Miércoles 13 de Enero de 2010. 1ª semana del tiempo ordinario. (Ciclo C). Feria. AÑO SANTO COMPOSTELAR Y SACERDOTAL. 1ª semana del Salterio. SS. Hilario ob dc, Remigio ob. Gumersindo pb mr, Beata Verónica vg.
LITURGIA DE LA PABRA.
1Sm 3, 1-20: Habla, Señor, que tu siervo te escucha
Salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Mc 1, 29-39: Sanó a muchos enfermos
El tiempo en el que vivió Jesús, estuvo marcado por el fatalismo. Y en ese mundo, el ser humano no tenía otra salida, que la de morir al borde del camino ya que parecía no haber señales alternativas a favor de la vida y de la dignidad humana. La gente de entonces creyó en las leyes excluyentes de la religión donde se suponía estaban todas las respuestas.
Pero Jesús, enfrentado ante el desastre de aquel tiempo, fue libre para construir el futuro como realidad nueva. Y creyó que dentro de aquella sociedad un grupo de seres humanos eran capaces de construir el futuro.
La curación de la suegra de Pedro y la de muchos enfermos y endemoniados es la muestra concreta que de las ruinas y escombros de la miseria humana que la religión ha hecho de la vida y de la gente, Dios puede hacer un monumento a su gloria que es la dignificación humana. Todos estos casos, nos indican que el reino llega a destruir todas las realidades contrarias al don de Dios y por ello en todas las curaciones tenemos que ver una acción en la cual Jesús “toma” para sí la flaqueza humana y carga con las enfermedades del género humano.
PRIMERA LECTURA.
1Samuel 3, 1-20
Habla, Señor, que tu siervo te escucha
En aquellos días, el pequeño Samuel servía en templo del Señor bajo la vigilancia de Elí. Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran frecuentes las visiones. Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió: "Aquí estoy. Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". Respondió Elí: "No te he llamado; vuelve a acostarte. Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. El se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, vengo porque me has llamado". Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte".
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado".
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: "Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla Señor, que tu siervo te escucha". Samuel fue y se acostó en su sitio.
El Señor se presentó y le llamó como antes: "¡Samuel, Samuel!" El respondió: "Habla, Señor, que tu sirvo te escucha".
Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 39
R/.Aquí estoy, Señor, / para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños. R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy". R.
Como está escrito en mi libro: "Para hacer tu voluntad". Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 1, 29-39
Curó a muchos enfermos de diversos males
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: "Todo el mundo te busca". El les respondió: "Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido". Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PABRA.
1Sm 3, 1-20: Habla, Señor, que tu siervo te escucha
Salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Mc 1, 29-39: Sanó a muchos enfermos
El tiempo en el que vivió Jesús, estuvo marcado por el fatalismo. Y en ese mundo, el ser humano no tenía otra salida, que la de morir al borde del camino ya que parecía no haber señales alternativas a favor de la vida y de la dignidad humana. La gente de entonces creyó en las leyes excluyentes de la religión donde se suponía estaban todas las respuestas.
Pero Jesús, enfrentado ante el desastre de aquel tiempo, fue libre para construir el futuro como realidad nueva. Y creyó que dentro de aquella sociedad un grupo de seres humanos eran capaces de construir el futuro.
La curación de la suegra de Pedro y la de muchos enfermos y endemoniados es la muestra concreta que de las ruinas y escombros de la miseria humana que la religión ha hecho de la vida y de la gente, Dios puede hacer un monumento a su gloria que es la dignificación humana. Todos estos casos, nos indican que el reino llega a destruir todas las realidades contrarias al don de Dios y por ello en todas las curaciones tenemos que ver una acción en la cual Jesús “toma” para sí la flaqueza humana y carga con las enfermedades del género humano.
PRIMERA LECTURA.
1Samuel 3, 1-20
Habla, Señor, que tu siervo te escucha
En aquellos días, el pequeño Samuel servía en templo del Señor bajo la vigilancia de Elí. Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran frecuentes las visiones. Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió: "Aquí estoy. Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". Respondió Elí: "No te he llamado; vuelve a acostarte. Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. El se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, vengo porque me has llamado". Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte".
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado".
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: "Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla Señor, que tu siervo te escucha". Samuel fue y se acostó en su sitio.
El Señor se presentó y le llamó como antes: "¡Samuel, Samuel!" El respondió: "Habla, Señor, que tu sirvo te escucha".
Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 39
R/.Aquí estoy, Señor, / para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños. R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy". R.
Como está escrito en mi libro: "Para hacer tu voluntad". Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 1, 29-39
Curó a muchos enfermos de diversos males
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: "Todo el mundo te busca". El les respondió: "Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido". Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura 1 Samuel 3,1-10.19ss
Samuel había sido entregado al Señor para el servicio del templo. En éste había permanecido durante años en silencio, conocido sólo por Dios. Ahora le llama el Señor. ¿Para qué le llama el Señor? En la vocación de Samuel podemos intuir de inmediato el estilo de la llamada de Dios. Llama a cada uno por su nombre: “¡Samuel, Samuel!”. Esto significa que su llamada es siempre una llamada personal y no anónima; que es una llamada original dirigida a cada uno; que quien nos llama nos conoce por medio de un verdadero conocimiento de amor. Sin embargo, Samuel no está en condiciones de conocer de inmediato la voz de Dios. Si bien, por una parte, afloran objetivamente dificultades para reconocer la voz de Dios (su trascendencia y su carácter imprevisible), meditando el pasaje podemos descubrir en él, no obstante, la paciente pedagogía de Dios encaminada a insertarse en el corazón del hombre. Dios se adapta; llama de manera gradual; le da tiempo al hombre; le renueva su llamada.
Samuel recibe la llamada por primera, por segunda, por tercera vez... En este punto intervienen los intermediarios que pueden servir para ayudar a la voz del Dios que llama; en el caso de Samuel, es el anciano sacerdote Elí, que con su sensatez le sugiere al joven Samuel cómo debe comportarse (v. 9).
Esto nos hace ver que en la llamada interviene, casi estructuralmente, la presencia de mediaciones humanas a menudo resulta indispensable la ayuda de alguien para salir de la duda, de la inseguridad. Pero eso no es todo: hemos de subrayar la absoluta disponibilidad de Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (vv. 9ss).
Sólo una atenta vigilancia y disponibilidad para «no dejar escapar vacía ni una sola de sus palabras» puede llevar al llamado, antes o después, a reconocer la voz de Dios, a acogerla y a dejarse guiar por ella.
Comentario del Salmo 39.
Este salmo anuncia a Jesucristo como aquel que, por su obediencia al Padre, revelará al hombre la dimensión de su relación con Dios basada en la verdad. «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído. Tú no pides holocaustos por el pecado. Entonces yo digo: Aquí estoy —como está escrito en el libro— para hacer tu voluntad».
El profeta Jeremías, llamando a conversión al pueblo de Israel, les dirá que lo que Dios les mandó no fue nada referido a holocaustos y sacrificios, sino estar de cara a Dios escuchando su palabra. «Cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien. Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la dureza de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara» (Jer 7,22-24).
