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jueves, 18 de febrero de 2010

Día 18-02-2010 Ciclo C.

18 de febrero de 2010. Jueves después de Ceniza. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. (FE). SS Sadot ob co mrs, Eladio ob, Francisco Regis pb mr. Beato Juan Fiésole (Fray Angélico) pb. 
LITURGIA DE LA PALABRA.
Dt 30,15-20: “Elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia”
Salmo 1: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”
Lc 9,22-25: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo
Según el evangelio de hoy sí que comenzamos la Cuaresma, porque desde ya se nos invita a cargar con la cruz y seguir a Jesús. Por eso debemos mirar seriamente las implicaciones que esa cruz tiene en nuestras vidas, no la veamos como un sino, algo que tengamos que padecer como condición sine qua non, tengamos en la cruz un elemento que nos enaltece y hace crecer, que nos configura con Cristo. Jesús con su lógica del Reino nos muestra cómo perder la vida para ganarla. Esto se entiende cuando no hay resistencias al proyecto de Dios, cuando hay cambios, cuando se pone la confianza en el Señor... cuando se camina con esperanza.
Bien lo dice el libro del Deuteronomio: Hoy tenemos delante la vida y el bien o la muerte y el mal. Nos toca decidir: Vivir mediocremente o vivir a plenitud, vivir solos y aislados o vivir con Dios y los hermanos, vivir esta Cuaresma amarrados, tristes y solitarios o vivirla libres, alegres y solidarios. ¡Nos toca decidir!
Tenemos así mismo toda la cuaresma por delante para prepararnos a la Pascua, centro de la liturgia. En estos cuarenta días podemos alcanzar la “estatura de Dios”. Es cuestión de elección, No perdamos la oportunidad. El evangelio es un programa magnífico para nuestra vida cristiana: negarnos a nosotros mismos y ganar la vida, tomar la cruz y caminar detrás de Jesús. 


PRIMERA LECTURA.

Deuteronomio 30,15-20
Hoy te pongo delante bendición y maldición
Moisés habló al pueblo, diciendo: "Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob." 
Palabra de Dios.


Salmo responsorial: 1

R/.Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Dichoso el hombre / que no sigue el consejo de los impíos, / ni entra por la senda de los pecadores, / ni se sienta en la reunión de los cínicos; / sino que su gozo es la ley del Señor, / y medita su ley día y noche. R.
Será como un árbol / plantado al borde de la acequia: / da fruto en su sazón / y no se marchitan sus hojas; / y cuanto emprende tiene buen fin. R.
No así los impíos, no así; / serán paja que arrebata el viento. / Porque el Señor protege el camino de los justos, / pero el camino de los impíos acaba mal. R.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 9,22-25

El que pierda su vida por mi causa la salvará
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día." Y, dirigiéndose a todos, dijo: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?"
Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: Deuteronomio 30,15-20
Este fragmento con el que se concluye la proclamación de la ley deuteronómica tiene como destinatarios los desterrados de Israel. Privados de su tierra, se les exhorta a reflexionar en las causas de su situación, a acoger de nuevo la alianza del Señor con todas sus exigencias, a abrirse a la esperanza. El autor inspirado expresa todo esto contraponiendo vida y muerte, bien y mal, bendición y maldición, que se proponen a nuestra libre elección (v. 15: “delante de ti”). Al individuo y a todo el pueblo les pide una opción responsable, de graves consecuencias. Cielo y tierra son testigos (v. 19). El cosmos creado por Dios es llamado a estar presente y a ser vengador del pacto.
La vida no es sólo don de Dios, sino también participación de su ser (v. 20). El es el viviente que hace vivir. Hay que adherirse a él por el amor y la obediencia a sus mandamientos: Dios está deseando comunicarnos la vida y la bendición. Para ello da normas y preceptos: para indicarnos claramente cómo caminar por sus sendas (v. 16) y conseguir sus promesas.


Comentario del Salmo 1

El salmo 1 es de tipo sapiencial. De hecho, ya desde la primera palabra (dichoso) nos está mostrando que su preocupación es la felicidad del ser humano, su dicha. Con otras palabras, trata de aquello que más buscarnos en la vida: la felicidad, ¿Dónde está? ¿Es posible alcanzarla? ¿En qué consiste?,., Se trata, por tanto, de un salmo que habla del sentido de la vida, capaz de proporcionar felicidad a la gente. Otros temas propios de los salmos sapienciales (11 en total) son la fragilidad de la vida, la falsedad de las riquezas, la justicia como plena realización del ser huma no, etc., Como los libros sapienciales, este tipo de salmo es un fruto que ha venido madurando lentamente en la historia del pueblo de Dios. De hecho, los salinos sapienciales son como determinadas frutas que absorben todo el calor del verano y que sólo alcanzan su punto de madurez en otoño o a comienzos del invierno. Sí, porque, en la Biblia, los textos sapienciales son los últimos que produjo el pueblo de Dios. Y por ser los últimos libros que aparecen en la línea del tiempo del Antiguo Testamento, es lógico que vengan cargados de siglos de experiencias, de siglos de vida. Y, al igual que la fruta que madura en otoño, que suele ser muy dulce, también los salmos sapienciales vienen cargados de dulzura, es decir, del sentido de la vida, Por eso este salmo se sitúa como puerta que da acceso a todo el libro. Al abrir el Libro de los Salmos, ¿con qué vamos a encontramos? Pues nada más y nada menos que con una propuesta de felicidad.
Este salmo tiene dos partes (1-3; 4) y una conclusión (5-6). La primera parte (1-3) habla de la felicidad del justo. Empieza diciendo lo que no hace el justo (1). A continuación, lo que hace (2) y lo compara con un árbol permanentemente lleno de vida (3). La segunda parte (4) es mucho más breve que la primera y habla de los injustos. Niega que sean como el justo y los compara con la paja que se lleva el viento.
En la conclusión (5-6) tenemos una especie de sentencia inapelable contra los injustos-pecadores en el momento del Juicio. Sólo al final se nos revela el porqué, y aquí es donde entra Dios en escena: él es el aliado de los justos, mientras que el camino de los injustos acaba mal.
Tenemos, al menos, dos imágenes poderosas, una en cada parte. En la primera, el justo es comparado con un árbol sorprendente por su vitalidad y fecundidad. Ciertamente, esta imagen está tomada de Jeremías 17,8, donde se desarrolla con mayor amplitud. El justo se compara con un árbol al que no afecta la sequía, cuyas hojas se mantienen siempre verdes y que da frutos en sazón. Para el pueblo de la Biblia, acostumbrado a convivir casi siempre con el desierto y con lugares semiáridos, esta era una imagen paradisíaca que recordaba el Jardín de Edén. Así es el justo.
La otra imagen es exactamente la contraria: la paja que arrebata el viento. Aquí hay que recordar cómo trabajaban los agricultores de aquella época —y cómo se sigue trabajando todavía en algunos lugares—: se trilla la mies en la era batiéndola con el mayal hecho lo cual, se retira la paja más gruesa y se aventa el grano. La paja de la que habla el salmo 1 es el polvillo que, al arrojar al aire la parva, el viento se lleva lejos de la era. Así son los injustos. Estas dos imágenes, a pesar de estar tomadas de la vida del campo, muestran un contraste increíble: el justo está lozano como un árbol; el injusto desaparece como la paja.
El salmo 1 muestra el conflicto entre el justo y los injustos. Afirma que el justo es feliz porque no participa en la vida de los injustos. Si nos fijamos con más atención, nos daremos cuenta de que los injustos están más organizados, pues se reúnen en consejo (1). Leyendo con detenimiento, nos da la impresión de que el justo está solo. De hecho, hasta el final no se dice que hay una asamblea de los justos (5). Y esto aumenta, para quien lee el salmo desde el principio, el dramatismo del texto: el justo padece el hostigamiento, el asedio y las burlas de los injustos. Pero se mantiene firme en la escucha y en la meditación de la ley del Señor.
El comienzo de este salmo se parece mucho a lo que podemos leer en Sal 73,1-17. El justo sufre constantemente la tentación de pasarse al otro bando, esto es, se ve sometido a la tentación de asumir la ideología y adoptar las prácticas de los que están implicados en la injusticia. Así lo demuestra el primer versículo. Tres son los verbos que caracterizan lo que no debe hacer el justo. Estos verbos están en progresión: no acude al consejo, no anda por el camino, no se sienta en la reunión. Los adversarios del justo son calificados como «injustos», «pecadores», «cínicos» (1). ¿Por qué cínicos? ¿Ante quién muestran su cinismo, sino ante quien se mantiene firme en su opción por la justicia? ¿Y de dónde vienen su cinismo y sus burlas, sino del supuesto convencimiento de que a Dios no le preocupa la justicia?
¿Qué es lo que estaría sucediendo en la época en que surgió el salmo 1? Probablemente estaría teniendo lugar un conflicto a causa de la tierra, lo que solemos llamar el enfrentamiento de la ciudad contra el campo. De hecho, las dos imágenes empleadas están tomadas del mundo rural; el árbol plantado junto a la acequia y que da fruto, y la paja que el viento arrebata y arroja fuera de la era, Quien compuso el salmo 1 era, con toda probabilidad, alguien relacionado con la lucha de los campesinos contra la explotación de los poderosos. O bien, este salmo habría nacido en un ambiente campesino en tiempos de terratenientes ambiciosos. 
¿Cuándo podemos o debemos rezarlo? Cuando andamos en busca de la felicidad, cuando tenemos que revisar el rumbo de nuestra vida o queremos recuperar el sentido de nuestra existencia; cuando soñamos con una sociedad justa, o tenemos la sensación de que ha desaparecido la justicia; cuando experimentamos con fuerza la tentación de la corrupción o cuando los poderosos no mueven un dedo en la lucha por un mundo más justo; cuando necesitamos sentir que Dios no nos ha abandonado, sino que, por el contrario, es nuestro compañero fiel en la lucha por la justicia.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 9,22-25
A los discípulos que, después de haberles manifestado las opiniones de la gente, le declaran la propia fe, Jesús, por primera vez, les anuncia la necesidad de su pasión (9,18-22). Es una enseñanza impartida a unos pocos, aparte. Sin embargo, a todos (v. 23) el Maestro les indica claramente qué camino se debe seguir, si se quiere ser de sus discípulos. Según la costumbre de la época, los que entraban a formar parte de la escuela de un rabbí le seguían detrás, siguiendo sus huellas. Es el camino de la abnegación cotidiana, superando el miedo a la ignominia, al sufrimiento y a la muerte. Jesús lo indica hablando de la cruz. En la época de la dominación romana era frecuente el espectáculo de los condenados a muerte que transportaban el patibulum —o sea, el brazo transversal de la cruz— por las calles, desde el lugar de la condena al de la ejecución. Se trata, pues, de una imagen terriblemente realista: seguir a Cristo como discípulos es vivir como condenados a muerte por el mundo (2 Cor 4,10s; Rom 8,36), dispuestos cada día a afrontar el desprecio de todos. Pero lo característico de esta muerte concreta (su cruz, aceptada y llevada “cada día”) es conducirnos a la verdadera vida. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? v. 25).
El Señor pone ante nosotros la vida y la muerte, pidiéndonos tomar una decisión y ratificarla día tras día. Se trata de una opción que no es evidente, ya que Jesús lo indica con una paradoja: a la vida según Dios, a la vida que es Dios, se llega negándonos a nosotros mismos, llevando nuestra cruz cada día tras el Maestro, aceptando perder por él la vida presente. El cristianismo es una disposición radical a seguir a Cristo hasta el final, no un esfuerzo moral por mejorar el propio carácter o las propias costumbres.
No es fácil responder: “Sí, yo” a la invitación, que no deja lugar a ilusiones: “El que quiera seguirme...”. Sin embargo, si aparece clara la perspectiva de sufrimiento incluida en el seguimiento, no aparece menos clara la meta final: la resurrección, salvar la vida, una vida en plenitud sin parangón con ganar el mundo entero. Optamos, pues, por la vida amando al Señor, obedeciendo su voz y manteniéndonos unidos a él: si con él logramos atravesar la muerte a nosotros mismos cada día, con él experimentaremos desde ahora el inefable gozo de la resurrección, de la vida con él.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 9,22-25, para nuestros Mayores. El que pierda su vida por el Señor la ganará.
Al encuentro con Cristo. En los escritos neotestamentarios se presenta claramente la conversión, tarea de Cuaresma y de toda la vida, como fruto de un encuentro personal con Jesús. Lucas ofrece un esquema simplificado de conversión en el relato de Zaqueo. Lo presenta animado por una cierta curiosidad y disponibilidad hacia Jesús. Pero la iniciativa parte del Maestro. Cuando pasa debajo de la higuera, clava su mirada firme y complaciente en él y le dice lleno de ternura: “Zaqueo, baja enseguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa”. Ahí empezó su conversión.
A Zaqueo le dio un vuelco el corazón. Aquel amor hacia él, un proscrito social, desafiando el escándalo y los chismes de los santones, despertó los fondos dormidos de su sensibilidad. Al saberse amado gratuitamente, se siente fascinado y movido a corresponder. A partir de entonces, traba amistad con Jesús. Este acontecimiento constituye una subversión en su vida. Sin la menor exigencia por parte de Jesús, sin que casi viniera al caso, se compromete ante él: “Mira, restituiré el cuádruplo al que defraudé y daré la mitad de mis bienes a los pobres”. Al mismo tiempo convoca a sus amigos para concelebrar con ellos y con su nuevo amigo la vida nueva y feliz que acaba de estrenar.
Son el encuentro personal y la experiencia de amistad los que revolucionan el corazón de Zaqueo y organizan dentro de él una nueva jerarquía de valores. Lo mismo le sucedió a Mateo y a Pablo de Tarso, El gran descubrimiento que trastorna felizmente la vida de Pablo es: “me amó y se entregó por mí” (Gá 2,20).
La verdadera conversión cristiana empieza por la vivencia de un amor gratuito por parte del Señor. Ser cristiano no es ajustar la vida a un reglamento, sino experimentarse amado personalmente por el Señor, aceptar el desafío de su amor, corresponderle y seguirle.
Morir con él. Pero su camino lleva a Jerusalén, lugar del conflicto, y culmina en el Calvario, lugar del martirio. Ser cristiano es identificarse con Jesús, luchar por su Causa con la esperanza de compartir su destino glorioso (2 Tm 2,11). El encuentro con Jesús lleva a morir con él. La conversión es un proceso que consiste esencialmente en dar muerte al hombre viejo que llevamos dentro y hacer que crezca en nosotros el hombre nuevo (Ef. 2,22-24). Jesús lo expresa con el símil del grano de trigo que muere de manera fecunda para producir la espiga.
La liturgia bautismal lo simboliza, cuando se realiza de forma primigenia, con el rito de la inmersión en el agua, que representa el ahogamiento del hombre pecador y el nacimiento del hombre nuevo con la emersión del agua; todo ello lleva una clara referencia al enterramiento y salida del sepulcro de Jesús. En la Vigilia Pascual hemos de celebrar que algo ha muerto en nosotros y algo ha nacido; de alguna manera hemos de tener la experiencia de la vida nueva.
El pecado es una forma equivocada de quererse. El egoísta vive encerrado en su madriguera y sólo sale para depredar; no sabe de la luz del sol ni del aire libre. Convertirse es cambiar radicalmente de clave de interpretación de la vida, es cambio de sentido. A esto se refiere Jesús cuando nos invita: “...niéguese a sí mismo”. Convertirse es pasar del culto al “yo” a la devoción por la fraternidad y la comunidad, del individualismo y la incomunicación a la comunión y la comunicación, del egoísmo de acumular y consumir a la generosidad de dar y compartir, de la preocupación por el éxito personal al servicio callado y humilde. 
Verificar este cambio profundo es “morir” al hombre viejo para ser “otro” u “otra”. Es pasar de ser “el-hombre-para-sí”, que es el egoísta, a ser “hombre-para-los-demás”, que es el generoso, como Jesús de Nazaret. Esto en principio da miedo, como enseñan maravillosamente los místicos al hablar de la etapa purgativa; es como perder la propia identidad, dejar de ser la persona que uno siempre fue.
El hombre nuevo. Jesús dice: “Hay que nacer de nuevo” (Jn 3,7); no bastan unos pequeños retoques, hay que verificar un cambio radical, de tal forma que nos suceda lo que decía Pablo: “Soy una criatura nueva” (2 Co 5,17). Se trata del cambio de nuestras actitudes fundamentales, no sólo de agregar algún rezo más o alguna limosna más o alguna acción aislada más, sino de cambiar alguna actitud vital. 
Generalmente se ha entendido la conversión como un cambio verificado desde una vida de perversión, de ateísmo o alejamiento de Dios a una vida honesta y de práctica religiosa. La conversión es un cambio profundo que afecta al sentido de la vida y a las actitudes con que se vive. El cambio marca un “antes” y un “después”. Por muy cristianos generosos que seamos, siempre podremos verificar un cambio profundo en nuestra vida. Para verificar esta muerte pascual ningún camino es más corto y seguro que el de amar y preocuparse por los demás. “Amar es morir” ha dicho alguien genialmente. Aquí se sitúa sobre todo el pasaje evangélico de hoy: “El que quiera guardar su vida, la perderá”.
Ésta es una de las tareas de la Cuaresma: discernir cómo puedo entregar mi vida, a quién puedo servir, a quién puedo ayudar, a quién puedo regalar mi tiempo, mi consejo, mi afecto, mi preparación... Esto supone vivir la consigna de Francisco de Asís: “Empeñarse en servir más que en ser servido, en amar más que en ser amado. Porque es olvidándose de sí como uno se encuentra; es muriendo como se resucita a la verdadera vida, que es el amor” (1 Jn 3,13).
Los necesitados, cuando les tendemos la mano, se convierten en nuestros liberadores. Esta entrega, muchas veces, no será espectacular, sino silenciosa, realizada en las tareas más normales de cada día, en gestos gratuitos y voluntarios de servicio según las propias posibilidades. Canta el himno litúrgico de los mártires: “Martirio es el dolor de cada día, / si en Cristo y con amor es aceptado, / fuego lento de amor que, en la alegría / de servir al Señor es consumado”.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 9, 18-22 (9, 18-24), de Joven para Joven. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero…?
Este relato constituye uno de los pasajes centrales de la tradición cristiana primitiva. Su estructura es relativamente simple: por un lado, se sitúa la opinión de los hombres ante Jesús: los que de fuera le identifican con un viejo profeta (9, 19); los discípulos, representados en Pedro, le confiesan como el Cristo. Por el otro, se precisa la palabra de Jesús, que se revela a sí mismo como Hijo del hombre que padece, muere y resucita.
Comentando 9, 7-9 hemos señalado el fondo histórico de las opiniones del pueblo. Refiriéndonos a la visión de Jesús como Cristo, debemos distinguir cuidadosamente dos posibles perspectivas: a) en un plano prepascual, afirmar que Jesús es el Mesías significa situarlo a la luz de la espera de Israel en que se mezclan ideales de conquista universal, sueños de revancha y rasgos de carácter puramente religioso. Es muy probable que Pedro y otros discípulos hayan pensado en un determinado momento que Jesús es el Mesías; su confesión inicialmente valiosa se ha mostrado, sin embargo, insuficiente. b) En el plano postpascual sabemos que Pedro ha confesado a Jesús como el Mesías de Israel que ha muerto, que ha sido glorificado por Dios y que está constituido como juez universal de nuestra historia.
Los modelos de las viejas religiones de la tierra ya no sirven. Por eso la grandeza del hombre no consiste en trascender la finitud de la materia, subiendo hasta la altura del ser de lo divino (mística oriental) ni consiste en identificamos sacramentalmente con las fuerzas de la vida que laten en la hondura radical del cosmos (religión de los misterios) ni es perfecto quien cumple la ley hasta el final (fariseísmo) ni el que pretende escaparse del abismo de miseria del mundo, en la esperanza de la meta que se acerca (apocalíptica)... Frente a todos los posibles caminos de la historia de los hombres, Jesús nos ha trazado su camino: «El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo».
Cargar la cruz de Jesús significa escuchar su mensaje del reino, adoptar su manera de ser y cumplir hasta el final la urgencia de su ejemplo: ofrecer siempre el perdón, amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque eso signifique un riesgo que nos pone en camino de la muerte.
Desde esta exigencia, la Iglesia se definirá como el conjunto de los hombres que se mantienen unidos en el recuerdo de Jesús y han tomado su gesto personal como la norma de conducta. En esta perspectiva es imposible dictar unas leyes de moral objetiva a la que todos deban someterse. La verdadera ley (la norma final) es siempre el Cristo: su mensaje de evangelio y su camino de amor hasta la muerte.
Sobre ese fondo, la ley de Jesús se puede traducir de la siguiente forma: se gana en realidad aquello que se pierde, es decir, lo que se ofrece a los demás, aquello que se sacrifica en bien del otro. Por el contrario, todo aquello que los hombres retienen para sí de una manera cerrada y egoísta lo han perdido. La concreción de esta manera de vida es el «Calvario»: resucita lo que ha muerto en bien del otro.
No olvidemos que toda esta ley de la existencia cristiana se formula y tiene sentido como expansión de la verdad de Cristo. Sin su muerte y resurrección todas estas palabras no serían más que un sueño sin sentido.

Elevación Espiritual para este día.
Vivimos para Aquel que, muriendo por nosotros, es la Vida; morimos a nosotros mismos para vivir para Cristo; pues no podemos vivir para él si antes no morimos a nosotros mismos, a nuestra propia voluntad. Somos de Cristo, no de nosotros.
Morimos, pero morimos en favor de la vida, porque la vida muere en favor de los que están muertos. Ninguno puede morir a sí mismo si Cristo no vive el él. Si Cristo vive en él, ninguno puede vivir para sí. ¡Vive en Cristo como Cristo vive en ti! Se ama a sí mismo rectamente quien se odia a sí mismo para su bien; esto es, se mortifica.
Debemos dirigir nuestros ataques contra todo vicio, sensualidad, contra la atracción del mal. Al que lucha le basta con vencer a los adversarios: venciéndote a ti mismo, habrás vencido a todos. Si te vences a ti mismo, das muerte a ti mismo, serás juzgado vivo por Dios. Tratemos de no ser soberbios, malvados, sensuales, sino humildes, dóciles, afables, sencillos, para que Cristo reine en nosotros; él que es un rey humilde y, sin embargo, excelso

Reflexión Espiritual para el día.
Por encima de la finitud, del espacio y del tiempo, el amor infinitamente infinito de Dios viene y nos toma. Llega justo a su hora. Tenemos la posibilidad de aceptarlo o rechazarlo. Si permanecemos sordos, volverá una y otra vez como un mendigo, pero también como un mendigo llegará el día en que ya no vuelva. Si aceptamos, Dios depositará en nosotros una semillita y se irá. A partir de ese momento, Dios no tiene que hacer nada más, ni tampoco nosotros, sino esperar. Pero sin lamentarnos del consentimiento dado, del “si” nupcial. Esto no es tan fácil como parece, pues el crecimiento de la semilla en nosotros es doloroso. Además, por el hecho mismo de aceptarlo, no podemos dejar de destruir lo que le molesta; tenemos que arrancar las malas hierbas, cortar la gramo. Y, desgraciadamente, esta rama forma parte de nuestra propia carne, de modo que esos cuidados de jardinero son una operación cruenta. Sin embargo, en cualquier caso la semilla crece sola. Llega un día en que el alma pertenece a Dios, en que no solamente da su consentimiento al amor, sino en que, de forma verdadera y afectiva, ama. Debe entonces, a su vez, atravesar el universo para llegar hasta Dios. El alma no ama como una criatura, con amor creado. El amor que hay en ella es divino, increado, pues es el amor de Dios hacia Dios que pasa por ella. Sólo Dios es capaz de amar a Dios. Lo único que nosotros podemos hacer es renunciar a nuestros propios sentimientos para dejar paso a ese amor en nuestra alma. Esto significa negarse a sí mismo. Sólo para este consentimiento hemos si o creados.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Dt 30, 15-20. Los dos caminos.
El tema de los dos caminos concluye la proclamación de la ley deuteronómica y, más de cerca, remata el discurso de la renovación de la alianza en Moab. Se mantiene dentro del esquema de la alianza y representa algunos de sus elementos más significativos. Es la proposición  de la misma a la aceptación libre del pueblo (cf. Ex 24, 3. 7; Jos 24, 16-24). Presenta a su opción responsable dos suertes de existencia, que corresponden a las definidas por las bendiciones y las maldiciones (Dt 11, 26-28). Invoca como testigos y garantes el cielo y la tierra, reminiscencia de la invocación de los dioses en los tratados extrabíblicos.
La proposición reviste toda la solemnidad, para despertar la conciencia ante una opción de suprema incumbencia. Seguramente en el rito de la renovación de la alianza hay una llamada a la responsabilidad a los que toman la decisión definitiva. La opción es ante dos suertes, que se definen respectivamente como vida y como muerte, como bien y como mal, como dicha y como desgracia, como posesión de la tierra y como pérdida de la misma. Esa dualidad de suertes Corresponde a dos actitudes del hombre y del pueblo, que los sabios calificarían de sabiduría y necedad o de justicia y maldad (Eclo 15, 14-17; Sal 1; Jer21, 8), que el predicador define aquí como obediencia, amor, guarda de los mandamientos, o como desobediencia, desamor e infidelidad.
La cita del cielo y la tierra como testigos añade todavía una nota solemne. Los cielos y la tierra son la reducción que ha hecho el monoteísmo de los dioses invocados como testigos y garantes de los pactos (Dt 4, 26; 32, 1; Jos 24,2; 1Sam 12, 5s; Sal 50). Los cielos y la tierra no son dioses; son el cosmos como creación de Dios, llamado a presenciar y también como medio de vindicación del compromiso guardado o violado. La naturaleza es, en efecto, con sus bienes y con sus calamidades, el instrumento de la bendición y de la maldición.
Dato singularmente importante es la afirmación de la responsabilidad del hombre y del pueblo en el signo de su suerte. Esta no es dictada sin él desde el cielo, sino que es opción suya en el mundo: el hombre es quien decide para bien o para mal, para vida o para muerte. Cierto, el binomio vida-muerte, como sus sinónimos matizan, no alude precisamente a la vida y muerte físicas, sino a dos suertes de existencia: la que tiene dicha, bien, bendición, tierra de reposo, y la que se llena a sí mismo de todo lo contrario. El dato de la tierra remite a la situación de los destinatarios directos del Deuteronomio, que han perdido su tierra. Ahora se ofrece de nuevo a su opción, como un día al pueblo mosaico.
El predicador proclama en definitiva que la verdadera vida del pueblo radica en su actitud justa ante Dios. Amarlo, obedecerlo, «pegarse a él», eso es poner eternidad en el tiempo y alcanzar los «muchos años» de dicha, de que habla la promesa a los padres. La alusión a los patriarcas pone en esta alianza, aparentemente tan condicionada por la obediencia a la ley, la nota de la promesa y del don. Esta nota hace valer la alianza por encima de la misma falta de respuesta y apela en definitiva siempre al amor, en el que está la vida plena y dichosa. El predicador de la alianza ha conocido ese lado de la misma y no concibe que haya vida verdadera fuera de ella.
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