Viernes 8 de enero de 2010.Después de la Epifanía. 2ª semana del Salterio. (Ciclo C ). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. Feria. SS Apolinar ob, Severino ab, Lorenzo Justiniano ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Jn 4,7-10. Dios es amor.
Salmo 71. R/. Que todos los pueblos de la tierra se postren ante ti, Señor.
Mc 6, 34-44. Jesús se revela como profeta en la multiplicación de los panes.
PRIMERA LECTURA
1 Jn 4,7-10.
Dios es amor.
Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que
vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.
Palabra de Dios
Sal 71,2.3-4ab.7-8.
R/.Que todos los pueblos te sirvan, Señor.
Dios mío, confía tu juicio al rey para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia. Que él defienda a los humildes del pueblo, y socorra a los hijos del pobre. R.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.
SANTO EVANGELIO
Mc. 6,34-44.
En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: —Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer. El les replicó: —Dadles vosotros de comer. Ellos le preguntaron: —¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer? El les dijo: —Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron le dijeron: —Cinco y dos peces. El les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces.
Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Jn 4,7-10. Dios es amor.
Salmo 71. R/. Que todos los pueblos de la tierra se postren ante ti, Señor.
Mc 6, 34-44. Jesús se revela como profeta en la multiplicación de los panes.
PRIMERA LECTURA
1 Jn 4,7-10.
Dios es amor.
Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que
vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.
Palabra de Dios
Sal 71,2.3-4ab.7-8.
R/.Que todos los pueblos te sirvan, Señor.
Dios mío, confía tu juicio al rey para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia. Que él defienda a los humildes del pueblo, y socorra a los hijos del pobre. R.
Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.
SANTO EVANGELIO
Mc. 6,34-44.
En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: —Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer. El les replicó: —Dadles vosotros de comer. Ellos le preguntaron: —¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer? El les dijo: —Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron le dijeron: —Cinco y dos peces. El les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces.
Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 4,7-10.
Esta pequeña joya de san Juan es una reflexión posterior sobre el tema del amor fraterno del que el autor ha hablado ya en la carta desde un punto de vista negativo (cf. 3,11.15.22). Ahora el acento está puesto sobre el mandamiento del amor, pero en clave positiva: el amor es necesario porque «el amor procede de Dios» (v. 7) y porque “Dios es amor” (v. 8). Y precisamente porque la identidad de Dios es amor, él ama, perdona y se nos entrega. Todo auténtico amor humano encuentra su fundamento en el amor de Dios. El que ama ha nacido de Dios y «conoce a Dios» (v. 7).
Si ésta es la esencia de Dios, para llegar al amor auténtico hay un solo camino: amar. Sin embargo, no como pensaban los gnósticos o los enemigos de la comunidad de san Juan, que creían amar a Dios porque sentían la necesidad de conocerlo. La naturaleza del amor, para san Juan, se fundamenta sobre el hecho de que Dios nos ha amado «primero», por gratuita iniciativa suya. Este amor se ha manifestado en la encarnación del hijo de Dios, sin el cual los hombres hubieran continuado pobres e incapaces de conocer el verdadero amor y poseer la vida (vv. 9-10); Rom 3,25; 5,8; 2 Cor 5,21). Jesús nos ha demostrado un amor concreto, desinteresado, de dedicación y de total liberación, hasta entregar la vida. El amor del hombre por Dios, por tanto, es siempre una respuesta al amor providente de un Padre. Y sólo conoce verdaderamente a Dios el que lo ama recorriendo el camino que conduce al amor al hermano (cf. Mc 12,29-3 1): «En esto reconocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35; cf. 1 Jn 4,12-20).
Comentario del Salmo 71.
Es un salmo real, pues tiene la persona del rey como su centro de atención. Se pide a Dios que le conceda al monarca la capacidad de juzgar con justicia, según los designios divinos.
Este salmo no presenta una división clara. Se puede apreciar una petición, seguida por una serie de motivos o consecuencias. El final es claramente un himno de alabanza que concluye el segundo libro (Sal 42 – 72), según la propuesta de dividir los salmos en cinco libros.
A pesar de lo dicho, vamos a dividir esta pieza en seis partes: La primera parte, hace las veces de introducción. Hay una petición a favor del rey, que pone de manifiesto la principal característica de su gobierno: hace justicia a los pobres, instaurando, de este modo, la paz. La paz, por tanto, es fruto de la justicia. Cuando la autoridad política (rey) practica la justicia, el pueblo desea que su administración dure para siempre. De esto se ocupa la segunda parte. El pueblo creía que el sol y la luna no iban a desaparecer nunca. Analizando la naturaleza, descubrió que jamás han faltado la lluvia y las lloviznas. Desea, por tanto, que la autoridad política actúe del mismo modo, esto es, que haga germinar y florecer la justicia en el país. Una autoridad política comprometida con la justicia es un elemento que garantiza la fecundidad y la vida para el pueblo.
La tercer parte contempla la política internacional de la autoridad política: defiende el territorio nacional, dominando a los enemigos del exterior y cobrándoles tributo. Aquí predomina una visión imperialista.
La cuarta parte se ocupa de nuevo de la política interior. ¿Qué es lo que tiene que hacer el rey? Cuidar del indigente y del pobre, haciéndole justicia, convirtiéndose en su protector y defendiéndoles de quienes los tratan con violencia. El rey ha de optar por los débiles, los indefensos y los pobres.
La quinta parte retoma los temas de la segunda (duración, fecundidad), añadiendo otros nuevos, como la cuestión del tributo que pagan los pueblos dominados y el tema de la bendición. El rey justo es fuente de bendición para todos los pueblos, a semejanza de Abrahán.
La sexta parte es una breve bendición dirigida al Señor, que confía al rey la misión de gobernar con justicia y con derecho, realizando maravillas en medio del pueblo. De este modo, Dios será conociendo y reconocido en toda la tierra. Estos versículos se añadieron posteriormente como conclusión del segundo libro de los cinco en que se dividen los salmos.
Este salmo habría nacido, con toda probabilidad, con motivo de la entronización del rey, la autoridad política suprema del pueblo de Dios desde que concluyó el sistema de las tribus y hasta el exilio de Babilonia (de 1040 a 586 A.C.). La misión del rey consistía, básicamente, en administrar justicia, defendiendo al pueblo de las agresiones internacionales (política externa) y de las injusticias dentro del País (política interna). Este salmo revela el tipo de autoridad política que desea el pueblo: alguien profundamente comprometido con los indefensos, a los que protege como si el mismo Dios de la Alianza estuviera actuando por medio de las manos del rey.
El salmo muestra que la situación social, en el momento de la toma de posesión del nuevo rey, es dramática: hay pobres cuyos derechos están siendo pisoteados; hay indigentes a los que se explota junto con sus hijos, lo que viene a indicar que no hay justicia en el país. Los pobres claman y los indigentes no tienen protector. Hay débiles e indigentes necesitados de salvación. Todo ello porque la sociedad está dividida entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Los poderosos son astutos y violentos, y el rey no impone la justicia, seguirá derramándose la sangre de los inocentes sin que nadie haga nada para evitarlo. El conflicto social interno es grave.