Escuchar con el oído abierto es la actitud del Hijo de Dios, es, como dice el libro del Deuteronomio, escuchar la palabra de Dios con todo el corazón y con toda el alma. «Si vuelves a Yavé, tu Dios, si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, Yavé, tu Dios, cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti...» (Dt 30,2-3).
Escuchar a Dios que te habla, con todo tu corazón y con toda tu alma, es lo que hace posible que el hombre pueda un día llegar a amar a Dios con todo su corazón y con toda su alma, tal y como nos viene expresado en las palabras del Shemá: «Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es el único Yavé. Amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-6).
Jesucristo, porque escucha a su Padre con todo su corazón y con toda su alma, vive en un permanente gozo con Él. Esta complacencia viene expresada en el salmo: «Dios mío, yo quiero llevar tu ley en el fondo de mis entrañas». El hombre recibe este don de disfrutar y gozarse en Dios por medio de Jesucristo. Dice Jesús a sus discípulos: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» Jn 15,11).
Vuestro gozo sea colmado, es decir, vuestras ansias de vivir están todas ellas contenidas en el Evangelio. En él tenéis la plenitud total, como personas, en todos vuestros deseos y proyectos de vida, Dios es nuestra plenitud, y cuando los profetas nos exhortan a volvernos a Dios, están preanunciando que un día el hombre podrá volver todo lo que es su vida hacia el Evangelio, pues en él está el Dios vivo.
La mutua complacencia que tienen Jesucristo y el Padre por la Palabra que fluye entre ambos provoca una presencia común e ininterrumpida, lo que hace que Jesucristo no sienta nunca la soledad, ni siquiera en medio de sus pruebas y tentaciones. «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29).
Esta presencia continua del Padre en Jesús es lo que atestigua a su alma de que vive por el Padre. Escuchémosle: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,56-5 7).
Los santos Padres de la Iglesia primitiva llaman a esta comida y bebida la luz que ilumina los misterios: el de la Palabra y el de la Eucaristía. En ambos misterios está presente la divinidad de Jesucristo. Dice san Ambrosio: «No solamente bebéis la sangre de Cristo al participar de la Eucaristía, sino también al escuchar y acoger el santo Evangelio».
Volvemos al salmista y le oímos decir: «He proclamado tu justicia en la gran asamblea, y no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes». Expresa que no ha podido contener sus labios; por eso, de sus entrañas hacia fuera, le ha salido la predicación algo así como una necesidad imperiosa. Y así es: Si su gozo en Dios ha llegado a su plenitud, es entonces cuando se cumplen las palabras de Jesús: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).
Por eso la predicación del Evangelio no es una obligación o una meta que se haya propuesto la Iglesia, Nace de un corazón lleno, de alguien en quien el gozo de la Palabra, llena de vida, ha llegado a su plenitud. La audacia de estos hombres y mujeres llenos de la palabra, es decir, de Dios, no conoce obstáculos ni fronteras; si se les cierra una puerta, encontrarán otra y anunciarán la Buena Nueva porque saben por experiencia que solamente así el hombre recupera su dignidad.
Predicación proclamada sin fanatismos; de lo contrario, el anunciador, más que ser un enviado de Dios, se presenta como defensor de sus propias ideas.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 1,29-39
Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios. Con este fragmento concluye Marcos la primera jornada mesiánica de Jesús. Esta representa un poco la actividad de la jornada típica seguida por sus discípulos y por los que leen el evangelio con tal sorpresa y admiración que les hace preguntarse: «¿Quién es éste?» (Mc 1,27). El primer milagro que el evangelio nos ofrece parece de tan poca monta que corre el riesgo de pasar desapercibido: el milagro sigue siendo un signo que remite a otra cosa; así, la simple curación de una fiebre, que ciertamente no llama la atención, lleva en sí un significado fundamental.
La suegra de Pedro vuelve a estar en condiciones de «servir». Este «servir», con el que se cierra este primer milagro, encierra el programa mesiánico de Jesús, que está entre nosotros « como el que sirve» (Lc 22, 27). Esa es la característica fundamental dejada por Jesús en herencia a sus discípulos antes de morir; en este sentido, la suegra de Pedro se convierte en el prototipo del creyente liberado que puede ofrecer su servicio a los hermanos.
Igualmente significativa es la salida nocturna de Jesús a orar en un lugar desierto, colocada al término de una dura jornada de evangelización. Podemos considerar esta oración de Jesús como su éxodo de la fatiga cotidiana para encontrarse con el Padre. Y gracias a esta oración podrá responder a Pedro: «Vamos a otra parte», superando la fácil tentación que supone un fácil mesianismo ligado al «todos te buscan». Toda la población está agolpada en la plaza, todos le buscan, pero Jesús no vuelve atrás y se va a «otra parte», para que llegue allí también su salvación.
Las lecturas de hoy ponen de relieve, en diferentes planos, el papel principal que debe ejercer Dios en la vida de todo creyente. Jesús, ante las invitaciones de la gente de su medio, elige dar prioridad a la misión recibida del Padre; y Samuel, con la disponibilidad conquistada tras cierto trabajo, se vuelve disponible para seguir la voluntad de Dios en su vida. En todo caso, la propensión a abrirnos a la voluntad de Dios y, a continuación, la actuación práctica de éste suscita al mismo tiempo la adquisición de dos estados de ánimos diferentes y complementarios entre sí. Ser elegidos por Dios como colaboradores suyos suscita un sentimiento de alegría desconcertante, de maravilla inesperada y de reverente aprensión.
Afirmar, como María, «hágase en mí según tu Palabra» no significa aprender a resignarse, sino que implica, en primer lugar, abrirse, con una admiración empapada de alegría, a un proyecto seductor.
Pero, la correspondencia a tanto don exige atravesar y superar las pruebas. Esto no implica siempre la necesidad de asumir un compromiso doloroso (aunque sea necesaria la disponibilidad para el mismo), pero sí requiere, en todo caso, la capacidad de discernimiento. No respondemos a Dios con la verdad si la obediencia vivida no nos habilita para adquirir cierta sintonía con él, de modo que advirtamos intuitivamente, mediante un sexto sentido espiritual, lo que se nos pide de vez en cuando.
Una condición ulterior para esta correspondencia natural cotidiana es la oración prolongada y perseverante, ésa de la que nos da testimonio Jesús, dispuesto a buscar a su Dios hasta la llegada de la aurora.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 1,29-39, para nuestros Mayores. Curaciones en Cafarnaún.
Se puso a orar. El relato presenta una síntesis de la acción profética de Jesús. Estamos ante uno de los sumarios, frecuentes en Marcos. Es un resumen generalizado del anuncio de la Buena Noticia y de la acción taumatúrgica de Jesús en favor de enfermos y quebrantados. Marcos refiere una jornada profética tipo en la que Jesús extiende la proclamación del Reino a todos los ámbitos: público y privado, religioso y profano.
Empecemos por el final en el orden cronológico y por lo primero en sentido psicológico. Después de la jornada agotadora del día anterior y de haber descansado, “Jesús se levanta de madrugada y se marcha a un descampado para orar”. Simón y sus compañeros han tenido que buscarle y quedan extrañados de que se haya retirado a orar cuando “todo el mundo le busca”. Es preciso capitalizar la popularidad que va ganando entre el pueblo. Pero Jesús da toda una lección a sus discípulos. Nadie ha tenido más que hacer que él; sin embargo, siente la necesidad de reforzar la comunión con el Padre pasando largas horas en diálogo silencioso con Él.
