Jueves 7 de enero de 2010. Después de Epifanía. 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C) . Feria o SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT, presbítero, memoria libre. SS. Luciano pb mr, Siro ob mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Jn 3, 22-4,6. Examinad si los espíritus vienen de Dios.
Salmo 2 R/. Te daré en herencia las naciones.
Mt 4, 12-17. 23-25. Está cerca el reino de los cielos.
PRIMERA LECTURA.
1 Jn 3,22-4,6.
Te daré en herencia las naciones.
Queridos hermanos Cuanto pedimos lo recibimos de Dios, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo, Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios: es del anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está con vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo, por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha.
Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha, En esto
conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
Palabra de Dios.
Sal 2,7-8.10-11,
R/.Te daré en herencia las naciones.
Voy a proclamar el decreto del Señor: él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy; R.
pídemelo. Te daré en herencia las naciones; en posesión, los confines de la tierra». R.
Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra; servid al Señor con temor. R.
SANTO EVANGELIO
Mt. 4, 12-17. 23-25.
Está cerca el reino de los cielos.
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló».
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: —Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, poseídos, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Jn 3, 22-4,6. Examinad si los espíritus vienen de Dios.
Salmo 2 R/. Te daré en herencia las naciones.
Mt 4, 12-17. 23-25. Está cerca el reino de los cielos.
PRIMERA LECTURA.
1 Jn 3,22-4,6.
Te daré en herencia las naciones.
Queridos hermanos Cuanto pedimos lo recibimos de Dios, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo, Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios: es del anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está con vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo, por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha.
Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha, En esto
conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.
Palabra de Dios.
Sal 2,7-8.10-11,
R/.Te daré en herencia las naciones.
Voy a proclamar el decreto del Señor: él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy; R.
pídemelo. Te daré en herencia las naciones; en posesión, los confines de la tierra». R.
Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra; servid al Señor con temor. R.
SANTO EVANGELIO
Mt. 4, 12-17. 23-25.
Está cerca el reino de los cielos.
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló».
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: —Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, poseídos, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 3,22-4,6
El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo (“que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo”: v. 23a), después el amor fraterno (“que nos amemos los unos a los otros”: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos.
En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor “venido en carne mortal” (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.
Comentario del Salmo 2
Se trata de un salmo real, así llamado porque tiene como protagonista la persona del rey. No se dice quién puede ser ese rey, pero probablemente se trata del rey de Judá, descendiente de David, según la promesa. Los salmos reales son 11 en total. El salmo 2 celebra la entronización del nuevo rey. Según la tradición de los pueblos antiguos, el rey era considerado como hijo de la divinidad. También Israel adoptó esta creencia gracias al influjo de los grupos defensores de la monarquía. El día de la unción (o toma de posesión del trono) se consideraba el día en que el monarca era engendrado por Dios. En este salmo, al rey se le llama Mesías, es decir, Ungido (2) —de hecho se le ungía con aceite—, e Hijo de Dios (7).
El salmo 2 consta de cuatro partes. En la primera (1-3): se produce un motín entre los jefes de las naciones (pueblos) sometida al rey de Judá; mediante la rebelión, pretenden alcanzar la independencia. En el salmo, a estos jefes se les llama «reyes», «príncipes» y «jueces de la tierra», pues correspondía a los reyes administrar la justicia. Pretenden acabar con la dominación del rey de Judá. En la segunda parte (4-6) tenemos la respuesta de Dios. Primero sonríe, después, enfurecido, responde con cólera, es decir designa y confirma un rey para Judá en Sión (Jerusalén), la capital. En la tercera parte toma la palabra el nuevo rey (7-9) para exponer su programa de gobierno. El rey, visto como Hijo de Dios, recibe de él poder sobre las naciones para gobernarlas con cetro de hierro y quebrarlas como vasijas de arcilla. En la cuarta parte habla un amigo del rey, el organizador de la fiesta de entronización. Se dirige a los jefes de Estado que están presentes, invitándoles a rendir homenaje al Señor en la persona del nuevo rey (probablemente mediante el gesto de besarle los pies) y a ser obedientes y sumisos para que, de vuelta a sus países, no caigan en atentados y perezcan.
Hay dos hipótesis para explicar la última frase (« ¡Dichosos los que en él buscan refugio!»). Según la primera, este colofón pretendería suavizar la amenaza final del salmo. De hecho hay otros casos semejantes: no quedaría bien concluir un salmo con una amenaza. La segunda hipótesis es esta: en algunos textos antiguos, los salmos 1 y 2 formarían un único salmo que comenzaba y terminaba de forma semejante (“dichoso” en 1,1 y «dichosos» en 2,12).
En 2,9 hay una imagen significativa. En el día de la toma de posesión del trono, el rey solía hacer pedazos con su cetro algunas vasijas de barro en las que se habían escrito los nombres o dibujado las cabezas de los reyes enemigos de Israel. Si los reyes de esos pueblos sometidos estaban efectivamente presentes en la fiesta de la entronización, ¿cómo reaccionarían al ver su nombre o su retrato hecho trizas por el cetro de hierro del rey de Judá? Esta es la razón por la que, a continuación, se les invita a la sensatez (10). El homenaje que se rendía al Señor (12) probablemente consistía en besar los pies del rey recién entronizado. Se trataba de un gesto de sumisión total.