Si miramos más allá de las fronteras de Israel, la situación internacional está también necesitada de una intervención del nuevo rey a favor de la justicia. Se habla de los rivales y enemigos del rey, también enemigos, por tanto, del pueblo de Dios, se hace mención de los reyes de Tarsis, Saba y Arabia, así como de los jefes de estado de todo el mundo. Desde la concepción imperialista de este salo, la dominación de estos pueblos hará que todo el mundo conozca y reconozca al rey de Israel y al Dios que representa. Hoy resulta un tanto extraño imaginar que el dios de un rey dominador e imperialista pueda ser el dios de todos los pueblos. Defendiendo las fronteras de su país contra las agresiones internacionales y defendiendo al pueblo de la violencia de los poderosos, el rey instaura una era de justicia que trae el florecimiento de la paz. La tierra reacciona con sus frutos, pues la justicia es fuente de vida y de fecundidad para el pueblo.
Los salmos reales, como ya hemos visto, vienen cargados de ideología, pues surgieron en un contexto vinculado a la monarquía y al palacio real. A veces podemos tener la impresión de que, en estos salmos, no es el rey el que cumple la voluntad de Dios, sino que el Señor es quien se somete al capricho del soberano. A pesar de lo cual, la imagen que este salmo nos da de Dios resulta de gran interés, pues sigue siendo el Dios de la Alianza que, mediante las acciones del rey, hace justicia al pueblo defendiendo a los pobres, protegiendo a los indigentes, convirtiéndose en el protector de los abandonados contra los opresores y los violentos. En tiempos de la monarquía, la tierra de Israel se había convertido en un nuevo Egipto. Dios quiere ser nuevamente el libertador, obrando por medio del rey, un rey que, ahora, se convierte en un nuevo Moisés y en un nuevo Abrahán. Poco a poco, estos salmos fueron ampliando el horizonte, a la espera de ese rey ideal, sobre todo después del exilio babilónico, cuando ya no había rey, y después de que el pueblo hubiera descubierto que la monarquía fue el principal responsable del cautiverio en Babilonia.
El Nuevo Testamento vio en Jesús a ese nuevo rey, capaz de hacer justicia e inaugurar el reino de Dios. Jesús dijo a Pilato que su Reino no era de este mundo, no para afirmar que reinaría en otro planeta o en otra dimensión, sino para mostrar su nueva concepción del poder y de la justicia. Siguiendo esta nueva concepción llegaremos a la concreción del reino de Dios.
Este salmo se presta para reforzar nuestra conciencia de ciudadanos comprometidos con una sociedad justa, solidaria e igualitaria. No basta con rezar por los gobernantes. Nuestra oración ha de venir acompañada por una postura política adecuada, la conciencia que viene de nuestra condición de ciudadanos. Podemos rezarlo cuando queremos que “venga a nosotros su Reino”; cuando soñamos con una sociedad justa, con la paz internacional, con la libertad de los pueblos.....
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,34-44
Jesús es presentado como el Buen Pastor que se compadece de la muchedumbre que lo sigue porque son «ovejas sin pastor» (v. 34), y, entonces, como un nuevo Moisés, primero instruye al pueblo ,la comunidad cristiana, con su palabra, Palabra de Dios y después la alimenta multiplicando los panes y los peces, eucaristía. En este menester incluye también a sus discípulos, la Iglesia: «Dadles vosotros mismos de comer» (v. 37). El tema teológico que está en el trasfondo de todo el relato es la llamada a la asamblea de los hijos de Israel en el desierto y a la celebración eucarística de los primeros discípulos de Jesús. Los detalles que se mencionan hacen referencia a estos hechos: el lugar desierto, la hierba verde, las personas sentadas en pequeños grupos (cf. Ex 18,25), y siguen el alzar los ojos al cielo, la bendición, la fracción del pan, la distribución de los panes con la ayuda de los discípulos (cf. Jn 6,1-13; 1 Cor 11,23-34; Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20).
Cinco mil hombres comen hasta saciarse y sobran «doce canastos llenos de trozos de pan y de pescado» (v. 43). Nada debe perderse de la mesa preparada por Jesús. Los discípulos no se maravillan tanto del poder milagroso de su Maestro, cuanto del poder que tiene para dar a los hombres lo necesario para vivir bien cada día. Las palabras que dice y los hechos que Jesús realiza a favor de la humanidad no son sólo hermosas palabras o cosas astrales o teóricas, sino realidades que inciden sobre la vida y la historia humanas y las transforman abriendo el horizonte ilimitado de la comunión con Dios.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,35-44), para nuestros Mayores. Abundancia para todos.
La estructura del fragmento se puede reconocer fácilmente: el Maestro educa con un breve diálogo a los discípulos para que tengan una nueva visión de los necesitados (w 35-38); utilizando lo poco de que disponen, lleva a cabo el milagro (vv. 30-41), bien acreditado por la abundancia y por lo que sobra (vv. 42-44).
Sigue a Jesús una muchedumbre deseosa de escuchar sus palabras. Se sacia en la fuente de las delicias, como diría el salmista. El tiempo pasa veloz y se hace tarde, casi sin darse cuenta: la Palabra interesa, fascina, compromete. Llega la hora de la comida principal y los discípulos recuerdan al Maestro lo tardío de la hora, así como lo lejos que se encuentra el lugar de los centros habitados. La sugerencia que le hacen (v. 36) suena razonable y aceptable: que cada uno se las arregle. Se han olvidado de lo que se había dicho en Dt 8,2s. Interviene entonces Jesús y presenta una lógica diferente, una lógica que razona en términos de donación y de altruismo. Es la lógica divina que impulsó al Hijo de Dios a hacerse hombre y a dar su vida por los otros. Jesús replica a los apóstoles haciéndoles responsables: “Dadles vosotros de comer” (v. 37). Tras haber saciado el hambre de la Palabra, Jesús va a satisfacer el hambre física. Inaugura el tiempo de la Providencia, que se hace visible en la intervención de los hombres: un hombre ayuda a otro hombre y de inmediato se produce una reacción en cadena. El secreto de la solidaridad humana se encuentra en el olvido de nosotros mismos y en la atención al otro, considerado como un hermano al que debemos socorrer y no como una carga que debemos evitar.
Los discípulos, tras proceder a un cálculo rápido, señalan la imposibilidad material de satisfacer las exigencias de tanta gente. Sus palabras (v. 37) son las palabras de la gente que renuncia, de los que no ven posible otra salida que una noble rendición ante el carácter insuperable de la dificultad. Debe intervenir Jesús. Sin embargo, antes de realizar el milagro de la multiplicación, hace que los discípulos adquieran otra sensibilidad. No deben esperarlo todo como don, con absoluta gratuidad, sino preparar una base sobre la que Dios pueda construir su poder. Consiguen recoger cinco panes y dos peces y se los presentan a Jesús (v. 38). Poca cosa, casi nada; sin embargo, lo poco del hombre, si se une a lo mucho de Dios, produce alimento en una cantidad capaz de saciar el hambre de una multitud. Aquí está el secreto de la multiplicación.
Sigue la orden de hacer sentar a la muchedumbre sobre la hierba verde, en grupos organizados que recuerdan al pueblo judío en el desierto bajo la guía sabia y segura de Moisés (cf. Ex 18,21). La comida satisface la necesidad del hambre, realiza la comunión familiar y se convierte en momento de dar gracias a Dios. Junto al pan hay dos peces, que, asados o conservados con sal, constituían el magro condumio de la gente del lago. El alimento bendecido se multiplica en las manos de los discípulos, que comienzan a distribuirlo entre los presentes. Hubo para todos y en abundancia, como demuestran las cestas llenadas con los restos (v. 43).
