Martes 9 de febrero de 2010. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. 5ª semana del tiempo ordinario. (Ciclo C ). Feria. 1ª semana del Salterio. SS. Apolonia vg mr, Miguel Febres rl, Sabino ob, Rainaldo ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Re 8,22-23.27-30: “Escucha la súplica de tu pueblo cuando rece en este sitio”
Salmo: 83: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Mc 7,1-13: Controversia con los fariseos Hoy nos encontramos con dos clases de personas: Jesús, un hombre libre y liberador, y algunos fariseos y maestros de la ley que critican la conducta de los discípulos de Jesús. Estamos ante una polémica de la época de Jesús, pero también de nuestros días. En ese momento ellos consideran que “guardar las tradiciones de los mayores” acerca más a Dios. Jesús, en cambio, propone algo más importante y esencial
Jesús enseña que para estar más cerca de Dios es necesario convertirse y seguirlo de corazón. El mandamiento del amor a Dios está por encima de los afectos familiares y la economía del templo. Enfatiza el compromiso por la vida. Jesús propone una mirada más alta: Ir más allá del lavarse las manos y llegar a amar y comprometerse. Por eso denuncia la hipocresía y la falsedad de las prácticas farisaicas.
Jesús denuncia las prácticas religiosas enseñando cuál es el mandato claro de Dios y lo que El quiere, su voluntad. Podríamos decir que nos muestra un rostro nuevo de Dios. Jesús se nos revela libre, nos da la paz y la libertad. El Dios de Jesús y el Dios nuestro es un Dios de libertad, de vida, de justicia, de amor. Hoy Señor te damos gracias por tu palabra sincera y valiente. Gracias porque nos has dicho que prefieres una religión de amor y de libertad.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 8,22-23.27-30
Sobre este templo quisiste que residiera tu nombre. Escucha la súplica de tu pueblo, Israel En aquellos días, Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo: "¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presencia. Aunque ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido! Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu siervo, Señor, Dios mío, escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu siervo. Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre. ¡Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio! Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo, Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú, desde tu morada del cielo, y perdona."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 83
R/.¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela / los atrios del Señor, / mi corazón y mi carne / retozan por el Dios vivo. R.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; / la golondrina, un nido / donde colocar sus polluelos: / tus altares, Señor de los ejércitos, / Rey mío y Dios mío. R.
Dichosos los que viven en tu casa, / alabándote siempre. / Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo, / mira el rostro de tu Ungido. R.
Vale más un día en tus atrios / que mil en mi casa, / y prefiero el umbral de la casa de Dios / a vivir con los malvados.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 7,1-13
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?" Él les contestó: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres."
Y añadió: "Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte"; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Re 8,22-23.27-30: “Escucha la súplica de tu pueblo cuando rece en este sitio”
Salmo: 83: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Mc 7,1-13: Controversia con los fariseos Hoy nos encontramos con dos clases de personas: Jesús, un hombre libre y liberador, y algunos fariseos y maestros de la ley que critican la conducta de los discípulos de Jesús. Estamos ante una polémica de la época de Jesús, pero también de nuestros días. En ese momento ellos consideran que “guardar las tradiciones de los mayores” acerca más a Dios. Jesús, en cambio, propone algo más importante y esencial
Jesús enseña que para estar más cerca de Dios es necesario convertirse y seguirlo de corazón. El mandamiento del amor a Dios está por encima de los afectos familiares y la economía del templo. Enfatiza el compromiso por la vida. Jesús propone una mirada más alta: Ir más allá del lavarse las manos y llegar a amar y comprometerse. Por eso denuncia la hipocresía y la falsedad de las prácticas farisaicas.
Jesús denuncia las prácticas religiosas enseñando cuál es el mandato claro de Dios y lo que El quiere, su voluntad. Podríamos decir que nos muestra un rostro nuevo de Dios. Jesús se nos revela libre, nos da la paz y la libertad. El Dios de Jesús y el Dios nuestro es un Dios de libertad, de vida, de justicia, de amor. Hoy Señor te damos gracias por tu palabra sincera y valiente. Gracias porque nos has dicho que prefieres una religión de amor y de libertad.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 8,22-23.27-30
Sobre este templo quisiste que residiera tu nombre. Escucha la súplica de tu pueblo, Israel En aquellos días, Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo: "¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presencia. Aunque ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido! Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu siervo, Señor, Dios mío, escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu siervo. Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre. ¡Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio! Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo, Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú, desde tu morada del cielo, y perdona."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 83
R/.¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela / los atrios del Señor, / mi corazón y mi carne / retozan por el Dios vivo. R.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; / la golondrina, un nido / donde colocar sus polluelos: / tus altares, Señor de los ejércitos, / Rey mío y Dios mío. R.
Dichosos los que viven en tu casa, / alabándote siempre. / Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo, / mira el rostro de tu Ungido. R.
Vale más un día en tus atrios / que mil en mi casa, / y prefiero el umbral de la casa de Dios / a vivir con los malvados.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 7,1-13
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?" Él les contestó: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres."
Y añadió: "Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte"; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Reyes 8,22-23.27-30 Ahora que la construcción del templo de Jerusalén ha terminado y la gloria del Señor ha tomado posesión del mismo, presenta Salomón su plegaria. En el corazón de la misma, como la chispa de fuego de donde brotan la alabanza y la invocación, está el estupor que experimenta el hombre ante el Dios-presente, ante un Dios que quiere habitar en la tierra. «Pero ¿acaso puede habitar Dios en la tierra?» (v. 27a). En efecto, la realidad más preciosa que custodia el templo —más que el oro con el que Salomón ha hecho revestir el altar y las puertas, más que las columnas de bronce y más que todos los adornos sagrados— es la presencia de Dios, es la alianza con la que el Señor ha elegido unirse a su pueblo.
Una alianza de la que el templo es memoria estable, así como silencioso y elocuente relato. A continuación, la plegaria, tal como se presenta, descubre el fondo de la realidad: la «casa» que Salomón ha hecho construir para el Señor no es una morada que pueda contener lo capturarlo. La presencia de Dios no está condicionada a aquel lugar y a aquel espacio, porque Dios está presente allí donde se vive la alianza.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 7,1-13. La progresiva revelación de la identidad de Jesús, en la que nos va introduciendo con su evangelio Marcos, incluye asimismo la revelación de una relación nueva entre los discípulos del Nazareno y las reglas que observan los hombres a fin de estar preparados para el encuentro con Dios (ser puros). «Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados» (v. 5). Antes incluso de que Jesús pronuncie una respuesta, él mismo, su persona, se pone frente a nosotros como la respuesta.
El «porqué», en efecto, es precisamente él. Jesús, al revelarse como el Hijo de Dios, como el mediador entre Dios y los hombres, relativiza de un golpe todas las reglas y preceptos humanos. No los anula, sino que nos muestra que son válidos si están en relación con él; con él, que es la norma, la encarnación del mandamiento de Dios, la Palabra viva. Aquí está en juego el contenido de la tradición, a saber: lo que se ha de transmitir de la fe; lo que cuenta de verdad y resulta indispensable para entrar en comunión con Dios, y lo que puede ser también bueno, pero siempre es relativo. Los preceptos de los fariseos son «tradición de los antiguos», «tradición de los hombres», «tradición vuestra». Que es como decir: vosotros os transmitís a vosotros mismos.
Somos presa del estupor frente a algo que no nos esperamos, frente a algo mucho más bello y mucho más importante que lo que consideramos importante y bello. Y lo que mayor estupor puede despertar en la vida es darse cuenta de que Dios está con nosotros, reconocer que esta historia que estoy viviendo está toda ella dentro de la alianza: se desarrolla en su casa. Que el vínculo con Dios fundamenta el sentido y la dignidad de mi persona, incluso antes de que yo pueda hacer alguna cosa sensata y digna. La oración nace aquí: una mezcla entre el impacto que recibe quien se descubre amado antes, amado gratis, y la inconsciencia de quien por esto se encuentra libre, libre de darle largas a Dios. A quien se pregunte cómo se ha llevado a cabo este vínculo, cómo se vive la alianza, el evangelio de hoy le presenta la Palabra que va al corazón y desenmascara las poses de fachada. El tipo de relación que Dios nos ofrece en Jesucristo es vital: de vida a vida. Hasta tal punto que la acostumbrada pretensión humana de fijarla en rígidos esquemas se convierte en uno de los mayores obstáculos para que se lleve a cabo el encuentro. En tiempos de desorientación, como son los nuestros, puede sorprendernos la tentación de ir a la caza de seguridades y de adherirnos a prácticas, ceremonias y costumbres “antiguas”, a «los nuestros», a «lo nuestro». Estamos convencidos —a hurtadillas—, como los fariseos y los maestros de la Ley, de que la fidelidad a Dios consiste enteramente en eso. Ahora bien, la Palabra de Dios no secunda este tipo de necesidades; al contrario, nos llama a asumir el riesgo de entablar nuevas relaciones, totales: con Dios y entre nosotros.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 7,1-13, para nuestros Mayores. Las tradiciones judías. Contexto situacional. El pasaje evangélico tiene la finalidad de iluminar la situación de las comunidades judeo-cristianas, en las que hay tensiones y peligros porque muchos conversos no terminan de cortar el cordón umbilical con el judaísmo y se aferraban a sus tradiciones sin asimilar plenamente la novedad del Evangelio como religión en espíritu y verdad (Jn 4,23). Con ello cerraban las puertas a los no judíos y dificultaban la convivencia.
A Pedro le reprochan: “Has entrado en casa de los incircuncisos y has comido con ellos” (Hch 11,2-3). Y así mismo: “Unos que bajaron de Judea enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse” (Hch 15,1). Marcos evoca las palabras y actitudes de Jesús para esclarecer la situación. La última parte de esta sección recoge una serie de enseñanzas concretas que ponen de manifiesto la postura de Jesús respecto de algunos preceptos o costumbres de la religiosidad judía. Los versículos que leemos hoy son un planteamiento general de la cuestión.
La enseñanza de Jesús es clara: la base de la religiosidad está en la limpieza del corazón, en el amor al Padre y en la expresión de este amor en la convivencia humana. La comunidad cristiana tuvo ya en sus orígenes el peligro de caer en la actitud que el Evangelio reprende (Hch 11,1-4; 15,1-35). La comunidad cristiana de hoy vive también en la misma tentación de valorar los preceptos de los hombres por encima del precepto único y radical de la religiosidad (cf. St 1,19-27).
Un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén, representantes de la más estricta ortodoxia, se acerca a Jesús para echarle en cara que habían visto a sus discípulos comer con las manos impuras, es decir, sin lavárselas. El lavatorio de las manos es para los judíos algo más que una cuestión de higiene. Con sólo tocar lo que había tocado un pagano, ya quedaban interiormente contaminados. Por eso era necesario lavarse. Es, pues, una ablución religiosa. Esta ley obligaba a los sacerdotes en el servicio del templo, pero los rabinos la habían hecho extensiva a todos. Habían promulgado leyes que contravenían directamente a los mandamientos divinos.
Evangelio a la medida. A Jesús, como a los profetas, le recome la adulteración de la ley de Moisés. Lo esencial lo convierten en accidental y lo accidental lo convierten en esencial. Se muestran “escandalizados”. Y se lo echan en cara a Jesús, que se enardece ante tanta hipocresía: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”. “¡Pagáis el diezmo del comino y descuidáis lo más grave de la Ley: la honradez, la compasión y la sinceridad!” (Mt 23,23).
Están obsesionados por los ritos, pero no les importa nada el sufrimiento de los pobres. A veces las pequeñas fidelidades ocultan grandes traiciones. Es increíble la habilidad con que se manipula la palabra de Dios, para vivir caprichosamente y estar con la conciencia tranquiliza “con el deber cumplido”. Es evidente que el fariseísmo es una tentación incesante, porque todos tendemos a lo cómodo; así nos justificamos con ser fieles a lo que no nos cuesta, a lo accidental, dejando intacto el núcleo, lo esencial.
Jesús, que denunció el formalismo de los judíos, extraviados por sus guías, denunciaría hoy mucho formalismo en quienes se llaman “cristianos”. Un ejemplo lamentable: Mientras estalla la revolución rusa y corre la sangre al pie de la ventana del salón en que están reunidos los popes de la Iglesia Ortodoxa rusa, éstos siguen discutiendo sobre el color de los ornamentos sagrados. ¿Qué sentido tienen ciertas disputas intraeclesiales sobre cuestiones menores cuando mueren de hambre cada año 60 millones de seres humanos? ¿Qué sentido tiene estar obsesionados por pequeños ritos de la Eucaristía cuando estamos divididos, carecemos de espíritu misionero y estamos atrapados por el consumismo y la insolidaridad?
Lo esencial es lo que importa. Interpelémonos con respecto a las grandes cuestiones. Con respecto a la misma Eucaristía, corremos el peligro de colar el mosquito y tragar el camello (Mt 23,24), ser fieles a la rúbrica más insignificante y “pasar por alto lo esencial”: la actitud comunitaria, de ofrenda, de escucha. Cuando se da demasiada importancia a lo accidental, se le quita a lo esencial.
Interpelémonos, también, sobre las grandes cuestiones que nos afectan globalmente: ¿Qué hago para ayudar a los demás y hacerles felices? ¿Cómo empleo las enormes riquezas que Dios ha puesto en mi mano?
Esto mismo hemos de hacer con respecto a la Eucaristía: ¿La vivo como una experiencia de comunión fraterna, de disponibilidad ante Dios como Cristo? ¿Me alimento para compartir su entrega? Esto es lo que le preocupaba a Pablo y sobre esto interpelaba enérgicamente a los corintios (1 Co 11,17-34). Lo grandioso del rabí de Nazaret es que fue al grano: “El que ama tiene cumplida la ley” (Rm 13,8).
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 7,1-23) Fascinados por la verdad. Jesús pasa por ser un rabí diferente, tan diferente que preocupa no poco a las autoridades de Jerusalén, de ahí que envíen a sus emisarios para informarse de primera mano. Ya no basta con lo que se oye decir. Ya desde el principio se respira un aire de tormenta que no tarda en estallar, preparada por el ese acercaron a Jesús» (v. 1), que tiene toda la pinta de un control para cogerle en fallo. El drama judicial alienta ya en estas primeras escaramuzas y se desarrollará primero como acusación y después como defensa, que se transformará en una requisitoria y en una condena. El imputado se convierte en acusador y los acusadores se encuentran de improviso en el banquillo de los acusados sin posibilidad de apelación.
Para comprender la acusación que los fariseos lanzan contra los discípulos —un pretexto para golpear a la persona de Jesús— se debe mirar al mundo judío, que practicaba un ritual que a nosotros nos resulta casi incomprensible. La costumbre de lavarse las manos antes de sentarse a la mesa, algo que también nosotros enseñamos a los niños, representa, más que una norma de higiene, una consecuencia del concepto de pureza ritual que tanto espacio ocupaba también en el Antiguo Testamento. Se trataba de normas que, en su origen, sólo afectaban a los sacerdotes y a los que estaban en contacto con lo divino, y que los fariseos extendieron después a todos los demás. «Los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente» (v. 3): lo importante, más que lavarse, era hacerlo de una manera meticulosa, llegando hasta el codo, porque sólo de este modo se cumplían las prescripciones. Se requerían dos enjuagues, cada uno de ellos con un cuarto de log de agua (0,137 litros, aproximadamente), cantidad que sólo en circunstancias particulares podía ser inferior. No todos los recipientes eran idóneos para el lavado: no debía ser un recipiente de barro, ni una tapadera, ni tampoco era lícito lavarle las manos a otro llevándole agua en el cuenco de las manos. He aquí, pues, la pregunta que suena como una acusación: « ¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» (v. 5).
La respuesta de Jesús (la requisitoria) no se limita al casus belli y traslada la discusión, en nombre de la verdad, al valor de la enseñanza de los fariseos: al problema más general de la transgresión de la voluntad divina en nombre de la tradición. Jesús se ve obligado a quitar la pátina de bonhomía que la opinión pública había difundido sobre los fariseos. Empieza llamándoles «hipócritas», es decir, «actores».
Elevación Espiritual para este día. No es demasiado pequeño el corazón del creyente para aquel a quien no le bastó el templo de Salomón. Nosotros, en efecto, somos el templo del Dios vivo. Como está escrito: «Habitaré en medio de ellos». Si un personaje importante te dijera: «Voy a habitar en tu casa», ¿qué harías? Si tu casa es pequeña, no hay duda de que te quedarías desconcertado, te espantarías, preferirías que el encuentro no tuviera lugar. Ahora bien, tú no temes la venida de Dios, no temes el deseo de tu Dios. Al venir, no te reduce el espacio; al contrario, cuando venga, será él quien te dilate.
Reflexión Espiritual para el día. Estamos aún en los bajos fondos, en los sótanos de la vida espiritual: también nosotros, que algunas veces nos mostramos un tanto burócratas, debemos ascender a la planta superior. Subir a la planta superior significa en nuestro caso superar la frialdad de un derecho sin caridad, de un silogismo sin fantasía y sin inspiración, de un cálculo sin pasión. Significa superar la frialdad de un logos sin sophia, de un discurso sin sabiduría y sin corazón. Significa no contentarnos con el acopio de nuestras pequeñas virtudes humanas, como si éstas pudieran comprarnos el Reino de Dios, cuando sabemos que es el Señor quien nos da la fuerza para ser buenos y humildes. En efecto, el Señor no nos ama porque seamos buenos, sino que nos hace ser buenos porque nos ama... María, inquilina acostumbrada a la planta superior, nos alivia de un estilo pastoral «atareado», sin inspiración, de una experiencia de oración requerida sólo por el guión, sin sobresaltos de fantasía, sin emoción. Nos rescata del achatamiento de nuestra vida interior en el ámbito de las trivialidades, del afán de las cosas por hacer que nos impiden elevarnos a ti.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Reyes 8, 22-23. 27-30. Escucha desde el lugar de tu morada y perdona. Tanto por su carácter sagrado, en virtud de la unción, como por su calidad de rey de un pueblo teocrático, Salomón es quien preside la ceremonia de la dedicación del templo.
En la oración, de cuño deuteronomista, se destacan los temas siguientes. En primer lugar, la fidelidad. La historia bíblica está construida, en buena parte, sobre el esquema «promesa-cumplimiento». Desde los comienzos mismos, la historia sagrada está jalonada de una cadena sucesiva de promesas, que se van cumpliendo a plazo más o menos largo. Este esquema pone de relieve dos ideas teológicas: por una parte, la fidelidad de Dios en cumplir su palabra, y, por otra, la eficacia de las palabras o promesas divinas, que vienen a ser como el principio dinámico y desencadenante de la historia de la salvación.
Los hechos que se describen en nuestro texto son el cumplimiento de la promesa hecha a David sobre la construcción del templo (2Sam 7, 13).
Sigue el tema de la trascendencia divina: ¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido! Es la eterna tensión entre trascendencia e inmanencia. Posiblemente estas palabras de Salomón, de origen deuteronomista, tienen un transfondo polémico contra ciertas tradiciones y autores, que subrayaban excesivamente la inmanencia de Dios y circunscribían su presencia a los recintos sagrados. Los deuteronomistas quieren dejar bien claro que Dios es inabarcable y que no solamente los santuarios sino ni siquiera los cielos lo pueden contener.
Finalmente, la oración apela de una manera general a la condescendencia y misericordia de Dios: Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú desde tu morada del cielo y perdona.
Una alianza de la que el templo es memoria estable, así como silencioso y elocuente relato. A continuación, la plegaria, tal como se presenta, descubre el fondo de la realidad: la «casa» que Salomón ha hecho construir para el Señor no es una morada que pueda contener lo capturarlo. La presencia de Dios no está condicionada a aquel lugar y a aquel espacio, porque Dios está presente allí donde se vive la alianza.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 7,1-13. La progresiva revelación de la identidad de Jesús, en la que nos va introduciendo con su evangelio Marcos, incluye asimismo la revelación de una relación nueva entre los discípulos del Nazareno y las reglas que observan los hombres a fin de estar preparados para el encuentro con Dios (ser puros). «Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados» (v. 5). Antes incluso de que Jesús pronuncie una respuesta, él mismo, su persona, se pone frente a nosotros como la respuesta.
El «porqué», en efecto, es precisamente él. Jesús, al revelarse como el Hijo de Dios, como el mediador entre Dios y los hombres, relativiza de un golpe todas las reglas y preceptos humanos. No los anula, sino que nos muestra que son válidos si están en relación con él; con él, que es la norma, la encarnación del mandamiento de Dios, la Palabra viva. Aquí está en juego el contenido de la tradición, a saber: lo que se ha de transmitir de la fe; lo que cuenta de verdad y resulta indispensable para entrar en comunión con Dios, y lo que puede ser también bueno, pero siempre es relativo. Los preceptos de los fariseos son «tradición de los antiguos», «tradición de los hombres», «tradición vuestra». Que es como decir: vosotros os transmitís a vosotros mismos.
Somos presa del estupor frente a algo que no nos esperamos, frente a algo mucho más bello y mucho más importante que lo que consideramos importante y bello. Y lo que mayor estupor puede despertar en la vida es darse cuenta de que Dios está con nosotros, reconocer que esta historia que estoy viviendo está toda ella dentro de la alianza: se desarrolla en su casa. Que el vínculo con Dios fundamenta el sentido y la dignidad de mi persona, incluso antes de que yo pueda hacer alguna cosa sensata y digna. La oración nace aquí: una mezcla entre el impacto que recibe quien se descubre amado antes, amado gratis, y la inconsciencia de quien por esto se encuentra libre, libre de darle largas a Dios. A quien se pregunte cómo se ha llevado a cabo este vínculo, cómo se vive la alianza, el evangelio de hoy le presenta la Palabra que va al corazón y desenmascara las poses de fachada. El tipo de relación que Dios nos ofrece en Jesucristo es vital: de vida a vida. Hasta tal punto que la acostumbrada pretensión humana de fijarla en rígidos esquemas se convierte en uno de los mayores obstáculos para que se lleve a cabo el encuentro. En tiempos de desorientación, como son los nuestros, puede sorprendernos la tentación de ir a la caza de seguridades y de adherirnos a prácticas, ceremonias y costumbres “antiguas”, a «los nuestros», a «lo nuestro». Estamos convencidos —a hurtadillas—, como los fariseos y los maestros de la Ley, de que la fidelidad a Dios consiste enteramente en eso. Ahora bien, la Palabra de Dios no secunda este tipo de necesidades; al contrario, nos llama a asumir el riesgo de entablar nuevas relaciones, totales: con Dios y entre nosotros.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 7,1-13, para nuestros Mayores. Las tradiciones judías. Contexto situacional. El pasaje evangélico tiene la finalidad de iluminar la situación de las comunidades judeo-cristianas, en las que hay tensiones y peligros porque muchos conversos no terminan de cortar el cordón umbilical con el judaísmo y se aferraban a sus tradiciones sin asimilar plenamente la novedad del Evangelio como religión en espíritu y verdad (Jn 4,23). Con ello cerraban las puertas a los no judíos y dificultaban la convivencia.
A Pedro le reprochan: “Has entrado en casa de los incircuncisos y has comido con ellos” (Hch 11,2-3). Y así mismo: “Unos que bajaron de Judea enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse” (Hch 15,1). Marcos evoca las palabras y actitudes de Jesús para esclarecer la situación. La última parte de esta sección recoge una serie de enseñanzas concretas que ponen de manifiesto la postura de Jesús respecto de algunos preceptos o costumbres de la religiosidad judía. Los versículos que leemos hoy son un planteamiento general de la cuestión.
La enseñanza de Jesús es clara: la base de la religiosidad está en la limpieza del corazón, en el amor al Padre y en la expresión de este amor en la convivencia humana. La comunidad cristiana tuvo ya en sus orígenes el peligro de caer en la actitud que el Evangelio reprende (Hch 11,1-4; 15,1-35). La comunidad cristiana de hoy vive también en la misma tentación de valorar los preceptos de los hombres por encima del precepto único y radical de la religiosidad (cf. St 1,19-27).
Un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén, representantes de la más estricta ortodoxia, se acerca a Jesús para echarle en cara que habían visto a sus discípulos comer con las manos impuras, es decir, sin lavárselas. El lavatorio de las manos es para los judíos algo más que una cuestión de higiene. Con sólo tocar lo que había tocado un pagano, ya quedaban interiormente contaminados. Por eso era necesario lavarse. Es, pues, una ablución religiosa. Esta ley obligaba a los sacerdotes en el servicio del templo, pero los rabinos la habían hecho extensiva a todos. Habían promulgado leyes que contravenían directamente a los mandamientos divinos.
Evangelio a la medida. A Jesús, como a los profetas, le recome la adulteración de la ley de Moisés. Lo esencial lo convierten en accidental y lo accidental lo convierten en esencial. Se muestran “escandalizados”. Y se lo echan en cara a Jesús, que se enardece ante tanta hipocresía: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”. “¡Pagáis el diezmo del comino y descuidáis lo más grave de la Ley: la honradez, la compasión y la sinceridad!” (Mt 23,23).
Están obsesionados por los ritos, pero no les importa nada el sufrimiento de los pobres. A veces las pequeñas fidelidades ocultan grandes traiciones. Es increíble la habilidad con que se manipula la palabra de Dios, para vivir caprichosamente y estar con la conciencia tranquiliza “con el deber cumplido”. Es evidente que el fariseísmo es una tentación incesante, porque todos tendemos a lo cómodo; así nos justificamos con ser fieles a lo que no nos cuesta, a lo accidental, dejando intacto el núcleo, lo esencial.
Jesús, que denunció el formalismo de los judíos, extraviados por sus guías, denunciaría hoy mucho formalismo en quienes se llaman “cristianos”. Un ejemplo lamentable: Mientras estalla la revolución rusa y corre la sangre al pie de la ventana del salón en que están reunidos los popes de la Iglesia Ortodoxa rusa, éstos siguen discutiendo sobre el color de los ornamentos sagrados. ¿Qué sentido tienen ciertas disputas intraeclesiales sobre cuestiones menores cuando mueren de hambre cada año 60 millones de seres humanos? ¿Qué sentido tiene estar obsesionados por pequeños ritos de la Eucaristía cuando estamos divididos, carecemos de espíritu misionero y estamos atrapados por el consumismo y la insolidaridad?
Lo esencial es lo que importa. Interpelémonos con respecto a las grandes cuestiones. Con respecto a la misma Eucaristía, corremos el peligro de colar el mosquito y tragar el camello (Mt 23,24), ser fieles a la rúbrica más insignificante y “pasar por alto lo esencial”: la actitud comunitaria, de ofrenda, de escucha. Cuando se da demasiada importancia a lo accidental, se le quita a lo esencial.
Interpelémonos, también, sobre las grandes cuestiones que nos afectan globalmente: ¿Qué hago para ayudar a los demás y hacerles felices? ¿Cómo empleo las enormes riquezas que Dios ha puesto en mi mano?
Esto mismo hemos de hacer con respecto a la Eucaristía: ¿La vivo como una experiencia de comunión fraterna, de disponibilidad ante Dios como Cristo? ¿Me alimento para compartir su entrega? Esto es lo que le preocupaba a Pablo y sobre esto interpelaba enérgicamente a los corintios (1 Co 11,17-34). Lo grandioso del rabí de Nazaret es que fue al grano: “El que ama tiene cumplida la ley” (Rm 13,8).
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 7,1-23) Fascinados por la verdad. Jesús pasa por ser un rabí diferente, tan diferente que preocupa no poco a las autoridades de Jerusalén, de ahí que envíen a sus emisarios para informarse de primera mano. Ya no basta con lo que se oye decir. Ya desde el principio se respira un aire de tormenta que no tarda en estallar, preparada por el ese acercaron a Jesús» (v. 1), que tiene toda la pinta de un control para cogerle en fallo. El drama judicial alienta ya en estas primeras escaramuzas y se desarrollará primero como acusación y después como defensa, que se transformará en una requisitoria y en una condena. El imputado se convierte en acusador y los acusadores se encuentran de improviso en el banquillo de los acusados sin posibilidad de apelación.
Para comprender la acusación que los fariseos lanzan contra los discípulos —un pretexto para golpear a la persona de Jesús— se debe mirar al mundo judío, que practicaba un ritual que a nosotros nos resulta casi incomprensible. La costumbre de lavarse las manos antes de sentarse a la mesa, algo que también nosotros enseñamos a los niños, representa, más que una norma de higiene, una consecuencia del concepto de pureza ritual que tanto espacio ocupaba también en el Antiguo Testamento. Se trataba de normas que, en su origen, sólo afectaban a los sacerdotes y a los que estaban en contacto con lo divino, y que los fariseos extendieron después a todos los demás. «Los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos meticulosamente» (v. 3): lo importante, más que lavarse, era hacerlo de una manera meticulosa, llegando hasta el codo, porque sólo de este modo se cumplían las prescripciones. Se requerían dos enjuagues, cada uno de ellos con un cuarto de log de agua (0,137 litros, aproximadamente), cantidad que sólo en circunstancias particulares podía ser inferior. No todos los recipientes eran idóneos para el lavado: no debía ser un recipiente de barro, ni una tapadera, ni tampoco era lícito lavarle las manos a otro llevándole agua en el cuenco de las manos. He aquí, pues, la pregunta que suena como una acusación: « ¿Por qué tus discípulos no proceden conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» (v. 5).
La respuesta de Jesús (la requisitoria) no se limita al casus belli y traslada la discusión, en nombre de la verdad, al valor de la enseñanza de los fariseos: al problema más general de la transgresión de la voluntad divina en nombre de la tradición. Jesús se ve obligado a quitar la pátina de bonhomía que la opinión pública había difundido sobre los fariseos. Empieza llamándoles «hipócritas», es decir, «actores».
Elevación Espiritual para este día. No es demasiado pequeño el corazón del creyente para aquel a quien no le bastó el templo de Salomón. Nosotros, en efecto, somos el templo del Dios vivo. Como está escrito: «Habitaré en medio de ellos». Si un personaje importante te dijera: «Voy a habitar en tu casa», ¿qué harías? Si tu casa es pequeña, no hay duda de que te quedarías desconcertado, te espantarías, preferirías que el encuentro no tuviera lugar. Ahora bien, tú no temes la venida de Dios, no temes el deseo de tu Dios. Al venir, no te reduce el espacio; al contrario, cuando venga, será él quien te dilate.
Reflexión Espiritual para el día. Estamos aún en los bajos fondos, en los sótanos de la vida espiritual: también nosotros, que algunas veces nos mostramos un tanto burócratas, debemos ascender a la planta superior. Subir a la planta superior significa en nuestro caso superar la frialdad de un derecho sin caridad, de un silogismo sin fantasía y sin inspiración, de un cálculo sin pasión. Significa superar la frialdad de un logos sin sophia, de un discurso sin sabiduría y sin corazón. Significa no contentarnos con el acopio de nuestras pequeñas virtudes humanas, como si éstas pudieran comprarnos el Reino de Dios, cuando sabemos que es el Señor quien nos da la fuerza para ser buenos y humildes. En efecto, el Señor no nos ama porque seamos buenos, sino que nos hace ser buenos porque nos ama... María, inquilina acostumbrada a la planta superior, nos alivia de un estilo pastoral «atareado», sin inspiración, de una experiencia de oración requerida sólo por el guión, sin sobresaltos de fantasía, sin emoción. Nos rescata del achatamiento de nuestra vida interior en el ámbito de las trivialidades, del afán de las cosas por hacer que nos impiden elevarnos a ti.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Reyes 8, 22-23. 27-30. Escucha desde el lugar de tu morada y perdona. Tanto por su carácter sagrado, en virtud de la unción, como por su calidad de rey de un pueblo teocrático, Salomón es quien preside la ceremonia de la dedicación del templo.
En la oración, de cuño deuteronomista, se destacan los temas siguientes. En primer lugar, la fidelidad. La historia bíblica está construida, en buena parte, sobre el esquema «promesa-cumplimiento». Desde los comienzos mismos, la historia sagrada está jalonada de una cadena sucesiva de promesas, que se van cumpliendo a plazo más o menos largo. Este esquema pone de relieve dos ideas teológicas: por una parte, la fidelidad de Dios en cumplir su palabra, y, por otra, la eficacia de las palabras o promesas divinas, que vienen a ser como el principio dinámico y desencadenante de la historia de la salvación.
Los hechos que se describen en nuestro texto son el cumplimiento de la promesa hecha a David sobre la construcción del templo (2Sam 7, 13).
Sigue el tema de la trascendencia divina: ¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido! Es la eterna tensión entre trascendencia e inmanencia. Posiblemente estas palabras de Salomón, de origen deuteronomista, tienen un transfondo polémico contra ciertas tradiciones y autores, que subrayaban excesivamente la inmanencia de Dios y circunscribían su presencia a los recintos sagrados. Los deuteronomistas quieren dejar bien claro que Dios es inabarcable y que no solamente los santuarios sino ni siquiera los cielos lo pueden contener.
Finalmente, la oración apela de una manera general a la condescendencia y misericordia de Dios: Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú desde tu morada del cielo y perdona.
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