18 de marzo de 2010. JUEVES DE LA IV SEMANA DE CUARESMA, Feria o SAN CIRILO DE JERUSALÉN, obispo y doctor, conmemoración. (ML). (Ciclo C). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Salvador de Horta rl, Eduardo re.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Éx 32,7-14: Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo
Salmo 105: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo
Jn 5,31-47: Hay uno que los acusa: Moisés, en quien tienen la esperanza
El evangelio de hoy, continúa la misma discusión de Jesús con los judíos sobre el tema de su autoridad para realizar trabajos en sábado y la legitimidad de su persona y sus acciones, por varias cosas. Primero, porque hay un testimonio humano que lo respalda; si bien no es el único ni el definitivo testimonio, hay que tenerlo en cuenta: el testimonio de Juan. Segundo, hay testimonios en la misma Escritura, y su base principal es Moisés; y tercera, el testimonio que está por encima de todos: el testimonio de Dios mismo que lo ha enviado y cuyas obras son las mismas.
De acuerdo con esto, los que escuchan a Jesús tienen suficiente ilustración para rechazarlo o para aceptarlo, y en tal caso, ellos son los únicos responsables de su propio juicio. Hay una expresión muy interesante entre todas las que dirige Jesús a los judíos, “ustedes estudian la Escritura pensando que encierra vida eterna, porque ella da testimonio de mí, pero ustedes no quieren venir a mí para tener vida” (vv. 39-40).
No es suficiente, por tanto, estar en el centro mismo de la fuente de vida, es necesario ser conciente y aceptar que esa fuente es nuestra vida.
PRIMERA LECTURA.
Éxodo 32,7-14
Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo
En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.""
Y el Señor añadió a Moisés: "Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo." Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Tendrán que decir los egipcios: "Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra"? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre."" Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 105
R/.Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.
En Horeb se hicieron un becerro, / adoraron un ídolo de fundición; / cambiaron su gloria por la imagen / de un toro que come hierba. R.
Se olvidaron de Dios, su salvador, / que había hecho prodigios en Egipto, / maravillas en el país de Cam, / portentos junto al mar Rojo. R.
Dios hablaba ya de aniquilarlos; / pero Moisés, su elegido, / se puso en la brecha frente a él, / para apartar su cólera del exterminio. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 5,31-47
Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?"
Palabra el Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Éx 32,7-14: Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo
Salmo 105: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo
Jn 5,31-47: Hay uno que los acusa: Moisés, en quien tienen la esperanza
El evangelio de hoy, continúa la misma discusión de Jesús con los judíos sobre el tema de su autoridad para realizar trabajos en sábado y la legitimidad de su persona y sus acciones, por varias cosas. Primero, porque hay un testimonio humano que lo respalda; si bien no es el único ni el definitivo testimonio, hay que tenerlo en cuenta: el testimonio de Juan. Segundo, hay testimonios en la misma Escritura, y su base principal es Moisés; y tercera, el testimonio que está por encima de todos: el testimonio de Dios mismo que lo ha enviado y cuyas obras son las mismas.
De acuerdo con esto, los que escuchan a Jesús tienen suficiente ilustración para rechazarlo o para aceptarlo, y en tal caso, ellos son los únicos responsables de su propio juicio. Hay una expresión muy interesante entre todas las que dirige Jesús a los judíos, “ustedes estudian la Escritura pensando que encierra vida eterna, porque ella da testimonio de mí, pero ustedes no quieren venir a mí para tener vida” (vv. 39-40).
No es suficiente, por tanto, estar en el centro mismo de la fuente de vida, es necesario ser conciente y aceptar que esa fuente es nuestra vida.
PRIMERA LECTURA.
Éxodo 32,7-14
Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo
En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.""
Y el Señor añadió a Moisés: "Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo." Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Tendrán que decir los egipcios: "Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra"? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre."" Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 105
R/.Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.
En Horeb se hicieron un becerro, / adoraron un ídolo de fundición; / cambiaron su gloria por la imagen / de un toro que come hierba. R.
Se olvidaron de Dios, su salvador, / que había hecho prodigios en Egipto, / maravillas en el país de Cam, / portentos junto al mar Rojo. R.
Dios hablaba ya de aniquilarlos; / pero Moisés, su elegido, / se puso en la brecha frente a él, / para apartar su cólera del exterminio. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 5,31-47
Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?"
Palabra el Señor.
Comentario de la Primera lectura: Éxodo 32,7-14
Dios acaba de establecer su alianza con Israel, confirmándola con una solemne promesa (cf. Ex 24,3). Moisés todavía está en el monte Sinaí en presencia del Señor, donde recibe las tablas de la Ley, documento base de la alianza. Pero el pueblo ya ha cedido a la tentación de la idolatría: se construye un becerro de oro, obra de manos humanas, y se atreve a adorarlo como el Dios que le ha librado de la esclavitud de Egipto (v. 8).
Dios montó en cólera (las características antropomórficas con las que se describe a Dios en este episodio atestiguan la antigüedad del fragmento). Sin duda, informó a Moisés de lo acaecido (v. 7): se ha roto la alianza. Es un momento trágico: Dios está a punto de repudiar a Israel, sorprendido en flagrante adulterio. Aunque Moisés, jefe del pueblo, permaneció fiel. ¿Le rechazará también el Señor? No, pero se pondrá a prueba su fidelidad. ¿Cómo? Mientras el Señor amenaza con destruir al pueblo, propone a Moisés comenzar con él una nueva historia y le promete un futuro rico de esperanza (v. 10). Moisés no cede a la “tentación”. Ha recibido la misión de guiar a Israel hacia la tierra prometida y no abandona al pueblo. Como en otro tiempo Abrahán (cf. Gn 18), intercede poniéndose como un escudo entre Dios y el pueblo pecador. Con su súplica, trata de “dulcificar el rostro del Señor” (v. 11). Su angustiosa oración, en la que recuerda al Señor las promesas hechas a los patriarcas, es tan ardiente que llega al corazón de Dios.
Comentario del Salmo 105
Es un salmo histórico, pues cuenta parte de la historia del pueblo de Dios, El período que contempla este salmo abarca desde la salida d Egipto (7) hasta el exilio en Babilonia (46). Este salmo hace una lectura pesimista o negativa de la historia, pues se fija en la infidelidad del pueblo a la alianza.
Podemos distinguir en él una introducción (1-6), un cuerpo (7- 46) y una conclusión (47-48). La introducción (1-6) contiene diferentes elementos: el autor invita al pueblo a alabar al Señor por su bondad y por su amor (1); pregunta quién es capaz de contar las proezas del Señor (2) y él mismo se responde, asociando a la vida de tal o tales personas la observancia del derecho y la práctica de la justicia. Estas personas son felices (dichosas, y. 3). A continuación, el salmista suplica la salvación (4; compárese este versículo con el 47), lo que indica que tiene dos cosas en común con el pueblo con el que vive: el exilio de Babilonia y los pecados y maldades, a semejanza de los antepasados (6). El cuerpo del salmo (7-46) puede dividirse del siguiente modo: empezando por la salida de Egipto, el salmista recorre la historia del pueblo de Dios, insistiendo en las infidelidades o pecados que este pueblo ha cometido. El camino por el desierto (7-33) tiene esta característica: el pueblo siempre traicionó y violó la alianza con Dios. Fijémonos, en este largo período, en las siete ocasiones de infidelidad o de pecado. Incluso después de entrar en la Tierra.
Prometida (34-46), el pueblo siguió siendo infiel, y esta infidelidad le valió el exilio en Babilonia, desde donde el salmista clama por sí mismo (4-5) y por el pueblo (47).
La primera infidelidad del pueblo tuvo lugar con motivo de la salida de Egipto, junto al mar Rojo (7-12). Al verse perseguido por el Faraón, el pueblo quiso dar marcha atrás y volver a la esclavitud. Este episodio se narra en Ex 14. Sin embargo, Dios se mostró compasivo, manifestó su poder y, al final, el pueblo creyó en él. La segunda infidelidad se refiere a la cuestión del hambre en el desierto (13-15; léase Ex 16), Dios aumentó a su pueblo. Pero este salmo presenta aquí el primer castigo: «Les mandó un cólico por su gula» (1 5b). La tercera infidelidad recuerda la rebelión del grupo de Datán y Abirán (16-18) que se describe en Núm 16. Tenemos aquí el segundo castigo: la tierra se tragó a los rebeldes y los malvados fueron consumidos por el fuego (17- 18). La cuarta infidelidad (19-23) se refiere al pecado de idolatría, al episodio del becerro de oro (Ex 32). Aparece aquí la amenaza principal: el Señor quiso exterminar al pueblo, pero se vuelve atrás gracias a la intercesión de Moisés. La quinta infidelidad consistió en la cobardía que nace del miedo a la conquista de la Tierra Prometida (24-27). Supone un desprecio del don de la tierra. Ante esta circunstancia, el Señor jura que dispersará al pueblo en medio de las naciones. Tenemos aquí la primera alusión al exilio en Babilonia (27). La sexta infidelidad (28-31) consiste en la adhesión y el culto a los dioses de los pueblos que ocupaban la Tierra Prometida. Este episodio viene descrito en Núm 25. Aparece una nueva amenaza de castigo, contenido, en esta ocasión, por la intervención de Fineés. La séptima infidelidad (32- 33) se refiere al episodio de la falta de agua (Ex 17; Núm 20). A causa de las quejas y murmuraciones del pueblo, Moisés se dejó llevar por la irritación, habló sin pensar en lo que decía y fue castigado por ello.
Después de describir las siete infidelidades del pueblo durante su caminar, el salmo sigue hablando de las infidelidades durante la conquista de la tierra y en la época Posterior (34-46). El punto de arranque de todo es la desobediencia a la orden de exterminar a los pueblos, tal como había mandado el Señor. El incumplimiento de esta orden tuvo distintas consecuencias, a cual mayor: el pueblo se mezcló con las naciones, aprendiendo sus costumbres; adoró a los ídolos y les ofreció a sus hijos en sacrificio. Del culto al Dios de la vida se pasó a la idolatría de los dioses de la muerte. El pueblo cometió toda una serie de maldades, volviéndose infiel a Dios. El salmo califica esta infidelidad de «prostitución» (39b).
El castigo no se hizo esperar. El Señor entregó a su pueblo a las naciones (41). Esto puede referirse tanto a la época de los Jueces, como al tiempo del exilio en Babilonia. Se insiste, por un lado, en la fidelidad de Dios, que libera en muchas ocasiones a su pueblo, y, por otro lado, en la infidelidad del pueblo que, al final, muere por culpa de su propia maldad (43b). No obstante, Dios es siempre fiel a su alianza e, incluso ante el exilio de Babilonia, se deja conmover por su inmenso amor (45b), conmoviendo también l corazón de los opresores, para que tengan compasión. De hecho, la conclusión del exilio vino por mediación de Ciro, rey de los persas.
La conclusión (47-48) contiene una súplica en favor de todo el pueblo exiliado y disperso por entre las naciones, para que vuelva a ser feliz (47; compárese 47b con 1.3), y un himno de alabanza (48), añadido ciertamente como conclusión del cuarto libro de los cinco que componen el Salterio, formado por los salmos 90 a 106.
El salmo 105 resume casi mil años de historia del pueblo de Dios. Con toda seguridad, habría surgido durante el exilio de los judíos en Babilonia. Es, por tanto, un intento de dar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Por qué nos encontramos aquí, en Babilonia? El exilio es resultado de una increíble sucesión de infidelidades al Dios de la alianza y Dios de la vida. El pueblo siempre anduvo dudando entre el Señor y los ídolos, entre la libertad y la esclavitud, entre la vida y la muerte. Mientras que el salmo 105 era una profesión de fe en el Dios fiel que camina con su pueblo, el 106 es una confesión de los pecados e infidelidades del pueblo, que abandona al Dios de la vida para caminar tras los ídolos de la esclavitud y de la muerte. Es, pues, una denuncia de la violación de la alianza y de sus exigencias: el derecho y la justicia (3.38). A pesar de su visión pesimista y negativa de la historia, este salmo apunta hacia una nueva salida (4-5.47). Se enciende una lucecita, la de la esperanza del regreso a la tierra (46).
Este salmo nos muestra a Dios caminando junto a su pueblo, a pesar de que este nunca guarde fidelidad a los compromisos de la alianza. Tenemos, por tanto, dos historias: la de la fidelidad de Dios a la alianza (45) y la de la infidelidad del pueblo. El incremento de la infidelidad no supone que Dios se aleje. Aunque castigue al pueblo, él sigue siendo fiel; aunque el pueblo no lo merezca, él lo hace entrar en la tierra; aunque el pueblo la pierda debido a su infidelidad, Dios se acuerda de su alianza, se conmueve por amor y mueve el corazón de los que oprimen a su pueblo. Cuanto más crece la infidelidad del pueblo, más aumenta la fidelidad de Dios, Si es cierto que equivocándose uno también aprende, también lo es que en los errores se conoce mejor quién es el Señor, el aliado del pueblo.
En este sentido, además de lo dicho a propósito de los demás salmos de este tipo, resulta interesante leer las parábolas de la misericordia (Lc 15) para ver y sentir como actúa Jesús. La historia del pueblo de Dios se caracteriza por la infidelidad, sobre todo de sus líderes, y por la fidelidad de Dios y de Jesús (Mt 22,1- 10).
Hay que rezarlo comparándolo con las infidelidades que encontramos en nuestra historia personal, comunitaria, eclesial, nacional e internacional; también cuando creemos que podemos rezar partiendo de nuestros pecados personales y, sobre todo, sociales.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 5,31-47.
Continúa el discurso apologético de Jesús como réplica a las acusaciones de los judíos. A medida que avanza el discurso, se va enconando más y más. Cada vez aparece más clara la distinción entre el “yo” de Jesús y el “vosotros” de los oyentes hostiles. La perícopa llega al punto culminante del proceso del Señor Dios contra su pueblo amado con predilección, pero obstinadamente rebelde, ciego y sordo.
Cuatro son los testimonios aducidos por Jesús que deberían llevar a los oyentes a reconocerlo como Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios: las palabras de Juan Bautista, hombre enviado por Dios; las obras de vida que él mismo ha realizado por mandato de Dios; la voz del Padre, y, finalmente, las Escrituras. Estos testimonios, tan diversos, tienen dos características comunes: por una parte, como respuesta a la acusación de blasfemia por los judíos contra Jesús, remiten al actuar salvífico de Dios Padre; por otra, no dicen nada verdaderamente nuevo.
Los judíos se encuentran así sometidos a un proceso. Su ceguera procede de una desviación radical, interior: los acusadores no buscan la “gloria que procede sólo de Dios”, revela el riesgo y les pone en guardia: creen obtener vida eterna escudriñando los escritos de Moisés, pero estos escritos son los que les acusan. ¿El intercesor por excelencia tendrá que convertirse en su acusador? El fragmento concluye con una pregunta que pide a cada uno examinar la autenticidad y sinceridad de la propia fe.
Llevar una vida auténticamente religiosa significa ante todo sentirse dependiente de Dios, unidos a él con un vínculo indisoluble. Lo demás es secundario. De ahí brotan las actitudes espirituales y prácticas que caracterizan al creyente y le diferencian del no creyente. El creyente es el que, en una situación de prueba, no abandona a Dios como si fuese la causa de su mal, sino que se vuelve hacia él con una insistencia invencible, como hizo Moisés.
Además, el creyente adulto en la fe siente como prueba personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos: en todos ve a su prójimo. Ora por todos y es un intercesor universal, dispuesto a cargar con las debilidades de los demás, a sufrir para que los otros puedan ser aliviados en su dolor, como hicieron Moisés y, sobre todo, Jesús, el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos. En esta humilde, fiel y continua donación de sí está el verdadero testimonio. Frente a una vida entregada al servicio de los más débiles, frente a personas que no acusan, sino que suplican y perdonan, antes o después surgirá la pregunta: “¿Por qué actúa así?”. La existencia de un Dios que es amor no se “demuestra” más que dejando transparentar que vive en los corazones de los que le acogen.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 5, 31-47 (5, 33-36), para nuestros Mayores. Testimonio de Jesús.