El relato, en el que subyace la simbología del pan eucarístico, tiene su antecedente veterotestamentario en el episodio del maná, dado de manera gratuita y sobreabundante. La resonancia eucarística del milagro se puede percibir comparando nuestro texto con el de la institución de la eucaristía en la última cena.
La muchedumbre goza del pan después de haber escuchado las palabras de Jesús. Los discípulos de Emaús no fueron introducidos de otro modo en la mesa del pan por la explicación de la Escritura. Con esto se nos quiere recordar que se accede al banquete bien preparados, bien dispuestos a estar en comunión para poder realizar comunión. La escucha de la Palabra de Dios ilumina, purifica, inquieta, estimula: todo prepara para el banquete. En la relectura del relato se nos remite a los cristianos a valorar cada vez más el don del pan eucarístico, que calma el hambre y sacia todos los deseos y las ansias del corazón, que da la sabiduría del Padre, que nos hace vencedores sobre el mal. Es un pan que se convierte en fuente de amor verdadero, el del mismo Dios.
El recuerdo, importantísimo, del pan eucarístico no debe hacernos olvidar el origen del milagro, realizado para saciar el hambre de unas personas que se encuentran en una situación de necesidad. El deber de proveer a los necesitados no desaparecerá nunca en la comunidad eclesial. Los datos que las estadísticas nos ponen ante los ojos son impresionantes: en este mundo loco se gastan cifras exorbitantes en ejércitos y armamentos, mientras que se olvida a las personas que mueren cada día de hambre, que no tienen acceso al agua potable, que no tienen ni casa, ni trabajo, ni asistencia sanitaria. Esto es algo que no puede dejarnos indiferentes: «Si yo tengo hambre, se trata de un hecho físico; si es mi prójimo el que tiene hambre, se trata de un hecho moral» (Berdaeff). En la cara opuesta, la gente del bienestar se permite un despilfarro inmoral: cada día acaban en los cubos de la basura de Italia miles de kilos de pan; sólo en Milán terminan en la basura unos 450 quintales de pan al día. Son unas cifras astronómicas, aparentemente irreales, aunque tristemente verdaderas.
La preocupación del pan para todos, urgente y obligatoria, debe animar, por consiguiente, a nuestras comunidades cristianas e interpelar a nuestras conciencias. Debemos sentirnos corresponsables de tantos hermanos necesitados y aprender a compartir más. La invitación a sentarnos unos junto a otros permanece como sugerencia; más aún, como advertencia. Debemos sentir como dirigidas también a nosotros las otras palabras del Señor: «Dadles vosotros de comer». La caridad cristiana será capaz de encontrar en la generosidad cada vez más espacios para hacer sentar a todos en el banquete de la abundancia.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,45-52), de Joven para Joven. Una noche rielada de luz.
Después del milagro de la multiplicación de los panes, recordado en el versículo inicial y en el final, Jesús se sustrae a la muchedumbre y deja solos a los discípulos —más aún, les «obliga» (así es la fuerza del verbo griego) a precederle en el camino a Betsaida— tal vez porque quiere sustraerse al entusiasmo popular. Los Doce, privados de su Maestro, se encuentran enseguida en dificultades en la travesía del lago. Sin él, la barca no avanza gran cosa. El motivo externo es el viento en contra; el motivo más profundo tal vez sea otro: sin Jesús, la barca está a merced de elementos adversos. A esto se añade el dato negativo de la noche. Tenemos todos los elementos para una tragedia inminente: unos hombres solos, a merced del mar, envueltos en las tinieblas.
El Maestro, «viéndolos cansados de remar» (v. 48), es presa de un sentimiento de ternura e interviene. Lo hace de una manera singular. Se acerca a ellos «caminando sobre el lago». E «hizo ademán de pasar de largo». Como hará con los dos discípulos de Emaús, somete a los suyos a una prueba: quiere ver cómo reaccionan, les obliga a exteriorizar sus sentimientos.
El centro de gravedad teológico del fragmento se mueve en torno al comportamiento de Jesús, que, al caminar sobre las aguas, presenta cualidades que son propias de Dios: «Sólo él extiende los cielos y camina sobre las espaldas del mar» (Job 9,8). El que era capaz de tanto, demostraba no sólo su superioridad sobre la naturaleza, sino también su victoria —según la mentalidad de los antiguos orientales— sobre las fuerzas hostiles del caos y de la muerte, simbolizados precisamente por el agua.
Jesús justifica y fundamenta, con su comportamiento, esta solemne afirmación: « ¡Animo! Soy yo. No temáis» (v. 50). No debemos sorprendernos de que el viento se calme, gracias a esta afirmación divina (“Soy yo”). Se hace de día y vuelve la luz, llega Jesús y desaparece el miedo, aunque subsiste todavía en los discípulos una oscuridad interior que tiende a disiparse. Marcos lo llama «mente embotada». No han comprendido el milagro precedente y lo conectan poco con la extraordinaria experiencia nocturna. A los discípulos les cuesta comprender a Jesús a fondo, del mismo modo que tampoco le habían comprendido antes sus adversarios (3,5), ni tampoco sus parientes ni sus paisanos (6,1-6). El mismo diagnóstico vale para todos: «esclerosis» del corazón.
Existe una soledad plena, positiva, compuesta de aislamiento para encontrarnos a nosotros mismos, pero existe también otra negativa, que es privación, miseria interior. Esta última soledad es mala compañera. «No hay más que un sufrimiento, el de estar solos», escribió Gabriel Marcel. Y le hace eco Simone Weil: «La soledad es un infierno anticipado». Los discípulos, en un escenario nocturno, se encuentran perdidos sin Jesús y, por si faltaba algo, con el viento soplando en contra. Son la imagen de muchas de nuestras situaciones cuando nos sentimos abandonados, incomprendidos y dejados solos por los hombres y por Dios. No estaría de acuerdo con esto santo Tomás de Aquino, que escribió: «El amor impidió a Dios estar solo». Y creó al hombre. Y lo creó en pareja, porque «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18). La pareja dice relación a otro, expresa la comunión. El Dios único también es comunión de tres personas.
Los Doce sólo superan todos sus miedos cuando les alcanza Jesús y sube con ellos a la barca. Gozan de esta presencia, aunque no la aprecian plenamente ni la comprenden a fondo. También nosotros superamos nuestros miedos, vencemos la soledad cuando nos abrimos a los otros y nos abrimos al otro. Sugería Péguy: “No es necesario salvar nuestra propia alma como se conserva un tesoro... Es necesario salvarse juntos. Es necesario llegar juntos al buen Dios, es necesario presentarse juntos; no podemos llegar a Dios los unos sin los otros. Debemos volver todos juntos a la casa del Padre”. Cuando después nos unimos a Cristo, entonces estamos seguros de poder derribar el muro de separación, seguros de superar las tendencias aislacionistas, de encontrar la alegría de sentirnos y ser hermanos. La regla sugerida por Jesús es movernos y salir al encuentro del otro, aunque debamos caminar sobre las aguas.
La fuerza del amor nos sostiene dándonos ligereza e impulso. El nos tiene en brazos...
Nuestra pequeña experiencia confirma ya que es verdad. Continuemos y nos daremos cuenta de que la noche de la existencia está traspasada de rayos de luz que iluminan y orientan.