El salmo 2 muestra la existencia de un conflicto entre naciones. Por una parte, está el rey de Judá y por la otra, los reyes de los pueblos que él domina. En Judá, la monarquía era dinástica, es decir, se transmitía de padres a hijos. El inicio de este salmo se refiere probablemente a la rebelión de los reyes sometidos, con motivo de la muerte del anciano rey de Judá. Quieren aprovechar la ocasión y recuperar la independencia. Tal vez estén planeando un atentado contra el sucesor en el día de su entronización, celebración a la que tenían que asistir. La respuesta de Dios es la unción de un nuevo Mesías y este, en el día de su toma de posesión, recibe de Dios, su «padre», el poder necesario para triturar a los pueblos con cetro de hierro. Es inútil querer rebelarse contra el rey de Judá. En el caso de que los jefes de las naciones intentaran hacer algo, todo permite suponer que morirían en una emboscada por el camino.
Como puede verse, este y otros salmos reales están contaminados por la ideología monárquica. El rey de Judá puede explotar y pisotear a otros pueblos en nombre de Dios. Estos salmos nacieron, sin duda, en el seno de grupos que apoyaban la monarquía como única forma de gobierno, defendiendo al mismo tiempo el imperialismo.
En cualquier caso, Dios sigue siendo el aliado de su pueblo, el Dios de la Alianza, empeñado en defender a Israel de las agresiones de otras naciones. De hecho, la principal misión del rey de Israel era proteger al pueblo de las agresiones internacionales y administrar justicia dentro del país. En este sentido, Dios es su aliado. Pero también es cierto que se trata de un Dios «hecho a imagen y semejanza del rey y de los poderosos», pues el rey de Judá es visto como hijo de Dios de modo que todo lo que hace cuenta con la aprobación de Dios. Más aún, Dios bendice el señorío del rey sobre los pueblos vecinos, si bien para conducir a los jefes de las naciones al temor de Dios: una religión impuesta por la espada.
El salmo 2 es uno de los más citados en el Nuevo Testamento. Se presenta a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios (Mc 1,1; 8,29; 15,39), pero este cambió radicalmente el modo de entender y de ejercer el poder (véase el diálogo que mantiene con Pilato en Jn 18,33-38a). Para él, poder es sinónimo de servicio a la vida, y una vida para todos (Jn 10,10). El objetivo central de las palabras y las acciones de Jesús es el Reino. Pero el reino de Dios no consiste en la dominación de los débiles a manos de los fuertes, sino en ponerse al servicio de la vida. Jesús, por tanto, quebró la espina dorsal de la ideología monárquica presente en el salmo 2, dando una nueva dimensión al poder. De este modo desautorizó para siempre los imperialismos. No olvidemos que murió a manos de quienes detentaban el poder.
El salmo 2 sólo puede rezarse bien si tenemos en consideración el comportamiento de Jesús como rey. Para él, «poder» significó «servicio» y «amor» hasta la entrega total de la propia vida. Hoy en día, los enemigos de la humanidad son la violencia, la dominación de los débiles por parte de los poderosos, los abusos de poder, las innumerables formas de exclusión y de muerte (de las personas y del medio ambiente), todo aquello que impide a la gente disponer de libertad y de vida. Si rezamos este salmo sin mirar a Jesús, acabaremos por legitimar el dominio de unas naciones contra otras, la supremacía de una raza o nación sobre las demás, impidiendo que se realice de manera efectiva la libertad de los pueblos.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25.
El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiria (733 a.C.): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; cf. Is 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17).
Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (cf. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.
Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres.
“El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad” (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 4,12-17.23-25, para nuestros Mayores. “Convertíos porque el Reino está cerca”.
Inicio del ministerio profético. Los evangelios de esta semana después de la Epifanía presentan otras “epifanías” o “manifestaciones” del Señor. El día 6 se presentó a Cristo como luz y rey mesiánico de los paganos, representados en los astrólogos de oriente; después como luz profética para los extraviados de Israel y para los paganos (día 7); como el nuevo Moisés que alimenta a su pueblo en su pascua -éxodo- (día 8); como el nuevo Moisés que domina las aguas, símbolo de las fuerzas del mal que agreden al hombre (día 9); como liberador y rehabilitador de los quebrantados (día 10); como fuente de vida y vencedor del mal y de los males (día 11); y, por fin, como esposo de la nueva humanidad (día 12).
La persona misma de Jesús es fa gran epifanía del Padre (Jn 14,9). El pasaje evangélico de hoy es un sumario sintético del mensaje y de la actitud profética de Jesús. Con el arresto de Juan enmudece el gran profeta de Israel cercano a Jesús. Mateo coincide con Marcos al afirmar que Jesús comenzó su actividad en Galilea después de haber sido encarcelado el Bautista. Jesús no es una persona programada, no traía la agenda llena y escritos de puño y letra por Dios Padre, sino que como todos los demás hombres hubo de buscar la voluntad de Dios a través de los acontecimientos y las circunstancias de la vida. En este caso, el encarcelamiento y posterior martirio de Juan, supone para él una llamada a llenar el vacío profético que deja. Por eso, recoge su antorcha y se hace rabí itinerante, pero cree que debe dejar Judea, campo de Juan, e irse hacia las ovejas perdidas: las gentes del Norte y de Galilea. Esta búsqueda de la voluntad del Padre supone una gran lección para sus discípulos.
A las ovejas extraviadas. Los primeros destinatarios de su misión profética son los marginados; no son paganos propiamente dichos, sino judíos de tal forma implicados en las tinieblas del paganismo, que ya no tienen de judíos más que el nombre. Se fue a vivir a Cafarnaún, la gentil, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neptalí, los suburbios de Israel, pueblos en los que se había producido un mestizaje de judíos y paganos idólatras; en ellos brilla ahora la Luz.
