26 de enero de 2010. 3ª semana del tiempo ordinario AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. MARTES. SANTOS TIMOTEO Y TITO, obispos, Memoria obligatoria. SS. Paula vd, Alberico ab.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2Tim 1,1-8: Refrescando la memoria de tu fe sincera
Salmo 95: Cuenten las maravillas del Señor a todas las naciones.
Lc 10,1-9: La cosecha es abundante
Ayer como hoy, la cosecha sigue siendo abundante, pero los obreros pocos. La Iglesia nos propone celebrar hoy la fiesta de los Santos Timoteo y Tito, dos hombres que en un momento complejo, asumieron el mensaje de Jesús y lo testificaron con su manera concreta de vivir. La Palabra de Jesús nos recuerda, que ser fieles al Reino, es abandonar las estructuras de poder acuñadas en la conciencia, y que manifestamos en las relaciones que establecemos y en las instituciones que organizamos.
El mensajero de la Buena Noticia, debe ser un hombre de paz, pero una paz que sea fruto de la justicia social. La tarea de la evangelización le exige al creyente libertad para poder anunciar con valentía lo que es fundamental en su vivencia de la fe. Estamos invitados a dejarlo todo, las riquezas, la familia, las relaciones que no permiten el desarrollo concreto de la misión. La Paz que lleva el mensajero de la Buena Noticia, debe ser experimentada primeramente en el corazón del que acepta a Jesús con toda radicalidad, para que pueda ser manifestada a los demás hombres y mujeres del planeta. Anunciar el Evangelio no es fácil... ¿Estamos dispuestos a ser portadores de la Paz con justicia social anunciada por Jesús?
PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,4-17
Afirmaré después de ti la descendencia, y consolidaré su realeza
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: "Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy, no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá en una tienda que me servía de santuario. Y, en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro?" Pues bien, di esto a mi siervo David: "Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra.
Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes como suelen los hombres, pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."" Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 88
R/.Le mantendré eternamente mi favor.
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / "Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades." R.
"Él me invocará: "Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora"; / y yo lo nombraré mi primogénito, / excelso entre los reyes de la tierra. R.
Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable; / le daré una posteridad perpetua / y un trono duradero como el cielo. R.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2Tim 1,1-8: Refrescando la memoria de tu fe sincera
Salmo 95: Cuenten las maravillas del Señor a todas las naciones.
Lc 10,1-9: La cosecha es abundante
Ayer como hoy, la cosecha sigue siendo abundante, pero los obreros pocos. La Iglesia nos propone celebrar hoy la fiesta de los Santos Timoteo y Tito, dos hombres que en un momento complejo, asumieron el mensaje de Jesús y lo testificaron con su manera concreta de vivir. La Palabra de Jesús nos recuerda, que ser fieles al Reino, es abandonar las estructuras de poder acuñadas en la conciencia, y que manifestamos en las relaciones que establecemos y en las instituciones que organizamos.
El mensajero de la Buena Noticia, debe ser un hombre de paz, pero una paz que sea fruto de la justicia social. La tarea de la evangelización le exige al creyente libertad para poder anunciar con valentía lo que es fundamental en su vivencia de la fe. Estamos invitados a dejarlo todo, las riquezas, la familia, las relaciones que no permiten el desarrollo concreto de la misión. La Paz que lleva el mensajero de la Buena Noticia, debe ser experimentada primeramente en el corazón del que acepta a Jesús con toda radicalidad, para que pueda ser manifestada a los demás hombres y mujeres del planeta. Anunciar el Evangelio no es fácil... ¿Estamos dispuestos a ser portadores de la Paz con justicia social anunciada por Jesús?
PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,4-17
Afirmaré después de ti la descendencia, y consolidaré su realeza
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: "Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy, no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá en una tienda que me servía de santuario. Y, en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro?" Pues bien, di esto a mi siervo David: "Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra.
Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes como suelen los hombres, pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."" Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 88
R/.Le mantendré eternamente mi favor.
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / "Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades." R.
"Él me invocará: "Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora"; / y yo lo nombraré mi primogénito, / excelso entre los reyes de la tierra. R.
Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable; / le daré una posteridad perpetua / y un trono duradero como el cielo. R.
EVANGELIO Lc 10, 1-9
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados, que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”.
Palabra del Señor.Tanto los Hechos de los apóstoles como las cartas de san Pablo, en algunas de las cuales figura como remitente junto a Pablo, nos proporcionan noticias sobre Timoteo; en otras cartas se mencionan encargos que le habían sido confiados, entre ellos la responsabilidad de la Iglesia de Éfeso. Timoteo, nacido en Listra, hijo de madre judía convertida al cristianismo y de padre griego, fue un estrecho colaborador de Pablo en la evangelización. Estuvo unido a él por un profundo y afectuoso vínculo filial y por los mismos propósitos, según el testimonio del propio apóstol.
De Tito, sólo habla Pablo en sus cartas. El perfil que de ellas resulta es el de un cristiano procedente del paganismo, firme en la fe, activo y generoso en la evangelización, hombre de paz que ama y se hace amar, dotado de buenas aptitudes de organización. La carta a él dirigida le presenta como responsable de la comunidad de Creta.
Comentario de la Primera lectura: 2 Timoteo 1,1-8
La segunda Carta a Timoteo, que puede ser fechada a finales del siglo I y pertenece a la escuela paulina, se presenta como el testamento espiritual del apóstol en vísperas del martirio. El autor conoce bien tanto las cartas auténticas de Pablo como las llamadas «deuteropaulinas», y sentimos el eco de las mismas desde el saludo inicial (v. 1) hasta la repetición de motivos entrañables al apóstol: el “espíritu de temor” (v. 7) recuerda el «espíritu de esclavos» de Rom 8,15; se exhorta a Timoteo a no avergonzarse de dar testimonio del Señor (v. 8), del mismo modo que Pablo no se avergüenza del Evangelio (Rom 1,16).
La carta se abre con expresiones de afecto y de estima, pero, sobre todo, de gratitud al Señor. Pablo reivindica para sí el título de «apóstol», que es consciente de merecer porque se ha hecho anunciador del Evangelio y porque ha sido fiel desde siempre al servicio de Dios «según me enseñaron mis mayores» (v. 3), subrayando la continuidad entre el seguimiento de Jesús y la fidelidad a la Ley judía. Es la misma continuidad señalada y aprobada con vigor en la experiencia de Timoteo, encaminado a la fe por su abuela y su madre judías, antes de ser cristiano.
También es característico de las cartas pastorales poner el acento en el carisma del pastor de almas, personificado idealmente por Timoteo y transmitido por el apóstol a través de la imposición de las manos (v. 6). Domina sobre el conjunto el tema del testimonio, dado por Pablo en las tribulaciones y en la cárcel, hasta el martirio, y confiado al discípulo Timoteo para que continúe el servicio «con la confianza puesta en el poder de Dios» (v. 8).
Comentario del Salmo 95
Este salmo pertenece a la familia de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión « ¡El Señor es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas invitaciones a la alabanza.
Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6) presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo. Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo, marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne procesión de venida...
La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor. Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte): « ¡El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.
En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión horizontal) con todo lo que contienen toda la creación está llamada a aclamar y celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no con amenazas ni infundiendo terror, sino corno expresión de la fiesta, junto con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor. A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.
Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo: “¡Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los dioses!” Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo».
El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada una de sus planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.
El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de Dios, Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes, causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).
El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué? Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia. Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta (11-12).
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10, 1-9
El fragmento, que se encuentra al final del evangelio de Lucas, sigue a la institución de la eucaristía y precede al relato de la pasión. Está situado entre dos predicciones de Jesús que forman una inclusión: el anuncio de la traición de Judas y el de la traición de Pedro. Son las últimas enseñanzas de Jesús, y resalta sobre todo la incomprensión y la inadecuación de los discípulos a la tarea que les va a ser confiada.