Elevación Espiritual para este día.
El milagro de la multiplicación de los panes nos introduce simbólicamente en el gran y extraordinario misterio del pan de vida. El relato es importante y todos los evangelistas lo refieren y lo ponen en el centro de la actividad pública de Jesús. El Maestro realiza el milagro porque tiene compasión de la multitud (cf. Mc 6,34), pero se trata también de un signo querido por el Cristo para revelarse a sí mismo. Estamos frente al nuevo milagro del maná (cf. Ex 16) realizado por Jesús, nuevo Moisés, revelador escatológico y mediador de los signos de Dios (cf. Ex 4,1-9), en un nuevo éxodo: es el símbolo de la eucaristía, verdadero alimento del pueblo de Dios. Se necesita comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión íntima con Jesús.
Es revelación divina que el pan posee la eficacia de comunicar una vida más allá de la muerte. Es Jesús, pan de vida, que da la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien en la fe interioriza su Palabra y asimila su vida. La escucha interior de Jesús es alimentarse con el pan celestial y saciar el hambre que todo hombre tiene en sí mismo. Como el Padre es la fuente de la vida del Hijo, y en él toda obra de salvación encuentra su origen en el Padre, así el que participa de la eucaristía encuentra en Cristo la vida divina. Jesús recibe la vida del Padre y la da al creyente no sólo en el tiempo presente, sino al final de la historia, con aquella vida eterna que es amor, participación en el misterio pascual de Cristo, en el misterio de una carne vivificada por el Espíritu, que permite establecer un vínculo profundo con Dios, como el que existe entre el Padre y el Hijo.
Amor que ardes sin extinguirte jamás, dulce Cristo, Jesús bueno, caridad, Dios mío, enciéndeme todo en el fuego de tu amor, de tu afecto, de tu deseo, de tu caridad, de tu júbilo y de tu gozo, de tu alegría y tu ternura, del ansia ardiente de ti, ansia santa y buena, casta y limpia; para que, colmado de la ternura de tu amor, consumido por la llama de tu caridad, yo te ame, dulce y bello Señor mío, de todo corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas. Tu amor, auténtico y santo, colma de ternura y de sosiego el alma que le pertenece, la ilumina con la luz límpida de la visión interior.
Oh pan suavísimo, sana el gusto de mi corazón, para que sienta la ternura de tu amor. Te suplico, por el misterio de tu santa encarnación y nacimiento, infundas en mi pecho tu inagotable ternura y caridad, para que yo no piense ya en nada terreno o carnal, sino que sólo te ame a ti, en ti sólo piense, a ti sólo desee, sólo a ti tenga en los labios y en el corazón.
Reflexión Espiritual para el día.
Dios mío, bienaventurada Trinidad, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que viven sobre la tierra y librando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me habéis preparado en vuestro Reino; en una palabra: deseo ser santa, pero siento mi impotencia y os pido, Dios mío, que seáis vos mismo mi santidad.
Puesto que me habéis amado hasta darme vuestro único Hijo para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos: yo os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su corazón abrasado de amor. Siento en mi corazón inmensos deseos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. No quiero amontonar méritos para el cielo, sino trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro corazón sagrado y de salvar almas que os amen eternamente.
En la tarde de esta vida compareceré ante vos con las manos vacías. No os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias son imperfectas a vuestros ojos. Quiero, por ello, revestirme de vuestra propia justicia y recibir de vuestro amor la posesión eterna de Vos mismo. No quiero otra cosa que Vos, mi Amado (Teresa de Jesús, La oración, Fuenlabrada 1972).
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia:1Jn 4, 7-16 (4, 7-10/4, 7-12/4, 9-15/4, 11-16). El amor como respuesta al amor.
Dios es amor. Dios nos ha amado primero. Amémonos los unos a los otros. Son los pensamientos centrales de esta sección. ¿Por qué vuelve nuestro autor al tema del amor fraterno, al que ha dedicado ya un espacio amplio en su carta? (3, 11. 15. 22). El mandamiento del amor fraterno había sido expuesto desde el punto de vista negativo: el que no ama comete pecado, y el pecador no puede conocer a Dios. Ahora expone el mismo pensamiento, pero desde el punto de vista positivo: el amor es necesario, porque Dios es amor, porque el amor viene de Dios.
Afirmar que «Dios es amor» no es lo mismo que decir «el amor es Dios». Si Dios es amor, quiere decir que el medio para llegar a Dios es amar. Pero también esto puede ser mal entendido y nuestro autor sale, al paso de una posible tergiversación. O mejor, de una tergiversación, no puramente posible, sino que estaba dándose ya entre aquéllos que nuestro autor tiene siempre delante, los gnósticos. En los círculos gnósticos existía un movimiento según el cual podía decirse que el hombre amaba a Dios. El hombre sentía la urgencia de conocer a Dios, de buscarlo y experimentar la satisfacción de sentirlo próximo. Esto podía ser llamado «amar a Dios». En este sentido los gnósticos podían estar perfectamente de acuerdo con nuestro autor. Pero, es precisamente frente a ellos por lo que él quiere precisar la naturaleza del amor.
El amor que el hombre tiene a Dios siempre es respuesta. El amor de Dios ha sido demostrado en lo hecho, históricamente, por Dios en Cristo para la salvación del hombre. Un amor histórico, electivo y creador, como el que Dios había demostrado ya en el Antiguo Testamento. Ya en el Antiguo Testamento, los atributos de Dios, particularmente su amor, fueron definidos y alabados por su referencia a las intervenciones concretas de Dios a favor del hombre, no por sus perfecciones abstractamente consideradas. Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento. El amor de Dios ha sido demostrado por su intervención suprema en la historia, en la persona y en el acontecimiento de Jesús. El amor del hombre por Dios siempre es respuesta y consecuencia del amor de Dios por el hombre.
Por otra parte, la acción de Dios en Cristo demuestra al hombre en qué consiste el verdadero amor. Amor de entrega, no motivado ni condicionado, no egoísta. Amor liberador, adecuado al remedio que el hombre necesitaba, ordenado a la expiación de sus pecados. Este amor de Dios presentado como el motivo determinante de nuestras relaciones con los hermanos. De él nace como consecuencia lógica el mandamiento del amor fraterno.
Juan pasa del tema que está desarrollando al de la invisibilidad de Dios. No es un paso lógico, desde nuestro modo lógico de razonar. El paso pudo haber estado motivado por la actitud y afirmaciones de los gnósticos. Ellos, que no practicaban el mandamiento del amor, se preciaban de ver a Dios. Era su experiencia característica y lo consideraban como su máxima gloria. Frente a estas pretensiones afirma Juan que Dios es invisible, que lo conoce verdaderamente quien lo ama y que el camino del amor pasa necesariamente por los hermanos. El amor del hombre por Dios es inseparable del amor por los hermanos. Estamos ante la doctrina más ortodoxa del evangelio. ¿Cuál es el mayor de los mandamientos? (Mc 12, 29ss).
El autor de nuestra carta ha hablado ya de que Dios permanece en nosotros (3, 24). Esta misteriosa y maravillosa realidad cristiana no puede justificarse únicamente desde el amor fraterno, que, en última instancia, puede caer en el subjetivismo. Es necesario fundamentarlo en algo objetivo, en algo fuera de nosotros o que viene a nosotros desde fuera de nosotros. Y esta realidad objetiva es la del Espíritu. El cristiano es consciente de una vida nueva en su interior, una nueva vida que le ha sido regalada por Dios. Esto es lo que les da la fuerza interior que poseen.