Desde entonces Cafarnaún se convierte en el centro de operaciones de la actividad misionera de Jesús. Los milagros más estupendos y lo mejor de sus enseñanzas tienen por escenario esta región privilegiada. Ello constituye un símbolo de la universalidad de su mensaje y sus preferencias por los pobres y alejados.
Mateo es sensible a esa intención universalista que aparece ya en la primera opción de Jesús. Tiene la necesidad de justificarla ante sus contemporáneos que creían que el Reino sería tan sólo anunciado a los judíos que habían permanecido más puros. Jesús no quiere reunir en torno a sí sólo a los “puros”, como hacían los doctores y sabios. Quiere que su mensaje alcance a todos y en la situación en que cada uno se encuentre. Para ello se hace itinerante: para encontrar a todos los hombres y en las situaciones más diversas. Las exigencias misioneras, ¿no deben impulsar a nuestras parroquias, movimientos y comunidades a abrirse más a quienes ignoran el mensaje cristiano?
La Europa “cristiana” tiene mucho de la “Galilea de los gentiles”. Juan Pablo II, en ElE 23 y 47, hablaba de una Iglesia “afectada por síntomas preocupantes de mundanización, pérdida de la fe primigenia y connivencia con la lógica del mundo (cf. Ap 2,4)”. Necesita ser evangelizada de nuevo. Muchos cristianos europeos viven sin una adhesión real a Jesús. Por ello, es necesario que sus discípulos actuales vayamos a las diferentes “galileas” de nuestro mundo a anunciar de nuevo el Evangelio.
Anuncio y testimonio del Reino. “Empezó a predicar: Convertíos porque está llegando el Reino de los cielos”. Conversión significa cambio profundo de mentalidad, algo imprescindible para incontables cristianos rutinarios del cristianismo sociológico que no han hecho nunca una opción personal y radical por Jesús y su proyecto. Muchos cristianos de hoy viven una situación religiosa muy similar a la de los apóstoles, judíos piadosos a los que, sin embargo, Jesús reclama “conversión”. En verdad, son muchos los cristianos “comprometidos” y “piadosos” que han sentido la necesidad de convertirse. Juan sintetiza certeramente la actitud de conversión: “Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo y que nos amemos unos a otros como nos lo mandó” (1 Jn 3,23), es decir, amar y servir a Dios Padre-Madre en sus hijos, nuestros hermanos, y realizar con ellos la fraternidad.
Por otra parte, el Señor nos envía como evangelizadores sobre todo de los alejados, no sólo con mensajes bíblicos y con ideas teológicas o morales, sino con gestos humanos de liberación. “Nuestras comunidades han de preocuparse seriamente de llevar el Evangelio a los alejados de la fe o que se han apartado de la práctica cristiana” (ElE 47). Jesús agrega: “porque está llegando el Reino”.
Cuando uno se convierte a Jesús, ello implica comprometerse con su Causa, su Reino de verdad, justicia, paz y fraternidad, formando parte de la nueva humanidad, una sociedad de hermanos bajo la mirada de Dios; implica integrarse en su comunidad, en la que ha de realizarse el Reino de forma eminente. Jesús anuncia el Reino también con gestos liberadores: “curando toda enfermedad y dolencia” compadeciéndose de los demás y actuando en su favor.
Evidentemente, la evangelización no es sólo anuncio explícito de la Palabra revelada, sino también servicio activo y promoción continua de las personas: “Dadles de comer” también forma parte de la misión evangelizadora.
Los evangelistas sintetizan la misión de los enviados al decir: “Los envió a proclamar el reinado de Dios ya curar a los enfermos” (Lc 9,1- 3). Todo un reto para los discípulos de todo tiempo.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 4, 12-25, de Joven para Joven. Los primeros discípulos y la actividad y la fama de Jesús.
El comienzo de la misión de Jesús está presentado en tres cuadros, que perfilan tres aspectos fundamentales. Jesús es la luz de las naciones (vv. 12-17); invita a todos a la conversión para entrar en el Reino de Dios. La llamada es muy esencial: el sermón de la montaña y el resto del evangelio ilustrarán todo el alcance de la conversión requerida. Jesús es el camino (vv. 18-22); Mateo repite dos veces la estructura de la llamada de los primeros discípulos para imprimir sus rasgos esenciales. En primer lugar, es el Maestro quien elige a los discípulos: eso no era en absoluto lo acostumbrado; el modelo es, por consiguiente, el de la transmisión de un carisma profético (cf. 1 Re 19,19-21), antes que el de la enseñanza sapiencial. Por otra parte, el seguimiento de Jesús exige el desprendimiento radical del propio contexto para abrazar una misión nueva que es don (v. 19b).
La respuesta de los discípulos, pronta e incondicionada, introduce en una fraternidad diferente, en una comunión que trasciende todo vínculo de sangre, en una condición de vida donde la seguridad ya no se basa en lo que se hace o se proyecta, sino en la confianza en el Maestro. Jesús es el Salvador (vv. 23-25): pasa haciendo el bien a manos llenas con la palabra y con el poder taumatúrgico. El evangelista distingue entre la enseñanza dirigida a los discípulos y la predicación a las muchedumbres: en la enseñanza revela el designio salvífico de Dios y explicita los pasos del camino de conversión; la predicación, en cambio, tiene siempre como objeto la alegre noticia del Reino realizado en Jesús presente; en consecuencia, la conversión requerida también es fuente de alegría.
Jesús es la magna luz que se ha levantado sobre nuestra tierra y brilla para nosotros. La luz verdadera, que ilumina a todo hombre, pasa a lo largo de la orilla de ese mar, una veces en calma y otras borrascosas, que es nuestra vida. Nos ve mientras estamos ocupados en las cosas de cada día. Sin embargo, cuando nos descubrimos mirados por Jesús en el momento presente, algo cambia en nosotros. Más aún, si nuestra mirada interior se encuentra con la suya y se establece en ella, ningún día será ya como antes. Jesús pasa como por casualidad por nuestras vidas; sin embargo —y esto es algo que se comprende después—, está buscando precisamente a cada uno de nosotros para iluminar la grisura y la sombra de muerte en las que nos encontramos sumergidos.
Acoger sin reservas la invitación a seguirle es la gran ocasión, la mejor suerte que nos puede acontecer. Para algunos, se tratará de dejarlo todo —trabajo, compromisos, afectos— para seguirle y encontrar en él toda la plenitud. A otros, el encuentro con Jesús les impondrá el abandono de esquemas interiores, certezas adquiridas, una manera habitual de relacionarse con las personas y las circunstancias. Seguirán viviendo aún la vida de siempre, aunque de una manera diferente, puesto que Jesús se convierte en su centro de irradiación. Su Palabra, que anuncia la alegría y traza su sendero, nos proporciona el entusiasmo de un comienzo siempre nuevo, la pasión de un compromiso retomado con un vigor siempre nuevo. Su Espíritu, que cura nuestras debilidades interiores, nos va plasmando poco a poco a su imagen. La dura realidad que tal vez debamos afrontar será nuestra tierra de misión: Jesús nos precede y nos invita a seguirle precisamente allí donde la gente de costumbre nos espera en el sitio de siempre. Es preciso que pueda encontrar en nosotros hombres nuevos, capaces de llevar a la existencia la luz de la mirada de Cristo y la alegría de su Reino.
Elevación Espiritual para este día.
Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí —como dice el profeta— brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible.
Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que El mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: “Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible”.
Reflexión Espiritual para el día.
Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentaría como Aquel que da a todo evento humano significado pleno (...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que Él? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mero palabra y no me invado, omnipotente, el corazón y la conciencia?
Y ahora Jesús proclamo que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 3, 22—4, 6. Oración confiada.
La sinceridad, la tranquilidad de la conciencia, lograda en el cumplimiento de la voluntad de Dios y que puede ser comprobada desde el mandamiento del amor fraterno, es la que posibilita una oración confiada y sin reservas. No podríamos decir en verdad “Padre nuestro” si el mandamiento del amor fraterno no fuese determinante de la vida cristiana. Porque el fundamento último de la oración está en la correlación paternidad-filiación, que no puede sentirse a nivel puramente aislado, desconectado de los demás.
Nuestro autor resume para sus lectores el contenido esencial de la voluntad de Dios. La formulación es breve y no parece demasiado exigente. Sin embargo la pequeña fórmula contiene en germen todas las exigencias de la vida cristiana: la fe en Cristo y el amor fraterno. Y a continuación (v. 24) nos ofrece las consecuencias del cumplimiento de este mandamiento esencial: la comunión con Dios.
El Nuevo Testamento nos ofrece el testimonio unánime de la convicción de los cristianos de la actuación del Espíritu en ellos. En la misma línea del Antiguo Testamento, la presencia del Espíritu se manifestaba en la acción del hombre, que no podía explicarse desde el hombre, sino desde la acción de Dios en él. Este hombre, bajo la acción del Espíritu, podía interpretar el sentido de los acontecimientos presentes y anunciar los futuros. Nos referimos, particularmente, al profeta. Sus palabras tenían la autoridad de Dios.
Lo mismo ocurrió en el Nuevo Testamento. El Espíritu demuestra una gran actividad, inspirando las más diversas actividades y funciones en la Iglesia. Las palabras pronunciadas por el hombre, que se hallaba bajo la acción del Espíritu, no podían ponerse en duda. Y, sin embargo, estas palabras podían ser ambiguas y a veces hasta perniciosas. Por eso, lo mismo que en el Antiguo Testamento, se establecen como unos criterios para discernir los verdaderos de los falsos profetas (Deut 13, 1-4); así debió hacerse también en la Iglesia.
El criterio que establece nuestro autor para el discernimiento es el siguiente: el que afirme cosas contrarias a la fe de la Iglesia no debe ser oído. Y esta fe se halla resumida en la proposición siguiente: Jesucristo vino en carne. Una versión del cristianismo que niegue o ponga en tela de juicio la verdadera y plena humanidad de Cristo o que niegue que Jesús es el Cristo no debe ser aceptada. Quien la presente así no tiene el verdadero Espíritu, no es verdadero profeta. Y ésa era precisamente la versión que los gnósticos daban del cristianismo (2, 22). Por eso los gnósticos no son de Dios, sino del anticristo.
Frente a éstos que se han desviado del camino de la verdad —basta aplicar el criterio o principio de discernimiento para convencerse de ello— nuestro autor asegura a sus lectores que ellos sí son de Dios. Y la lucha que tienen que soportar en contra de los enemigos está decidida de antemano. Ellos vencerán con seguridad porque Dios está en ellos, y Dios es más fuerte que el anticristo. Para nuestro autor el argumento no puede estar más claro. La superioridad misteriosa del cristianismo se pone de relieve por el simple hecho de haber vencido o salido adelante e ileso en medio de tantos’ poderes hostiles de todos los tipos, sobre todo los de tipo cultural-religioso. Se hacía evidente que quien salvaba al cristianismo —para no degenerar, por ejemplo, en una secta de tipo gnóstico— era el poder del Espíritu de Cristo.