Toda actividad, sea misionera o profana, que no pasa por la oración, corre el peligro de convertirse en un activismo desbocado que erosiona a la persona y empobrece su acción. Bernanos confesaba: “Cómo cambian mis ideas y proyectos cuando los paso por la oración”. Taizé tiene una sabia consigna: “Lucha y contemplación para ser hombres de comunión”.
Curé a muchos enfermos. La comunión con el Padre le lleva a Jesús a la comunión con los hermanos, especialmente con los más abatidos, de cuyas dolencias se hace solidario y los libera. “Él cargó con nuestras dolencias” (Mt 8,17); “amó con corazón de hombre” (GS 22).
Según la Iglesia naciente, Jesús es un profeta poderoso en obras y palabras. Anuncia la Buena Noticia con palabras y la hace realidad en las obras, en los gestos liberadores. En primer lugar, con la suegra
de Pedro. Cuando al salir del culto de la sinagoga se dirige a su casa, le notifican que está enferma; tiene calentura, considerada por los antiguos como castigo divino, signo de infideildad a la Alianza. Marcos señala el sencillo, pero expresivo, ritual de sanación de Jesús: “Se acerca a ella, la toma de la mano y la levanta”.
Una vez más, Jesús infringe las leyes de la pureza legal. Un rabino nunca se habría dignado acercarse a una mujer y cogerla de la mano; pero, para Jesús lo que cuenta sobre todo es la persona. Jesús la “levanta”; y para expresar esta acción el evangelista emplea el verbo griego egueiro, que tiene resonancias de resurrección, con lo que nos indica que Jesús ha comenzado el proceso de liberación que culminará en la victoria sobre la muerte, el último de los enemigos del hombre (1 Co 15,26).
La suegra de Pedro, una vez liberada de la fiebre, se pone a servir al grupo de Jesús, lo que significa que los liberados han de adoptar de por vida la actitud del Liberador, que “vino a servir” (Mt 20,28). Justamente, el servicio es, al mismo tiempo, un signo y un camino de liberación. Marcos agrega: “Al anochecer, cuando se puso el sol (es decir, una vez pasado el descanso sabático, que empezaba a las seis de la tarde), le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos y expulsó muchos demonios”. El evangelista ofrece un sumario sobre milagros en el que se generaliza y se exagera intencionadamente.
De ser servido a servir. La suegra de Pedro simboliza a cada cristiano, a la “iglesia doméstica” y a la comunidad, limitados, postrados y aquejados por la enfermedad del espíritu. Cuando Marcos escribe su evangelio, la casa de Pedro es “casa de la Iglesia”, domicilio en el que se reúne la comunidad cristiana; por eso la suegra enferma la simboliza. Es conocida la interpretación que da san Bernardo de la fiebre: “Fiebre es tu cólera; fiebre es tu envidia; fiebre es tu sexualidad alborotada; fiebre es la avaricia...”.
Todos sufrimos alguna de esas fiebres o varias al mismo tiempo. Como las fiebres físicas, también estas fiebres psicológicas nos paralizan, nos desgastan y no nos dejan ser felices, aunque sea una simple gripe. El paciente no sólo no trabaja, sino que da trabajo; está para ser servido, no para servir. El que sólo busca ser servido tiene el síntoma inequívoco de que está seriamente enfermo. No está muerto; tiene vida, pero una vida precaria, sin calidad e inútil.
En los relatos de los liberados por Jesús se pone de manifiesto que la rehabilitación supone solidaridad de unos con otros: El tullido descolgado por el tejado necesita de los camilleros; el ciego Bartimeo y la suegra de Pedro, que otros intercedan y acompañen a Jesús hasta ellos. Lo mismo ocurre a nivel psicológico y espiritual. Ningún terapeuta acepta la responsabilidad de curar al adicto si no se compromete a integrarse en un grupo o la familia no se compromete a acompañarle en el proceso de rehabilitación. El grupo, la comunidad, es el ámbito natural de curación. Necesitamos del estímulo, del testimonio, de la corrección, de la mano de los demás, y los demás necesitan de la nuestra. Los testimonios serían numerosos.
La señal que la suegra de Pedro estaba curada es que “se puso a servirles”. Puso la casa y la familia al servicio del Señor y de los suyos; por eso acudían a ella muchos enfermos para ser atendidos por Jesús (Mc 2,2-4). El Señor nos cura para que podamos servir. Si servimos, estamos curados.
Es una evidencia: servir es un camino de sanación. El servicio nos libera de la obsesión por nosotros mismos y nuestros “problemas”. Jesucristo, en la Eucaristía, no es que nos tienda la mano como a la suegra de Pedro, sino que se hace nuestro alimento, después de haber avivado nuestra fe con su palabra, para liberarnos de nuestras fiebres y transfundimos su sangre vigorosa que nos impulsa a servir.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 1,29-39), de Joven para Joven. Una mano para volver a ponerse en pie.
No es difícil reconocer tres momentos en el fragmento: el milagro de la curación (vv. 29-31), un resumen de la actividad taumatúrgica de Jesús (vv. 32-34) y la preocupación misionera por llegar a todos (vv. 35-39). Si bien la primera impresión que se saca es la de la heterogeneidad del material, poniendo una mayor atención se puede descubrir una conexión entre las partes. A fin de comprender mejor, debemos recordar que el primer milagro realizado por Jesús es la liberación de un hombre de la posesión de Satanás; la victoria sobre el maligno —y, por extensión, sobre todo lo negativo— confirma desde el principio la indiscutible superioridad de Jesús.
Precisamente esta superioridad liga y conecta las tres pequeñas unidades de nuestro texto. La predicación de Jesús en Galilea va acompañada de la nota de exorcismos (cf. v. 39): entre los muchos milagros que realiza Jesús, el evangelista da prioridad a la victoria sobre Satanás, porque es particularmente emblemática. De modo semejante, en el resumen de los vv. 33s, junto al genérico «curó entonces a muchos enfermos de diversos males», se añade de una manera explícita: «y expulsó a muchos demonios». Quedaría aislada la primera unidad, que trata de la curación de la suegra de Simón-Pedro. A nuestra mentalidad le cuesta ver aquí —e instintivamente se niega a ello— la conexión con Satanás, pero será bueno recordar que en tiempos de Jesús se atribuía con frecuencia a la fiebre un origen diabólico. Lo vemos con toda nitidez comparando este texto con el texto paralelo de Lucas, que habla de una manera explícita de amenaza de Jesús a la fiebre, precisamente como si se tratara de una persona (cf. Lc 4,39: «increpó a la fiebre»). Por otra parte, el pasaje veterotestamentario de Lv 26,15-16a enumera a la fiebre entre los castigos con que Dios amenaza a su pueblo.
