Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

sábado, 9 de enero de 2010

Día 09-01-2010


Sábado 9 de enero de 2010. Después de Epifanía. 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. Feria, o SAN EULOGIO DE CÓRDOBA, presbítero y mártir, Memoria libre. SS. Adrián ab, Marcelino ob, Águeda Yi vg mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.

1Jn 4, 11-18. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros.
Salmo 71. R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Mc 6, 45-52. Lo vieron andar sobre el lago.

PRIMERA LECTURA.
1Jn, 11-18
Dios permanece en nosotros.

Queridos hermanos Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu, Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo.

Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios, Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él, En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo.

No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme, no ha llegado a la plenitud en el amor.

Palabra de Dios.

Sal 71,2.10,12-13.
R/.Que todos los pueblos te sirvan, Señor.

Dios mío, confía tu juicio al rey, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos, que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones. R.

Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Mc 6,4-52
Lo vieron andar sobre el lago.

Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús en seguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse se retiró al monte a orar.

Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago y Jesús solo en tierra. Viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vela de la noche, va hacia ellos andando sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo.

Ellos, viéndolo andar sobre el lago, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo se habían sobresaltado. Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: —Animo, soy yo, no tengáis miedo.

Entró en la barca con ellos y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido cuando lo de los panes, porque eran torpes para entender.

Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 4,11-18

Después de habernos dicho que Dios es amor, Juan ilumina a la comunidad de fe acerca de las consecuencias prácticas de esta afirmación para la vida cristiana. Primero, para poseer a Dios la vía maestra es el amor mutuo. Este medio es la condición para que el amor de Dios habite en los creyentes como presencia y sea «perfecto» a imitación del amor vivido por Cristo (v. 12). Segundo, la posesión del Espíritu es el don que guía en el propio camino interior de vida espiritual (v. 13). Tercero, la fe en Jesús Salvador del mundo: Si alguno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (v. 15). Sólo quien cree en el Hijo de Dios hecho hombre, como testificaron los primeros discípulos del Señor, conoce y ama a Dios.

El amor a Dios debe crecer y será auténtico en el cristiano sólo cuando haya sustituido al temor y al miedo (vv 17-18). Por tanto, cuando el discípulo de Jesús se presente al juicio final tendrá una cierta familiaridad con su Maestro y tendrá «confianza en el día del juicio» (v. 17a), porque el amor con el que Jesús ha amado a los suyos será el mismo que habrá vivido cada miembro de la comunidad cristiana respecto a sus hermanos: «porque también nosotros compartimos en este mundo su condición» (v. 17b). Esta es la perfección del amor: fiar- se de Dios en el día del juicio, porque El tratará a los creyentes no con el castigo, sino como a hijos amados. La confianza de los cristianos en Dios se convierte así en certeza de victoria porque su fe y la presencia de Cristo los ha acompañado en su crecimiento en el amor.

Comentario del Salmo 71.

Es un salmo real, pues tiene la persona del rey como su centro de atención. Se pide a Dios que le conceda al monarca la capacidad de juzgar con justicia, según los designios divinos.

Este salmo no presenta una división clara. Se puede apreciar una petición, seguida por una serie de motivos o consecuencias. El final es claramente un himno de alabanza que concluye el segundo libro (Sal 42 – 72), según la propuesta de dividir los salmos en cinco libros.

A pesar de lo dicho, vamos a dividir esta pieza en seis partes: La primera parte, hace las veces de introducción. Hay una petición a favor del rey, que pone de manifiesto la principal característica de su gobierno: hace justicia a los pobres, instaurando, de este modo, la paz. La paz, por tanto, es fruto de la justicia. Cuando la autoridad política (rey) practica la justicia, el pueblo desea que su administración dure para siempre. De esto se ocupa la segunda parte. El pueblo creía que el sol y la luna no iban a desaparecer nunca. Analizando la naturaleza, descubrió que jamás han faltado la lluvia y las lloviznas. Desea, por tanto, que la autoridad política actúe del mismo modo, esto es, que haga germinar y florecer la justicia en el país. Una autoridad política comprometida con la justicia es un elemento que garantiza la fecundidad y la vida para el pueblo.

La tercer parte contempla la política internacional de la autoridad política: defiende el territorio nacional, dominando a los enemigos del exterior y cobrándoles tributo. Aquí predomina una visión imperialista.

La cuarta parte se ocupa de nuevo de la política interior. ¿Qué es lo que tiene que hacer el rey? Cuidar del indigente y del pobre, haciéndole justicia, convirtiéndose en su protector y defendiéndoles de quienes los tratan con violencia. El rey ha de optar por los débiles, los indefensos y los pobres.

