Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

miércoles, 6 de enero de 2010

Día 06-01-2010


Miércoles 6 de enero de 2010. SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. 2ª Semana de Navidad. (Ciclo C). SS. Andrés Corsini ob, Pedro Tomás ob. 
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 60, 1-6. La Gloria del Señor amanece sobre ti.
Salmo 71. R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Ef 3, 2-3a.5-6. Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos de la promesa.
Mt 2, 1-12. Venimos de Oriente a adorar al Rey.

PRIMERA LECTURA.
Isaías 60, 1-6
La gloria del Señor amanece sobre ti

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 71
R/.Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.

Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.

Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sabá y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. R.

Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R.

SEGUNDA LECTURA.
Efesios 3, 2-6
Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos

Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 2, 1-12
Venimos de Oriente para dorar al Rey

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel"".

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.


Palabra del Señor.



Comentario de la Primera Lectura: Isaías 60, 1-6

La profecía, canto poético y glorioso, es una visión de universalismo y de unidad de todos los pueblos en camino hacia Jerusalén (cf. Jr 12,15-16; 16,19-21; Miq 4,1-3; Sof 3,9-10; Zac 8,20-23).

El profeta ve una caravana que avanza hacia la ciudad santa en dos grupos bien diferenciados: uno formado por los hijos y las hijas de Israel que vuelven del exilio (v. 4), y el otro formado por las naciones extranjeras atraídas por la luz y la gloria de Dios, que ilumina la colina de Sión. Isaías, entonces, se dirige al pueblo que escucha diciendo: «Levántate, revístete de luz… alza los ojos en torno y mira» (vv. 1-4). Ha terminado el tiempo del cansancio y del lamento y ha comenzado el de la alegría y la esperanza. Es preciso que la humanidad salga del propio individualismo y pesimismo y entre en la certeza de una vida nueva, que se alcanza dejando las tinieblas y caminando hacia la ciudad luminosa, cuyo esplendor procede de Dios: «Sobre ti resplandece el Señor, su gloria aparece sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz» (vv. 2-3; Ap 21,9-27).

El plan de Dios concierne a todos los pueblos, llamados a ser envueltos por la luz de la Jerusalén celeste y por la transparencia de la presencia de Dios que habita en medio de su pueblo. Dios mismo será el faro que orienta y atrae los pasos de los pueblos, de las gentes y de los reyes hacia su Señor. Y en Jerusalén tendrá lugar la gran manifestación y será desvelado lo escondido. En el nacimiento de Jesús los evangelistas verán la revelación de Dios y el cumplimiento de la profecía.

Comentario del Salmo 71.

Es un salmo real, pues tiene la persona del rey como su centro de atención. Se pide a Dios que le conceda al monarca la capacidad de juzgar con justicia, según los designios divinos.

Este salmo no presenta una división clara. Se puede apreciar una petición, seguida por una serie de motivos o consecuencias. El final es claramente un himno de alabanza que concluye el segundo libro (Sal 42 – 72), según la propuesta de dividir los salmos en cinco libros.

A pesar de lo dicho, vamos a dividir esta pieza en seis partes:
La primera parte, hace las veces de introducción. Hay una petición a favor del rey, que pone de manifiesto la principal característica de su gobierno: hace justicia a los pobres, instaurando, de este modo, la paz. La paz, por tanto, es fruto de la justicia. Cuando la autoridad política (rey) practica la justicia, el pueblo desea que su administración dure para siempre. De esto se ocupa la segunda parte. El pueblo creía que el sol y la luna no iban a desaparecer nunca. Analizando la naturaleza, descubrió que jamás han faltado la lluvia y las lloviznas. Desea, por tanto, que la autoridad política actúe del mismo modo, esto es, que haga germinar y florecer la justicia en el país. Una autoridad política comprometida con la justicia es un elemento que garantiza la fecundidad y la vida para el pueblo.

La tercer parte contempla la política internacional de la autoridad política: defiende el territorio nacional, dominando a los enemigos del exterior y cobrándoles tributo. Aquí predomina una visión imperialista.

La cuarta parte se ocupa de nuevo de la política interior. ¿Qué es lo que tiene que hacer el rey? Cuidar del indigente y del pobre, haciéndole justicia, convirtiéndose en su protector y defendiéndoles de quienes los tratan con violencia. El rey ha de optar por los débiles, los indefensos y los pobres.

La quinta parte retoma los temas de la segunda (duración, fecundidad), añadiendo otros nuevos, como la cuestión del tributo que pagan los pueblos dominados y el tema de la bendición. El rey justo es fuente de bendición para todos los pueblos, a semejanza de Abrahán.

