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sábado, 6 de febrero de 2010

Día 06-02-2010 Ciclo C.

Sábado 6 de febrero de 2010. 4ª semana del tiempo ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C ). 4ª semana del Salterio. SANTOS PABLO MIKI  y compañeros mártires, Memoria obligatoria; SS Dorotea vg mr, Mateo Correa pb mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.

1Re 3,4-13: “Te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”.
Salmo: 118: “Enséñame, Señor, tus leyes”
Mc 6,30-34: “Sintió lástima, porque eran como ovejas sin pastor” 
Todos los momentos son buenos para evangelizar, Jesús no los desaprovecha e incluso cambia lo programado para enseñar a la gente, todo porque se deja interpelar por la condición de las personas y porque sabe a qué ha venido. Nos sirve como modelo. El pastoreo era para el pueblo de Israel un tema muy importante. Desde Abraham hasta el rey David, muchos de los grandes personajes habían sido pastores. Y la imagen del pastor bueno estaba muy metida en la mentalidad del pueblo, Dios era considerado “el pastor de Israel”. Por el descuido de muchos sacerdotes del templo, de falsos profetas y de maestros que solo explotaban al pueblo y vivían a costa de los pobres, Dios promete enviar un pastor, como David, que apacentará al pueblo según el corazón de Dios. !Ese es Jesús! Como buen pastor, es todo ternura para con sus corderos y sus ovejas (no tiene tiempo ni para comer ni descansar), y va hasta el extremo cuando se trata de defender al rebaño, por el que entrega su vida. Tratar de ser como Jesús, tener su figura y actitudes ha hecho a muchas personas generosas y valientes, tanto que se han lanzado al mundo a trabajar por los hermanos que se encuentran solos, tristes y abandonados... y les pasa como a Jesús y los apóstoles: que no tienen tiempo ni para comer o descansar. ¿Somos nosotros así?

PRIMERA LECTURA.
1Reyes 3,4-13
Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo 
En aquellos días, Salomón fue a Gabaón a ofrecer allí sacrificios, pues allí estaba la ermita principal. En aquel altar ofreció Salomón mil holocaustos. En Gabaón el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: "Pídeme lo que quieras." Respondió Salomón: "Tú le hiciste una gran promesa a tu siervo, mi padre David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y le has cumplido esa gran promesa, dándole un hijo que se siente en su trono: es lo que sucede hoy. Pues bien, Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?"
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo: "Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti. Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama, mayores que las de rey alguno."
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 118
R/.Enséñame, Señor, tus leyes. 
¿Cómo podrá un joven andar honestamente? / Cumpliendo tus palabras. R.
Te busco de todo corazón, / no consientas que me desvíe de tus mandamientos. R.
En mi corazón escondo tus consignas, / así no pecaré contra ti. R.
Bendito eres, Señor, / enséñame tus leyes. R.
Mis labios van enumerando / los mandamientos de tu boca. R.
Mi alegría es el camino de tus preceptos, / más que todas las riquezas. R.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 6,30-34
Andaban como ovejas sin pastor 
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco." Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: 1R 3, 4-13. El fragmento narra el sueño de Salomón siguiendo la estructura de la fábula popular. El protagonista aparece como el héroe positivo que sigue la Ley y ofrece sacrificios al Señor, por lo cual puede pedir algo como don (vv. 4ss).
En este punto, aparece la grandeza de Salomón en el núcleo del fragmento (vv. 6-9): tras haber recordado los beneficios concedidos por el Señor a David (v. 6), confiesa el rey su propia juventud e inexperiencia (v. 7) y pide sabiduría para gobernar al pueblo según la justicia (vv. 8ss). Las expresiones usadas por Salomón son típicas del lenguaje sapiencial y profético: «un corazón sabio» para gobernar al pueblo y poder para «discernir entre lo bueno y lo malo». El «corazón», según la antropología bíblica, es la sede del pensamiento y el lugar donde se toman las decisiones profundas. Como en las fábulas, la petición complace a su destinatario y no sólo es escuchada, sino que éste añade también aquello que el joven no ha pedido: además de la sabiduría, la riqueza y la gloria en mayor medida que cualquier otro rey (v 11-13).

Comentario del Salmo 118 Aunque incluya muchas peticiones, este salmo -el más largo de todo el Salterio- es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (lO0a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,30-34. Tras el paréntesis sobre el martirio del Bautista, el fragmento enlaza de nuevo con el envío en misión de los Doce (Mc 6,7-13). Se trata de un breve momento de intimidad entre Jesús y los suyos. A la vuelta de la misión, refieren los discípulos al Maestro cómo les ha ido. Este les invita a descansar con él en un lugar solitario (v. 31). Es raro que el grupo de Jesús consiga separarse de la multitud, e incluso esta vez la soledad dura poco de hecho: el espacio que ocupa un versículo (v. 32), el más breve, que, de manera significativa, se encuentra en el centro del pasaje. Inmediatamente después, la gente, que había hecho a pie el trayecto a lo largo de la orilla del lago, alcanza a Jesús. Este, compadecido de ella, la acoge.
La perícopa tiene una estructura en quiasmo, esto es, en forma de «X». Al v. 30, acción y enseñanza de los discípulos, le corresponde al v. 34, la enseñanza de Jesús; al v. 31, propuesta de alejarse de la multitud, le corresponde al v. 33, donde la multitud vuelve a ser protagonista con un movimiento de nueva aproximación a Jesús. La atención se concentra en el v. 32, puesto en el centro, cuando el grupo se dirige en barca hacia un lugar apartado: la comunidad de los Doce se reagrupa y reanima, en vistas a la nueva y magna sección de los milagros con la doble multiplicación de los panes.
El milagro de los panes, con su hondo significado, es anunciado previamente por la doble alusión a la necesidad insatisfecha de alimento, material y simbólico: los discípulos «no tenían ni tiempo para comer» (v. 31), las muchedumbres «eran como ovejas sin pastor» (v. 34).
Lo esencial en la vida no es lo que parece más importante a los ojos de los hombres. El poder y la gloria del más grande entre los reyes de Israel es nada frente a la Palabra del Señor: Salomón no es grande, en la historia de la salvación, por sus riquezas, por sus relaciones con los imperios del tiempo, ni siquiera por la sensatez de sus juicios. Salomón es grande porque supo dirigir al Señor la oración justa. No se consideró a sí mismo como sabio, sino que imploró, como un don de lo alto, la sabiduría, y la obtuvo gracias a esta humildad suya.
Cuando los discípulos vuelven con Jesús a contarle el éxito de su misión (expulsaban a los demonios y curaban a los enfermos»: Mc 6,13), el Maestro no hace caso a lo que cuentan, sino que los llama para algo más esencial aún que el éxito: «Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco» (6,31). En el mundo convulso en el que nos hemos acostumbrado a vivir, hemos perdido la dimensión del reposo; nos creemos generosos y buenos porque nos dispensamos sin reserva, sin conservar ya espacio alguno para nosotros, sin casi tener tiempo para «comer».
Jesús nos recuerda que no es posible vivir sin alimento. Nos recuerda la simple realidad de nuestra condición humana, donde mostrarse demasiado activo tal vez signifique presunción y orgullo. Pero nos recuerda, sobre todo, el alimento del que no podemos prescindir, so pena de la nulidad de todo lo demás: sin retirarnos aparte para la oración, sin acercarnos a la mesa de la Palabra y de la eucaristía, se seca nuestro corazón y se marchita nuestra fe.

Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,30-34), para nuestros Mayores. La dimensión contemplativa de la vida. Este fragmento, situado en la llamada “sección de los panes” (6,30—8,26), pertenece a la primera parte del ministerio público de Jesús, que le contempla comprometido en el anuncio del Reino de Dios y en dar testimonio de su presencia con signos prodigiosos. Al mismo tiempo, Jesús empieza a formar a un grupo que sea testigo directo de su obra, para convertirse, a continuación, en anunciador autorizado. Después de haber enviado a los discípulos en misión, Jesús los acoge a su vuelta y les invita a una pausa de reflexión y de reposo para que puedan fortalecerse de nuevo recuperando las energías físicas y espirituales. Les invita, en suma, a unas «vacaciones» programadas, entendidas como suspensión de las actividades habituales. El momento de aislamiento es la búsqueda del silencio que se convierte en reflexión, oración e intimidad.
Se trata de una soledad plena, pero que no dura mucho. El lugar, hasta ahora desierto, se puebla muy pronto de gente que, deseosa de escuchar al Maestro, se pone tras sus huellas y se somete a un considerable esfuerzo físico. La muchedumbre, hambrienta de la palabra de la que había hablado algunos siglos antes el profeta Amós (Am 8,11), no tiene en cuenta las dificultades prácticas que pueden surgir. Y, por eso, se pone a buscar a Jesús, siguiendo sus huellas, sin dejarse atraer o distraer por otra cosa: «Muchos los reconocieron y corrieron hacia allá, a pie, de todos los pueblos, llegando incluso antes que ellos» (v. 33).
Jesús no dejó insatisfecho el deseo de las muchedumbres y «sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor» (v. 34). Del grupo pequeño a la gran masa, el Maestro siempre está dispuesto a intervenir para saciar su hambre: la de la palabra y la del pan. Su conmoción es más que una instintiva reacción emotiva: el verbo griego expresa un profundo afecto de rasgos maternos. Jesús cuida de ellos como una madre de sus hijos. Jesús no permanece indiferente ante estos hombres y mujeres explotados por los políticos, despreciados por los intelectuales, abandonados por los sacerdotes. Sale a su encuentro y les hace escuchar una palabra que les conforta y un corazón que les ama. El texto, a decir verdad, desarrolla el símbolo análogo del pastor solícito, más que la imagen materna. Jesús resume en su persona la preocupación divina que los profetas habían anunciado: «Yo mismo conduciré a mis ovejas a los pastos y las hará reposar» (Ez 34,15). Jesús, que ha venido para una misión universal, no se muestra contrariado por el imprevisto cambio de programa y dirige su solicitud a un grupo más amplio que el de los discípulos. Del mismo modo que el rebaño sin pastor no está en condiciones de encontrar pastos para saciar su hambre, el pueblo sin guía tampoco tiene acceso a las fuentes de la vida.
Jesús satisface enseguida el deseo de la muchedumbre que quiere escucharle: “Se puso a enseñarles muchas cosas” (v. 34). Nótese que el hambre material será, en buena parte, consecuencia de esta escucha, que se prolonga sobremanera. Después de haber salido al encuentro de su deseo de escucha, Jesús satisface su necesidad de pan. Este orden debe hacernos reflexionar sobre la prioridad que debemos asignar a las necesidades del ser humano.
El hombre es una realidad compleja que presenta diversas exigencias. Junto a las necesidades primarias como el comer y el dormir, hay otras igualmente vitales. Si el cuerpo tiene hambre, también el espíritu y el intelecto necesitan alimento. La armonía y el equilibrio de nuestra persona dependerán en buena medida del correcto alimento que seamos capaces de dar a toda nuestra persona.
Entre las necesidades debemos incluir la de entrar en nosotros mismos. San Agustín lo había recomendado: «No salgas de ti mismo; vuelve a ti y encontrarás la verdad». Condición indispensable para ello es crear dentro de nosotros —y también fuera— islas de silencio. Esto adorna nuestra existencia y se revela verdaderamente como «oro». Así, podemos descubrir con sorpresa un modo nuevo de «tomar vacaciones», el de entrar en nuestro interior a fin de estar bien con nosotros mismos: con nuestro cuerpo, con nuestra opción de vida, con nuestros proyectos, incluso con nuestros límites, que aceptaremos e intentaremos superar.
Es éste un modo excelente de amarnos, sin caer en un egoísmo estéril e invasor. El amor justo respecto a nosotros mismos lo postula esta petición de Jesús: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Si no nos queremos como es debido, nos falta la carga para activar el bien para los otros. Las vacaciones que Jesús regaló a los suyos tenían la función de evaluar la experiencia apostólica de la misión. Eran un entrar en ellos mismos, un intus-legere, es decir, un mirar dentro, de donde viene la palabra «inteligencia». Seremos verdaderamente sabios si somos capaces de mirar a fondo en nuestra vida y así nos encontraremos bien con nosotros mismos.
El bienestar personal no puede ocupar todo nuestro interés, porque de lo contrario se convierte en egoísmo. Estar bien con nosotros mismos se convierte en condición y premisa para una apertura a los otros. Cuando estamos en nosotros mismos sin lagunas, sin doble fondo, cuando tenemos el coraje de ver de manera lúcida, por íntima participación y no por moda, cuando vivimos el Evangelio en su tremenda sencillez, entonces estamos dispuestos para proponer a los otros una receta del «elixir de la larga vida». Como Jesús, seremos capaces de decir palabras fuertes, eficaces, sustanciosas, porque procederán de un corazón limpio y de una vida íntegra en grado sumo. Seremos, en cierto modo, «pastores» de los hermanos que caminan con nosotros; seremos, sin más, capaces de verdadera compasión. La tarea es ardua, pero no imposible si el Espíritu nos guía y nos ayuda.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,30-34, de Joven para Joven. Como ovejas sin pastor. “Venid a descansar” Con este pasaje inicia Marcos una nueva sección de su evangelio en la que presentará a Jesús como el nuevo Moisés que reúne a su pueblo, lo conduce y alimenta. El tema del rebaño sin pastor está tomado del Antiguo Testamento. Recordemos la preocupación de Moisés por encontrar un sucesor para no dejar al pueblo sin dirección. Cristo se presenta así como el sucesor de Moisés, capaz de conducir el rebaño, de alimentarlo con los mejores pastos y conducirlo a la Tierra Prometida.
Ofrece el verdadero maná, triunfa de las aguas del mar, libera al pueblo del legalismo asfixiante y abre a los paganos el acceso a la salvación (Mc 7,24-37).
Jesús es presentado como Pastor universal, no sólo del pueblo judío; es el pastor que alimenta a su pueblo con su palabra y con su cuerpo y sangre, el pan milagrosamente multiplicado que se encuentra simbolizado en la doble multiplicación de los panes. La sección está unificada en torno al tema del “pan”: dos multiplicaciones (Mc 6,30-44; 8,1-10), discusiones sobre las abluciones antes de comer el pan y sobre la falsa levadura (Mc 7,1-23; 8,11-20), discusión con una pagana a propósito de las migajas de pan que solicita (Mc 7,24-30)... Por ello se denomina a esta parte del evangelio la “sección de los panes”.
Comienza el pasaje con una llamada de Jesús a la oración, a la convivencia fraterna de sus discípulos, que vuelven cansados de la misión. Es hora de “recrearse”, de compartir fraternalmente las experiencias misioneras, de gozar del encuentro comunitario y con Dios.
Un psicólogo afirma: “Hacemos tanto bien que no tenemos tiempo de ser buenos”. Es el grave peligro del activismo, hasta convertir la vida en una autopista entre la cuna y el sepulcro. Los evangelistas ponen de relieve que Jesús, que tenía tanto que hacer, se retiraba largas horas, sobre todo de noche, a la oración (Mt 14,23). Laín Entralgo define la vida humana cabal como “un vaivén entre el ensimismamiento y la entrega”. Eso es lo que quería procurar el Maestro a sus discípulos, pero la gente ha descubierto su paradero y se le anticipa por tierra; le reclama; y él renuncia al sabroso sosiego para acoger, enseñar y alentar a la pobre gente.
Ovejas sin pastor. Los que reclaman a Jesús son pobres gentes disgregadas, “como ovejas sin pastor”, cada uno por su lado, sin el calor del rebaño, oprimidos por un legalismo inhumano. Los que no dejan al grupo de Jesús ni tiempo para comer son gentes sencillas de las aldeas, cargadas de pobreza y sufrimientos. Nunca han significado nada para nadie. Nadie se había detenido a decirles una palabra de aliento. Por eso, cuando han encontrado a Jesús que les trata con cariño y con respeto, no le dejan ni a sol ni a sombra. Están a gusto con él.
Se le acercan los pobres, los despreciados, los enfermos, los niños. Mientras los fariseos los atormentan con sus duras enseñanzas, con Jesús experimentan la ternura de Dios. Él no les riñe ni los despacha irritado por su inoportunidad. Siente compasión por ellos; por eso los llama: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Es el Pastor que “congrega a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52), que hace comunidad; por eso también sus discípulos, después de su resurrección, prosiguen su vida de comunidad (Hch 4,32).
Estamos en una situación similar a la de aquella pobre gente. Estamos disgregados; cada uno vive su fe por su cuenta, incluida la gran mayoría de los cristianos practicantes. También los cristianos son una “muchedumbre solitaria”, un rebaño de solitarios. Necesitamos pasar de la masa a la comunidad. El Señor nos invita a “congregarnos” y a ser congregadores. Para ello es necesario unirnos para conocer los sufrimientos y alegrías de los demás y poder compartirlos.
Enseñar con calma. Para llegar a ser discípulos de Jesús, lo primero es escuchar “con calma”; Jesús enseñó “con calma”. Esto supone dar a la Palabra, a la formación, el lugar primordial que le corresponde. Hay mucha sacramentalización y poca evangelización. Hay información periodística, sensacionalista, sesgada sobre el tema religioso, sobre la vida de la Iglesia, pero poca formación seria. Juan Pablo II diagnosticaba : “Es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados”, incluso a los cristianos que practican. Es a ellos precisamente a los que se refiere cuando señala en el mismo documento: “Es preciso promover el paso de una fe sustentada por costumbres sociales a una fe más personal y madura, iluminada y convencida”. Y concretando más, señala como medios urgentes, el acercamiento a la Biblia, la lectura, contemplación y asimilación diaria de la palabra de Dios, y una catequesis sistemática que conduzca a una fe adulta. A los pastores les corresponde ofrecer estos medios y a los fieles buscarlos, reclamarlos y nutrirse con ellos.
Jesús, sólo después de repartirles el pan de la Palabra y de “enseñarles con calma”, multiplicará los panes, símbolo de la Eucaristía. La pobre gente oye con gusto a Jesús. Mientras los fariseos inculcan un temor pavoroso a Dios, el rabí de Nazaret dice que Dios los quiere, que son los preferidos, que tiene preparada para ellos una gran fiesta. Esto explica que la pobre gente siga a Jesús a todas partes, sin dejarle tiempo ni para comer. También nosotros escondemos muchas heridas y tenemos sed de un Dios que nos quiera, nos acaricie y nos diga; “¡Ánimo, cuenta conmigo!”; un Jesús que nos dé su mano para levantarnos y ayudarnos a recomponer nuestra vida un poco rota. Para eso hay que “escucharle con calma”; él nos sigue enseñando “con calma”, con toda la calma que queramos...

Elevación Espiritual para este día. Si quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor y afligido y verás cuántas te responde. Si quisieres que te declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon solos los ojos en él y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría y maravillas de Dios, que están encerradas en él, según mi apóstol dice: In quo sunt omnes thesauri sapientiae et scientiae Dei absconditi; esto es: En el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3); los cuales tesoros de sabiduría serán para ti muy más altos y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías saber.

Reflexión Espiritual de este día. Día tras día tenemos que tomar gran cantidad de decisiones. Hablar o callar, optar por uno u otro extremo de una alternativa, elegir entre más posibilidades, aceptar o declinar una invitación o una llamada, hacer una cosa o simplemente omitirla: son algunos de los múltiples aspectos de esa experiencia elemental que es la capacidad de decidir, característica fundamental de nuestra condición humana. Son muchas las opciones que forman parte de cualquier hábito casi automático, de esos que no exigen ninguna atención especial; ahora bien, en la vida se presentan momentos fuertes que nos ponen frente a situaciones difíciles. Algunas veces la decisión es de gran alcance: sus consecuencias son tal vez irreversibles y afectan a lo profundo de nuestra vida o, en ocasiones, al destino de muchos.
La dimensión central de la vida del Salvador, que es vivir en un contexto de oración la toma de sus decisiones, constituye un dato evangélico primario, al que debemos estar atentos en nuestro esfuerzo de autoevangelización y de crecimiento en la fe.
Las grandes decisiones que debe tomar un cristiano en su vida no pueden perder de vista los ejes de referencia de su propia opción fundamental. Por eso no deben ser el resultado puro y simple de un proceso desvinculado, funcionalmente, de aquello que da alimento y significado existencial a la vocación cristiana. Para un cristiano, decidir es esforzarse por encontrar y hacer explícita por sí mismo la voluntad del Señor, y eso no es fácil. No lo es, sobre todo, cuando se amplía la gama de las posibles opciones o cuando gozamos de libertad plena para inclinar la balanza de un lado o de otro, por ser ambos buenos y recomendables. Y es que aquí estamos hablando precisamente de ese tipo de decisiones cuyo objeto es siempre bueno. No considero aquí el caso de la elección entre un bien y un mal: hablo de la opción entre bienes reales, eventualmente tan buenos que nos hacen difícil llegar a una conclusión límpida sobre la orientación que hemos de tomar.
Sólo una rectitud total, en presencia del Señor, nos permite localizar poco a poco el subsuelo profundo de nuestra voluntad y de nuestro obrar. Intentar hacerlo ya es, en parte, caminar hacia la libertad. Con la fuerza del Espíritu en nosotros, y a través de su acción sobre nosotros en la oración, empezaremos a comprender en lo más íntimo de nosotros mismos y llegaremos a percibir, en la verdad, cuán relativo es todo lo que no es Dios en nuestra vida.
Las grandes decisiones que hemos de tomar en nuestra vida forman parte de la manifestación y del incremento del Reino de Dios: en consecuencia, deben ser tomadas en el ámbito de la conciencia cristiana, a saber: en el ámbito de la orientación y de la referencia de todo nuestro ser a Dios y a los hermanos, a la luz de los criterios y los valores fundamentales que nos explica Jesús en su vida y en su mensaje. Eso no es posible si no vivimos el discernimiento de la decisión en un contexto de oración; sólo ésta, en efecto, nos hace libres para referir nuestra verdad a la verdad de Dios, condición imprescindible de paz y de rectitud frente a la decisión. Discernir en la oración es abrirse sin reservas, en medio de la libertad y de la verdad, para buscar lo que Dios quiere. Decidir, practicando el discernimiento y la oración, es disponerse a expresar, en la vida y con la vida, la voluntad del Señor tal como la hemos reconocido y hecho nuestra.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia1 Reyes 2, 1-4. 10-12. Testamento y muerte de David. Los grandes caudillos de Israel acostumbraban a reunir a sus hijos antes de morir para declararles su última voluntad y pronunciar sobre ellos la bendición final. Recuérdense las bendiciones de Jacob (Gén 49) y de Moisés (Dt 33). Recuérdese el testamento de Josué (Jos 23—34) y de Samuel (1Sam 12).
El testamento de David no corresponde a la categoría del primer rey de Jerusalén. Los versículos que recoge nuestro texto carecen de toda originalidad. Han sido redactados, sin duda, por la escuela deuteronomista, que repite siempre las mismas ideas de manera reiterativa. Al deuteronomista se deben también las últimas recomendaciones de Moisés a Josué: «Sé valiente y firme, porque tú llevarás a los hijos de Israel a la tierra que yo les tengo prometida bajo juramento y yo estaré contigo» (Dt 31, 23). «Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir toda la ley, que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito donde quiera que vayas. No se aparte el libro de esta Ley de tus labios… y tendrás suerte y éxito en tus empresas. ¿No te he mandado que seas valiente y firme?... Todo el que sea rebelde a tu voz y no obedezca tus órdenes, en cualquier cosa que le mandes, morirá. Tú, sé valiente y firme» (Jos 1, 6-18).
La escuela deuteronomista no sólo ha dado forma literaria al testamento de David, sino que ha dejado impresa en él la huella de su teología. Condíciona la permanencia de un sucesor sobre el trono de Israel al cumplimiento de los mandamientos y preceptos de la Ley de Moisés, mientras que la formulación en la profecía de Natán era expresamente incondicional (2Sam 7, 14-16).
La conclusión que se deduce es que nuestro texto ha sido redactado durante el destierro y constituye un llamamiento implícito a la conversión. Quiere hacer saber a la generación del destierro que la continuidad dinástica estaba subordinada al cumplimiento de las cláusulas de la alianza. O sea, el único camino para la restauración de la monarquía pasa por la conversión y la fidelidad a la Ley de Moisés.
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