Otra prueba de esta objetividad es el encuentro original de los cristianos con Jesús. Ellos —él, los apóstoles todos los que le vieron con esa visión creyente— vieron en él la gloria de Dios (Jn 1, 14) y descubrieron en él al salvador del mundo. Solamente quien confiesa toda esta realidad en Jesús, en el Jesús histórico, puede recibir de él la vida eterna.
El autor resume todo su pensamiento diciendo que ellos —los cristianos, en definitiva— han conocido el amor de Dios en ya través de Cristo. Quien quiera tener la misma experiencia debe volverse a Jesús. Dios se vuelve con amor hacia los hombres y quiere que el hombre se vuelva también así hacia Dios y hacia sus hermanos.
Esta pequeña joya de san Juan es una reflexión posterior sobre el tema del amor fraterno del que el autor ha hablado ya en la carta desde un punto de vista negativo (cf. 3,11.15.22). Ahora el acento está puesto sobre el mandamiento del amor, pero en clave positiva: el amor es necesario porque «el amor procede de Dios» (v. 7) y porque “Dios es amor” (v. 8). Y precisamente porque la identidad de Dios es amor, él ama, perdona y se nos entrega. Todo auténtico amor humano encuentra su fundamento en el amor de Dios. El que ama ha nacido de Dios y «conoce a Dios» (v. 7).
Si ésta es la esencia de Dios, para llegar al amor auténtico hay un solo camino: amar. Sin embargo, no como pensaban los gnósticos o los enemigos de la comunidad de san Juan, que creían amar a Dios porque sentían la necesidad de conocerlo. La naturaleza del amor, para san Juan, se fundamenta sobre el hecho de que Dios nos ha amado «primero», por gratuita iniciativa suya. Este amor se ha manifestado en la encarnación del hijo de Dios, sin el cual los hombres hubieran continuado pobres e incapaces de conocer el verdadero amor y poseer la vida (vv. 9-10); Rom 3,25; 5,8; 2 Cor 5,21). Jesús nos ha demostrado un amor concreto, desinteresado, de dedicación y de total liberación, hasta entregar la vida. El amor del hombre por Dios, por tanto, es siempre una respuesta al amor providente de un Padre. Y sólo conoce verdaderamente a Dios el que lo ama recorriendo el camino que conduce al amor al hermano (cf. Mc 12,29-3 1): «En esto reconocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35; cf. 1 Jn 4,12-20).
Comentario del Salmo 71.
Es un salmo real, pues tiene la persona del rey como su centro de atención. Se pide a Dios que le conceda al monarca la capacidad de juzgar con justicia, según los designios divinos.
Este salmo no presenta una división clara. Se puede apreciar una petición, seguida por una serie de motivos o consecuencias. El final es claramente un himno de alabanza que concluye el segundo libro (Sal 42 – 72), según la propuesta de dividir los salmos en cinco libros.
A pesar de lo dicho, vamos a dividir esta pieza en seis partes: La primera parte, hace las veces de introducción. Hay una petición a favor del rey, que pone de manifiesto la principal característica de su gobierno: hace justicia a los pobres, instaurando, de este modo, la paz. La paz, por tanto, es fruto de la justicia. Cuando la autoridad política (rey) practica la justicia, el pueblo desea que su administración dure para siempre. De esto se ocupa la segunda parte. El pueblo creía que el sol y la luna no iban a desaparecer nunca. Analizando la naturaleza, descubrió que jamás han faltado la lluvia y las lloviznas. Desea, por tanto, que la autoridad política actúe del mismo modo, esto es, que haga germinar y florecer la justicia en el país. Una autoridad política comprometida con la justicia es un elemento que garantiza la fecundidad y la vida para el pueblo.
La tercer parte contempla la política internacional de la autoridad política: defiende el territorio nacional, dominando a los enemigos del exterior y cobrándoles tributo. Aquí predomina una visión imperialista.
La cuarta parte se ocupa de nuevo de la política interior. ¿Qué es lo que tiene que hacer el rey? Cuidar del indigente y del pobre, haciéndole justicia, convirtiéndose en su protector y defendiéndoles de quienes los tratan con violencia. El rey ha de optar por los débiles, los indefensos y los pobres.
La quinta parte retoma los temas de la segunda (duración, fecundidad), añadiendo otros nuevos, como la cuestión del tributo que pagan los pueblos dominados y el tema de la bendición. El rey justo es fuente de bendición para todos los pueblos, a semejanza de Abrahán.
La sexta parte es una breve bendición dirigida al Señor, que confía al rey la misión de gobernar con justicia y con derecho, realizando maravillas en medio del pueblo. De este modo, Dios será conociendo y reconocido en toda la tierra. Estos versículos se añadieron posteriormente como conclusión del segundo libro de los cinco en que se dividen los salmos.
Este salmo habría nacido, con toda probabilidad, con motivo de la entronización del rey, la autoridad política suprema del pueblo de Dios desde que concluyó el sistema de las tribus y hasta el exilio de Babilonia (de 1040 a 586 A.C.). La misión del rey consistía, básicamente, en administrar justicia, defendiendo al pueblo de las agresiones internacionales (política externa) y de las injusticias dentro del País (política interna). Este salmo revela el tipo de autoridad política que desea el pueblo: alguien profundamente comprometido con los indefensos, a los que protege como si el mismo Dios de la Alianza estuviera actuando por medio de las manos del rey.
El salmo muestra que la situación social, en el momento de la toma de posesión del nuevo rey, es dramática: hay pobres cuyos derechos están siendo pisoteados; hay indigentes a los que se explota junto con sus hijos, lo que viene a indicar que no hay justicia en el país. Los pobres claman y los indigentes no tienen protector. Hay débiles e indigentes necesitados de salvación. Todo ello porque la sociedad está dividida entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Los poderosos son astutos y violentos, y el rey no impone la justicia, seguirá derramándose la sangre de los inocentes sin que nadie haga nada para evitarlo. El conflicto social interno es grave.
Si miramos más allá de las fronteras de Israel, la situación internacional está también necesitada de una intervención del nuevo rey a favor de la justicia. Se habla de los rivales y enemigos del rey, también enemigos, por tanto, del pueblo de Dios, se hace mención de los reyes de Tarsis, Saba y Arabia, así como de los jefes de estado de todo el mundo. Desde la concepción imperialista de este salo, la dominación de estos pueblos hará que todo el mundo conozca y reconozca al rey de Israel y al Dios que representa. Hoy resulta un tanto extraño imaginar que el dios de un rey dominador e imperialista pueda ser el dios de todos los pueblos. Defendiendo las fronteras de su país contra las agresiones internacionales y defendiendo al pueblo de la violencia de los poderosos, el rey instaura una era de justicia que trae el florecimiento de la paz. La tierra reacciona con sus frutos, pues la justicia es fuente de vida y de fecundidad para el pueblo.