La sexta parte es una breve bendición dirigida al Señor, que confía al rey la misión de gobernar con justicia y con derecho, realizando maravillas en medio del pueblo. De este modo, Dios será conociendo y reconocido en toda la tierra. Estos versículos se añadieron posteriormente como conclusión del segundo libro de los cinco en que se dividen los salmos.

Este salmo habría nacido, con toda probabilidad, con motivo de la entronización del rey, la autoridad política suprema del pueblo de Dios desde que concluyó el sistema de las tribus y hasta el exilio de Babilonia (de 1040 a 586 a.C.). La misión del rey consistía, básicamente, en administrar justicia, defendiendo al pueblo de las agresiones internacionales (política externa) y de las injusticias dentro del País (política interna). Este salmo revela el tipo de autoridad política que desea el pueblo: alguien profundamente comprometido con los indefensos, a los que protege como si el mismo Dios de la Alianza estuviera actuando por medio de las manos del rey.

El salmo muestra que la situación social, en el momento de la toma de posesión del nuevo rey, es dramática: hay pobres cuyos derechos están siendo pisoteados; hay indigentes a los que se explota junto con sus hijos, lo que viene a indicar que no hay justicia en el país. Los pobres claman y los indigentes no tienen protector. Hay débiles e indigentes necesitados de salvación. Todo ello porque la sociedad está dividida entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Los poderosos son astutos y violentos, y el rey no impone la justicia, seguirá derramándose la sangre de los inocentes sin que nadie haga nada para evitarlo. El conflicto social interno es grave.

Si miramos más allá de las fronteras de Israel, la situación internacional está también necesitada de una intervención del nuevo rey a favor de la justicia. Se habla de los rivales y enemigos del rey, también enemigos, por tanto, del pueblo de Dios, se hace mención de los reyes de Tarsis, Saba y Arabia, así como de los jefes de estado de todo el mundo. Desde la concepción imperialista de este salo, la dominación de estos pueblos hará que todo el mundo conozca y reconozca al rey de Israel y al Dios que representa. Hoy resulta un tanto extraño imaginar que el dios de un rey dominador e imperialista pueda ser el dios de todos los pueblos. Defendiendo las fronteras de su país contra las agresiones internacionales y defendiendo al pueblo de la violencia de los poderosos, el rey instaura una era de justicia que trae el florecimiento de la paz. La tierra reacciona con sus frutos, pues la justicia es fuente de vida y de fecundidad para el pueblo.

Los salmos reales, como ya hemos visto, vienen cargados de ideología, pues surgieron en un contexto vinculado a la monarquía y al palacio real. A veces podemos tener la impresión de que, en estos salmos, no es el rey el que cumple la voluntad de Dios, sino que el Señor es quien se somete al capricho del soberano. A pesar de lo cual, la imagen que este salmo nos da de Dios resulta de gran interés, pues sigue siendo el Dios de la Alianza que, mediante las acciones del rey, hace justicia al pueblo defendiendo a los pobres, protegiendo a los indigentes, convirtiéndose en el protector de los abandonados contra los opresores y los violentos. En tiempos de la monarquía, la tierra de Israel se había convertido en un nuevo Egipto. Dios quiere ser nuevamente el libertador, obrando por medio del rey, un rey que, ahora, se convierte en un nuevo Moisés y en un nuevo Abrahán. Poco a poco, estos salmos fueron ampliando el horizonte, a la espera de ese rey ideal, sobre todo después del exilio babilónico, cuando ya no había rey, y después de que el pueblo hubiera descubierto que la monarquía fue el principal responsable del cautiverio en Babilonia.

El Nuevo Testamento vio en Jesús a ese nuevo rey, capaz de hacer justicia e inaugurar el reino de Dios. Jesús dijo a Pilato que su Reino no era de este mundo, no para afirmar que reinaría en otro planeta o en otra dimensión, sino para mostrar su nueva concepción del poder y de la justicia. Siguiendo esta nueva concepción llegaremos a la concreción del reino de Dios.

Este salmo se presta para reforzar nuestra conciencia de ciudadanos comprometidos con una sociedad justa, solidaria e igualitaria. NO basta con rezar por los gobernantes. Nuestra oración ha de venir acompañada por una postura política adecuada, la conciencia que viene de nuestra condición de ciudadanos. Podemos rezarlo cuando queremos que “venga a nosotros su Reino”; cuando soñamos con una sociedad justa, con la paz internacional, con la libertad de los pueblos.....