La cuestión sobre la que discuten los discípulos debía ser un tema recurrente en sus conversaciones: el mismo Lucas la había recordado ya al final del ministerio en Galilea (9,46), y los otros sinópticos (cf. Mc 9,34; Mt 18,1) la señalan en otros momentos de la vida de Jesús. La pregunta no está planteada directamente a Jesús, que, no obstante, capta —ciertamente con amargura— la preocupación de los discípulos y les responde recurriendo a tres imágenes de contraste: los reyes de la tierra, el señor y el siervo, el banquete del Reino. Los reyes gobiernan a los pueblos, poseen el poder y «reciben el nombre de bienhechores», pero, en el seguimiento de Jesús, el nombre y el poder no tienen valor. El señor que está sentado a la mesa y el siervo corresponden a roles concretos en la sociedad: en el comportamiento de Jesús están subvertidas las distinciones sociales. Y, por último, la imagen triunfal del Reino, la alegría del banquete, la autoridad del juicio sobre las tribus de Israel, son inseparables de las «pruebas» a las que están llamados Jesús y los suyos.
Muchos pasajes de los evangelios nos muestran a los discípulos, incluso en vísperas de la pasión y hasta después de la resurrección de Jesús, todavía incapaces de comprender su mensaje. Sin embargo, Jesús se muestra muy tolerante con ellos y les regaña de una manera suave. La inadecuación no da lugar al desaliento, sino que, al contrario, acentúa la confianza en la ayuda del Señor (cf. 2 Tim 1,7ss).
La sed de poder y el orgullo de las posiciones de prestigio son una de las tentaciones más fuertes para la humanidad, y no es casualidad que fuera una de las tres a las que fue sometido Jesús en el desierto. A lo largo de la historia, ha sido con frecuencia causa de pecado y ha provocado graves desgarros en la Iglesia. También nosotros caemos fácilmente en ella, porque nadie está inmune por completo a la pretensión de ser mejor que los otros. La perícopa evangélica nos muestra la respuesta de Jesús a esta codicia de sobresalir: existe verdaderamente un primado que debemos ambicionar, y es el primado en el servicio; existe una grandeza que debe fascinarnos, y es la grandeza de los pequeños.
Los discípulos están predestinados a la mesa del Reino y les está reservado el poder de «juzgar a las doce tribus de Israel». Sin embargo, la autoridad en la Iglesia procede de la gracia del Señor, no de la capacidad humana. Lo que habilita a ejercerla es haber «perseverado conmigo en mis pruebas» (Lc 22,28), haber sufrido con el apóstol por el Evangelio «con la confianza puesta en el poder de Dios» (2 Tim 1,8).
Comentario del Santo Evangelio: Lc 10 1-12, para nuestros Mayores. La misión de los setenta y dos.
Estamos ante una página evangélica, borrada durante siglos para los seglares. A mitad del siglo XIX, el nuncio de Bélgica, monseñor Fornan, escribía al Secretario del Vaticano: “Vivimos desgraciadamente en una época en la que todos se creen llamados al apostolado”. Pero, simultáneamente, escribía el P. Claret: “En estos tiempos Dios quiere que los seglares tengan una parte importante en la salvación de las almas”. Por si alguien tiene dudas y cree que el envío de los Doce no se refiere a todos los cristianos, Lucas ofrece el envío de los setenta y dos discípulos, para que quede bien patente que el anuncio del Evangelio no es sólo cometido de los pastores. Lo que les diferencia ellos de los seglares no es que ellos hayan de ser mensajeros por obligación y los seglares por devoción, sino en el modo de hacer el anuncio. Muchos cristianos, lastrados de clericalismo, creen que lo suyo es ser “clientes” en la Iglesia, “recibir la asistencia y los servicios de los pastores” olvidando su condición de “pueblo profético, llamado a publicar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (1 P 2,9), es decir, olvidando que son miembros activos del cuerpo eclesial, dotados con funciones y carismas para el servicio de la comunidad y el ejercicio de sumisión (1 P4,10-11; Rm 12,4-8; Ef. 4,11-13).
El Concilió Vaticano II con su Decreto sobre el apostolado de los seglares, Pablo VI con su EN, Juan Pablo II en NMI y en EIE se han esforzado por despertar el espíritu misionero en el pueblo de Dios sin mucha fortuna, por desgracia. Se sigue pensando que se trata de algo devocional, propio de entusiastas, de gente preparada, de personas con bastante tiempo. Sin embargo, hay que decir con toda contundencia que o la fe es misionera o no es fe; el cirio bautismal que no prende a otro, está apagado. El primer evangelizado es el evangelizador.
Posiblemente el Señor pronunció este discurso ante una escena de siega, como otros ante una de pesca. Esta segunda misión resalta mejor que la de los Doce la universalidad de la evangelización. Los enviados no están constituidos en autoridad. Su destinatario no es solamente el pueblo judío (Mt 10,5-6), cuyas doce tribus están representadas en los doce apóstoles, sino todas las naciones del mundo entonces conocido, simbolizado en la cifra 72. Las consignas que da Jesús a “todos” los misioneros se refieren al estilo, contenido y dificultades que entraña la misión.
— En primer término, los envía de dos en dos, en comunidad, aunque sea mínima. La misión no es una aventura individual. De “dos en dos” ya que para los judíos sólo el testimonio de al menos dos es válido. De “dos en dos” porque la reunión de dos tiene fuerza sacramental para hacer presente al Señor (Mt 18,20). Pedro y Juan, Pablo y sus compañeros son fieles a esta consigna y misionan en compañía.
— Han de vivir desinstalados, en constante itinerancia, más psicológica que física. No es cuestión de que los destinatarios se acerquen a preguntarnos por el mensaje; es preciso “ir” hacia ellos, evangelizarlos en su propia situación vital, y compartir la vida y la mesa con ellos; no es cuestión de recitar un símbolo de fe solamente.
— Hay que ir ligeros de equipaje gritando el Evangelio, las bienaventuranzas, con alegría en medio de la austeridad, liberados del consumismo atrapador, con absoluto desinterés no sólo de recompensa económica, sino también de prestigio, recompensa afectiva o éxito.
— Los enviados hemos de ser portadores de paz y bienestar. Somos enviados para ungir heridas, apagar rencores y suscitar la paz nacida de la justicia. Somos enviados como samaritanos. Y los preferidos en la misión han de ser los rotos, posesos, deprimidos, enfermos... Todo esto necesita, claro está, una hermenéutica actual.
El mensaje es breve y denso: “El Reino de Dios está cerca”. Dios hace la oferta de una sociedad nueva, que quiere edificar con nosotros y para nosotros; una sociedad de hermanos liberados y en paz; una comunidad que le reconoce como Padre universal.
Esta Buena Noticia genera solidaridad y fraternidad (Hch 2,42-46), pero provocará la hostilidad y persecución de quienes se sienten a gusto en la sociedad actual; empuñarán piedras para alejar a los que vienen a moverles la poltrona y a perturbar su paz perversa: “Os mando como corderos en medio de lobos”. La misión es urgente. Las gentes están extenuadas (Mc 6,34).
Siempre me ha llamado la atención la preocupación obsesiva de muchos cristianos por la suerte de sus difuntos. No escatiman gastos y misas para que sean “admitidos” en la gloria; en cambio, es insignificante su preocupación por la conversión y el cambio de vida, algo decisivo en la vida terrena, en la que ya de paso “se gustan los gozos celestiales”. Me impacta también la búsqueda afanosa e ingeniosa de un mayor nivel de vida... Si el amor es creativo, ¿por qué no ocurre lo mismo en el orden de la fe? Agustín habla con entusiasmo del afán ingenioso de su madre, Mónica, para buscarle medios de conversión: proporcionarle libros, hacerle encontradizo con presbíteros, orar llorando durante años... Y lo consiguió.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 10, 1-12 (10, 1-9/10, 1-12. 17-20/10, 5-6. 8-9), de Joven para Joven. Decid: el reino de Dios está cerca de vosotros.
En el comentario de la perícopa anterior (9, 57-62) hemos podido descubrir que el seguimiento de Jesús es terriblemente duro; nos arranca de la seguridad de la tierra y nos introduce en un contexto de camino que conduce hacia el Calvario. Pues bien, después de resaltar esa dureza nos damos cuenta de que su valor Fundamental reside en el hecho de que posibilita un esfuerzo misionero. Sólo aquéllos que siguiendo a Jesús se desprenden de los viejos intereses y valores de la tierra pueden anunciar hasta el final el don y la verdad del reino. Eso es lo que veladamente se decía en 9, 59-60; es lo que se afirma aquí de una manera clara.
En el comentario alusivo a la misión de los doce (9, 1-6) decíamos que la obra de Jesús se encuentra internamente abierta y se realiza a través de los discípulos. Aquellos doce siguen siendo el fundamento de toda la misión de la Iglesia. Pero junto a ellos Jesús ha escogido a otros muchos. La mies es grande y los obreros resultan siempre pocos. Nuestro texto alude a setenta y dos, número de plenitud y signo de todos los misioneros posteriores que anuncian el mensaje del reino en nuestra Iglesia (10, 1-12).
Esos setenta y dos misioneros están arraigados en el tiempo de Jesús, pero a la vez son signo de todos los obreros que el Señor resucitado está enviando en el tiempo de la Iglesia. Lo que en ellos interesa no es una posible función jerárquica, sino el trabajo misionero que realizan.
A través de esos discípulos la misión de Jesús alcanza todas las fronteras de la historia, llegando a su plenitud en la gran meta de la siega escatológica. Desde aquí, en el principio de la subida hacia Jerusalén, advertimos que el maestro no está solo. Camina con los suyos a la siega y con ellos lo encamina todo hacia su reino. De esta forma, la misión de los discípulos se integra en el camino de Jesús hacía su Padre.
Después de precisar el sentido que la misión recibe en el transfondo del camino de Jesús, tenemos que fijarnos explícitamente en alguno de sus rasgos más salientes:
a) El punto de partida está en el hecho de que el reino llega (10, 9. 11). No es la misión la que origina el reino, sino todo lo contrario; es el reino el que suscita misioneros que lo anuncien y dispongan. Por encima de todas las vacilaciones de los hombres está la certeza de que Dios salva, es decir, «el reino está llegando».
b) Mirado en sí mismo el reino viene como «paz». Por eso los misioneros tienen que invocar la paz de Dios sobre las casas y ciudades donde llegan. Recuérdese que, desde el trasfondo bíblico, esa paz no consiste en la ausencia de una guerra abierta, sino en la irrupción y la presencia de los bienes mesiánicos, entre los que se incluye fundamentalmente la abertura a Dios y la justicia interhumana.
c) La palabra de Jesús asegura al misionero la posibilidad de que se escuche su mensaje; todo el texto presupone que hay familias y ciudades que reciben la llamada sobre el reino. En esta situación se alude a la necesidad de un reparto de bienes. El mensajero dedicado enteramente a la tarea del reino ofrece gratuitamente la palabra; aquellos que le escuchan tienen que ofrecerle su hogar y su comida. Cada uno entrega lo que tiene y todos comparten fraternalmente sus haberes.
d) En el fondo de todo el mensaje de Jesús se alude, finalmente, a la posibilidad de un enfrentamiento. En ese caso, la situación de cada parte es diferente: los discípulos se encuentran como ovejas en manos de los lobos; carecen de la posibilidad de una defensa y no tienen más salida que el camino de Jesús, que les dirige hacia la L muerte. Los perseguidores, por su parte, corren el riesgo de un fracaso escatológico.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 10 21-24, de Joven para Joven. El envío de los setenta y dos discípulos.
Lucas resalta expresamente que el Señor envía a los discípulos. Considerando que, para Lucas, “Señor” es un título cristológico, puede notarse en la redacción del texto la predicación de la Iglesia. Los 72 discípulos se diferencian de los Doce. En la transmisión del texto, la mención del número oscila: 70 o 72. En el Antiguo Testamento, el número 70 era importante: setenta miembros de la familia de Santiago emigraron a Egipto (Ex 1,5); setenta de los más ancianos ascienden con Moisés y Aarón al monte de Dios (Ex 24,1.9; Nm 11,16.24). El número 72 aparece solamente una vez en el Antiguo Testamento, en Nm 31,38. Setenta y dos eruditos traducen el Antiguo Testamento al griego; el texto griego cuenta setenta y dos pueblos en Gn 10. Así es que ambos números tienen un profundo significado simbólico. Independientemente de esto, el número 72 refleja la organización del envío a los pueblos paganos. Con ello, Lucas prepara su concepción de la difusión del Evangelio como la relata en los Hechos de los apóstoles. Los apóstoles predican primero en Israel (Hch 2-7), luego anuncian la Palabra en Samaria (Hch 8) y, finalmente, la anuncian a los paganos (Hch 10).
La composición total, o sea, envío de los Doce (Lc 9,1- 6.10), llegada a un pueblo samaritano (Lc 9,52-56) y envío de los Setenta y dos (10,1-16), se convierte en un modelo de la difusión del Evangelio.
En el anuncio profético del Juicio, la cosecha aparece como imagen del Juicio de Dios sobre Israel (Os 6,11; Is 17,5; 21,10; 28.28; Jer 13,24). También ilustra que a cada uno se le perdonará conforme a sus acciones (Jer 17,10; Os 10,12- 13). La bendición de Dios se representa con la imagen de una cosecha cien veces mayor (Gn 26,12), y la alegría por una gran cosecha sirve como descripción de la futura Salvación (Am 9,13; Jl 4,18). En la predicación eclesiástica, la imagen de la cosecha generalmente indica la misión, pero también puede entenderse como la culminación escatológica.
Lucas pone en claro en esta imagen que la Salvación es completa y que, como tal, también es una realidad. Por ello, se requiere la ayuda de los colaboradores, para que la abundancia de la Salvación pueda ser conocida.
La imagen de las ovejas entre los lobos procede de la apocalíptica judaica. En el libro de Enoc, se simboliza a Israel con la imagen de una oveja que, debido a sus malas acciones, es abandonada a merced de los leones, tigres, lobos, hienas y zorros (Enoc 89,55). Jesús Sira pone en claro, mediante la imagen de ovejas y lobos, que los justos no andan con los blasfemos (Sir 1,17).
En Lucas, la imagen ciertamente podría ser una alusión a que el anuncio del Reino de Dios va asociado a la persecución o, en su defecto, al desprecio: el destino de los discípulos corresponde al destino de Jesús; el camino de Jesús es el camino a Jerusalén, un camino a la cruz.
Para el camino de los discípulos no hay equipaje: ni un monedero, ni una bolsa de provisiones, ni unas sandalias.
De forma similar lo había formulado Lucas en 9,3: No lleven nada para el camino, ni un bastón de viaje, ni una bolsa de provisiones, ni un pan, ni una segunda túnica.
Pese a la diferencia de expresión entre Lc 9,3 y Lc 10,4, no se puede constatar ninguna diferencia esencial en el contenido. Se trata de la renuncia a todo lo superfluo, incluso a ciertas cosas que parecen necesarias.
Llama la atención la prohibición del saludo. El término griego utilizado por Lucas significa saludar a alguien, entrar en casa de alguien, visitar a alguien. O sea, no se trata solamente del saludo, sino también de la visita: Lc 10,4 es una prohibición de visitar. Esto está en relación con las palabras del seguimiento en Lc 9,58-62. La entrega al Señorío de Dios no tolera ningún aplazamiento. Este compromiso no deberá ser interferido por otros intereses.
De acuerdo con el antiguo derecho oriental, los mensajeros solamente ejecutan las órdenes del que los envió. Por ello, lo que tienen que decir no es su propia opinión; más bien, ellos transmiten el mensaje del que los envío.
