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martes, 16 de febrero de 2010

Día 16-02-2010. Ciclo C.

Martes 16 de febrero de 2010. 6ª semana del tiempo ordinario. (Ciclo C). (FE). 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Elía y co mr. Beato José Allamano pb.
LITURGIA DE LA PALABRA.
 Sant 1,12-18: “Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba”
Salmo 93: “Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor”
Mc 8,14-21: Cuídense de la levadura de los fariseos. 
La pregunta del evangelio también puede ser dirigida a nosotros, como los discípulos tenemos más o menos familiaridad con Jesús y con su palabra, con su manera de actuar y con su predicación, incluso hemos compartido no solo una o dos veces el Pan, sino muchas y, sin embargo, no entendemos a Jesús ni la advertencia que hace, tal vez moralizamos y creemos que la levadura de los fariseos se refiere a cosas espirituales, no comprendemos que Él nos ama y que nos llama a una novedad de vida. A veces ante sus advertencias y exigencias nos vamos por las ramas, no llegamos al centro del asunto, la terquedad de nuestra mente y del corazón para entender el estilo típico de Jesús hace repetir hoy esta pregunta ¿Aún no entienden?
¿Y qué es lo que tenemos que entender? Algo sencillo y claro de lo que hemos estado hablando en los últimos días en los evangelios, el amor incondicional de Dios, su pedagogía, su ternura y la absoluta libertad con que nos quiere para que vivamos esas relaciones con él y con los otros y otras. Entender incluso que los momentos difíciles y penosos son momentos para acercarnos a Dios y construir comunidad. Y entender que estamos llamados a ser más generosos con los necesitados, a controlar nuestros impulsos de envidia y egoísmo. En definitiva tenemos que entender el llamado a construir una vida más feliz y justa.
Para muchas comunidades hoy es Martes de Carnaval. Vale la pena no olvidar a Dios en medio de la fiesta. O ¿es que no entendemos que también ahí puede estar Dios?

PRIMERA LECTURA.
Santiago 1,12-18
Dios no tienta a nadie 
Queridos hermanos: Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. Cuando alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al mal y él no tienta a nadie. A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce; el deseo concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte. Mis queridos hermanos, no os engañéis.
Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 93
R/.Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor. 
Dichoso el hombre a quien tú educas, / al que enseñas tu ley, / dándole descanso tras los años duros. R.
Porque el Señor no rechaza a su pueblo, / ni abandona su heredad: / el justo obtendrá su derecho, / y un porvenir los rectos de corazón. R.
Cuando me parece que voy a tropezar, / tu misericordia, Señor, me sostiene; / cuando se multiplican mis preocupaciones, / tus consuelos son mi delicia. R.


SANTO EVANGELIO.
Marcos 8,14-21
Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes 
En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les recomendó: "Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes." Ellos comentaban: "Lo dice porque no tenemos pan." Dándose cuenta, les dijo Jesús: "¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?" Ellos contestaron: "Doce." "¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?" Le respondieron: "Siete." Él les dijo: "¿Y no acabáis de entender?"
Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Santiago 1,12-18 Esta perícopa puede constituir la parte final de la exhortación introductoria con un tema en el que insistirá el cuerpo de la carta: «Dichoso el hombre que aguanta en la prueba» (v. 12). El tema de la prueba o tentación está recogido en este versículo con el mismo carácter positivo de los vv 1ss; allí se subrayaba la necesidad de que las cosas preciosas sean probadas y la importancia que tiene para los cristianos la oportunidad de ser incitados a alcanzar la perfección de la obra. La proclamación de un «macarismo» o de una bienaventuranza está destinada a los que entran en un camino que, al comienzo, requiere esfuerzo y paciencia, y sólo en un segundo momento conduce a algo grande.
No carece de finura psicológica la descripción de la labor lenta y continua de la concupiscencia, que lleva adelante la “prueba” mediante el halago y la seducción. El mal, que ha conseguido entrar en el hombre a través de la seducción y el halago, da a luz el pecado, y éste, a su vez, engendra la muerte.
La finalidad de estas consideraciones no parece ser llevar a cabo una meditación sobre la naturaleza de Dios, sino más bien una revelación de lo que la pureza divina engendra en nosotros. En efecto, como es propio de la fuente luminosa comunicarse, nosotros somos partícipes de la irrigación divina, rica no sólo de luz iluminadora, sino determinada por la voluntad, capaz de engendrar «mediante la Palabra de la verdad» (que es el Evangelio, según Col 1,5).

Comentario del Salmo 93 Estamos ante un salmo de súplica, caracterizada sobre todo por las peticiones iniciales: manifiéstate» (1), «levántate» y «dales su merecido» (2). Puede considerarse una súplica individual (16- 19.22) o colectiva, en cuanto que representa la oración de todos los justos ante la injusticia generalizada presente en la sociedad. Nosotros vamos a considerarlo como un salmo de súplica colectiva.
Este salmo no presenta una organización muy clara. Aún así, podemos dividirlo en cuatro partes: 1-7; 8-15; 16-21; 22-23. La primera (1-7) se caracteriza por una súplica urgente, dirigida al Señor, Dios de la venganza y juez de la tierra (1-2), para que se despierte, para que se levante y haga justicia, dándoles su merecido a los soberbios. El final del salmo (23) indica qué es lo que esto significa. La pregunta « ¿hasta cuándo...?» permite suponer que los malhechores se han adueñado de la sociedad y que están cometiendo, con altanería (3b), las mayores injusticias que quepa imaginar. De hecho, en los versículos 4 al 7 encontramos siete crímenes de los malvados: se desbordan sus palabras insolentes, se jactan, aplastan al pueblo, humillan la heredad de Dios, matan y asesinan a los más indefensos (viudas, extranjeros, huérfanos) y comentan: «El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera...». La séptima acción es el motor de todas las anteriores: Dios no se da cuenta de lo que están haciendo. Por eso este salmo comienza clamando al Dios de la venganza y al juez de toda la tierra...
En la segunda parte (8-15) el salmista se dirige a los malvados injustos (8-11) y al pueblo (12-15). A los soberbios los llama necios e ignorantes (8). Y al pueblo le anuncia la felicidad (12). El contraste entre estos dos grupos es más que evidente. Los malvados son necios e ignorantes, por eso no aceptan la instrucción de Dios. Los justos, por el contrario, se dejan educar por el Señor y encuentran el camino de la felicidad, consiguiendo el derecho y un futuro feliz. Muy distinta es la suerte de los soberbios, a los que se abre una fosa.
En la tercera parte (16-21) el salmista, sin abogado defensor, plantea una pregunta (16); además tenemos el probable recuerdo de los hechos vividos en un pasado en el que se sentía muy próxima la presencia protectora del Señor (17-19) y también una serie de datos precisos acerca del comportamiento de los injustos (20-21). Es un llamamiento a Dios para que tome medidas contra las injusticias de los soberbios, de los necios y de los ignorantes.
La última parte (22-23) presenta el destino diferente que espera a cada cual. El justo encuentra en Dios su refugio, mientras que los malvados serán destruidos.
Da la impresión de que este salmo constituye la sesión de un juicio. Al menos supone la existencia de un espacio amplio, con la presencia de jueces corruptos, unas cuantas personas y el salmista.
No hay quien haga justicia. Por eso el salmista se dirige al Señor, Dios de la venganza y juez de la tierra, para pedir justicia (1-2). El salmista dirige una catequesis a los presentes sobre las acciones de Dios en favor de la justicia (12-19). En este salmo, a los enemigos del justo se les llama soberbios (21 injustos (3.13b), malhechores (4h.16b), necios e ignorantes (8) y malvados (16a). Se les acusa gravemente de las siete acciones injustas que ya hemos mencionado (4-7), que alcanzan su cota más elevada en la corrupción de Dios: «Dios no hace nada...». Los injustos han ocupado el lugar del Señor y han convertido la sociedad en un caos.
La acusación contra los soberbios continúa en las primeras líneas de la segunda parte (8-11). Pero ahora nos preguntamos quiénes son estas personas. En 2 1-22 encontramos un dato importante: se habla aquí de un tribunal corrupto que dicta sentencias injustas en nombre de la ley. Con la ley en sus manos, los injustos cometen las mayores tropelías (4-7) en los tribunales. Y si a alguien se le ocurre reaccionar, tendrá que padecer atentados y será condenado a muerte (21). Los injustos de este salmo son, por tanto, jueces corruptos que, en nombre de la ley, matan y asesinan impunemente a aquellas personas que se oponen a sus proyectos (el justo y el inocente del versículo 21) o que deberían recibir de ellos mayor protección (las viudas, extranjeros y huérfanos del versículo 6).
En este sentido, la conclusión del salmo (22-23) funciona como la sentencia: el justo encuentra refugio en el Señor, mientras que los jueces injustos serán destruidos por Dios. De este modo se pondrá fin a su impunidad.
El rasgo más importante es el del Dios aliado que hace justicia. Dios de la venganza, juez de la tierra, incapaz de pactar con un tribunal asesino y corrupto, que muestra su amor para con el justo educándolo, protegiéndolo, llenándolo de alegría. Dios es aquí, como en tantos otros salmos, el aliado del justo en la lucha por la conquista de la justicia. Es lo contrario de lo que pretendían los soberbios, cuando decían: «El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera (7), es decir, un Dios que se alía con los corruptos y que aprueba la impunidad. No fue esto precisamente lo que sucedió en Egipto, cuando los israelitas clamaron a Dios a causa de la opresión del Faraón. El Señor escuchó, bajó y liberó. En este salmo se espera que haga lo mismo. Estamos, por tanto, nuevamente ante el Dios de la Alianza que escucha el clamor de su pueblo, que lo libera y le hace justicia.
El tema de la justicia toca muy de cerca la vida y la actividad de Jesús, sobre todo en el evangelio de Mateo. En su época, los doctores de la Ley eran los responsables de la interpretación y de la aplicación de la Ley en la vida del pueblo. Jesús no encubre sus injusticias, sino que los acusa enérgicamente (Mt 23,13- 16; Mc 12,38-40). Dejó bien claro que Dios no olvida nunca el clamor de los que piden justicia (Lc 1.8, 6). El Apocalipsis, cuando habla de la Nueva Jerusalén (AP 21-22), la presenta como una sociedad en la que no se escucha clamor alguno a causa de las injusticias (21,4).
En todo el mundo, el pueblo pobre y que padece la injusticia puede hacer suyo este salmo y clamar con sus palabras al Señor, Dios de la venganza, para que se manifieste, se levante y haga justicia. Uno de los ámbitos más corruptos de nuestra sociedad es, sin lugar a dudas, el de la justicia, que engendra una cultura de la impunidad (la nueva versión de «El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera...»). La situación es tan grave que, en lugar de conseguir justicia, muchas veces los justos e inocentes mueren en las garras de los que debían defenderlos de las ambiciones de los poderosos...

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 8,14-21 El marco literario de esta perícopa es también el de la «sección de los panes» (Mc 6,30—8,26) y, más en particular, la reacción a la revelación cristológica por parte de los fariseos (8,11-13) y, ahora, por parte de los discípulos (8,14-21). El endurecimiento del corazón es un tema profético y veterotestamentario, dramático y complejo. Aparece en los evangelios a propósito de la comprensión-aceptación del misterio del Reino propuesto en parábolas (Mc 4,10-12; Mt 13,10-14; Lc 8,9ss; cf. Jn 12,37-41).
La insistencia en el tema por parte de Marcos pretende subrayar la novedad y la profundidad del mensaje propuesto; los fariseos lo han intuido, pero han preferido provocar al Mesías a tomar una opción diferente; la dificultad para entrar en él, en el caso de los discípulos, indica la opción radical a la que está llamada su fe. Esa dificultad, para decirlo con los términos de nuestro pasaje, consiste en no alinearse con la levadura de los fariseos y en comprender, en cambio, la lógica de la multiplicación repetida de los panes. Es ésta un misterio de reparto; el pan que se parte para ser multiplicado, la carne que debe ser «masticada» a fin de que se convierta en fuente de vida eterna para los que participan en el banquete, trae a colación el misterio de la necesidad de pasar a través de la muerte para ser fuente de vida. Esto por lo que respecta a Jesús, por lo que respecta a la cristología en sí misma y también por lo que se refiere a los discípulos, en virtud de una lógica eclesial que sea conforme con la enseñanza del Maestro.
En el pasaje de ayer, Santiago nos hacía pedir a Dios la sabiduría, a fin de ver las pruebas desde su justa perspectiva. El libro de los Proverbios se refiere al valor de la sabiduría cuando recuerda que «la necedad del hombre tuerce su camino e irrita su corazón contra el Señor» (19,3). Santiago se muestra categórico: «Nadie puede incitar a Dios para que haga el mal, y él no incita a nadie a pecar» (1,13). En consecuencia, nuestra atención debe detenerse en otro punto: el hombre-criatura. En él está presente la concupiscencia y, si la sigue, se encamina a la muerte. Ahora bien, el hombre dispone también de la posibilidad real de ser «los primeros frutos entre las criaturas de Dios» (1,18), engendradas por su voluntad «mediante la Palabra de la verdad».
Ante la «fijación» de los discípulos en una preocupación superficial y material, Jesús no sólo los amonesta, sino que les hace practicar una anamnesis por medio de una percuciente serie de preguntas — « ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Es que tenéis embotada vuestra mente? Tenéis ojos y no veis; tenéis oídos y no oís»— y los lleva a releer la «señal» de la multiplicación de los panes.
Jesús se muestra provocador en el empleo que hace de la terminología de los antiguos profetas. De este modo revela también que «la levadura de los fariseos y de Herodes», esto es, la falta de disponibilidad para acoger lo que han visto, está presente asimismo en sus discípulos, que permanecen ligados al «pan» y no llegan a él, “Palabra de la verdad”. En nuestro caso, tampoco nos hará daño una anamnesis de este tipo, puesto que abriendo los «ojos» y los «oídos» también llegaremos nosotros a reconocer que «todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces».

Comentario del Santo Evangelio:(Mc 8,14-21), para nuestros Mayores. Educados para el asombro. Jesús se encuentra en la barca con sus discípulos. Un olvido trivial de éstos —no han cogido pan en cantidad suficiente— favorece la vuelta al tema del pan. Jesús, por un lado, quiere tranquilizarles y, por otro, quiere enseñarles a elevar la mirada hacia valores merecedores de más atención. Su persona y su obra deben catalizar su interés y llevarles a la admiración. Por eso les acosa con una serie de siete preguntas: quiere enseñarles a pasar de las preocupaciones materiales a las morales, del momento de necesidad pasajera al de las necesidades perennes.
En la advertencia del v. 15 aparecen asociados dos grupos rivales e inconciliables, los fariseos y los seguidores del partido de Herodes, porque ambos hacen frente común contra Jesús, su enemigo. Es preciso estar en guardia contra su «levadura». Esta imagen se usa tanto en los textos judíos como en los cristianos para describir la fuente de la corrupción (Gál 5,9; 1 Cor 5,7s) y las disposiciones interiores malas. En el contexto de ahora, la levadura, fermento activo, podría representar la falsa convicción de un Mesías triunfante y dominador. Así querrían que fuera Jesús. Los discípulos, que no son muy extraños a esta perspectiva, deben estar atentos para no caer en el error y dejarse corromper por una falsa expectativa. ¿Debe angustiarles verdaderamente la momentánea falta de pan?
Jesús les ayuda a releer los acontecimientos con unos ojos nuevos. Les recuerda los dos milagros en los que también ellos participaron de una manera activa viendo multiplicarse el pan ante sus propios ojos. La pregunta explícita sobre los trozos sobrantes, y la respuesta correspondiente de doce y de siete cestos, deben hacer desaparecer toda preocupación ansiosa sobre el alimento. Si todavía están atenazados por ese pensamiento es que tienen el corazón endurecido, insensible a las cosas elevadas. Son incapaces de asombro. En efecto, el asombro se sitúa justamente en la frontera con el escándalo, en un equilibrio precario: se trata de acoger o de quedarse bloqueado frente a la revelación de un Jesús mes inesperado. Es la torpeza que deja morir cualquier actitud para la admiración y para el asombro —que constituyen siempre modalidades de comunión con lo inédito— y que hace ahogarse a la persona en la fácil filosofía del esto ya lo hemos visto, del trivial y negligente pasotismo. Como ocurría con los fariseos, parece ser que precisamente las expectativas y la incapacidad de apertura frente a lo nuevo son lo que supone un obstáculo para reconocer a Jesús. Este, con sus preguntas, no sólo expresa la decepción ante este cierre, sino que hace presagiar una próxima superación de la incomprensión.
El escándalo de los discípulos asume la forma de una lentitud temporal a la hora de entrar en un misterio desconcertante, y deja entrever, en el asombro que la constituye, un posible itinerario para la superación. El « ¿y aún no entendéis?», que cierra el fragmento (v. 21), les empuja a levantar la mirada hacia lo alto para entrar en sintonía con Dios, que actúa en Jesús. De esa contemplación vendrá una mayor comprensión de los acontecimientos y podrá nacer un asombro renovado. Lo extraordinario para el hombre es lo ordinario de Dios. No hay motivo alguno para temer, sino sólo oportunidades para gozar de la presencia divina que transforma la vida.
No comprenden los fariseos que piden un signo, no comprenden los discípulos que han asistido a la segunda multiplicación de los panes. La insistente invitación de Jesús a los discípulos a penetrar en la comprensión del milagro demuestra que ese gesto no fue un pic-nic popular sin más, sino un gesto revelador de su persona y de su misión.
También nosotros, como los discípulos, insistimos en tener miedo y en no comprender, atrapados como estamos por las preocupaciones cotidianas, que nos impiden reflexionar sobre los acontecimientos con la luz de la fe.
Nuestro corazón sigue estando endurecido. El Señor, paciente y misericordioso, nos dirige esta pregunta: « ¿Es que ya no os acordáis?» (v. 18). Si de verdad lo tuviéramos en el corazón y recordáramos las gracias y los beneficios que hemos recibido por el poder y el amor de Dios hacia nosotros, no tendríamos miedo, no buscaríamos nuestras tambaleantes seguridades, sino que nos abriríamos a él con suma confianza.
Una sugerencia que es asimismo una terapia: eduquémonos para el asombro, aprendamos a asombrarnos cada vez más. La recomendación viene de tiempos remotos. El filósofo Aristóteles recordaba: «Cuando se apaga el asombro, también desaparece el genio». Del mismo mundo filosófico nos llega esta sentencia de Platón: «El asombro es el principio de toda filosofía». En nuestros días nos advierte el escritor Chesterton: «El mundo no perecerá por falta de novedad; perecerá, a lo sumo, por falta de asombro». Debemos educarnos para sorprendernos de lo bello y del bien, tanto dentro como fuera de nosotros. Además de procurarnos una vida más serena, será un óptimo ejercicio de búsqueda y de percepción de la presencia del Señor.
Haremos el exaltante descubrimiento de que el compromiso iniciado en el tiempo se convertirá en una actitud destinada a colorearse de eternidad: «Buscar al Señor será la actividad de la eternidad. Nunca podremos verle y poseerle por completo, ni siquiera cuando estemos cara a cara con él. Continuaremos descubriéndole y buscándole hasta el infinito, sin llegar a tener nunca un conocimiento finito, porque él es infinito». Eso significa que el asombro nunca tendrá fin.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 8,14-21, de Joven para Joven. La levadura de los fariseos. Voz de alerta. Los evangelios son catequesis para iluminar y orientar a las comunidades destinatarias, teniendo en cuenta la situación que vivían, con la particularidad de que sus mensajes son siempre válidos para todas las comunidades y cristianos a lo largo de los siglos.
¿Qué situación viven las comunidades a las que Marcos se dirige? Después de decenios de la “revolución” de Jesús, pasado el primer entusiasmo, empiezan a sentir la tentación de reincidir en los esquemas y comportamientos farisaicos, superados por el Maestro. Tienen la tentación de copiar el estilo sinagogal y cultural del judaísmo; los presbíteros y obispos empiezan a dar excesivo relieve a su función y a olvidarse de lo esencial, que es el servicio fraterno. Por lo demás los cristianos inmersos en la sociedad civil, simbolizada por Herodes, con sus enormes taras sienten la tentación del mundo.
Este pasaje evangélico alienta contra el peligro de contagio, evocando el mensaje que Jesús comunicó al grupo de los que convivieron con él. Jesús viaja en la barca con sus discípulos. En medio de la conversación les dice: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”. Ellos se miran unos a otros cuchicheando y comentan: “Esto lo dice porque no tenemos pan, porque no hay más que uno en la barca”. Pero Jesús lo dice sin segundas intenciones. Si el Maestro invita a sus discípulos a ser levadura (Mt 13,33), ¿por qué alerta ahora contra la levadura de los fariseos y de Herodes? La razón es que el término “levadura”, tiene un doble significado. Uno positivo, como en el primer caso: sin levadura la masa no fermenta, resulta indigesta. Pero tiene también un sentido negativo: era el símbolo de la corrupción, sobre todo cuando después de un proceso largo de multiplicación, se deterioraba su calidad. Por eso, en la Pascua, los judíos desechaban la levadura vieja, comían pan sin levadura y preparaban una levadura nueva.
Conservamos este simbolismo en el pan de la Eucaristía, pan ácimo como el que usó Jesús en la última cena por ser Pascua. Por eso escribe Pablo: “Barred la levadura vieja para ser masa nueva, puesto que sois panes sin levadura” (1 Co 5,7). Según Jesús, de la misma manera que la levadura corrompida penetra toda la masa y la corrompe, así la corrupción de los fariseos y herodianos ha corrompido a muchos en la sociedad; vosotros no os dejéis corromper.
La levadura mala. En otros pasajes de los evangelios se identifica tal levadura con la “hipocresía” (Lc 12,1) y la “doctrina” de los fariseos y saduceos (Mt 16,12). Se trata de su visión nacionalista y política del Mesías esperado, visión que tampoco es extraña a los discípulos (Mt 20,21). Mateo, en el capítulo 23, señala unos rasgos que definen a los fariseos. Se refiere a sus enseñanzas y al criterio con que analizan realidades fundamentales como la Escritura, la persona y la sociedad, invirtiendo el orden de valores. Su gran pecado es la hipocresía: dicen, pero no hacen; son duros con los demás e indulgentes consigo mismos. Están cargados de formalismos religiosos. Les gusta los primeros puestos, guardan bien las apariencias, mientras que por dentro están llenos de corrupción. Son nimios hasta colar un mosquito, pero se tragan un camello. No les importan las personas; han olvidado la ley fundamental del amor. Llenos de ambiciones, proyectan en el pueblo sus sueños triunfalistas sobre el Mesías que esperan. Viven y propician una religiosidad comercial, mágica, lucrativa, legalista, sin entrañas.
La tentación que insistentemente asaltó a Jesús fue la del poder y la fuerza. Y ésta ha sido también la tentación de la comunidad eclesial desde los tiempos del emperador Constantino hasta nuestros días. “Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, “la Iglesia ha de recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres”.
Tenemos que aprender bien esta lección: La flaqueza de la cruz de Cristo es la fuerza salvadora de Dios (1 Co 1 ,23ss). Cuando Jesús previene a los suyos contra la levadura de los fariseos y de Herodes, les alerta para que no se dejen arrastrar por el ambiente, los criterios y el estilo de vida de unos y otros, ya que están en contra de lo que él propone. Les pide que abran los ojos para inmunizarse del mal y ser levadura del bien. Es lo mismo que recomendará Pablo (Ef. 5,15-18; Flp 2,15).
Alma del mundo. Estamos ante un mensaje siempre actual. Comunidades, familias y cristianos de todos los tiempos sufriremos estas mismas tentaciones. Jesús ora con solicitud: “No te pido que los saques del mundo (hemos de estar en él para ser sal, levadura y luz), sino que los preserves del mal” (Jn 17,15).
Se comentaba en un grupo de cristianos comprometidos: “Si no estás muy atento, después de encontrarte todo el día inmerso en una forma de pensar que no es la tuya, después de oír y observar cómo la gente que te rodea se mueve por dinero, por pasarlo bien, por el sexo... casi el ambiente te va envolviendo. Si no fuera porque nutrimos la fe en el grupo cristiano, en la reflexión de la Palabra y en la oración, estaríamos aclimatados del todo al ambiente”.
Esto en cuanto a la sociedad como contexto envolvente en la vida diaria. Pero hay que decir lo mismo en relación con el ambiente que forman los cristianos cumplimenteros y mediocres. “Su” cristianismo de rebajas representa una tentación muy potente. Hasta es fácil que muchos nos digan: “Pero, ¿por qué te complicas tanto la vida? ¿No ves que hay muchos cristianos que llevan un cristianismo más normal, sin tanta complicación?”.
“Vosotros sois la levadura” (Mt 13,33) que ha de transformar vuestro entorno, nos encomienda Jesús. “Lo que es el alma en el cuerpo son los cristianos en la sociedad”, dice la carta a Diogneto. No podemos olvidar la consigna paulina: “No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien” (Rm 12,21).

Elevación Espiritual para este día. Sí, vi además que nuestro Señor se alegra de la tribulación de los suyos con piedad y compasión; y a toda persona que quiere llevar con amor a su felicidad le envía algo que, a sus ojos, no constituye un defecto, pero a causa del cual esas personas son humilladas y despreciadas en este mundo, ultrajadas, sometidas a burlas, puestas aparte. Y hace esto para impedir el daño que les produciría el fasto, el orgullo y la vanagloria de esta mísera vida, y hacer más expedito el camino que les llevará al cielo, a la alegría infinita y eterna. Por eso dice: «Yo os arrancaré por completo de vuestros afectos vanos y de vuestro orgullo malvado, y os reuniré después y os haré humildes y apacibles, puros y santos, uniéndoos a mí».
Y entonces vi que toda compasión natural que tiene el hombre por sus hermanos cristianos, unida a la caridad, es Cristo en él. Por otra parte, todo tipo de anonadamiento mostrado por Jesús en su pasión revela dos aspectos de la intención de nuestro Señor: uno es la felicidad a la que seremos llevados y en la que quiere que nos alegremos; el otro es el consuelo en nuestro dolor, porque quiere que sepamos que todo se transformará en gloria y ganancia para nosotros en virtud de su pasión, y que sepamos también que nosotros no sufrimos solos, sino con él, y que lo veamos como nuestro apoyo. Y desea que veamos que todos sus sufrimientos y tribulaciones superan con mucho todo cuanto nosotros podamos sufrir, hasta tal punto que no podemos tener una comprensión cabal del mismo. Y si consideramos bien esta voluntad suya nos salvaremos de lamentarnos y de la desesperación cuando experimentemos dolor; y si pensamos correctamente que nuestro pecado nos merece las penas, su amor nos excusa aún. Y por su gran cortesía elimina todo reproche y nos mira con compasión y piedad, como niños inocentes y sin culpa.

Reflexión Espiritual para este día. La historia de la salvación no está marcada sólo por las repetidas llamadas de Dios, sino también por los repetidos rechazos por parte del hombre a tomar el camino de la vida. El mismo Verbo de Dios, nos recuerda el evangelista Juan, «vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Jesús, en el evangelio de Juan, nos indica la raíz profunda del rechazo, de la incredulidad, y lo hace empleando un lenguaje duro, que requiere ser descifrado: «Yo hablo de lo que he visto estando junto a mi Padre; vuestras acciones manifiestan lo que habéis oído a vuestro padre. “El que es de Dios acepta las palabras de Dios, pero vosotros no sois de Dios, y por eso no las aceptáis” (Jn 8,38-47). La raíz de la fe bíblica está en la escucha, actividad vital, aunque también exigente. Y es que escuchar significa dejarse transformar, poco a poco, hasta ser conducidos por caminos a menudo diferentes de aquellos que hubiéramos podido imaginar encerrándonos en nosotros mismos. Los caminos que nos indica Jesús están marcados por la belleza —porque la vida de comunión es bella, bello el intercambio de dones y de misericordia—, pero son caminos que comprometen. De ahí la tentación de no abrirle la puerta, de dejarlo fuera de nuestra existencia real. La historia del pecado, en efecto, echa siempre sus raíces en la historia de la falta de escucha. Aunque —y hay que decirlo con fuerza— ninguno de nosotros pueda juzgar la escucha de los otros, ni siquiera la de los que se declaran alejados de la fe.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1, 12-18 (1, 17-18. [21b-22. 27]). La tentación. Genealogía del pecado. Así podría titularse esta pequeña sección o, al menos, la primera parte de la misma. ¿Por qué esta genealogía del pecado? En la sección anterior nos ha hablado de la «prueba». La prueba que es, sencillamente, lo que la palabra dice, una prueba. Pero puede torcerse oscuramente hacia el mal. Cuando esto ocurre, se convierte en tentación. Una consecuencia lógica sería, pues, la siguiente: si la prueba viene de Dios, también la tentación. ¿Qué hacer en este caso?
Este raciocinio llevaba inevitablemente a un fatalismo, del que tenemos ejemplos elocuentes tanto en la literatura extra-bíblica (desde Homero) como en la bíblica (ver, como testimonio de esta mentalidad, el rechazo que hace de la misma Eclo 15, 11-12). El fatalismo es contrario al judaísmo y al cristianismo. La naturaleza misma de Dios excluye tal pensamiento: Dios ni puede ser tentado ni puede tentar a nadie.
La causa verdadera de la tentación se halla en las concupiscencias o deseos del hombre. Estos deseos conciben el pecado y el pecado engendra la muerte (naturalmente que la muerte se refiere aquí más a la espiritual que a la física).
A continuación se nos expone el contraste violento a lo que hemos llamado genealogía del pecado. Esta genealogía arranca de abajo, del hombre, de sus concupiscencias. Por el contrario, lo que viene de arriba, de Dios, es bueno e inmutable, no sujeto a los cambios o mutaciones humanas. Dios es el Padre de las luces (ver Job 38, 7. 28). Es una frase con la que se describe la pureza y trascendencia divinas. Está por encima de todos, incluso por encima de todos los astros... no se halla sujeto a los cambios y mutaciones que vemos en ellos.
Las palabras con que se termina esta sección (v. 18) contienen una extraordinaria densidad. Describen la verdadera naturaleza del ser cristiano. La existencia cristiana supone un nuevo nacimiento (ver Jn 3, 3-5). Y este nacimiento únicamente es posible remontándonos a Dios mismo; no es posible por el esfuerzo humano por muy laborioso que éste fuese. Pero, aunque sea un acontecimiento divino, es necesario presentarlo, para hacerlo comprensible, como algo que los mismos cristianos han experimentado, como una realidad ocurrida ya en su vida (1Pe 1, 23). La diferencia entre el nacimiento divino y el humano se pone de relieve en tres afirmaciones: La nueva vida y la nueva luz han sido originadas por la palabra de la verdad. La expresión designa el evangelio en toda su profundidad (Ef. 1, 13; Col 1, 5).
Es Dios quien les ha regalado esta nueva vida a través de un renacimiento del bautismo.
Este nuevo nacimiento es el punto de origen de una nueva humanidad, como «las primicias», que son los frutos de mejor calidad y los primeros en el tiempo. Después debería venir toda la cosecha. Este tercer pensamiento se halla particularmente en la línea bíblica del Antiguo Testamento. Israel había sido como el hijo primogénito frente a los demás pueblos (Ex 4, 22; Ap 14, 4); así deben ser también los cristianos, primicias ante Dios, a las que debe seguir el resto de la cosecha de los pueblos. Son el comienzo de una nueva humanidad. 
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