La quinta parte retoma los temas de la segunda (duración, fecundidad), añadiendo otros nuevos, como la cuestión del tributo que pagan los pueblos dominados y el tema de la bendición. El rey justo es fuente de bendición para todos los pueblos, a semejanza de Abrahán.

La sexta parte es una breve bendición dirigida al Señor, que confía al rey la misión de gobernar con justicia y con derecho, realizando maravillas en medio del pueblo. De este modo, Dios será conociendo y reconocido en toda la tierra. Estos versículos se añadieron posteriormente como conclusión del segundo libro de los cinco en que se dividen los salmos.

Este salmo habría nacido, con toda probabilidad, con motivo de la entronización del rey, la autoridad política suprema del pueblo de Dios desde que concluyó el sistema de las tribus y hasta el exilio de Babilonia (de 1040 a 586 A.C.). La misión del rey consistía, básicamente, en administrar justicia, defendiendo al pueblo de las agresiones internacionales (política externa) y de las injusticias dentro del País (política interna). Este salmo revela el tipo de autoridad política que desea el pueblo: alguien profundamente comprometido con los indefensos, a los que protege como si el mismo Dios de la Alianza estuviera actuando por medio de las manos del rey.

El salmo muestra que la situación social, en el momento de la toma de posesión del nuevo rey, es dramática: hay pobres cuyos derechos están siendo pisoteados; hay indigentes a los que se explota junto con sus hijos, lo que viene a indicar que no hay justicia en el país. Los pobres claman y los indigentes no tienen protector. Hay débiles e indigentes necesitados de salvación. Todo ello porque la sociedad está dividida entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Los poderosos son astutos y violentos, y el rey no impone la justicia, seguirá derramándose la sangre de los inocentes sin que nadie haga nada para evitarlo. El conflicto social interno es grave.

Si miramos más allá de las fronteras de Israel, la situación internacional está también necesitada de una intervención del nuevo rey a favor de la justicia. Se habla de los rivales y enemigos del rey, también enemigos, por tanto, del pueblo de Dios, se hace mención de los reyes de Tarsis, Saba y Arabia, así como de los jefes de estado de todo el mundo. Desde la concepción imperialista de este salo, la dominación de estos pueblos hará que todo el mundo conozca y reconozca al rey de Israel y al Dios que representa. Hoy resulta un tanto extraño imaginar que el dios de un rey dominador e imperialista pueda ser el dios de todos los pueblos. Defendiendo las fronteras de su país contra las agresiones internacionales y defendiendo al pueblo de la violencia de los poderosos, el rey instaura una era de justicia que trae el florecimiento de la paz. La tierra reacciona con sus frutos, pues la justicia es fuente de vida y de fecundidad para el pueblo.

Los salmos reales, como ya hemos visto, vienen cargados de ideología, pues surgieron en un contexto vinculado a la monarquía y al palacio real. A veces podemos tener la impresión de que, en estos salmos, no es el rey el que cumple la voluntad de Dios, sino que el Señor es quien se somete al capricho del soberano. A pesar de lo cual, la imagen que este salmo nos da de Dios resulta de gran interés, pues sigue siendo el Dios de la Alianza que, mediante las acciones del rey, hace justicia al pueblo defendiendo a los pobres, protegiendo a los indigentes, convirtiéndose en el protector de los abandonados contra los opresores y los violentos. En tiempos de la monarquía, la tierra de Israel se había convertido en un nuevo Egipto. Dios quiere ser nuevamente el libertador, obrando por medio del rey, un rey que, ahora, se convierte en un nuevo Moisés y en un nuevo Abrahán. Poco a poco, estos salmos fueron ampliando el horizonte, a la espera de ese rey ideal, sobre todo después del exilio babilónico, cuando ya no había rey, y después de que el pueblo hubiera descubierto que la monarquía fue el principal responsable del cautiverio en Babilonia.

El Nuevo Testamento vio en Jesús a ese nuevo rey, capaz de hacer justicia e inaugurar el reino de Dios. Jesús dijo a Pilato que su Reino no era de este mundo, no para afirmar que reinaría en otro planeta o en otra dimensión, sino para mostrar su nueva concepción del poder y de la justicia. Siguiendo esta nueva concepción llegaremos a la concreción del reino de Dios.