Los salmos reales, como ya hemos visto, vienen cargados de ideología, pues surgieron en un contexto vinculado a la monarquía y al palacio real. A veces podemos tener la impresión de que, en estos salmos, no es el rey el que cumple la voluntad de Dios, sino que el Señor es quien se somete al capricho del soberano. A pesar de lo cual, la imagen que este salmo nos da de Dios resulta de gran interés, pues sigue siendo el Dios de la Alianza que, mediante las acciones del rey, hace justicia al pueblo defendiendo a los pobres, protegiendo a los indigentes, convirtiéndose en el protector de los abandonados contra los opresores y los violentos. En tiempos de la monarquía, la tierra de Israel se había convertido en un nuevo Egipto. Dios quiere ser nuevamente el libertador, obrando por medio del rey, un rey que, ahora, se convierte en un nuevo Moisés y en un nuevo Abrahán. Poco a poco, estos salmos fueron ampliando el horizonte, a la espera de ese rey ideal, sobre todo después del exilio babilónico, cuando ya no había rey, y después de que el pueblo hubiera descubierto que la monarquía fue el principal responsable del cautiverio en Babilonia.
El Nuevo Testamento vio en Jesús a ese nuevo rey, capaz de hacer justicia e inaugurar el reino de Dios. Jesús dijo a Pilato que su Reino no era de este mundo, no para afirmar que reinaría en otro planeta o en otra dimensión, sino para mostrar su nueva concepción del poder y de la justicia. Siguiendo esta nueva concepción llegaremos a la concreción del reino de Dios.
Este salmo se presta para reforzar nuestra conciencia de ciudadanos comprometidos con una sociedad justa, solidaria e igualitaria. No basta con rezar por los gobernantes. Nuestra oración ha de venir acompañada por una postura política adecuada, la conciencia que viene de nuestra condición de ciudadanos. Podemos rezarlo cuando queremos que “venga a nosotros su Reino”; cuando soñamos con una sociedad justa, con la paz internacional, con la libertad de los pueblos.....
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,34-44
Jesús es presentado como el Buen Pastor que se compadece de la muchedumbre que lo sigue porque son «ovejas sin pastor» (v. 34), y, entonces, como un nuevo Moisés, primero instruye al pueblo ,la comunidad cristiana, con su palabra, Palabra de Dios y después la alimenta multiplicando los panes y los peces, eucaristía. En este menester incluye también a sus discípulos, la Iglesia: «Dadles vosotros mismos de comer» (v. 37). El tema teológico que está en el trasfondo de todo el relato es la llamada a la asamblea de los hijos de Israel en el desierto y a la celebración eucarística de los primeros discípulos de Jesús. Los detalles que se mencionan hacen referencia a estos hechos: el lugar desierto, la hierba verde, las personas sentadas en pequeños grupos (cf. Ex 18,25), y siguen el alzar los ojos al cielo, la bendición, la fracción del pan, la distribución de los panes con la ayuda de los discípulos (cf. Jn 6,1-13; 1 Cor 11,23-34; Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20).
Cinco mil hombres comen hasta saciarse y sobran «doce canastos llenos de trozos de pan y de pescado» (v. 43). Nada debe perderse de la mesa preparada por Jesús. Los discípulos no se maravillan tanto del poder milagroso de su Maestro, cuanto del poder que tiene para dar a los hombres lo necesario para vivir bien cada día. Las palabras que dice y los hechos que Jesús realiza a favor de la humanidad no son sólo hermosas palabras o cosas astrales o teóricas, sino realidades que inciden sobre la vida y la historia humanas y las transforman abriendo el horizonte ilimitado de la comunión con Dios.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,35-44), para nuestros Mayores. Abundancia para todos.
La estructura del fragmento se puede reconocer fácilmente: el Maestro educa con un breve diálogo a los discípulos para que tengan una nueva visión de los necesitados (w 35-38); utilizando lo poco de que disponen, lleva a cabo el milagro (vv. 30-41), bien acreditado por la abundancia y por lo que sobra (vv. 42-44).
Sigue a Jesús una muchedumbre deseosa de escuchar sus palabras. Se sacia en la fuente de las delicias, como diría el salmista. El tiempo pasa veloz y se hace tarde, casi sin darse cuenta: la Palabra interesa, fascina, compromete. Llega la hora de la comida principal y los discípulos recuerdan al Maestro lo tardío de la hora, así como lo lejos que se encuentra el lugar de los centros habitados. La sugerencia que le hacen (v. 36) suena razonable y aceptable: que cada uno se las arregle. Se han olvidado de lo que se había dicho en Dt 8,2s. Interviene entonces Jesús y presenta una lógica diferente, una lógica que razona en términos de donación y de altruismo. Es la lógica divina que impulsó al Hijo de Dios a hacerse hombre y a dar su vida por los otros. Jesús replica a los apóstoles haciéndoles responsables: “Dadles vosotros de comer” (v. 37). Tras haber saciado el hambre de la Palabra, Jesús va a satisfacer el hambre física. Inaugura el tiempo de la Providencia, que se hace visible en la intervención de los hombres: un hombre ayuda a otro hombre y de inmediato se produce una reacción en cadena. El secreto de la solidaridad humana se encuentra en el olvido de nosotros mismos y en la atención al otro, considerado como un hermano al que debemos socorrer y no como una carga que debemos evitar.
Los discípulos, tras proceder a un cálculo rápido, señalan la imposibilidad material de satisfacer las exigencias de tanta gente. Sus palabras (v. 37) son las palabras de la gente que renuncia, de los que no ven posible otra salida que una noble rendición ante el carácter insuperable de la dificultad. Debe intervenir Jesús. Sin embargo, antes de realizar el milagro de la multiplicación, hace que los discípulos adquieran otra sensibilidad. No deben esperarlo todo como don, con absoluta gratuidad, sino preparar una base sobre la que Dios pueda construir su poder. Consiguen recoger cinco panes y dos peces y se los presentan a Jesús (v. 38). Poca cosa, casi nada; sin embargo, lo poco del hombre, si se une a lo mucho de Dios, produce alimento en una cantidad capaz de saciar el hambre de una multitud. Aquí está el secreto de la multiplicación.
Sigue la orden de hacer sentar a la muchedumbre sobre la hierba verde, en grupos organizados que recuerdan al pueblo judío en el desierto bajo la guía sabia y segura de Moisés (cf. Ex 18,21). La comida satisface la necesidad del hambre, realiza la comunión familiar y se convierte en momento de dar gracias a Dios. Junto al pan hay dos peces, que, asados o conservados con sal, constituían el magro condumio de la gente del lago. El alimento bendecido se multiplica en las manos de los discípulos, que comienzan a distribuirlo entre los presentes. Hubo para todos y en abundancia, como demuestran las cestas llenadas con los restos (v. 43).
El relato, en el que subyace la simbología del pan eucarístico, tiene su antecedente veterotestamentario en el episodio del maná, dado de manera gratuita y sobreabundante. La resonancia eucarística del milagro se puede percibir comparando nuestro texto con el de la institución de la eucaristía en la última cena.
La muchedumbre goza del pan después de haber escuchado las palabras de Jesús. Los discípulos de Emaús no fueron introducidos de otro modo en la mesa del pan por la explicación de la Escritura. Con esto se nos quiere recordar que se accede al banquete bien preparados, bien dispuestos a estar en comunión para poder realizar comunión. La escucha de la Palabra de Dios ilumina, purifica, inquieta, estimula: todo prepara para el banquete. En la relectura del relato se nos remite a los cristianos a valorar cada vez más el don del pan eucarístico, que calma el hambre y sacia todos los deseos y las ansias del corazón, que da la sabiduría del Padre, que nos hace vencedores sobre el mal. Es un pan que se convierte en fuente de amor verdadero, el del mismo Dios.
El recuerdo, importantísimo, del pan eucarístico no debe hacernos olvidar el origen del milagro, realizado para saciar el hambre de unas personas que se encuentran en una situación de necesidad. El deber de proveer a los necesitados no desaparecerá nunca en la comunidad eclesial. Los datos que las estadísticas nos ponen ante los ojos son impresionantes: en este mundo loco se gastan cifras exorbitantes en ejércitos y armamentos, mientras que se olvida a las personas que mueren cada día de hambre, que no tienen acceso al agua potable, que no tienen ni casa, ni trabajo, ni asistencia sanitaria. Esto es algo que no puede dejarnos indiferentes: «Si yo tengo hambre, se trata de un hecho físico; si es mi prójimo el que tiene hambre, se trata de un hecho moral» (Berdaeff). En la cara opuesta, la gente del bienestar se permite un despilfarro inmoral: cada día acaban en los cubos de la basura de Italia miles de kilos de pan; sólo en Milán terminan en la basura unos 450 quintales de pan al día. Son unas cifras astronómicas, aparentemente irreales, aunque tristemente verdaderas.
La preocupación del pan para todos, urgente y obligatoria, debe animar, por consiguiente, a nuestras comunidades cristianas e interpelar a nuestras conciencias. Debemos sentirnos corresponsables de tantos hermanos necesitados y aprender a compartir más. La invitación a sentarnos unos junto a otros permanece como sugerencia; más aún, como advertencia. Debemos sentir como dirigidas también a nosotros las otras palabras del Señor: «Dadles vosotros de comer». La caridad cristiana será capaz de encontrar en la generosidad cada vez más espacios para hacer sentar a todos en el banquete de la abundancia.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,45-52), de Joven para Joven. Una noche rielada de luz.
Después del milagro de la multiplicación de los panes, recordado en el versículo inicial y en el final, Jesús se sustrae a la muchedumbre y deja solos a los discípulos —más aún, les «obliga» (así es la fuerza del verbo griego) a precederle en el camino a Betsaida— tal vez porque quiere sustraerse al entusiasmo popular. Los Doce, privados de su Maestro, se encuentran enseguida en dificultades en la travesía del lago. Sin él, la barca no avanza gran cosa. El motivo externo es el viento en contra; el motivo más profundo tal vez sea otro: sin Jesús, la barca está a merced de elementos adversos. A esto se añade el dato negativo de la noche. Tenemos todos los elementos para una tragedia inminente: unos hombres solos, a merced del mar, envueltos en las tinieblas.
El Maestro, «viéndolos cansados de remar» (v. 48), es presa de un sentimiento de ternura e interviene. Lo hace de una manera singular. Se acerca a ellos «caminando sobre el lago». E «hizo ademán de pasar de largo». Como hará con los dos discípulos de Emaús, somete a los suyos a una prueba: quiere ver cómo reaccionan, les obliga a exteriorizar sus sentimientos.
El centro de gravedad teológico del fragmento se mueve en torno al comportamiento de Jesús, que, al caminar sobre las aguas, presenta cualidades que son propias de Dios: «Sólo él extiende los cielos y camina sobre las espaldas del mar» (Job 9,8). El que era capaz de tanto, demostraba no sólo su superioridad sobre la naturaleza, sino también su victoria —según la mentalidad de los antiguos orientales— sobre las fuerzas hostiles del caos y de la muerte, simbolizados precisamente por el agua.
Jesús justifica y fundamenta, con su comportamiento, esta solemne afirmación: « ¡Animo! Soy yo. No temáis» (v. 50). No debemos sorprendernos de que el viento se calme, gracias a esta afirmación divina (“Soy yo”). Se hace de día y vuelve la luz, llega Jesús y desaparece el miedo, aunque subsiste todavía en los discípulos una oscuridad interior que tiende a disiparse. Marcos lo llama «mente embotada». No han comprendido el milagro precedente y lo conectan poco con la extraordinaria experiencia nocturna. A los discípulos les cuesta comprender a Jesús a fondo, del mismo modo que tampoco le habían comprendido antes sus adversarios (3,5), ni tampoco sus parientes ni sus paisanos (6,1-6). El mismo diagnóstico vale para todos: «esclerosis» del corazón.
Existe una soledad plena, positiva, compuesta de aislamiento para encontrarnos a nosotros mismos, pero existe también otra negativa, que es privación, miseria interior. Esta última soledad es mala compañera. «No hay más que un sufrimiento, el de estar solos», escribió Gabriel Marcel. Y le hace eco Simone Weil: «La soledad es un infierno anticipado». Los discípulos, en un escenario nocturno, se encuentran perdidos sin Jesús y, por si faltaba algo, con el viento soplando en contra. Son la imagen de muchas de nuestras situaciones cuando nos sentimos abandonados, incomprendidos y dejados solos por los hombres y por Dios. No estaría de acuerdo con esto santo Tomás de Aquino, que escribió: «El amor impidió a Dios estar solo». Y creó al hombre. Y lo creó en pareja, porque «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18). La pareja dice relación a otro, expresa la comunión. El Dios único también es comunión de tres personas.
Los Doce sólo superan todos sus miedos cuando les alcanza Jesús y sube con ellos a la barca. Gozan de esta presencia, aunque no la aprecian plenamente ni la comprenden a fondo. También nosotros superamos nuestros miedos, vencemos la soledad cuando nos abrimos a los otros y nos abrimos al otro. Sugería Péguy: “No es necesario salvar nuestra propia alma como se conserva un tesoro... Es necesario salvarse juntos. Es necesario llegar juntos al buen Dios, es necesario presentarse juntos; no podemos llegar a Dios los unos sin los otros. Debemos volver todos juntos a la casa del Padre”. Cuando después nos unimos a Cristo, entonces estamos seguros de poder derribar el muro de separación, seguros de superar las tendencias aislacionistas, de encontrar la alegría de sentirnos y ser hermanos. La regla sugerida por Jesús es movernos y salir al encuentro del otro, aunque debamos caminar sobre las aguas.
La fuerza del amor nos sostiene dándonos ligereza e impulso. El nos tiene en brazos...
Nuestra pequeña experiencia confirma ya que es verdad. Continuemos y nos daremos cuenta de que la noche de la existencia está traspasada de rayos de luz que iluminan y orientan.
Elevación Espiritual para este día.
El milagro de la multiplicación de los panes nos introduce simbólicamente en el gran y extraordinario misterio del pan de vida. El relato es importante y todos los evangelistas lo refieren y lo ponen en el centro de la actividad pública de Jesús. El Maestro realiza el milagro porque tiene compasión de la multitud (cf. Mc 6,34), pero se trata también de un signo querido por el Cristo para revelarse a sí mismo. Estamos frente al nuevo milagro del maná (cf. Ex 16) realizado por Jesús, nuevo Moisés, revelador escatológico y mediador de los signos de Dios (cf. Ex 4,1-9), en un nuevo éxodo: es el símbolo de la eucaristía, verdadero alimento del pueblo de Dios. Se necesita comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión íntima con Jesús.
Es revelación divina que el pan posee la eficacia de comunicar una vida más allá de la muerte. Es Jesús, pan de vida, que da la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien en la fe interioriza su Palabra y asimila su vida. La escucha interior de Jesús es alimentarse con el pan celestial y saciar el hambre que todo hombre tiene en sí mismo. Como el Padre es la fuente de la vida del Hijo, y en él toda obra de salvación encuentra su origen en el Padre, así el que participa de la eucaristía encuentra en Cristo la vida divina. Jesús recibe la vida del Padre y la da al creyente no sólo en el tiempo presente, sino al final de la historia, con aquella vida eterna que es amor, participación en el misterio pascual de Cristo, en el misterio de una carne vivificada por el Espíritu, que permite establecer un vínculo profundo con Dios, como el que existe entre el Padre y el Hijo.
Amor que ardes sin extinguirte jamás, dulce Cristo, Jesús bueno, caridad, Dios mío, enciéndeme todo en el fuego de tu amor, de tu afecto, de tu deseo, de tu caridad, de tu júbilo y de tu gozo, de tu alegría y tu ternura, del ansia ardiente de ti, ansia santa y buena, casta y limpia; para que, colmado de la ternura de tu amor, consumido por la llama de tu caridad, yo te ame, dulce y bello Señor mío, de todo corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas. Tu amor, auténtico y santo, colma de ternura y de sosiego el alma que le pertenece, la ilumina con la luz límpida de la visión interior.
Oh pan suavísimo, sana el gusto de mi corazón, para que sienta la ternura de tu amor. Te suplico, por el misterio de tu santa encarnación y nacimiento, infundas en mi pecho tu inagotable ternura y caridad, para que yo no piense ya en nada terreno o carnal, sino que sólo te ame a ti, en ti sólo piense, a ti sólo desee, sólo a ti tenga en los labios y en el corazón.
Reflexión Espiritual para el día.
Dios mío, bienaventurada Trinidad, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que viven sobre la tierra y librando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me habéis preparado en vuestro Reino; en una palabra: deseo ser santa, pero siento mi impotencia y os pido, Dios mío, que seáis vos mismo mi santidad.
Puesto que me habéis amado hasta darme vuestro único Hijo para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos: yo os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su corazón abrasado de amor. Siento en mi corazón inmensos deseos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. No quiero amontonar méritos para el cielo, sino trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro corazón sagrado y de salvar almas que os amen eternamente.
En la tarde de esta vida compareceré ante vos con las manos vacías. No os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias son imperfectas a vuestros ojos. Quiero, por ello, revestirme de vuestra propia justicia y recibir de vuestro amor la posesión eterna de Vos mismo. No quiero otra cosa que Vos, mi Amado (Teresa de Jesús, La oración, Fuenlabrada 1972).
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia:1Jn 4, 7-16 (4, 7-10/4, 7-12/4, 9-15/4, 11-16). El amor como respuesta al amor.
Dios es amor. Dios nos ha amado primero. Amémonos los unos a los otros. Son los pensamientos centrales de esta sección. ¿Por qué vuelve nuestro autor al tema del amor fraterno, al que ha dedicado ya un espacio amplio en su carta? (3, 11. 15. 22). El mandamiento del amor fraterno había sido expuesto desde el punto de vista negativo: el que no ama comete pecado, y el pecador no puede conocer a Dios. Ahora expone el mismo pensamiento, pero desde el punto de vista positivo: el amor es necesario, porque Dios es amor, porque el amor viene de Dios.
Afirmar que «Dios es amor» no es lo mismo que decir «el amor es Dios». Si Dios es amor, quiere decir que el medio para llegar a Dios es amar. Pero también esto puede ser mal entendido y nuestro autor sale, al paso de una posible tergiversación. O mejor, de una tergiversación, no puramente posible, sino que estaba dándose ya entre aquéllos que nuestro autor tiene siempre delante, los gnósticos. En los círculos gnósticos existía un movimiento según el cual podía decirse que el hombre amaba a Dios. El hombre sentía la urgencia de conocer a Dios, de buscarlo y experimentar la satisfacción de sentirlo próximo. Esto podía ser llamado «amar a Dios». En este sentido los gnósticos podían estar perfectamente de acuerdo con nuestro autor. Pero, es precisamente frente a ellos por lo que él quiere precisar la naturaleza del amor.
El amor que el hombre tiene a Dios siempre es respuesta. El amor de Dios ha sido demostrado en lo hecho, históricamente, por Dios en Cristo para la salvación del hombre. Un amor histórico, electivo y creador, como el que Dios había demostrado ya en el Antiguo Testamento. Ya en el Antiguo Testamento, los atributos de Dios, particularmente su amor, fueron definidos y alabados por su referencia a las intervenciones concretas de Dios a favor del hombre, no por sus perfecciones abstractamente consideradas. Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento. El amor de Dios ha sido demostrado por su intervención suprema en la historia, en la persona y en el acontecimiento de Jesús. El amor del hombre por Dios siempre es respuesta y consecuencia del amor de Dios por el hombre.
Por otra parte, la acción de Dios en Cristo demuestra al hombre en qué consiste el verdadero amor. Amor de entrega, no motivado ni condicionado, no egoísta. Amor liberador, adecuado al remedio que el hombre necesitaba, ordenado a la expiación de sus pecados. Este amor de Dios presentado como el motivo determinante de nuestras relaciones con los hermanos. De él nace como consecuencia lógica el mandamiento del amor fraterno.
Juan pasa del tema que está desarrollando al de la invisibilidad de Dios. No es un paso lógico, desde nuestro modo lógico de razonar. El paso pudo haber estado motivado por la actitud y afirmaciones de los gnósticos. Ellos, que no practicaban el mandamiento del amor, se preciaban de ver a Dios. Era su experiencia característica y lo consideraban como su máxima gloria. Frente a estas pretensiones afirma Juan que Dios es invisible, que lo conoce verdaderamente quien lo ama y que el camino del amor pasa necesariamente por los hermanos. El amor del hombre por Dios es inseparable del amor por los hermanos. Estamos ante la doctrina más ortodoxa del evangelio. ¿Cuál es el mayor de los mandamientos? (Mc 12, 29ss).
El autor de nuestra carta ha hablado ya de que Dios permanece en nosotros (3, 24). Esta misteriosa y maravillosa realidad cristiana no puede justificarse únicamente desde el amor fraterno, que, en última instancia, puede caer en el subjetivismo. Es necesario fundamentarlo en algo objetivo, en algo fuera de nosotros o que viene a nosotros desde fuera de nosotros. Y esta realidad objetiva es la del Espíritu. El cristiano es consciente de una vida nueva en su interior, una nueva vida que le ha sido regalada por Dios. Esto es lo que les da la fuerza interior que poseen.
Otra prueba de esta objetividad es el encuentro original de los cristianos con Jesús. Ellos —él, los apóstoles todos los que le vieron con esa visión creyente— vieron en él la gloria de Dios (Jn 1, 14) y descubrieron en él al salvador del mundo. Solamente quien confiesa toda esta realidad en Jesús, en el Jesús histórico, puede recibir de él la vida eterna.
El autor resume todo su pensamiento diciendo que ellos —los cristianos, en definitiva— han conocido el amor de Dios en ya través de Cristo. Quien quiera tener la misma experiencia debe volverse a Jesús. Dios se vuelve con amor hacia los hombres y quiere que el hombre se vuelva también así hacia Dios y hacia sus hermanos.
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