En este punto se impone una precisión obligatoria: el texto no autoriza la conclusión indebida de que la mujer que había sido favorecida con el milagro fuera culpable, y mucho menos que estuviera endemoniada; el texto muestra la soberana autoridad de Jesús, que también ejerce en esto su poder vencedor sobre la enfermedad, símbolo y recuerdo de la negatividad, que tiene en Satanás su máxima expresión. El evangelista Marcos introduce, una vez más, al lector en el misterio de la persona de Jesús. De otro modo, habría que preguntarse por qué Marcos eligió un milagro aparentemente modesto. En efecto, la curación de la suegra de Simón, no sólo por la brevedad, sino también por su escueta presentación, parece una intervención de poco relieve. Sin embargo, si la leemos en el conjunto y, mejor aún, en la economía del comienzo del evangelio de Marcos, entonces la victoria sobre Satanás merece ocupar las primeras páginas.
Existe otro motivo que hace agradable y hasta simpático este milagro de curación. Jesús no tiene miedo a tender una mano amiga que ayuda a una mujer a volver a ponerse en pie. No pasa desapercibido el verbo griego usado por Marcos, que se distingue netamente tanto de Mateo como de Lucas: mientras que éstos no hacen referencia a la mano, y mientras que Mateo emplea el término más genérico de «tocar», Marcos se sirve del verbo «coger», casi como una aprehensión fuerte que arranca a la mujer de su posición de enferma y la pone en pie. Su servicio se convierte en la respuesta operativa a un gesto de amor y de solidaridad.
El Señor Jesús coge la mano y vuelve a poner en pie. Se trata de una imagen de la actitud de misericordia que se repite en la secuencia del perdón. Se comprende que el tema de la liberación demoníaca no es un asunto peregrino.
La expresión popular “te voy a echar una mano” esconde muchas veces un exquisito sentimiento de solidaridad y, no rara vez, de amistad genuina. Es muy bello oír que nos lo dicen, porque significa que alguien se interesa por nosotros y de este modo se supera el miedo a estar solos y abandonados. Jesús no dice esta frase, pero realiza el gesto que es su equivalente. Tiende a la mujer enferma una mano amiga y, lo que es más, la toma y la estrecha, como si ya no la quisiera dejar. Este gesto, mucho más que un sentimiento de soledad superada, crea una comunión de horizontes y hace entrar a la mujer en la vitalidad de Jesús: su vida pasa a la mujer, que responde con el precioso gesto del servicio, una diaconía de la gratitud, a cambio de un amor que la ha vuelto a poner en pie, en el circuito de la vida.
Se tiende la mano a quien necesita algo material, pero también a quien se encuentra en un sufrimiento moral. Se trata de «echar una mano», de ofrecer nuevos motivos de esperanza, de volver a poner en pie a una persona, de liberarla de las trabas del pasado y restituirle, si fuera el caso, un futuro.
Tanto en uno como en otro caso, se trata de atesorar las múltiples ocasiones de restituir un atisbo de esperanza, de proporcionar una alegría que inunda el corazón, de proponer una nota de sano optimismo: es la mano tendida del Señor que restituye la vida; es también la mano que estamos dispuestos a tender, imitando a Cristo, y a ofrecer al prójimo con el que nos cruzamos todos los días. De este modo es como la comunidad cristiana y todos los hombres de buena voluntad perpetúan el gesto amigo de Jesús. Ensanchando la esfera de acción del bien, restringimos automáticamente la esfera de acción del mal: en consecuencia, Satanás queda expulsado y vencido una vez más.
En último lugar, aunque no por su importancia, queremos recordar que el mismo Señor no se cansa de repetir el gesto afectuoso y «recreativo» que restituye nuevo vigor, una vitalidad fresca, alegría de vivir. Así es el sacramento de la reconciliación, una mano amiga que vuelve a ponernos en pie después de la caída del pecado. Que también nuestro servicio a los hermanos sea la respuesta operativa al amor de Cristo que perdona.
Señor Jesús, es bello recordar que volviste a poner en pie a personas aplastadas por el sufrimiento y postradas a causa de sus problemas. Es todavía más bello experimentar tu presencia salvífica en nuestro tiempo y en nuestra vida. Leemos los episodios evangélicos para reflejarnos y volver a encontrar nuestra existencia: cuántas veces habrás pasado junto a nosotros en la persona de algún amigo que, poniéndonos la mano en el hombro, nos ha animado a continuar, nos ha abierto atisbos de esperanza en el nublado de nuestra desesperación o incluso en la miopía de nuestra perspectiva. Gracias, Señor, por continuar pasando a nuestro lado. Gracias también porque muchas veces nos haces experimentar en nuestro propio interés tú presencia salvadora y con ello tenemos la alegría del perdón. Continúa echándonos una mano y recordándonos que muchos otros esperan lo mismo de nosotros. Amén.
Elevación Espiritual para este día.
Intentamos comprender la vocación con la que nacen los elegidos: no han sido elegidos por haber creído, sino que han sido elegidos a fin de que crean. El mismo Señor nos revela bastante bien el sentido cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros». En efecto, si hubieran sido elegidos por haber creído, evidentemente habrían sido ellos los primeros en elegirlo al creer en él, y por eso habrían merecido ser elegidos. Ahora bien, el que dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», excluye por completo esta hipótesis. Sin embargo, está fuera de duda que también ellos le han elegido cuando creyeron en él. Cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», quiere dar a entender esto: no fueron ellos quienes le eligieron para poder ser elegidos, sino que fue él quien les eligió a fin de que lo eligieran.
Reflexión Espiritual para el día.
El magno e inefable diálogo entre Dios y el hombre que constituye nuestra religión supone, en el hombre mismo, una actitud receptiva particular. Si el hombre busca y escucha la Palabra de Dios, lo Verdad salvadora entra en el alma y engendra nuevas relaciones entre Dios y el hombre: la fe, la vida sobrenatural. Pero si el hombre no escucha, Dios habla en vano; se abre un drama tremendo.
En la Biblia aparece por doquier esta alternativa decisiva. La escucha del hombre es, por excelencia, un acto racional y voluntario, pleno y consciente del obsequio tributado al Dios que revela, pero supone la maduración interior, trabajada por la gracia, de una disposición innata y honesta para el encuentro con Dios. Como edad de la crisis y edad de la elección, la juventud está más expuesta a padecer el influjo arreligioso y antirreligioso de nuestro tiempo. Ahora bien, en cuanto edad del pensamiento y edad del amor, la juventud es la más capaz de comprender el valor religioso de la vida y de dar a su piedad un profundo significado personal, que adquiere a menudo una dramática expresión moral, una especie de fidelidad inmolada y total, plena de impulso apasionado, si bien todavía poco segura, como un vuelo, aunque espléndida y generosa, precisamente como un vuelo milagroso realizado en los cielos del heroísmo y de la poesía. Esto tiene lugar cuando el sentido religioso se pronuncia —como tormento, como atractivo, como alegría, poco importa— de un modo tan vigoroso que constituye un juego íntimo y sublime de libertad y de obligación, y se vuelve determinante desde el punto de vista moral.
Es entonces, por lo general, cuando la voz interior se revela, no ya como propia, sino como eco de otra voz, lejana y próxima, la de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Sm 1, 3, 1-10. 19-20 (3, 1-10/3, 3b-10. 19). Habla, Señor que tu siervo escucha.
«Samuel es la figura clave del Antiguo Testamento». Es una tesis que se podría defender. Nosotros nos vamos a conformar con decir que es una de las figuras más señeras. Figura polifacética: sacerdote, profeta y juez. Vive un momento de transición y es el encargado de protagonizarla; ahí radica su importancia y su grandeza. Es el paso de la federación de tribus al régimen monárquico.