Los enemigos, que quieren presentar una versión diferente del cristianismo, son del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Al fin y al cabo es la ley de todos los tiempos. El mundo acepta la moral más fácil y cómoda; pero este éxito fácil demuestra ya por sí mismo la inconsciencia de la falsa doctrina. Por el contrario, Juan se presenta a sí mismo ya sus lectores como siendo de Dios. Este ser de Dios hace que aquéllos, que también le pertenecen, abran el oído a su enseñanza y, por el contrario, cierren sus oídos a las enseñanzas del mundo. Esto es lo que establece una división entre los hombres: el principio de la verdad y del error. La verdad centrada en la confesión esencial de la fe, que nuestro autor ya ha mencionado, y la mentira centrada en la negación del acontecimiento esencial cristiano.
El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo (“que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo”: v. 23a), después el amor fraterno (“que nos amemos los unos a los otros”: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos.
En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor “venido en carne mortal” (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.
Comentario del Salmo 2
Se trata de un salmo real, así llamado porque tiene como protagonista la persona del rey. No se dice quién puede ser ese rey, pero probablemente se trata del rey de Judá, descendiente de David, según la promesa. Los salmos reales son 11 en total. El salmo 2 celebra la entronización del nuevo rey. Según la tradición de los pueblos antiguos, el rey era considerado como hijo de la divinidad. También Israel adoptó esta creencia gracias al influjo de los grupos defensores de la monarquía. El día de la unción (o toma de posesión del trono) se consideraba el día en que el monarca era engendrado por Dios. En este salmo, al rey se le llama Mesías, es decir, Ungido (2) —de hecho se le ungía con aceite—, e Hijo de Dios (7).
El salmo 2 consta de cuatro partes. En la primera (1-3): se produce un motín entre los jefes de las naciones (pueblos) sometida al rey de Judá; mediante la rebelión, pretenden alcanzar la independencia. En el salmo, a estos jefes se les llama «reyes», «príncipes» y «jueces de la tierra», pues correspondía a los reyes administrar la justicia. Pretenden acabar con la dominación del rey de Judá. En la segunda parte (4-6) tenemos la respuesta de Dios. Primero sonríe, después, enfurecido, responde con cólera, es decir designa y confirma un rey para Judá en Sión (Jerusalén), la capital. En la tercera parte toma la palabra el nuevo rey (7-9) para exponer su programa de gobierno. El rey, visto como Hijo de Dios, recibe de él poder sobre las naciones para gobernarlas con cetro de hierro y quebrarlas como vasijas de arcilla. En la cuarta parte habla un amigo del rey, el organizador de la fiesta de entronización. Se dirige a los jefes de Estado que están presentes, invitándoles a rendir homenaje al Señor en la persona del nuevo rey (probablemente mediante el gesto de besarle los pies) y a ser obedientes y sumisos para que, de vuelta a sus países, no caigan en atentados y perezcan.
Hay dos hipótesis para explicar la última frase (« ¡Dichosos los que en él buscan refugio!»). Según la primera, este colofón pretendería suavizar la amenaza final del salmo. De hecho hay otros casos semejantes: no quedaría bien concluir un salmo con una amenaza. La segunda hipótesis es esta: en algunos textos antiguos, los salmos 1 y 2 formarían un único salmo que comenzaba y terminaba de forma semejante (“dichoso” en 1,1 y «dichosos» en 2,12).
En 2,9 hay una imagen significativa. En el día de la toma de posesión del trono, el rey solía hacer pedazos con su cetro algunas vasijas de barro en las que se habían escrito los nombres o dibujado las cabezas de los reyes enemigos de Israel. Si los reyes de esos pueblos sometidos estaban efectivamente presentes en la fiesta de la entronización, ¿cómo reaccionarían al ver su nombre o su retrato hecho trizas por el cetro de hierro del rey de Judá? Esta es la razón por la que, a continuación, se les invita a la sensatez (10). El homenaje que se rendía al Señor (12) probablemente consistía en besar los pies del rey recién entronizado. Se trataba de un gesto de sumisión total.
El salmo 2 muestra la existencia de un conflicto entre naciones. Por una parte, está el rey de Judá y por la otra, los reyes de los pueblos que él domina. En Judá, la monarquía era dinástica, es decir, se transmitía de padres a hijos. El inicio de este salmo se refiere probablemente a la rebelión de los reyes sometidos, con motivo de la muerte del anciano rey de Judá. Quieren aprovechar la ocasión y recuperar la independencia. Tal vez estén planeando un atentado contra el sucesor en el día de su entronización, celebración a la que tenían que asistir. La respuesta de Dios es la unción de un nuevo Mesías y este, en el día de su toma de posesión, recibe de Dios, su «padre», el poder necesario para triturar a los pueblos con cetro de hierro. Es inútil querer rebelarse contra el rey de Judá. En el caso de que los jefes de las naciones intentaran hacer algo, todo permite suponer que morirían en una emboscada por el camino.
Como puede verse, este y otros salmos reales están contaminados por la ideología monárquica. El rey de Judá puede explotar y pisotear a otros pueblos en nombre de Dios. Estos salmos nacieron, sin duda, en el seno de grupos que apoyaban la monarquía como única forma de gobierno, defendiendo al mismo tiempo el imperialismo.
En cualquier caso, Dios sigue siendo el aliado de su pueblo, el Dios de la Alianza, empeñado en defender a Israel de las agresiones de otras naciones. De hecho, la principal misión del rey de Israel era proteger al pueblo de las agresiones internacionales y administrar justicia dentro del país. En este sentido, Dios es su aliado. Pero también es cierto que se trata de un Dios «hecho a imagen y semejanza del rey y de los poderosos», pues el rey de Judá es visto como hijo de Dios de modo que todo lo que hace cuenta con la aprobación de Dios. Más aún, Dios bendice el señorío del rey sobre los pueblos vecinos, si bien para conducir a los jefes de las naciones al temor de Dios: una religión impuesta por la espada.
El salmo 2 es uno de los más citados en el Nuevo Testamento. Se presenta a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios (Mc 1,1; 8,29; 15,39), pero este cambió radicalmente el modo de entender y de ejercer el poder (véase el diálogo que mantiene con Pilato en Jn 18,33-38a). Para él, poder es sinónimo de servicio a la vida, y una vida para todos (Jn 10,10). El objetivo central de las palabras y las acciones de Jesús es el Reino. Pero el reino de Dios no consiste en la dominación de los débiles a manos de los fuertes, sino en ponerse al servicio de la vida. Jesús, por tanto, quebró la espina dorsal de la ideología monárquica presente en el salmo 2, dando una nueva dimensión al poder. De este modo desautorizó para siempre los imperialismos. No olvidemos que murió a manos de quienes detentaban el poder.
El salmo 2 sólo puede rezarse bien si tenemos en consideración el comportamiento de Jesús como rey. Para él, «poder» significó «servicio» y «amor» hasta la entrega total de la propia vida. Hoy en día, los enemigos de la humanidad son la violencia, la dominación de los débiles por parte de los poderosos, los abusos de poder, las innumerables formas de exclusión y de muerte (de las personas y del medio ambiente), todo aquello que impide a la gente disponer de libertad y de vida. Si rezamos este salmo sin mirar a Jesús, acabaremos por legitimar el dominio de unas naciones contra otras, la supremacía de una raza o nación sobre las demás, impidiendo que se realice de manera efectiva la libertad de los pueblos.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25.
El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiria (733 a.C.): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; cf. Is 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17).
Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (cf. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.
Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (cf. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres.
“El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad” (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 4,12-17.23-25, para nuestros Mayores. “Convertíos porque el Reino está cerca”.
Inicio del ministerio profético. Los evangelios de esta semana después de la Epifanía presentan otras “epifanías” o “manifestaciones” del Señor. El día 6 se presentó a Cristo como luz y rey mesiánico de los paganos, representados en los astrólogos de oriente; después como luz profética para los extraviados de Israel y para los paganos (día 7); como el nuevo Moisés que alimenta a su pueblo en su pascua -éxodo- (día 8); como el nuevo Moisés que domina las aguas, símbolo de las fuerzas del mal que agreden al hombre (día 9); como liberador y rehabilitador de los quebrantados (día 10); como fuente de vida y vencedor del mal y de los males (día 11); y, por fin, como esposo de la nueva humanidad (día 12).
La persona misma de Jesús es fa gran epifanía del Padre (Jn 14,9). El pasaje evangélico de hoy es un sumario sintético del mensaje y de la actitud profética de Jesús. Con el arresto de Juan enmudece el gran profeta de Israel cercano a Jesús. Mateo coincide con Marcos al afirmar que Jesús comenzó su actividad en Galilea después de haber sido encarcelado el Bautista. Jesús no es una persona programada, no traía la agenda llena y escritos de puño y letra por Dios Padre, sino que como todos los demás hombres hubo de buscar la voluntad de Dios a través de los acontecimientos y las circunstancias de la vida. En este caso, el encarcelamiento y posterior martirio de Juan, supone para él una llamada a llenar el vacío profético que deja. Por eso, recoge su antorcha y se hace rabí itinerante, pero cree que debe dejar Judea, campo de Juan, e irse hacia las ovejas perdidas: las gentes del Norte y de Galilea. Esta búsqueda de la voluntad del Padre supone una gran lección para sus discípulos.
A las ovejas extraviadas. Los primeros destinatarios de su misión profética son los marginados; no son paganos propiamente dichos, sino judíos de tal forma implicados en las tinieblas del paganismo, que ya no tienen de judíos más que el nombre. Se fue a vivir a Cafarnaún, la gentil, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neptalí, los suburbios de Israel, pueblos en los que se había producido un mestizaje de judíos y paganos idólatras; en ellos brilla ahora la Luz.
Desde entonces Cafarnaún se convierte en el centro de operaciones de la actividad misionera de Jesús. Los milagros más estupendos y lo mejor de sus enseñanzas tienen por escenario esta región privilegiada. Ello constituye un símbolo de la universalidad de su mensaje y sus preferencias por los pobres y alejados.
Mateo es sensible a esa intención universalista que aparece ya en la primera opción de Jesús. Tiene la necesidad de justificarla ante sus contemporáneos que creían que el Reino sería tan sólo anunciado a los judíos que habían permanecido más puros. Jesús no quiere reunir en torno a sí sólo a los “puros”, como hacían los doctores y sabios. Quiere que su mensaje alcance a todos y en la situación en que cada uno se encuentre. Para ello se hace itinerante: para encontrar a todos los hombres y en las situaciones más diversas. Las exigencias misioneras, ¿no deben impulsar a nuestras parroquias, movimientos y comunidades a abrirse más a quienes ignoran el mensaje cristiano?
La Europa “cristiana” tiene mucho de la “Galilea de los gentiles”. Juan Pablo II, en ElE 23 y 47, hablaba de una Iglesia “afectada por síntomas preocupantes de mundanización, pérdida de la fe primigenia y connivencia con la lógica del mundo (cf. Ap 2,4)”. Necesita ser evangelizada de nuevo. Muchos cristianos europeos viven sin una adhesión real a Jesús. Por ello, es necesario que sus discípulos actuales vayamos a las diferentes “galileas” de nuestro mundo a anunciar de nuevo el Evangelio.
Anuncio y testimonio del Reino. “Empezó a predicar: Convertíos porque está llegando el Reino de los cielos”. Conversión significa cambio profundo de mentalidad, algo imprescindible para incontables cristianos rutinarios del cristianismo sociológico que no han hecho nunca una opción personal y radical por Jesús y su proyecto. Muchos cristianos de hoy viven una situación religiosa muy similar a la de los apóstoles, judíos piadosos a los que, sin embargo, Jesús reclama “conversión”. En verdad, son muchos los cristianos “comprometidos” y “piadosos” que han sentido la necesidad de convertirse. Juan sintetiza certeramente la actitud de conversión: “Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo y que nos amemos unos a otros como nos lo mandó” (1 Jn 3,23), es decir, amar y servir a Dios Padre-Madre en sus hijos, nuestros hermanos, y realizar con ellos la fraternidad.
Por otra parte, el Señor nos envía como evangelizadores sobre todo de los alejados, no sólo con mensajes bíblicos y con ideas teológicas o morales, sino con gestos humanos de liberación. “Nuestras comunidades han de preocuparse seriamente de llevar el Evangelio a los alejados de la fe o que se han apartado de la práctica cristiana” (ElE 47). Jesús agrega: “porque está llegando el Reino”.
Cuando uno se convierte a Jesús, ello implica comprometerse con su Causa, su Reino de verdad, justicia, paz y fraternidad, formando parte de la nueva humanidad, una sociedad de hermanos bajo la mirada de Dios; implica integrarse en su comunidad, en la que ha de realizarse el Reino de forma eminente. Jesús anuncia el Reino también con gestos liberadores: “curando toda enfermedad y dolencia” compadeciéndose de los demás y actuando en su favor.
Evidentemente, la evangelización no es sólo anuncio explícito de la Palabra revelada, sino también servicio activo y promoción continua de las personas: “Dadles de comer” también forma parte de la misión evangelizadora.
Los evangelistas sintetizan la misión de los enviados al decir: “Los envió a proclamar el reinado de Dios ya curar a los enfermos” (Lc 9,1- 3). Todo un reto para los discípulos de todo tiempo.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 4, 12-25, de Joven para Joven. Los primeros discípulos y la actividad y la fama de Jesús.
El comienzo de la misión de Jesús está presentado en tres cuadros, que perfilan tres aspectos fundamentales. Jesús es la luz de las naciones (vv. 12-17); invita a todos a la conversión para entrar en el Reino de Dios. La llamada es muy esencial: el sermón de la montaña y el resto del evangelio ilustrarán todo el alcance de la conversión requerida. Jesús es el camino (vv. 18-22); Mateo repite dos veces la estructura de la llamada de los primeros discípulos para imprimir sus rasgos esenciales. En primer lugar, es el Maestro quien elige a los discípulos: eso no era en absoluto lo acostumbrado; el modelo es, por consiguiente, el de la transmisión de un carisma profético (cf. 1 Re 19,19-21), antes que el de la enseñanza sapiencial. Por otra parte, el seguimiento de Jesús exige el desprendimiento radical del propio contexto para abrazar una misión nueva que es don (v. 19b).
La respuesta de los discípulos, pronta e incondicionada, introduce en una fraternidad diferente, en una comunión que trasciende todo vínculo de sangre, en una condición de vida donde la seguridad ya no se basa en lo que se hace o se proyecta, sino en la confianza en el Maestro. Jesús es el Salvador (vv. 23-25): pasa haciendo el bien a manos llenas con la palabra y con el poder taumatúrgico. El evangelista distingue entre la enseñanza dirigida a los discípulos y la predicación a las muchedumbres: en la enseñanza revela el designio salvífico de Dios y explicita los pasos del camino de conversión; la predicación, en cambio, tiene siempre como objeto la alegre noticia del Reino realizado en Jesús presente; en consecuencia, la conversión requerida también es fuente de alegría.
Jesús es la magna luz que se ha levantado sobre nuestra tierra y brilla para nosotros. La luz verdadera, que ilumina a todo hombre, pasa a lo largo de la orilla de ese mar, una veces en calma y otras borrascosas, que es nuestra vida. Nos ve mientras estamos ocupados en las cosas de cada día. Sin embargo, cuando nos descubrimos mirados por Jesús en el momento presente, algo cambia en nosotros. Más aún, si nuestra mirada interior se encuentra con la suya y se establece en ella, ningún día será ya como antes. Jesús pasa como por casualidad por nuestras vidas; sin embargo —y esto es algo que se comprende después—, está buscando precisamente a cada uno de nosotros para iluminar la grisura y la sombra de muerte en las que nos encontramos sumergidos.
Acoger sin reservas la invitación a seguirle es la gran ocasión, la mejor suerte que nos puede acontecer. Para algunos, se tratará de dejarlo todo —trabajo, compromisos, afectos— para seguirle y encontrar en él toda la plenitud. A otros, el encuentro con Jesús les impondrá el abandono de esquemas interiores, certezas adquiridas, una manera habitual de relacionarse con las personas y las circunstancias. Seguirán viviendo aún la vida de siempre, aunque de una manera diferente, puesto que Jesús se convierte en su centro de irradiación. Su Palabra, que anuncia la alegría y traza su sendero, nos proporciona el entusiasmo de un comienzo siempre nuevo, la pasión de un compromiso retomado con un vigor siempre nuevo. Su Espíritu, que cura nuestras debilidades interiores, nos va plasmando poco a poco a su imagen. La dura realidad que tal vez debamos afrontar será nuestra tierra de misión: Jesús nos precede y nos invita a seguirle precisamente allí donde la gente de costumbre nos espera en el sitio de siempre. Es preciso que pueda encontrar en nosotros hombres nuevos, capaces de llevar a la existencia la luz de la mirada de Cristo y la alegría de su Reino.
Elevación Espiritual para este día.
Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí —como dice el profeta— brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible.
Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que El mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: “Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible”.
Reflexión Espiritual para el día.
Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentaría como Aquel que da a todo evento humano significado pleno (...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo es posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que Él? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mero palabra y no me invado, omnipotente, el corazón y la conciencia?
Y ahora Jesús proclamo que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. Los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 3, 22—4, 6. Oración confiada.
La sinceridad, la tranquilidad de la conciencia, lograda en el cumplimiento de la voluntad de Dios y que puede ser comprobada desde el mandamiento del amor fraterno, es la que posibilita una oración confiada y sin reservas. No podríamos decir en verdad “Padre nuestro” si el mandamiento del amor fraterno no fuese determinante de la vida cristiana. Porque el fundamento último de la oración está en la correlación paternidad-filiación, que no puede sentirse a nivel puramente aislado, desconectado de los demás.
Nuestro autor resume para sus lectores el contenido esencial de la voluntad de Dios. La formulación es breve y no parece demasiado exigente. Sin embargo la pequeña fórmula contiene en germen todas las exigencias de la vida cristiana: la fe en Cristo y el amor fraterno. Y a continuación (v. 24) nos ofrece las consecuencias del cumplimiento de este mandamiento esencial: la comunión con Dios.
El Nuevo Testamento nos ofrece el testimonio unánime de la convicción de los cristianos de la actuación del Espíritu en ellos. En la misma línea del Antiguo Testamento, la presencia del Espíritu se manifestaba en la acción del hombre, que no podía explicarse desde el hombre, sino desde la acción de Dios en él. Este hombre, bajo la acción del Espíritu, podía interpretar el sentido de los acontecimientos presentes y anunciar los futuros. Nos referimos, particularmente, al profeta. Sus palabras tenían la autoridad de Dios.
Lo mismo ocurrió en el Nuevo Testamento. El Espíritu demuestra una gran actividad, inspirando las más diversas actividades y funciones en la Iglesia. Las palabras pronunciadas por el hombre, que se hallaba bajo la acción del Espíritu, no podían ponerse en duda. Y, sin embargo, estas palabras podían ser ambiguas y a veces hasta perniciosas. Por eso, lo mismo que en el Antiguo Testamento, se establecen como unos criterios para discernir los verdaderos de los falsos profetas (Deut 13, 1-4); así debió hacerse también en la Iglesia.
El criterio que establece nuestro autor para el discernimiento es el siguiente: el que afirme cosas contrarias a la fe de la Iglesia no debe ser oído. Y esta fe se halla resumida en la proposición siguiente: Jesucristo vino en carne. Una versión del cristianismo que niegue o ponga en tela de juicio la verdadera y plena humanidad de Cristo o que niegue que Jesús es el Cristo no debe ser aceptada. Quien la presente así no tiene el verdadero Espíritu, no es verdadero profeta. Y ésa era precisamente la versión que los gnósticos daban del cristianismo (2, 22). Por eso los gnósticos no son de Dios, sino del anticristo.
Frente a éstos que se han desviado del camino de la verdad —basta aplicar el criterio o principio de discernimiento para convencerse de ello— nuestro autor asegura a sus lectores que ellos sí son de Dios. Y la lucha que tienen que soportar en contra de los enemigos está decidida de antemano. Ellos vencerán con seguridad porque Dios está en ellos, y Dios es más fuerte que el anticristo. Para nuestro autor el argumento no puede estar más claro. La superioridad misteriosa del cristianismo se pone de relieve por el simple hecho de haber vencido o salido adelante e ileso en medio de tantos’ poderes hostiles de todos los tipos, sobre todo los de tipo cultural-religioso. Se hacía evidente que quien salvaba al cristianismo —para no degenerar, por ejemplo, en una secta de tipo gnóstico— era el poder del Espíritu de Cristo.
Los enemigos, que quieren presentar una versión diferente del cristianismo, son del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Al fin y al cabo es la ley de todos los tiempos. El mundo acepta la moral más fácil y cómoda; pero este éxito fácil demuestra ya por sí mismo la inconsciencia de la falsa doctrina. Por el contrario, Juan se presenta a sí mismo ya sus lectores como siendo de Dios. Este ser de Dios hace que aquéllos, que también le pertenecen, abran el oído a su enseñanza y, por el contrario, cierren sus oídos a las enseñanzas del mundo. Esto es lo que establece una división entre los hombres: el principio de la verdad y del error. La verdad centrada en la confesión esencial de la fe, que nuestro autor ya ha mencionado, y la mentira centrada en la negación del acontecimiento esencial cristiano.
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