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domingo, 21 de febrero de 2010

Día 21-02-2010. Ciclo C.

21 de febrero de 2010. I DOMINGO DE CUARESMA. (Ciclo C). 1ª semana delñ Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Pedro Damiani ob, Germán ab, Roberto Southwell pb mr.
Domingo 1º de Cuaresma

LITURGIA DE LA PALABRA.
Dt 26,4-10: “Y el Señor miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia”
Salmo 90: “Acompáñame, Señor, en la tribulación”
Rom 10,8-13: "La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón"
Lc 4,1-13: Las tentaciones de Jesús según Lucas 

Analisis.

El texto de Deuteronomio 26 revela, claramente el uso de los “dos tiempos” que usa con frecuencia el autor: el tiempo de Moisés, y el tiempo del autor, sea este exílico o post-exílico, como piensan los estudiosos. Comienza con una frase que es muy frecuente en Dt: “cuando entres en la tierra que Yahvé te da” (6,10; 7,1; 11,29; 17,14; 18,9), sea porque es una tierra que hemos perdido por no haber hecho eso, o porque señale lo que debemos hacer cuando regresemos a ella, o insista particularmente en la reconstrucción del Templo, el “lugar que “Yahvé ha elegido” (cf. 12,5.11.14)... Es interesante notar que el sacerdote es mencionado pero no juega aquí ningún papel más que depositar la cesta en el altar (e incluso en v. 10b el que deposita es el mismo oferente).
Esta ofrenda se hace con unas palabras que debe pronunciar el “tú” al que se dirige. Este texto: “mi padre era un arameo errante”, fue motivo de arduas discusiones entre los estudiosos hace muchos años. Hoy parece que las aguas se han aquietado. Se afirmó -el gran biblista alemán G. von Rad- que estamos ante un “credo primitivo”, pronunciado en el santuario de Guilgal en la liturgia, y que representa el corazón histórico de Israel. Todo el Hexateuco, sigue diciendo, de formula a partir de este texto. Hoy tenemos muchos elementos para cuestionar su antigüedad, y podemos pensar que otros “credos” (como quizás el de Núm 20,14b-16) son más antiguos. Por otra parte, el esquema opresión-clamor-liberación es muy característico del autor deuteronomista (particularmente del libro de los Jueces) como para pensar en una pura originalidad. La importancia de la tierra, como lugar del descanso, tierra dada por Yahvé también es muy importante en el deuteronomista por lo que no parece fácil seguir sosteniendo lo que von Rad decía, pero sin embargo hay un elemento que es característico de los credos israelitas, y no debiera discutirse, y es la mordiente histórica. El Dios de Israel es un Dios que se revela en la historia de su pueblo, en la de ayer y la de hoy. En este sentido es muy importante notar, por un lado los usos de las primeras personas del singular, y los plurales: el orante se planta personalmente ante Dios (“mi padre”, “traigo”...) pero cuando debe hacer memoria de su pecado y la intervención salvadora de Dios recurre al plural: “nos maltrataron”, “nos oprimieron”, “nos impusieron servidumbre”, “clamamos”, “escuchó nuestra voz”... “nos trajo”). Ese cambio de personas puede resumirse diciendo “mi padre era Israel, por lo tanto nosotros somos Israel”.
Esa latencia de pasado y presente, singular y plural mantiene vivo a Israel, y haciendo presente todo esto, presentado como reconocimiento de los dones de Dios, el mayor de los cuales es la tierra, esa ofrenda se transforma en un pueblo que se postra ante su Dios y reconoce que de él, y no de los dioses de la fecundidad o la tierra le vienen los dones. Postrarse ante Dios, bienes en mano, es reconocer que la idolatría es estéril, y que Yahvé es el único ante el cual es sensato agradecer, y a quien es justo adorar.
La Iglesia nos propone el Salmo 91 (90) por ser, precisamente, el que utilizará el diablo en la tentación. Quizá para que podamos ver cómo sacar un texto de contexto puede ser diabólico.
El Salmo parece manifestar una predilección por las parejas de cuatro cosas, y aquí las encontraremos abundantemente. Comienza con cuatro nombres divinos (vv. 1-2), la protección se da en cuatro momentos del día (vv. 5-6), los adversarios son imaginados como cuatro calamidades en esos mismos momentos (vv. 5-6), o como cuatro bestias (v. 13); y a esto deben agregarse otras imágenes tanto de la adversidad (red, cazador, peste, imágenes bélicas, malvados, tropiezo), como de la protección divina (plumas, alas, manos de ángeles, escudo y armadura, refugio, morada, tienda). Como se ve en el juego de las metáforas, encontramos elementos propios de la guerra, de la hospitalidad, de la vida campesina e incluso mitológica, todos en conflicto unos con otros (por ejemplo, mientras a derecha e izquierda caen mil y diez mil, y vuela la flecha, el fiel es protegido con escudo y armadura; mientras amenazan leones, víboras y dragones, lo protegen alas y plumas; mientras lo amenazan dragones lo cuidan querubines...).
No es unánime la opinión de frente a qué tipo de Salmo nos encontramos, y esto condiciona la interpretación. Unos piensan en un diálogo litúrgico, otros en una homilía sapiencial. Veamos brevemente la estructura que el mismo Salmo nos da de sí mismo para así descubrir su “movimiento” interno.
Tres veces se repite kî + pronombre (v. 3: “porque él”, referido a Dios; v. 9: “porque tú”, referido al que confía en Dios; v. 14: “porque a mí”, es Dios el que habla), y esto permite estructurar el texto. Pensar en un diálogo litúrgico entre un animador y un orante tiene el problema de que en v. 9a debe modificar “hiciste del Señor tu refugio” poniendo a cambio “tú, Señor, eres mi refugio”, que tiene ligero apoyo documental, pero además, no da una explicación satisfactoria a la intervención de Dios en v. 14. Lo que sí es evidente es que estamos ante un Salmo de confianza.
Después de una presentación de esta confianza expresada con cuatro verbos: habitar, hospedar, decir ‘refugio y fortaleza’, confiar se pasa a una doble motivación que introducen sendas sub-unidades: v. 3, porque él, v. 9, porque tú; y la resistencia a los adversarios expresados en la primera con simbología bélica (flecha, caída de mil y diez mil, escudo, armadura) y en la segunda con simbología animal (leones, víboras, leones y dragones). Esta segunda estrofa recuerda algunos elementos del comienzo repitiendo algunos términos (Yahwéh, Elyón, refugio). Toda esta confianza tiene una conclusión salvífica en la intervención de Dios a modo de oráculo (tercera sub-unidad: porque a mí); ésta ya venía preparada por una serie de imágenes, y se expresa con verbos que se aglutinan al final en gran cantidad: liberar (v. 3 _mr), custodiar (v. 14), liberar (v.14 sgb), poner en alto (v. 14), liberar (v. 15 hls), hacer triunfar (v. 15), salvar (v. 16). Después de dejar esto claro, la simbología de la destrucción puede ser todo lo terrible que pueda imaginarse que no causa temor alguno: así red de cazador, peste funesta, espanto nocturno, flecha, peste, epidemia, malvados, plaga, desgracia, piedra, león, víbora, león (el hebreo parece conocer o bien cuatro tipos de leones, o sino cuatro modo de nombrarlos; aquí utiliza shl y kpyr) y el dragón... nada de esto hace temer al que se mantiene fiel a Dios, al que conoce su nombre, al que lo quiere (está enamorado de él). Es el Dios que siempre estuvo con su pueblo, desde que fue conocido como Elyón (Altísimo) en los tiempos muy antiguos (ver Gen 14), hasta en los primeros asentamientos en la tierra, recordado como _adday (su etimología no es clara; la Biblia griega lo tradujo por “todopoderoso”, pero no parece provenir de _dd, fuerza, poder; parece tener que ver con el monte, _adû, `_l del monte; ver Gen 17,1; 28,3; 35,11; 43,14; 49,5; Ex 6,3), es reconocido como Yahwéh, nombre revelado a Moisés en el desierto y con el que se lo llamará en adelante (Ex 3,15), o sencillamente “Dios mío” (Eli). Dios mismo, o sus mensajeros, protegen al amigo, o huésped (pluma y alas “de Dios”, no de los ángeles -que tienen manos- parece remitir a la imagen de los querubines del templo, (Sal 17,8; 36,8; 57,2; 63,8; ver Ex 19,4; Dt 32,11; Rt 2,12; con mucha frecuencia encontramos el término en Ez 1 refiriéndose a la gloria de Dios, en 28,14 habla del “querubín protector de alas desplegadas”, y el Sal 61,5: “¡Que sea yo siempre huésped de tu tienda, y me acoja al amparo de tus alas!”). La confianza está puesta en Dios, y por tanto es él mismo el que protege a quien se vuelve a Él. “Interpreta mal las Escrituras el diablo” comenta san Jerónimo con ironía. Orígenes agrega: “¿por qué no citas también ese versículo?”, refiriéndose al que alude a pisar la víbora: “¡no lo citas porque el áspid sobre la cual Cristo camina eres tú!”...
Luego de la sección teológica de la carta (caps 1-8) y antes de la sección parenética (caps. 12-15), Pablo introduce en la carta a los Romanos un paréntesis sobre Israel (caps. 9-11). Paréntesis que no es ajeno a la totalidad de la misma ya que desde el comienzo nos dijo que la salvación es para todos, pero “primero para los judíos” (1,16; 2,10). Sin embargo, sus “hermanos de raza” demoran en reconocer a Cristo, y Pablo manifiesta su dolor por ello; de todos modos lo ve como un tiempo pedagógico de Dios para dar oportunidad a la conversión de los paganos. Después -quizá movidos por los celos- todo Israel se salvará (11,26). Pero esto no exime de responsabilidad a los judíos ya que miran la justicia que les viene de ellos mismos y no la que viene de Dios. La iniciativa de Dios (gracia) es uno de los temas centrales de la teología paulina, y es grave creer que de nosotros depende. Ese es el motivo, además, por el que Pablo abunda en citas de la Escritura en esta unidad. Este es el marco del párrafo que hoy nos propone la liturgia. Es evidente, y el manejo de los textos lo confirma, que Pablo es consciente de estar polemizando.
El texto, en realidad es una unidad desde el v.1, pero que en v.5 comienza a desarrollar lo que hasta allí había anunciado. En una clásica lectura midrásica, Pablo integra Lev 18,5 expresamente citado según la fórmula clásica de pésher como encontramos en Qumrán, junto con Dt 9,4 y 30,12 unido al Sal 107,26. La lectura cristológica de estos párrafos señala la cercanía de la palabra de fe que nos alcanza la justicia. La relación corazón, sede del pensamiento y boca, sede de las palabra es estrecha. Con el corazón creemos y con la boca proclamamos esa fe, fe que se expresa en la sencilla fórmula fundamental: “Jesús es Señor”, confesión decisiva para el creyente (1 Cor 12,3; 2 Cor 4,5; Fil 2,11), y en el reconocimiento de que “Dios lo resucitó” (1 Cor 6,14; Gal 1,1). En un interesante quiasmo en el que aparecen confesar - boca - creer - corazón / corazón - creer - boca - confesar se deja en el centro el ser salvos por esa fe confesada.
“Todo el que crea en él” es un texto de Is que con mucha frecuencia ha sido leído cristológicamente (piedra elegida, preciosa, angular y fundamental...), que se refiere a Yahwéh presente en Jerusalén. Poner la confianza en Jerusalén era algo verdaderamente idolátrico, era una búsqueda de seguridad no puesta exclusivamente en Dios. De allí que esta piedra sea a su vez de tropiezo y de salvación. Depende dónde esté puesta la confianza, si en Dios, o en las cosas de Dios manipuladas idolátricamente (“no hay una sola verdad de fe que no podamos manipular idolátricamente”, G. von Rad). Y también de la Ley el pueblo puede hacerse un ídolo. No es la ley la que salva, sino Yavé, o Jesucristo, en quien Dios interviene salvando. Y por eso es salvador de todos, tanto judíos como paganos. Una nueva lectura cristológica lo confirma: “el que invoque el nombre del Señor se salvará”; el texto de Joel se refería al “nombre de Yavé”, pero acá Señor es el resucitado, el que ha sido proclamado “Jesús es Señor”. La salvación no llega por obras o acciones humanas sino por la iniciativa de Dios, el cual debe ser creído y proclamado para la salvación de todos, salvación que comienza en el bautismo y nos compromete en la evangelización de proclamar lo hemos creído... .
Ya el Evangelio de Marcos, en un relato mucho más abreviado nos había informado de la tentación de Jesús en el desierto . En este caso, tentado durante cuarenta días. Mateo y Lucas, presentan un relato mucho más detallado, expresado en tres tentaciones. Siendo que el momento transcurre a solas entre Jesús y el tentador, la pregunta podría imponerse: ¿cómo se entera el narrador de los acontecimientos y palabras que se sucedieron allí? Las respuestas casi exclusivamente bíblicas del Señor nos llevan a una primera conclusión: la comunidad cristiana, sus “escribas”, presenta a Jesús sometido íntegramente al plan de Dios.
Siendo común a Mateo y Lucas, el relato nos remite a la fuente que tienen en común (Q), aunque en este caso no se limita a solo “dichos” sino que también presenta “hechos”. Una pregunta sería cuál es más fiel a la fuente, o -para ser más claro- ¿cuál la modifica y cuál puede ser su intención teológica para hacerlo? En primer lugar, Mateo y Lucas presentan en orden inverso la segunda y tercera tentación. ¿Mateo lleva al final la referencia a la “montaña alta”, que le interesa teológicamente o bien Lucas hace lo propio con Jerusalén por el mismo motivo? Veamos brevemente las otras diferencias: Mateo da un sentido a los 40 días sin alimento, de los que Marcos no habla, presentándolos como “ayuno”. Lucas, quizás pensando en Moisés (Ex 34,28; cfr 1 Re 19,1-8), dice simplemente “no comió nada”. Lucas destaca el papel que juega el Espíritu en este momento, y presenta a Jesús como en movimiento por el desierto (era conducido por el Espíritu). El tentador es presentado como “el diablo”, y la primera tentación está en plural ante el singular de Mateo (piedra, pan). No es evidente quién modificó y cual fue el motivo para hacerlo. Por esta parte, la comparación con Moisés puede haber estado fácilmente en el relato original ya que la tipología del desierto, el número 40, y las referencias a las tentaciones del pueblo en el desierto conducido por Moisés son ciertamente el marco de la unidad. Mateo -le sabemos- revaloriza para su comunidad la práctica judía del ayuno aunque enfocada de un nuevo modo. Es, por tanto, más probable que sea él quien da un sentido nuevo al dicho “no comió nada” que encontró en su fuente.
La tentación en la que el diablo le muestra los reinos del mundo presenta también algunas diferencias, además de la ya mencionada de la montaña alta, de Mateo. La visión de los reinos de la tierra habitada (oikoumene) se da “de un golpe de vista”, en Lucas. Se aclara que el poder y la gloria de ellos le ha sido dado al diablo (aparentemente, por Dios) que a su vez lo entrega a quien quiere. Mateo agrega “márchate, Satanás”, la única frase propia de Jesús y no del libro del Deuteronomio en esta unidad. En este caso, Lucas parece presentar una visión pesimista, satánica, del mundo político. En este caso parece ser él quien ha modificado la fuente.
La siguiente tentación ocurre en la “Ciudad Santa”, que Lucas precisa: “Jerusalén”. La cita del Salmo que realiza el tentador es ligeramente ampliada en Lucas, como lo era la respuesta con una cita de Deuteronomio en la primera de Mateo.
Mateo concluye asemejándose a Marcos con referencia al servicio angélico a Jesús, Lucas, en cambio, prefiere una enigmática frase: “habiendo acabado toda tentación, el diablo se retiró hasta un tiempo”. Sabemos, concretamente, que el diablo entra en Judas, en Jerusalén, en el momento final de la Pascua (22,3).
Podemos sintetizar diciendo que la gravedad de las tentaciones en Mateo van en aumento: pan, espectáculo, adoración en la montaña, en cambio la referencia final a Jerusalén parece claramente reformada por Lucas. Digamos, entonces, que parece muy probable que el Tercer Evangelio haya cambiado el orden de la segunda y tercera tentación por tu preocupación geográfica centrada en Jerusalén.
Parece que el autor Q expresó en tres tentaciones tomadas de las tentaciones del pueblo en el desierto, las tentaciones que tuvo Jesús en su ministerio, al menos las dos últimas aparecen destacadas. Allí donde Israel no supo hacer la voluntad de Dios, Jesús surge fiel, verdadero “Hijo” como ya el Bautismo lo había mostrado. Esto confirma la intención cristológica del relato, y también su probable intencionalidad polémica con el Israel de su tiempo.
Dado que la primera hace referencia a la “palabra de Dios”, la segunda a lo político y la tercera al Templo, algunos han pensado que se estaría ante una triple tentación profética, real y sacerdotal, pero no parece que eso esté en juego aquí. Sólo la tentación real aparece clara, mientras que la profética y más aún la sacerdotal no se revelan, y más aún, parecen muy improbables. Las respuestas apuntan en otra dirección.
Detengámonos, ahora, en el relato de Lucas; a diferencia de Juan, Jesús va del desierto a la ciudad, y en la ciudad comienza su ministerio, como en la ciudad culminará todo para desde allí comenzar, siempre conducido por el Espíritu el tiempo nuevo de la Iglesia. En las primera tentación, el diablo no discute que Jesús sea el Hijo de Dios, lo da por supuesto, y lo tienta a convertir en pan una piedra ya que lógicamente tiene hambre. Más que un “nuevo pueblo”, Jesús es “hijo de Dios”, “el Hijo de Dios”. ¿Por qué Jesús no obra el milagro? Porque los milagros que Jesús hace son siempre para los otros, como la multiplicación de los panes: allí Jesús mismo se preocupa: “denles ustedes de comer” (9,13). La segunda es la tentación de poder (exousía) política. En tiempos donde todo el mundo conocido está sometido al imperio romano, se puede ver de un golpe de vista todo: el imperio mismo es diabólico y perverso. E idólatra. La tercera tentación no sólo tiene como característica que ocurre en Jerusalén, sino también que el diablo cita la escritura. La escritura mal citada, o mal leída, también puede ser diabólica, o idolátrica. Por otra parte, Jesús deja muy claro que su ministerio es para otros, no para él. No es salvarse a sí mismo, como tampoco en la cruz: “si eres ... sálvate” (23,35.37.39).
Como dos rabinos, Jesús y el diablo discuten con citas bíblicas. Y nos queda claro que es falso servidor de Dios el que se sirve de su ministerio en su propio provecho, que no es propio de los fieles a Dios reclamar milagros ya que Dios puede salvar sin necesidad de estas obras “maravillosas” o “teatrales”. Jesús nos muestra -con su vida- el camino de la obediencia de hijo conducido por el espíritu.

Comentario
Tiempo lindo la Cuaresma. Tiempo de "parar la máquina", de serenidad, de "mirar para adentro"... y ¡¡¡preguntarnos tantas cosas!!! En nuestros días, ¡cuántas caídas!, ¡cuántas infidelidades!, ¡cuántas injusticias! Es tiempo de descubrir cuánto tenemos que cambiar.
El Evangelio de Lucas, nos pone a Jesús en paralelo con el pueblo de Israel. En las mismas circunstancias en las que el pueblo fue infiel, Jesús sale adelante; y para resaltar el paralelo entre ambas situaciones, el evangelista recurre al desierto y a citas del Deuteronomio. Allí donde Israel cayó, allí Jesús sale adelante. Más que un acontecimiento es una plataforma, un programa: unidos a Jesús nada tenemos que temer, sólo el amor cuenta. Deberíamos aprovechar la Cuaresma para revisar cuántos desencuentros, cuántas infidelidades, cuántas injusticias... Pero, al revisarlas, corregirlas; es que la Cuaresma es tiempo de conversión, y conversión significa caminar, camino de vuelta al Padre.
Cuaresma, ¡tiempo lindo! Tiempo de volverse a Dios, y de volverse a tantos hermanos despreciados, olvidados, oprimidos... Tiempo de justicia, de verdad, de liberación...
Mientras el pueblo de Israel, en la tentación no fue fiel y cedió, ahora nos encontramos a Jesús en la misma situación, en la misma tentación. ¡Y triunfa! Jesús aparece en el Evangelio de hoy como el que vence la tentación. Porque es posible vencerla. Muchas voces, de dentro y de fuera buscan separarnos de Dios, de sus proyectos, de sus caminos. Pero hay una voz más fuerte, más firme, que puede vencer esas otras voces si disponemos el corazón para escucharla. Hace falta tener un oído muy fino, un silencio atento, un corazón dócil.
Para eso existe la Cuaresma, para que sepamos mirar la vida, y mirarnos en la vida; para que sepamos prestar atención a los caminos y proyectos que nos rodean, y enfrentarlos con los caminos y proyectos de Dios. Para eso existe la Cuaresma, para que apaguemos los ruidos que aturden y ensordecen, para que acallemos las voces que esconden la voz de Dios, para no escuchar cantos de sirenas que nos hablan de la felicidad de comprar, de poseer o de determinados caminos, sino que podamos oír la voz del amor, la voz que se grita en el silencio y el desierto. Para eso existe la Cuaresma, para dejarnos seducir por Dios en el desierto, para volver a las fuentes, para volver a la fidelidad primera, “como un niño frente a Dios". Para eso existe la Cuaresma.
¿Y nuestra Cuaresma? Tantas veces habremos dicho: “Cuaresma, tiempo de confesión”, pero ¿de qué sirve si no es un cambio de vida, un cambio de camino? ¿Qué Cuaresma vive el que no vive? La Cuaresma es tiempo de desierto, pero de desierto en medio del ruido y del mundo, en medio del pecado y la infidelidad, en medio de la gente... Es allí donde estoy invitado a encontrarme con Dios y los hermanos, allí donde debo retomar la fidelidad... El recuerdo del desierto, terminó siendo recuerdo de la fidelidad de los israelitas: tiempo de fe, como recuerda el "Credo primitivo" de la primera lectura; se nos invita a creer de corazón en la Palabra (2a. lectura), no con los labios, sino con la vida, una vida de fidelidad y servicio. Aquí tenemos el centro, el corazón de la Cuaresma: ¡los hermanos! Revisemos nuestro servicio, nuestro amor, nuestro compromiso liberador; así revisaremos nuestra fe; así viviremos religiosamente nuestra Cuaresma.
Quien afirme no tener pecado es un mentiroso dice san Juan. Quien se reconoce pecador, y se decide a devolverle a Dios su lugar, empieza a preparar el camino para una vida coherente con los proyectos de Dios. El problema con los que no se reconocen pecadores, o con quienes no están dispuestos a dejar entrar a Dios en sus vidas, es que permanecen en el pecado. El tiempo de la cuaresma que comenzamos, es un ¡detente!, un mirar para adentro, es reconocer que hemos caminado sin Dios buena parte de nuestra vida... Pero, casi podemos decir que a Dios no le importa: no le importa la gravedad de nuestra ruptura, no le importa qué tan dios nos sentimos. Le importa que estemos decididos a vencer el pecado en el seguimiento de Jesús, a vencer el pecado con la Palabra de Dios.
En toda historia hay tiempos y momentos de fidelidad, y momentos de caídas. La Cuaresma es tiempo de recobrar fuerzas para retomar el camino, para "hacer camino al andar”. La Cuaresma es el tiempo oportuno para revisar, corregir y fortalecer todo esto; es tiempo de desierto, tiempo de encuentro con Dios frente a tantos desencuentros. Pero ¡cuidado! "¿Cuántas veces se ha empujado a las multitudes hacia el desierto, como si Tú sólo fueses accesible allá... Ábrenos los ojos para irte encontrando en cada rostro, para comulgarte cada vez que estrechamos una mano o sonreímos".

PRIMERA LECTURA.
Deuteronomio 26, 4-10
Profesión de fe del pueblo escogido 
.Dijo Moisés al pueblo: "El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas.
Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa.
Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud.
Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos.
Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel.
Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado."
Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios."
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 90
R/.Está conmigo, Señor, en la tribulación. 
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: "Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti." R.
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. R.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. R.
"Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré." R.

SEGUNDA LECTURA.
Romanos 10, 8-13
Profesión de fe del que cree en Jesucristo 
Hermanos: La Escritura dice: "La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón."
Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos.
Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás.
Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.
Dice la Escritura: "Nadie que cree en él quedará defraudado."
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.
Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará."
Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 4, 1-13
El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado 
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo: "Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan." Jesús le contestó: "Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre"."
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo."
Jesús le contestó: "Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto"." Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras"."
Jesús le contestó: "Está mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios"."
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: Deuteronomio 26,4-10 El presente fragmento, de los más importantes del Antiguo Testamento, contiene la profesión de fe que proclamaba todo israelita al acercarse al santuario con motivo de la celebración anual de la fiesta de la recolección y ofrecimiento de las primicias de la tierra.
Pero hay que advertir que la presentación de ofrendas en los pueblos paganos iba acompañada de la recitación de un mito de fecundidad; el hebreo, por el contrario, recordaba, actualizándola, la historia de las intervenciones salvíficas del Dios de los Padres en favor de su pueblo.
El credo de Israel se desarrollaba en un movimiento alternativo de sufrimiento y salvación: el arameo errante —es decir, en condición de abandono y peligro— se ha convertido por gracia de Dios en una nación numerosa (v. 5) según la promesa hecha a Abrahán. Este pueblo grande y fuerte experimentó la opresión y la humillación, pero Dios vio, escuchó la oración e intervino con poder para sacar a Israel de Egipto y hacerle entrar en un país fértil y agradable “que mana leche y miel”, es decir, abundante en pastos para los rebaños y flores para las abejas.
La palabra clave del texto pertenece a la raíz “entrar” o “llegar”. La utilización frecuente del término quiere significar que la entrada histórica en la tierra prometida se actualiza año tras año con la “entrada” de la cosecha: por medio de la “cosecha” el hombre “entra” nuevamente en posesión de la tierra. En la liturgia se repite en un ámbito sacro el movimiento histórico: el pueblo entró en la tierra, ahora entra en el santuario. El hombre responde a Dios con la profesión de fe, con la ofrenda de una parte de lo que de él ha recibido, con la acción de gracias, la adoración, el culto y la obediencia manifestados en el gesto de la postración.

Comentario del Salmo 90. Este salmo es un canto de alabanza hacia el hombre que sabe vivir en el secreto de Dios. Es tal la intimidad que tiene con Él, que aun en las más terribles pruebas tiene la suficiente confianza para decirle: ¡Refugio mío, alcázar mío! «Tú que habitas al amparo del Altísimo, y vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: “¡Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti!”».
Ya desde estos primeros versículos, nuestros ojos se vuelven veloces hacia Jesucristo. El vivió su secreto en el Padre de quien brotó la fuente de sabiduría que orientó sus pasos en el cumplimiento de su misión.
En el Señor Jesús, más que en ningún otro ser humano, se cumple la palabra de Dios cuando nos anuncia que «la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yavé mira el corazón» (1Sam 16,7). Efectivamente, la mirada de los hombres sobre Jesucristo no fue capaz de ver en Él más que al hijo de un carpintero (cf. Mt 13,55). A partir de entonces, esta mirada se hizo cada vez más necia e insensata hasta que dio lugar al juicio que le llevó a la crucifixión. El Señor Jesús, prisionero de la confusión provocada por tanto juicio inicuo, apoyó su espíritu en Aquel, el único que le conocía verdaderamente, Aquel cuyos ojos traspasaban las apariencias y alcanzaban su corazón: su Padre.
Recordémosle en el huerto de los Olivos, En plena noche, cuando sus discípulos Pedro, Santiago y Juan caen vencidos por el sueño, el Señor Jesús, aun adueñándose el temor de todo su ser, saca del tesoro secreto de su corazón la oración más profunda que pueda generar la fe: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).
Esta oración no es la de un héroe, sino la de alguien que se sabe Hijo de Dios. Por ello y consciente de su cercana y terrible muerte, sabe que su Padre no dejará de ser su roca de salvación, En este atar su voluntad a la voluntad de su Padre vemos el cumplimiento del salmo al proclamar: «Yo lo libraré, porque se ha unido a mí. Le protegeré, pues conoce mi nombre».
Abrazarse a Él, atarse a su voluntad, este fue el gesto y la decisión de Jesús cuando fue conducido a la muerte. Abrazado primeramente a ella, esta tuvo que dejar su presa ante el acto amoroso del Padre que le arrancó del sepulcro.
Volvemos al salmo para escuchar este anuncio: «El me invocará y yo responderé. Con él estaré en la angustia. Lo libraré y lo glorificaré». Me llamará… y oímos al Señor Jesús pronunciando el nombre del Padre casi al borde de la desesperación: ¡Padre, por qué me has abandonado! Sobrepuesto de la tentación, volvió a pronunciar su nombre con la certeza de su salvación, sabía que Él le glorificaría. Confesó como testigo con esta invocación la lealtad y fidelidad del Padre: « ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!». En tus manos, en tu fuerza, en Ti, que eres el único que me ha conocido, acompañado y consolado; en Ti, el único que, mirando mi corazón, me has hallado inocente; en Ti, el único en quien mis secretos mesiánicos han encontrado eco; en ti deposito mi vida y mi esperanza. ¡Tú me levantarás del sepulcro!
Sabemos por el evangelio de san Lucas (24,1-8) que, al amanecer del domingo, unas mujeres se dirigieron al sepulcro con perfumes y aromas. Al entrar y hallando el sepulcro vacío, dos ángeles les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Eso fue lo que oyeron las mujeres. ¿Cómo iba a permanecer en la muerte alguien que ha puesto toda su confianza en Dios? El Dios que tuvo siempre misericordia de toda la humanidad, incluida Israel, de todos sus pecados e idolatrías, ¿no iba a actuar en el único que mantuvo su inocencia? Habiendo cumplido el Hijo la voluntad del Padre, voluntad que le llevó hasta la muerte y muerte de cruz, ¿iría ahora a defraudar la esperanza del que dio la vida con la certeza de recuperarla? ¿Cómo iba a dejarle a merced de la muerte? La esperanza de vida eterna de Jesucristo hacía parte de sus secretos con el Padre. Por eso el Padre quiso que las mujeres oyeran: ¡no busquéis entre los muertos al que está vivo! ¡No busquéis entre los derrotados al vencedor! ¡No busquéis entre los condenados por malhechores al que yo he declarado santo!
Los apóstoles, testigos de la obra gloriosa del Padre en su Hijo, la anuncian. Lo vemos, por ejemplo, en la siguiente predicación de Pedro: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilatos….

Comentario de la Segunda lectura: Romanos 10,8-13 El hombre que busca sinceramente a Dios siente todo el peso y la limitación de la propia condición de pecador. La Ley dada por medio de Moisés afina la conciencia y ayuda a conformarse más con el designio divino, pero el cumplimiento escrupuloso de normas y preceptos no es suficiente para constituir al hombre justo, para hacerlo santo.
Se trata de una justicia que es tensión, esfuerzo del hombre que quiere acumular méritos ante Dios y corre el riesgo de ser orgulloso o de caer en la desesperación. Pero se da una justicia que es gracia, don de Dios a la humanidad por medio de Cristo: ésta se acoge por la fe (v. 4), fe que actúa por la caridad (Gál 5,4-6). La aceptación sincera de la predicación apostólica (kérygma) y la acogida de la revelación llevan consigo un cambio de mentalidad, una conversión profunda, mantenida con la certeza de que “quienquiera que ponga en él su confianza no quedará defraudado”: la salvación es para todo el que invoca el nombre del Señor, de cualquier nación que sea (vv. 11-13).

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,1-13. La narración lucana de las tentaciones va precedida por la genealogía de Jesús, que asciende hasta Adán: se presenta, pues, a Jesús como el nuevo comienzo de la humanidad. Como el primer hombre, como todo hombre, es sometido a la tentación. Los cuarenta días transcurridos en el desierto son una cifra simbólica: recuerdan los cuarenta años del Éxodo y aluden además a los cuarenta días de ayuno de Moisés en el Sinaí y al camino de Elías al Horeb.
En el desierto, Jesús es tentado por el diablo —el “divisor”—, que le presenta una sabiduría alternativa a la voluntad de Dios, incitándole a realizar su ministerio de acuerdo con las expectativas de la gente.
La prueba de Jesús viene en un momento de debilidad humana (vv. 2b-3a): se le invita a demostrar la veracidad de la voz del cielo que se escuchó en el bautismo (3,22) haciendo un milagro que elimine, junto con el hambre, la pobreza de la propia condición corpórea como preludio de un mesianismo que brinde el saciarse y el bienestar de modo sobrenatural (v. 3). Jesús rechaza esta lógica citando Dt 8,3. La segunda tentación es la del poder: Satanás remeda la promesa que Dios hace al Mesías en el Sal 2. Pero Jesús no trata de someter, sino de estar sometido a Dios con un amor exclusivo (vv. 6-8). Finalmente, el diablo conduce a Jesús al pináculo del templo de Jerusalén y le incita a inaugurar el reino mesiánico con un signo espectacular: se trata de la tentación del éxito, que Satanás presenta camuflada con la Palabra de Dios. Jesús replica con otro texto de la Escritura (Dt 6,16), manifestando su total abandono a la disposición del Padre (vv. 9-12).

Estas tentaciones constituyen el paradigma de cualquier otra tentación, por eso el diablo, completadas todas las tentaciones, se aleja de Jesús “hasta el momento oportuno” (v. 13): será la hora de la pasión, del poder de las tinieblas, la hora de la última prueba decisiva.

La prueba, la salvación, la profesión de fe, son los temas que podemos entresacar de las lecturas de la liturgia de hoy, y nos interrogan sobre nuestra realidad de Iglesia, sobre nuestra vida de creyentes. ¡Cuántas veces hemos experimentado en la tribulación, en la tentación, que el Señor es nuestra fuerza, el único que puede librarnos! Recordar las maravillas de gracia que Dios ha hecho por nosotros no es sólo una exigencia del corazón, sino una tarea imprescindible, una misión, un testimonio que se ofrece a los hermanos para que también ellos conozcan la alegría de ser salvados invocando el nombre del Señor.
¡Tenemos todos tanta necesidad de ser protegidos de las insidias del diablo! El Evangelio hoy nos lo manifiesta mostrándonos a Jesús sometido a tentaciones que son la raíz de cualquier tentación y se revisten de nobles apariencias. El fin es encomiable y los medios propuestos se diría que son los más adecuados... Jesús ha experimentado la debilidad humana que tan fácilmente doblega la voluntad y ofusca nuestra capacidad de discernimiento. Pero precisamente en su debilidad ha vencido al Maligno, en el desierto y en la cruz, indicándonos el camino de la victoria. Como él, debemos retener la Palabra de Dios en el corazón, convirtiéndola en norma de nuestra vida, en lámpara de nuestros pasos. Si no tememos profesarla con franqueza, podremos experimentar que el Señor es nuestra fuerza, nuestro escudo salvador (Sal 17,3).

Comentario del Santo Evangelio: Lc 4, 1-13, para nuestros Mayores. El Hijo de Dios y el adversario de Dios. En su actividad pública, Jesús tiene que vérselas con las fuerzas demoníacas que atormentan a los hombres y de las que él les libera ( cf.4,33.41 33.41;-39). También a los doce apóstoles les comunica el poder de liberar a los hombres de estas fuerzas que los esclavizan (9,1). Sus enemigos le acusan de estar aliado con Satanás y de recibir de él el poder contra los demonios (11,14-23). Las posiciones son totalmente contrastantes. Jesús deja entrever su pretensión de contar con el poder de Dios; sus adversarios le echan en cara que a través de él obra el adversario de Dios. Entre estas posiciones no hay término medio. La verdadera relación de Jesús con Satanás, que personifica la lejanía de Dios y la oposición a Dios, se hace patente desde el inicio de la actividad de Jesús, concretamente en las tentaciones. Previamente, el evangelista ha mostrado una y otra vez la naturaleza de la relación de Jesús con Dios, alcanzando su punto culminante en la declaración de Dios: «Tú eres mi hijo predilecto» (3,22). También las tentaciones hablan de esta relación, probada y confirmada con el rechazo de aquel que está en oposición radical a Dios. Aparece aquí toda la solidez y seguridad de la relación de Jesús con Dios. En esta confrontación se revela ante todo, y de manera definitiva, que Jesús está irreversiblemente de la parte de Dios. Esta es la base desde la que se explica su comportamiento contra las fuerzas demoníacas, anticipando así su respuesta a los reproches que le harán sus adversarios.
En su invitación a la conversión, Juan afirmaba que la salvación no nos llueve del cielo. Se hace necesaria una decidida y efectiva conversión a Dios. Dios mismo la quiere y la hace posible, pero el hombre no puede ser dispensado de ella. Tampoco el comportamiento justo en relación con Dios es algo que se imponga por su obviedad indiscutible. Puede verse comprometido y puesto en entredicho de múltiples modos. Otras realidades pueden atraer la atención del hombre, pareciéndole más importantes y valiosas. La tentación, el peso, la prueba, están siempre presentes, y se hace necesario tomar posición y decidirse. El modo en que Jesús se comporta muestra la naturaleza de su relación con Dios. Responde de manera tranquila, segura, soberana; expresa simplemente lo que es válido, y lo hace con absoluta claridad. En su comportamiento no se advierte ninguna inquietud, ningún temor, ninguna impaciencia y ningún conflicto interior. La confrontación está exenta de lucha, de contraste beligerante. A la propuesta del tentador, Jesús contrapone su punto de vista. Así es como se resuelve la confrontación. El Hijo de Dios demuestra la clarividencia y la certeza de su relación con Dios. Lo que el Padre ha dicho de él queda confirmado con su comportamiento en esta confrontación. La claridad y la decisión de Jesús deben servir para nosotros de orientación. No podemos pensar que se nos va a eximir de toda lucha fatigosa. Pero aquí se nos comunica esta Buena Noticia: Hay uno al que el tentador no puede dañar; hay uno que permanece absolutamente fiel a Dios. Aunque nosotros no resistamos a la prueba y caigamos continuamente, el hecho de que haya uno que permanece firme, siendo fiel a Dios, ha de llenarnos de gozo y de valor.
La prueba respecto a la justa relación con Dios puede provenir de múltiples flancos. En la primera tentación viene de las necesidades vitales del hombre; después, del poder y de su esplendor; finalmente, de una relación equivocada con Dios.
La primera prueba comienza con el hambre de Jesús. El tentador le invita a utilizar su poder para eliminar el hambre. En el hambre está en juego la vida. Para vivir, el hombre tiene necesidad de pan, de alimento. Sin pan, su vida se acaba, más pronto o más tarde. ¿Qué es lo que el hombre debe y puede emplear para su vida? ¿Es esta vida, que necesita el pan y depende de él, un valor absoluto, capaz de justificar todo esfuerzo? ¿Se pueden concentrar todos los medios y toda la atención en la satisfacción de las necesidades vitales? Jesús declara que el hombre no vive sólo de pan. El tiene una vida que es superior a aquella que depende del pan. Consiste en su vinculación incondicionada a Dios, poniendo en él toda su confianza. Más adelante Jesús dirá a los discípulos: «No andéis preocupados pensando qué vais a comer para poder vivir. Buscad más bien el reino de Dios, y estas cosas se os darán por añadidura» (12,22.31). La orientación hacia Dios y la confianza en su poder y benevolencia deben ocupar el primer puesto, sin quedar sustituidas por el esfuerzo en relación con una vida garantizada por el pan. El interés primario debe estar dirigido siempre hacia Dios y hacia la comunión de vida con él. Las necesidades vitales no pueden ser puestas en el centro, dominándolo todo.
La segunda tentación proviene, podría decirse, del otro extremo de las posibilidades humanas. No se dirige al hombre que lucha por tener el mínimo necesario para la subsistencia, sino al hombre que tiende lejos su mirada, por encima de su propia persona y de su propia vida, aspirando al dominio del mundo. Aquí entra en juego la fascinación del poder, del dominio, en toda su amplitud. El poder, cuando se busca por sí mismo, tiene su precio. La búsqueda exclusiva del poder es incompatible con el reconocimiento del señorío de Dios. A Dios como Señor se le contrapone la voluntad propia de dominar. Esto significa adorar al diablo: al poder que está en contraposición con Dios se le reconoce como el valor más elevado. La tentación del poder se manifiesta de múltiples formas y sobre múltiples planos: «Yo estoy en condiciones de decidir. Mi palabra y mi voluntad son determinantes y han de cumplirse. Yo dispongo de los hombres y de las cosas». Buscar y complacerse en esto por sí mismo significa servir a Satanás. Jesús contrapone a este servicio la adoración a Dios, el reconocimiento de Dios como el único Señor. Dios sólo es el Señor y su voluntad vale por encima de todo. Nosotros no debemos querer jamás ponernos en su lugar. El reconocimiento de Dios como el único y absoluto Señor es el fundamento de la relación justa con él. Este reconocimiento debe ser mantenido en todas las circunstancias. Pero él se ve amenazado con la búsqueda del poder. Jesús reconoce la autoridad en el ámbito humano una autoridad que, sin embargo, no debe ser ejercida como dominio sobre los demás, sino que ha de ser vivida como servicio (cf. 3,12-14; 22,24-27).
En la tercera tentación se afirma: «Ya que tú no estás dispuesto a posponer la vida y el poder humano a Dios, que lo sitúas por encima de todo, entonces sé coherente y tómalo por la palabra. Él ha prometido su protección. ¡Ponlo a prueba!». El poner a prueba queda aquí totalmente tergiversado, convirtiéndose en otra forma de pre potencia Debemos tener plena confianza en la ayuda y en la protección de Dios, pero no hemos de poner a prueba su protección, no podemos ponernos arbitrariamente en peligro. La justa relación con Dios pide que nosotros ha gamo cuanto está en nuestras manos y que dejemos hacer a Dios lo que él quiera hacer por nosotros. Confianza en Dios no significa pereza e insensatez. Debemos emplear razonablemente y del mejor modo posible todos los talentos que Dios nos ha dado. A la confianza se ha de unir la responsabilidad ante Dios.
Jesús es muy firme y fiel en su vinculación a Dios. Ninguna tentación es capaz de hacerle vacilar, y cada una de ellas nos permite ver con qué tranquilidad y decisión está él de la parte de Dios, revelándose así como el Hijo predilecto del Padre. Con esta seguridad y decisión, él seguirá su camino e indicará y posibilitará a los hombres la justa relación con Dios.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 4, 1-13, de Joven para Joven. La tentación de Jesús y las tentaciones de la Iglesia. Los tres primeros capítulos de san Lucas constituyen como una especie de introducción general que presenta los actores del evangelio, especialmente Jesús. Sin embargo, entre Dios y el hombre queda todavía un personaje que juega un papel preponderante. Su nombre propio es «tentador» o diablo. De su intención y sus funciones habla este pasaje.
Las tentaciones de Jesús no constituyen un hecho que se ha dado simplemente en el comienzo de su vida, aunque a primera vista nos pudiera parecer que el texto así lo indica (cfr. 4, 1-2. 13). Situadas todavía en el prólogo, que terminará precisamente en 4, 13, las tentaciones reflejan una nota que resuena en todo el evangelio: viniendo de Dios, y siendo un hombre de la tierra, Jesús ha tenido que enfrentarse con la fuerza amenazante del mal al que derrota.
Debemos recordar que el tentador de este relato no es un simple demonio de los muchos que de acuerdo a la manera de pensar de aquellos tiempos invadían la existencia de los hombres, Aquí se alude al diablo (o a Satán), el jefe de todos los espíritus perversos que se ha revelado contra Dios, ha roto su armonía sobre el mundo, ha pervertido nuestra tierra.
Según la concepción apocalíptica judía, en el momento actual Dios se halla oculto sobre el plano de su vida trascendente. Mientras tanto, nuestro mundo se encuentra sometido al poder de lo diabólico (4, 6). Ciertamente, Dios vendrá a mostrarse en el final y romperá la fuerza de Satán. Pero, en el momento actual, todo sucede como si Dios no existiese, como si el Diablo fuera el rey de nuestra tierra. Pues bien, en esa tierra dominada por Satán viene a mostrarse la figura y la actuación del Cristo, al que se llama «Hijo de Dios» (cfr. Lc 2, 22). La lucha entre Jesús y el Diablo resulta inevitable. Del sentido de esta lucha trata nuestro texto.
Las tentaciones de Satán se identifican con el riesgo de esclavitud que presuponen los poderes de este mundo. Está en principio el riesgo del «pan» por medio del cual se quiere convertir a Dios en una simple garantía de prosperidad material y seguridad económica (4, 3-4). Está después el peligro de la «política» que se concreta en el deseo de mandar y de ordenar las estructuras de este mundo, utilizando para ello los poderes de Satán, que es el principio de todo poder esclavizante (4, 5-8). Está finalmente el riesgo de la Confianza radical en el milagro, el sometimiento a una verdad espectacular y externa que nos libera del humilde esfuerzo de la fe de cada día (4, 9-13).
Sólo comprenderá el valor de las tentaciones de Jesús, aquél que se detenga a meditar en las razones que le ofrece el diablo. En un mundo en que millones mueren de hambre, ¿no tendrá razón Satán cuando suplica simplemente que Jesús y que la Iglesia ofrezcan pan a los que esperan? En un mundo en el que oprimen toda clase de tiranos, ¿no es lógico que Cristo y que la Iglesia se convirtieran en centro de poder y garantía de un imperio de paz y de confianza? Sobre una tierra en que millones de personas se sienten incapaces de llegar a la verdad, ¿no sería lógico que Cristo y que la Iglesia se sirvan de milagros para hacer que todos crean? Pienso que muchos de nuestros cristianos responderían y responden hoy de una manera diferente a la de Cristo ante la urgencia de las mismas tentaciones. Pienso que muchos de nosotros hemos dado la razón al diablo.
Ante la vieja y nueva tentación conservan su valor las respuestas de Jesús. a) El verdadero pan del hombre es más que la comida. El ser humano es más que simple economía; por eso es necesario alimentar el corazón con la palabra del evangelio, de manera que los hombres se repartan mutuamente lo que tienen. b) El poder del evangelio no es un simple dominio político del mundo. Toda opresión interhumana, por más orden que produzca, es don del diablo, Lo que Jesús ofrece a los suyos es la obediencia a Dios y la exigencia del servicio mutuo. c) Dios habita en el campo de la fe y no a la altura de un prodigio externo; sólo quien tenga confianza en la vida y encuentre en el fondo el amor que Jesús nos ofrece, sólo quien se arriesgue a creer y suscitar la fe en los demás, podrá entender lo que o significa.

Elevación Espiritual para este día. “A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos” (Sal 90,11). El diablo conoce bien esta promesa porque la supo utilizar en la hora más álgida de la tentación; sabe bien cuál es nuestra fuerza y nuestra debilidad. Pero no tenemos nada que temer si permanecemos a la sombra del trono del Altísimo.
Mientras estemos cimentados en Cristo, participaremos de su seguridad; él ha hecho añicos el poder de Satanás y de ahora en adelante los espíritus malignos, en vez de tener poder sobre nosotros, tiemblan y se espantan a la vista de un verdadero cristiano. Pues saben que poseen lo que les hace vencedores; que pueden, si quieren, mofarse de ellos y ponerlos en fuga. Los espíritus malignos lo saben bien y lo tienen muy presente en todos sus asaltos; sólo el pecado les da poder sobre ellos, y su gran empeño consiste en hacerles pecar, en sorprenderles en el pecado, sabiendo que no hay otro modo de vencerlos. Por eso, hermanos míos, no seamos ignorantes de sus planes, sino, conociéndolos bien, vigilemos, oremos, ayunemos, permanezcamos bajo las alas de Altísimo, que es nuestro escudo y auxilio.

Reflexión Espiritual para el día. El Evangelio nos presenta este duelo entre Jesús y Satanás. Jesús fue tentado. También él quiere conocer el combate entre el alma que desea permanecer fiel a Dios y el invasor que tratará de desviarlo e inducirlo al mal. Hay que recordar que cuanto se refiere a Jesús nos toca también a nosotros. La vida de Jesús configuro la nuestra; lo que a él le acontece se refleja en nosotros.
¿Fue tentado Jesús? Tanto más podemos o debemos serlo nosotros. Parece lógica la pregunta, puesto que vivimos en un mundo asediado y turbado por esa iniciativa oculta del que san Pablo llama “el príncipe de este mundo de tinieblas”. Estamos rodeados de algo funesto, malo, perverso, que excita nuestras pasiones, se aprovecha de nuestras debilidades, se deja insinuar en nuestras costumbres, sigue nuestros pasos y nos sugiere el mal. La tentación consiste, pues, en el encuentro entre la buena conciencia y la atracción del mal, y esto del modo más insidioso que se pueda imaginar.
El mal, de hecho, no se nos presenta con su rostro real de enemigo, como algo horripilante y espantoso. Sucede precisamente lo contrario: la tentación es simulación del bien; es el engaño del mal disfrazado de bien, es la confusión entre bien y mal. Este equívoco, que se puede presentar siempre ante nosotros, tiende a hacernos retener como bien donde, por el contrario, está el mal.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Deuteronomio: 26, 4-10.El credo histórico. El capítulo 26 se presenta como una predicación al pueblo de Dios sobre lo que ha de hacer en su tierra de destino como pueblo «consagrado»; lo que ha de hacer será la expresión de lo que ha de ser. En este momento lo vemos pronunciando una profesión de fe, haciendo examen sobre su respuesta al mandamiento de amor a Dios y al prójimo y pidiendo bendición para sí y para el lugar de su morada. Eso no es un retrato de la comunidad mosaica, ni tampoco de la nación que surgió de ella en Canaán, sino visión adelantada, hecha con elementos de la praxis cúltica, de lo que ha de ser el Pueblo. En la perspectiva histórica, del autor del Deuteronomio es llamada y promesa a la nación destruida, que ha de hacerse pueblo de Dios. Este es el que reconoce y puede proclamar a Dios presente en sus afanes y en sus esperanzas de realización.
La lectura recoge el primer momento de esta parénesis profética, la profesión de fe: “Mi padre fue un arameo errante...” El autor del capítulo encontró la fórmula ya hecha; él la retocó, para que encuadrara bien en su discurso. El contexto inmediato sugiere que se recitaba en el santuario, al ofrecer las primicias de la cosecha, seguramente en la fiesta de los Ácimos. Esa ofrenda está ya prevista en el código de la alianza (Ex 22, 28; 23, 19). Supone al pueblo sedentarizado en la «tierra que mana leche y miel»; pero, paradójicamente lo ve a la vez como eh camino hacia ella. La paradoja se resuelve a la luz de la doble dimensión de la tierra: la tierra material y la patria buscada y esperada; aquélla es el signo de ésta.
La fórmula no es de oración, sino de proclamación. Es el «credo» o profesión de fe que el pueblo hacía desde la misma época de los Jueces. Amplía el credo primitivo que tenía un solo artículo: «Dios sacó a su pueblo de Egipto», con la aseveración de que ya antes Dios guió a los patriarcas y después llevó a sus descendientes a la tierra prometida Las tres etapas, patriarcas, éxodo, entrada en la tierra, condensan todos los recuerdos que el pueblo guarda de su pasado. Puestas en esa secuencia, como camino andado por los mismos protagonistas permiten descubrir la historia humana —o al menos la del pueblo aquí envuelto— como un proceso lineal consciente y deliberado, que va desde un principio hacia un destino, y en el cual el pueblo se realiza en el mundo.
a continuidad del proceso radica en que el mismo Dios está en él y lo guía desde su principio hacia su término, y en que el cambiante pueblo tiene una idea lúcida su identidad. Eso es el descubrimiento de la historia como historia de salvación. Lo que el «credo» proclama en estas fórmulas sintéticas es lo que orienta y estimula luego la historiografía; el Exateuco o los seis primeros libros de la Biblia no será sino el relato por extenso de lo que está condensado y proclamado en esos tres artículos del «credo».
Una particularidad de este credo, peculiar de la fe bíblica, es su referencia a la historia. Sus artículos no afirman doctrina ni ofrecen teoría sobre Dios o sobre la salvación. Afirman la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia. En ella destacan como paradigmáticos momentos privilegiados; pero el nexo que hay entre ellos implica que los momentos intermedios menos densos tienen también el carácter y la cualidad de aquéllos. Eso quiere decir que Dios está con el hombre en el terreno de éste, en su vida y en su historia: éste es el lugar de su acción. El credo habla de esta acción que acompaña la acción misma del hombre; lo que sabe de Dios está ahí; su esencia queda oculta en su insondable transcendencia. La acción salvadora percibida en los acontecimientos en los que el hombre es protagonista es proclamada por esos mismos acontecimientos en donde se manifiesta y así aparece Dios como el supremo protagonista de la historia. Con ello ésta se revela historia de salvación.
Los que recitan la fórmula del credo no estuvieron históricamente presentes en las etapas de historia a que aluden, y, sin embargo, proclaman: «nosotros fuimos guiados, librados, de servidumbre, conducidos por nuestro Dios a esta tierra». Es la afirmación de una identidad, que tiene su fundamento en la identidad de Dios y en la solidaridad del presente con el pasado, en experiencias humanas muy profundas y en esperanzas que proyectan tanto el pasado como el presente hacia el futuro. Es la afirmación de la unidad esencial de la historia humana como historia de salvación.
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