La vocación de Samuel está encuadrada dentro de un marco hecho de contrastes: sencillez y sublimidad; serenidad y dramatismo; silencio y elocuencia; quietud y dinamismo. Uno se encuentra a gusto en este clima y el texto se deja saborear.
Aún ardía la lámpara de Dios. Quiere decir que aún era de noche. Hora propicia para la revelación. Cesa el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y se alertan los del alma. Por tres veces, y todavía una cuarta, Yavé llamó a Samuel. El niño creía que era la voz de Elí y acudía junto a él. El anciano sacerdote de Silo cayó finalmente en la cuenta de lo que ocurría y puso a Samuel en presencia del Señor.
Por contraste, el llamamiento de Samuel evoca la vocación de Isaías. También ésta tuvo lugar en el santuario, pero en el de Jerusalén, en medio de una teofanía llena de solemnidad (Is 6). Samuel evoca, asimismo, por muchos capítulos, la figura del Bautista, y de hecho estos paralelismos se hallan subrayados por el evangelio de la infancia de san Lucas (1, 7. 15-17. 25): en ambos casos nos encontramos en ambiente sacerdotal y ambas anunciaciones tienen lugar en el santuario; en uno y otro caso las madres son estériles y los dos niños son consagrados al nazareato. Posiblemente, el paralelismo más profundo radique en que uno y otro tienen la misión de anunciar una nueva etapa de la historia de la salvación. El Bautista es el último de los profetas y anuncia la plenitud de los tiempos. Samuel es el primero de los profetas y anuncia y consagra los comienzos de la monarquía, presididos por la dinastía davídica, de la cual habría de nacer el Mesías. “Es preciso que él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30). Estas palabras del Bautista son perfectamente aplicables a Samuel. Samuel, él y sus dos hijos, renunciaron al título de juez para dar paso a la monarquía. Se vio obligado a anunciar la descalificación del sacerdocio de Silo, que era su santuario, para dar paso al nuevo sacerdocio de Jerusalén.
En resumen, Samuel hubo de sufrir el desgarro que supone romper con toda una época que se ama y que se va, y hubo de sufrir todo el dolor que lleva consigo el alumbramiento de una etapa nueva.
Samuel había sido entregado al Señor para el servicio del templo. En éste había permanecido durante años en silencio, conocido sólo por Dios. Ahora le llama el Señor. ¿Para qué le llama el Señor? En la vocación de Samuel podemos intuir de inmediato el estilo de la llamada de Dios. Llama a cada uno por su nombre: “¡Samuel, Samuel!”. Esto significa que su llamada es siempre una llamada personal y no anónima; que es una llamada original dirigida a cada uno; que quien nos llama nos conoce por medio de un verdadero conocimiento de amor. Sin embargo, Samuel no está en condiciones de conocer de inmediato la voz de Dios. Si bien, por una parte, afloran objetivamente dificultades para reconocer la voz de Dios (su trascendencia y su carácter imprevisible), meditando el pasaje podemos descubrir en él, no obstante, la paciente pedagogía de Dios encaminada a insertarse en el corazón del hombre. Dios se adapta; llama de manera gradual; le da tiempo al hombre; le renueva su llamada.
Samuel recibe la llamada por primera, por segunda, por tercera vez... En este punto intervienen los intermediarios que pueden servir para ayudar a la voz del Dios que llama; en el caso de Samuel, es el anciano sacerdote Elí, que con su sensatez le sugiere al joven Samuel cómo debe comportarse (v. 9).
Esto nos hace ver que en la llamada interviene, casi estructuralmente, la presencia de mediaciones humanas a menudo resulta indispensable la ayuda de alguien para salir de la duda, de la inseguridad. Pero eso no es todo: hemos de subrayar la absoluta disponibilidad de Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (vv. 9ss).
Sólo una atenta vigilancia y disponibilidad para «no dejar escapar vacía ni una sola de sus palabras» puede llevar al llamado, antes o después, a reconocer la voz de Dios, a acogerla y a dejarse guiar por ella.
Comentario del Salmo 39.
Este salmo anuncia a Jesucristo como aquel que, por su obediencia al Padre, revelará al hombre la dimensión de su relación con Dios basada en la verdad. «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído. Tú no pides holocaustos por el pecado. Entonces yo digo: Aquí estoy —como está escrito en el libro— para hacer tu voluntad».
El profeta Jeremías, llamando a conversión al pueblo de Israel, les dirá que lo que Dios les mandó no fue nada referido a holocaustos y sacrificios, sino estar de cara a Dios escuchando su palabra. «Cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien. Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la dureza de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara» (Jer 7,22-24).
Escuchar con el oído abierto es la actitud del Hijo de Dios, es, como dice el libro del Deuteronomio, escuchar la palabra de Dios con todo el corazón y con toda el alma. «Si vuelves a Yavé, tu Dios, si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, Yavé, tu Dios, cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti...» (Dt 30,2-3).
Escuchar a Dios que te habla, con todo tu corazón y con toda tu alma, es lo que hace posible que el hombre pueda un día llegar a amar a Dios con todo su corazón y con toda su alma, tal y como nos viene expresado en las palabras del Shemá: «Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es el único Yavé. Amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-6).
Jesucristo, porque escucha a su Padre con todo su corazón y con toda su alma, vive en un permanente gozo con Él. Esta complacencia viene expresada en el salmo: «Dios mío, yo quiero llevar tu ley en el fondo de mis entrañas». El hombre recibe este don de disfrutar y gozarse en Dios por medio de Jesucristo. Dice Jesús a sus discípulos: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» Jn 15,11).
Vuestro gozo sea colmado, es decir, vuestras ansias de vivir están todas ellas contenidas en el Evangelio. En él tenéis la plenitud total, como personas, en todos vuestros deseos y proyectos de vida, Dios es nuestra plenitud, y cuando los profetas nos exhortan a volvernos a Dios, están preanunciando que un día el hombre podrá volver todo lo que es su vida hacia el Evangelio, pues en él está el Dios vivo.
La mutua complacencia que tienen Jesucristo y el Padre por la Palabra que fluye entre ambos provoca una presencia común e ininterrumpida, lo que hace que Jesucristo no sienta nunca la soledad, ni siquiera en medio de sus pruebas y tentaciones. «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29).
Esta presencia continua del Padre en Jesús es lo que atestigua a su alma de que vive por el Padre. Escuchémosle: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,56-5 7).
Los santos Padres de la Iglesia primitiva llaman a esta comida y bebida la luz que ilumina los misterios: el de la Palabra y el de la Eucaristía. En ambos misterios está presente la divinidad de Jesucristo. Dice san Ambrosio: «No solamente bebéis la sangre de Cristo al participar de la Eucaristía, sino también al escuchar y acoger el santo Evangelio».
Volvemos al salmista y le oímos decir: «He proclamado tu justicia en la gran asamblea, y no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes». Expresa que no ha podido contener sus labios; por eso, de sus entrañas hacia fuera, le ha salido la predicación algo así como una necesidad imperiosa. Y así es: Si su gozo en Dios ha llegado a su plenitud, es entonces cuando se cumplen las palabras de Jesús: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).
Por eso la predicación del Evangelio no es una obligación o una meta que se haya propuesto la Iglesia, Nace de un corazón lleno, de alguien en quien el gozo de la Palabra, llena de vida, ha llegado a su plenitud. La audacia de estos hombres y mujeres llenos de la palabra, es decir, de Dios, no conoce obstáculos ni fronteras; si se les cierra una puerta, encontrarán otra y anunciarán la Buena Nueva porque saben por experiencia que solamente así el hombre recupera su dignidad.
Predicación proclamada sin fanatismos; de lo contrario, el anunciador, más que ser un enviado de Dios, se presenta como defensor de sus propias ideas.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 1,29-39
Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios. Con este fragmento concluye Marcos la primera jornada mesiánica de Jesús. Esta representa un poco la actividad de la jornada típica seguida por sus discípulos y por los que leen el evangelio con tal sorpresa y admiración que les hace preguntarse: «¿Quién es éste?» (Mc 1,27). El primer milagro que el evangelio nos ofrece parece de tan poca monta que corre el riesgo de pasar desapercibido: el milagro sigue siendo un signo que remite a otra cosa; así, la simple curación de una fiebre, que ciertamente no llama la atención, lleva en sí un significado fundamental.
La suegra de Pedro vuelve a estar en condiciones de «servir». Este «servir», con el que se cierra este primer milagro, encierra el programa mesiánico de Jesús, que está entre nosotros « como el que sirve» (Lc 22, 27). Esa es la característica fundamental dejada por Jesús en herencia a sus discípulos antes de morir; en este sentido, la suegra de Pedro se convierte en el prototipo del creyente liberado que puede ofrecer su servicio a los hermanos.
Igualmente significativa es la salida nocturna de Jesús a orar en un lugar desierto, colocada al término de una dura jornada de evangelización. Podemos considerar esta oración de Jesús como su éxodo de la fatiga cotidiana para encontrarse con el Padre. Y gracias a esta oración podrá responder a Pedro: «Vamos a otra parte», superando la fácil tentación que supone un fácil mesianismo ligado al «todos te buscan». Toda la población está agolpada en la plaza, todos le buscan, pero Jesús no vuelve atrás y se va a «otra parte», para que llegue allí también su salvación.
Las lecturas de hoy ponen de relieve, en diferentes planos, el papel principal que debe ejercer Dios en la vida de todo creyente. Jesús, ante las invitaciones de la gente de su medio, elige dar prioridad a la misión recibida del Padre; y Samuel, con la disponibilidad conquistada tras cierto trabajo, se vuelve disponible para seguir la voluntad de Dios en su vida. En todo caso, la propensión a abrirnos a la voluntad de Dios y, a continuación, la actuación práctica de éste suscita al mismo tiempo la adquisición de dos estados de ánimos diferentes y complementarios entre sí. Ser elegidos por Dios como colaboradores suyos suscita un sentimiento de alegría desconcertante, de maravilla inesperada y de reverente aprensión.
Afirmar, como María, «hágase en mí según tu Palabra» no significa aprender a resignarse, sino que implica, en primer lugar, abrirse, con una admiración empapada de alegría, a un proyecto seductor.
Pero, la correspondencia a tanto don exige atravesar y superar las pruebas. Esto no implica siempre la necesidad de asumir un compromiso doloroso (aunque sea necesaria la disponibilidad para el mismo), pero sí requiere, en todo caso, la capacidad de discernimiento. No respondemos a Dios con la verdad si la obediencia vivida no nos habilita para adquirir cierta sintonía con él, de modo que advirtamos intuitivamente, mediante un sexto sentido espiritual, lo que se nos pide de vez en cuando.
Una condición ulterior para esta correspondencia natural cotidiana es la oración prolongada y perseverante, ésa de la que nos da testimonio Jesús, dispuesto a buscar a su Dios hasta la llegada de la aurora.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 1,29-39, para nuestros Mayores. Curaciones en Cafarnaún.
Se puso a orar. El relato presenta una síntesis de la acción profética de Jesús. Estamos ante uno de los sumarios, frecuentes en Marcos. Es un resumen generalizado del anuncio de la Buena Noticia y de la acción taumatúrgica de Jesús en favor de enfermos y quebrantados. Marcos refiere una jornada profética tipo en la que Jesús extiende la proclamación del Reino a todos los ámbitos: público y privado, religioso y profano.
Empecemos por el final en el orden cronológico y por lo primero en sentido psicológico. Después de la jornada agotadora del día anterior y de haber descansado, “Jesús se levanta de madrugada y se marcha a un descampado para orar”. Simón y sus compañeros han tenido que buscarle y quedan extrañados de que se haya retirado a orar cuando “todo el mundo le busca”. Es preciso capitalizar la popularidad que va ganando entre el pueblo. Pero Jesús da toda una lección a sus discípulos. Nadie ha tenido más que hacer que él; sin embargo, siente la necesidad de reforzar la comunión con el Padre pasando largas horas en diálogo silencioso con Él.
Toda actividad, sea misionera o profana, que no pasa por la oración, corre el peligro de convertirse en un activismo desbocado que erosiona a la persona y empobrece su acción. Bernanos confesaba: “Cómo cambian mis ideas y proyectos cuando los paso por la oración”. Taizé tiene una sabia consigna: “Lucha y contemplación para ser hombres de comunión”.
Curé a muchos enfermos. La comunión con el Padre le lleva a Jesús a la comunión con los hermanos, especialmente con los más abatidos, de cuyas dolencias se hace solidario y los libera. “Él cargó con nuestras dolencias” (Mt 8,17); “amó con corazón de hombre” (GS 22).
Según la Iglesia naciente, Jesús es un profeta poderoso en obras y palabras. Anuncia la Buena Noticia con palabras y la hace realidad en las obras, en los gestos liberadores. En primer lugar, con la suegra
de Pedro. Cuando al salir del culto de la sinagoga se dirige a su casa, le notifican que está enferma; tiene calentura, considerada por los antiguos como castigo divino, signo de infideildad a la Alianza. Marcos señala el sencillo, pero expresivo, ritual de sanación de Jesús: “Se acerca a ella, la toma de la mano y la levanta”.
Una vez más, Jesús infringe las leyes de la pureza legal. Un rabino nunca se habría dignado acercarse a una mujer y cogerla de la mano; pero, para Jesús lo que cuenta sobre todo es la persona. Jesús la “levanta”; y para expresar esta acción el evangelista emplea el verbo griego egueiro, que tiene resonancias de resurrección, con lo que nos indica que Jesús ha comenzado el proceso de liberación que culminará en la victoria sobre la muerte, el último de los enemigos del hombre (1 Co 15,26).
La suegra de Pedro, una vez liberada de la fiebre, se pone a servir al grupo de Jesús, lo que significa que los liberados han de adoptar de por vida la actitud del Liberador, que “vino a servir” (Mt 20,28). Justamente, el servicio es, al mismo tiempo, un signo y un camino de liberación. Marcos agrega: “Al anochecer, cuando se puso el sol (es decir, una vez pasado el descanso sabático, que empezaba a las seis de la tarde), le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos y expulsó muchos demonios”. El evangelista ofrece un sumario sobre milagros en el que se generaliza y se exagera intencionadamente.
