. Jesús revela al futuro discípulo su conocimiento personal porque en él no hay doblez: él es el verdadero israelita piadoso y recto, apasionado por la Escritura, que sabe confesar su propia pobreza ante Dios (cf. Sal 22).
El hombre, tocado en lo íntimo de su ser, por la alabanza del Maestro y por el profundo conocimiento que este tiene de él, se rinde a la evidencia y reconoce en Jesús al Mesías, y confiesa: «Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el rey de Israel» (v. 49). Natanael, como los otros discípulos que lo han precedido en el encuentro con Cristo, se encuentra en el nivel de la fe auténtica y abierta a ulteriores revelaciones que Jesús hará inmediatamente (vv 50-51). Jesús es el Mesías prometido y esperado para el fin de los tiempos.
Muchas veces el evangelio se concentra en el misterio del Jesús terreno. El es el hijo de José, de la pequeña aldea de Nazaret. Es de origen humilde pero tiene la fuerza y la autoridad para decir: «Sígueme» (Jn 1,43). Jesús invita al hombre a buscarlo porque sólo se deja encontrar por los que lo buscan. Una serie de experiencias de los discípulos (cf. Jn 1,35-51) permite penetrar en el misterio. Este se abre con el «permanecer con» Jesús y se concluye con la exultante alegría de la confesión de fe en el Mesías, sobre quien suben y bajan los ángeles de Dios (cf. Jn 1,51).
En el testimonio de fe de los discípulos participa también el cielo. Jesús es verdaderamente el único revelador de Dios y el eslabón que liga al hombre con el cielo. También todo cristiano auténtico está ante la “casa de Dios” y a las “puertas del cielo”, prefiguradas por la persona histórica de Jesús, donde se contempla el misterio del “Hijo del hombre” (cf. Dn 7,13). El hombre Jesús es el Hijo del hombre, es el Verbo encarnado y el hombre glorificado por la resurrección, que revela con autoridad al Padre. Es la gloria de Dios, es el nexo de unión de cielo y tierra, es el mediador entre Dios y los hombres, es la nueva escala de Jacob, de la que Dios se sirve para dialogar con el hombre. En Jesús encuentra el hombre el espacio ideal para experimentar la acción salvífica de Dios, cuya aceptación o rechazo por parte del hombre comporta un juicio de salvación o de condena (cf. Jn 3,14; 11,51; 12,32).
La progresión en la revelación del misterio tiene dos razones: una objetiva, que hace referencia al misterio mismo que conserva su zona de sombra, y otra subjetiva, en cuanto es necesario que todo hombre conquiste su madurez mediante la experiencia, que es nuestro modo de crecer. A todo creyente corresponde recorrer este itinerario repleto de experiencia.
Comentario del Santo Evangelio: (Jn 1, 43-51), para nuestros Mayores. Tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel.
Cuestión de vida o muerte. A la llamada vocacional de Jesús y al envío misionero precede siempre una oferta de amistad con él y “desde él”, con otros con vocación. De aquí arranca todo. Natanael es un ejemplo.
Por otra parte, el mensaje que se desprende de la carta de Juan es denso e incitante: “El amor existe no porque amemos nosotros a Dios, sino porque Él nos amó a nosotros” (1 Jn 4,10). “Podemos amar porque Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). “Fui yo quien os eligió” (Jn 15,16) no para ser “sus siervos, sino sus amigos” (Jn 15,15). La única respuesta válida al amor del Señor es el amor a los hermanos. “Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16). “El que diga: ‘Yo amo a Dios’, mientras odia a su hermano, es un embustero...” (1 Jn 4,20). Y es precisamente en este amar al hermano donde está la verdadera vida.
Estamos ante uno de los párrafos más densos de todo el Nuevo Testamento. Sus afirmaciones producen un cierto escalofrío por lo rotundas y tajantes: El que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3,15). El amor, sí, es cuestión de vida o muerte. Del que no ama dice el Espíritu: “Vives nominalmente, pero estás muerto” (Ap 3,1).
Juan, al escribir esta afirmación, está diciendo algo definitivo en antropología y psicología: El que no ama está, efectivamente, muerto no sólo en esa, para algunos, vaga dimensión de lo sobrenatural, sino en el pleno sentido psicológico. El que no ama tiene el fondo de su ser dormido, insensible, paralizado; o, si se quiere, tiene una incipiente vida fetal. Un convertido me confesaba: “Me has pedido que explique cómo y cuándo encontré al Dios del amor. Es preciso que te explique primero lo que yo era; así comprenderás mejor. Durante seis o siete años que viví como un impío, hice mucho daño, no tanto por malicia cuando por inconsciencia y egoísmo. Vivía engullido por la música (es músico), y me estaba convirtiendo en una máquina con sensaciones egoístas. Era un muerto viviente... En cambio, ahora tengo verdaderamente la experiencia de comenzar a vivir”.
La puerta se abre hacia fuera. Porque el egoísta es un muerto psicológico, por eso no es ni puede ser feliz con una felicidad honda. El hombre ha sido hecho “a imagen y semejanza de Dios”; y Dios es amor. Porque es amor infinito es felicidad infinita. El hombre no puede pecar impunemente contra su propia vocación al amor. Si el egoísta fuera feliz, el ser humano estaría mal hecho.
Kierkegaard afirma: La puerta de la felicidad se abre hacia fuera y es inútil lanzarse contra ella para forzarla. El egoísmo es necesariamente angustia en el sentido original de la palabra, que significa “angostura”, estrechez, asfixia vital por sentirse apretado en la propia mezquindad. El egoísta es carcelero de sí mismo; más todavía: sarcófago para sí.
En cambio, todos los grandes generosos han sido y son intensamente felices. La Madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, afirmaba sentirse profundamente feliz en medio de la miseria: “Sólo me duele la miseria de los demás”. Y es que, como dice Juan, el que ama ha pasado de la muerte a la vida; y la vida es necesariamente felicidad, alegría. Algunos viven tensos y angustiados: ¿Estaré en gracia? “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14).
El amor no pasa nunca. Es el centro absoluto del mensaje de Jesús: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros” (Jn 15,12). El resumen de la ley está en el amor a Dios y al prójimo; no se entiende lo primero sin lo segundo. Por eso Pablo entona un himno entusiasmado al amor: “Sin él, no soy nada; con él gozamos de una vida plena, feliz y fecunda” (1 Co 13,1ss). Ya puedo ser un premio Nobel, un genio, hacer milagros de economía, ciencia o humanismo, sí no estoy impulsado en todo ello por el amor, soy un pobre, estoy vacío. El amor es el resumen de toda la ética cristiana (Rm 13,9-10; Gá 5,14).
Jesús nos señala también la forma de amar: “como yo os he amado”. “No os he llamado siervos, sino amigos”; “no hay mayor amor que dar la vida (Jn 15,12-15). Es un amor afectivo y efectivo. Juan no puede ser más categórico: “También nosotros debemos desprendernos de la vida por nuestros hermanos. Si uno posee bienes de este mundo y viendo que su hermano pasa necesidad, e cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amenos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,17-18).
Jesús advierte que en el juicio definitivo se nos pedirá cuenta sobre todo de los hechos relacionados con la caridad evangélica (Mt 25,1ss). El amor es tan trascendental y trascendente que traspasará las fronteras de la existencia terrena (1 Co 13,8-13). Entraremos en la existencia trascendente desnudos, con solo nuestro ser. El amor entrará con nosotros, porque es “nosotros”, lo que constituye nuestro ser. Más aún: la gloria celestial consistirá en una ininterrumpida experiencia de comunión con Dios y con los hermanos. Toda persona tiene un pequeño rescoldo de amor, y por eso tiene algo de vida. Pero ¡qué diferencia entre el joven campeón olímpico y el enfermo que sobrevive vegetativamente en el hospital! Jesús asegura: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Por tanto, no se trata sólo de sobrevivir, sino de tener calidad de vida. Y ésta depende de la capacidad de amar.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 1, 43-45, de Joven para Joven. “Tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel”.
A la llamada vocacional de Jesús del envio misionero, precede siempre una oferta de amistad con él y “desde él”, con otros que sienten la misma vocación. De aquí arranca todo. Natanael es un ejemplo.
Por otra parte, el mensaje que se desprende de la carta de Juan es denso e incitante: “El amor existe no porque amemos nosotros a Dios, sino porque Él nos amó a nosotros” (1 Jn 4,10). “Podemos amar porque Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). “Fui yo quien os eligió” (Jn 15,16) no para ser “sus siervos, sino sus amigos” (Jn 15,15). La única respuesta válida al amor del Señor es el amor a los hermanos. “Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16). “El que diga: ‘Yo amo a Dios’, mientras odia a su hermano, es un embustero (1 Jn 4,20). Y es precisamente en este amar al hermano donde está la verdadera vida.
Estamos ante uno de los párrafos más densos de todo el Nuevo Testamento. Sus afirmaciones producen un cierto escalofrío por lo rotundas y tajantes: El que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3,15). El amor, sí, es cuestión de vida o muerte. Del que no ama dice el Espíritu: “Vives nominalmente, pero estás muerto” (Ap 3,1).
Juan, al escribir esta afirmación, está diciendo algo definitivo en antropología y psicología: El que no ama está, efectivamente, muerto no sólo en esa, para algunos, vaga dimensión de lo sobrenatural, sino eh el pleno sentido psicológico. El que no ama tiene el fondo de su ser dormido, insensible, paralizado; o, si se quiere, tiene una incipiente vida fetal. Un convertido me confesaba: “Me has pedido que explique cómo y cuándo encontré al Dios del amor. Es preciso que te explique primero lo que yo era; así comprenderás mejor. Durante seis o siete años que viví como un impío, hice mucho daño, no tanto por malicia cuando por inconsciencia y egoísmo. Vivía engullido por la música (es músico), y me estaba convirtiendo en una máquina con sensaciones egoístas. Era un muerto viviente... En cambio, ahora tengo verdaderamente la experiencia de comenzar a vivir”.
Porque el egoísta es un muerto psicológico, por eso no es ni puede ser feliz con una felicidad honda. El hombre ha sido hecho “a imagen y semejanza de Dios”; y Dios es amor. Porque es amor infinito es felicidad infinita. El hombre no puede pecar impunemente contra su propia vocación al amor. Si el egoísta fuera feliz, el ser humano estaría mal hecho.
Kierkegaard afirma: La puerta de la felicidad se abre hacia fuera y es inútil lanzarse contra ella para forzarla. El egoísmo es necesariamente angustia en el sentido original de la palabra, que significa “angostura”, estrechez, asfixia vital por sentirse apretado en la propia mezquindad. El egoísta es carcelero de sí mismo; más todavía: sarcófago para sí.
En cambio, todos los grandes generosos han sido y son intensamente felices. La Madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo, afirmaba sentirse profundamente feliz en medio de la miseria: “Sólo me duele la miseria de los demás”. Y es que, como dice Juan, el que ama ha pasado de la muerte a la vida; y la vida es necesariamente felicidad, alegría. Algunos viven tensos y angustiados: ¿Estaré en gracia? “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14).
Es el centro absoluto del mensaje de Jesús: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros” (Jn 15,12). El resumen de la ley está en el amor a Dios y al prójimo; no se entiende lo primero sin lo segundo. Por eso Pablo entona un himno entusiasmado al amor: “Sin él, no soy nada; con él gozamos de una vida plena, feliz y fecunda” (1 Co 13, lss). Ya puedo ser un premio Nobel, un genio, hacer milagros de economía, ciencia o humanismo, si no estoy impulsado en todo ello por el amor, soy un pobre desgraciado, estoy vacío. El amor es el resumen de toda la ética cristiana (Rm 13,9-10; Gá 5,14).
Jesús nos señala también la forma de amar: “como yo os he amado”. “No os he llamado siervos, sino amigos”; “no hay mayor amor que dar la vida (Jn 15,12-1 5). Es un amor afectivo y efectivo. Juan no puede ser más categórico: “También nosotros debemos desprendernos de la vida por nuestros hermanos. Si uno posee bienes de este mundo y viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amenos con palabras y de boca, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,17-18).
Jesús advierte que en el juicio definitivo se nos pedirá cuenta sobre todo de los hechos relacionados con la caridad evangélica (Mt 25,1ss). El amor es tan trascendental y trascendente que traspasará las fronteras de la existencia terrena (1 Co 13,8-13). Entraremos en la existencia trascendente desnudos, con solo nuestras obras. El amor entrará con nosotros, porque es “nosotros”, lo que constituye nuestro ser. Más aún: la gloria celestial consistirá en una ininterrumpida experiencia de comunión con Dios y con los hermanos. Toda persona tiene un pequeño rescoldo de amor, y por eso tiene algo de vida. Pero ¡qué diferencia entre el joven campeón olímpico y el enfermo que sobrevive vegetativamente en el hospital! Jesús asegura: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Por tanto, no se trata sólo de sobrevivir, sino de tener calidad de vida. Y ésta depende de la capacidad de amar.
Elevación Espiritual para este día.
Nuestro Padre celestial, desde la eternidad, nos ha llamado y nos ha elegido en su Hijo amado y, con su mano amorosa, ha escrito nuestros nombres en el libro viviente de la eterna Sabiduría: nosotros, pues, debemos corresponder a su amor con todas nuestras fuerzas.
Justamente así comienzan todos los cantos de los ángeles y de los hombres, los cantos que nunca tendrán fin.
La primera melodía del canto celestial es el amor hacia Dios y hacia el prójimo: Dios Padre ha enviado a su Hijo para enseñárnosla. Jesucristo, el que nos ha amado desde siempre, desde el día de su concepción en el vientre santo de la Virgen, cantaba en su espíritu gloria y honor a su Padre del cielo, serenidad y paz a todos los hombres de buena voluntad.
Y, en efecto, todo cuanto de más sublime y más gozoso se puede cantar en el cielo y en la tierra es precisamente esto: amar a Dios y amar al prójimo por referencia a Dios, por Dios y en Dios. Cristo, que es nuestro cantor y maestro de coro, ha cantado desde el principio y entonará para nosotros eternamente el cántico de la fidelidad y del amor sin fin. Y también nosotros, con todas nuestras fuerzas, cantaremos tras él, sea aquí abajo en la tierra, sea en el coro de la gloria de Dios.
Reflexión Espiritual para el día.
Amad sobre todo a los pobres, los pequeños, los pecadores, los despreciados que son a su vez la más viva encarnación de Cristo, las ovejas más amadas y predilectas de su grey. Amadlos como son, con su aspecto de miseria y de pecado. Este es su mayor título para vuestro amor. El Salvador no ha venido por los justos, sino por los pecadores. “Hacerse uno de ellos” es enriquecerse con su contacto, despojándose de la ilusión de deber llevarles siempre alguna cosa. Esto requiere un alma totalmente abierta y disponible.
El amor, el auténtico amor, es muy exigente: amar como ama Cristo Jesús; estar dispuestos a dar la propia vida como Jesús por los pequeños, los más miserables de nuestros hermanos. Es por esto, y sólo por esto, que seréis reconocidos como sus discípulos y sus amigos.
Preferid siempre a los más pequeños de entre los pobres, los que el mundo rechaza, los que no encuentran otro lugar donde refugiarse que bajo los arcos del acueducto o los fosos de las ruinas romanas (...). Id en busca del miserable, del condenado, del culpable que se esconde y tiene vergüenza, preguntándose quién podrá amarlo aún como amigo. Por esto buscamos aproximarnos a los encarcelados en la miseria moral de sus prisiones.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 3, 11-21 (3, 14-16/3, 14-18/3, 18-24/3, 1-24). El amor fraterno.
El que obra la justicia es justo, el que no practica la justicia no es justo. Así había comenzado y terminado la sección anterior. Esta forma de expresarse sobre la incompatibilidad entre ser hijo de Dios y no practicar la justicia, podía dar la impresión que esto era lo verdadera y únicamente importante. Pero, por otra parte, el mandamiento fundamental cristiano es el del amor fraterno. Precisamente por eso, nuestro autor, al finalizar la sección anterior, había introducido este tema sobre el que ahora vuelve.
El mandamiento del amor fraterno se halla en el origen mismo del cristianismo. Y lo opuesto a este mandamiento no es llamado pecado, sino odio. Exactamente lo contrario al amor fraterno es el odio fraterno. Ahí está como primer ejemplo el caso de Caín, que era del Malo, no de Dios, y mató a su hermano. Amor-odio. Es la antítesis radical que se halla en la línea de la radicalidad de toda la Biblia, que no conoce matices intermedios. La Biblia está escrita, como se ha dicho muchas veces, en blanco y negro. Pero, ¿no hay posibilidad alguna intermedia de elección? Para nuestro autor parece que no exista otra alternativa que ésta: amor-odio. Lo confirma el caso aducido de Caín. En el relato del Génesis no se nos dicen los motivos por los cuales Dios no aceptó los sacrificios de Caín y se agradó en los de Abel. Esta laguna la llenaría la tradición judía —que es la que sigue aquí nuestro autor—: aquello había ocurrido porque las obras de Caín eran malas y las de su hermano eran buenas. Desde el punto de vista de Juan, el caso de Caín demuestra perfectamente su tesis: Caín era pecador, hijo del Malo (3,8).
El segundo ejemplo o argumento es el odio del mundo a los cristianos. Un odio con el que se debe contar, que nada tiene de sorprendente (Jn 15, 18-19). Era un argumento profundamente impresionante en la época en que nuestro autor escribe su carta. Existía una profunda separación entre la Iglesia y el mundo. Los cristianos eran perseguidos y muchos habían sido ya martirizados. Otra vez aparecía la antítesis radical amor-odio. Dentro de la Iglesia, el mandamiento original del amor; fuera de ella, el odio por los cristianos hasta la muerte y el exterminio (como en el caso de Caín y Abel).
Frente a los efectos del odio —que llega hasta la muerte— los del amor. En el cuarto evangelio —recordemos que tenemos en él la misma mentalidad que en nuestra carta— la vida cristiana había sido experimentada como un cambio radical frente a la vida anterior. Una diferencia tan radical y profunda que podía ser comparada con la que existe entre la vida y la muerte. Ahora, aquí, se emplea la misma imagen. Los cristianos hemos pasado de la muerte a la vida. El mundo, que no mantiene una relación con Dios, se halla fuera de su esfera, que es la de la vida; por tanto, se halla en el ámbito de la muerte.
Por el contrario, el cristiano, por su unión con Dios, participa de su vida, en él existe la vida de Dios, ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5, 24). Y el principio de discernimiento de esta vida es el amor fraterno. Dios es amor; por tanto la participación en su vida debe ser cognoscible por el amor. E igualmente es válido el aspecto contrario: el que no ama permanece en la muerte, no ha llegado a Dios, que es el autor de la vida, continúa en el ámbito del mundo, donde reina la muerte.
El odio es la negación rotunda del amor fraterno, la plena contradicción a lo que Dios quiere. Quien odia se halla, por tanto, totalmente privado de la vida de Dios, quiere eliminar a aquella persona a la que odia, es un homicida. De nuevo nuestro autor dibuja con blanco y negro, sin colores ni matices intermedios. Sencillamente porque no quiere presentar atenuantes que justifiquen la disminución del amor. Quiere insistir en lo esencial, en lo que Dios y Cristo han mandado y en lo que han prohibido. Quiere evitar la ausencia de amor en que vive el mundo.
¿Cuál es la característica del amor? El autor la expone aduciendo —en contraposición a Caín, que es la mejor ilustración del odio— el ejemplo de Cristo. Jesús entregó su vida por los hermanos. Este es el ejemplo y la ilustración característica de lo que significa el amor. Pero el amor cristiano no revestirá necesariamente un carácter tan sensacional. La entrega de la vida hasta la muerte no será la condición normal en las relaciones con el prójimo. Se manifestará ordinariamente en la vida de cada día frente a la necesidad ajena. Pero, en definitiva, es la entrega el termómetro del amor. El amor no consiste en bellas palabras (Sant 2, 15-16), sino en la acción eficaz ante la necesidad ajena. Las palabras bellas sobre el amor son apariencia, mentira, degeneración de lo que es el verdadero amor.
Desde el terreno de los principios desciende el autor de nuestra carta al terreno de la conciencia. La conciencia puede verse atormentada, intranquilizada. ¿Dónde existe un principio tranquilizador? El principio que ha venido desarrollando, el del amor fraterno. Esto es un argumento «de que estamos en la verdad». Por encima de la conciencia está Dios. Cumpliendo su mandamiento, la conciencia debe retirar sus acusaciones. Dios es más grande que nosotros, conoce nuestra debilidad, limitaciones y dificultades. Así la subjetividad del juicio de la conciencia se halla completada y fundamentada por el juicio objetivo de Dios. La realidad del amor fraterno es como la última apelación de la conciencia para lograr su tranquilidad.
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