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miércoles, 17 de marzo de 2010

Día 17-03-2010 Ciclo C.

17 de marzo de 2010. MIÉRCOLES DE LA IV SEMANA DE CUARESMA, Feria o SAN PATRICIO, obispo,  (ML).conmemoración. 4ª semana del Salterio. (Ciclo C). SS. Gertrudis de Brabante ab, Juan Sarkander pb mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 49,8-15: Te he constituido alianza del pueblo, para restaurar el país
Salmo 144: El Señor es clemente y misericordioso.
Jn 5,17-30: El Hijo da vida a los que él quiere
Escuchamos hoy a Jesús que se dirige a sus enemigos exponiendo la justificación de sus acciones. En primer lugar, porque “mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”; la obra de Dios no se reduce a momentos estipulados por las leyes humanas; su actividad es continua, permanente; es decir, su gracia y su compasión no cesan ni siquiera el día que la ley consagra al reposo y al descanso; tampoco se circunscribe a un grupito, a una élite de fieles; es universal, ni a un espacio determinado. Ni el templo siquiera puede reducir el espacio de la acción divina.

Con estas palabras queda deslegitimada aquella interpretación de la ley del reposo sabático que en lugar de ser un tiempo de sosiego, abruma al practicante estresándolo quizás más que el mismo trabajo de la semana. Pero también queda establecida la íntima identidad que existe entre Jesús y Dios a quien abiertamente llama “mi” Padre, y lo cual empeora aún más el odio y la envidia de los judíos.

Lo que sigue no es ni siquiera un intento de defensa de parte de Jesús. Es el anuncio abierto y claro de su identidad como hijo de Dios, enviado por Él mismo

PRIMERA LECTURA.
Isaías 49,8-15
Te he constituido alianza del pueblo, para restaurar el país
Así dice el Señor: "En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz." Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán. Miradlos venir de lejos; miradlos, del norte y del poniente, y los otros del país de Sin.

Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados. Sión decía: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado." ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 144
R/.El Señor es clemente y misericordioso.
El Señor es clemente y misericordioso, / lento a la cólera y rico en piedad; / el Señor es bueno con todos, / es cariñoso con todas sus criaturas. R.

El Señor es fiel a sus palabras, / bondadoso en todas sus acciones. / El Señor sostiene a los que van a caer, / endereza a los que ya se doblan. R.

El Señor es justo en todos sus caminos, / es bondadoso en todas sus acciones; / cerca está el Señor de los que lo invocan, / de los que lo invocan sinceramente. R.

SEGUNDA LECTURA.
Juan 5,17-30
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo." Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: "Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro.

Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.


Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: Isaías 49,8-15
El Siervo de Yavé experimenta el desaliento y el fracaso, pero Dios le infunde nuevos ánimos y dilata hasta el extremo de la tierra los confines de su misión salvífica (vv. 5-7). Implica en primer lugar la liberación de los israelitas del destierro, porque ha llegado el tiempo de la misericordia, el día de la salvación (v. 8). Dios tiene sus tiempos y sus días, en los que ofrece su gracia y realiza su promesa. Penetra en el curso de la historia humana para transformarla. En el designio de Dios, el Siervo es como Moisés: mediador de la alianza. Como Josué, restaurará y repartirá la tierra. Será el heraldo del nuevo éxodo que el Señor mismo, “El Compasivo”, guiará como buen pastor y facilitará superando todo lo esperado (vv. 1Os). Es un mensaje de vida dirigido a los desterrados descorazonados.

El profeta a continuación contempla desde Jerusalén (v. 12) la entrada en la patria del pueblo, que confluye en la ciudad santa no sólo desde Babilonia, sino desde todos los puntos donde habían sido dispersados. El cosmos entero canta, exultando por la misericordia que el Señor ha tenido con su pueblo (v. 13). Su amor es una ternura honda, visceral. Le caracterizan su entrega y fidelidad perennes. Es su icono el amor de una madre por sus hijos (vv. 14s). Son imágenes tomadas del lenguaje humano para indicar lo unido que está Dios con sus criaturas; no es un Dios lejano ni impasible, ni un Dios juez implacable, sino un Dios cercano y solícito con la suerte de todos sus hijos.

Comentario del Salmo 144
Israel recuerda, agradecido, las victorias que Yavé ha realizado por su medio en sus combates contra sus enemigos. El presente salmo canta estas hazañas y puntualiza con insistencia que Yavé ha sido quien ha dado vigor y destreza a su brazo en todas sus batallas. Es tan palpable la ayuda que han recibido de Dios que siente la necesidad de alabarlo y bendecirlo. Proclaman que Él es su aliado, su alcázar, su escudo, su liberador, etc. «Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis dedos para la guerra. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte y mi libertador, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos».

Victorias y prosperidad van de la mano, de ahí la plasmación de toda una serie de imágenes poéticas que describen el crecimiento y desarrollo de Israel como pueblo elegido y bendecido por Dios: «Sean nuestros hijos como plantas, crecidos desde su adolescencia. Nuestras hijas sean columnas talladas, estructuras de un templo. Que nuestros graneros estén repletos de frutos de toda especie. Que nuestros rebaños, a millares, se multipliquen en nuestros campos».

El pueblo, que tan festivamente canta las bendiciones que Dios ha prodigado sobre él, deja una puerta abierta a todos los pueblos de la tierra. Todos ellos serán también bendecidos en la medida en que sean santos, es decir, en la medida en que su Dios sea Yavé: « ¡Dichoso el pueblo en el que esto sucede! ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!».

La intuición profética del salmista llega a su cumplimiento con Jesucristo. Él, mirando a lo lejos, no ve una multitud de pueblos fieles a Dios, sino un enorme y universal pueblo de multitudes.

Así nos lo hace ver al alabar la fe del centurión, quien le dijo que no era necesario que fuese hasta su casa para curar a su criado enfermo, Le hizo saber que creía en el poder absoluto de su Palabra, que era suficiente que sus labios pronunciasen la curación sobre su criado y esta se realizaría. Fue entonces cuando Jesús expresó su admiración, ensalzó la fe de este hombre y le anunció el futuro nuevo pueblo santo establecido a lo largo de todos los confines de la tierra: «Al oír esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande, Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos» (Mt 8,10-11).

Pueblo santo, pueblo universal, llamado a ser tal como fruto de la misión llevada a cabo por Jesús, el Buen Pastor. En Él, el pueblo cristiano es congregado y vive la experiencia de participar de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4,5-6).

El apóstol Pedro anuncia la elección de la Iglesia como nación santa, rescatada y, al mismo tiempo, dispersa en medio de todos los pueblos de la tierra. Es un pueblo bendecido que canta la grandeza de su Dios. Cada discípulo del Señor Jesús proclama su acción de gracias que nace de su experiencia salvífica. Sabe que, por Jesucristo, ha vencido en sus combates, alcanzando así la fe, y ha sido trasladado de las tinieblas a la luz: «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1Pe 2,9).

San Agustín nos ofrece un texto bellísimo acerca del combate que todo discípulo del Señor Jesús debe enfrentar contra el príncipe del mal, y que es absolutamente necesario para su crecimiento y maduración en la fe, en su amor a Dios: “Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación; y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y tentaciones”.

Todo discípulo sabe y es consciente de que sus victorias contra el Tentador no surgen de sí mismo, de sus fuerzas sino que son un don de Jesucristo: su Maestro y vencedor. Por eso, bendice y da gloria a Dios con las mismas alabanzas que hemos oído entonar al salmista: Bendito seas, Señor y Dios mío, porque has adiestrado mis manos para el combate, has llenado de vigor mi brazo, has fortalecido mi alma; tú has sido mi escudo y mí alcázar en mis desfallecimientos. ¡Bendito seas, mi Dios! ¡Bendito seas Señor Jesús!

Comentario del Santo Evangelio: Juan 5,17-30.
Jesús es perseguido por los judíos a causa de las curaciones que realiza en sábado. Para fundamentar sus obras, Jesús revela su propia identidad de Hijo de Dios, poniéndose así por encima de la Ley. El v. 17 alude a especulaciones judías: el descanso sabático de Dios se refiere a su obra creadora, no a la continua actividad de Dios, que incesantemente da la vida y juzga (el Eterno nunca puede interrumpir estas dos actividades, porque pertenecen a su propia naturaleza).

En los versículos 19-30, Jesús muestra que se atiene en todo a la actividad de Dios como hijo que aprende en la escuela de su padre. “El hijo no puede hacer nada por su cuenta”: esta afirmación, reiterada en el v. 30, incluye la perícopa e indica su sentido. La total unidad entre la acción del Padre y del Hijo es fruto de la completa obediencia del Hijo, que ama el querer del Padre y comparte su amor desmesurado por los pecadores. Por eso el Padre da al Hijo lo que a él sólo pertenece: el poder sobre la vida y la autoridad del juicio (vv. 25s). Esta íntima relación entre Padre e Hijo puede extenderse también a los hombres por medio de la escucha obediente de la Palabra de Jesús, que hace entrar en el dinamismo de la vida eterna superando la condición existencial de muerte que caracteriza la vida presente.

El Señor ha constituido a su Siervo como alianza para restaurar el país. El Padre ha enviado al Hijo y le ha dado el poder de resucitar de entre los muertos. Nadie está excluido de esta invitación a la vida, nadie podrá sentirse abandonado u olvidado por Dios, porque el único verdaderamente abandonado es el Hijo amado, a quien un Amor más grande entrega a la muerte en la cruz para librarnos de la muerte eterna. A los judíos que le acusan de violar el sábado y de no respetar el descanso del mismo Dios, él les revela la propia conformidad sustancial de Hijo que actúa en todo de acuerdo con lo que ve y escucha del Padre: por consiguiente, de él recibe la autoridad de juzgar. A cuantos escuchan con fe su Palabra y la guardan en el corazón, les da el poder de llegar a ser hijos de Dios; desde ahora pasan de la muerte a la vida eterna, y, en el último día, no encontrarán al juez, sino al Padre, que les espera desde siempre, porque en ellos reconoce el rostro de su Hijo amado, el Unigénito, convertido por nosotros en hermano primogénito.

Grande es la esperanza que se nos propone: nos concede nueva luz en la existencia cotidiana. Vivir como hijos es la herencia eterna y, a la vez, el tesoro secreto que nos sostiene cada día en la fatiga.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 5, 17-30, para nuestros Mayores. Actuación en sábado.
Jesús fue acusado por quebrantar el sábado. Y responde a la acusación situándose en el centro mismo de una vieja controversia judía. En el Génesis (Gén 2, 2-3) se afirma que Dios descansó el sábado. Por otra parte, Dios es quien sostiene el universo; Dios está, por tanto, siempre activo. ¿Cómo se compaginan esta actividad incesante de Dios con su observancia del sábado?

Las soluciones a este problema iban en distintas, direcciones, pero todas intentaban hacer compatible esta actividad incesante de Dios con su observancia del sábado en otras palabras, la prohibición de realizar cualquier clase de obras en sábado no, debía aplicarse de idéntica forma a Dios y a los hombres.

En este contexto encaja perfectamente la respuesta de Jesús: mi Padre no ha cesado de obrar, por eso obro yo también. La curación hecha por Jesús no puede ser comparada con la que realizaba un médico cualquiera, sobre quien recaía igualmente la prohibición, sino con la actividad de Dios.

Sus oponentes comprendieron perfectamente el alcance de la respuesta de Jesús: había llamado a Dios «su» Padre. Se había equiparado a Dios. Su apreciación había sido exacta. Pero, junto a había otra que era errónea: la consideración de Jesús como un hombre corriente, con la pretensión de igualarse a Dios. Ya nos ha dicho, desde el principio, el evangelista que estamos ante la Palabra hecha carne (1, 14). Con estas palabras tenemos despejado el camino para comprender el discurso cristológico que viene a continuación.

El tema del discurso está resumido en los vv, 19-20. Por un lado se nos dice que el Hijo no. desarrolla su actividad independiente del Padre. El Hijo es obediente a la voluntad del Padre. Sus acciones reflejan las acciones de Dios, a quien hace visible entre los hombres (1, 18).

Por otro lado, esto no significa una limitación en su filiación divina o en la divinidad del Hijo, porque entre el Padre y el Hijo existen relaciones mutuas de amor y el Padre ha comunicado al Hijo cuanto él es y tiene.

La comunión entre el Padre y el Hijo llega a aquello que constituía como el centro de la esperanza judía: la resurrección y la vida. Jesús rechaza la interpretación tradicional de aquellos acontecimientos que la esperanza judía traslada a un futuro indeterminado, al «último día». La resurrección y la vida comienzan ahora. Más aún, se hallan condicionadas por la actitud que el hombre mantenga frente a él: el que escucha mi palabra... tiene la vida eterna, no es juzgado, ha pasado de la muerte a la vida.

Sorprendentes escandalosas las palabras de Jesús para aquella mentalidad judía: Jesús se atribuye una total jurisdicción en el terreno que el judaísmo había reservado para Dios. El aspecto de futuridad no queda eliminado pero se acentúa el aspecto de realidad ya presente y operante. La consumación final será simplemente la realización plena, no habrá una novedad radical.

La muerte ha perdido su eficacia destructora por la presencia de la vida, por la palabra vivificadora de Jesús. Los muertos oirán su voz... El texto es muy ambiguo. La voz del Hijo de Dios vivificará a los muertos en el último día; pero esta voz ha sonado ya durante su ministerio terreno. Y sigue sonando. Cuando habla de los muertos, no se refiere a los físicamente muertos, sino a aquéllos que lo están espiritualmente y pueden ser vivificados por la palabra de Jesús. Aquéllos que escuchan su palabra y creen tienen la vida eterna y, para ellos, la experiencia de la muerte y del juicio está superada (vv. 24-25).

Estas afirmaciones del cuarto evangelio son muy próximas a las de san Pablo, cuando habla de la justificación por la fe. Para aquéllos que escuchan y creen no hay ya condenación alguna (Rom 8, 1). Ha comenzado ya para ellos la vida que se esperaba para el mundo futuro.

La seducción se termina con unas palabras (v. 30) que pueden calificarse de justificadoras de las declaraciones pretenciosas de Jesús. Su jurisdicción en el terreno de la vida, de la muerte y del juicio ¿no sería excesiva? ¿Quién garantizaría la objetividad del veredicto dado por Jesús? Ahora se afirma que no debe temerse ninguna clase de parcialidad, porque existe una plena identidad entre la actuación «judicial» de Jesús y la voluntad del Padre.

Comentario del Sato Evangelio: “Jn 5,17-30, de Joven para Joven. El Hijo da la vida a los que creen.
Al lamento de Sión en el destierro: “Me ha abandonado el Señor”, responde Dios por boca de Isaías: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré, dice el Señor todopoderoso”.

Conocemos testimonios de madres embarazadas que han renunciado a la radio y quimioterapia por salvar al hijo que llevaban en su seno. Algunas han muerto. “Pues si vosotros, malos como sois... amáis así a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo que es Amor (Mt 7,11). ‘Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único para que quien crea en él tenga vida eterna” (Jn 3,16). Por parte del Hijo, él mismo testifica: “No hay mayor amor que dar la vida” (Jn 15,15). Por eso se reconoce al pelícano, que se rasga el pecho para dar vida a sus polluelos, como símbolo de Cristo.

La ternura de Dios se ha hecho visible en Jesús de Nazaret. Él es el rostro del Padre-Madre. “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Jesús repite con insistencia que comparte enteramente el amor del Padre hacia nosotros y que lo hace todo en sintonía con Él. En sus gestos de acogida a leprosos, tullidos, ciegos y niños vemos las caricias y ternura de Dios, no sólo para con ellos, sino también para con todos los hombres. Esta ternura del Padre y del Hijo, que se hace experiencia gracias a la acción del Espíritu, es altamente vivificadora.

Las afirmaciones solemnes de Jesús que escuchamos en este pasaje nos estremecen de gozo. La adhesión y comunión con Cristo es fuente de vida en plenitud, desbordante, gozosa y fecunda: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). “Yo soy el agua viva que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14).

Si creyéramos esto de verdad y con toda el alma... No estamos ante una mera teoría imposible de comprobar. Es una evidencia en todos aquellos que se van identificando con Cristo. Los cristianos convertidos a la fe en Jesucristo, celebraban en el bautismo su muerte y resurrección con el signo sacramental de la inmersión y emersión en la piscina bautismal; muerte del hombre viejo, esclavizado, anémico y entumecido que habían sido, y resurrección del hombre nuevo, vivificado por el amor que el Espíritu había derramado en su corazón. La transformación era para ellos una experiencia de resurrección.

Así lo describe Pablo: “Estabais muertos por vuestras culpas y pecados... Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, nos dio vida en Cristo, con él nos resucitó” (Ef. 2,1-5; cf. Col 2,18; 3,1-4). Esta vivencia de una verdadera resurrección me la comentaban unos amigos, cristianos superficiales, aunque personas honradas. Una convivencia suscitó en ellos una fe ardiente en Jesús. Les pregunto: “¿Qué ha significado para vosotros esta conversión?”. Me contestan: “Empezar a vivir una vida nueva, mucho más plena y feliz”. Ésta es la experiencia del que vive la “Pascua”, el paso de una vida mediocre a una vida de fe y de amor; es una experiencia de resurrección verificada por Cristo.

Jesús se convierte en vida del que acepta la amistad que él le ofrece. Jesús da la vida haciendo que sus discípulos se sientan amados incondicional y gratuitamente como amigos y hermanos. Saberse amado es vivir. Jesús se hace vida del que acepta su palabra: “Quien escucha mi palabra posee vida eterna”. Ella nos habla de su amor, nos comunica sus sentimientos, su visión de la existencia, nos revela el proyecto de Dios, nos invita a compartir sus actitudes. Comulgar con su palabra es comulgar con su espíritu, transformarnos en él. Su palabra y la acción del Espíritu provocan en nosotros el amor, que es la verdadera vida del espíritu: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14-15). El que escucha de verdad su palabra cumple su consigna: “que os améis los unos a los otros” (Jn 13,34).

Participar de una manera consciente y comprometida de su Palabra, Cuerpo y Sangre es una transfusión de su vida. Jesús no puede ser más explícito en este sentido: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,53-57). Quien vive en comunión de fe y amor con él experimenta que es “su” vida. Así lo han vivido Pablo, Teresa de Jesús, Claret y todos los grandes creyentes: “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21), “vivo yo, pero ya no soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí” (Gá 2,20). “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que sigue conmigo y yo con él da fruto abundante” (Jn 15,5-6). Cristo inunda con su savia a los sarmientos. ¡ Misterio inabarcable!

Cristo resucitado, interiorizado por la fe y el amor, que nos habita juntamente con el Padre y el Espíritu, es germen de resurrección (Jn 11,25). Teresa de Jesús lo expresa con el símil del gusano, que segrega el capullo, su sepulcro, para convertirse en mariposa. Nosotros nos convertiremos en seres gloriosos a imagen de Cristo resucitado (1 Co 15,49).

Elevación Espiritual para este día.
Si ha descendido a la tierra ha sido por compasión hacia el género humano. Sí, ha padecido nuestros sufrimientos antes de padecer la cruz, incluso antes de haber asumido nuestra carne. Pues si no hubiese sufrido, no habría venido a compartir nuestra vida humana. Primero ha sufrido, luego ha descendido. ¿Cuál es la pasión que sintió por nosotros? La pasión del amor. El mismo Padre, el Dios del universo, “lento a la ira y rico en misericordia”, ¿no sufre en cierto modo con nosotros? ¿Lo ignorarías tú, que gobernando las cosas humanas padeces con los sufrimientos de los hombres? Como el Hijo de Dios “llevó nuestros dolores”, también el mismo Dios soporta “nuestro padecer”. Ni siquiera el Padre es impasible. Tiene piedad, sabe algo de la pasión de amor...

Reflexión Espiritual para el día.
Anunciar la resurrección no es anunciar otra vida, sino mostrar que la vida puede ganar en intensidad y que todas las situaciones de muerte que atravesamos pueden transformarse en resurrección. Un gran poeta francés, Paul Eluard, decía: “Hay otros mundos, pero están en este”. Así es como debemos pensar en la resurrección.

Creo que debemos intentar participar un poco en esta realidad, esto es, intentar convertirnos en hombres de resurrección, testimoniando una moral de resurrección como una llamada a una vida más profunda, más intensa, que finalmente pueda deshacer el sentido mismo de la muerte. Pues estoy convencido de que el gran problema de los hombres de hoy es precisamente el problema de la muerte. Pienso que el lenguaje que debemos utilizar para dirigirnos a los hombres es ante todo e ejemplo que debemos dar, el lenguaje de la vida: con este lenguaje lograremos que comprendan lo que significa resurrección.

Nos hacen falta profetas quizás un poco locos. Sí, porque la resurrección es una locura, y hay que anunciarla a lo loco: si se anuncia de un modo “educado”, no puede funcionar. Debemos decir: “Cristo ha resucitado”, y todos nosotros hemos resucitado en él. Todos los hombres; no sólo los que pertenecen a la Iglesia, todos. Y entonces, si en lo más hondo de nosotros la angustia se transforma en confianza, podremos hacer lo que nadie se atreve a hacer hoy: bendecir la vida.

Hoy los cristianos son cada vez más minoritarios, casi en diáspora. ¿Qué relación tiene esta minoría con la humanidad entera? Esta minoría es un pueblo aparte para ser reyes, sacerdotes y profetas; para trabajar, servir, orar por la salvación universal y la transfiguración del universo, para convertirse en servidores pobres y pacíficos del Dios crucificado y resucitado.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 49, 8-15 (49, 13-15/49, 14-15). La tan esperada vuelta. 
El dominio del poder persa y la caída de Babilonia eran ya un hecho. Se esperan tiempos felices. Para los profetas es ya inminente la liberación de Israel. Aquello en lo que tantas veces habían soñado está a punto de convertirse en realidad.

La situación, en cambio, de los exiliados está muy lejos de identificarse con los sentimientos de sus profetas.
Su situación histórica no coincidía con la visión teológica de Ezequiel y el Segundo Isaías. La esclavitud era muy llevadera en general cuando se había convertido en un cómodo vivir. Bien situados la mayoría de ellos, con propiedades y hasta altos cargos, el retorno a un país arrasado, abandonado y pobre cual era Palestina no ofrecía aliciente alguno.

Los profetas del destierro luchan incansablemente con cuantos recursos tienen a su alcance para mantener la esperanza de los pocos ilusionados y suscitarla en aquella mayoría religiosamente abúlica. El punto central de su mensaje es la protección divina, que se transforma bajo la inspiración profética en hiperbólicas descripciones del regreso en las que la naturaleza entera colabora para facilitar el camino de los repatriados.

Estas imágenes ya conocidas volvemos a encontrarlas en esta perícopa. Habrá pastos en las peladas cuestas, manantiales de agua brotarán bajo sus pies, el viento solano amainará y hasta los montes se tornarán caminos llanos. Era quitarles el miedo a lo que ellos conocían: carencia de agua, de pastos, de comida... caminos empinados y difíciles en la estepa... Yavé sería para ellos el pastor que les apacentara.

Había de decirles más. Se imponía encontrar nuevos motivos de esperanza. En este caso es el reparto de la Tierra Santa. ¿Tendrían allí propiedades?, se preguntaban los exilados. Sin duda, responde el profeta. Yavé restablecerá el país y repartirá, como lo hiciera un día Josué, las heredades devastadas. Hasta los presos recobrarán libertad y los que ocupan oscuras mazmorras verán de nuevo la luz.

Otra gran novedad es la reunión de todos los desterrados desde cualquier lugar donde se encuentren, del septentrión o del mar e incluso de Sinim, la actual Asuán. La liberación será total. Y el profeta prorrumpe en una explosión lírica y melódica, invitando a la naturaleza entera a brincar y saltar de júbilo ante la gran consolación de Yavé para con su pueblo.

¡Equivocada Sión! Llegó a pensar que su Dios le había abandonado. Pero ¿puede una madre olvidarse del hijo que amamanta abrazado a sus pechos? Pues aunque ella se olvidara, Yavé no. Nunca en el Antiguo Testamento volveremos a encontrar una expresión tan profunda, íntima y expresiva de la ternura y amor divinos. Dios es una madre. San Juan trasferirá la idea a la paternidad de Dios. Y es que Dios no tiene sexo, aunque en su simplicidad infinita tenga que hablar al hombre con las limitaciones de éste y a la medida de su comprensión. 
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