19 de marzo de 2010. SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA. (Ciclo C). 45ª semana del Salterio. SANTO AÑO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL.
LITURGIA DE LAS HORAS.
2Sm 7,4-5a.12-14a.16: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre
Salmo 88: Su linaje será perpetuo.
Rom 4,13.16-18.22: Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza
Mt 1,16.18-21.24a: José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor
o bien
Lc 2, 41-51a. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Uno de los énfasis de Mateo en su relato sobre la concepción de Jesús es la actitud de José; aunque es “el último que se entera” de todo, no rechaza de tajo la acción de Dios, cierto que no la entiende de entrada, pero finalmente se compromete y coopera en todo en el plan propuesto por Dios.
En nuestro mundo, marcado por el afán de “pruebas” y “demostraciones” de todo cuanto se dice; seguramente no es fácil aceptar lo que hoy nos narra el evangelista Mt. Pero para la comunidad cristiana primitiva era lógico y normal. Recordar estos acontecimientos a través de la forma como nos los narran los evangelistas, nos ayudan a darnos cuenta de la necesidad de ejercitar más nuestra fe; no hay que renunciar al cultivo de una fe crítica y madura; pero tampoco podemos llegar al extremo de confundir “madurez de fe” con la “necesidad de pruebas” para poder creer. Un signo de madurez de la fe es la aceptación humilde y sencilla de que Dios actúa en nuestra historia de una manera a veces imperceptible, y que tal vez nos está invitando a que participemos de una manera menos complicada en su proyecto salvífico liberador.
PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,4-5a.12-14a.16
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: "Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.""
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 88
R/.Su linaje será perpetuo.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu fidelidad." R.
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / "Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades." R.
Él me invocará: "Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora." / Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable. R.
SEGUNDA LECTURA.
Romanos 4,13.16-18.22
Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza
Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: "Te hago padre de muchos pueblos." Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: "Así será tu descendencia." Por lo cual le valió la justificación.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 1,16.18-21.24a
José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados." Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
O bien:
SANTO EVANGELIO
Lucas 2,41-51a
Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados." Él les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LAS HORAS.
2Sm 7,4-5a.12-14a.16: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre
Salmo 88: Su linaje será perpetuo.
Rom 4,13.16-18.22: Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza
Mt 1,16.18-21.24a: José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor
o bien
Lc 2, 41-51a. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Uno de los énfasis de Mateo en su relato sobre la concepción de Jesús es la actitud de José; aunque es “el último que se entera” de todo, no rechaza de tajo la acción de Dios, cierto que no la entiende de entrada, pero finalmente se compromete y coopera en todo en el plan propuesto por Dios.
En nuestro mundo, marcado por el afán de “pruebas” y “demostraciones” de todo cuanto se dice; seguramente no es fácil aceptar lo que hoy nos narra el evangelista Mt. Pero para la comunidad cristiana primitiva era lógico y normal. Recordar estos acontecimientos a través de la forma como nos los narran los evangelistas, nos ayudan a darnos cuenta de la necesidad de ejercitar más nuestra fe; no hay que renunciar al cultivo de una fe crítica y madura; pero tampoco podemos llegar al extremo de confundir “madurez de fe” con la “necesidad de pruebas” para poder creer. Un signo de madurez de la fe es la aceptación humilde y sencilla de que Dios actúa en nuestra historia de una manera a veces imperceptible, y que tal vez nos está invitando a que participemos de una manera menos complicada en su proyecto salvífico liberador.
PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,4-5a.12-14a.16
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: "Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.""
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 88
R/.Su linaje será perpetuo.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. / Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado tu fidelidad." R.
Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / "Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades." R.
Él me invocará: "Tú eres mi padre, / mi Dios, mi Roca salvadora." / Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable. R.
SEGUNDA LECTURA.
Romanos 4,13.16-18.22
Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza
Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: "Te hago padre de muchos pueblos." Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: "Así será tu descendencia." Por lo cual le valió la justificación.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 1,16.18-21.24a
José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados." Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
O bien:
SANTO EVANGELIO
Lucas 2,41-51a
Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados." Él les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Palabra del Señor.
José, descendiente de David, era, probablemente, de Belén. Por motivos familiares o de trabajo, se trasladó más tarde a Nazaret, y allí se convirtió en esposo de María. El ángel de Dios le comunicó el misterio de la encarnación del Mesías en el seno de María, y José, hombre justo, aceptó, aunque no sin haber padecido una dura crisis interior.
Se fue después a Belén, para el nacimiento del niño, y tuvo que huir a Egipto, de donde volvió para ir de nuevo a Nazaret. Cuando Jesús tiene doce años, vemos a José y a María en Jerusalén, donde encontraron a su hijo entre los doctores del templo. Á continuación, el evangelio calla. Es posible que muriera antes del comienzo de la vida pública de Jesús.
Comentario de la Primera lectura: 2 Samuel 7,4-5a.12-14a.16.
Esta primera lectura nos habla, con acentos históricos y teológicos, de la descendencia de David, que reinará para siempre. Seguramente, la profecía de Natán alude a Salomón, hijo de David y constructor del templo. Sin embargo, las palabras “consolidará su reino” (v. 12) indican una larga descendencia sobre el trono de Judá. Esta descendencia tuvo un final histórico, y entonces el oráculo recibió fuerza profética con una velada alusión referente al Mesías, descendiente de David. El reinará para siempre en su reino, un reino que no será de este mundo, sino espiritual, según el designio de Dios para la salvación de la humanidad. La tradición cristiana ha releído siempre este fragmento como profético y mesiánico, aplicándolo a Jesús, Mesías descendiente de David, y, de modo indirecto, también a José, último eslabón de la genealogía davídica y transmisor de la herencia histórica de la promesa divina hecha a Israel.
Comentario del Salmo 88
El salterio nos ofrece hoy un salmo en el que la angustia de su autor alcanza la más despiadada de las aflicciones: «Mi alma está llena de desgracias, y mi vida está al borde de la tumba. Me ven como a los que bajan a la fosa, me he quedado como un hombre in fuerzas, tengo mi cama entre los muertos, como las víctimas que yacen en el sepulcro, de las que ya no te acuerdas, porque fueron arrancadas de tu mano».
Al salmista le fluye el dolor de lo más profundo de sus entrañas. Parece que no hay nada ni nadie, ni siquiera Dios, que abra una puerta de esperanza a su hundimiento. Nos recuerda la figura de Job, un hombre sobre quien se abate el mal en toda su crudeza a pesar de que, según él, ha caminado siempre en la inocencia y rectitud. Escuchémosle: «Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. Diré a Dios: “¡no me condenes, hazme saber por qué me enjuicias... aunque sabes muy bien que no soy culpable!” (Job 10,1-6).
Hay un aspecto que nos sobrecoge: Ni Job ni el salmista tienen respuesta de parte ele Dios que pueda iluminarles acerca del mal que ceba en ellos. Su situación no puede ser más aplastante. Su tragedia consiste en que el mal ha sobrevenido sobre ellos como si fuera un buitre voraz que les arranca y descuartiza el alma.
Oímos al salmista invocar a Dios casi como advirtiéndole de que, en el lugar de la muerte y tinieblas, donde cree que está a punto de yacer, no podrá alabarle ni cantar su misericordia y su lealtad: «Yo te invoco todo el día, extiendo mis manos hacia ti: ¿Harás maravillas por los muertos? ¿Se levantarán la» sombras para alabarte? ¿Hablarán de tu amor en la sepultura, y de tu fidelidad en el reino de la muerte?».
Más expresiva, si cabe, es la lamentación de Job. Su esperanza en Dios ha sido barrida de su alma hasta el punto de pensar que ya no es él su Padre, sino la misma muerte: «Mi casa es el abismo, en las tinieblas extendí mi lecho. Y grito a la fosa: ¡Tú, mi padre! Y a los gusanos: ¡mi madre y mis hermanos! ¿Dónde está, pues, mi esperanza..,? ¿Van a bajar conmigo hasta el abismo? ¿Nos hundiremos juntos en el polvo?» (Job 17,13-16).
Todo, absolutamente todo se ha cerrado para nuestros dos personajes. Nos ponemos en su piel y les podemos oír musitar en su interior: ¡Quién sabe si Dios no es más que una quimera, un simple deseo del hombre que le impulsa a proyectar un Ser supremo capaz de hacerle sobrevivir a la muerte!
Sabemos cómo Dios acompañó a Job en su terrible prueba, cómo le fue enseñando en su corazón a fin de limpiar la imagen deformada que tenía de Él. Es así como pudo plasmar en su espíritu su verdadero rostro, muy lejos, o mejor dicho, totalmente otro, del que había formado con su limitada mente. De un modo u otro, todos partimos de una imagen deformada de Dios que, tarde o temprano, se convierte en un simple espejismo. Por eso nos es muy importante ver la evolución de Job.
Efectivamente, al final del libro que lleva su nombre, vemos cómo distingue entre el Dios en el que creía antes y el que conoce una vez pasado por el crisol de la prueba. Oigamos su confesión: « Si, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas, que me superan y que ignoro... Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (Job 42,3-5).
En cuanto a nuestro salmista, no hay en él un final feliz como en Job. Sin embargo, sabemos que este hombre orante, como los de todos los salmos, es imagen de Jesucristo. Si todo queda cerrado y opaco para el hombre orante, no es así para el Hijo de Dios. Es cierto que en su muerte se dieron cita todas las tinieblas de la tierra: «Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona» -—es decir desde las doce hasta las tres de la tarde, hora de su muerte— (Lc 23,44).
Si es cierto que sobre el crucificado se cernieron todas las tinieblas de las que hemos oído hablar al salmista, más cierto aún es que, en su muerte, su Padre abrió los cielos para recogerle resucitándole. El Señor Jesús vivió las mismas angustias del salmista, pero su fe de que volvía al Padre, como así lo proclamó a lo largo de su vida, actuó como una espada que, al mismo tiempo que abría los cielos, golpeó mortalmente a las tinieblas.
Que el Hijo de Dios penetró los cielos dejándolos abiertos para siempre y para nosotros, nos lo cuenta san Marcos presentando unos testigos de primera mano, los mismos apóstoles: «Estando a la mesa con los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación... Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,14-19).
Comentario de la Segunda lectura: Romanos 4,13.16-18.22.
En su intento de desarrollar la lección que deriva del acontecimiento de Abrahán, el apóstol establece un fuerte contraste entre la ley y la justicia que viene de la fe. En primer lugar, Pablo pone de relieve el hecho de que la promesa de Dios a Abrahán no depende de la ley, y por eso establece, de modo inequívoco, que la promesa de Dios es absoluta, preveniente e incondicionada. En segundo lugar, el apóstol ratifica que la fe es la única vía que lleva a la justicia, esto es, a la acogida del don de la salvación. En este aspecto, la lectura se aplica espléndidamente a José, hombre justo. Los verdaderos descendientes de Abrahán son no tanto lo que viven según las exigencias y las pretensiones de la ley, sino más bien los que acogen el don de la fe y viven de él con ánimo agradecido. Desde esta perspectiva, Pablo define como «herederos» de Abrahán a los que han aprendido de él la lección de la fe y no sólo la obediencia a la ley. Se trata de una herencia extremadamente preciosa y delicada, porque reclama y unifica diferentes actitudes de vida, todas ellas reducibles a la escucha de Dios, que habla y manda, que invita y promete.
La fe de Abrahán, precisamente porque está íntimamente ligada a la promesa divina, puede ser llamada también «esperanza»: «Contra toda esperanza creyó Abrahán» (v. 18). De este modo, Abrahán entra por completo en la perspectiva de Dios, «que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen» (v. 17b). Y así, mediante la fe, todo creyente puede convertirse en destinatario y no sólo en espectador de acontecimientos tan extraordinarios que sólo pueden ser atribuidos a Dios. Este fue el caso de José.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 1,16.18-21.24.
En el evangelio de Lucas se encuentra el anuncio del ángel a María; en el de Mateo, en cambio, encontramos el anuncio a José. En este anuncio, el ángel manifiesta a José su misión de padre «davídico» del hijo que, concebido por María, «por acción del Espíritu Santo », será el Mesías de Israel, el Salvador (significado del nombre hebreo «Jesús»).
Es probable que José conociera ya el misterio de la concepción, porque la misma María se lo podía haber revelado. Su dificultad o crisis interior no era tanto la aceptación del misterio como aceptar la paternidad y la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que debía ser el Maestro de Israel. Su humildad (su justicia), iluminada por las palabras del ángel, le hace aceptar después, plenamente, el designio de Dios.
En la parte del fragmento evangélico omitida por la liturgia (vv. 22-23.24b-25) se alude al cumplimiento de la Escritura en la célebre profecía de Isaías sobre la Madre del Mesías, al significado del nombre «Emmanuel» («Dios-con-nosotros») y al nacimiento de Jesús, al que José impuso, efectivamente, este nombre, recibido del ángel. Estos versículos enriquecen desde el punto de vista teológico el fragmento y proporcionan al conjunto una hermosa unidad.
Los fragmentos de la Escritura nos ofrecen un marco histórico y profético, es decir, nos hablan de una historia verdadera, en la que, sin embargo, está la acción de Dios según un designio que recorre todo el mensaje bíblico.
En el fondo de la primera lectura y en el centro del evangelio aparece la figura de José, llamado “hombre justo” (Mt 1,19). Esta justicia debe verse, como sugiere la segunda lectura, en la acogida con ánimo agradecido y conmovido del don de la fe, en la rectitud interior y en el respeto a Dios y a los hombres, a la Ley y a los acontecimientos.
A José le resulta difícil aceptar esa paternidad que no es suya y, después, la enorme responsabilidad que supone ser el maestro y el guía de quien habría de ser un día el Pastor de Israel. Respeto, obediencia y humildad figuran en la base de la «justicia» de José, y esta actitud interior suya —junto a su misión, única y maravillosa— le han situado en la cima de la santidad cristiana, junto a María, su esposa.
José brilla sobre todo por estas actitudes radicalmente bíblicas, propias de los grandes hombres elegidos por Dios para misiones importantes, que siempre se consideraban indignos e incapaces de las tareas que Dios les había confiado (baste con pensar en Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías...). Dios sale, después, al encuentro de estos amigos suyos otorgándoles fortaleza y fidelidad.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 1,16-18.21-24ª, para nuestros Mayores. José, modelo de fe.
La liturgia nos propone en esta solemnidad tres textos que no hablan directamente de san José, pero que sí tienen relación con él.
El primero es el oráculo del profeta Natán a David. Se trata de un oráculo mesiánico que promete un hijo a David. El segundo texto, tomado de la Carta a los romanos, habla de la fe de Abrahán, una fe que le permitió ser padre. El evangelio narra el drama que vivió José al enterarse de que María, su prometida, se encontraba encinta.
El oráculo del profeta Natán a David es la fuente de todo el mesianismo. Este consiste precisamente en la espera de un hijo de David, un hijo que le debe suceder y reinar para siempre.
En el libro de las Crónicas se recoge ya este oráculo de Natán de una manera más claramente mesiánica, porque ha dejado de hablarse, como ocurre en el segundo libro de Samuel, de posibles culpas del hijo de David.
David quiere construir un templo magnífico al Señor. Él vive en un palacio real, mientras que el arca del Señor se encuentra bajo una tienda.
La primera reacción del profeta Natán es aprobar este proyecto del rey. Sin embargo, el Señor le hace comprender al profeta esa misma noche que debe corregir su respuesta y decir a David que no será él quien construya una casa a Dios, sino que será Dios quien le construya una casa a él, a David, es decir, le dará una descendencia salida de sus entrañas, que reinará después de él.
El oráculo habla, por tanto, de un hijo; y fue siendo interpretado poco a poco como el anuncio de un hijo de David que tendrá un destino particular: será sucesor de David para siempre.
Isaías también hizo predicciones a propósito de este hijo de David, que deberá ser el Mesías de Israel.
José pertenece a la casa de David, y a través de él entró Jesús en esta dinastía. Ahora bien esto no aconteció de una manera ordinaria, dado que Jesús no era hijo natural de José. De hecho, María estaba ya encinta antes de que ella y José estuvieran viviendo juntos. En consecuencia, Jesús es hijo de David desde el punto de vista legal, porque Dios lo confió a José.
Éste es el drama de José, que nos refiere el evangelista Mateo. José sentía, a buen seguro un amor muy fuerte por María, tanto más porque ella era una muchacha impecable, vivía en el santo temor de Dios, era fiel a todos sus deberes y tenía un corazón repleto de virtud. En consecuencia, el amor que sentía José por María era, qué duda cabe, un amor ardiente en grado sumo.
Ahora bien, antes de que vivieran juntos, María estaba encinta. Este hecho puso a José en una situación angustiosa. ¿Qué podía hacer?
José era un hombre justo, un hombre que buscaba la voluntad de Dios. Le parecía que no tenía derecho a tomar consigo a María, su esposa. Por consiguientes busca una solución: no quiere repudiar a María de una manera pública; por eso decide despedirla en secreto. Se trata de una decisión dolorosa, de una decisión que constituye, sin más, un suplicio para el corazón de José.
Mientras iba dando vueltas a estas cosas, se le aparece un ángel del Señor y le dice: «José hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuyas pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo».
«No tengas reparo en acoger a María como esposa tuya»: estas palabras suponen una gran liberación para José. El ángel le dice que la voluntad de Dios va en contra de la decisión que él, José, había tomado. José debe acoger a María, su esposa, y asumir la responsabilidad paterna respecto al hijo de María.
El ángel le dice: «Le llamarás Jesús». José asumirá con este acto la responsabilidad paterna respecto a Jesús.
Podríamos comparar este drama de José con el sacrificio de Abrahán. Este último, que era perfectamente dócil a Dios, había considerado una obligación sacrificar a su propio hijo, portador de las promesas divinas.
Por eso estaba dispuesto a sacrificar a su hijo. Sin embargo, el ángel del Señor le detuvo, diciéndole que Dios no quería ese sacrificio. Abrahán recuperó así a su hijo, e inmoló un carnero que se encontraba allí por casualidad como sacrificio en lugar de su hijo.
Esto fue una prueba durísima para Abrahán, y algo semejante le pasó también a José: pierde a la persona que más quería, y después la recupera por intervención divina.
Comprendemos así que esta prueba supuso para José una profunda purificación de su afectividad.
Él estaba dispuesto, no cabe duda, a tomar a María como esposa, es decir, a tener con ella relaciones conyugales. Sin embargo, tras esta intervención de Dios, su corazón quedó profundamente purificado, y fue capaz de vivir con María de una manera perfectamente casta, respetando en ella a la madre del Hijo de Dios.
Las pruebas tienen siempre una gran utilidad en la vida. Debemos recibirlas con fe y con esperanza, intentar comprender, a través de ellas, lo que el Señor quiere purificar o reforzar en nuestra vida.
La prueba reforzó el amor que sentía José por María y, al mismo tiempo, purificó este amor de la tendencia natural a tener relaciones conyugales.
Puesto que José vivió este drama con tanta docilidad a Dios y se convirtió así en padre putativo de Jesús, la liturgia nos propone como segunda lectura un fragmento de la Carta a los Romanos en el que se habla de la fe de Abrahán.
Abrahán no fue padre sólo de Isaac, sino de una enorme descendencia, porque creyó en la palabra de Dios.
Abrahán no tenía hijos. Dios le había prometido una descendencia muy numerosa, como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Abrahán creyó en Dios y, gracias a esta fe, llegó a ser padre: padre no sólo de una descendencia física, sino, sobre todo, de su descendencia espiritual, de la que nosotros también formamos parte. Dice el texto: «Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza». Abrahán tuvo fe, sobre todo, en el episodio dramático del sacrificio de Isaac.
Por eso Abrahán ilumina la historia de José, haciéndonos comprender un poco más la honda santidad del esposo de María.
José es un modelo de fe, de docilidad a Dios, un modelo de amor paterno, un modelo de amor conyugal, un modelo de vida entregada plenamente a la gloria de Dios en la sombra, sin buscar ser visto, admirado, estimado, sino simplemente siendo justo, es decir, siendo dócil a Dios en todo, a fin de llevar a cabo con Dios la obra divina y cooperar así a la salvación del mundo.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 1,16.18-21.24ª, de Joven para Joven. Las dudas de José el justo.
San José: vocación de servicio. En el largo proceso de la salvación de Dios, que incluye la encarnación de su Palabra personal en la raza humana, las lecturas bíblicas de hoy destacan estos tres nombres, que son tres eslabones de la cadena: Abrahán, padre del pueblo de la antigua alianza y modelo perenne de creyentes David, origen de una dinastía heredera de la promesa mesiánica, que culmina en Cristo. José, de la casa de David y esposo de María que es la madre virginal de Jesús.
San José conecta linealmente con la dinastía mesiánica no sólo por razón del árbol genealógico sino, y sobre todo, por el dinamismo de la obediencia de su fe. Esta le impulsa a aceptar una misión oscura, aunque fundamental en los planes de Dios sobre la salvación humana: ser el padre legal de Jesús, llamado mesías e hijo de David. En los primeros pasos de su matrimonio con María, José es sometido a prueba por Dios, y él da una respuesta incondicional de fe, aceptando el designio divino sobre su propia persona, tal como se lo revela el ángel del Señor.
Es de lamentar lo poco que los evangelios nos dicen de San José; no obstante, es lo suficiente para definirlo como un hombre Signo y misión. Su talla humana se agiganta desde la fe que lo animó. En el lenguaje bíblico decir de una persona que es “justo y bueno” es decirlo todo: justicia y santidad según Dios. Absoluta honradez y rectitud, que en José de Nazaret se concretan en una serie de cualidades modélicas para el creyente de todo tiempo: Respeto ante el misterio de Dios, operado en María; fidelidad a toda prueba de un hombre que se fía de Dios; integridad y honradez silenciosas; vacío de sí mismo y laboriosidad sin protagonismos; y sobre todo, disponibilidad absoluta, fruto de la obediencia de su fe, para la vocación de servicio y la misión que el Señor le confía: ser el padre legal de Jesús, como esposo que era de María.
Todo esto crea el atractivo peculiar de la figura de san José, a pesar de no ser él esa clase de personas que no pueden faltar en una enciclopedia o anuario mundial, en un almanaque o índice onomástico “quién-es-quién”, o en las nominaciones para un óscar de protagonista o famoso. Sin embargo, su figura silenciosa está arraigada muy profundamente en el pueblo cristiano, muchos de cuyos miembros llevan su propio nombre.
Los múltiples patronazgos de san José demuestran su relevancia eclesial, pues brotan de su condición de hombre signo y expresan su vocación de servicio a la misión confiada. Así, es tenido por patrono tanto de la Iglesia universal y de los seminarios donde se preparan las vocaciones al sacerdocio para el servicio del pueblo de Dios, como del amplio mundo del trabajo.
Patrono de la Iglesia. Así fue declarado por el papa Juan XXIII, recogiendo el sentir de la tradición eclesial. Ser patrono significa no sólo ser custodio y protector, sino también modelo y guía en el seguimiento de Cristo. Del mensaje de las lecturas bíblicas de hoy se desprende que si el patriarca Abrahán es padre y modelo de fe para todos los creyentes en Dios, como dice san Pablo, igualmente lo es san José para todo cristiano, para todo el que cree en Cristo y lo sigue.
Entre las múltiples razones por las que se le atribuyen a san José el patrocinio y ejemplaridad eclesial podemos apuntar éstas como más fundamentales: 1ª. Por ser cabeza de la Sagrada Familia, que fue la primera Iglesia doméstica. 2ª. Su condición de esposo de María, la madre del Señor, y de padre legal de Jesús le confiere una paternidad espiritual que se prolonga sobre la Iglesia que Cristo fundó. 3ª. La vocación de José de Nazaret se resume en su servicio al plan salvador de Dios, realizado en la persona y misión de Jesús; pues bien, esta misión de Cristo fue transmitida por él a la Iglesia. Así tiene ésta en san José un perfecto modelo de servicio a la misión.
Seminarios y vocaciones sacerdotales. En la perspectiva de la misión eclesial destacamos hoy la vocación y ministerio de los sacerdotes al servicio del pueblo fiel. Ellos son los dispensadores de los misterios de Dios a sus hermanos los hombres mediante la palabra, la solicitud pastoral y los sacramentos, entre los que tienen relieve especial la eucaristía y la reconciliación. Sacados de entre los hombres y del seno de la comunidad cristiana, Cristo configura a los sacerdotes a su propia persona y funciones mediante el sacramento del orden y el carisma del sacerdocio ministerial. Así participan y prolongan el sacerdocio de Cristo, quien se formó y creció en el seno de una familia de Nazaret como el primer seminario de la Iglesia.
Por eso la festividad de san José tiene una referencia a los seminarios y centros de formación de futuros sacerdotes y misioneros, pues éstos encuentran en san José un protector y un modelo de entrega a la obra de Cristo, que es el reino de Dios. La paternidad espiritual de san José y su castidad son ejemplo y estímulo para los sacerdotes que optan generosamente por una paternidad espiritual de los fieles, como vocación de amor a los hombres sus hermanos y como expresión de un seguimiento radicalmente evangélico de Cristo.
El mundo del trabajo. Finalmente la figura de san José, trabajando día a día al lado de María y de Jesús mismo, para el sustento de su familia, incide en la realidad cotidiana y universal de la actividad laboral en todas sus formas. El trabajo, tanto en su valor de realización personal como en su proyección social de servicio a la comunidad humana, tiene un signo válido y perenne en la figura señera de san José, un hombre del mundo del trabajo. Su ejemplo ilumina la espiritualidad cristiana del trabajo al servicio del reino de Dios en la sociedad.
Elevación Espiritual para este día.
El sacrificio total que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta.
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión.
Reflexión Espiritual para el día.
Al sur de Nazaret se encuentra una caverna llamada Cafisa. Es un lugar escarpado; para llegar a él, casi hay que trepar. Una mañana, antes de la salida del sol, fui allí. No me di cuenta del paisaje, muy bello, ni de las fieras, ni del canto de mil pájaros... Estaba yo fuertemente abatido; sin embargo, experimentaba en el fondo del corazón que habría de saber algo de parte del Señor.
Entré en la gruta; había un gran vano formado por rocas negras con diferentes ángulos y corredores. Había muchas palomas y murciélagos, pero no hice ningún caso. Solo en aquel recinto severo no exento de majestad, me senté sobre una esterilla que llevaba conmigo. Puse, como Elías, mi cara entre las rodillas y oré intensamente. Tal vez por la fatiga o la tristeza, en cierto momento me adormecí. No sé cuánto tiempo estuve en oración y cuánto tiempo adormecido. Pero allí, en aquella gruta que nunca podré olvidar, durante aquellos momentos de silencio, me pareció ver un ángel del Señor, maravilloso, envuelto en luz y sonriente.
«José, hijo de David —me dijo—, no tengas miedo de acoger a María, tu esposa, y quedarte con ella. Lo que ha sucedido en ella es realmente obra del Espíritu Santo: tú lo sabes. Y debes imponer al niño el nombre de Jesús. Tu tarea, José, es ser el padre legal ante los hombres, el padre davídico que da testimonio de su estirpe... Y has de saber, José, que también tú has encontrado gracia a los ojos del Señor... Dios está contigo». El ángel desapareció. La gruta siguió como siempre, pero todo me parecía diferente, más luminoso, más bello.
«Gracias, Dios mío. Gracias infinitas por esta liberación. Gracias por tu bondad con tu siervo. Has vuelto a darme la paz, la alegría, la vida. Así pues, Jesús, María y yo estaremos siempre unidos, fundidos en un solo y gran amor..., en un solo corazón». La tempestad había desaparecido, había vuelto el sol, la paz, la esperanza... Todo había cambiado.
El rostro de los personajes y pasajes de La Sagrada Biblia: 7, 4-17 (7 4-5a. 12-14a. 16). 2Samuel.Yo seré para él padre y él será para mí hijo.
La profecía de Natán está construida sobre la doble significación que tiene la palabra «casa». En boca de David tiene un sentido material, o sea, se refiere a la casa de Dios. Una vez que ha establecido la capitalidad de la monarquía en Jerusalén y ha construido su propia casa, es decir, el palacio real, David manifiesta el deseo de construir la casa de Dios, a saber, el templo.
A través de las palabras de Natán parece dejarse traslucir una corriente poco favorable al templo de Jerusalén, por lo menos, según era interpretado en algunos ambientes del pueblo: Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro? En ciertos ambientes proféticos la construcción del templo de Jerusalén y su vida cultual, bastante calcados sobre los módulos de los templos y cultos cananeos, debieron ser interpretados con mucha prevención. Amós, por ejemplo, dice: « ¿Es que durante los cuarenta años del desierto me ofrecisteis sacrificios y oblaciones?» (5, 25). De manera similar se expresa Jeremías: «Que cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio» (7, 22). Esta indiferencia hacia el templo, un templo excesivamente ritual izado, vuelve a aparecer en la adición de 1Re 8, 27, en Is 66, 1-2 y culmina en las palabras de Cristo a la samaritana (Jn 4, 21-24) y en el discurso de Esteban (He 7, 48).
En boca de Dios la palabra «casa» tiene un sentido metafórico: significa “dinastía»: Te haré grande y te daré una dinastía. Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus padres” estableceré después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas, y consolidaré su reino… Yo seré para él padre y él, será para mí hijo. Directamente estas palabras se refieren a Salomón, el hijo de David. Pero ya desde un principio, y más todavía con el pasar del tiempo, el alcance de la profecía de Natán desborda al inmediato sucesor de David y Orienta al lector hacia un descendiente de la dinastía davídica, en el que se cumplan todas las esperanzas que se habían formado en torno al rey ideal. Dicho con otras palabras, la profecía de Natán constituye el punto de arranque del llamado mesianismo real o monárquico, contradistinto del mesianismo profético del Segundo Isaías (Poemas del Siervo de Yavé) y del mesianismo apocalíptico de Daniel (c. 7) y de la literatura apocalíptica intertestamentaría en general.
El mesianismo real presenta al futuro mesías con rasgos tomados de la figura del rey. Los principales textos se encuentran en Isaías (7, 14-25; 9, 1-6; 11, 1-9), en Miqueas (5, 1-5) y en los salmos .2 y 110.
Se fue después a Belén, para el nacimiento del niño, y tuvo que huir a Egipto, de donde volvió para ir de nuevo a Nazaret. Cuando Jesús tiene doce años, vemos a José y a María en Jerusalén, donde encontraron a su hijo entre los doctores del templo. Á continuación, el evangelio calla. Es posible que muriera antes del comienzo de la vida pública de Jesús.
Comentario de la Primera lectura: 2 Samuel 7,4-5a.12-14a.16.
Esta primera lectura nos habla, con acentos históricos y teológicos, de la descendencia de David, que reinará para siempre. Seguramente, la profecía de Natán alude a Salomón, hijo de David y constructor del templo. Sin embargo, las palabras “consolidará su reino” (v. 12) indican una larga descendencia sobre el trono de Judá. Esta descendencia tuvo un final histórico, y entonces el oráculo recibió fuerza profética con una velada alusión referente al Mesías, descendiente de David. El reinará para siempre en su reino, un reino que no será de este mundo, sino espiritual, según el designio de Dios para la salvación de la humanidad. La tradición cristiana ha releído siempre este fragmento como profético y mesiánico, aplicándolo a Jesús, Mesías descendiente de David, y, de modo indirecto, también a José, último eslabón de la genealogía davídica y transmisor de la herencia histórica de la promesa divina hecha a Israel.
Comentario del Salmo 88
El salterio nos ofrece hoy un salmo en el que la angustia de su autor alcanza la más despiadada de las aflicciones: «Mi alma está llena de desgracias, y mi vida está al borde de la tumba. Me ven como a los que bajan a la fosa, me he quedado como un hombre in fuerzas, tengo mi cama entre los muertos, como las víctimas que yacen en el sepulcro, de las que ya no te acuerdas, porque fueron arrancadas de tu mano».
Al salmista le fluye el dolor de lo más profundo de sus entrañas. Parece que no hay nada ni nadie, ni siquiera Dios, que abra una puerta de esperanza a su hundimiento. Nos recuerda la figura de Job, un hombre sobre quien se abate el mal en toda su crudeza a pesar de que, según él, ha caminado siempre en la inocencia y rectitud. Escuchémosle: «Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. Diré a Dios: “¡no me condenes, hazme saber por qué me enjuicias... aunque sabes muy bien que no soy culpable!” (Job 10,1-6).
Hay un aspecto que nos sobrecoge: Ni Job ni el salmista tienen respuesta de parte ele Dios que pueda iluminarles acerca del mal que ceba en ellos. Su situación no puede ser más aplastante. Su tragedia consiste en que el mal ha sobrevenido sobre ellos como si fuera un buitre voraz que les arranca y descuartiza el alma.
Oímos al salmista invocar a Dios casi como advirtiéndole de que, en el lugar de la muerte y tinieblas, donde cree que está a punto de yacer, no podrá alabarle ni cantar su misericordia y su lealtad: «Yo te invoco todo el día, extiendo mis manos hacia ti: ¿Harás maravillas por los muertos? ¿Se levantarán la» sombras para alabarte? ¿Hablarán de tu amor en la sepultura, y de tu fidelidad en el reino de la muerte?».
Más expresiva, si cabe, es la lamentación de Job. Su esperanza en Dios ha sido barrida de su alma hasta el punto de pensar que ya no es él su Padre, sino la misma muerte: «Mi casa es el abismo, en las tinieblas extendí mi lecho. Y grito a la fosa: ¡Tú, mi padre! Y a los gusanos: ¡mi madre y mis hermanos! ¿Dónde está, pues, mi esperanza..,? ¿Van a bajar conmigo hasta el abismo? ¿Nos hundiremos juntos en el polvo?» (Job 17,13-16).
Todo, absolutamente todo se ha cerrado para nuestros dos personajes. Nos ponemos en su piel y les podemos oír musitar en su interior: ¡Quién sabe si Dios no es más que una quimera, un simple deseo del hombre que le impulsa a proyectar un Ser supremo capaz de hacerle sobrevivir a la muerte!
Sabemos cómo Dios acompañó a Job en su terrible prueba, cómo le fue enseñando en su corazón a fin de limpiar la imagen deformada que tenía de Él. Es así como pudo plasmar en su espíritu su verdadero rostro, muy lejos, o mejor dicho, totalmente otro, del que había formado con su limitada mente. De un modo u otro, todos partimos de una imagen deformada de Dios que, tarde o temprano, se convierte en un simple espejismo. Por eso nos es muy importante ver la evolución de Job.
Efectivamente, al final del libro que lleva su nombre, vemos cómo distingue entre el Dios en el que creía antes y el que conoce una vez pasado por el crisol de la prueba. Oigamos su confesión: « Si, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas, que me superan y que ignoro... Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (Job 42,3-5).
En cuanto a nuestro salmista, no hay en él un final feliz como en Job. Sin embargo, sabemos que este hombre orante, como los de todos los salmos, es imagen de Jesucristo. Si todo queda cerrado y opaco para el hombre orante, no es así para el Hijo de Dios. Es cierto que en su muerte se dieron cita todas las tinieblas de la tierra: «Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona» -—es decir desde las doce hasta las tres de la tarde, hora de su muerte— (Lc 23,44).
Si es cierto que sobre el crucificado se cernieron todas las tinieblas de las que hemos oído hablar al salmista, más cierto aún es que, en su muerte, su Padre abrió los cielos para recogerle resucitándole. El Señor Jesús vivió las mismas angustias del salmista, pero su fe de que volvía al Padre, como así lo proclamó a lo largo de su vida, actuó como una espada que, al mismo tiempo que abría los cielos, golpeó mortalmente a las tinieblas.
Que el Hijo de Dios penetró los cielos dejándolos abiertos para siempre y para nosotros, nos lo cuenta san Marcos presentando unos testigos de primera mano, los mismos apóstoles: «Estando a la mesa con los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación... Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,14-19).
Comentario de la Segunda lectura: Romanos 4,13.16-18.22.
En su intento de desarrollar la lección que deriva del acontecimiento de Abrahán, el apóstol establece un fuerte contraste entre la ley y la justicia que viene de la fe. En primer lugar, Pablo pone de relieve el hecho de que la promesa de Dios a Abrahán no depende de la ley, y por eso establece, de modo inequívoco, que la promesa de Dios es absoluta, preveniente e incondicionada. En segundo lugar, el apóstol ratifica que la fe es la única vía que lleva a la justicia, esto es, a la acogida del don de la salvación. En este aspecto, la lectura se aplica espléndidamente a José, hombre justo. Los verdaderos descendientes de Abrahán son no tanto lo que viven según las exigencias y las pretensiones de la ley, sino más bien los que acogen el don de la fe y viven de él con ánimo agradecido. Desde esta perspectiva, Pablo define como «herederos» de Abrahán a los que han aprendido de él la lección de la fe y no sólo la obediencia a la ley. Se trata de una herencia extremadamente preciosa y delicada, porque reclama y unifica diferentes actitudes de vida, todas ellas reducibles a la escucha de Dios, que habla y manda, que invita y promete.
La fe de Abrahán, precisamente porque está íntimamente ligada a la promesa divina, puede ser llamada también «esperanza»: «Contra toda esperanza creyó Abrahán» (v. 18). De este modo, Abrahán entra por completo en la perspectiva de Dios, «que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen» (v. 17b). Y así, mediante la fe, todo creyente puede convertirse en destinatario y no sólo en espectador de acontecimientos tan extraordinarios que sólo pueden ser atribuidos a Dios. Este fue el caso de José.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 1,16.18-21.24.
En el evangelio de Lucas se encuentra el anuncio del ángel a María; en el de Mateo, en cambio, encontramos el anuncio a José. En este anuncio, el ángel manifiesta a José su misión de padre «davídico» del hijo que, concebido por María, «por acción del Espíritu Santo », será el Mesías de Israel, el Salvador (significado del nombre hebreo «Jesús»).
Es probable que José conociera ya el misterio de la concepción, porque la misma María se lo podía haber revelado. Su dificultad o crisis interior no era tanto la aceptación del misterio como aceptar la paternidad y la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que debía ser el Maestro de Israel. Su humildad (su justicia), iluminada por las palabras del ángel, le hace aceptar después, plenamente, el designio de Dios.
En la parte del fragmento evangélico omitida por la liturgia (vv. 22-23.24b-25) se alude al cumplimiento de la Escritura en la célebre profecía de Isaías sobre la Madre del Mesías, al significado del nombre «Emmanuel» («Dios-con-nosotros») y al nacimiento de Jesús, al que José impuso, efectivamente, este nombre, recibido del ángel. Estos versículos enriquecen desde el punto de vista teológico el fragmento y proporcionan al conjunto una hermosa unidad.
Los fragmentos de la Escritura nos ofrecen un marco histórico y profético, es decir, nos hablan de una historia verdadera, en la que, sin embargo, está la acción de Dios según un designio que recorre todo el mensaje bíblico.
En el fondo de la primera lectura y en el centro del evangelio aparece la figura de José, llamado “hombre justo” (Mt 1,19). Esta justicia debe verse, como sugiere la segunda lectura, en la acogida con ánimo agradecido y conmovido del don de la fe, en la rectitud interior y en el respeto a Dios y a los hombres, a la Ley y a los acontecimientos.
A José le resulta difícil aceptar esa paternidad que no es suya y, después, la enorme responsabilidad que supone ser el maestro y el guía de quien habría de ser un día el Pastor de Israel. Respeto, obediencia y humildad figuran en la base de la «justicia» de José, y esta actitud interior suya —junto a su misión, única y maravillosa— le han situado en la cima de la santidad cristiana, junto a María, su esposa.
José brilla sobre todo por estas actitudes radicalmente bíblicas, propias de los grandes hombres elegidos por Dios para misiones importantes, que siempre se consideraban indignos e incapaces de las tareas que Dios les había confiado (baste con pensar en Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías...). Dios sale, después, al encuentro de estos amigos suyos otorgándoles fortaleza y fidelidad.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 1,16-18.21-24ª, para nuestros Mayores. José, modelo de fe.
La liturgia nos propone en esta solemnidad tres textos que no hablan directamente de san José, pero que sí tienen relación con él.
El primero es el oráculo del profeta Natán a David. Se trata de un oráculo mesiánico que promete un hijo a David. El segundo texto, tomado de la Carta a los romanos, habla de la fe de Abrahán, una fe que le permitió ser padre. El evangelio narra el drama que vivió José al enterarse de que María, su prometida, se encontraba encinta.
El oráculo del profeta Natán a David es la fuente de todo el mesianismo. Este consiste precisamente en la espera de un hijo de David, un hijo que le debe suceder y reinar para siempre.
En el libro de las Crónicas se recoge ya este oráculo de Natán de una manera más claramente mesiánica, porque ha dejado de hablarse, como ocurre en el segundo libro de Samuel, de posibles culpas del hijo de David.
David quiere construir un templo magnífico al Señor. Él vive en un palacio real, mientras que el arca del Señor se encuentra bajo una tienda.
La primera reacción del profeta Natán es aprobar este proyecto del rey. Sin embargo, el Señor le hace comprender al profeta esa misma noche que debe corregir su respuesta y decir a David que no será él quien construya una casa a Dios, sino que será Dios quien le construya una casa a él, a David, es decir, le dará una descendencia salida de sus entrañas, que reinará después de él.
El oráculo habla, por tanto, de un hijo; y fue siendo interpretado poco a poco como el anuncio de un hijo de David que tendrá un destino particular: será sucesor de David para siempre.
Isaías también hizo predicciones a propósito de este hijo de David, que deberá ser el Mesías de Israel.
José pertenece a la casa de David, y a través de él entró Jesús en esta dinastía. Ahora bien esto no aconteció de una manera ordinaria, dado que Jesús no era hijo natural de José. De hecho, María estaba ya encinta antes de que ella y José estuvieran viviendo juntos. En consecuencia, Jesús es hijo de David desde el punto de vista legal, porque Dios lo confió a José.
Éste es el drama de José, que nos refiere el evangelista Mateo. José sentía, a buen seguro un amor muy fuerte por María, tanto más porque ella era una muchacha impecable, vivía en el santo temor de Dios, era fiel a todos sus deberes y tenía un corazón repleto de virtud. En consecuencia, el amor que sentía José por María era, qué duda cabe, un amor ardiente en grado sumo.
Ahora bien, antes de que vivieran juntos, María estaba encinta. Este hecho puso a José en una situación angustiosa. ¿Qué podía hacer?
José era un hombre justo, un hombre que buscaba la voluntad de Dios. Le parecía que no tenía derecho a tomar consigo a María, su esposa. Por consiguientes busca una solución: no quiere repudiar a María de una manera pública; por eso decide despedirla en secreto. Se trata de una decisión dolorosa, de una decisión que constituye, sin más, un suplicio para el corazón de José.
Mientras iba dando vueltas a estas cosas, se le aparece un ángel del Señor y le dice: «José hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuyas pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo».
«No tengas reparo en acoger a María como esposa tuya»: estas palabras suponen una gran liberación para José. El ángel le dice que la voluntad de Dios va en contra de la decisión que él, José, había tomado. José debe acoger a María, su esposa, y asumir la responsabilidad paterna respecto al hijo de María.
El ángel le dice: «Le llamarás Jesús». José asumirá con este acto la responsabilidad paterna respecto a Jesús.
Podríamos comparar este drama de José con el sacrificio de Abrahán. Este último, que era perfectamente dócil a Dios, había considerado una obligación sacrificar a su propio hijo, portador de las promesas divinas.
Por eso estaba dispuesto a sacrificar a su hijo. Sin embargo, el ángel del Señor le detuvo, diciéndole que Dios no quería ese sacrificio. Abrahán recuperó así a su hijo, e inmoló un carnero que se encontraba allí por casualidad como sacrificio en lugar de su hijo.
Esto fue una prueba durísima para Abrahán, y algo semejante le pasó también a José: pierde a la persona que más quería, y después la recupera por intervención divina.
Comprendemos así que esta prueba supuso para José una profunda purificación de su afectividad.
Él estaba dispuesto, no cabe duda, a tomar a María como esposa, es decir, a tener con ella relaciones conyugales. Sin embargo, tras esta intervención de Dios, su corazón quedó profundamente purificado, y fue capaz de vivir con María de una manera perfectamente casta, respetando en ella a la madre del Hijo de Dios.
Las pruebas tienen siempre una gran utilidad en la vida. Debemos recibirlas con fe y con esperanza, intentar comprender, a través de ellas, lo que el Señor quiere purificar o reforzar en nuestra vida.
La prueba reforzó el amor que sentía José por María y, al mismo tiempo, purificó este amor de la tendencia natural a tener relaciones conyugales.
Puesto que José vivió este drama con tanta docilidad a Dios y se convirtió así en padre putativo de Jesús, la liturgia nos propone como segunda lectura un fragmento de la Carta a los Romanos en el que se habla de la fe de Abrahán.
Abrahán no fue padre sólo de Isaac, sino de una enorme descendencia, porque creyó en la palabra de Dios.
Abrahán no tenía hijos. Dios le había prometido una descendencia muy numerosa, como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Abrahán creyó en Dios y, gracias a esta fe, llegó a ser padre: padre no sólo de una descendencia física, sino, sobre todo, de su descendencia espiritual, de la que nosotros también formamos parte. Dice el texto: «Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza». Abrahán tuvo fe, sobre todo, en el episodio dramático del sacrificio de Isaac.
Por eso Abrahán ilumina la historia de José, haciéndonos comprender un poco más la honda santidad del esposo de María.
José es un modelo de fe, de docilidad a Dios, un modelo de amor paterno, un modelo de amor conyugal, un modelo de vida entregada plenamente a la gloria de Dios en la sombra, sin buscar ser visto, admirado, estimado, sino simplemente siendo justo, es decir, siendo dócil a Dios en todo, a fin de llevar a cabo con Dios la obra divina y cooperar así a la salvación del mundo.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 1,16.18-21.24ª, de Joven para Joven. Las dudas de José el justo.
San José: vocación de servicio. En el largo proceso de la salvación de Dios, que incluye la encarnación de su Palabra personal en la raza humana, las lecturas bíblicas de hoy destacan estos tres nombres, que son tres eslabones de la cadena: Abrahán, padre del pueblo de la antigua alianza y modelo perenne de creyentes David, origen de una dinastía heredera de la promesa mesiánica, que culmina en Cristo. José, de la casa de David y esposo de María que es la madre virginal de Jesús.
San José conecta linealmente con la dinastía mesiánica no sólo por razón del árbol genealógico sino, y sobre todo, por el dinamismo de la obediencia de su fe. Esta le impulsa a aceptar una misión oscura, aunque fundamental en los planes de Dios sobre la salvación humana: ser el padre legal de Jesús, llamado mesías e hijo de David. En los primeros pasos de su matrimonio con María, José es sometido a prueba por Dios, y él da una respuesta incondicional de fe, aceptando el designio divino sobre su propia persona, tal como se lo revela el ángel del Señor.
Es de lamentar lo poco que los evangelios nos dicen de San José; no obstante, es lo suficiente para definirlo como un hombre Signo y misión. Su talla humana se agiganta desde la fe que lo animó. En el lenguaje bíblico decir de una persona que es “justo y bueno” es decirlo todo: justicia y santidad según Dios. Absoluta honradez y rectitud, que en José de Nazaret se concretan en una serie de cualidades modélicas para el creyente de todo tiempo: Respeto ante el misterio de Dios, operado en María; fidelidad a toda prueba de un hombre que se fía de Dios; integridad y honradez silenciosas; vacío de sí mismo y laboriosidad sin protagonismos; y sobre todo, disponibilidad absoluta, fruto de la obediencia de su fe, para la vocación de servicio y la misión que el Señor le confía: ser el padre legal de Jesús, como esposo que era de María.
Todo esto crea el atractivo peculiar de la figura de san José, a pesar de no ser él esa clase de personas que no pueden faltar en una enciclopedia o anuario mundial, en un almanaque o índice onomástico “quién-es-quién”, o en las nominaciones para un óscar de protagonista o famoso. Sin embargo, su figura silenciosa está arraigada muy profundamente en el pueblo cristiano, muchos de cuyos miembros llevan su propio nombre.
Los múltiples patronazgos de san José demuestran su relevancia eclesial, pues brotan de su condición de hombre signo y expresan su vocación de servicio a la misión confiada. Así, es tenido por patrono tanto de la Iglesia universal y de los seminarios donde se preparan las vocaciones al sacerdocio para el servicio del pueblo de Dios, como del amplio mundo del trabajo.
Patrono de la Iglesia. Así fue declarado por el papa Juan XXIII, recogiendo el sentir de la tradición eclesial. Ser patrono significa no sólo ser custodio y protector, sino también modelo y guía en el seguimiento de Cristo. Del mensaje de las lecturas bíblicas de hoy se desprende que si el patriarca Abrahán es padre y modelo de fe para todos los creyentes en Dios, como dice san Pablo, igualmente lo es san José para todo cristiano, para todo el que cree en Cristo y lo sigue.
Entre las múltiples razones por las que se le atribuyen a san José el patrocinio y ejemplaridad eclesial podemos apuntar éstas como más fundamentales: 1ª. Por ser cabeza de la Sagrada Familia, que fue la primera Iglesia doméstica. 2ª. Su condición de esposo de María, la madre del Señor, y de padre legal de Jesús le confiere una paternidad espiritual que se prolonga sobre la Iglesia que Cristo fundó. 3ª. La vocación de José de Nazaret se resume en su servicio al plan salvador de Dios, realizado en la persona y misión de Jesús; pues bien, esta misión de Cristo fue transmitida por él a la Iglesia. Así tiene ésta en san José un perfecto modelo de servicio a la misión.
Seminarios y vocaciones sacerdotales. En la perspectiva de la misión eclesial destacamos hoy la vocación y ministerio de los sacerdotes al servicio del pueblo fiel. Ellos son los dispensadores de los misterios de Dios a sus hermanos los hombres mediante la palabra, la solicitud pastoral y los sacramentos, entre los que tienen relieve especial la eucaristía y la reconciliación. Sacados de entre los hombres y del seno de la comunidad cristiana, Cristo configura a los sacerdotes a su propia persona y funciones mediante el sacramento del orden y el carisma del sacerdocio ministerial. Así participan y prolongan el sacerdocio de Cristo, quien se formó y creció en el seno de una familia de Nazaret como el primer seminario de la Iglesia.
Por eso la festividad de san José tiene una referencia a los seminarios y centros de formación de futuros sacerdotes y misioneros, pues éstos encuentran en san José un protector y un modelo de entrega a la obra de Cristo, que es el reino de Dios. La paternidad espiritual de san José y su castidad son ejemplo y estímulo para los sacerdotes que optan generosamente por una paternidad espiritual de los fieles, como vocación de amor a los hombres sus hermanos y como expresión de un seguimiento radicalmente evangélico de Cristo.
El mundo del trabajo. Finalmente la figura de san José, trabajando día a día al lado de María y de Jesús mismo, para el sustento de su familia, incide en la realidad cotidiana y universal de la actividad laboral en todas sus formas. El trabajo, tanto en su valor de realización personal como en su proyección social de servicio a la comunidad humana, tiene un signo válido y perenne en la figura señera de san José, un hombre del mundo del trabajo. Su ejemplo ilumina la espiritualidad cristiana del trabajo al servicio del reino de Dios en la sociedad.
Elevación Espiritual para este día.
El sacrificio total que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta.
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión.
Reflexión Espiritual para el día.
Al sur de Nazaret se encuentra una caverna llamada Cafisa. Es un lugar escarpado; para llegar a él, casi hay que trepar. Una mañana, antes de la salida del sol, fui allí. No me di cuenta del paisaje, muy bello, ni de las fieras, ni del canto de mil pájaros... Estaba yo fuertemente abatido; sin embargo, experimentaba en el fondo del corazón que habría de saber algo de parte del Señor.
Entré en la gruta; había un gran vano formado por rocas negras con diferentes ángulos y corredores. Había muchas palomas y murciélagos, pero no hice ningún caso. Solo en aquel recinto severo no exento de majestad, me senté sobre una esterilla que llevaba conmigo. Puse, como Elías, mi cara entre las rodillas y oré intensamente. Tal vez por la fatiga o la tristeza, en cierto momento me adormecí. No sé cuánto tiempo estuve en oración y cuánto tiempo adormecido. Pero allí, en aquella gruta que nunca podré olvidar, durante aquellos momentos de silencio, me pareció ver un ángel del Señor, maravilloso, envuelto en luz y sonriente.
«José, hijo de David —me dijo—, no tengas miedo de acoger a María, tu esposa, y quedarte con ella. Lo que ha sucedido en ella es realmente obra del Espíritu Santo: tú lo sabes. Y debes imponer al niño el nombre de Jesús. Tu tarea, José, es ser el padre legal ante los hombres, el padre davídico que da testimonio de su estirpe... Y has de saber, José, que también tú has encontrado gracia a los ojos del Señor... Dios está contigo». El ángel desapareció. La gruta siguió como siempre, pero todo me parecía diferente, más luminoso, más bello.
«Gracias, Dios mío. Gracias infinitas por esta liberación. Gracias por tu bondad con tu siervo. Has vuelto a darme la paz, la alegría, la vida. Así pues, Jesús, María y yo estaremos siempre unidos, fundidos en un solo y gran amor..., en un solo corazón». La tempestad había desaparecido, había vuelto el sol, la paz, la esperanza... Todo había cambiado.
El rostro de los personajes y pasajes de La Sagrada Biblia: 7, 4-17 (7 4-5a. 12-14a. 16). 2Samuel.Yo seré para él padre y él será para mí hijo.
La profecía de Natán está construida sobre la doble significación que tiene la palabra «casa». En boca de David tiene un sentido material, o sea, se refiere a la casa de Dios. Una vez que ha establecido la capitalidad de la monarquía en Jerusalén y ha construido su propia casa, es decir, el palacio real, David manifiesta el deseo de construir la casa de Dios, a saber, el templo.
A través de las palabras de Natán parece dejarse traslucir una corriente poco favorable al templo de Jerusalén, por lo menos, según era interpretado en algunos ambientes del pueblo: Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro? En ciertos ambientes proféticos la construcción del templo de Jerusalén y su vida cultual, bastante calcados sobre los módulos de los templos y cultos cananeos, debieron ser interpretados con mucha prevención. Amós, por ejemplo, dice: « ¿Es que durante los cuarenta años del desierto me ofrecisteis sacrificios y oblaciones?» (5, 25). De manera similar se expresa Jeremías: «Que cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio» (7, 22). Esta indiferencia hacia el templo, un templo excesivamente ritual izado, vuelve a aparecer en la adición de 1Re 8, 27, en Is 66, 1-2 y culmina en las palabras de Cristo a la samaritana (Jn 4, 21-24) y en el discurso de Esteban (He 7, 48).
En boca de Dios la palabra «casa» tiene un sentido metafórico: significa “dinastía»: Te haré grande y te daré una dinastía. Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus padres” estableceré después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas, y consolidaré su reino… Yo seré para él padre y él, será para mí hijo. Directamente estas palabras se refieren a Salomón, el hijo de David. Pero ya desde un principio, y más todavía con el pasar del tiempo, el alcance de la profecía de Natán desborda al inmediato sucesor de David y Orienta al lector hacia un descendiente de la dinastía davídica, en el que se cumplan todas las esperanzas que se habían formado en torno al rey ideal. Dicho con otras palabras, la profecía de Natán constituye el punto de arranque del llamado mesianismo real o monárquico, contradistinto del mesianismo profético del Segundo Isaías (Poemas del Siervo de Yavé) y del mesianismo apocalíptico de Daniel (c. 7) y de la literatura apocalíptica intertestamentaría en general.
El mesianismo real presenta al futuro mesías con rasgos tomados de la figura del rey. Los principales textos se encuentran en Isaías (7, 14-25; 9, 1-6; 11, 1-9), en Miqueas (5, 1-5) y en los salmos .2 y 110.
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