Este salmo se presta para reforzar nuestra conciencia de ciudadanos comprometidos con una sociedad justa, solidaria e igualitaria. No basta con rezar por los gobernantes. Nuestra oración ha de venir acompañada por una postura política adecuada, la conciencia que viene de nuestra condición de ciudadanos. Podemos rezarlo cuando queremos que “venga a nosotros su Reino”; cuando soñamos con una sociedad justa, con la paz internacional, con la libertad de los pueblos.....

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,45-52

Tras la multiplicación de los panes Jesús ordena a sus discípulos partir solos con la barca, mientras él se retira al monte para orar en un silencioso encuentro con el Padre (v. 46). Si su oración es solitaria con el Padre por una parte, por otra es solidaria con sus discípulos. Estos, en efecto, se encuentran en dificultades remando sobre el mar de las pruebas de sus vidas: la noche los sorprende, el viento contrario hace difícil su camino. Entonces Él va a su encuentro caminando sobre el mar (cf. Job 9,8; Sal 76,20; Is 43,16). Jesús no quiere imponérseles con su milagro e «hizo ademán de pasar de largo» (v. 48). Sin embargo, ante su turbación (creían ver un “fantasma”) y su grito, se les acerca, calma el viento y les dice: « ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 50).

El estupor de los discípulos, unido a la falta de fe en Jesús, inunda sus corazones, porque no habían comprendido el signo de los panes ni la identidad misma de su Maestro, como Mesías e Hijo de Dios. Las perspectivas de Jesús y las de sus discípulos son diversas: «su mente seguía embotada» (v. 52), como en otro tiempo lo tuvo Israel en el desierto. Para reconocer el rostro del propio Maestro, la comunidad debe tener el coraje de acogerlo en la propia barca y confiar en él en el camino difícil de la experiencia cristiana, invocándolo con oración ardiente, convencida de que el mundo hostil a Dios pondrá a prueba su fe.

La vida cristiana tiene una doble dimensión: vertical y horizontal. La primera nos hace tomar conciencia del infinito amor del Padre, que es amor y «ha enviado a su Hijo como salvador del mundo» (cf. 1 Jn 4,14) y quiere vivir en comunión con nosotros, sus hijos queridos, La unión perfecta entre Dios y el creyente se realiza primero en el contacto con la Palabra de Dios y después participando en la mesa eucarística. Nuestra carne y nuestra sangre se mezclan, entonces, con la carne y la sangre de Dios. Y somos transformados y divinizados. «No somos nosotros quienes transformamos a Dios en nosotros», afirma san Agustín, «somos nosotros los transformados en Dios». La eucaristía es, pues, el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, garantía de la comunión con el Cuerpo de Cristo y participación en la solidaridad, como expresión del mandato de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34).

La segunda dimensión, el amor a los hermanos, es consecuencia y signo del amor a Dios (cf. 1 Jn 4,12). También este aspecto de la caridad fraterna tiene su plena realización en el misterio eucarístico: «Participando realmente del Cuerpo del Señor en el partir el pan, somos elevados a la comunión con El entre nosotros» (LG 11). Este amor se hace en el cristiano una fuerza transformante y operativa, capaz de alejar todo temor, porque el que ama no tiene miedo y el que come y bebe el cuerpo y la sangre de Cristo tendrá la plenitud de la vida.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,45-52, para nuestros Mayores. Jesús camina sobre las aguas.

Fe en Jesús y amor al hermano. A lo largo de su primera carta Juan sigue desarrollando las dos consignas fundamentales que quiere transmitir: fe en Jesús y amor al hermano.

Todos los psicólogos afirman que para amar es preciso haberse sentido amados. Escribe H. Nouwen: “Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del espíritu”. Por eso Juan insiste en el amor de Dios que culmina en el envío de su Hijo para hacerse uno de nosotros y hacernos partícipes de su condición filial (1 Jn 3,1-2).

El amor de Dios ha de provocar en nosotros el amor al hermano. “Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1 Jn 4,11). Esta consigna la repiten insistentemente los escritores neotestamentarios con respecto a Cristo. Si el Señor nos perdona, hemos de perdonar; de otro modo nos incapacitamos para recibir su perdón (Mt 6,14-1 5). Éste es el mensaje de la parábola del siervo inicuo, a quien se le había perdonado tanto y que no quiso perdonar (Mt 18,21-35). Si el Señor hace salir el sol y caer la lluvia sobre buenos y malos, también nosotros hemos de amar gratuitamente (Mt 5,45).