De ser servido a servir. La suegra de Pedro simboliza a cada cristiano, a la “iglesia doméstica” y a la comunidad, limitados, postrados y aquejados por la enfermedad del espíritu. Cuando Marcos escribe su evangelio, la casa de Pedro es “casa de la Iglesia”, domicilio en el que se reúne la comunidad cristiana; por eso la suegra enferma la simboliza. Es conocida la interpretación que da san Bernardo de la fiebre: “Fiebre es tu cólera; fiebre es tu envidia; fiebre es tu sexualidad alborotada; fiebre es la avaricia...”.
Todos sufrimos alguna de esas fiebres o varias al mismo tiempo. Como las fiebres físicas, también estas fiebres psicológicas nos paralizan, nos desgastan y no nos dejan ser felices, aunque sea una simple gripe. El paciente no sólo no trabaja, sino que da trabajo; está para ser servido, no para servir. El que sólo busca ser servido tiene el síntoma inequívoco de que está seriamente enfermo. No está muerto; tiene vida, pero una vida precaria, sin calidad e inútil.
En los relatos de los liberados por Jesús se pone de manifiesto que la rehabilitación supone solidaridad de unos con otros: El tullido descolgado por el tejado necesita de los camilleros; el ciego Bartimeo y la suegra de Pedro, que otros intercedan y acompañen a Jesús hasta ellos. Lo mismo ocurre a nivel psicológico y espiritual. Ningún terapeuta acepta la responsabilidad de curar al adicto si no se compromete a integrarse en un grupo o la familia no se compromete a acompañarle en el proceso de rehabilitación. El grupo, la comunidad, es el ámbito natural de curación. Necesitamos del estímulo, del testimonio, de la corrección, de la mano de los demás, y los demás necesitan de la nuestra. Los testimonios serían numerosos.
La señal que la suegra de Pedro estaba curada es que “se puso a servirles”. Puso la casa y la familia al servicio del Señor y de los suyos; por eso acudían a ella muchos enfermos para ser atendidos por Jesús (Mc 2,2-4). El Señor nos cura para que podamos servir. Si servimos, estamos curados.
Es una evidencia: servir es un camino de sanación. El servicio nos libera de la obsesión por nosotros mismos y nuestros “problemas”. Jesucristo, en la Eucaristía, no es que nos tienda la mano como a la suegra de Pedro, sino que se hace nuestro alimento, después de haber avivado nuestra fe con su palabra, para liberarnos de nuestras fiebres y transfundimos su sangre vigorosa que nos impulsa a servir.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 1,29-39), de Joven para Joven. Una mano para volver a ponerse en pie.
No es difícil reconocer tres momentos en el fragmento: el milagro de la curación (vv. 29-31), un resumen de la actividad taumatúrgica de Jesús (vv. 32-34) y la preocupación misionera por llegar a todos (vv. 35-39). Si bien la primera impresión que se saca es la de la heterogeneidad del material, poniendo una mayor atención se puede descubrir una conexión entre las partes. A fin de comprender mejor, debemos recordar que el primer milagro realizado por Jesús es la liberación de un hombre de la posesión de Satanás; la victoria sobre el maligno —y, por extensión, sobre todo lo negativo— confirma desde el principio la indiscutible superioridad de Jesús.
Precisamente esta superioridad liga y conecta las tres pequeñas unidades de nuestro texto. La predicación de Jesús en Galilea va acompañada de la nota de exorcismos (cf. v. 39): entre los muchos milagros que realiza Jesús, el evangelista da prioridad a la victoria sobre Satanás, porque es particularmente emblemática. De modo semejante, en el resumen de los vv. 33s, junto al genérico «curó entonces a muchos enfermos de diversos males», se añade de una manera explícita: «y expulsó a muchos demonios». Quedaría aislada la primera unidad, que trata de la curación de la suegra de Simón-Pedro. A nuestra mentalidad le cuesta ver aquí —e instintivamente se niega a ello— la conexión con Satanás, pero será bueno recordar que en tiempos de Jesús se atribuía con frecuencia a la fiebre un origen diabólico. Lo vemos con toda nitidez comparando este texto con el texto paralelo de Lucas, que habla de una manera explícita de amenaza de Jesús a la fiebre, precisamente como si se tratara de una persona (cf. Lc 4,39: «increpó a la fiebre»). Por otra parte, el pasaje veterotestamentario de Lv 26,15-16a enumera a la fiebre entre los castigos con que Dios amenaza a su pueblo.
En este punto se impone una precisión obligatoria: el texto no autoriza la conclusión indebida de que la mujer que había sido favorecida con el milagro fuera culpable, y mucho menos que estuviera endemoniada; el texto muestra la soberana autoridad de Jesús, que también ejerce en esto su poder vencedor sobre la enfermedad, símbolo y recuerdo de la negatividad, que tiene en Satanás su máxima expresión. El evangelista Marcos introduce, una vez más, al lector en el misterio de la persona de Jesús. De otro modo, habría que preguntarse por qué Marcos eligió un milagro aparentemente modesto. En efecto, la curación de la suegra de Simón, no sólo por la brevedad, sino también por su escueta presentación, parece una intervención de poco relieve. Sin embargo, si la leemos en el conjunto y, mejor aún, en la economía del comienzo del evangelio de Marcos, entonces la victoria sobre Satanás merece ocupar las primeras páginas.
Existe otro motivo que hace agradable y hasta simpático este milagro de curación. Jesús no tiene miedo a tender una mano amiga que ayuda a una mujer a volver a ponerse en pie. No pasa desapercibido el verbo griego usado por Marcos, que se distingue netamente tanto de Mateo como de Lucas: mientras que éstos no hacen referencia a la mano, y mientras que Mateo emplea el término más genérico de «tocar», Marcos se sirve del verbo «coger», casi como una aprehensión fuerte que arranca a la mujer de su posición de enferma y la pone en pie. Su servicio se convierte en la respuesta operativa a un gesto de amor y de solidaridad.
El Señor Jesús coge la mano y vuelve a poner en pie. Se trata de una imagen de la actitud de misericordia que se repite en la secuencia del perdón. Se comprende que el tema de la liberación demoníaca no es un asunto peregrino.
La expresión popular “te voy a echar una mano” esconde muchas veces un exquisito sentimiento de solidaridad y, no rara vez, de amistad genuina. Es muy bello oír que nos lo dicen, porque significa que alguien se interesa por nosotros y de este modo se supera el miedo a estar solos y abandonados. Jesús no dice esta frase, pero realiza el gesto que es su equivalente. Tiende a la mujer enferma una mano amiga y, lo que es más, la toma y la estrecha, como si ya no la quisiera dejar. Este gesto, mucho más que un sentimiento de soledad superada, crea una comunión de horizontes y hace entrar a la mujer en la vitalidad de Jesús: su vida pasa a la mujer, que responde con el precioso gesto del servicio, una diaconía de la gratitud, a cambio de un amor que la ha vuelto a poner en pie, en el circuito de la vida.
Se tiende la mano a quien necesita algo material, pero también a quien se encuentra en un sufrimiento moral. Se trata de «echar una mano», de ofrecer nuevos motivos de esperanza, de volver a poner en pie a una persona, de liberarla de las trabas del pasado y restituirle, si fuera el caso, un futuro.
Tanto en uno como en otro caso, se trata de atesorar las múltiples ocasiones de restituir un atisbo de esperanza, de proporcionar una alegría que inunda el corazón, de proponer una nota de sano optimismo: es la mano tendida del Señor que restituye la vida; es también la mano que estamos dispuestos a tender, imitando a Cristo, y a ofrecer al prójimo con el que nos cruzamos todos los días. De este modo es como la comunidad cristiana y todos los hombres de buena voluntad perpetúan el gesto amigo de Jesús. Ensanchando la esfera de acción del bien, restringimos automáticamente la esfera de acción del mal: en consecuencia, Satanás queda expulsado y vencido una vez más.
En último lugar, aunque no por su importancia, queremos recordar que el mismo Señor no se cansa de repetir el gesto afectuoso y «recreativo» que restituye nuevo vigor, una vitalidad fresca, alegría de vivir. Así es el sacramento de la reconciliación, una mano amiga que vuelve a ponernos en pie después de la caída del pecado. Que también nuestro servicio a los hermanos sea la respuesta operativa al amor de Cristo que perdona.
Señor Jesús, es bello recordar que volviste a poner en pie a personas aplastadas por el sufrimiento y postradas a causa de sus problemas. Es todavía más bello experimentar tu presencia salvífica en nuestro tiempo y en nuestra vida. Leemos los episodios evangélicos para reflejarnos y volver a encontrar nuestra existencia: cuántas veces habrás pasado junto a nosotros en la persona de algún amigo que, poniéndonos la mano en el hombro, nos ha animado a continuar, nos ha abierto atisbos de esperanza en el nublado de nuestra desesperación o incluso en la miopía de nuestra perspectiva. Gracias, Señor, por continuar pasando a nuestro lado. Gracias también porque muchas veces nos haces experimentar en nuestro propio interés tú presencia salvadora y con ello tenemos la alegría del perdón. Continúa echándonos una mano y recordándonos que muchos otros esperan lo mismo de nosotros. Amén.
Elevación Espiritual para este día.
Intentamos comprender la vocación con la que nacen los elegidos: no han sido elegidos por haber creído, sino que han sido elegidos a fin de que crean. El mismo Señor nos revela bastante bien el sentido cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros». En efecto, si hubieran sido elegidos por haber creído, evidentemente habrían sido ellos los primeros en elegirlo al creer en él, y por eso habrían merecido ser elegidos. Ahora bien, el que dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», excluye por completo esta hipótesis. Sin embargo, está fuera de duda que también ellos le han elegido cuando creyeron en él. Cuando dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que os elegí yo a vosotros», quiere dar a entender esto: no fueron ellos quienes le eligieron para poder ser elegidos, sino que fue él quien les eligió a fin de que lo eligieran.
Reflexión Espiritual para el día.
El magno e inefable diálogo entre Dios y el hombre que constituye nuestra religión supone, en el hombre mismo, una actitud receptiva particular. Si el hombre busca y escucha la Palabra de Dios, lo Verdad salvadora entra en el alma y engendra nuevas relaciones entre Dios y el hombre: la fe, la vida sobrenatural. Pero si el hombre no escucha, Dios habla en vano; se abre un drama tremendo.
En la Biblia aparece por doquier esta alternativa decisiva. La escucha del hombre es, por excelencia, un acto racional y voluntario, pleno y consciente del obsequio tributado al Dios que revela, pero supone la maduración interior, trabajada por la gracia, de una disposición innata y honesta para el encuentro con Dios. Como edad de la crisis y edad de la elección, la juventud está más expuesta a padecer el influjo arreligioso y antirreligioso de nuestro tiempo. Ahora bien, en cuanto edad del pensamiento y edad del amor, la juventud es la más capaz de comprender el valor religioso de la vida y de dar a su piedad un profundo significado personal, que adquiere a menudo una dramática expresión moral, una especie de fidelidad inmolada y total, plena de impulso apasionado, si bien todavía poco segura, como un vuelo, aunque espléndida y generosa, precisamente como un vuelo milagroso realizado en los cielos del heroísmo y de la poesía. Esto tiene lugar cuando el sentido religioso se pronuncia —como tormento, como atractivo, como alegría, poco importa— de un modo tan vigoroso que constituye un juego íntimo y sublime de libertad y de obligación, y se vuelve determinante desde el punto de vista moral.
Es entonces, por lo general, cuando la voz interior se revela, no ya como propia, sino como eco de otra voz, lejana y próxima, la de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Sm 1, 3, 1-10. 19-20 (3, 1-10/3, 3b-10. 19). Habla, Señor que tu siervo escucha.
«Samuel es la figura clave del Antiguo Testamento». Es una tesis que se podría defender. Nosotros nos vamos a conformar con decir que es una de las figuras más señeras. Figura polifacética: sacerdote, profeta y juez. Vive un momento de transición y es el encargado de protagonizarla; ahí radica su importancia y su grandeza. Es el paso de la federación de tribus al régimen monárquico.
La vocación de Samuel está encuadrada dentro de un marco hecho de contrastes: sencillez y sublimidad; serenidad y dramatismo; silencio y elocuencia; quietud y dinamismo. Uno se encuentra a gusto en este clima y el texto se deja saborear.
Aún ardía la lámpara de Dios. Quiere decir que aún era de noche. Hora propicia para la revelación. Cesa el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y se alertan los del alma. Por tres veces, y todavía una cuarta, Yavé llamó a Samuel. El niño creía que era la voz de Elí y acudía junto a él. El anciano sacerdote de Silo cayó finalmente en la cuenta de lo que ocurría y puso a Samuel en presencia del Señor.
Por contraste, el llamamiento de Samuel evoca la vocación de Isaías. También ésta tuvo lugar en el santuario, pero en el de Jerusalén, en medio de una teofanía llena de solemnidad (Is 6). Samuel evoca, asimismo, por muchos capítulos, la figura del Bautista, y de hecho estos paralelismos se hallan subrayados por el evangelio de la infancia de san Lucas (1, 7. 15-17. 25): en ambos casos nos encontramos en ambiente sacerdotal y ambas anunciaciones tienen lugar en el santuario; en uno y otro caso las madres son estériles y los dos niños son consagrados al nazareato. Posiblemente, el paralelismo más profundo radique en que uno y otro tienen la misión de anunciar una nueva etapa de la historia de la salvación. El Bautista es el último de los profetas y anuncia la plenitud de los tiempos. Samuel es el primero de los profetas y anuncia y consagra los comienzos de la monarquía, presididos por la dinastía davídica, de la cual habría de nacer el Mesías. “Es preciso que él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30). Estas palabras del Bautista son perfectamente aplicables a Samuel. Samuel, él y sus dos hijos, renunciaron al título de juez para dar paso a la monarquía. Se vio obligado a anunciar la descalificación del sacerdocio de Silo, que era su santuario, para dar paso al nuevo sacerdocio de Jerusalén.
En resumen, Samuel hubo de sufrir el desgarro que supone romper con toda una época que se ama y que se va, y hubo de sufrir todo el dolor que lleva consigo el alumbramiento de una etapa nueva.
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