Comentario de la Segunda lectura: Efesios 3,2-3a.5-6

Pablo reconoce que la misión que se le ha confiado es la de llevar el evangelio a los gentiles, y explica que el designio salvífico de Dios, concerniente a la humanidad entera llamada a caminar a la luz del único Dios y Padre, ha llegado ya a su plenitud. Y este secreto del misterio de Dios es la llamada a la universalidad y a la unidad de los pueblos: «los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo» (v. 6). Y el Apóstol se siente impulsado, como colaborador de esta misión de Jesús, a trabajar por la difusión del evangelio.

El verdadero signo e instrumento de esta visión universal de la salvación querida por Dios es la Iglesia. Esta tiene como tarea la unidad de los pueblos, sea llevando a todos a la fe en Jesús mediante el anuncio del evangelio, sea tratando de crear vínculos de comunión y de fraternidad, a pesar de las apariencias y de las múltiples diversidades. Ante un mundo todavía dividido, pero deseoso de comunión, se proclama con alegría y con fe que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, que él llama a todos a participar en la comunión trinitaria. En efecto, mediante la comunión con Jesús, cabeza de la Iglesia, es posible la comunión auténtica entre los hombres. Esta unidad y paz universal, que siempre ha buscado el hombre de todos los tiempos, está ahora al alcance de todos por el nacimiento del Hijo de Dios. Es él el que ha hecho realidad el misterio de Dios, esto es, reunir a todas las gentes. Porque a esto hemos sido llamados: a vivir en la paz como verdaderos hermanos y a permanecer unidos como hijos del mismo Padre.

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 2,1-12.

La epifanía es la manifestación pública de la salvación traída por Jesús, Rey universal. Mateo ilumina el relato bíblico con algunos elementos históricos y con referencias del Antiguo Testamento (cf. Is 60,1-6; Nm 23-24; 1 Re 10,1-13; Miq 5,1), y nos habla de una revelación extraordinaria que conduce a los Magos o sabios a descubrir al Rey de los Judíos, como Rey del universo. Respecto a los Magos, sólo en el siglo V fue fijado su número (en base a los dones ofrecidos) y en el siglo VIII les fueron dados los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero para Mateo, los Magos son personajes ilustres, primicia de los paganos, que exaltan la dignidad de Jesús, protagonista del evangelio: ellos lo buscan (“¿Dónde está el rey de los Judíos, que acaba de nacer?”: v. 2), reconocen al Mesías (“Postrándose en tierra lo adoraron”: v. 11) y apreciaron su sencillez y pobreza («Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro (al rey), incienso (a Dios)y mirra (al hombre)»: v. 11bc).

Por el contrario, Herodes y Jerusalén se turban ante la noticia del nacimiento del Mesías (v. 3) y lo buscan para matarlo.

El niño nacido en Belén es el portador de la buena nueva. Pero asume, sin embargo, el rostro de un prófugo, porque se ve obligado a huir a Egipto. Es el Mesías buscado y rechazado, porque su bandera será la cruz. Jesús es signo de contradicción: marginado por su pueblo y buscado con esperanza por los de lejos. Belén, entonces, será la nueva Sión, la ciudad universal de las naciones (vv. 5-6.8), y Jerusalén será descartada. El nuevo pueblo de Dios, heredero de las antiguas promesas, es la continuación del antiguo, pero estará formado por todos aquellos que buscan y reconocen «la estrella de la mañana» (2 Pe 1,19) con disponibilidad interior.

Epifanía quiere decir “manifestación” y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones. No ha venido sólo para Israel, sino también para los paganos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos, como primeros “escuchadores” y testigos de Cristo, son tipo y preludio de una más grande multitud de “verdaderos adoradores”, que constituirá la mies espiritual de los tiempos mesiánicos. Jesús es el sembrador, que trae la buena semilla, de la Palabra para todos; el Espíritu ha hecho madurar la semilla y la Iglesia está invitada a recoger el abundante fruto sembrado con la revelación de Jesús y fecundado con su muerte.

Como de la vida de comunión y de amor entre el Padre y el Hijo ha derivado la misión de Jesús, así de la intimidad entre Jesús y la Iglesia surge la misión de los discípulos: crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas. Es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos. A través de ella nace la fe y se establece en el corazón del hombre abierto a la verdad en una existencia vital en Dios, que hace al hombre contemporáneo pertenencia de Cristo. A quienes lo buscan con corazón sincero, Jesús les ofrece unidad en la fe y en el amor. En este ambiente vital todos se hacen “uno” en la medida en que acogen a Jesús y creen en su palabra: «Seremos una sola cosa no por poder creer sino porque habremos creído» (san Agustín).

En Jesús todos pueden ser una sola cosa y descubrir que la plenitud de la vida consiste en entregarse a Cristo y a los hermanos, y esto es amar en la unidad.

Comentario del Santo Evangelio: (Mt 2, 1-12), para nuestros Mayores. Epifanía del Señor.

La Epifanía es una fiesta llena de luz. Los magos vinieron de Oriente a Jerusalén siguiendo una estrella y son, para nosotros, modelo de la búsqueda del Señor.

Se molestaron, y no fue poca la molestia, en buscar a Jesús. Comprendieron que la estrella que habían observado era un signo del nacimiento del rey de los judíos. En efecto, en la Biblia hay una profecía —la de Balaán— que habla de la estrella de Jacob, que surge e ilumina. Así, estos magos, que a buen seguro debían conocer esta profecía, comprendieron que la estrella indicaba el nacimiento del rey de los judíos.

Sin embargo, lo más impresionante —y lo que más debemos admirar— es el hecho de que los magos se pusieran en camino de inmediato, y vinieran desde Oriente a Jerusalén.

Preguntémonos: ¿Habríamos tenido nosotros, en su lugar, la fuerza para dejar nuestra casa, nuestras costumbres, nuestras ocupaciones, para buscar al Señor? ¿Tenemos el valor necesario para separarnos de las cosas que nos interesan, para buscar de verdad al Señor, que es el centro, el objetivo de nuestra vida, la realización de todos nuestros deseos más profundos?

Esta búsqueda del Señor no fue fácil para los magos. Sabían que debían ir a Judea, porque se trataba del rey de los judíos; en consecuencia, se ponen en viaje hacia esta región y hacia su capital, Jerusalén; pero no tienen indicaciones más precisas.

Una vez llegados a Jerusalén, se dirigen a las autoridades, pensando que recibirían información. La pregunta de los magos y lo que afirman, “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”, suscitan turbación en toda Jerusalén.

El rey, tras reunir a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, se informa a través de ellos del lugar en que debía nacer el Mesías. Los escribas son expertos en las Escrituras; en consecuencia, conocen la predicción del profeta Miqueas, y pueden responderle al rey: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”».

El Mesías debía parecerse a David, que era de Belén; debía nacer en esta ciudad, a fin de manifestar su origen real.

Herodes transmite esta información a los magos, y les hace una petición, una petición que parece inspirada por un deseo de venerar al nuevo rey de los judíos, pero que, en realidad —como sabremos después (cf. Mateo 2,16-18) — estaba inspirada por el deseo de suprimir a este niño: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».

Los magos se marchan de Jerusalén, y la estrella que habían visto surgir les guía de nuevo hacia el lugar donde se encuentra el niño. El evangelio nos dice que, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría».

Esto es algo significativo en la búsqueda del Señor. Cuando alguien le busca verdaderamente, es posible que se encuentre a veces en la oscuridad, que no sepa exactamente lo que debe hacer, qué dirección tomar. Ahora bien: si, a pesar de todas las dificultades, prosigue su búsqueda, en un momento determinado verá que las cosas se iluminan, que aparece de nuevo la estrella, que se hace la luz, y entonces su corazón se llenará de una grandísima alegría.

«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra». La búsqueda del Señor supone no sólo la perseverancia en el camino, sino también la generosidad del corazón, a fin de que el encuentro se realice plenamente. Cuando vayamos al Señor, debemos ofrecerle lo mejor que tengamos. Si permanecemos en nuestras disposiciones más o menos egoístas, no le encontraremos verdaderamente. En cambio, si ponemos a su disposición nuestros mejores recursos, nuestro encuentro con él será verdaderamente perfecto y profundo.

El episodio de los magos narrado en el Evangelio es un episodio limitado, pero dotado de un gran significado, que nos ilustran la primera y la segunda lectura de hoy.

La primera, tomada del libro de Isaías, anuncia que «vienen todos de Sabe, trayendo incienso y oro». Es muy probable que este fragmento haya sido elegido por la referencia a los dones —incienso y oro— que traen los magos a Jesús. Por otra parte, puesto que habla de «una multitud de camellos, de dromedarios de Marián y de Efe» que inundan Jerusalén, ha contribuido a enriquecer la tradición del episodio de los magos: cuando se describe a los magos y su llegada a Belén, se representan también los camellos y los dromedarios, junto con otras cosas exóticas. Sin embargo, aquí se trata de un elemento secundario, mientras que lo importante es el hecho de que los magos fueran atraídos por la luz que brilla en Belén.

El profeta dirige una invitación a Jerusalén y la motiva: «i Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti». Y después anuncia: «Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora».

Esta vocación extraordinaria a ser luz, una vocación propia de Jerusalén, se aplica más concretamente a Belén con ocasión del nacimiento de Jesús. En esta ciudad encontramos la fuente de la luz por la que tantísimas personas se orientaron en los siglos pasados, y continuarán orientándose también en el futuro. Por esta luz debemos orientarnos también nosotros.

Pablo nos hace comprender en la segunda lectura el significado fundamental del episodio de los magos: es el signo de que «también los gentiles, los no judíos, son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio».

Estamos ante una revelación extraordinaria, una revelación que hace exultar el corazón de Pablo y le hace declarar: «Se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas».

Esta verdad está preparada ya de una manera misteriosa y revelada en el episodio de los magos, pero será revelada con mayor claridad y de manera definitiva por Jesús resucitado.

En tiempos de Pablo, parecía que las gracias divinas estaban reservadas únicamente al pueblo judío, el pueblo elegido por Dios. Debía haber, además, una clara separación entre este pueblo y las otras naciones. Los judíos debían evitar todo contacto con los paganos, porque ese contacto los hacía impuros e indignos de participar en el culto divino.

La separación se vivía en aquel tiempo de un modo muy fuerte. Por ejemplo, los paganos no podían rebasar, bajo pena de muerte, un determinado límite en el atrio del templo; no tenían los mismos derechos que los judíos en lo que se refiere a la aproximación al santuario.

Ahora bien, en Cristo se ha revelado que el designio de Dios es, en realidad, reunir a todas las naciones en un único pueblo elegido, es decir, hacerlas partícipes de las mismas promesas, de las mismas gracias y de los mismos dones otorgados al pueblo judío.

Esto hace exultar el corazón de Pablo. Y también debe hacer exultar el nuestro si pensamos que nuestro ser cristianos depende precisamente de esa revelación. En efecto, nosotros no formábamos parte del pueblo elegido, pero fuimos llamados con él a conocer a Dios y a compartir todos los privilegios que Dios nos ha concedido.

La fiesta de la Epifanía constituye para nosotros un motivo de gran alegría, porque el niño Jesús atrajo a sí no sólo a los pastores, que estaban cerca, sino también a unos hombres que se encontraban muy lejos. Los atrajo inspirándoles la iniciativa de realizar un largo viaje para ir a adorarlo y ofrecerle sus dones. Con este episodio el Señor manifestó desde el principio su intención de extender a todas las naciones, a todos los paganos, los privilegios del pueblo elegido.

La Epifanía debe suscitar en nosotros un celo misionero: debemos contribuir a la realización del designio divino de reunir a todas las naciones en un solo cuerpo —el cuerpo de Cristo resucitado—, de reunirlas en un solo amor —el amor que procede del corazón de Cristo— y establecer así una alegría y una paz sin límites.

Comentario del Santo Evangelio: (Mt 2,1-12), de Joven para Joven. El homenaje de los Magos.

Por lo que respecta a la llegada de los magos, muchas son las preguntas que podemos plantearnos, a las que es difícil ofrecer una respuesta: ¿De dónde han venido? ¿Qué clase de estrella han visto salir? ¿Cómo la han reconocido en cuanto estrella del Mesías? ¿Por qué Herodes no se ha comportado de manera más coherente?

Al igual que en tantos otros pasajes del Evangelio, más que plantear preguntas sobre lo que no se dice, debemos prestar atención a lo que se dice. Después de que la genealogía ha señalado el enraizamiento de Jesús en la historia del pueblo de Israel (Mt 1,1-17) y después de que el pasaje sobre su verdadero origen ha hablado sólo de las personas directamente interesadas (Mt 1,18-25), la mirada se dirige aquí a la acogida que ha tenido por parte de aquellos para los que él ha venido. Del niño, de María y de José no se refiere ninguna acción. Quienes actúan son Dios y los hombres, aunque toda su actuación está en referencia al niño. Según su relación con él, se distinguen tres grupos de personas: los magos, que le buscan con tesón y quieren rendirle homenaje; los escribas, que conocen el lugar de su nacimiento, pero no se interesan por él; Herodes, que ve amenazado su propio poder por este niño y quiere por ello eliminarle. La actividad pública de Jesús y el anuncio pospascual del Crucificado-Resucitado se verán rodeados por personas de estos mismos grupos. Reconocimiento gozoso, indiferencia exenta de interés y persecución constante acompañan todas las fases de su venida.

Los magos eran astrónomos. Especialmente en el ambiente de Mesopotamia, la astronomía y la astrología contaban con una antigua tradición y gozaban de gran prestigio. Los acontecimientos del firmamento y los del mundo de los hombres eran vistos en estrecha relación. Existía la convicción de que quien entendía los fenómenos del firmamento entendía también la historia humana, pudiendo dar consejos y orientaciones sobre ella. Estas personas estaban al corriente de la esperanza mesiánica de los judíos. Desde los tiempos del exilio en Babilonia había muchos judíos en el territorio mesopotámico y, a través de ellos, fueron conocidas la religión y las esperanzas judías. En el ámbito de su disciplina, los magos reciben una indicación del nacimiento del Mesías y un impulso a emprender el camino. Ellos sienten sólo el impulso; no conocen ningún itinerario preciso. Saben también la dirección, pero no saben lo que les espera. Se ponen en camino y a la búsqueda. Asumen todo el esfuerzo y emprenden la marcha.

De Jerusalén, donde probablemente piensan que han llegado a la meta, son remitidos a otro lugar. Pero ahora conocen con más precisión la meta. Los escribas son expertos en las Escrituras (cf. 23,2-3) y pueden deducir de ellas el lugar del nacimiento del Mesías: Belén de Judá (cf. Miq 5,1-3). En este pasaje de la Escritura se presenta al Mesías como Jefe y Pastor del pueblo de Israel. El muestra a su pueblo el camino justo y se preocupa de su vida, como un pastor se preocupa de sus ovejas. Los escribas del pueblo para el que ha venido el Mesías (2,4) permanecen en Jerusalén. Los magos, que son paganos, perseveran en su objetivo y reemprenden el camino.

Ellos han recibido el primer impulso en el ámbito de su disciplina, de la que se ocupan intensamente y en la que eran competentes. Una instrucción más precisa la han recibido de la Escritura. Dios les da su última orientación a través de una nueva luz. Puesto que no se oponen y no rehúsan ningún esfuerzo, puesto que se dejan guiar, ellos llegan a la meta llenos de alegría.

Los magos, hombres sabios y llenos de experiencia, se postran ante el niño. En Oriente se reconoce de este modo al señor que ejerce un poder sobre alguien y del que uno se sabe dependiente, sea un rey o un dios. El señorío y la dependencia, así reconocidas, pueden ser de naturaleza limitada o universal. Algunas personas que quieren ser curadas se acercan a Jesús y se postran ante él. Expresan de esta manera la confianza en su poder y su dependencia de él (8,2; 9,18; 15,25). De igual modo se comportan también sus discípulos cuando le reconocen como el Hijo de Dios (14,33) o le encuentran como el Resucitado (28,9.17). Los magos se postran ante el niño, que no dice nada ni les da nada, que carece de todo esplendor y de todo poder exterior. No ven su señorío ni experimentan su poder, pero, desde la fe, le reconocen tal como les ha sido revelado y le confiesan también como su Señor, como Rey y Pastor de los paganos. La fe que ellos manifiestan, esencial igualmente para todo sucesivo reconocimiento del Señor, es, por decirlo de algún modo, una fe en estado puro. Sus dones, muy preciosos, son otro signo de su reconocimiento del Señor.

Herodes era, por concesión de Roma, rey de los judíos (lo fue desde el 37 hasta el 4 a.C.). Puesto que provenía de Idumea, situada al sur de Judea, y favorecía la cultura helenística, resultaba odioso para los judíos, a pesar de la magnífica restauración del templo que él mandó realizar. Reafirmó su dominio con energía y violencia. Quien, de un modo u otro, osaba poner en entredicho su persona, quedaba eliminado, como sucedió con tres de sus hijos. Nada podía ser más inoportuno para él que un recién nacido rey de los judíos. Quiere ganarse a los magos para sus planes. La naturaleza de estos planes se pone de manifiesto en la matanza de los inocentes. Herodes personifica aquí a todos aquellos que se ven poseídos de tal modo por sus propios intereses y proyectos que no dejan puesto alguno para este niño y Señor; les resulta un elemento inoportuno y una amenaza. Le encuentran sin reconocerle; hacen todo por eliminarle.

En antiguas representaciones de la adoración de los magos aparecen tres magos, relacionados con los tres dones ofrecidos: uno joven, otro en plena madurez y otro anciano; uno asiático, otro europeo y otro africano. Esto no se corresponde con el texto literal, pero sí con el espíritu del Evangelio. Todas las edades de la vida y los hombres de todos los continentes llegan a la meta cuando se encuentran ante este niño y le reconocen justamente como su Rey y Señor. El ha venido para todos los hombres, para jóvenes y ancianos, para sabios e iletrados, para hombres de todos los colores y de todas las formas de vida; él ha venido para hacerles conocer a Dios como Padre y llevar a su vida una luz nítida a través de una confianza plena. Como los magos, los hombres no deben dejarse desviar del camino hacia él; deben seguir la orientación marcada por Dios, hasta llegar a la meta.