Con ello, Jesús une su palabra a la de los discípulos. Su anuncio es una continuación de lo que él anunció. Del mismo modo, Jesús relaciona su obra con su envío por parte del Padre, así que los discípulos, al anunciar el mensaje de Jesús, también anuncian la Palabra de Dios. Lucas no excluye la responsabilidad y el lenguaje individual de cada predicador. Esto lo demuestran los discursos de Pedro y Pablo en los Hechos de los apóstoles.
Como los Doce, también los 72 experimentan que su obra es exitosa (Lc 9,10). Hasta los demonios les obedecen.
De acuerdo con el pensamiento judío, Satanás tiene un reino de poderes enemigos de Dios. A él están subordinados los demonios. Él es el autor del pecado y la blasfemia. Su existencia se remonta a la caída de los ángeles, relatada en Gn 6,1-4. En los círculos apocalípticos se esperaba una repetición de la caída de Satanás. Las palabras de Jesús parecen hacer alusión a dicho concepto. Con la obra de Jesús llegó el fin del dominio de Satanás.
En su propia obra, los discípulos experimentaron el final del poder de Satanás.
Por la comunión de los discípulos con Jesús, los peligros del poder satánico ya no les pueden afectar. Sin embargo, es decisivo que sus nombres están registrados en el cielo. Los nombres de los elegidos están en el libro de la vida, y los nombres de los blasfemos serán borrados de éste (Ex 32,32- 33; Is 4,3; Sal 69,29). Este concepto judío del Antiguo Testamento también está cimentado en la tradición cristiana (Hch 20,15).
En la mayoría de los casos, esta oración de Jesús es calificada como grito de júbilo. Estructuralmente, es un himno. Éste se inicia con la exhortación a la alabanza (aquí, en primera persona singular); a ello se añade el encabezado. Sigue una fundamentación en dos frases paralelas. Esta oración concluye nuevamente con una afirmación.
Jesús se dirige a Dios como Padre y a sus discípulos les enseña a hablar a Dios como al “Padre nuestro” (Lc 11,2). Los sabios y entendidos son confrontados con los menores (nêpiois). El término griego utilizado por Lucas sirve para ilustrar un comportamiento o una situación; en la mayoría de los casos, éste término tiene un significado negativo. En este caso, el sentido metafórico es el de ignorante y se concibe como opuesto a culto. El término expresa así el contraste social.
Revelar, en el contexto apocalíptico-escatológico, no significa simplemente descubrir algo que antes estaba oculto, sino iluminar un hecho cuyo verdadero carácter se encuentra oculto.
Aquí, Lucas se remonta al anuncio hecho por los ángeles en el nacimiento de Jesús (Lc 2,14).
Así, esta oración de Jesús tiene el siguiente significado: alabanza y agradecimiento al Padre no solamente por el éxito referente al anuncio del Reino de Dios, sino también porque los incultos, es decir, la gente pequeña, conoce el Reino de Dios y lo comprende de tal manera que tienen la atención y el apoyo de Dios (Lc 2,14). En efecto, los poderosos y entendidos de este mundo no comprenden esto.
Aquí se realza acentuadamente la unidad de Padre e Hijo. Llama la atención la figura lingüística exterior; las dos frases centrales están construidas paralelamente, de manera que el Padre y el Hijo se encuentran en una mutua correlación: nadie sabe quién es el Hijo, sino solamente el Padre, y nadie sabe quién es el Padre, sino solamente el Hijo. La obra del Hijo es, en su más interno núcleo, la obra del Padre; mediante la obra del Hijo, la obra del Padre se hace visible y conocible. Solamente los que experimentan en la obra de Jesús el Reino de Dios pueden entender esta conexión interna: los incultos y la gente pequeña (Lc 10,21). Esto les fue revelado a los discípulos; por eso les corresponde la alabanza (literalmente: bienaventurados los ojos que ven, lo que ustedes ven).
Elevación Espiritual para este día.
El que, muriendo a todas las pasiones de la carne, vive ahora espiritualmente debe ser conducido de todas las maneras a convertirse en ejemplo de vida; ha pospuesto en todo el éxito mundano; no teme ninguna adversidad; sólo desea los bienes interiores. Plenamente conforme con su íntima disposición, no le contrarrestan ni el cuerpo, con su debilidad; ni el espíritu, con su orgullo. No se ve arrastrado a desear los bienes ajenos, sino que se muestra generoso con los suyos. Por sus entrañas de misericordia se pliega muy pronto al perdón, pero no se desvía de la más alta rectitud, considerando las cosas con más indulgencia de lo que conviene. No hace nada ilícito, pero llora como propio el mal cometido por otros. Compadece la debilidad ajena con todo el afecto del corazón, goza con los bienes del prójimo como si fueran éxitos suyos. En todo lo que hace se muestra imitable a los otros, de suerte que no tiene que avergonzarse ni siquiera por hechos pasados. Procura vivir de tal modo que esté en condiciones de irrigar, con las aguas de la doctrina, los áridos corazones del prójimo. Ha aprendido por propia experiencia, a través de la práctica de la oración, que puede obtener de Dios lo que pida, pues de él ha dicho de manera especial la palabra profética: «Mientras todavía estés hablando, diré: Heme aquí, aquí estoy» (Gregorio Magno).
Reflexión Espiritual para el día.
Los obispos deben dedicarse a su labor apostólica como testigos de Cristo delante de los hombres, interesándose no sólo por los que ya siguen al Príncipe de los Pastores, sino consagrándose totalmente a los que de alguna manera perdieron el camino de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia salvadora de Cristo, para que todos caminen «en toda bondad, justicia y verdad» (Ef. 5,9) (Christus Dominus, decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio pastoral de los obispos, n. 11).
En la edificación de la Iglesia, los presbíteros deben vivir con todos con exquisita delicadeza, a ejemplo del Señor. Deben comportarse no según el beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestándoles como a hijos amadísimos, según las palabras del apóstol: «Insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorto con toda longanimidad y doctrina» (2 Tim 4,2).
Por lo cual atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó (Presbyterorum ordinis, decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 6).
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2 Tim 1, 1-8 y 1, 6-14 (1, 1-3. 6-12/1, 6-8. 13-14/1, 13-14; 2, 1-3/1, 8b-10). El profetismo no siempre tiene buena prensa.
Pablo insiste, como siempre, en el origen sobrenatural de su vocación: él es apóstol «por voluntad de Dios».
Es muy curioso observar que Pablo, al escribir al judío Timoteo, le recuerde que «da culto a Dios, como sus antepasados». Efectivamente, Timoteo era hijo de padre griego y de madre judía (He 16, 1-3): ya era cristiano, cuando Pablo lo encontró en Derbe; pero, para evitar un conflicto inútil, lo circuncidó «en atención a los judíos que había en aquellos lugares». Pablo defendía a capa y espada la no necesidad de pasar por la circuncisión para ser cristiano: la fe en Cristo podía obtenerse simplemente desde la propia situación de pagano. Ahora bien, se había acordado estratégicamente que los judíos admitidos al cristianismo procedieran de la circuncisión; el caso de Timoteo estaba claro: su madre era judía y eso bastaba, según la tradición, para considerarlo como tal. Así se explica aquel acto de condescendencia, que nos muestra a un Pablo firme en sus convicciones, pero dotado de la suficiente flexibilidad en un momento concreto de la praxis.
Esta condición de judío la sigue subrayando, cuando a continuación habla de la madre y de la abuela de Timoteo, que debieron ser unas piadosas judías y que a lo mejor no se habían hecho cristianas. Pablo nos da un admirable ejemplo de libertad religiosa y de ecumenismo: su fe cristiana empalmaba directamente con su realidad religiosa anterior, en la cual coincidía también con aquellas piadosas mujeres que siguieron su vieja y ancestral ruta religiosa, sin quizá ingresar en la comunidad cristiana.
A continuación Pablo recuerda a Timoteo que un día le impusieron las manos. Este rito, del que habla ya 1Tim 4, 14, era realizado por la «asamblea de los presbíteros», entre los cuales estaba el propio Pablo.
Ahora bien, esta imposición de manos trasmitía a Timoteo «un don de Dios»: como vemos, es un lenguaje muy poco jurista. ¿Y en qué consistía primordialmente ese don?
No se trataba de «timidez, sino de fortaleza y de amor y de dominio propio»: probablemente el ambiente de la comunidad de Timoteo está dominado por el temor a las nacientes persecuciones, de las que ya iba siendo víctima el cristianismo primitivo. Un cristiano «ordenado» debe ser un cristiano fuerte y batallador, no un dirigente tímido y excesivamente prudente «según la carne»…
Por eso Pablo recuerda a Timoteo que «no debe avergonzarse del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero»: en un primer momento, la proclamación del Evangelio no estaba rodeada de ningún prestigio; las autoridades imperiales romanas sólo lo presentaban como un puro acto subversivo e incluso criminal. Estaban muy lejos los tiempos en que el «martirio» pudiera considerarse como un acto de heroísmo. Es lo que pasa con los comienzos de toda actitud profética: el «establishment» se presenta revestido de toda honorabilidad; por eso, todo acto que lo ponga en peligro viene considerado, incluso por los mejores, como una locura ingenua o incluso como un intento de socavar el orden y el bienestar de una sociedad bien constituida. El profetismo de los primeros momentos no está acompañado por el clamor y el aplauso de una prensa contestataria, sino por el silencio sepulcral de los buenos y de los mejores. Se trata de un «profetismo inconfesado e inconfesable».
Aquella era la situación de la comunidad, a cuyo frente estaba el viejo Timoteo. Por eso se explica que evoque con tanta precisión aquellos recuerdos y consejos que antaño le había transmitido su inolvidable maestro.
De este maestro suyo recuerda que, cuando estuvo en la prisión, le decía que «no se avergonzaba del Evangelio, porque sabía perfectamente de quién se había fiado». Pablo murió en la soledad, sin el menor aplauso de sus «hinchas»… Murió en el terrible y maravilloso islote de la fe.
Esto es lo que recomienda a su discípulo «que guarde el depósito». Como es claro, no se trata de un elenco escolástico de afirmaciones religiosas, sino de mucho más: de la propia fe en Cristo resucitado, a pesar de la impopularidad de un gesto semejante.
De Tito, sólo habla Pablo en sus cartas. El perfil que de ellas resulta es el de un cristiano procedente del paganismo, firme en la fe, activo y generoso en la evangelización, hombre de paz que ama y se hace amar, dotado de buenas aptitudes de organización. La carta a él dirigida le presenta como responsable de la comunidad de Creta.
Comentario de la Primera lectura: 2 Timoteo 1,1-8
La segunda Carta a Timoteo, que puede ser fechada a finales del siglo I y pertenece a la escuela paulina, se presenta como el testamento espiritual del apóstol en vísperas del martirio. El autor conoce bien tanto las cartas auténticas de Pablo como las llamadas «deuteropaulinas», y sentimos el eco de las mismas desde el saludo inicial (v. 1) hasta la repetición de motivos entrañables al apóstol: el “espíritu de temor” (v. 7) recuerda el «espíritu de esclavos» de Rom 8,15; se exhorta a Timoteo a no avergonzarse de dar testimonio del Señor (v. 8), del mismo modo que Pablo no se avergüenza del Evangelio (Rom 1,16).
La carta se abre con expresiones de afecto y de estima, pero, sobre todo, de gratitud al Señor. Pablo reivindica para sí el título de «apóstol», que es consciente de merecer porque se ha hecho anunciador del Evangelio y porque ha sido fiel desde siempre al servicio de Dios «según me enseñaron mis mayores» (v. 3), subrayando la continuidad entre el seguimiento de Jesús y la fidelidad a la Ley judía. Es la misma continuidad señalada y aprobada con vigor en la experiencia de Timoteo, encaminado a la fe por su abuela y su madre judías, antes de ser cristiano.
También es característico de las cartas pastorales poner el acento en el carisma del pastor de almas, personificado idealmente por Timoteo y transmitido por el apóstol a través de la imposición de las manos (v. 6). Domina sobre el conjunto el tema del testimonio, dado por Pablo en las tribulaciones y en la cárcel, hasta el martirio, y confiado al discípulo Timoteo para que continúe el servicio «con la confianza puesta en el poder de Dios» (v. 8).
Comentario del Salmo 95
Este salmo pertenece a la familia de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión « ¡El Señor es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas invitaciones a la alabanza.
Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6) presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo. Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo, marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne procesión de venida...
La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor. Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte): « ¡El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.
En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión horizontal) con todo lo que contienen toda la creación está llamada a aclamar y celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no con amenazas ni infundiendo terror, sino corno expresión de la fiesta, junto con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor. A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.
Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo: “¡Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los dioses!” Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo».
El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada una de sus planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.
El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de Dios, Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes, causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).
El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué? Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia. Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta (11-12).
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10, 1-9
El fragmento, que se encuentra al final del evangelio de Lucas, sigue a la institución de la eucaristía y precede al relato de la pasión. Está situado entre dos predicciones de Jesús que forman una inclusión: el anuncio de la traición de Judas y el de la traición de Pedro. Son las últimas enseñanzas de Jesús, y resalta sobre todo la incomprensión y la inadecuación de los discípulos a la tarea que les va a ser confiada.
La cuestión sobre la que discuten los discípulos debía ser un tema recurrente en sus conversaciones: el mismo Lucas la había recordado ya al final del ministerio en Galilea (9,46), y los otros sinópticos (cf. Mc 9,34; Mt 18,1) la señalan en otros momentos de la vida de Jesús. La pregunta no está planteada directamente a Jesús, que, no obstante, capta —ciertamente con amargura— la preocupación de los discípulos y les responde recurriendo a tres imágenes de contraste: los reyes de la tierra, el señor y el siervo, el banquete del Reino. Los reyes gobiernan a los pueblos, poseen el poder y «reciben el nombre de bienhechores», pero, en el seguimiento de Jesús, el nombre y el poder no tienen valor. El señor que está sentado a la mesa y el siervo corresponden a roles concretos en la sociedad: en el comportamiento de Jesús están subvertidas las distinciones sociales. Y, por último, la imagen triunfal del Reino, la alegría del banquete, la autoridad del juicio sobre las tribus de Israel, son inseparables de las «pruebas» a las que están llamados Jesús y los suyos.
Muchos pasajes de los evangelios nos muestran a los discípulos, incluso en vísperas de la pasión y hasta después de la resurrección de Jesús, todavía incapaces de comprender su mensaje. Sin embargo, Jesús se muestra muy tolerante con ellos y les regaña de una manera suave. La inadecuación no da lugar al desaliento, sino que, al contrario, acentúa la confianza en la ayuda del Señor (cf. 2 Tim 1,7ss).
La sed de poder y el orgullo de las posiciones de prestigio son una de las tentaciones más fuertes para la humanidad, y no es casualidad que fuera una de las tres a las que fue sometido Jesús en el desierto. A lo largo de la historia, ha sido con frecuencia causa de pecado y ha provocado graves desgarros en la Iglesia. También nosotros caemos fácilmente en ella, porque nadie está inmune por completo a la pretensión de ser mejor que los otros. La perícopa evangélica nos muestra la respuesta de Jesús a esta codicia de sobresalir: existe verdaderamente un primado que debemos ambicionar, y es el primado en el servicio; existe una grandeza que debe fascinarnos, y es la grandeza de los pequeños.
Los discípulos están predestinados a la mesa del Reino y les está reservado el poder de «juzgar a las doce tribus de Israel». Sin embargo, la autoridad en la Iglesia procede de la gracia del Señor, no de la capacidad humana. Lo que habilita a ejercerla es haber «perseverado conmigo en mis pruebas» (Lc 22,28), haber sufrido con el apóstol por el Evangelio «con la confianza puesta en el poder de Dios» (2 Tim 1,8).
Comentario del Santo Evangelio: Lc 10 1-12, para nuestros Mayores. La misión de los setenta y dos.
Estamos ante una página evangélica, borrada durante siglos para los seglares. A mitad del siglo XIX, el nuncio de Bélgica, monseñor Fornan, escribía al Secretario del Vaticano: “Vivimos desgraciadamente en una época en la que todos se creen llamados al apostolado”. Pero, simultáneamente, escribía el P. Claret: “En estos tiempos Dios quiere que los seglares tengan una parte importante en la salvación de las almas”. Por si alguien tiene dudas y cree que el envío de los Doce no se refiere a todos los cristianos, Lucas ofrece el envío de los setenta y dos discípulos, para que quede bien patente que el anuncio del Evangelio no es sólo cometido de los pastores. Lo que les diferencia ellos de los seglares no es que ellos hayan de ser mensajeros por obligación y los seglares por devoción, sino en el modo de hacer el anuncio. Muchos cristianos, lastrados de clericalismo, creen que lo suyo es ser “clientes” en la Iglesia, “recibir la asistencia y los servicios de los pastores” olvidando su condición de “pueblo profético, llamado a publicar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (1 P 2,9), es decir, olvidando que son miembros activos del cuerpo eclesial, dotados con funciones y carismas para el servicio de la comunidad y el ejercicio de sumisión (1 P4,10-11; Rm 12,4-8; Ef. 4,11-13).
El Concilió Vaticano II con su Decreto sobre el apostolado de los seglares, Pablo VI con su EN, Juan Pablo II en NMI y en EIE se han esforzado por despertar el espíritu misionero en el pueblo de Dios sin mucha fortuna, por desgracia. Se sigue pensando que se trata de algo devocional, propio de entusiastas, de gente preparada, de personas con bastante tiempo. Sin embargo, hay que decir con toda contundencia que o la fe es misionera o no es fe; el cirio bautismal que no prende a otro, está apagado. El primer evangelizado es el evangelizador.
Posiblemente el Señor pronunció este discurso ante una escena de siega, como otros ante una de pesca. Esta segunda misión resalta mejor que la de los Doce la universalidad de la evangelización. Los enviados no están constituidos en autoridad. Su destinatario no es solamente el pueblo judío (Mt 10,5-6), cuyas doce tribus están representadas en los doce apóstoles, sino todas las naciones del mundo entonces conocido, simbolizado en la cifra 72. Las consignas que da Jesús a “todos” los misioneros se refieren al estilo, contenido y dificultades que entraña la misión.
— En primer término, los envía de dos en dos, en comunidad, aunque sea mínima. La misión no es una aventura individual. De “dos en dos” ya que para los judíos sólo el testimonio de al menos dos es válido. De “dos en dos” porque la reunión de dos tiene fuerza sacramental para hacer presente al Señor (Mt 18,20). Pedro y Juan, Pablo y sus compañeros son fieles a esta consigna y misionan en compañía.
— Han de vivir desinstalados, en constante itinerancia, más psicológica que física. No es cuestión de que los destinatarios se acerquen a preguntarnos por el mensaje; es preciso “ir” hacia ellos, evangelizarlos en su propia situación vital, y compartir la vida y la mesa con ellos; no es cuestión de recitar un símbolo de fe solamente.
— Hay que ir ligeros de equipaje gritando el Evangelio, las bienaventuranzas, con alegría en medio de la austeridad, liberados del consumismo atrapador, con absoluto desinterés no sólo de recompensa económica, sino también de prestigio, recompensa afectiva o éxito.
— Los enviados hemos de ser portadores de paz y bienestar. Somos enviados para ungir heridas, apagar rencores y suscitar la paz nacida de la justicia. Somos enviados como samaritanos. Y los preferidos en la misión han de ser los rotos, posesos, deprimidos, enfermos... Todo esto necesita, claro está, una hermenéutica actual.
El mensaje es breve y denso: “El Reino de Dios está cerca”. Dios hace la oferta de una sociedad nueva, que quiere edificar con nosotros y para nosotros; una sociedad de hermanos liberados y en paz; una comunidad que le reconoce como Padre universal.
Esta Buena Noticia genera solidaridad y fraternidad (Hch 2,42-46), pero provocará la hostilidad y persecución de quienes se sienten a gusto en la sociedad actual; empuñarán piedras para alejar a los que vienen a moverles la poltrona y a perturbar su paz perversa: “Os mando como corderos en medio de lobos”. La misión es urgente. Las gentes están extenuadas (Mc 6,34).
Siempre me ha llamado la atención la preocupación obsesiva de muchos cristianos por la suerte de sus difuntos. No escatiman gastos y misas para que sean “admitidos” en la gloria; en cambio, es insignificante su preocupación por la conversión y el cambio de vida, algo decisivo en la vida terrena, en la que ya de paso “se gustan los gozos celestiales”. Me impacta también la búsqueda afanosa e ingeniosa de un mayor nivel de vida... Si el amor es creativo, ¿por qué no ocurre lo mismo en el orden de la fe? Agustín habla con entusiasmo del afán ingenioso de su madre, Mónica, para buscarle medios de conversión: proporcionarle libros, hacerle encontradizo con presbíteros, orar llorando durante años... Y lo consiguió.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 10, 1-12 (10, 1-9/10, 1-12. 17-20/10, 5-6. 8-9), de Joven para Joven. Decid: el reino de Dios está cerca de vosotros.
En el comentario de la perícopa anterior (9, 57-62) hemos podido descubrir que el seguimiento de Jesús es terriblemente duro; nos arranca de la seguridad de la tierra y nos introduce en un contexto de camino que conduce hacia el Calvario. Pues bien, después de resaltar esa dureza nos damos cuenta de que su valor Fundamental reside en el hecho de que posibilita un esfuerzo misionero. Sólo aquéllos que siguiendo a Jesús se desprenden de los viejos intereses y valores de la tierra pueden anunciar hasta el final el don y la verdad del reino. Eso es lo que veladamente se decía en 9, 59-60; es lo que se afirma aquí de una manera clara.
En el comentario alusivo a la misión de los doce (9, 1-6) decíamos que la obra de Jesús se encuentra internamente abierta y se realiza a través de los discípulos. Aquellos doce siguen siendo el fundamento de toda la misión de la Iglesia. Pero junto a ellos Jesús ha escogido a otros muchos. La mies es grande y los obreros resultan siempre pocos. Nuestro texto alude a setenta y dos, número de plenitud y signo de todos los misioneros posteriores que anuncian el mensaje del reino en nuestra Iglesia (10, 1-12).
Esos setenta y dos misioneros están arraigados en el tiempo de Jesús, pero a la vez son signo de todos los obreros que el Señor resucitado está enviando en el tiempo de la Iglesia. Lo que en ellos interesa no es una posible función jerárquica, sino el trabajo misionero que realizan.
A través de esos discípulos la misión de Jesús alcanza todas las fronteras de la historia, llegando a su plenitud en la gran meta de la siega escatológica. Desde aquí, en el principio de la subida hacia Jerusalén, advertimos que el maestro no está solo. Camina con los suyos a la siega y con ellos lo encamina todo hacia su reino. De esta forma, la misión de los discípulos se integra en el camino de Jesús hacía su Padre.
Después de precisar el sentido que la misión recibe en el transfondo del camino de Jesús, tenemos que fijarnos explícitamente en alguno de sus rasgos más salientes:
a) El punto de partida está en el hecho de que el reino llega (10, 9. 11). No es la misión la que origina el reino, sino todo lo contrario; es el reino el que suscita misioneros que lo anuncien y dispongan. Por encima de todas las vacilaciones de los hombres está la certeza de que Dios salva, es decir, «el reino está llegando».
b) Mirado en sí mismo el reino viene como «paz». Por eso los misioneros tienen que invocar la paz de Dios sobre las casas y ciudades donde llegan. Recuérdese que, desde el trasfondo bíblico, esa paz no consiste en la ausencia de una guerra abierta, sino en la irrupción y la presencia de los bienes mesiánicos, entre los que se incluye fundamentalmente la abertura a Dios y la justicia interhumana.
c) La palabra de Jesús asegura al misionero la posibilidad de que se escuche su mensaje; todo el texto presupone que hay familias y ciudades que reciben la llamada sobre el reino. En esta situación se alude a la necesidad de un reparto de bienes. El mensajero dedicado enteramente a la tarea del reino ofrece gratuitamente la palabra; aquellos que le escuchan tienen que ofrecerle su hogar y su comida. Cada uno entrega lo que tiene y todos comparten fraternalmente sus haberes.
d) En el fondo de todo el mensaje de Jesús se alude, finalmente, a la posibilidad de un enfrentamiento. En ese caso, la situación de cada parte es diferente: los discípulos se encuentran como ovejas en manos de los lobos; carecen de la posibilidad de una defensa y no tienen más salida que el camino de Jesús, que les dirige hacia la L muerte. Los perseguidores, por su parte, corren el riesgo de un fracaso escatológico.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 10 21-24, de Joven para Joven. El envío de los setenta y dos discípulos.
Lucas resalta expresamente que el Señor envía a los discípulos. Considerando que, para Lucas, “Señor” es un título cristológico, puede notarse en la redacción del texto la predicación de la Iglesia. Los 72 discípulos se diferencian de los Doce. En la transmisión del texto, la mención del número oscila: 70 o 72. En el Antiguo Testamento, el número 70 era importante: setenta miembros de la familia de Santiago emigraron a Egipto (Ex 1,5); setenta de los más ancianos ascienden con Moisés y Aarón al monte de Dios (Ex 24,1.9; Nm 11,16.24). El número 72 aparece solamente una vez en el Antiguo Testamento, en Nm 31,38. Setenta y dos eruditos traducen el Antiguo Testamento al griego; el texto griego cuenta setenta y dos pueblos en Gn 10. Así es que ambos números tienen un profundo significado simbólico. Independientemente de esto, el número 72 refleja la organización del envío a los pueblos paganos. Con ello, Lucas prepara su concepción de la difusión del Evangelio como la relata en los Hechos de los apóstoles. Los apóstoles predican primero en Israel (Hch 2-7), luego anuncian la Palabra en Samaria (Hch 8) y, finalmente, la anuncian a los paganos (Hch 10).
La composición total, o sea, envío de los Doce (Lc 9,1- 6.10), llegada a un pueblo samaritano (Lc 9,52-56) y envío de los Setenta y dos (10,1-16), se convierte en un modelo de la difusión del Evangelio.
En el anuncio profético del Juicio, la cosecha aparece como imagen del Juicio de Dios sobre Israel (Os 6,11; Is 17,5; 21,10; 28.28; Jer 13,24). También ilustra que a cada uno se le perdonará conforme a sus acciones (Jer 17,10; Os 10,12- 13). La bendición de Dios se representa con la imagen de una cosecha cien veces mayor (Gn 26,12), y la alegría por una gran cosecha sirve como descripción de la futura Salvación (Am 9,13; Jl 4,18). En la predicación eclesiástica, la imagen de la cosecha generalmente indica la misión, pero también puede entenderse como la culminación escatológica.
Lucas pone en claro en esta imagen que la Salvación es completa y que, como tal, también es una realidad. Por ello, se requiere la ayuda de los colaboradores, para que la abundancia de la Salvación pueda ser conocida.
La imagen de las ovejas entre los lobos procede de la apocalíptica judaica. En el libro de Enoc, se simboliza a Israel con la imagen de una oveja que, debido a sus malas acciones, es abandonada a merced de los leones, tigres, lobos, hienas y zorros (Enoc 89,55). Jesús Sira pone en claro, mediante la imagen de ovejas y lobos, que los justos no andan con los blasfemos (Sir 1,17).
En Lucas, la imagen ciertamente podría ser una alusión a que el anuncio del Reino de Dios va asociado a la persecución o, en su defecto, al desprecio: el destino de los discípulos corresponde al destino de Jesús; el camino de Jesús es el camino a Jerusalén, un camino a la cruz.
Para el camino de los discípulos no hay equipaje: ni un monedero, ni una bolsa de provisiones, ni unas sandalias.
De forma similar lo había formulado Lucas en 9,3: No lleven nada para el camino, ni un bastón de viaje, ni una bolsa de provisiones, ni un pan, ni una segunda túnica.
Pese a la diferencia de expresión entre Lc 9,3 y Lc 10,4, no se puede constatar ninguna diferencia esencial en el contenido. Se trata de la renuncia a todo lo superfluo, incluso a ciertas cosas que parecen necesarias.
Llama la atención la prohibición del saludo. El término griego utilizado por Lucas significa saludar a alguien, entrar en casa de alguien, visitar a alguien. O sea, no se trata solamente del saludo, sino también de la visita: Lc 10,4 es una prohibición de visitar. Esto está en relación con las palabras del seguimiento en Lc 9,58-62. La entrega al Señorío de Dios no tolera ningún aplazamiento. Este compromiso no deberá ser interferido por otros intereses.
De acuerdo con el antiguo derecho oriental, los mensajeros solamente ejecutan las órdenes del que los envió. Por ello, lo que tienen que decir no es su propia opinión; más bien, ellos transmiten el mensaje del que los envío.
Con ello, Jesús une su palabra a la de los discípulos. Su anuncio es una continuación de lo que él anunció. Del mismo modo, Jesús relaciona su obra con su envío por parte del Padre, así que los discípulos, al anunciar el mensaje de Jesús, también anuncian la Palabra de Dios. Lucas no excluye la responsabilidad y el lenguaje individual de cada predicador. Esto lo demuestran los discursos de Pedro y Pablo en los Hechos de los apóstoles.
Como los Doce, también los 72 experimentan que su obra es exitosa (Lc 9,10). Hasta los demonios les obedecen.
De acuerdo con el pensamiento judío, Satanás tiene un reino de poderes enemigos de Dios. A él están subordinados los demonios. Él es el autor del pecado y la blasfemia. Su existencia se remonta a la caída de los ángeles, relatada en Gn 6,1-4. En los círculos apocalípticos se esperaba una repetición de la caída de Satanás. Las palabras de Jesús parecen hacer alusión a dicho concepto. Con la obra de Jesús llegó el fin del dominio de Satanás.
En su propia obra, los discípulos experimentaron el final del poder de Satanás.
Por la comunión de los discípulos con Jesús, los peligros del poder satánico ya no les pueden afectar. Sin embargo, es decisivo que sus nombres están registrados en el cielo. Los nombres de los elegidos están en el libro de la vida, y los nombres de los blasfemos serán borrados de éste (Ex 32,32- 33; Is 4,3; Sal 69,29). Este concepto judío del Antiguo Testamento también está cimentado en la tradición cristiana (Hch 20,15).
En la mayoría de los casos, esta oración de Jesús es calificada como grito de júbilo. Estructuralmente, es un himno. Éste se inicia con la exhortación a la alabanza (aquí, en primera persona singular); a ello se añade el encabezado. Sigue una fundamentación en dos frases paralelas. Esta oración concluye nuevamente con una afirmación.
Jesús se dirige a Dios como Padre y a sus discípulos les enseña a hablar a Dios como al “Padre nuestro” (Lc 11,2). Los sabios y entendidos son confrontados con los menores (nêpiois). El término griego utilizado por Lucas sirve para ilustrar un comportamiento o una situación; en la mayoría de los casos, éste término tiene un significado negativo. En este caso, el sentido metafórico es el de ignorante y se concibe como opuesto a culto. El término expresa así el contraste social.
Revelar, en el contexto apocalíptico-escatológico, no significa simplemente descubrir algo que antes estaba oculto, sino iluminar un hecho cuyo verdadero carácter se encuentra oculto.
Aquí, Lucas se remonta al anuncio hecho por los ángeles en el nacimiento de Jesús (Lc 2,14).
Así, esta oración de Jesús tiene el siguiente significado: alabanza y agradecimiento al Padre no solamente por el éxito referente al anuncio del Reino de Dios, sino también porque los incultos, es decir, la gente pequeña, conoce el Reino de Dios y lo comprende de tal manera que tienen la atención y el apoyo de Dios (Lc 2,14). En efecto, los poderosos y entendidos de este mundo no comprenden esto.
Aquí se realza acentuadamente la unidad de Padre e Hijo. Llama la atención la figura lingüística exterior; las dos frases centrales están construidas paralelamente, de manera que el Padre y el Hijo se encuentran en una mutua correlación: nadie sabe quién es el Hijo, sino solamente el Padre, y nadie sabe quién es el Padre, sino solamente el Hijo. La obra del Hijo es, en su más interno núcleo, la obra del Padre; mediante la obra del Hijo, la obra del Padre se hace visible y conocible. Solamente los que experimentan en la obra de Jesús el Reino de Dios pueden entender esta conexión interna: los incultos y la gente pequeña (Lc 10,21). Esto les fue revelado a los discípulos; por eso les corresponde la alabanza (literalmente: bienaventurados los ojos que ven, lo que ustedes ven).
Elevación Espiritual para este día.
El que, muriendo a todas las pasiones de la carne, vive ahora espiritualmente debe ser conducido de todas las maneras a convertirse en ejemplo de vida; ha pospuesto en todo el éxito mundano; no teme ninguna adversidad; sólo desea los bienes interiores. Plenamente conforme con su íntima disposición, no le contrarrestan ni el cuerpo, con su debilidad; ni el espíritu, con su orgullo. No se ve arrastrado a desear los bienes ajenos, sino que se muestra generoso con los suyos. Por sus entrañas de misericordia se pliega muy pronto al perdón, pero no se desvía de la más alta rectitud, considerando las cosas con más indulgencia de lo que conviene. No hace nada ilícito, pero llora como propio el mal cometido por otros. Compadece la debilidad ajena con todo el afecto del corazón, goza con los bienes del prójimo como si fueran éxitos suyos. En todo lo que hace se muestra imitable a los otros, de suerte que no tiene que avergonzarse ni siquiera por hechos pasados. Procura vivir de tal modo que esté en condiciones de irrigar, con las aguas de la doctrina, los áridos corazones del prójimo. Ha aprendido por propia experiencia, a través de la práctica de la oración, que puede obtener de Dios lo que pida, pues de él ha dicho de manera especial la palabra profética: «Mientras todavía estés hablando, diré: Heme aquí, aquí estoy» (Gregorio Magno).
Reflexión Espiritual para el día.
Los obispos deben dedicarse a su labor apostólica como testigos de Cristo delante de los hombres, interesándose no sólo por los que ya siguen al Príncipe de los Pastores, sino consagrándose totalmente a los que de alguna manera perdieron el camino de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia salvadora de Cristo, para que todos caminen «en toda bondad, justicia y verdad» (Ef. 5,9) (Christus Dominus, decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio pastoral de los obispos, n. 11).
En la edificación de la Iglesia, los presbíteros deben vivir con todos con exquisita delicadeza, a ejemplo del Señor. Deben comportarse no según el beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestándoles como a hijos amadísimos, según las palabras del apóstol: «Insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorto con toda longanimidad y doctrina» (2 Tim 4,2).
Por lo cual atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó (Presbyterorum ordinis, decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 6).
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2 Tim 1, 1-8 y 1, 6-14 (1, 1-3. 6-12/1, 6-8. 13-14/1, 13-14; 2, 1-3/1, 8b-10). El profetismo no siempre tiene buena prensa.
Pablo insiste, como siempre, en el origen sobrenatural de su vocación: él es apóstol «por voluntad de Dios».
Es muy curioso observar que Pablo, al escribir al judío Timoteo, le recuerde que «da culto a Dios, como sus antepasados». Efectivamente, Timoteo era hijo de padre griego y de madre judía (He 16, 1-3): ya era cristiano, cuando Pablo lo encontró en Derbe; pero, para evitar un conflicto inútil, lo circuncidó «en atención a los judíos que había en aquellos lugares». Pablo defendía a capa y espada la no necesidad de pasar por la circuncisión para ser cristiano: la fe en Cristo podía obtenerse simplemente desde la propia situación de pagano. Ahora bien, se había acordado estratégicamente que los judíos admitidos al cristianismo procedieran de la circuncisión; el caso de Timoteo estaba claro: su madre era judía y eso bastaba, según la tradición, para considerarlo como tal. Así se explica aquel acto de condescendencia, que nos muestra a un Pablo firme en sus convicciones, pero dotado de la suficiente flexibilidad en un momento concreto de la praxis.
Esta condición de judío la sigue subrayando, cuando a continuación habla de la madre y de la abuela de Timoteo, que debieron ser unas piadosas judías y que a lo mejor no se habían hecho cristianas. Pablo nos da un admirable ejemplo de libertad religiosa y de ecumenismo: su fe cristiana empalmaba directamente con su realidad religiosa anterior, en la cual coincidía también con aquellas piadosas mujeres que siguieron su vieja y ancestral ruta religiosa, sin quizá ingresar en la comunidad cristiana.
A continuación Pablo recuerda a Timoteo que un día le impusieron las manos. Este rito, del que habla ya 1Tim 4, 14, era realizado por la «asamblea de los presbíteros», entre los cuales estaba el propio Pablo.
Ahora bien, esta imposición de manos trasmitía a Timoteo «un don de Dios»: como vemos, es un lenguaje muy poco jurista. ¿Y en qué consistía primordialmente ese don?
No se trataba de «timidez, sino de fortaleza y de amor y de dominio propio»: probablemente el ambiente de la comunidad de Timoteo está dominado por el temor a las nacientes persecuciones, de las que ya iba siendo víctima el cristianismo primitivo. Un cristiano «ordenado» debe ser un cristiano fuerte y batallador, no un dirigente tímido y excesivamente prudente «según la carne»…
Por eso Pablo recuerda a Timoteo que «no debe avergonzarse del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero»: en un primer momento, la proclamación del Evangelio no estaba rodeada de ningún prestigio; las autoridades imperiales romanas sólo lo presentaban como un puro acto subversivo e incluso criminal. Estaban muy lejos los tiempos en que el «martirio» pudiera considerarse como un acto de heroísmo. Es lo que pasa con los comienzos de toda actitud profética: el «establishment» se presenta revestido de toda honorabilidad; por eso, todo acto que lo ponga en peligro viene considerado, incluso por los mejores, como una locura ingenua o incluso como un intento de socavar el orden y el bienestar de una sociedad bien constituida. El profetismo de los primeros momentos no está acompañado por el clamor y el aplauso de una prensa contestataria, sino por el silencio sepulcral de los buenos y de los mejores. Se trata de un «profetismo inconfesado e inconfesable».
Aquella era la situación de la comunidad, a cuyo frente estaba el viejo Timoteo. Por eso se explica que evoque con tanta precisión aquellos recuerdos y consejos que antaño le había transmitido su inolvidable maestro.
De este maestro suyo recuerda que, cuando estuvo en la prisión, le decía que «no se avergonzaba del Evangelio, porque sabía perfectamente de quién se había fiado». Pablo murió en la soledad, sin el menor aplauso de sus «hinchas»… Murió en el terrible y maravilloso islote de la fe.
Esto es lo que recomienda a su discípulo «que guarde el depósito». Como es claro, no se trata de un elenco escolástico de afirmaciones religiosas, sino de mucho más: de la propia fe en Cristo resucitado, a pesar de la impopularidad de un gesto semejante.
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