El testimonio que una persona da a su favor puede ser interesado. Normalmente lo es. Por eso no es válido en un proceso. Ahora bien este aspecto «procesal» aparece con frecuencia en el cuarto evangelio.
Inmediatamente antes de esta sección (1, 17-30) leemos el testimonio de la revelación dada por Jesús a favor de sí mismo. Algo que, lógicamente, puede ser puesto en tela de juicio. La validez de su testimonio debe ser garantizada por otra serie de testimonios. Y esta serie es la que nos presenta ahora el cuarto evangelio. Ante todo debe quedar claro que el testimonio de Jesús, a pesar de darlo a su favor, es válido. Porque su testimonio no puede ser independiente del otro, es decir, del Padre (a ello se refiere el v. 32) Puesto que Jesús es el enviado del Padre, que lo refleja perfectamente, que no actúa por cuenta propia sino determinado únicamente por la voluntad del Padre, se sigue que en un único testimonio concluye la voz unánime de dos personas. Y esto era lo requerido por la ley judía para admitir la validez del testimonio. Pero Jesús quiere aducir ahora otras voces. Ya que el testimonio dado por el Padre se expresa en diversas formas.
En primer lugar es aducido el testimonio del Bautista (ver 1, 7-8. 15. 19.32. 34). Todo lo que Juan negaba ser, lo afirmaba de Jesús: la luz, el Mesías, el Profeta, el más fuerte, el preexistente... En realidad Jesús no necesitaba el testimonio del Bautista. Su testimonio iba destinado a otros para que creyeran en Jesús. Él no era la luz, sino una lámpara. Esta es la diferencia entre Jesús y Juan; la que existe entre la luz, como tal, y una lámpara. A pesar de ello, los judíos prefirieron lo secundario, la lámpara a lo primario, la luz; prefirieron el testigo en lugar de lo testimoniado por él, que era Jesús.
Testimonio mayor que el de Juan lo constituyen las obras mismas de Jesús. En estas obras, con su carácter significativo de «signos», se fijaba particularmente el evangelio de Juan. Los signos fueron hechos «para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su nombre» (20, 30-31). ¿Cuál es el centro en el que recae el testimonio de las obras de Jesús? La contestación a este interrogante es clara. Las obras de Jesús atestiguan que ha sido enviado por el Padre, él no constituye una segunda autoridad de forma independiente del Padre (ver el comentario a 5, 17-30).
Existe, además, un testimonio dado directamente por el Padre. Esperamos en un terreno mucho más oscuro. ¿Cómo puede ser entendido y valorado este testimonio dado por el Padre? Se trata de un testimonio imperceptible a un observador neutral. Asequible únicamente a la fe Estamos en la línea de la afirmación de la primera carta de Juan (1Jn 5, 9-10), Precisamente por eso los judíos no pueden aceptar el testimonio dado por el Padre, porque, sin la fe en Jesús, dicho testimonio es sencillamente imperceptible.
El último testimonio lo ofrece la Escritura, el Antiguo Testamento, cuyo último representante fue el Bautista. Los judíos consideraban deber grave estudiar la Escritura. Y nadie dudaba que este estudio de las Escrituras santas fuera el medio más seguro para garantizar la posesión de la vida eterna.
Precisamente desde este contexto y convicción se pone más de relieve el error trágico en el que estaban los judíos. Ellos estudiaban las Escrituras para garantizarse la posesión de la vida eterna. Resulta que las Escrituras hablan de Jesús, el único dador de la vida y ¡lo rechazan!
De la defensa, pasa Jesús al ataque. Jesús y sus oponentes tienen puntos de vista completamente distintos. Las aspiraciones judías son puramente humanas; su mundo es antropocéntrico; su preocupación, la buena fama, la estima y el honor, la gloria. Este es el significado de la palabra gloria, doxa, en la lengua griega. La gloria, en la lengua hebrea, designa la trascendencia, el poder y la manifestación de Dios. De ahí que la gloria que actividad extraordinaria, milagrosa, de Jesús, que distribuyó personalmente el pan y los peces, cuanto quisieron a todos los que estaban sentados (v. 11). Seguridad en su misión y en el modo de realizarla. Rechaza el intento de ser coronado rey (v. 15).
Es Jesús quien toma la iniciativa y el centro de la narración, y el interés del evangelista. Bastaría una simple comparación con los Sinópticos para convencerse de ello. La narración sinóptica destaca la misericordia de Jesús, su compasión por un pueblo que anda como rebaño sin pastor... Juan se preocupa casi exclusivamente por la revelación de Jesús. Tenemos latente, ya desde aquí, aunque se hará patente a lo largo del capítulo, la comparación entre Moisés y Cristo. Y en la comparación la superación y el reemplazamiento.
La mención de la pascua, además del significado que ya apuntamos, evoca el desierto, el acontecimiento liberador de Israel, el Éxodo, Se halla de nuevo implícita la comparación Moisés-Cristo.
La multiplicación de los panes está muy distante todavía de lo que en este mismo capítulo.se nos dirá de la eucaristía. Pero el evangelista, ya desde ahora, va preparando. El terreno con alusiones a ella (vv. 11-12). No olvidemos que estamos ante un signo. El significado más profundo del mismo se descubrirá posteriormente, a lo largo del cap. 6.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 5,31-47, de Joven para Joven. Testigos a favor de Cristo.
Las dos lecturas muestran la obcecación de los judíos. Moisés intercede ante Dios por su pueblo cuando, recién concluida la alianza, construyen y adoraron al becerro de oro. Igualmente, Jesús hubo de afrontar la incomprensión y mala voluntad de los jefes judíos, que se niegan a ver en él al Mesías enviado por Dios. Juan presenta su evangelio bajo el paradigma de un proceso judicial en el que Jesús es el acusado por los guías religiosos; es la lucha entre la luz y las tinieblas. Ese carácter se acentúa en el pasaje de hoy. La afirmación del pasaje de ayer “mi Padre no deja de trabajar y yo también” (Jn 5,17-20) son motivo de acusación y causa de muerte contra Jesús por “blasfemo”.
Jesús testifica de sí mismo, pero sabe bien que para que su testimonio sea válido, según la jurisprudencia judía, se exigen dos o tres testigos para que el tribunal acepte su declaración. Presenta testigos creíbles y contundentes. Por eso les echa en cara a los judíos su incredulidad: “Prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 1,8-11). Jesús expone los testigos que le avalan: Juan el Bautista, que insistentemente proclama a Jesús como Mesías, el Cordero que quita el pecado del mundo. Las obras que hace, signos de la presencia de Dios en él: “creed a las obras que yo hago”. Como señalan Nicodemo y el ciego, “nadie puede hacer estas obras si Dios no está con él” (Jn 3,2; 9,31). El Padre, que en el bautismo y en la transfiguración lo proclama su enviado: “Éste es mi Hijo muy amado, escuchadlo” (Mt 17,5). Las Escrituras, “que están dando testimonio de mí” (Lc 24,27).
Jesús apunta la razón de su ceguera: ¿Cómo vais a creer si lo que os preocupa es recibir honores los unos de los otros y no los que vienen del Dios único? No creían en la luz porque sus obras eran malas, para que no las descubrieran (Jn 3,19). Aceptarlo y aceptar su mensaje supondría cambiar la mentalidad, dejar de vivir para sí y vivir para los demás, dejar de ser amos para convertirse en servidores. Por eso Pablo daba coces contra el aguijón de la verdad, pero honrado como era, al fin se rindió (Hch 26,14).
Juan no transmite este pasaje con afán de historiador, sino de evangelista, para que no cometamos la torpeza de los judíos. La tentación que nos acosa a los “viejos cristianos” no es negar la fe en Jesús como Hijo de Dios. Se nos plantea con respecto a la interpretación de sus mensajes. Y la primera tentación es no querer “profundizar demasiado” por si acaso... Varias personas “devotas” me han dicho: “Déjanos con nuestro cristianismo de siempre, no nos inquietes con nuevas teorías”. Otros cristianos se reúnen en un grupo bíblico. Tienen entusiasmos desbordantes al principio, pero a medida que avanza la reflexión y las bienaventuranzas exigen planteamientos radicales, surgen “razones” para dejarlo: “Este sacerdote es un santo, pero no pisa tierra”...
Nos acosa la tentación de manejar un “evangelio” que nos deje “vivir en paz”. Así, para estar tranquilos de conciencia, se leen libros, se acude a conferencias, homilías y confesores que le den a uno la razón y le confirmen que está en el buen camino. De este modo nos encontramos con numerosas y diversas ediciones del mismo evangelio. No me estoy refiriendo al legítimo pluralismo, ni a los diversos métodos pastorales, sino a la interpretación de los mensajes. Lo mismo hay que decir con respecto al testimonio vivo de los profetas que el Señor suscita entre nosotros, y de los mensajes que nos dirige a través de los acontecimientos y de las necesidades de personas o instituciones que nos reclaman. Cuando uno se niega a cambiar, empiezan a funcionar automáticamente los mecanismos de defensa para justificarse. Con “razones muy sólidas” se tratará de justificar un cristianismo a la medida. Cuando no se vive como se piensa, se termina pensando cómo se vive.
El juicio sigue. La gente no cree que Jesús haya traído una respuesta válida a los grandes interrogantes de la vida; cree que no soluciona nada; incluso, algunos opinan que es una traba para el desarrollo humano y la vida feliz.
Jesús nos llama a testificar a su favor, sobre todo con nuestras vidas, puesto que la vida inspirada en él y en su mensaje es más libre, más plena, más humana. Hay que testificar que él vive y alienta la existencia de sus discípulos, porque es inexplicable sin él un milagro continuo de generosidad, paz y alegría. En ese juicio incesante que plantea la sociedad, él nos llama a declarar como testigos de que, habiendo sido paralíticos, ciegos, leprosos, posesos... ahora nos sentimos sanos gracias a su acción milagrosa e invisible (Hch 3,12). Es lo que hizo el ciego cuando los fariseos entablaron juicio contra Jesús como pecador: “Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo” (Jn 9,25).
El testimonio a favor de Jesús ha de ser también comunitario. Hemos de ser con nuestra vida de fraternidad y compromiso “sal, luz y fermento” (Mt 5,13-15). Jesús ora al Padre: “Que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17,21); exhorta: “Amaos los unos a los otros... En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,34). En efecto, en esto reconocían los paganos a los primeros cristianos, ya que comentaban boquiabiertos: “¡Mirad cómo se aman!”. La vida de todo cristiano y de toda comunidad es, necesariamente, un testimonio a favor o en contra de Jesús. Nuestra responsabilidad es estremecedora y muy determinante. Por lo demás, no hay que olvidar que el juzgado será Juez.
Elevación Espiritual para este día.
¡Oh, cuán bella, dulce y cariñosa es la Sabiduría encarnada, Jesús! ¡Cuán bella es la eternidad, pues es el esplendor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más radiante que el sol y más resplandeciente que la luz! ¡Cuán bella en el tiempo, pues ha sido formada por el Espíritu Santo pura, libre de pecado y hermosa, sin la menor mancilla, y durante su vida enamoró la mirada y el corazón de los hombres y es actualmente la gloria de los ángeles! ¡Cuán tierna y dulce es para los hombres, especialmente para los pobres y pecadores a los que vino a buscar visiblemente en el mundo y a los que sigue todavía buscando invisiblemente!
Que nadie se imagine que, por hallarse ahora triunfante y glorioso, es Jesús menos dulce y condescendiente al contrario, su gloria perfecciona en cierto modo su dulzura; más que brillar, desea perdonar; más que ostenta las riquezas de su gloria, desea mostrar la abundancia de su misericordia.
Reflexión Espiritual para el día.
La tradición cristiana sostiene que el libro que vale la pena leer es nuestro Señor Jesucristo. La palabra Biblia significa “libro”, y todas las páginas de este libro hablan de Él y quieren llevar a Él. Es necesario que se dé un encuentro entre Cristo y la persona humana, entre ese Libro que es Cristo y el corazón humano, en el que está escrito Cristo no con tinta, sino con el Espíritu Santo.
¿Por qué leer? Porque Jesús mismo ha leído. Fue libro y lector, y continúa siendo ambas cosas en nosotros. ¿Cómo leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y explicó a Isaías en la sinagoga de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las Escrituras y cómo a través de ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como lector del libro y él mismo como Libro, después de su glorificación concedió este carisma de lectura a sus discípulos, a la Iglesia y también a nosotros. Desde entonces, gracias al Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del Libro sagrado es participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la Escritura porque él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a él. Leemos la Escritura en él y con su gracia.
Y debemos concluir que la lectura cristiana de las Escrituras no es principalmente un ejercicio intelectual, sino que, esencialmente, es una experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia del Padre, como el mismo Cristo está unido a él, cara a cara, orientado a él, penetrando en él y penetrado por él. La experiencia de Cristo fue esencialmente la conciencia de ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo. Es un intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos capaces de leer a Cristo-Libro y, en él, a Dios Padre.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Éxodo 32, 7-14 (32, 7-11. 13-14). El becerro de oro.
El episodio de culto idolátrico del becerro de oro debe leerse dentro de todo el conjunto de Éx 32—34, que acusa el «pecado original» contra la alianza y refiere una renovación de la misma para subsanar su ruptura. El acontecimiento con el que conecta hacia atrás es el de la conclusión de la alianza en Éx 24; los capítulos intermedios son de ley sacerdotal. El conjunto aludido está hecho de la fusión de diversas fuentes, primero la elohísta y luego la yahvista (Ex 34), con elementos deuteronomistas.
La primera parte del relato reproduce un diálogo entre Dios y Moisés, a propósito del acto de culto. Este se ve, por lo tanto, a distancia y desde fuera. Dios informa a Moisés, que está en su presencia en el monte, de lo que el pueblo está haciendo: es una violación del mandamiento capital. Dios le revela el propósito de destruirlo y de crear otro pueblo que comience con él, Moisés. Moisés responde intercediendo por ese pueblo que ha pecado, pues es el mismo que Dios ha creado, sacándolo de Egipto, y el que lleva consigo las promesas hechas a los patriarcas. Moisés mismo no quiere disociarse de ese pueblo para ser principio de otro. Dios atiende la intercesión de Moisés por el pueblo pecador.
La forma de culto aquí denunciada consiste en la representación de Dios en el símbolo de un toro; tiene conexión con el culto cananeo de la fertilidad y fue adoptado oficialmente en el reino del Norte por su primer rey Jeroboam (1Re 12, 26-30). En la intención del rey y de su pueblo no es culto a un ídolo, sino al Dios que libró de servidumbre en Egipto. Su representación bajo ese símbolo no pareció indigna en un principio; pero sí cuando los guías religiosos percibieron que por ese camino el yahvismo se transformaba en una modalidad del culto cananeo. La reacción denunciadora comenzó en círculos proféticos (Elías y Eliseo) y seguramente también en el ámbito levítico-sacerdotal. La tradición elohísta hace suya esa reacción y la representa. En la misma línea se situarán a su hora los profetas clásicos del norte y el código deuteronómico. Esa lucha es la que se proyecta en este episodio, llamando al culto de Yavé bajo el símbolo cananeo idolatría y violación de la alianza.
Detrás del relato hay tal vez el recuerdo de un acto de infidelidad en el desierto, pero eso no es reconstruible. De suyo esa forma de culto no es propia de nómadas, sino de sedentarios en la tierra fértil de Canaán. En todo caso, denuncia algo que es real en el desierto y en toda situación: la infidelidad del pueblo a la alianza. El pueblo confiesa aquí alejamiento de Dios como algo que viene haciendo desde su mismo origen.
Invirtiendo los términos, en este mismo conjunto narrativo se dirá (Éx 33, 2s; 23, 20-23) que por la infidelidad del pueblo Dios se aleja de él y sustituye su compañía directa por la mediatizada en el ángel. Pero la toma de conciencia de la distancia viene a ser, por otro lado, el lugar teológico en donde el mismo pueblo descubre a Dios abierto a la intercesión, dispuesto a la misericordia y al perdón. Y es en este aspecto de Dios en donde ve la garantía de su continuidad como su pueblo.
La figura del mediador aparece aquí en su luz más pura. Moisés retuerce las expresiones según las cuales Yavé se disocia del pueblo, definiéndolo como el que Moisés sacó de Egipto, y hablando de crear otro pueblo, como si ese no fuera ya su pueblo. Moisés no acepta esas expresiones y reafirma que es Dios y no él quien le sacó de Egipto; que es «su» pueblo; que su nombre está comprometido en él delante de la historia, pues los egipcios llamaría malas a sus intenciones al sacarlo de Egipto; que su palabra a los patriarcas le obliga con sus descendientes. En breve Dios no se mostraría glorioso, si no se mostrara firme y constante en su palabra y en su acción. La respuesta de Dios a esta intercesión reafirma su constancia en la palabra y en la obra, y al pueblo infiel le vuelve a llamar «su pueblo».
Quizá el más impresionante entre los rasgos del mediador es el de rehusar disociarse del pueblo pecador, para ser el principio de un nuevo pueblo, como lo había sido Abraham. ¿Se insinúa con ello que su salvación aparte de su pueblo no sería salvación? ¿O es el temor de que un pueblo que naciera con él sería igualmente un pueblo pecador, puesto que no es imaginable en el mundo uno que no lo sea? ¿O es una afirmación del valor de la solidaridad y del papel del justo en medio de los culpables? Cualquiera que sea el matiz primero en la intención del autor, lo que expresa sin duda es la convicción de que el pueblo de Dios, consistente quizá en ciertos momentos en un solo hombre, tiene una función salvadora en el conjunto de la familia humana. De paso proclama también que en el seno de ésta hay ya un principio del verdadero pueblo de Dios, un fermento destinado a transformar toda la masa.
Dios acaba de establecer su alianza con Israel, confirmándola con una solemne promesa (cf. Ex 24,3). Moisés todavía está en el monte Sinaí en presencia del Señor, donde recibe las tablas de la Ley, documento base de la alianza. Pero el pueblo ya ha cedido a la tentación de la idolatría: se construye un becerro de oro, obra de manos humanas, y se atreve a adorarlo como el Dios que le ha librado de la esclavitud de Egipto (v. 8).
Dios montó en cólera (las características antropomórficas con las que se describe a Dios en este episodio atestiguan la antigüedad del fragmento). Sin duda, informó a Moisés de lo acaecido (v. 7): se ha roto la alianza. Es un momento trágico: Dios está a punto de repudiar a Israel, sorprendido en flagrante adulterio. Aunque Moisés, jefe del pueblo, permaneció fiel. ¿Le rechazará también el Señor? No, pero se pondrá a prueba su fidelidad. ¿Cómo? Mientras el Señor amenaza con destruir al pueblo, propone a Moisés comenzar con él una nueva historia y le promete un futuro rico de esperanza (v. 10). Moisés no cede a la “tentación”. Ha recibido la misión de guiar a Israel hacia la tierra prometida y no abandona al pueblo. Como en otro tiempo Abrahán (cf. Gn 18), intercede poniéndose como un escudo entre Dios y el pueblo pecador. Con su súplica, trata de “dulcificar el rostro del Señor” (v. 11). Su angustiosa oración, en la que recuerda al Señor las promesas hechas a los patriarcas, es tan ardiente que llega al corazón de Dios.
Comentario del Salmo 105
Es un salmo histórico, pues cuenta parte de la historia del pueblo de Dios, El período que contempla este salmo abarca desde la salida d Egipto (7) hasta el exilio en Babilonia (46). Este salmo hace una lectura pesimista o negativa de la historia, pues se fija en la infidelidad del pueblo a la alianza.
Podemos distinguir en él una introducción (1-6), un cuerpo (7- 46) y una conclusión (47-48). La introducción (1-6) contiene diferentes elementos: el autor invita al pueblo a alabar al Señor por su bondad y por su amor (1); pregunta quién es capaz de contar las proezas del Señor (2) y él mismo se responde, asociando a la vida de tal o tales personas la observancia del derecho y la práctica de la justicia. Estas personas son felices (dichosas, y. 3). A continuación, el salmista suplica la salvación (4; compárese este versículo con el 47), lo que indica que tiene dos cosas en común con el pueblo con el que vive: el exilio de Babilonia y los pecados y maldades, a semejanza de los antepasados (6). El cuerpo del salmo (7-46) puede dividirse del siguiente modo: empezando por la salida de Egipto, el salmista recorre la historia del pueblo de Dios, insistiendo en las infidelidades o pecados que este pueblo ha cometido. El camino por el desierto (7-33) tiene esta característica: el pueblo siempre traicionó y violó la alianza con Dios. Fijémonos, en este largo período, en las siete ocasiones de infidelidad o de pecado. Incluso después de entrar en la Tierra.
Prometida (34-46), el pueblo siguió siendo infiel, y esta infidelidad le valió el exilio en Babilonia, desde donde el salmista clama por sí mismo (4-5) y por el pueblo (47).
La primera infidelidad del pueblo tuvo lugar con motivo de la salida de Egipto, junto al mar Rojo (7-12). Al verse perseguido por el Faraón, el pueblo quiso dar marcha atrás y volver a la esclavitud. Este episodio se narra en Ex 14. Sin embargo, Dios se mostró compasivo, manifestó su poder y, al final, el pueblo creyó en él. La segunda infidelidad se refiere a la cuestión del hambre en el desierto (13-15; léase Ex 16), Dios aumentó a su pueblo. Pero este salmo presenta aquí el primer castigo: «Les mandó un cólico por su gula» (1 5b). La tercera infidelidad recuerda la rebelión del grupo de Datán y Abirán (16-18) que se describe en Núm 16. Tenemos aquí el segundo castigo: la tierra se tragó a los rebeldes y los malvados fueron consumidos por el fuego (17- 18). La cuarta infidelidad (19-23) se refiere al pecado de idolatría, al episodio del becerro de oro (Ex 32). Aparece aquí la amenaza principal: el Señor quiso exterminar al pueblo, pero se vuelve atrás gracias a la intercesión de Moisés. La quinta infidelidad consistió en la cobardía que nace del miedo a la conquista de la Tierra Prometida (24-27). Supone un desprecio del don de la tierra. Ante esta circunstancia, el Señor jura que dispersará al pueblo en medio de las naciones. Tenemos aquí la primera alusión al exilio en Babilonia (27). La sexta infidelidad (28-31) consiste en la adhesión y el culto a los dioses de los pueblos que ocupaban la Tierra Prometida. Este episodio viene descrito en Núm 25. Aparece una nueva amenaza de castigo, contenido, en esta ocasión, por la intervención de Fineés. La séptima infidelidad (32- 33) se refiere al episodio de la falta de agua (Ex 17; Núm 20). A causa de las quejas y murmuraciones del pueblo, Moisés se dejó llevar por la irritación, habló sin pensar en lo que decía y fue castigado por ello.
Después de describir las siete infidelidades del pueblo durante su caminar, el salmo sigue hablando de las infidelidades durante la conquista de la tierra y en la época Posterior (34-46). El punto de arranque de todo es la desobediencia a la orden de exterminar a los pueblos, tal como había mandado el Señor. El incumplimiento de esta orden tuvo distintas consecuencias, a cual mayor: el pueblo se mezcló con las naciones, aprendiendo sus costumbres; adoró a los ídolos y les ofreció a sus hijos en sacrificio. Del culto al Dios de la vida se pasó a la idolatría de los dioses de la muerte. El pueblo cometió toda una serie de maldades, volviéndose infiel a Dios. El salmo califica esta infidelidad de «prostitución» (39b).
El castigo no se hizo esperar. El Señor entregó a su pueblo a las naciones (41). Esto puede referirse tanto a la época de los Jueces, como al tiempo del exilio en Babilonia. Se insiste, por un lado, en la fidelidad de Dios, que libera en muchas ocasiones a su pueblo, y, por otro lado, en la infidelidad del pueblo que, al final, muere por culpa de su propia maldad (43b). No obstante, Dios es siempre fiel a su alianza e, incluso ante el exilio de Babilonia, se deja conmover por su inmenso amor (45b), conmoviendo también l corazón de los opresores, para que tengan compasión. De hecho, la conclusión del exilio vino por mediación de Ciro, rey de los persas.
La conclusión (47-48) contiene una súplica en favor de todo el pueblo exiliado y disperso por entre las naciones, para que vuelva a ser feliz (47; compárese 47b con 1.3), y un himno de alabanza (48), añadido ciertamente como conclusión del cuarto libro de los cinco que componen el Salterio, formado por los salmos 90 a 106.
El salmo 105 resume casi mil años de historia del pueblo de Dios. Con toda seguridad, habría surgido durante el exilio de los judíos en Babilonia. Es, por tanto, un intento de dar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Por qué nos encontramos aquí, en Babilonia? El exilio es resultado de una increíble sucesión de infidelidades al Dios de la alianza y Dios de la vida. El pueblo siempre anduvo dudando entre el Señor y los ídolos, entre la libertad y la esclavitud, entre la vida y la muerte. Mientras que el salmo 105 era una profesión de fe en el Dios fiel que camina con su pueblo, el 106 es una confesión de los pecados e infidelidades del pueblo, que abandona al Dios de la vida para caminar tras los ídolos de la esclavitud y de la muerte. Es, pues, una denuncia de la violación de la alianza y de sus exigencias: el derecho y la justicia (3.38). A pesar de su visión pesimista y negativa de la historia, este salmo apunta hacia una nueva salida (4-5.47). Se enciende una lucecita, la de la esperanza del regreso a la tierra (46).
Este salmo nos muestra a Dios caminando junto a su pueblo, a pesar de que este nunca guarde fidelidad a los compromisos de la alianza. Tenemos, por tanto, dos historias: la de la fidelidad de Dios a la alianza (45) y la de la infidelidad del pueblo. El incremento de la infidelidad no supone que Dios se aleje. Aunque castigue al pueblo, él sigue siendo fiel; aunque el pueblo no lo merezca, él lo hace entrar en la tierra; aunque el pueblo la pierda debido a su infidelidad, Dios se acuerda de su alianza, se conmueve por amor y mueve el corazón de los que oprimen a su pueblo. Cuanto más crece la infidelidad del pueblo, más aumenta la fidelidad de Dios, Si es cierto que equivocándose uno también aprende, también lo es que en los errores se conoce mejor quién es el Señor, el aliado del pueblo.
En este sentido, además de lo dicho a propósito de los demás salmos de este tipo, resulta interesante leer las parábolas de la misericordia (Lc 15) para ver y sentir como actúa Jesús. La historia del pueblo de Dios se caracteriza por la infidelidad, sobre todo de sus líderes, y por la fidelidad de Dios y de Jesús (Mt 22,1- 10).
Hay que rezarlo comparándolo con las infidelidades que encontramos en nuestra historia personal, comunitaria, eclesial, nacional e internacional; también cuando creemos que podemos rezar partiendo de nuestros pecados personales y, sobre todo, sociales.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 5,31-47.
Continúa el discurso apologético de Jesús como réplica a las acusaciones de los judíos. A medida que avanza el discurso, se va enconando más y más. Cada vez aparece más clara la distinción entre el “yo” de Jesús y el “vosotros” de los oyentes hostiles. La perícopa llega al punto culminante del proceso del Señor Dios contra su pueblo amado con predilección, pero obstinadamente rebelde, ciego y sordo.
Cuatro son los testimonios aducidos por Jesús que deberían llevar a los oyentes a reconocerlo como Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios: las palabras de Juan Bautista, hombre enviado por Dios; las obras de vida que él mismo ha realizado por mandato de Dios; la voz del Padre, y, finalmente, las Escrituras. Estos testimonios, tan diversos, tienen dos características comunes: por una parte, como respuesta a la acusación de blasfemia por los judíos contra Jesús, remiten al actuar salvífico de Dios Padre; por otra, no dicen nada verdaderamente nuevo.
Los judíos se encuentran así sometidos a un proceso. Su ceguera procede de una desviación radical, interior: los acusadores no buscan la “gloria que procede sólo de Dios”, revela el riesgo y les pone en guardia: creen obtener vida eterna escudriñando los escritos de Moisés, pero estos escritos son los que les acusan. ¿El intercesor por excelencia tendrá que convertirse en su acusador? El fragmento concluye con una pregunta que pide a cada uno examinar la autenticidad y sinceridad de la propia fe.
Llevar una vida auténticamente religiosa significa ante todo sentirse dependiente de Dios, unidos a él con un vínculo indisoluble. Lo demás es secundario. De ahí brotan las actitudes espirituales y prácticas que caracterizan al creyente y le diferencian del no creyente. El creyente es el que, en una situación de prueba, no abandona a Dios como si fuese la causa de su mal, sino que se vuelve hacia él con una insistencia invencible, como hizo Moisés.
Además, el creyente adulto en la fe siente como prueba personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos: en todos ve a su prójimo. Ora por todos y es un intercesor universal, dispuesto a cargar con las debilidades de los demás, a sufrir para que los otros puedan ser aliviados en su dolor, como hicieron Moisés y, sobre todo, Jesús, el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos. En esta humilde, fiel y continua donación de sí está el verdadero testimonio. Frente a una vida entregada al servicio de los más débiles, frente a personas que no acusan, sino que suplican y perdonan, antes o después surgirá la pregunta: “¿Por qué actúa así?”. La existencia de un Dios que es amor no se “demuestra” más que dejando transparentar que vive en los corazones de los que le acogen.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 5, 31-47 (5, 33-36), para nuestros Mayores. Testimonio de Jesús.
El testimonio que una persona da a su favor puede ser interesado. Normalmente lo es. Por eso no es válido en un proceso. Ahora bien este aspecto «procesal» aparece con frecuencia en el cuarto evangelio.
Inmediatamente antes de esta sección (1, 17-30) leemos el testimonio de la revelación dada por Jesús a favor de sí mismo. Algo que, lógicamente, puede ser puesto en tela de juicio. La validez de su testimonio debe ser garantizada por otra serie de testimonios. Y esta serie es la que nos presenta ahora el cuarto evangelio. Ante todo debe quedar claro que el testimonio de Jesús, a pesar de darlo a su favor, es válido. Porque su testimonio no puede ser independiente del otro, es decir, del Padre (a ello se refiere el v. 32) Puesto que Jesús es el enviado del Padre, que lo refleja perfectamente, que no actúa por cuenta propia sino determinado únicamente por la voluntad del Padre, se sigue que en un único testimonio concluye la voz unánime de dos personas. Y esto era lo requerido por la ley judía para admitir la validez del testimonio. Pero Jesús quiere aducir ahora otras voces. Ya que el testimonio dado por el Padre se expresa en diversas formas.
En primer lugar es aducido el testimonio del Bautista (ver 1, 7-8. 15. 19.32. 34). Todo lo que Juan negaba ser, lo afirmaba de Jesús: la luz, el Mesías, el Profeta, el más fuerte, el preexistente... En realidad Jesús no necesitaba el testimonio del Bautista. Su testimonio iba destinado a otros para que creyeran en Jesús. Él no era la luz, sino una lámpara. Esta es la diferencia entre Jesús y Juan; la que existe entre la luz, como tal, y una lámpara. A pesar de ello, los judíos prefirieron lo secundario, la lámpara a lo primario, la luz; prefirieron el testigo en lugar de lo testimoniado por él, que era Jesús.
Testimonio mayor que el de Juan lo constituyen las obras mismas de Jesús. En estas obras, con su carácter significativo de «signos», se fijaba particularmente el evangelio de Juan. Los signos fueron hechos «para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su nombre» (20, 30-31). ¿Cuál es el centro en el que recae el testimonio de las obras de Jesús? La contestación a este interrogante es clara. Las obras de Jesús atestiguan que ha sido enviado por el Padre, él no constituye una segunda autoridad de forma independiente del Padre (ver el comentario a 5, 17-30).
Existe, además, un testimonio dado directamente por el Padre. Esperamos en un terreno mucho más oscuro. ¿Cómo puede ser entendido y valorado este testimonio dado por el Padre? Se trata de un testimonio imperceptible a un observador neutral. Asequible únicamente a la fe Estamos en la línea de la afirmación de la primera carta de Juan (1Jn 5, 9-10), Precisamente por eso los judíos no pueden aceptar el testimonio dado por el Padre, porque, sin la fe en Jesús, dicho testimonio es sencillamente imperceptible.
El último testimonio lo ofrece la Escritura, el Antiguo Testamento, cuyo último representante fue el Bautista. Los judíos consideraban deber grave estudiar la Escritura. Y nadie dudaba que este estudio de las Escrituras santas fuera el medio más seguro para garantizar la posesión de la vida eterna.
Precisamente desde este contexto y convicción se pone más de relieve el error trágico en el que estaban los judíos. Ellos estudiaban las Escrituras para garantizarse la posesión de la vida eterna. Resulta que las Escrituras hablan de Jesús, el único dador de la vida y ¡lo rechazan!
De la defensa, pasa Jesús al ataque. Jesús y sus oponentes tienen puntos de vista completamente distintos. Las aspiraciones judías son puramente humanas; su mundo es antropocéntrico; su preocupación, la buena fama, la estima y el honor, la gloria. Este es el significado de la palabra gloria, doxa, en la lengua griega. La gloria, en la lengua hebrea, designa la trascendencia, el poder y la manifestación de Dios. De ahí que la gloria que actividad extraordinaria, milagrosa, de Jesús, que distribuyó personalmente el pan y los peces, cuanto quisieron a todos los que estaban sentados (v. 11). Seguridad en su misión y en el modo de realizarla. Rechaza el intento de ser coronado rey (v. 15).
Es Jesús quien toma la iniciativa y el centro de la narración, y el interés del evangelista. Bastaría una simple comparación con los Sinópticos para convencerse de ello. La narración sinóptica destaca la misericordia de Jesús, su compasión por un pueblo que anda como rebaño sin pastor... Juan se preocupa casi exclusivamente por la revelación de Jesús. Tenemos latente, ya desde aquí, aunque se hará patente a lo largo del capítulo, la comparación entre Moisés y Cristo. Y en la comparación la superación y el reemplazamiento.
La mención de la pascua, además del significado que ya apuntamos, evoca el desierto, el acontecimiento liberador de Israel, el Éxodo, Se halla de nuevo implícita la comparación Moisés-Cristo.
La multiplicación de los panes está muy distante todavía de lo que en este mismo capítulo.se nos dirá de la eucaristía. Pero el evangelista, ya desde ahora, va preparando. El terreno con alusiones a ella (vv. 11-12). No olvidemos que estamos ante un signo. El significado más profundo del mismo se descubrirá posteriormente, a lo largo del cap. 6.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 5,31-47, de Joven para Joven. Testigos a favor de Cristo.
Las dos lecturas muestran la obcecación de los judíos. Moisés intercede ante Dios por su pueblo cuando, recién concluida la alianza, construyen y adoraron al becerro de oro. Igualmente, Jesús hubo de afrontar la incomprensión y mala voluntad de los jefes judíos, que se niegan a ver en él al Mesías enviado por Dios. Juan presenta su evangelio bajo el paradigma de un proceso judicial en el que Jesús es el acusado por los guías religiosos; es la lucha entre la luz y las tinieblas. Ese carácter se acentúa en el pasaje de hoy. La afirmación del pasaje de ayer “mi Padre no deja de trabajar y yo también” (Jn 5,17-20) son motivo de acusación y causa de muerte contra Jesús por “blasfemo”.
Jesús testifica de sí mismo, pero sabe bien que para que su testimonio sea válido, según la jurisprudencia judía, se exigen dos o tres testigos para que el tribunal acepte su declaración. Presenta testigos creíbles y contundentes. Por eso les echa en cara a los judíos su incredulidad: “Prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 1,8-11). Jesús expone los testigos que le avalan: Juan el Bautista, que insistentemente proclama a Jesús como Mesías, el Cordero que quita el pecado del mundo. Las obras que hace, signos de la presencia de Dios en él: “creed a las obras que yo hago”. Como señalan Nicodemo y el ciego, “nadie puede hacer estas obras si Dios no está con él” (Jn 3,2; 9,31). El Padre, que en el bautismo y en la transfiguración lo proclama su enviado: “Éste es mi Hijo muy amado, escuchadlo” (Mt 17,5). Las Escrituras, “que están dando testimonio de mí” (Lc 24,27).
Jesús apunta la razón de su ceguera: ¿Cómo vais a creer si lo que os preocupa es recibir honores los unos de los otros y no los que vienen del Dios único? No creían en la luz porque sus obras eran malas, para que no las descubrieran (Jn 3,19). Aceptarlo y aceptar su mensaje supondría cambiar la mentalidad, dejar de vivir para sí y vivir para los demás, dejar de ser amos para convertirse en servidores. Por eso Pablo daba coces contra el aguijón de la verdad, pero honrado como era, al fin se rindió (Hch 26,14).
Juan no transmite este pasaje con afán de historiador, sino de evangelista, para que no cometamos la torpeza de los judíos. La tentación que nos acosa a los “viejos cristianos” no es negar la fe en Jesús como Hijo de Dios. Se nos plantea con respecto a la interpretación de sus mensajes. Y la primera tentación es no querer “profundizar demasiado” por si acaso... Varias personas “devotas” me han dicho: “Déjanos con nuestro cristianismo de siempre, no nos inquietes con nuevas teorías”. Otros cristianos se reúnen en un grupo bíblico. Tienen entusiasmos desbordantes al principio, pero a medida que avanza la reflexión y las bienaventuranzas exigen planteamientos radicales, surgen “razones” para dejarlo: “Este sacerdote es un santo, pero no pisa tierra”...
Nos acosa la tentación de manejar un “evangelio” que nos deje “vivir en paz”. Así, para estar tranquilos de conciencia, se leen libros, se acude a conferencias, homilías y confesores que le den a uno la razón y le confirmen que está en el buen camino. De este modo nos encontramos con numerosas y diversas ediciones del mismo evangelio. No me estoy refiriendo al legítimo pluralismo, ni a los diversos métodos pastorales, sino a la interpretación de los mensajes. Lo mismo hay que decir con respecto al testimonio vivo de los profetas que el Señor suscita entre nosotros, y de los mensajes que nos dirige a través de los acontecimientos y de las necesidades de personas o instituciones que nos reclaman. Cuando uno se niega a cambiar, empiezan a funcionar automáticamente los mecanismos de defensa para justificarse. Con “razones muy sólidas” se tratará de justificar un cristianismo a la medida. Cuando no se vive como se piensa, se termina pensando cómo se vive.
El juicio sigue. La gente no cree que Jesús haya traído una respuesta válida a los grandes interrogantes de la vida; cree que no soluciona nada; incluso, algunos opinan que es una traba para el desarrollo humano y la vida feliz.
Jesús nos llama a testificar a su favor, sobre todo con nuestras vidas, puesto que la vida inspirada en él y en su mensaje es más libre, más plena, más humana. Hay que testificar que él vive y alienta la existencia de sus discípulos, porque es inexplicable sin él un milagro continuo de generosidad, paz y alegría. En ese juicio incesante que plantea la sociedad, él nos llama a declarar como testigos de que, habiendo sido paralíticos, ciegos, leprosos, posesos... ahora nos sentimos sanos gracias a su acción milagrosa e invisible (Hch 3,12). Es lo que hizo el ciego cuando los fariseos entablaron juicio contra Jesús como pecador: “Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo” (Jn 9,25).
El testimonio a favor de Jesús ha de ser también comunitario. Hemos de ser con nuestra vida de fraternidad y compromiso “sal, luz y fermento” (Mt 5,13-15). Jesús ora al Padre: “Que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17,21); exhorta: “Amaos los unos a los otros... En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,34). En efecto, en esto reconocían los paganos a los primeros cristianos, ya que comentaban boquiabiertos: “¡Mirad cómo se aman!”. La vida de todo cristiano y de toda comunidad es, necesariamente, un testimonio a favor o en contra de Jesús. Nuestra responsabilidad es estremecedora y muy determinante. Por lo demás, no hay que olvidar que el juzgado será Juez.
Elevación Espiritual para este día.
¡Oh, cuán bella, dulce y cariñosa es la Sabiduría encarnada, Jesús! ¡Cuán bella es la eternidad, pues es el esplendor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más radiante que el sol y más resplandeciente que la luz! ¡Cuán bella en el tiempo, pues ha sido formada por el Espíritu Santo pura, libre de pecado y hermosa, sin la menor mancilla, y durante su vida enamoró la mirada y el corazón de los hombres y es actualmente la gloria de los ángeles! ¡Cuán tierna y dulce es para los hombres, especialmente para los pobres y pecadores a los que vino a buscar visiblemente en el mundo y a los que sigue todavía buscando invisiblemente!
Que nadie se imagine que, por hallarse ahora triunfante y glorioso, es Jesús menos dulce y condescendiente al contrario, su gloria perfecciona en cierto modo su dulzura; más que brillar, desea perdonar; más que ostenta las riquezas de su gloria, desea mostrar la abundancia de su misericordia.
Reflexión Espiritual para el día.
La tradición cristiana sostiene que el libro que vale la pena leer es nuestro Señor Jesucristo. La palabra Biblia significa “libro”, y todas las páginas de este libro hablan de Él y quieren llevar a Él. Es necesario que se dé un encuentro entre Cristo y la persona humana, entre ese Libro que es Cristo y el corazón humano, en el que está escrito Cristo no con tinta, sino con el Espíritu Santo.
¿Por qué leer? Porque Jesús mismo ha leído. Fue libro y lector, y continúa siendo ambas cosas en nosotros. ¿Cómo leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y explicó a Isaías en la sinagoga de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las Escrituras y cómo a través de ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como lector del libro y él mismo como Libro, después de su glorificación concedió este carisma de lectura a sus discípulos, a la Iglesia y también a nosotros. Desde entonces, gracias al Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del Libro sagrado es participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la Escritura porque él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a él. Leemos la Escritura en él y con su gracia.
Y debemos concluir que la lectura cristiana de las Escrituras no es principalmente un ejercicio intelectual, sino que, esencialmente, es una experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia del Padre, como el mismo Cristo está unido a él, cara a cara, orientado a él, penetrando en él y penetrado por él. La experiencia de Cristo fue esencialmente la conciencia de ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo. Es un intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos capaces de leer a Cristo-Libro y, en él, a Dios Padre.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Éxodo 32, 7-14 (32, 7-11. 13-14). El becerro de oro.
El episodio de culto idolátrico del becerro de oro debe leerse dentro de todo el conjunto de Éx 32—34, que acusa el «pecado original» contra la alianza y refiere una renovación de la misma para subsanar su ruptura. El acontecimiento con el que conecta hacia atrás es el de la conclusión de la alianza en Éx 24; los capítulos intermedios son de ley sacerdotal. El conjunto aludido está hecho de la fusión de diversas fuentes, primero la elohísta y luego la yahvista (Ex 34), con elementos deuteronomistas.
La primera parte del relato reproduce un diálogo entre Dios y Moisés, a propósito del acto de culto. Este se ve, por lo tanto, a distancia y desde fuera. Dios informa a Moisés, que está en su presencia en el monte, de lo que el pueblo está haciendo: es una violación del mandamiento capital. Dios le revela el propósito de destruirlo y de crear otro pueblo que comience con él, Moisés. Moisés responde intercediendo por ese pueblo que ha pecado, pues es el mismo que Dios ha creado, sacándolo de Egipto, y el que lleva consigo las promesas hechas a los patriarcas. Moisés mismo no quiere disociarse de ese pueblo para ser principio de otro. Dios atiende la intercesión de Moisés por el pueblo pecador.
La forma de culto aquí denunciada consiste en la representación de Dios en el símbolo de un toro; tiene conexión con el culto cananeo de la fertilidad y fue adoptado oficialmente en el reino del Norte por su primer rey Jeroboam (1Re 12, 26-30). En la intención del rey y de su pueblo no es culto a un ídolo, sino al Dios que libró de servidumbre en Egipto. Su representación bajo ese símbolo no pareció indigna en un principio; pero sí cuando los guías religiosos percibieron que por ese camino el yahvismo se transformaba en una modalidad del culto cananeo. La reacción denunciadora comenzó en círculos proféticos (Elías y Eliseo) y seguramente también en el ámbito levítico-sacerdotal. La tradición elohísta hace suya esa reacción y la representa. En la misma línea se situarán a su hora los profetas clásicos del norte y el código deuteronómico. Esa lucha es la que se proyecta en este episodio, llamando al culto de Yavé bajo el símbolo cananeo idolatría y violación de la alianza.
Detrás del relato hay tal vez el recuerdo de un acto de infidelidad en el desierto, pero eso no es reconstruible. De suyo esa forma de culto no es propia de nómadas, sino de sedentarios en la tierra fértil de Canaán. En todo caso, denuncia algo que es real en el desierto y en toda situación: la infidelidad del pueblo a la alianza. El pueblo confiesa aquí alejamiento de Dios como algo que viene haciendo desde su mismo origen.
Invirtiendo los términos, en este mismo conjunto narrativo se dirá (Éx 33, 2s; 23, 20-23) que por la infidelidad del pueblo Dios se aleja de él y sustituye su compañía directa por la mediatizada en el ángel. Pero la toma de conciencia de la distancia viene a ser, por otro lado, el lugar teológico en donde el mismo pueblo descubre a Dios abierto a la intercesión, dispuesto a la misericordia y al perdón. Y es en este aspecto de Dios en donde ve la garantía de su continuidad como su pueblo.
La figura del mediador aparece aquí en su luz más pura. Moisés retuerce las expresiones según las cuales Yavé se disocia del pueblo, definiéndolo como el que Moisés sacó de Egipto, y hablando de crear otro pueblo, como si ese no fuera ya su pueblo. Moisés no acepta esas expresiones y reafirma que es Dios y no él quien le sacó de Egipto; que es «su» pueblo; que su nombre está comprometido en él delante de la historia, pues los egipcios llamaría malas a sus intenciones al sacarlo de Egipto; que su palabra a los patriarcas le obliga con sus descendientes. En breve Dios no se mostraría glorioso, si no se mostrara firme y constante en su palabra y en su acción. La respuesta de Dios a esta intercesión reafirma su constancia en la palabra y en la obra, y al pueblo infiel le vuelve a llamar «su pueblo».
Quizá el más impresionante entre los rasgos del mediador es el de rehusar disociarse del pueblo pecador, para ser el principio de un nuevo pueblo, como lo había sido Abraham. ¿Se insinúa con ello que su salvación aparte de su pueblo no sería salvación? ¿O es el temor de que un pueblo que naciera con él sería igualmente un pueblo pecador, puesto que no es imaginable en el mundo uno que no lo sea? ¿O es una afirmación del valor de la solidaridad y del papel del justo en medio de los culpables? Cualquiera que sea el matiz primero en la intención del autor, lo que expresa sin duda es la convicción de que el pueblo de Dios, consistente quizá en ciertos momentos en un solo hombre, tiene una función salvadora en el conjunto de la familia humana. De paso proclama también que en el seno de ésta hay ya un principio del verdadero pueblo de Dios, un fermento destinado a transformar toda la masa.
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