Elevación Espiritual para este día.

La estrella se detuvo sobre el lugar en que se encontraba el Niño. Al ver la estrella de nuevo, los Magos se llenaron de inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón ese gran gozo. La misma alegría anuncian los ángeles a los pastores. Adorémosle junto con los Magos, démosle gloria con los pastores, exultemos con los ángeles, «porque nos ha nacido un Salvador: Cristo, el Señor» (Lc 2,11).

«Dios, el Señor, es nuestra luz» (Sal 118,27): no en la forma de Dios, para no aterrorizar nuestra debilidad, sino en forma de siervo, para traer la libertad a quien yacía en la esclavitud. Es fiesta para toda la creación: el cielo ha sido dado a la tierra, las estrellas miran desde

el cielo, los Magos dejan su país, la tierra se concentra en una gruta. No hay uno que no lleve algún presente, ninguno que no vaya agradecido.

Celebremos la salvación del mundo, la Navidad del género humano. Unámonos a cuantos acogieron festivos al Señor. Y sea concedido también a nosotros encontrarnos con ellos para contemplar con mirada pura, como reflejada en un espejo, la gloria del Señor, para ser transformados también nosotros de gloria en gloria, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. Amén (San Basilio Magno, Homilías, 6).

Reflexión Espiritual para el día.

Tú que estás por encima de nosotros,
Tú que eres uno de nosotros,
Tú que estás también en nosotros,
puedan todos verte también en mí,
pueda yo prepararte el camino,
pueda yo darte gracias por cuanto me sucede.
Pueda yo no olvidar en ello las necesidades de los otros. Mantenme en tu amor como quieres que todos vivan en el mío.
Que todo en mi ser se encamine a tu gloria
y que yo no desespere jamás.
Porque estoy en tus manos,
y en ti todo es fuerza y bondad.
Dame sentidos puros, para verte...
Dame sentidos humildes, para oírte...
Dame sentidos de amor, para servirte...
Dame sentidos de fe, para morar en ti...
(Dag Hammarskjóld).

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Is 60,1-6. Job y Ajior.

JOB.
Dice Mateo que los Magos «llegaron a Jerusalén desde Oriente». Pues bien, hay otro personaje bíblico, uno de los más célebres, al que se define como un «hijo de Oriente». Se trata de Job, «el más grande de todos los orientales» (1,3). Pertenece, por consiguiente a aquellos pueblos extranjeros representados simbólicamente por los Magos y que se dirigen hacia la Tierra Santa y hacia la Palabra divina que emana de ella. La región de origen de Job se define como «país de Hus» (1,1), de difícil identificación. En otros pasajes bíblicos el nombre se relaciona unas veces con Edón y, por tanto, con la Transjordania meridional (Gén 36,28), otras con Ará, o sea, Siria (Gén 10,23), otras con Mesopotamia, quizá a causa de la relación de un cierto Us con Najor, hermano de Abrahán (Gén 22,20-21).

La figura de Job está enteramente contenida en el libro homónimo del que surge su voz vehemente y encendida, una voz que surge de un lecho de cenizas y de sufrimientos. En relación con este personaje se ha producido un equívoco que se da ya en la Carta de Santiago, donde lo presenta como hombre de paciencia ejemplar (5,11). Esto es verdad sólo si tenemos en cuenta el prólogo del libro, un antiguo relato que describe las insoportables pruebas a las que está sometido un justo, que se resigna y, sereno, repite: «El Señor me lo había dado, el Señor me lo ha quitado; “¡sea bendito el nombre del Señor!” (1,21). En realidad el poema que sigue y que es obra de otro autor (y en el que hay alguna otra intervención) es un auténtico alarido lanzado hacia Dios y contra los amigos, inútiles en el consuelo, que era la expresión de la teología tradicional.

El libro de Job, por lo tanto, aun en la dificultad de la determinación de su mensaje concreto, dada la genialidad y la potencia creativa de su trama de pensamiento, más que un texto sobre el sufrimiento y la constancia para soportarlo es un viaje desgarrador y doloroso en el misterio de Dios. El calla y deja que el hombre le lance todas sus preguntas desgarradoras acerca del mal y acerca del sentido de la historia. Pero no se queda mudo y, al final, interviene con dos discursos de extraordinaria belleza e intensidad (capítulos 38-41) que revelan la existencia de un proyecto (en hebreo ‘esah) trascendente y coherente del que el hombre sólo puede intuir los contornos pero que tiene en sí un significado, que sólo se puede conocer mediante la revelación.

Por esto las últimas verdaderas palabras de Job son una confesión de fe: «Sólo te conocía de oídas; pero ahora, en cambio, te han visto mis ojos» (42,5). El no ha elaborado una respuesta racional al misterio del mal, sino que ha recibido de Dios una mirada superior para penetrar en ese misterio. El antiguo relato acaba —volviendo al prólogo— con la presentación de un Job devuelto a su esplendor primitivo, otra vez entre las filas de los más ricos «hijos de Oriente». Pero este retrato es postizo. Lo auténtico y grandioso en Job es su búsqueda de Dios, que conoce el tono desafiante, pero que nunca deja de ser la pregunta de un creyente.

El libro de Job nos enseña, por consiguiente, a encontrar a Dios no tanto en el camino cómodo, «económico» y «racional» de la retribución (te premia si eres justo), sino también en el escandaloso de la prueba, del misterio, de su es mi hijo amado, mi predilecto (Mt 3,17)»; «Aquí está mi siervo, a quien protejo; mi elegido, en quien mi alma se complace» (Is 42,1). Sólo que ahora al Siervo Jesús se le llama Hijo. Ya no es solamente el Mesías, sino también el Hijo de Dios.


AJIOR.
En los Magos podemos entrever la marcha de los pueblos a la búsqueda de la verdad. Ya en el Antiguo Testamento se encuentran figuras que, aun pertenecientes a pueblos que se consideraban paganos u hostiles se adhieren a la revelación del Señor a Israel. Vamos ahora a presentar una que aparece exhaustivamente en el libro deuterocanónico de Judit (no ha llegado a nosotros en hebreo, sino en griego y, por tanto, no está en el Canon de los libros sagrados hebreos, sino sólo en el cristiano). Su nombre era Ajior, en hebreo «el hermano es luz», un nombre que se atribuía también a Ajicar, un personaje famoso de la literatura del Oriente Próximo de la antigüedad, presente también en el libro bíblico de Tobías (1,21; 11,19).

Este Ajior estaba relacionado con el pueblo de los amonitas, emparentados étnicamente con los Hebreos (eran descendientes de Lot, sobrino de Abrahán), pero enemigo suyos, hasta el punto de haber luchado muchas veces con ellos, por ejemplo con el «juez» Jefté, con los reyes israelitas Saúl, David y Josafat y con Judas Macabeo. Su capital era Rabat-Ammón, la actual Amán, en Jordania. Ajior entra en escena precisamente en un momento difícil que están viviendo los hebreos de una ciudad de nombre Betulia, un término tal vez simbólico, «casa del Señor», afín a Betel, «casa de Dios». La heroína que salvará esta ciudad del asalto de Holofernes, «general en jefe del ejército asirio» será Judit, «la Judía» por excelencia.

Pues bien, Ajior era jefe de los amonitas y, por lo tanto, estaba bajo la esfera de influencia de los asirios. Llamado por Holofernes para obtener informaciones políticas y militares acerca de Israel, él mantuvo un discurso sorprendente que se puede leer en el capítulo 5 de Judit. Se trata de una auténtica retrospectiva de toda la historia bíblica, vista como una constante acción divina de liberación y salvación. En la práctica Ajior se revela, igual que sucedió a Balaán (Núm 22-24), como un profeta pagano que interpreta en clave religiosa la historia de Israel. Entonces, él sugiere no atacar al pueblo hebreo, porque sería como ir contra Dios.

La reacción de Holofernes es despreciativa y, además, el general decide exponer al desventurado Ajior a los pies del monte sobre el que se levantaba Betulia, atado y abandonado, Los israelitas bajaron, lo desataron y lo llevaron a la ciudad, donde él relató su aventura, «Aplaudieron a Ajior y lo felicitaron efusivamente», y uno de los jefes de la ciudad, Ozías, lo hospedó en su residencia ofreciendo un banquete oficial en su honor (6,20-21), Así es como se acoge a un extranjero dentro de la comunidad hebrea, lo que representa como un anticipo de aquellos «prosélitos» que serán admitidos en el ámbito del culto de las sinagogas, aunque en una posición secundaria (los llamados «prosélitos de la puerta» o también «los que temen al Señor», como era por ejemplo el centurión romano Cornelio de He 10).

Cuando Judit corte con su cimitarra la cabeza del general Holofernes, llevándola a Betulia como trofeo, también Ajior será llamado de la casa de Ozías, donde estaba hospedado, y se quedará «sin sentido», echándose a los pies de Judit, «lleno de reverencia por su persona», escuchando su relato con alegría. «Viendo Ajior todo lo que había hecho el Dios de Israel, creyó firmemente en él y se circuncidó, agregándose para siempre al pueblo de Israel» (14,6-10).
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: