19 de Febrero de 2010. Viernes Después de Ceniza. (Abstinencia ) ( FE). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C). SS. Lucía Yi vg mr, Conrado Confalanieri er. Beato Álvaro de Córdoba pb.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 58,1-9a: “Entonces clamarás al Señor, y te responderá"
Salmo 50: “Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias”
Mt 9,14-15: ¿Por qué tus discípulos no ayunan? Las lecturas de hoy nos hablan de presencias. La presencia de Dios en el Antiguo Testamento cuando Isaías nos asegura que solo tenemos que invocarla para que se haga presente y la presencia de Jesús en la comunidad que debe suscitar la alegría entre nosotros. Cuando esa presencia falte será otra la actitud que debemos asumir, pero por ahora dejémosla para cuando llegue ese momento. Hoy debemos estar alegres ¡y eso que estamos en Cuaresma!, tiempo que tradicionalmente adornamos con penitencias y ayunos.
Este primer viernes de Cuaresma, día penitencial, la liturgia nos presenta a Jesús defendiendo a sus discípulos que no ayunan... es una invitación a buscar el sentido más profundo de nuestros “ayunos y abstinencias”. Por un lado podemos quedarnos en los signos externos y seguir con nuestros ritos, sin reflexionar mucho, que, de seguro, es lo más fácil o podemos tratar de ser más consecuentes y buscar en el amor y la justicia la voluntad de Dios: abrir prisiones injustas, liberar oprimidos, romper cadenas, partir el pan con el hambriento, hospedar los sin techo, vestir al desnudo... no encerrarnos y procurar que lleguen la luz y la gloria de Dios al mundo. Dejemos a un lado nuestra vanidad para que este ayuno nos lleve a ser realmente auténticos: ¡verdaderos cristianos!
PRIMERA LECTURA.
Isaías 58,1-9a
El ayuno que quiere el Señor
Así dice el Señor Dios: "Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios. "¿Para qué ayunar, si no haces caso?; ¿mortificarnos, si tú no te fijas?" Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?
El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy."
Pabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/.Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
Los sacrificios no te satisfacen: / si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. / Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; / un corazón quebrantado y humillado, / tú no lo desprecias. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 9,14-15
Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?" Jesús les dijo: "¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 58,1-9a: “Entonces clamarás al Señor, y te responderá"
Salmo 50: “Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias”
Mt 9,14-15: ¿Por qué tus discípulos no ayunan? Las lecturas de hoy nos hablan de presencias. La presencia de Dios en el Antiguo Testamento cuando Isaías nos asegura que solo tenemos que invocarla para que se haga presente y la presencia de Jesús en la comunidad que debe suscitar la alegría entre nosotros. Cuando esa presencia falte será otra la actitud que debemos asumir, pero por ahora dejémosla para cuando llegue ese momento. Hoy debemos estar alegres ¡y eso que estamos en Cuaresma!, tiempo que tradicionalmente adornamos con penitencias y ayunos.
Este primer viernes de Cuaresma, día penitencial, la liturgia nos presenta a Jesús defendiendo a sus discípulos que no ayunan... es una invitación a buscar el sentido más profundo de nuestros “ayunos y abstinencias”. Por un lado podemos quedarnos en los signos externos y seguir con nuestros ritos, sin reflexionar mucho, que, de seguro, es lo más fácil o podemos tratar de ser más consecuentes y buscar en el amor y la justicia la voluntad de Dios: abrir prisiones injustas, liberar oprimidos, romper cadenas, partir el pan con el hambriento, hospedar los sin techo, vestir al desnudo... no encerrarnos y procurar que lleguen la luz y la gloria de Dios al mundo. Dejemos a un lado nuestra vanidad para que este ayuno nos lleve a ser realmente auténticos: ¡verdaderos cristianos!
PRIMERA LECTURA.
Isaías 58,1-9a
El ayuno que quiere el Señor
Así dice el Señor Dios: "Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios. "¿Para qué ayunar, si no haces caso?; ¿mortificarnos, si tú no te fijas?" Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?
El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy."
Pabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/.Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
Los sacrificios no te satisfacen: / si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. / Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; / un corazón quebrantado y humillado, / tú no lo desprecias. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 9,14-15
Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?" Jesús les dijo: "¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Isaías 58,1-9a La presente predicación de Isaías perteneces con toda probabilidad a los primeros años de la vuelta de Israel del destierro y se desarrolla en tres movimientos: intervención del profeta para que el pueblo sea consciente de la falsa autenticidad en que vive (vv. 1-3a); proclamación del verdadero ayuno (vv. 3b-7); consecuencias positivas para el que une ayuno con la práctica de la justicia (vv. 8-12).
El pueblo, vuelto a la patria, estaba lleno de entusiasmo y esperanza, pero la situación es deprimente. Las dificultades superan toda previsión. Y Yavé parece sordo e indiferente ante las plegarias y el culto de su pueblo. El profeta condena en realidad un ayuno falso, que esconde graves situaciones sociales. Ante Dios, es estéril un culto exterior sin solidaridad con los pobres y sin justicia. Las auténticas manifestaciones exteriores de la conversión se resumen en la caridad con el necesitado y en la misericordia con el oprimido, que conducen al cambio de corazón.
En el texto de Isaías, nos parece leer las palabras de Jesús en Mt 25,3 1-46: “Tuve hambre y me disteis de comer...”. Afirmar que el ayuno y el verdadero culto están en la práctica de la caridad no significa negar la práctica del ayuno. Significa recordar que el ayuno y el culto tienen que tener como objetivo la caridad. Es decir, el ayuno debe ser una renuncia que se hace amor a Dios y al prójimo, y el verdadero culto es relación con Dios sin individualismos y falsedad.
Comentario del Salmo 50 Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, OH Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc.).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 9,14-15 Los discípulos de Juan acusan a los de Jesús de no ayunar. La respuesta de Cristo es muy significativa: él inaugura el tiempo mesiánico, el de las bodas, el tiempo escatológico anunciado por los profetas y el tiempo de alegría en el que no se ayuna por la presencia del esposo. Muchos no saben ver en Jesús al Mesías. No saben reconocer que el Reino de Dios es gozo, que es la perla por la que se está dispuesto a venderlo todo con alegría. Siempre hay quien piensa que la renuncia por Dios es un peso y siempre hay quien tiene miedo del rostro gozoso de Dios: como si el Reino fuese únicamente sufrimiento. El ayuno cristiano no se limita a abstenerse de alimentos, sino a desear el encuentro con Jesús que salva con su Palabra.
Para comprender esta breve lectura, es preciso ubicarla en el contexto de los versículos siguientes. Cristo se sirve de dos comparaciones: no se pone un trozo de tela nueva en un vestido viejo y no se echa vino nuevo en odres viejos. Ambas comparaciones aducen otro motivo a favor del comportamiento de los discípulos de Jesús. Ha llegado el Reino de Dios, y los discípulos que lo han comprendido se sienten libres de ayuno y de las prácticas judaicas. Los viejos esquemas ya no son la medida adecuada para juzgar la “nueva justicia”. No hay que esperar que la novedad de Cristo se encierre en los límites de las viejas formas: el Reino desgarra el tejido viejo, revienta los viejos odres y renueva los cimientos.
Parece como si la Iglesia se divirtiera poniéndonos en aprieto: por una parte recomienda el ayuno; por otra, atendiendo a los dos textos que nos presenta hoy, lo redimensiona. Aunque más que redimensionarlo, lo explica, le da el verdadero sentido. Parece bastante oportuno, especialmente hoy, cuando se redescubre el ayuno por motivos dietéticos y estéticos: guardar la línea, vigilar el peso. Añadamos la difusión de las prácticas orientales, en las que el ayuno tiene su importancia; con vistas a descubrir el “yo” profundo. El ayuno no es, pues, extraño a nuestra civilización pluralista y abierta a todas las corrientes. Pero hoy la Iglesia subraya dos dimensiones esenciales del ayuno: su referencia cristológica y su dimensión de solidaridad.
La referencia a Cristo: se ayuna porque Cristo, el Esposo, todavía no está del todo presente en mí, en la sociedad en la que vivo. El Esposo está preparado, pero yo no: su amor no ocupa todo mi ser, su causa no se ha cogido verdaderamente por entero. ¿Ayuno para dejarle sitio en mi vida, para crear un vacío en mí, de suerte que él pueda acaparar toda mi existencia?
La referencia a la solidaridad: mi ayuno debe sensibilizarme con el que pasa hambre y sed, creando en mi el sentido de responsabilidad con los pobres y necesitados. ¿No has notado que hoy día, después del Concilio, la Iglesia ha redimensionado el ayuno exterior y ha movido a que los cristianos asuman “las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres”? (Gaudium et spes 1). ¿Qué lugar ocupa en mi vida el ayuno cristiano?
Comentario del Santo Evangelio: Mt 9,14-15, para nuestros Mayores. Ayunarán cuando se lleven al novio. Contexto religioso. Los judíos daban mucha importancia al ayuno. Joel pedía que ayunaran hasta los animales. Pero, con frecuencia, se convertía en un formalismo religioso con el que muchos tranquilizaban su conciencia. Isaías denuncia que practicaran al mismo tiempo el ayuno, señal de penitencia y conversión, y la injusticia, la explotación y la opresión. Algo semejante a lo que ocurría con los sacrificios y ritos religiosos: “Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad; se pisotea al débil, se deja pasar hambre al necesitado, se encarcela al justo”.
Los escribas, en la aplicación de la ley, habían multiplicado los días de ayuno: “Ayuno dos veces a la semana” (Lc 18,12). Los discípulos de Jesús se atienen a la ley estricta. El Maestro no les exige más. Por eso salta la queja de los discípulos del Bautista. Ayunaban para que viniera el Mesías; pero el Mesías ya ha venido, por eso, lo que corresponde no es el ayuno, sino el banquete de boda. Está claro que siempre estamos tentados de formalismos y “cumplimientos” para con Dios y de injusticias para con los hombres.
Jesús enfrenta dos tipos de religiosidad: una falsa, reducida a la “justicia” automeritoria del hombre, y una religión verdadera, basada en la misericordia de Dios. En el pasaje paralelo al evangelio de hoy, Mateo añade en boca de Jesús estas palabras del profeta Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,6). Es una idea frecuente en la tradición de los profetas que fustigaron el culto vacío de espíritu y la hipocresía religiosa de quienes se creen en regla con Dios por cumplir determinados ritos cultuales como sacrificios, diezmos, ayunos y purificaciones, mientras olvidan el amor al prójimo, la justicia y la reconciliación fraterna. Un ejemplo claro de ello era la ley del corbán, según la cual los hijos estaban exentos de ayudar a sus padres si es que habían entregado algún donativo para el servicio del templo.
Justicia ante todo. Isaías pregona el ayuno que Dios quiere: “Abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”. Toda expresión religiosa, toda práctica ascética que no lleve como presupuesto fundamental la vivencia de la justicia, la caridad y la ayuda al necesitado es pura hipocresía y un mero tranquilizante de conciencia.
En lo que respecta a la justicia, lo que quizás reclame de nosotros el Señor en Cuaresma es una intensificación en la lucha por ella, no encerrarnos en nuestro mundo confortable de bienestar y liberarnos de la complicidad que supone una actitud pasiva ante los grandes dramas de la humanidad, de la gente que muere de hambre o destrozada por la guerra y que malvive en las diversas formas de marginación.
Pero el ayuno de injusticias no se reduce a lo económico. Somos injustos cuando despojamos al otro de lo que es suyo, cuando lo juzgamos temerariamente, cuando le perjudicamos socialmente con la descalificación, cuando no se le reconocen ni sus derechos ni sus méritos. Nuestra vida, aunque parezca lo contrario, está llena de injusticias. San Agustín afirma: “Para ayunar de veras hay que abstenerse, antes de nada, de todo pecado”, especialmente de la injusticia.
Por supuesto que la Cuaresma no puede ser un simple paréntesis, terminado el cual, todo sigue lo mismo. Ha de ser un aprendizaje, una gracia para el crecimiento interior, una reafirmación en el cambio progresivo de la vida del discípulo de Jesús. Las penitencias y los ayunos son sólo signos externos de un esfuerzo por cambiar la interioridad de nuestro corazón, del que nacen los deseos y decisiones perversas y los sentimientos y actitudes de generosidad (Mt 15,19). “Los sacrificios no te satisfacen, sino un corazón sincero” (Sal 50,18).
Creer es compartir. La afirmación es de Casaldáliga. El ayuno que Dios quiere no es sólo por mortificación para multiplicar nuestros méritos, sino para compartir con los demás. Ayuno de tiempo y preocupación por uno mismo para preocuparse de los demás, para acompañar a personas solas o enfermas. Ayuno de consumo para compartir con los necesitados. Ayuno de palabras ofensivas, de murmuraciones y chismorreos, de autoelogios para multiplicar las palabras de aliento, de apoyo, de anuncio del Evangelio, de mensajes estimulantes. El ayuno que Dios quiere es hablar menos de uno mismo y más de los demás, escucharles, interesarse por ellos.
Cada uno habrá de hacer ayuno de todo aquello que consume con exceso: tal vez ayuno del tiempo de televisión, de tertulias vacías, de excesivo tiempo de descanso, o tal vez del exceso de trabajo para dedicar más tiempo a la convivencia familiar, amistosa o de grupo eclesial, a la formación, a la cultura, a la oración... Algunos cristianos se han comprometido a levantarse antes para dedicar tiempo a la oración.
El Señor, por Isaías, nos invita a vivir esa faceta del ayuno que consiste en “partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo y vestir al desnudo”. Se trata de un ayuno cifrado en el servicio al pobre, al necesitado. Una forma fecunda de ayuno que aconseja la Iglesia en tiempo cuaresmal es practicar la austeridad y sobriedad, renunciar a todas las formas de consumo para compartir con los necesitados. “Dios ama a quien da con alegría” (2 Co 9,7). No deberíamos olvidar jamás el dicho de Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 9, 14-17 (9, 14-15), de Joven para Joven. Plenitud de los tiempos. La conducta de los discípulos de Jesús con relación al ayuno fue interpretada por el Maestro como una parábola en acción. Indica que h llegado ese tiempo futuro en el que se cumplirían todas las esperanzas judías, el tiempo del reino de Dios.
Jesús se presenta, implícitamente, como el Mesías esperado. Precisamente en esta afirmación recae la enseñanza de la primera de estas tres parábolas. En el lenguaje simbólico oriental, la boda simbolizaba el tiempo de la salud. Y los días del Mesías eran descritos en la literatura rabínica mediante el recurso a los festejos propios de las bodas. Cristo se presenta como el novio, el portador de los bienes salvíficos.
La imagen del matrimonio no era nueva en la Biblia. Lo verdaderamente sorprendente y nuevo era que Jesús se presentase realizando en su persona el contenido de un símbolo utilizado por Dios para describir su relación de amor con el pueblo elegido (Os 2, 18-20; Is 54, 5-6). ¿No estaba anunciado que llegaría un día en el que se presentaría a Israel como el esposo fiel, como su verdadero marido? Pues bien, la esperanza se ha realizado, la promesa se ha cumplido. Lo que importa es entrar a formar parte de los amigos del novio para alegrarse en su boda. Es tiempo de alegría, no de llanto, luto y ayuno. Al llegar la plenitud de los tiempos se invita a todos a la alegría.
La segunda parábola tiene como base el simbolismo del paño o del manto: era una figura del mundo. Los cielos y la tierra envejecerán y Dios los recogerá como un manto (He 1, 10-12). En el gran mantel que bajaba del cielo ve simbolizado Pedro el mundo nuevo, la nueva creación (He 10, 11ss).
La religión del tiempo de Cristo no podía ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino de Galilea. Imposible. El mensaje de Cristo contiene una novedad absoluta, un espíritu totalmente nuevo, entrañas de misericordia, compasión, fraternidad. En esta parábola dice Jesús: Con mí persona y mi mensaje han comenzado los tiempos mesiánicos, ha llegado el Mesías esperado para enrollar, por inservible, el manto viejo y extender otro que no envejezca nunca. Con la aparición de Jesús se ha cumplido la antigua promesa, «creará (Dios) algo nuevo sobre la tierra». Una creación que tiene lugar cada día.
La novedad radical que implica la presencia del Reino rompe los moldes tradicionales. En esta dirección debe buscarse también la enseñanza de la parábola del vino y los odres. Tanto en la Biblia (Gén 49, 8-12; Jn 2, 1-12) como, sobre todo, en el judaísmo, era frecuente, para describir los días del Mesías, recurrir al vino que se daría en cantidades fabulosas. El vino alegra el corazón...
En esta tercera parábola afirma Jesús la incompatibilidad entre la fe en él —portador de la salud— y la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales de las que se esperaba la salud. Para aceptar el mensaje cristiano era necesario un continente nuevo, hombres nuevos, libres de prejuicios, no aferrados a un sectarismo peligroso e infructuoso, que se dejasen moldear por el Espíritu. La adhesión fanática a los moldes viejos tuvo como consecuencia última la ruptura entre la Iglesia y la Sinagoga.
Novedad radical. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse en el sentido de que nada de lo antiguo valía. No era esa la intención de Jesús. Por eso añade muy atinada e intencionadamente Mateo: «Así se conservan los dos».
Elevación Espiritual para este día. Señor, no me has dejado en tierra ensuciándome en el fango, sino que, con entrañas de misericordia, me has buscado, me has sacado de los bajos fondos. Me has arrancado con fuerza y me has alejado de allí hecho una lástima, con los ojos, orejas y boca obstruidos de fango.
Tú estabas cerca, me lavaste en el agua, me inundaste y me sumergiste reiteradamente; cuando vi destellos de luz que brillaban en torno a mí y los rayos de tu rostro mezclados con las aguas, me llené de asombro, viéndome asperjado por un agua luminosa. Así tú te has dejado ver después de haber purificado totalmente mi inteligencia con la claridad, con la luz de tu Espíritu Santo.
Reflexión Espiritual para el día. Un ayuno proporcionado a tus fuerzas favorecerá tu vigilancia espiritual. No se pueden meditar las cosas de Dios con el estómago lleno, dicen los maestros del espíritu. Cristo nos dio ejemplo con su prolongado ayuno; cuando triunfó sobre el demonio, había ayunado cuarenta días.
Cuando el estómago está vacío, el corazón es humilde. El que ayuna ora con un corazón sobrio, mientras que el espíritu del intemperante se disipa en imaginaciones y pensamientos impuros. El ayuno es un modo de expresar nuestro amor y generosidad; se sacrifican los placeres terrenos para lograr los del cielo. Cuando ayunamos sentimos crecer en nosotros el reconocimiento de Dios, que ha dado al hombre el poder de ayunar. Todos los detalles de tu vida, todo lo que fe sucede y lo que pasa a tu alrededor, se ilumina con nueva luz. El tiempo que discurre se utiliza de modo nuevo, rico y fecundo. A lo largo de las vigilias, la modorra y la confusión de pensamiento ceden su espacio a una gran lucidez de espíritu; en vez de irritamos contra lo que nos fastidio, lo aceptamos tranquilamente, con humildad y acción de gracias.
La oración, el ayuno y las vigilias son el modo de llamar a la puerta que deseamos que se nos abra. Los santos padres reflexionaron sobre el ayuno considerándolo como una medida de capac¡dad. Si se ayuna mucho es porque se ama mucho, y si se ama mucho es porque se ha perdonado mucho. El que mucho ayuna, mucho recibirá. Sin embargo, los santos Padres recomiendan ayunar con medida: no se debe imponer al cuerpo un cansancio excesivo, so pena de que el alma sufra detrimento. Eliminar algunos alimentos sería perjudicial: todo alimento es don de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 58, 1-9a (58, 1-11/58, 6-11/58, 7-10). La hipocresía de los buenos. Vueltos del destierro e instalados en Judea, las obras de reconstrucción del Templo y de las murallas son lentas y desalentadoras. Las grandes perspectivas del Deuteroisaías contrastan con la realidad presente. Se esfuerzan por encontrar el camino de Yavé su Dios, por acercarse a él y realizar la nueva era de justicia y de paz.
A este propósito han multiplicado los días de ayuno. La Ley sólo les prescribía uno al año, el gran día de la expiación (Lev 16, 29). Pero ya desde los tiempos de Josué, de los jueces y posteriormente de Samuel se proclamaban estos días con motivo de cualquier calamidad. Probablemente el día en que actuó nuestro profeta fuera un gran día de ayuno en el que se conmemoraba la caída de Jerusalén y en el que pudieron nacer los cinco lamentos del llamado Libro de las Lamentaciones.
El pueblo se queja a Dios. Su fidelidad demostrada en la escrupulosa observancia del ayuno no sirve para nada. Dios ni oye ni entiende. El día de la salud para el pueblo no aparece por ningún lado. Cunde el desánimo y están dispuestos a abandonar incluso la estricta observancia ritual.
El profeta en nombre de Dios les sale al paso. Abre los ojos de los sencillos, cuyos gritos eran sinceros, para que vean la hipócrita maldad de las clases dirigentes. El ayuno debía ser un acto de igualdad social en que el rico, el único que puede realmente ayunar por ser el único que tiene algo de qué privarse, e igualará al pobre sintiendo ambos hambre, sintiéndose ambos iguales al menos ese día. En cambio, como el día de ayuno era el día de las grandes aglomeraciones de peregrinos lo aprovechaban para sus pingües negocios y para recordar las deudas a sus servidores. Y malhumorados por el ayuno exterior convertían el día en ocasión de riñas y disputas inicuas.
Este ayuno, gritará el profeta, no puede llegar al cielo. Es la forma más perversa de engreimiento Por más que, como buenos orientales, sean escrupulosos observantes de las formas externas: saco, ceniza, cabeza torcida...
El ayuno que Dios quiere es el cumplimiento de los deberes morales y humanos para con el prójimo. Desde los más elementales de la comida, bebida y habitación, los más serios y básicos derechos de la persona humana como es el respeto a su libertad, romper ataduras y quebrar todos los yugos. Cuando Jesús nos hable del juicio escatológico, citará este pasaje y hará depender la felicidad o desdicha del cumplimiento o incumplimiento de las obras de misericordia —elementales exigencias humanas— aquí mencionadas. «Sólo entonces Yavé te oirá».
Esta religión interior fue, asimismo, la exigencia de todos los profetas preexílicos. Es que los profetas han sido los auténticos atalayas de las exigencias éticas del Antiguo Testamento. La diferencia entre los preexílicos y nuestro autor está en que mientras allí se refrendaban las exigencias con amenazas, aquí se razona y exhorta. A pesar de todo, el nomismo y legalismo cundió hasta convertirse en el tan criticado fariseísmo de los tiempos de Cristo. Después de dos milenios de cristianismo, la cizaña del «fariseísmo» sigue sin extirpar.
El pueblo, vuelto a la patria, estaba lleno de entusiasmo y esperanza, pero la situación es deprimente. Las dificultades superan toda previsión. Y Yavé parece sordo e indiferente ante las plegarias y el culto de su pueblo. El profeta condena en realidad un ayuno falso, que esconde graves situaciones sociales. Ante Dios, es estéril un culto exterior sin solidaridad con los pobres y sin justicia. Las auténticas manifestaciones exteriores de la conversión se resumen en la caridad con el necesitado y en la misericordia con el oprimido, que conducen al cambio de corazón.
En el texto de Isaías, nos parece leer las palabras de Jesús en Mt 25,3 1-46: “Tuve hambre y me disteis de comer...”. Afirmar que el ayuno y el verdadero culto están en la práctica de la caridad no significa negar la práctica del ayuno. Significa recordar que el ayuno y el culto tienen que tener como objetivo la caridad. Es decir, el ayuno debe ser una renuncia que se hace amor a Dios y al prójimo, y el verdadero culto es relación con Dios sin individualismos y falsedad.
Comentario del Salmo 50 Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, OH Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc.).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 9,14-15 Los discípulos de Juan acusan a los de Jesús de no ayunar. La respuesta de Cristo es muy significativa: él inaugura el tiempo mesiánico, el de las bodas, el tiempo escatológico anunciado por los profetas y el tiempo de alegría en el que no se ayuna por la presencia del esposo. Muchos no saben ver en Jesús al Mesías. No saben reconocer que el Reino de Dios es gozo, que es la perla por la que se está dispuesto a venderlo todo con alegría. Siempre hay quien piensa que la renuncia por Dios es un peso y siempre hay quien tiene miedo del rostro gozoso de Dios: como si el Reino fuese únicamente sufrimiento. El ayuno cristiano no se limita a abstenerse de alimentos, sino a desear el encuentro con Jesús que salva con su Palabra.
Para comprender esta breve lectura, es preciso ubicarla en el contexto de los versículos siguientes. Cristo se sirve de dos comparaciones: no se pone un trozo de tela nueva en un vestido viejo y no se echa vino nuevo en odres viejos. Ambas comparaciones aducen otro motivo a favor del comportamiento de los discípulos de Jesús. Ha llegado el Reino de Dios, y los discípulos que lo han comprendido se sienten libres de ayuno y de las prácticas judaicas. Los viejos esquemas ya no son la medida adecuada para juzgar la “nueva justicia”. No hay que esperar que la novedad de Cristo se encierre en los límites de las viejas formas: el Reino desgarra el tejido viejo, revienta los viejos odres y renueva los cimientos.
Parece como si la Iglesia se divirtiera poniéndonos en aprieto: por una parte recomienda el ayuno; por otra, atendiendo a los dos textos que nos presenta hoy, lo redimensiona. Aunque más que redimensionarlo, lo explica, le da el verdadero sentido. Parece bastante oportuno, especialmente hoy, cuando se redescubre el ayuno por motivos dietéticos y estéticos: guardar la línea, vigilar el peso. Añadamos la difusión de las prácticas orientales, en las que el ayuno tiene su importancia; con vistas a descubrir el “yo” profundo. El ayuno no es, pues, extraño a nuestra civilización pluralista y abierta a todas las corrientes. Pero hoy la Iglesia subraya dos dimensiones esenciales del ayuno: su referencia cristológica y su dimensión de solidaridad.
La referencia a Cristo: se ayuna porque Cristo, el Esposo, todavía no está del todo presente en mí, en la sociedad en la que vivo. El Esposo está preparado, pero yo no: su amor no ocupa todo mi ser, su causa no se ha cogido verdaderamente por entero. ¿Ayuno para dejarle sitio en mi vida, para crear un vacío en mí, de suerte que él pueda acaparar toda mi existencia?
La referencia a la solidaridad: mi ayuno debe sensibilizarme con el que pasa hambre y sed, creando en mi el sentido de responsabilidad con los pobres y necesitados. ¿No has notado que hoy día, después del Concilio, la Iglesia ha redimensionado el ayuno exterior y ha movido a que los cristianos asuman “las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres”? (Gaudium et spes 1). ¿Qué lugar ocupa en mi vida el ayuno cristiano?
Comentario del Santo Evangelio: Mt 9,14-15, para nuestros Mayores. Ayunarán cuando se lleven al novio. Contexto religioso. Los judíos daban mucha importancia al ayuno. Joel pedía que ayunaran hasta los animales. Pero, con frecuencia, se convertía en un formalismo religioso con el que muchos tranquilizaban su conciencia. Isaías denuncia que practicaran al mismo tiempo el ayuno, señal de penitencia y conversión, y la injusticia, la explotación y la opresión. Algo semejante a lo que ocurría con los sacrificios y ritos religiosos: “Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad; se pisotea al débil, se deja pasar hambre al necesitado, se encarcela al justo”.
Los escribas, en la aplicación de la ley, habían multiplicado los días de ayuno: “Ayuno dos veces a la semana” (Lc 18,12). Los discípulos de Jesús se atienen a la ley estricta. El Maestro no les exige más. Por eso salta la queja de los discípulos del Bautista. Ayunaban para que viniera el Mesías; pero el Mesías ya ha venido, por eso, lo que corresponde no es el ayuno, sino el banquete de boda. Está claro que siempre estamos tentados de formalismos y “cumplimientos” para con Dios y de injusticias para con los hombres.
Jesús enfrenta dos tipos de religiosidad: una falsa, reducida a la “justicia” automeritoria del hombre, y una religión verdadera, basada en la misericordia de Dios. En el pasaje paralelo al evangelio de hoy, Mateo añade en boca de Jesús estas palabras del profeta Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,6). Es una idea frecuente en la tradición de los profetas que fustigaron el culto vacío de espíritu y la hipocresía religiosa de quienes se creen en regla con Dios por cumplir determinados ritos cultuales como sacrificios, diezmos, ayunos y purificaciones, mientras olvidan el amor al prójimo, la justicia y la reconciliación fraterna. Un ejemplo claro de ello era la ley del corbán, según la cual los hijos estaban exentos de ayudar a sus padres si es que habían entregado algún donativo para el servicio del templo.
Justicia ante todo. Isaías pregona el ayuno que Dios quiere: “Abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”. Toda expresión religiosa, toda práctica ascética que no lleve como presupuesto fundamental la vivencia de la justicia, la caridad y la ayuda al necesitado es pura hipocresía y un mero tranquilizante de conciencia.
En lo que respecta a la justicia, lo que quizás reclame de nosotros el Señor en Cuaresma es una intensificación en la lucha por ella, no encerrarnos en nuestro mundo confortable de bienestar y liberarnos de la complicidad que supone una actitud pasiva ante los grandes dramas de la humanidad, de la gente que muere de hambre o destrozada por la guerra y que malvive en las diversas formas de marginación.
Pero el ayuno de injusticias no se reduce a lo económico. Somos injustos cuando despojamos al otro de lo que es suyo, cuando lo juzgamos temerariamente, cuando le perjudicamos socialmente con la descalificación, cuando no se le reconocen ni sus derechos ni sus méritos. Nuestra vida, aunque parezca lo contrario, está llena de injusticias. San Agustín afirma: “Para ayunar de veras hay que abstenerse, antes de nada, de todo pecado”, especialmente de la injusticia.
Por supuesto que la Cuaresma no puede ser un simple paréntesis, terminado el cual, todo sigue lo mismo. Ha de ser un aprendizaje, una gracia para el crecimiento interior, una reafirmación en el cambio progresivo de la vida del discípulo de Jesús. Las penitencias y los ayunos son sólo signos externos de un esfuerzo por cambiar la interioridad de nuestro corazón, del que nacen los deseos y decisiones perversas y los sentimientos y actitudes de generosidad (Mt 15,19). “Los sacrificios no te satisfacen, sino un corazón sincero” (Sal 50,18).
Creer es compartir. La afirmación es de Casaldáliga. El ayuno que Dios quiere no es sólo por mortificación para multiplicar nuestros méritos, sino para compartir con los demás. Ayuno de tiempo y preocupación por uno mismo para preocuparse de los demás, para acompañar a personas solas o enfermas. Ayuno de consumo para compartir con los necesitados. Ayuno de palabras ofensivas, de murmuraciones y chismorreos, de autoelogios para multiplicar las palabras de aliento, de apoyo, de anuncio del Evangelio, de mensajes estimulantes. El ayuno que Dios quiere es hablar menos de uno mismo y más de los demás, escucharles, interesarse por ellos.
Cada uno habrá de hacer ayuno de todo aquello que consume con exceso: tal vez ayuno del tiempo de televisión, de tertulias vacías, de excesivo tiempo de descanso, o tal vez del exceso de trabajo para dedicar más tiempo a la convivencia familiar, amistosa o de grupo eclesial, a la formación, a la cultura, a la oración... Algunos cristianos se han comprometido a levantarse antes para dedicar tiempo a la oración.
El Señor, por Isaías, nos invita a vivir esa faceta del ayuno que consiste en “partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo y vestir al desnudo”. Se trata de un ayuno cifrado en el servicio al pobre, al necesitado. Una forma fecunda de ayuno que aconseja la Iglesia en tiempo cuaresmal es practicar la austeridad y sobriedad, renunciar a todas las formas de consumo para compartir con los necesitados. “Dios ama a quien da con alegría” (2 Co 9,7). No deberíamos olvidar jamás el dicho de Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 9, 14-17 (9, 14-15), de Joven para Joven. Plenitud de los tiempos. La conducta de los discípulos de Jesús con relación al ayuno fue interpretada por el Maestro como una parábola en acción. Indica que h llegado ese tiempo futuro en el que se cumplirían todas las esperanzas judías, el tiempo del reino de Dios.
Jesús se presenta, implícitamente, como el Mesías esperado. Precisamente en esta afirmación recae la enseñanza de la primera de estas tres parábolas. En el lenguaje simbólico oriental, la boda simbolizaba el tiempo de la salud. Y los días del Mesías eran descritos en la literatura rabínica mediante el recurso a los festejos propios de las bodas. Cristo se presenta como el novio, el portador de los bienes salvíficos.
La imagen del matrimonio no era nueva en la Biblia. Lo verdaderamente sorprendente y nuevo era que Jesús se presentase realizando en su persona el contenido de un símbolo utilizado por Dios para describir su relación de amor con el pueblo elegido (Os 2, 18-20; Is 54, 5-6). ¿No estaba anunciado que llegaría un día en el que se presentaría a Israel como el esposo fiel, como su verdadero marido? Pues bien, la esperanza se ha realizado, la promesa se ha cumplido. Lo que importa es entrar a formar parte de los amigos del novio para alegrarse en su boda. Es tiempo de alegría, no de llanto, luto y ayuno. Al llegar la plenitud de los tiempos se invita a todos a la alegría.
La segunda parábola tiene como base el simbolismo del paño o del manto: era una figura del mundo. Los cielos y la tierra envejecerán y Dios los recogerá como un manto (He 1, 10-12). En el gran mantel que bajaba del cielo ve simbolizado Pedro el mundo nuevo, la nueva creación (He 10, 11ss).
La religión del tiempo de Cristo no podía ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino de Galilea. Imposible. El mensaje de Cristo contiene una novedad absoluta, un espíritu totalmente nuevo, entrañas de misericordia, compasión, fraternidad. En esta parábola dice Jesús: Con mí persona y mi mensaje han comenzado los tiempos mesiánicos, ha llegado el Mesías esperado para enrollar, por inservible, el manto viejo y extender otro que no envejezca nunca. Con la aparición de Jesús se ha cumplido la antigua promesa, «creará (Dios) algo nuevo sobre la tierra». Una creación que tiene lugar cada día.
La novedad radical que implica la presencia del Reino rompe los moldes tradicionales. En esta dirección debe buscarse también la enseñanza de la parábola del vino y los odres. Tanto en la Biblia (Gén 49, 8-12; Jn 2, 1-12) como, sobre todo, en el judaísmo, era frecuente, para describir los días del Mesías, recurrir al vino que se daría en cantidades fabulosas. El vino alegra el corazón...
En esta tercera parábola afirma Jesús la incompatibilidad entre la fe en él —portador de la salud— y la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales de las que se esperaba la salud. Para aceptar el mensaje cristiano era necesario un continente nuevo, hombres nuevos, libres de prejuicios, no aferrados a un sectarismo peligroso e infructuoso, que se dejasen moldear por el Espíritu. La adhesión fanática a los moldes viejos tuvo como consecuencia última la ruptura entre la Iglesia y la Sinagoga.
Novedad radical. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse en el sentido de que nada de lo antiguo valía. No era esa la intención de Jesús. Por eso añade muy atinada e intencionadamente Mateo: «Así se conservan los dos».
Elevación Espiritual para este día. Señor, no me has dejado en tierra ensuciándome en el fango, sino que, con entrañas de misericordia, me has buscado, me has sacado de los bajos fondos. Me has arrancado con fuerza y me has alejado de allí hecho una lástima, con los ojos, orejas y boca obstruidos de fango.
Tú estabas cerca, me lavaste en el agua, me inundaste y me sumergiste reiteradamente; cuando vi destellos de luz que brillaban en torno a mí y los rayos de tu rostro mezclados con las aguas, me llené de asombro, viéndome asperjado por un agua luminosa. Así tú te has dejado ver después de haber purificado totalmente mi inteligencia con la claridad, con la luz de tu Espíritu Santo.
Reflexión Espiritual para el día. Un ayuno proporcionado a tus fuerzas favorecerá tu vigilancia espiritual. No se pueden meditar las cosas de Dios con el estómago lleno, dicen los maestros del espíritu. Cristo nos dio ejemplo con su prolongado ayuno; cuando triunfó sobre el demonio, había ayunado cuarenta días.
Cuando el estómago está vacío, el corazón es humilde. El que ayuna ora con un corazón sobrio, mientras que el espíritu del intemperante se disipa en imaginaciones y pensamientos impuros. El ayuno es un modo de expresar nuestro amor y generosidad; se sacrifican los placeres terrenos para lograr los del cielo. Cuando ayunamos sentimos crecer en nosotros el reconocimiento de Dios, que ha dado al hombre el poder de ayunar. Todos los detalles de tu vida, todo lo que fe sucede y lo que pasa a tu alrededor, se ilumina con nueva luz. El tiempo que discurre se utiliza de modo nuevo, rico y fecundo. A lo largo de las vigilias, la modorra y la confusión de pensamiento ceden su espacio a una gran lucidez de espíritu; en vez de irritamos contra lo que nos fastidio, lo aceptamos tranquilamente, con humildad y acción de gracias.
La oración, el ayuno y las vigilias son el modo de llamar a la puerta que deseamos que se nos abra. Los santos padres reflexionaron sobre el ayuno considerándolo como una medida de capac¡dad. Si se ayuna mucho es porque se ama mucho, y si se ama mucho es porque se ha perdonado mucho. El que mucho ayuna, mucho recibirá. Sin embargo, los santos Padres recomiendan ayunar con medida: no se debe imponer al cuerpo un cansancio excesivo, so pena de que el alma sufra detrimento. Eliminar algunos alimentos sería perjudicial: todo alimento es don de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 58, 1-9a (58, 1-11/58, 6-11/58, 7-10). La hipocresía de los buenos. Vueltos del destierro e instalados en Judea, las obras de reconstrucción del Templo y de las murallas son lentas y desalentadoras. Las grandes perspectivas del Deuteroisaías contrastan con la realidad presente. Se esfuerzan por encontrar el camino de Yavé su Dios, por acercarse a él y realizar la nueva era de justicia y de paz.
A este propósito han multiplicado los días de ayuno. La Ley sólo les prescribía uno al año, el gran día de la expiación (Lev 16, 29). Pero ya desde los tiempos de Josué, de los jueces y posteriormente de Samuel se proclamaban estos días con motivo de cualquier calamidad. Probablemente el día en que actuó nuestro profeta fuera un gran día de ayuno en el que se conmemoraba la caída de Jerusalén y en el que pudieron nacer los cinco lamentos del llamado Libro de las Lamentaciones.
El pueblo se queja a Dios. Su fidelidad demostrada en la escrupulosa observancia del ayuno no sirve para nada. Dios ni oye ni entiende. El día de la salud para el pueblo no aparece por ningún lado. Cunde el desánimo y están dispuestos a abandonar incluso la estricta observancia ritual.
El profeta en nombre de Dios les sale al paso. Abre los ojos de los sencillos, cuyos gritos eran sinceros, para que vean la hipócrita maldad de las clases dirigentes. El ayuno debía ser un acto de igualdad social en que el rico, el único que puede realmente ayunar por ser el único que tiene algo de qué privarse, e igualará al pobre sintiendo ambos hambre, sintiéndose ambos iguales al menos ese día. En cambio, como el día de ayuno era el día de las grandes aglomeraciones de peregrinos lo aprovechaban para sus pingües negocios y para recordar las deudas a sus servidores. Y malhumorados por el ayuno exterior convertían el día en ocasión de riñas y disputas inicuas.
Este ayuno, gritará el profeta, no puede llegar al cielo. Es la forma más perversa de engreimiento Por más que, como buenos orientales, sean escrupulosos observantes de las formas externas: saco, ceniza, cabeza torcida...
El ayuno que Dios quiere es el cumplimiento de los deberes morales y humanos para con el prójimo. Desde los más elementales de la comida, bebida y habitación, los más serios y básicos derechos de la persona humana como es el respeto a su libertad, romper ataduras y quebrar todos los yugos. Cuando Jesús nos hable del juicio escatológico, citará este pasaje y hará depender la felicidad o desdicha del cumplimiento o incumplimiento de las obras de misericordia —elementales exigencias humanas— aquí mencionadas. «Sólo entonces Yavé te oirá».
Esta religión interior fue, asimismo, la exigencia de todos los profetas preexílicos. Es que los profetas han sido los auténticos atalayas de las exigencias éticas del Antiguo Testamento. La diferencia entre los preexílicos y nuestro autor está en que mientras allí se refrendaban las exigencias con amenazas, aquí se razona y exhorta. A pesar de todo, el nomismo y legalismo cundió hasta convertirse en el tan criticado fariseísmo de los tiempos de Cristo. Después de dos milenios de cristianismo, la cizaña del «fariseísmo» sigue sin extirpar.
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