Dios nos llama a un amor generoso como el suyo. Y es que si el amor no es gratuito, no es amor, sino una transacción comercial. Juan insiste en que la única forma fehaciente de amar a Dios es amarlo en el prójimo (1 Jn 4,19-21). No podemos demostrar que lo amamos más que amando al que es su hijo entrañable. Juan insiste en esto: el amor a Dios se verifica en el amor afectivo y efectivo al hermano, hijo de Dios como nosotros.

La aventura del amor es mucha aventura. Sabemos que al salir del puerto se levantarán las tormentas. Al emprender el éxodo, como le pasó al pueblo de Israel, nos encontraremos con obstáculos y adversarios que dificultarán nuestra marcha hacia la tierra de promisión del amor.

Tendremos muchas veces la tentación de regresar. Pero Jesús corre con nosotros la misma aventura.

El relato evangélico hace referencia, sin duda, al paso del mar Rojo por parte de los hebreos y al éxodo en general, y recuerda que Dios está más cerca de nosotros que del pueblo hebreo al que socorrió con el maná y con la bandada de perdices; los protegía por el día del calor con una nube propicia y los guiaba por la noche mediante una nube luminosa. El Señor sigue a nuestro lado, dispuesto en todo momento a ayudarnos a remar y a calmar nuestras tempestades. El amor oblativo, la entrega a los demás, el olvido de sí, tanto a nivel personal como comunitario, son milagros que sólo Dios puede realizar. Es él quien desde dentro de los creyentes les impulsa al encuentro, a la reconciliación, al servicio de los otros. Por eso, sabemos que Él nos inhabita, que tenemos su Espíritu dentro de nosotros, cuando tenemos actitud de servicio y de ayuda a los demás. Esta confianza en que el Señor está con nosotros rechaza el miedo al ímpetu del mal que nos acosa.

Relato simbólico. Estamos ante un relato que es, sobre todo, simbólico. El mar es para los contemporáneos de Jesús el lugar donde habitan las fuerzas del mal, los demonios que atentan contra las personas. La barca en la que navegan los apóstoles simboliza a la Iglesia, a la comunidad cristiana, a cada cristiano. Y la noche, los momentos de duda, el desconcierto, la oscuridad y la angustia. La tormenta representa la tentación, la persecución, los conflictos, las dificultades.

El Señor parece ausente, como cuando los apóstoles remaban solos y se creían abandonados. El mismo Jesús sintió este terrible abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). El mismo Pablo se siente en determinados momentos abandonado a las fuerzas del mal: “Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne, un emisario de Satanás, para que me abofetee. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él, pero me contestó: Te basta con mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Co 12,7-9). A veces parece que el naufragio es inevitable, como les ocurría a los apóstoles. Pero el Señor no nos abandona jamás. Eso es lo que significa la súbita aparición de Jesús, que parecía ausente, en medio de la noche.

El alma y las comunidades le gritan: “¿Dónde estás, Señor?”. Es lo que le grita la comunidad de Jerusalén perseguida: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean fracasos? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías... Fíjate, Señor, cómo nos amenazan” (Hch 4,25-26.29). El Señor escuchó su grito y fueron vigorizados por el Espíritu hasta el martirio.

Esto significa que hemos de clamar y reclamar, con la oración, la acción del Espíritu. El Señor es más fuerte que las fuerzas del mal. Todos podemos testimoniar como el cardenal Newmann: “Dios no me ha fallado nunca”. Ni me fallará. Por eso podemos proseguir confiados la aventura de un amor sacrificado al estilo de Jesús. Es él quien, mediante la acción del Espíritu, ama a los demás a través de nosotros.

En Navidad hemos celebrado la humanización de Dios en Jesús, convertido en el Emmanuel (“Dios-con-nosotros”, en absoluta proximidad). “Plantó su tienda entre nosotros” como liberador. Todo esto nos recuerda la consigna vibrante de Juan Pablo II: “No tengáis miedo”. Como Pablo diremos: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 6, 45-52, de Joven para joven. Una noche rielada de luz.

Después del milagro de la multiplicación de los panes, recordado en el versículo inicial y en el final, Jesús se sustrae a la muchedumbre y deja solos a los discípulos —más aún, les «obliga» (así es la fuerza del verbo griego) a precederle en el camino a Betsaida— tal vez porque quiere sustraerse al entusiasmo popular. Los Doce, privados de su Maestro, se encuentran enseguida en dificultades en la travesía del lago. Sin él, la barca no avanza gran cosa. El motivo externo es el viento en contra; el motivo más profundo tal vez sea otro: sin Jesús, la barca está a merced de elementos adversos. A esto se añade el dato negativo de la noche. Tenemos todos los elementos para una tragedia inminente: unos hombres solos, a merced del mar, envueltos en las tinieblas.

El Maestro, “viéndolos cansados de remar” (v. 48), es presa de un sentimiento de ternura e interviene. Lo hace de una manera singular. Se acerca a ellos «caminando sobre el lago». E «hizo ademán de pasar de largo». Como hará con los dos discípulos de Emaús, somete a los suyos a una prueba: quiere ver cómo reaccionan, les obliga a exteriorizar sus sentimientos.

El centro de gravedad teológico del fragmento se mueve en torno al comportamiento de Jesús, que, al caminar sobre las aguas, presenta cualidades que son propias de Dios: «Sólo él extiende los cielos y camina sobre las espaldas del mar» (Job 9,8). El que era capaz de tanto, demostraba no sólo su superioridad sobre la naturaleza, sino también su victoria —según la mentalidad de los antiguos orientales— sobre las fuerzas hostiles del caos y de la muerte, simbolizadas precisamente por el agua.

Jesús justifica y fundamenta, con su comportamiento, esta solemne afirmación: « ¡Animo! Soy yo. No temáis» (v. 50). No debemos sorprendernos de que el viento se calme, gracias a esta afirmación divina («Soy yo»). Se hace de día y vuelve la luz, llega Jesús y desaparece el miedo, aunque subsiste todavía en los discípulos una oscuridad interior que tiende a disiparse. Marcos lo llama «mente embotada». No han comprendido el milagro precedente y lo conectan poco con la extraordinaria experiencia nocturna. A los discípulos les cuesta comprender a Jesús a fondo, del mismo modo que tampoco le habían comprendido antes sus adversarios (3,5), ni tampoco sus parientes ni sus paisanos (6,1-6). El mismo diagnóstico vale para todos: «esclerosis» del corazón.

Existe una soledad plena, positiva, compuesta de aislamiento para encontramos a nosotros mismos, pero existe también otra negativa, que es privación, miseria interior. Esta última soledad es mala compañera. «No hay más que un sufrimiento, el de estar solos», escribió Gabriel Marcel: «La soledad es un infierno anticipado». Los discípulos, en un escenario nocturno, se encuentran perdidos sin Jesús y, por si faltaba algo, con el viento soplando en contra. Son la imagen de muchas de nuestras situaciones cuando nos sentimos abandonados, incomprendidos y dejados solos por los hombres y por Dios. No estaría de acuerdo con esto santo Tomás de Aquino, que escribió: «El amor impidió a Dios estar solo». Y creó al hombre. Y lo creó en pareja, porque «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18). La pareja dice relación a otro, expresa la comunión. El Dios único también es comunión de tres personas.

Los Doce sólo superan todos sus miedos cuando les alcanza Jesús y sube con ellos a la barca. Gozan de esta presencia, aunque no la aprecian plenamente ni la comprenden a fondo. También nosotros superamos nuestros miedos, vencemos la soledad cuando nos abrimos a los otros y nos abrimos al otro. Sugería Péguy: «No es necesario salvar nuestra propia alma como se conserva un tesoro... Es necesario salvarse juntos. Es necesario llegar juntos al buen Dios, es necesario presentarse juntos; no podemos llegar a Dios los unos sin los otros. Debemos volver todos juntos a la casa del Padre». Cuando después nos unimos a Cristo, entonces estamos seguros de poder derribar el muro de separación, seguros de superar las tendencias aislacionistas, de encontrar la alegría de sentirnos y ser hermanos. La regla sugerida por Jesús es movemos y salir al encuentro del otro, aunque debamos caminar sobre las aguas.

La fuerza del amor nos sostiene dándonos ligereza e impulso. El nos tiene en brazos... Nuestra pequeña experiencia confirma ya que es verdad. Continuemos y nos daremos cuenta de que la noche de la existencia está traspasada de rayos de luz que iluminan y orientan.

Elevación Espiritual para este día.

Quiero daros una imagen del Padre (...). Imaginad que la tierra tuviera un cerco, esto es, un círculo trazado con un compás en el centro. Pensad que este círculo fuera el mundo, Dios el centro del círculo y los radios que van del cerco al centro las vidas, o sea los modos de vivir de los hombres. Así, en cuanto los santos (radios del círculo) avanzan hacia el centro procurando acercarse a Dios, a medida que avanzan, se acercan a Dios y también los unos a los otros y, cuanto más se acercan a Dios más se aproximan unos a otros, y viceversa, cuanto más se aproximan unos a otros, más se acercan a Dios.

Esta es la esencia del amor: cuando estamos lejos y no amamos a Dios, igualmente estamos distantes del prójimo. Si, por el contrario, amamos a Dios, cuanto más nos acercamos a Él por el amor, otro tanto nos unimos en el amor al prójimo, y en tanto nos unimos al prójimo, tanto estamos unidos a Dios. Dios nos haga dignos de escuchar lo que nos ayuda y cumplirlo. Pues cuanto más procuramos poner en práctica lo que escuchamos, tanto más Dios nos ilumina y nos muestra su voluntad.

Reflexión Espiritual del día.

Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a ser los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en ti, Dios mío», definen bien este itinerario. Sé que el hecho de estar a la búsqueda constante de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de alguna manera, he encontrado ya. ¿Cómo puedo buscar la belleza y la verdad, sin que la belleza y la verdad me sean conocidas en lo íntimo de mi corazón?

Llegar a ser los amados significa dejar que la verdad de ser amados se encarne en toda cosa que pensamos, decimos o hacemos. Esto supone un largo y doloroso proceso de apropiación o, mejor, de encarnación. Mientras «sentirme amado» sea poco más de un bello pensamiento o una idea sublime suspendida sobre mi vida para evitar convertirme en un deprimido, nada cambia verdaderamente. Lo que se requiere es llegar al amor en la vida banal de cada día y, poco a poco, colmar el vacío que existe entre lo que sé que soy y las innumerables realidades especificas de la vida cotidiana. Llegar a ser el amado significa impregnar la normalidad de lo que soy y, por tanto, de lo que pienso, digo y hago hora tras hora, con la verdad que me ha sido revelada de lo alto.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 4, 11-18. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros.

Gran parte de esta sección ha sido comentada ya en la anterior (ver el comentario a 4, 7-16). Nos limitamos aquí a aclarar los pensamientos que no han aparecido anteriormente. Comencemos por acentuar, como lo hace Juan, el pensamiento central: Dios es amor; por consiguiente, permanece en Dios aquél que permanece en el amor. No hay otro medio. Quien quiera poseer a Dios no tiene otro medio para lograrlo que el del amor (3, 10).

Lo sorprendente y desconcertante es el argumento para demostrar la perfección del amor en nosotros. El argumento es que tengamos confianza en el día del juicio. Para comprender este argumento es necesario partir de la imagen tradicional del juicio último. El hombre se presenta ante Dios, que es absolutamente trascendente y santo, con el complejo de su distancia, de su pequeñez, de su pecado; anteriormente al dictamen judicial, él se sabe ya condenado, sin posible defensa ante Dios, sin ningún título justificativo que hable a favor. Esta era la imagen tradicional del juicio final.

Pero supongamos que esta imagen tradicional no responde totalmente a la realidad. Vamos a pensar que Dios no sea el totalmente Otro, sino que haya un punto de unión entre él y nosotros. Supongamos que existe en común el amor con que nos amó y el amor con que respondemos a su amor, el amor con que él amó a los hermanos y el amor con que nosotros amamos a los hermanos. Esto, que es común a él y a nosotros, es lo que justifica la afirmación de Juan: «Como es él, así somos nosotros en este mundo». Consecuencia: en el juicio final no nos presentamos ante el totalmente Otro, terrible y trascendente, sino ante Alguien con quien tenemos algo en común. Por eso, la perfección del amor es que tengamos confianza en el día del juicio.

Este pensamiento de la confianza en el día del juicio parece contradecir la conciencia y la experiencia del pecado (que nuestro autor ya ha mencionado), pero a pesar de todo, este tema de la confianza es como la culminación lógica de los pensamientos principales que ha desarrollado para sus lectores: comunión con Dios, filiación divina, permanencia en Dios, vida común en el amor... La conclusión lógica de todos estos pensamientos es la confianza que debemos tener en el día del juicio.

En esta confianza con que el creyente se presenta ante el juicio de Dios, el temor desaparece. El temor surge ante el pensamiento del castigo; él mismo es parte del castigo. El temor es la actitud del pecador ante el juicio de Dios.
Precisamente por eso, aquel que vive en comunión con Dios, consciente de su filiación y de las exigencias que la dignidad cristiana impone, escapa de la Ley del temor. Por eso puede decir nuestro autor que el amor y el temor se excluyen mutuamente. También por eso, es un signo de imperfección en esa comunión con Dios la existencia del temor.
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: