martes, 2 de febrero de 2010

Día 02-02-2010. Ciclo C.

Martes 2 de febrero de 2010. 4ª semana del tiempo ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C). FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR. LA PURICACIÓN DE MARIA. NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA, DE COPACABANA, DE LA CALLE. SS. Lorenzo ob, Burcardo ob.

LITURGIA DE LA PALABRA.
Mal 3,1-4: "Miren, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí”.
Salmo: 23: “El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria”
Heb 2,14-18:: “De nuestra carne y sangre participó también Jesús”
Lc 2,22-40: Presentación de Jesús en el Templo
En esta fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo el texto de Lucas nos repite cuatro veces que lo que hicieron
José y María era “de acuerdo a la Ley” o “para cumplir la Ley”. Todo esto es una manera muy sutil de mostrarnos la condición humana y la inserción plena de Jesús en la vida de su pueblo Israel (tema que se resalta en la segunda lectura). Pero la vida de ese niño que hoy es presentado terminará siendo un proyecto de salvación para todo el pueblo y trascenderá “todas las naciones”.
Los pastores, los magos de Oriente, Simeón y Ana son parte del ciclo de las Presentaciones de Jesús a distintos grupos de su tiempo que debemos interpolar al hoy nuestro. En ese niño se nos ha manifestado la Grandeza de Dios, su Misericordia y su Alianza, que ha trascendido a todos los pueblos. No olvidemos que ese niño también es “signo de contradicción” porque desenmascara, al fin de cuentas, las intenciones torcidas que a veces llevamos, el egoísmo y la violencia que habitan en nuestros corazones. Podríamos decir que también hoy se nos presenta a nosotros la salvación. En la fiesta de hoy se concentra todo el misterio mesiánico de Jesús. Ya veremos a ese niño cuando crezca en estatura, sabiduría y gracia desplegando su mensaje de salvación por toda la tierra. ¿Seremos capaces de maravillarnos por todas las cosas que se dicen de él? ¿Percibimos a Jesús como Luz que ilumina?

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA.

PRIMERA LECTURA.
Malaquías 3,1-4
Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis 
Así dice el Señor: "Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos."
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 23
R/.El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria. 
¡Portones!, alzad los dinteles, / que se alcen las antiguas compuertas: / va a entrar el Rey de la gloria. R.
-¿Quién es ese Rey de la gloria? / -El Señor, héroe valeroso; / el Señor, héroe de la guerra. R.
¡Portones!, alzad los dinteles, / que se alcen las antiguas compuertas: / va a entrar el Rey de la gloria. R.
-¿Quién es ese Rey de la gloria? / -El Señor, Dios de los ejércitos. / Él es el Rey de la gloria. R.

SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 2,14-18
Tenía que parecerse en todo a sus hermanos 
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaba la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO
Lucas 2,22-40
Mis ojos han visto a tu Salvador 
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor.


Esta celebración, a la que sería más propio llamar «fiesta del encuentro» (del griego Hypapánte), se desarrollaba ya en Jerusalén en el siglo IV. Con Justiniano, en el año 534, se volvió obligatoria en Constantinopla, y con el papa Sergio I, de origen oriental, también en Occidente, con una procesión a la basílica de Santa María la Mayor que se celebraba en Roma. La bendición de las candelas (de donde proviene la denominación de «candelaria») se remonta al siglo X.

Comentario de la Primera lectura: Malaquías 3,1-4
Dos son los mensajeros presentados por el profeta, y el uno introduce al otro: el que prepara el camino al Señor que viene y el de la alianza, el Esperado. Ángel significa «mensajero» en griego: es interesante que la traducción se refiera al primero como mensajero y reserve el término “ángel”, atribuido por lo general a una criatura celeste, al segundo. Con ello se pretende ayudar a distinguir entre el que es sólo precursor y el Mesías suspirado, de origen divino. A través de la sombra elocuente de la figura se pretende señalar, en perspectiva, al Bautista y a Cristo. Uno realizará la tarea del Redentor, el otro la de su Precursor. Uno entrará en el templo, el otro sólo le preparará el acceso. Y Aquel que entrará en el templo santificará en sí mismo los ministros y el culto mediante la ofrenda pura de la nueva alianza.

Comentario del Salmo 23 Al igual que los salmos 15 y 134, este es un salmo litúrgico. Se llaman así porque recuerdan un rito muy antiguo. Los versículos 3-6 están prácticamente calcados del salmo 15, en el que tenemos la liturgia de la puerta. Aquí además de esta, tenemos otro fragmento de liturgia (7-10), algo parecido a una procesión con el Arca de la Alianza.
Todo parece indicar que el salmo 24 ha sido objeto de diversas adaptaciones a lo largo de su existencia. Tal como se encuentra hoy, podemos distinguir en él tres partes: 1b-2; 3-6 7-10. En la primera (1b-2) tenemos un himno de alabanza. En él se reconoce que el mundo pertenece a quien lo ha creado, es decir, al Señor. La segunda (3-6) está compuesta por una pregunta (3) y su respuesta (4-6). Esta parte es muy parecida al salmo 15, que trata de las condiciones que se exigen para participar de los festejos en el atrio del templo de Jerusalén (las principales fiestas duraban una semana). Es la liturgia de la puerta. La tercera parte (7-10) contiene una exhortación que se repite (7.9), dirigida a los portones (del templo o de la ciudad de Jerusalén), para que se abran y permitan la entrada del la gloria; contiene una pregunta repetida (8ª.10ª) y la respuesta que se repite con ligeras variaciones (8b. l0b).
Para entender mejor la primera parte (hay que tener presente cómo se concebía el mundo en la época en que nació este salmo. Se creía que la tierra era una superficie plana, sostenida por columnas invisibles. Estas columnas hundían sus cimientos en la profundidad de los océanos (cf. Sal 46,3-4). El Señor había sido el autor de tal proeza arquitectónica. Por eso le pertenece la tierra y lo que contiene, el orbe y sus habitantes.
En la forma en que este salmo se encuentra en nuestros días, las partes primera y segunda parecen constituir himnos que el pueblo cantaría durante una procesión solemne.
El salmo 23 recuerda una procesión con el Arca de la Alianza, a semejanza de lo que se narra en 2Sam 6, 1-9. No se sabe con precisión si los portones que se mencionan en los versículos 7a y 9a son los de la ciudad o los del templo. Lo cierto es que la procesión se desarrollaba en medio de la fiesta y la alegría, y en ella el pueblo cantaría las dos primeras partes de este salmo.
La primera parte tiene un aspecto polémico en relación con la idolatría. El orbe, sus habitantes y todas las cosas que hay en la tierra son criaturas de Dios, a diferencia de lo que afirman los adoradores de ídolos. El Señor se presenta como arquitecto que ha fundado la tierra sobre los mares y la ha afianzado sobre los ríos.
En la segunda parte, la procesión ha llegado ya a las puertas. Se desarrolla, entonces, la liturgia de la puerta (cf Sal 15). El pueblo pregunta por las condiciones para poder entrar (en la ciudad o en el templo) y participar así en los festejos. La respuesta entra una vez más en polémica con los ídolos. Y presenta como condiciones la justicia (manos inocentes), la integridad (pureza de corazón), el rechazo de los ídolos y la rectitud en las relaciones con la gente, sobre todo en los tribunales (Dt 5,20). Esta liturgia de la puerta entra en polémica con los ritos vacíos y contra una religión de mera apariencia. La segunda parte concluye con una afirmación solemne: buscar el rostro de Dios significa cumplir con todos estos requisitos.
La tercera parte presenta un diálogo, repetido, entre el pueblo y los guardianes de las puertas. El pueblo pide que se alcen los portones para que pueda entrar el Rey de la gloria. Los que las guardan preguntan quién es ese Rey de la gloria, y el pueblo responde que es el Señor. Tras este diálogo, ciertamente se abrían las puertas y el Arca entraba en el lugar más sagrado y reserva do del templo de Jerusalén.
Cada una de las partes de este salmo presenta un rasgo característico de Dios. En la primera se refuerza la idea de que Dios es el creador de la tierra y Señor del mundo. En la segunda se presenta a Dios como el aliado de Israel: para responder al compromiso de la Alianza, el pueblo de Dios tiene que establecer unas relaciones de justicia, de integridad y rectitud. No poner en práctica estas condiciones es tanto como confiar en los ídolos y apartarse del Señor. En la tercera, el Señor es presentado como Rey de los Ejércitos, como un héroe valeroso, un héroe de la guerra. En todas ellas, se trata siempre del Dios que camina con el pueblo y habita en medio de él.
En determinadas ocasiones, el Arca de la Alianza era considerada como una especie de general que lideraba el ejército de Israel en sus luchas por la independencia y la libertad. Más tarde, durante la época del exilio en Babilonia, los ejércitos de Israel pasaron a ser las estrellas y los astros. Esto suponía una crítica a la idolatría de los babilonios, que adoraban los astros del cielo.
En cualquier caso, la expresión «Rey de la gloria» implica siempre una crítica del poder absoluto. Este salmo proclama que sólo el Señor es Rey. Y el Arca de la Alianza mantiene viva su presencia como compañero y aliado del pueblo.

Jesús denunció la liturgia y los ritos vacíos de su tiempo (puede verse lo que se dijo a propósito del salmo 15). Al margen de esto, podemos recordar cómo entró en Jerusalén aclamado por el pueblo (Mt 21,1-11; Mc 11,1-11; Lc 19,28-38; Jn 12,12-16), como aquel que había establecido la nueva y definitiva Alianza entre Dios y la humanidad. El Arca recordaba que Dios caminaba en medio de su pueblo. Ahora bien, Jesús vivió con y para el pueblo, sobre todo, los empobrecidos y marginados de Galilea.
Este salmo recupera la religiosidad popular, el sentido de las romerías, de las procesiones. Lleva a pensar en la liturgia como celebración de la vida y expresión de la fe. Ayuda a superar el ritualismo y una religiosidad de apariencias.

Comentario de La Segunda lectura: Hebreos 2,14-18 «Carne» y «sangre» fueron reducidos por el enemigo al poder de la «muerte». Carne y sangre vienen de Cristo, Dios hecho hombre, divinizados y liberados de tal esclavitud. La raza de Abrahán queda así restituida a la vida. Y no sólo eso, sino que, como alianza perenne del misterio de la fe, misterio de la redención y misterio de la resurrección de la carne para la vida eterna, he aquí que el divino Hijo unigénito se presenta no sólo como el primero entre muchos hermanos, sino que se hizo para ellos también sumo sacerdote, mediador en su ser humano-divino de la fidelidad de Dios, Padre de la vida. El sumo sacerdote es definido, en efecto, como «misericordioso», porque viene y lo hace «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación».

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 2,22-40
Se presenta en el texto una secuencia interesante con el verbo «ver»: ver la muerte, ver al Mesías, ver la salvación. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, se convierte en testigo de que “todas las cosas se cumplieron” según la ley, para que surja el Evangelio. Un Niño «signo de contradicción», una Madre llamada a una maternidad mesiánica de dolor junto a su redentor, y un anciano temeroso de Dios son los protagonistas del resumen de todo el Evangelio. Antigua y nueva alianza, Navidad y Pascua: aquí se encuentran en figura todos los misterios de la salvación, aquí se recapitula la historia, se le da cumplimiento en el tiempo, respondiendo a la colaboración y a la expectativa de los justos de todos los tiempos: José y Ana.
Podemos considerar la fiesta que hoy celebramos como un puente entre la Navidad y la Pascua. La Madre de Dios constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo, símbolo y profecía de su sacerdocio de amor y de dolor en el Gólgota. Esta fiesta mantiene en Oriente la riqueza bíblica del título «encuentro»: encuentro «histórico» entre el Niño divino y el anciano Simeón, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la profecía y la realidad y, en la primera presentación oficial, entre Dios y su pueblo. En un sentido simbólico y en una dimensión escatológica, «encuentro» significa asimismo el abrazo de Dios con la humanidad redimida y la Iglesia (Ana y Simeón) o la Jerusalén celestial (el templo). En efecto, el templo y la Jerusalén antigua ya han pasado cuando el Rey divino entra en su casa llevado por María, verdadera puerta del cielo que introduce a Aquel que es el cielo, en el tiempo nuevo y espiritual de la humanidad redimida. A través de ella es como Simeón, experto y temeroso testigo de las divinas promesas y de las expectativas humanas, saluda en aquel Recién nacido la salvación de todos los pueblos y tiene entre sus brazos la «luz para iluminar a las naciones» y la «gloria de tu pueblo, Israel».

Comentario del Santo Evangelio: (Lc 2,22-40), para nuestros Mayores. María y José cuidan de Jesús. El evangelista nos presenta en este pasaje a la sagrada Familia cuarenta días después del nacimiento de Jesús. José y María llevan al niño al templo, donde es consagrado al Señor, Allí lo encuentran las dos personas ancianas, Simeón y Ana, que creen en las promesas de Dios y que, llenas de gozo, pueden experimentar que Dios cumple lo que promete. En las palabras dirigidas a María, Simeón tiende la mirada hacia delante, hacia el tiempo en que Jesús no vivirá ya con su madre, hacia el tiempo en que le toque llevar a cabo su misión. Al final, la sagrada Familia retorna a Nazaret, donde Jesús crece junto a María y José. La sagrada Familia se manifiesta aquí en sus más variadas relaciones y tareas. Lejos de ser una familia cerrada en sí misma, vive en medio del pueblo de Israel y bajo la Ley del Señor. En correspondencia con la edad y el desarrollo del niño, cambian las tareas de los padres y su relación con él.
María y José no se preocupan sólo del bien físico del hijo. Lo introducen en las santas normas que Dios ha dado a su pueblo. A los ocho días del nacimiento, el niño es circuncidado (cf. Lev 12,3) y acogido en la alianza estipulada por Dios con Abrahán. A los cuarenta días de su nacimiento, los padres lo llevan al templo. Este es el día en que una mujer que ha dado a luz un hijo varón debe presentar la ofrenda para la purificación (Lev 12,1-8). Como ofrendas, son previstas por la Ley una oveja o una paloma. María ofrece dos palomas, tal como estaba permitido a los pobres. Su ofrenda manifiesta que ella es madre de un hijo y que es una mujer pobre.
Puesto que es el primogénito (2,7), Jesús, según la Ley, pertenece a Dios (Ex 13,2.12-15). Esta disposición recuerda que todo pertenece realmente a Dios, puesto que él lo ha creado todo. El hombre puede reconocer este hecho restituyendo a Dios, en el sacrificio, algo que ha recibido de él. Según la Ley, los machos primogénitos de los animales debían ser sacrificados, mientras que los hijos primogénitos debían ser rescatados con dinero.
Lucas no dice que Jesús fuera rescatado, sino que fue presentado al Señor, que fue consagrado. Jesús pertenece a Dios de un modo singular, ya que María lo ha concebido por obra del Espíritu Santo. En conformidad con esto, el ángel había afirmado en el relato de la vocación de María: «Por eso, el niño será llamado santo e Hijo de Dios» (1,35). El templo es el lugar de la presencia particular de Dios en medio de su pueblo. María lleva a la casa de Dios a aquel que ella ha recibido por el poder de Dios y lo ha engendrado. Reconoce que este hijo no le pertenece a ella, sino que pertenece a Dios. En brazos de María, Jesús va por primera vez a la casa de su Padre. Volverá al templo a los doce años, también con María y José, pero esta vez por  su propio pie. Cuando se quede en el templo sin enterarse sus padres y, después de haberlo buscado, les responda si no sabían que debía ocuparse en las cosas de su Padre (cf. 2,49), les hará comprender de un modo duro y doloroso que él no les pertenece, que él está sometido ante todo a la voluntad de Dios. Mucho es lo que los padres hacen por sus hijos a lo largo de los años. Pero no por eso han de pensar que tienen algún derecho sobre ellos y que pueden prescribir su vida. Los hijos, no obstante, tienen el deber de respetar al padre y a la madre (Ex 20,12).
Simeón y Ana personifican al pueblo de Israel y compendian la historia de este pueblo con Dios. Creen en las promesas de Dios y esperan ardientemente que lleguen a cumplimiento. Habitualmente son las personas ancianas las más vinculadas a las raíces de un pueblo; las que, desde esas raíces, le transmiten la sabia vital, impidiendo que se agoste en una superficialidad estéril. Habitualmente son también estas personas las que mejor conocen el valor de la vinculación a Dios, depositando en él toda su confianza y reservando tiempo para la oración. Su contribución es insustituible para las familias y para la formación de las jóvenes generaciones. Simeón, el anciano, puede tomar en brazos al niño y puede reconocer y proclamar cuál es su significado para Israel y para todos los pueblos. Puede experimentar con gozo que Dios mantiene su palabra y cumple sus promesas.
Simeón bendice a María y a José, Él, que por su larga experiencia conoce la bondad y la fidelidad de Dios, pone a María y a José bajo la bendición de Dios. Con esta bendición cumplirán todas las exigencias y responsabilidades contraídas frente al crecimiento de Jesús. Las palabras que Simeón dirige después a María apuntan, sobrepasando el momento presente, hacia el tiempo en que Jesús lleve cabo su misión. Simeón dice a María: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida. Así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma» (2,34-35). Jesús no será el Mesías aclamado por todos. El hecho de que algunos lo reconozcan y otros lo rechacen tendrá consecuencias para María. La espada es el instrumento con el que se hiere y se mata. Tiene por naturaleza un carácter hostil a la vida. El alma es para el hombre la fuente y el centro de toda la vida. Lo que le sobrevenga a Jesús, que será odiado y amenazado, golpeará a María en su vida más íntima como una espada, hiriéndola y dañándola. En esta experiencia dolorosa se pone de manifiesto precisamente la unión total, íntima y cordial de María con Jesús: la vida de Jesús es su misma vida; las ofensas a Jesús son ofensas a ella; el destino de Jesús es su propio destino. Aunque para la sagrada Familia termine el tiempo de la cercanía y de la vida en común, María seguirá siempre junto a su hijo en lo más íntimo de su ser.
Este tiempo, sin embargo, no ha llegado todavía. María y José regresan con el niño a Nazaret. Por muchos años, esta es la patria y el lugar de comunión de la sagrada Familia, con una vida modesta, con los gozos y preocupaciones de cada día. De Jesús se dice: «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba» (2,40). Bajo la protección y la bendición de Dios, y sostenido por el amor y los cuidados de María y de José, el niño puede crecer y progresar. Estos primeros años son el tiempo de la mayor cercanía y de la más estrecha vinculación. La familia es una comunión íntima, con una única vida, en cuyo centro está el niño y su bien.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 2,22-40, de Joven para Joven. Mis ojos han visto a tu Salvador. Memoria conjunta de Cristo y de María. La fiesta de la Presentación del Señor se llamó anteriormente Purificación de María. “Para poder asimilar plenamente su amplísimo contenido, la fiesta del 2 de febrero, a la que se le ha restituido la denominación de la “Presentación del Señor”, debe ser considerada como memoria conjunta del Hijo y de la Madre. Esto es, celebración de un misterio de la salvación realizado por Cristo, al cual la Virgen estuvo íntimamente unida como madre del Siervo doliente de Yavé, como ejecutora de una misión referida al antiguo Israel, y como modelo del nuevo pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza por el sufrimiento y la persecución” (MC 7).
Tomado del evangelio de la infancia de Jesús según Lucas, leemos hoy el relato de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén. Los relatos de la infancia de Jesús, según Lucas y Mateo, siguen el género literario del midrash haggádico que enriquece e interpreta un hecho histórico-teológico con citas, tipos y referencias viejotestamentarias. En el pasaje de hoy subyace intencionalmente el parangón con la presentación del niño Samuel, después gran profeta, por su madre Ana al sacerdote Elí, según leemos en el primer libro de Samuel (1,24s).
María y José acuden con el niño Jesús al templo de Jerusalén para cumplir la doble prescripción de la ley mosaica: presentación del primogénito varón al Señor y purificación de la madre a los cuarenta días del parto.
Proclamación mesiánica en el templo. Las palabras del evangelio de hoy en boca del anciano Simeón constituyen el punto central y básico del relato, y contienen una proclamación en su primera parte, y una profecía en la segunda. Simeón, al igual que Ana la profetisa, encarna la expectativa mesiánica del pueblo israelita; y su intervención es un compendio de cristología, pues bajo la inspiración del Espíritu Santo llama a Jesús salvador, luz de las naciones y gloria de Israel. Ideas que recoge el Prefacio de esta fiesta y que dan el enfoque exacto del misterio que hoy celebramos.
La proclamación solemne, casi oficial, de Jesús en el mismo templo de Jerusalén, como el mesías esperado, se expresa a base de un conglomerado de citas del segundo Isaías, referentes al Siervo de Yavé.
Es la relectura mesiánica y pascual que del hecho de la presentación hacen la comunidad cristiana y el evangelista.
Propio de Lucas, cristiano de origen griego y que escribe preferentemente para no judíos, es el realce que da, en labios de Simeón, a la universalidad de la salvación de Dios: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”, Dichoso este anciano a quien el paso de los años, en vez de apagar su pupila, le dio una visión más aguda y penetrante para ver en aquella oblación, que parecía tan rutinaria como una de tantas, a una pareja distinta y a un niño sin par, el mesías de Dios.
A continuación entra en escena la profetisa Ana, que viene a sumarse a Simeón en la esperanza de cuantos aguardaban la liberación de Israel. Este es el grupo de los sencillos a quienes el Padre revela el misterio de Cristo y del reino de Dios; los que saben leer bajo signos tan pobres y corrientes la manifestación de Dios en la humanidad de su hijo, Cristo Jesús.
Profecía de Simeón: una bandera discutida. La segunda parte de la intervención del anciano se dirige a María, la madre de Jesús, que centra el hilo narrativo del evangelio de la infancia según Lucas. “Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma”. Después del mensaje de proclamación mesiánica se anuncia el drama paradójico de Cristo, como un contraluz hiriente a los ojos. En ese drama doloroso, la pasión del Señor, María tiene también su participación con Jesús, quien más tarde confirmaría las palabras de Simeón diciendo: No he venido a la tierra para sembrar paz sino espadas.
El paso del tiempo verificó y sigue verificando la profecía de Simeón: Jesús y su mensaje fueron y son signo de contradicción.
El conflicto de Cristo con las autoridades religiosas de su tiempo se resolvió, como tantas veces en la historia, en términos de violencia cuya primera víctima fue Jesús mismo.
Cristo y su evangelio siguen siendo contestados y dividen a los hombres; división que se traduce hoy con características propias. No se trata tanto de una opción a favor o en contra, cuanto de una actitud de fe o de increencia. Pero el tipo de increencia que hoy priva no suele ser el ateísmo militante y combativo, sino más bien el agnosticismo, la abstención, la indiferencia religiosa. Simplemente se pasa de Dios; o se intenta pasar. Porque no es tan fácil prescindir de él. La pregunta sobre Dios es la más constante en la historia del hombre, a pesar de todos los cambios, revoluciones y progreso técnico; pero varía en su formulación.
¿Qué “presentación de Dios” es la más apta para hoy? Los profundos cambios socioculturales que se vienen produciendo en nuestra sociedad lanzan un reto y propician una oportunidad para una nueva evangelización de la fe, que pasará necesariamente por una crisis de madurez y purificación. Misión de la Iglesia y del cristiano, misión nuestra, es saber presentar hoy a Cristo ante los hombres y ser testigos de la luz que es Cristo mismo, para iluminar a cuantos caminan en tinieblas y sombras de muerte.
 

Elevación Espiritual para este día. Añadimos también el esplendor de los cirios, bien para mostrar el divino esplendor de Aquel que viene, por el que resplandecen todas las cosas y, expulsadas las horrendas tinieblas, quedan iluminadas de manera abundante por la luz eterna; bien para manifestar en grado máximo el esplendor del alma, con el que es necesario que nosotros vayamos al encuentro de Cristo. En efecto, del mismo modo que la integérrima Virgen y Madre de Dios llevó encerrada con los pañales a la verdadera luz y la mostró a los que yacían en las tinieblas, así también nosotros, iluminados por el esplendor de estos cirios y teniendo entre las manos la luz que se muestra a todos, apresurémonos a salir al encuentro de Aquel que es la verdadera luz (Sofronio de Jerusalén, + 638).

Reflexión Espiritual para el día. ¿Cómo se comporta Simeón ante la grandiosa perspectiva que ve abrirse para su pueblo, en el despuntar de los nuevos tiempos mesiánicos? Con pocas palabras, nos enseña el desprendimiento, la libertad de espíritu y la pureza de corazón. Nos enseña cómo afrontar con serenidad ese momento delicado de la vida que es la jubilación. Simeón mira su muerte con serenidad. No le importa tener una parte y un nombre en la incipiente era mesiánica; está contento de que se realice la obra de Dios; con él o sin él, es asunto que carece de importancia.
El Nunc dimittis no nos sirve sólo para la hora de nuestra muerte o de nuestra jubilación. Nos incita ahora a vivir y a trabajar con este espíritu, a liberar la casa que construimos, pequeña o grande, de modo que podamos dejarla con la serenidad y la paz de Simeón. A vivir con el espíritu de la pascua: con la cintura ceñida, el bastón en la mano, puestas las sandalias, preparados para abrir al mismo Señor cuando llame a la puerta. Para poder hacer esto, es necesario que también nosotros, como el anciano Simeón, «estrechemos al niño Jesús en nuestros brazos». Con él estrechado contra nuestro corazón, todo es más fácil. Simeón mira con tanta serenidad su propia muerte porque sabe que ahora también volverá a encontrar, más allá de la muerte, al mismo Señor y que será un estar todavía con él, de otro modo.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Malaquías 3, 1-4; 4, 5-6 y 3, 1-7a (3, 1-4). Depuración del sacerdocio levítico. Su principio nos hace pensar casi instintivamente en Juan el Bautista, el que vino a preparar los caminos del Señor. Sobre todo cuando la Liturgia une este pasaje al relacionado con el redivivo Elías. Pero el profeta del s. V iba por caminos muy distintos, ya que sus preocupaciones no coincidían con las nuestras.
Si hubiera pensado en un personaje concreto, nos lo habría manifestado de algún modo. De hecho no es así, Yavé, Rey grande, tiene sus mensajeros. Al pensar en el día del juicio y la justicia realizada por Yavé, éste enviará por delante su mensajero. En principio, cualquiera que con su predicación prepara a los hombres para la llegada del Juez, Yavé. Cuando Yavé venga a los hombres hecho hombre en la persona de Jesús de Nazaret y juzgue al mundo muriendo en la Cruz, sólo entonces sabremos que Juan el Bautista ha sido el principal mensajero que preparara su camino.
 Lo importante, pues, no era el mensajero, era la certeza de la venida de Dios para juzgar al mundo. En ese día hasta los justos se sentirán sucios; cuando Yavé juzgue no según criterios humanos, sino según su propia justicia, la misma que, acrisolando, justifica. Las imágenes del fuego y la lejía son tan expresivas por sí mismas, que cualquier valoración resultaría insulsa.
No así lo que se echa en esta refinería, «los hijos de Leví», el sacerdocio levítico. La purificación comienza por donde más pecado hay. Y no es que estas palabras del profeta sean una contradicción de lo dicho en 1, 11; 2, 2. 8-9. El cambio radical que allí se anuncia queda en firme. Pero mientras llega, Yavé habilitará un culto tradicional, «como en los días pasados». No perfecto, como el ya anunciado, pero sí apto, en la pedagogía divina, hasta tanto llegue el verdadero.
La purificación iniciada en el clero se hace extensiva «pronto» a todas las clases sociales. La enumeración de abusos y pecados no es exhaustiva sino inclusiva. El autor ha escogido los más significativos de aquel momento. Los «hechiceros» y cultores de artes ocultas y mágicas, cuya pena es la muerte (Ex 22, 17); el «adulterio», situación que pretendía normalizarse (Mal 2, 14) y expresamente prohibida en el decálogo (Ex 20, 14); la ausencia de seriedad en los juicios; los «opresores», se incluyen las múltiples formas de injusticia y violencia social contra el obrero, aparte las tipificadas en la expresión «viuda, huérfano y forastero», como símbolo de las clases sociales más débiles e indefensas.
Era la respuesta profética a las impacientes quejas de los «buenos» contra los que a sus ojos y a los de Yavé aparecían como auténticos «sinvergüenzas». «Yo, el Señor, no he cambiado». Dios permanece justo y fiel, aunque lo suficientemente por encima del hombre como para tomarse su tiempo y actuar en el momento oportuno de sus inescrutables designios, que no suele coincidir con el pretendido por los cálculos humanos.
Tampoco ellos han cambiado, «No cesan de ser hijos de Jacob», de «apartarse de él», de ser un pueblo de dura cerviz. Aunque sigan siendo, a pesar de los pesares, herederos de la Promesa y Alianza. Pecado, castigo y fidelidad divina para salvar, en su justicia, el «Resto» mediador.
La profecía termina con la misma promesa con que concluye la profecía de Malaquías: «Os enviaré al profeta Elías». Algo completamente inesperado. Un detalle del amor divino en su revelación. Malaquías, el último de los profetas, finaliza su libro con el anuncio del primero de los profetas del Nuevo Testamento y que es, a la vez, el último del Antiguo, el profeta Elías.
Sobre Elías corrían no pocas leyendas motivadas por su repentina desaparición (2Re 2, 11). La más importante esperaba su reaparición. De ella se hace eco Malaquías, el Eclesiástico (48, 10-12), los apócrifos y los contemporáneos de Jesús. Jesús terminará con ella al afirmar que Juan era Elías y más que Elías. El judaísmo había confundido la esperanza en la efusión del espíritu, en el profeta, con lo pintoresco del personaje Elías. Con sus palabras Jesús puso las cosas en su sitio. Lucas (3, 16; 4, 23-27), en desacuerdo con Mt 11, 14; 17, 10-20, prefiere ver en Jesús y no en el Bautista el cumplimiento de las esperanzas puestas en el redivivo Elías. Ello es un signo del valor relativo de los detalles frente al mensaje central.
Este nuevo Elías, Jesús, realiza la verdadera conversión, el juicio del amor, evitando así que la justicia divina «destruya la tierra». 
Copyright © Reflexiones Católicas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario