20 de marzo de 2010. SÁBADO DE LA IV SEMANA DE CUARESMA, Feria, 4ª semana del Salterio. (Ciclo C). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Martín de Braga ob, Juan Nepomuceno pb mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Jr 11,18-20: Yo, como cordero manso, llevado al matadero
Salmo 7: Señor, Dios mío, a ti me acojo.
Jn 7,40-53: Éste es el Mesías
Viendo pues, Jesús la fe con que la gente celebraba los ritos de la fiesta de las chozas, lanza la expresión “si alguno tiene sed que venga a mí y el que cree en mí, que beba... de su interior saltarán ríos de agua viva” (7,38). Y dice el evangelista que con ello quería decir que quien creyera en él recibiría el espíritu. Y en efecto, algunos creen en él pues lo han escuchado y visto sus obras. Para muchos, Jesús es un profeta por su modo de hablar y de actuar; y dicha percepción se basa en la mentalidad ya corriente para su tiempo según la cual, el Mesías venidero tendría características de profeta escatológico en cuanto explicaría abiertamente “toda” la Escritura.
Pero si para la mayoría del pueblo que escucha a Jesús, él es un profeta con investidura mesiánica, no lo es así para los líderes religiosos que inmediatamente reaccionan. Para ellos está claro que de Galilea no puede venir nada bueno, el Mesías debe provenir de Judá. No es fácil para los opositores de Jesús aceptar que en él se esté cumpliendo el tiempo de Dios, que las promesas de un enviado se estén realizando en él.
PRIMERA LECTURA
Jeremías 11,18-20
Yo, como cordero manso, llevado al matadero
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían. Yo, como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más." Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón; veré mi venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 7
R/.Señor, Dios mío, a ti me acojo.
Señor, Dios mío, a ti me acojo, / líbrame de mis perseguidores y sálvame, / que no me atrapen como leones / y me desgarren sin remedio. R.
Júzgame, Señor, según mi justicia, / según la inocencia que hay en mí. / Cese la maldad de los culpables, / y apoya tú al inocente, / tú que sondeas el corazón y las entrañas, / tú, el Dios justo. R.
Mi escudo es Dios, / que salva a los rectos de corazón. / Dios es un juez justo, / Dios amenaza cada día. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 7,40-53
¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?
En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: "Éste es de verdad el profeta." Otros decían: "Éste es el Mesías." Pero otros decían: "¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?" Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: "¿Por qué no lo habéis traído?" Los guardias respondieron: "Jamás ha hablado nadie como ese hombre." Los fariseos les replicaron: "¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos." Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: "¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?" Ellos le replicaron: "¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas." Y se volvieron cada uno a su casa.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Jr 11,18-20: Yo, como cordero manso, llevado al matadero
Salmo 7: Señor, Dios mío, a ti me acojo.
Jn 7,40-53: Éste es el Mesías
Viendo pues, Jesús la fe con que la gente celebraba los ritos de la fiesta de las chozas, lanza la expresión “si alguno tiene sed que venga a mí y el que cree en mí, que beba... de su interior saltarán ríos de agua viva” (7,38). Y dice el evangelista que con ello quería decir que quien creyera en él recibiría el espíritu. Y en efecto, algunos creen en él pues lo han escuchado y visto sus obras. Para muchos, Jesús es un profeta por su modo de hablar y de actuar; y dicha percepción se basa en la mentalidad ya corriente para su tiempo según la cual, el Mesías venidero tendría características de profeta escatológico en cuanto explicaría abiertamente “toda” la Escritura.
Pero si para la mayoría del pueblo que escucha a Jesús, él es un profeta con investidura mesiánica, no lo es así para los líderes religiosos que inmediatamente reaccionan. Para ellos está claro que de Galilea no puede venir nada bueno, el Mesías debe provenir de Judá. No es fácil para los opositores de Jesús aceptar que en él se esté cumpliendo el tiempo de Dios, que las promesas de un enviado se estén realizando en él.
PRIMERA LECTURA
Jeremías 11,18-20
Yo, como cordero manso, llevado al matadero
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían. Yo, como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más." Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón; veré mi venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 7
R/.Señor, Dios mío, a ti me acojo.
Señor, Dios mío, a ti me acojo, / líbrame de mis perseguidores y sálvame, / que no me atrapen como leones / y me desgarren sin remedio. R.
Júzgame, Señor, según mi justicia, / según la inocencia que hay en mí. / Cese la maldad de los culpables, / y apoya tú al inocente, / tú que sondeas el corazón y las entrañas, / tú, el Dios justo. R.
Mi escudo es Dios, / que salva a los rectos de corazón. / Dios es un juez justo, / Dios amenaza cada día. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 7,40-53
¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?
En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: "Éste es de verdad el profeta." Otros decían: "Éste es el Mesías." Pero otros decían: "¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?" Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: "¿Por qué no lo habéis traído?" Los guardias respondieron: "Jamás ha hablado nadie como ese hombre." Los fariseos les replicaron: "¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos." Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: "¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?" Ellos le replicaron: "¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas." Y se volvieron cada uno a su casa.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Jeremías 11,18-20.
El presente texto constituye la primera de las llamadas “confesiones de Jeremías”. Son ráfagas de luz que nos permiten adentramos en el mundo interior del profeta a través de las repercusiones personales de su misión: son un testimonio precioso, único en la Biblia. Por voluntad del Señor, Jeremías descubre la conjura que sus paisanos de Anatot han urdido contra él para quitarle de en medio (v. 19). Es difícil precisar las causas históricas, pero esto no impide captar el mensaje fundamental. En la historia de la salvación, las vicisitudes de la vida del profeta son de capital importancia, por el modo con que tuvo que vivirlas.
Jeremías, víctima inocente, pensando en el peligro que acaba de pasar; se compara con un cordero manso llevado al matadero. Esta imagen, presente también en el cuarto canto del Siervo sufriente de Yavé (Is 53,7), se utilizará ampliamente para describir al Mesías Sufriente que expía en silencio el pecado del mundo (Jn 1,29; 1 Pe 1,19; Ap 5,6ss). Atormentado en el corazón y la mente, el profeta sufre, y se atreve —él, tan humilde— a elevar una oración de venganza: es la ley del talión. Jeremías vive su pasión como hombre del Antiguo Testamento; será Jesús, realidad de lo que el profeta figuraba, quien morirá inocente, poniéndose en las manos del Padre él mismo y poniendo también a sus adversarios, que le crucificaron, para que les perdone.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 7,40-53
“Y surgió entre la gente una discordia por su causa” (v. 43); escena tomada al vivo. El evangelista nos muestra cómo la gente discute sobre un hombre de los que todos hablan, preguntándose si no será el Mesías. Su palabra de autoridad, que fascina incluso a los guardias enviados para arrestarlo (v. 46), no podría dejar lugar a dudas. Pero, sin embargo, se esgrimían dos fuertes argumentos en contra. En primer lugar, Jesús viene de Galilea, y la Escritura dice que nacería en Belén. Pero, sobre todo, el hecho de que los jefes del pueblo y los fariseos no ha creído en él: ¿puede quizás la gente ordinaria tener otro parecer respecto a este hombre con pretensiones inauditas? Frente a la agitación general, los que ejercen el poder y la ciencia responden con sarcasmo y desprecio, síntomas inequívocos de una reacción desmesurada dictada por el miedo a perder prestigio. Sólo se distingue la valiente voz de Nicodemo —el que vino a ver a Jesús de noche (cf. Jn 3,1) —, que indica que la misma Ley no juzga a nadie antes de haberle escuchado. También se le tacha de ignorancia. Y bruscamente concluye Juan: “Cada uno se marchó a su casa” (v. 53), algunos llevando en el corazón el deseo de conocer más a Jesús; otros, con un rechazo más enconado. Pero la Palabra no calla: todavía no había llegado su hora.
La Palabra de Dios siempre es viva, pero, ciertamente, hoy nos presenta temas particularmente impactantes. La confesión dolorosa del profeta Jeremías nos dice hasta qué punto hay que estar dispuestos a padecer por ser fieles a Dios, sirviéndole con corazón recto. Pero no menos chocantes son las preguntas sobre la identidad del Mesías que aparecen en el Evangelio. Hoy también se nos pregunta, a veces angustiosamente, quién es Jesús. La gente se divide en el modo de pensar y buscar la verdad. Muchos “se marchan a su casa” encerrados en la duda o la indiferencia porque rechazan al único que es capaz de unificar el corazón y los hombres. ¿Y qué decir de las amenazas, persecuciones y condenas de inocentes? Un cuadro oscuro aparece ante nuestros ojos... Sin embargo, siempre existen figuras egregias que, como Nicodemo, desafían la opinión de los “poderosos” con su indómita pasión por la verdad.
Por cierto, no fue nada fácil para los contemporáneos de Cristo creer en él. Debe brotar en nosotros un inmenso agradecimiento hacia los que le reconocieron y siguieron, pues abrieron con su fe el camino de la salvación.
¿Dónde está hoy Jesucristo? ¿Dónde podremos reconocerlo y seguirle? Quizás sea ésta la única pregunta que nos interese, y nadie puede responder por nosotros. Leer estos textos, confrontándolos con la historia actual, significa adentrarse en la Palabra de Dios, vivir a Cristo.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 7, 40-53, para nuestros Mayores. Discusión en torno a Jesús.
El pasaje está cargado de una tremenda ironía. División de opiniones en la voz del pueblo; unidad de criterio en los dirigentes, ligeramente empañada por una voz un tanto discordante, aunque tímida, la de Nicodemo; debilidad exasperante de los agentes de la autoridad, que no ejecutan las órdenes recibidas, porque iban contra su conciencia; falso planteamiento de la cuestión. Veamos.
Verdaderamente éste es el profeta. Así opinaban algunos. Y con razón. Jesús acaba de asegurar la abundancia de agua para aquéllos que se llegasen a él y creyesen (ver el comentario a 7, 37-39). Había sido Moisés quien había hecho brotar para el pueblo, golpeando la roca, agua abundante en el desierto. Para los tiempos de la última intervención de Dios en la historia, se había anunciado la aparición de un profeta semejante a Moisés y que haría cosas semejantes a él (Deut 18, 15). Era lógico que, ante la afirmación de Jesús, la gente pensase que era el profeta.
Otros pensaban que la presentación de Jesús significaba su declaración de ser el Mesías. También era lógico su punto de vista. Porque el Mesías debía ser el iniciador de la nueva era. Una nueva era en que se cumpliría la profecía de Ezequiel (ver de nuevo el comentario a 7, 37-39), según la cual en el templo mismo de Jerusalén brotaría una fuente tan copiosa, que sus aguas se desbordarían hasta llegar al desierto convirtiéndolo en un oasis.
Otro grupo se oponía decididamente a estas deducciones. Partían de otras premisas. El Mesías no podía tener su origen en Galilea, de donde procedía Jesús. Estamos ante otro dato irónico. Rechazan a Jesús porque es de Galilea, no de Belén, de donde era David y de donde debía surgir el Mesías. Y resulta que Jesús no nació en Galilea, sino en Belén, la ciudad de David.
El origen humano de Jesús era conocido solamente por los lectores del evangelio. Pero ¿lo era para el público que Jesús tenía delante? Evidentemente que no. En todo caso, aunque lo hubiesen sabido, hubiesen rechazado igualmente a Jesús. Nos encontramos, una vez más, ante el reto que el ministerio de Jesús implica.
En la línea de este grupo popular se manifiestan también las autoridades dirigentes del pueblo. En este caso son mencionados los sacerdotes y fariseos. Los hombres de la ley. Todo raciocinio que no encaje en las categorías legales es condenable. El rechazo de Jesús, otra ironía de la escena, se justifica entre ellos desde el estudio de la Escritura. Desde el «dogma» rechazan a aquél que debe ser el punto de partida de toda reflexión dogmática: Jesús de Nazaret. No podía aducirse ni un solo pasaje de la Escritura según el cual Galilea fuese la cuna de algún personaje importante en la historia de la salvación.
Por otra parte, la reacción de los agentes de la autoridad, alguaciles los llama el texto, que se sienten incapaces de detener a un hombre que hablaba como nadie lo había hecho jamás. Desobediencia con visos de lección para sus superiores, Algo intolerable, ¿Desde cuándo el inferior tenía derecho a pensar? Mucho menos a disentir del superior que lo mandaba.
Aquella desobediencia estaba provocada por el desconocimiento de la Ley. No podía ser de otra manera y así lo entendieron los fariseos. Ellos habían implantado la tiranía de la Ley. Ellos estaban bien convencidos que sólo los miembros de su secta cumplían la ley con seriedad y objetividad. La demás gente eran unos malditos. Y, por supuesto, entre ellos estaban incluidos los alguaciles, que habían tenido la osadía de pensar por su cuenta. En este grupo surgió su único defensor, Nicodemo. Pero su defensa resulta tan pobre como la que nace de la ley, no de un convencimiento serio de la inocencia del acusado. Efectivamente, ateniéndose a la Ley, no se podía juzgar a un hombre sin oírlo. Pero el mismo Nicodemo juzga a Jesús con una medida humana. Por eso, ante la argumentación «legal» de sus compañeros, se calla. Es imposible tomar en serio a un hombre que proceda de Galilea.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 7,40-53, de Joven para Joven. Discusiones sobre el origen de Jesús. Los personajes.
Este relato evangélico es vibrante. El último día de la fiesta de los Campamentos, el más solemne, Jesús, de pie como está, grita: “Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba”. Como dice la Escritura: De su entraña manarán ríos de agua viva”. Sin duda, Jesús, al decir esto, hace referencia implícita al milagro del agua milagrosa de la roca, realizado por Moisés.
Decir esto y estallar el murmullo fue todo uno. Ciertas afirmaciones de Jesús ya habían escandalizado a algunos, pero esta exclamación provoca una protesta ante su proclamación implícita como nuevo Moisés, el Mesías. Simpatizantes y adversarios se enzarzan en discusiones. Jesús se convierte en signo de contradicción. Su presencia obliga a definirse, a tomar postura ante él. Y esto no sólo a sus contemporáneos, sino también a los hombres de todos los tiempos.
Es necesario fijarse en los personajes del relato porque es a través de ellos como Juan nos quiere comunicar el mensaje. Este fragmento es un resumen de la sección evangélica de la que forma parte. Jesús es el juicio del mundo, efectivo, activo: obliga a definirse con un “sí” o un “no” rotundo. Juan constata plásticamente esa división de opiniones. Los “síes” de varios grupos, sinceros, sencillos, que creen sin subterfugios revelan que para unos es el profeta; para otros, el Mesías (Jn 7,40-41). Por otro lado está el “no” violento, sofisticado, tortuoso, de otros grupos simbólicos. Juan presenta y define los distintos personajes, porque son actitudes y figuras que se repiten a lo largo de la historia del pueblo de Dios, para alertamos y no caer en la cerrazón de espíritu, sino para mantenernos siempre receptivos y dóciles.
Buscan razones para justificar su rechazo a Jesús. Le rechazan porque creen saber su origen, y resulta que ignoran su lugar de nacimiento humano (cf. Jn 7,26-28). El argumento es: Ni el Mesías, ni siquiera un profeta puede salir de Galilea. Ahora bien, éste es galileo; luego no lo es, sino que es un impostor. Con fina ironía Juan deja entrever que ni siquiera conocen su origen humano, porque no nació en Galilea, sino en Judea, en Belén. Si no conocen su origen humano, ¿cómo van a conocer el divino?
Cuando un verdadero profeta estorba, entonces se inventan razones especiosas para eliminarlo. Justo son los “sabios”, los conocedores de las Escrituras, los que, en definitiva, menos entienden porque las leen con prejuicios, en clave de interés propio. “¿Acaso hay algún que crea en él?”, le echan en cara a Nicodemo. Eso es lo triste. En ellos se cumple lo que tantas veces repite la palabra de Dios: “A los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53); “has escondido estas cosas a los sabios y entendidos” (Mt 11,25).
Sólo la fe humilde nos ayuda a conocer la personalidad de Cristo y comprender su mensaje. Reemplazar desde un intelectualismo frío la teología por la apologética, la moral por la casuística, la misión por la propaganda, hacer de la Iglesia un pueblo de puros oscurece tanto la personalidad de Jesucristo como las argucias de sus contemporáneos. Los guías religiosos judíos presumen de sabiduría, desprecian a los ignorates (Jn 7,49). Una vez más se cumple aquello de que “la ciencia envanece; lo único provechoso es el amor”. La ciencia sin amor se convierte en un obstáculo para la vivencia de la fe. Sabios y entendidos de la ley eran los inquisidores, maestros renombrados en teología y, sin embargo, actuaron descaradamente contra el Evangelio.
Los guardias del templo son un ejemplo de apertura y sinceridad. Por los rumores y juicios de las autoridades religiosas tenían, sin duda, un concepto muy negativo de Jesús. Cuando obedecen y le van a prender, lo encuentran hablando a la gente. No intervienen enseguida; le escuchan y quedan fascinados por su deje de bondad, hasta el punto de desobedecer la orden de captura. Con su desobediencia dan la cara por él. Incluso lo defienden cuando son interpelados por los jefes.
Del lado de Jesús está la gente sencilla del pueblo que le escucha sin prejuicios. Son ellos, justamente, los despreciados por los jefes religiosos como gente maldita, que no entienden ni cumplen la Ley”, a los que se les “han revelado los misterios del Reino” (Mt 11,25), “los hambrientos saciados” (Lc 1,53). “Unos testimonian que es un profeta. Otros afirman que es el Mesías”, pero todos lo acogen.
Entre los que dan la cara por Jesús está Nicodemo, miembro del sanedrín. Fue también un fariseo con ideas equivocadas sobre el Mesías, pero se deja impactar por la grandeza moral del rabí de Nazaret. No se encierra en “su” verdad. Busca. Se entrevista con Jesús, aunque sea en la oscuridad de la noche; acepta sus explicaciones. Los poderes religiosos han enviado guardias para prenderlo, pero él se opone. Da la cara. Argumenta rigurosamente desde la ley: “No se puede condenar a nadie sin escucharlo antes”. Sus cofrades se mofan de él, pero no le importa. Arriesga mucho yendo a contrapelo de todos. Dará testimonio de amistad hacia el Maestro en la tarde trágica de su muerte; se solidariza con el Ajusticiado, carga con su baldón social de “delincuente”, responsabilizándose de su cadáver. “¿Cómo puedo nacer de nuevo, pasar de cobarde a valiente?” (Jn 3,4), pregunta a Jesús. Éste le responde: “El Espíritu sopla donde quiere” (Jn 3,8). Es Él el que hace milagros. Los hizo en él y en incontables “cobardes” a lo largo de los siglos.
Juan, a través de estos personajes, nos interpela: ¿De parte de quien nos ponemos? ¿Damos la razón al fuerte por sistema? ¿Nos plegamos a la opinión común para evitarnos conflictos? ¿Somos capaces de dar la cara como Nicodemo o traicionamos al hermano y a la conciencia como Pedro? “Al que dé la cara por mí (en la persona del hermano), yo le confesaré ante mi Padre” (Mt 10,32). Dichosos los que padecen persecución por su fidelidad (Mt 5,10).
Elevación Espiritual para este día.
Alma cristiana, piensa en tu redención y liberación. Saborea la bondad de tu Redentor; incéndiate en el amor de tu Salvador. ¿Dónde está la fuerza de Cristo? “Sus manos destellan su poder; allí está oculta su fuerza” (cf. Hab 3,4). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto en tal abyección? Hay ciertamente algo desconocido, “culto”, en esta debilidad, en esta humillación, en esta abyección. ¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz suspende la muerte eterna a todo el género humano; un hombre clavado al madero desenclava al mundo, condenado a muerte perenne.
Fue él quien comprendió lo que agradaba al Padre y podía favorecer a los hombres, y libremente lo hizo. Así el Hijo manifestó al Padre una obediencia libre, cuando quiso realizar espontáneamente lo que sabía que agradaría a su Padre. Con este precio, no solamente el hombre queda exonerado de sus faltas la primera vez, sino que también es acogido por Dios cada vez que vuelve a él arrepentido. Nuestra deuda ha sido pagada por la cruz; por la cruz, nuestro Señor Jesucristo nos ha rescatado. Los que quieren recurrir a esta gracia con auténtico amor se salvan.
Reflexión Espiritual para este día.
La condición del cristiano, en la medida en que ser cristiano es resignarse a estar a merced de alguien, es algo singularmente inconfortable. Y usted lo sabe muy bien. En el fondo, lo que teme es, como dice muy bien, que una vez metido el dedo en el engranaje no se sabe dónde podrá ir a parar. Ciertamente, no se nos oculta que lo que impide tener fe a los que no la tienen es eso. Como es también lo que impide tener más fe a los que ya la tienen.
Siempre es grave introducir a otro en la propia vida, incluso desde el punto de vista humano; se sabe que ya no será posible disponer enteramente de uno. Dejar a Jesús entrar en la vida propia encierra un riesgo terrible. No se sabe hasta dónde nos llevará. Y la fe es precisamente eso. Jamás se me hará creer que es confortable.
Tomar en serio a Jesucristo es aceptar en la propia vida la irrupción de lo Absoluto del Amor, aceptar el ser arrastrada hacia no se sabe dónde. Y ese riesgo es al mismo tiempo la liberación, porque, en definitiva, después de todo, sabemos bien que sólo deseamos una cosa: ese Amor absoluto; y que, en última instancia, se nos despojo de nosotros mismos. Esto quiere decir, y me parece lo esencial, que la fe no aparece como una manera de acabar con las aventuras de la inteligencia, como una tranquilidad que uno se concedería cuando queda aún mucho por buscar. La fe no es una meta, sino un punto de partida. Introduce nuestra inteligencia en la más maravillosa de las aventuras, que es contemplar un día a la Trinidad.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías versus Jeremía 11, 18-20. Como inocente cordero.
Por vez primera nos encontramos con la interioridad de un profeta contada por él mismo. Una confesión de sus sentimientos más profundos, de sus luchas y temores, de sus sufrimientos, dudas e incomprensiones. Constituyen estos relatos un género literario nuevo, cuya presencia en la Biblia se la debemos al profeta de Anatot.
En forma de monólogos consigo mismo o de diálogo atrevido con Dios el profeta deja transparentar un poco aquello que le desborda en su misión carismática. Nunca fue predicado ni quizás conocido durante el tiempo que vivió. A modo de diario íntimo, estas confesiones fueron la mejor herencia que recibieron sus discípulos y con ellos nosotros después de su muerte. Salpicadas entre los capítulos 11—20 podrían ser comparadas con la piedra preciosa escondida en el campo. Quien sabe descubrirlas las lee y relee, las mima con su reflexión abierta hasta verse, en ocasiones, en ellas reflejado.
Ellas nos descubren el «Getsemaní» de Jeremías durante el reinado del impío rey Joaquín; ellas nos permiten conocer científicamente la vivencia de una vocación, la fuerza inspirativa del espíritu, la lucha interior debida a la desproporción existente entre lo humano y lo divino. Uno de esos muchos modos y maneras como Dios nos ha hablado en el Antiguo. Testamento.
Las circunstancias históricas que motivaron esta primera confesión de Jeremías fue todo un complot tramado por sus propios de Anatot para eliminarlo. Descendientes del humillado Abiatar no podían ver con buenos ojos el sacerdocio jerosolimitano; todavía menos que uno de los suyos fuera a predicarles a ellos. Quizás los directivos de Jerusalén hicieran recaer sobre ellos la responsabilidad de aquel indeseable predicador de destrucción. Sea como fuere, amigos y familiares conjuran contra su vida. Al enterarse, el profeta se vuelve agradecido a Dios que le ha avisado.
El shock experimentado le hizo reflexionar sobre su misión y el sentido de la existencia humana. Ajeno a todo, su actitud había sido la del cordero que es llevado incautamente al degolladero. El Siervo Paciente y Cristo volverán a servirse de esta imagen. En perfecto contraste pintará los ardides para lincharlo de aquéllos que creía eran sus íntimos. Hasta su nombre querían borrar de la tierra. «Talemos el árbol», destruyamos su vida con muerte violenta.
La situación de soledad y abandono, de duda e incomprensión puede ayudarnos un poco a penetrar en la sicología religiosa y humana del profeta. Solo, acude a Dios pidiendo no misericordia sino justicia. Entre líneas se escucha el angustiado «por qué, Dios mío» del que sufre y cree. No sabe cómo va a salir de esta situación. Sí sabe, en cambio, que lo que traman contra él no es por sr Jeremías sino por ser «profeta de Yavé». Triunfar de él sería mofarse de Yavé, pues su causa es la causa de Yavé. ¡Triunfa, Señor!, diríamos nosotros. ¡Véngate, Yavé, contra ellos!, gritará Jeremías. Es una misma súplica con unos mismos intereses hecha desde el Antiguo o Nuevo Testamento.
Jeremías pidiendo venganza contra sus enemigos y Cristo perdonándolos en la Cruz, ambos ofrecieron sus vidas por el «venga a nosotros tu Reino». ¿Cómo podía triunfar Yavé sin vengarse de sus enemigos?, pensaba Jeremías. Amándolos, responderá la revelación en Cristo seis siglos más tarde.
El presente texto constituye la primera de las llamadas “confesiones de Jeremías”. Son ráfagas de luz que nos permiten adentramos en el mundo interior del profeta a través de las repercusiones personales de su misión: son un testimonio precioso, único en la Biblia. Por voluntad del Señor, Jeremías descubre la conjura que sus paisanos de Anatot han urdido contra él para quitarle de en medio (v. 19). Es difícil precisar las causas históricas, pero esto no impide captar el mensaje fundamental. En la historia de la salvación, las vicisitudes de la vida del profeta son de capital importancia, por el modo con que tuvo que vivirlas.
Jeremías, víctima inocente, pensando en el peligro que acaba de pasar; se compara con un cordero manso llevado al matadero. Esta imagen, presente también en el cuarto canto del Siervo sufriente de Yavé (Is 53,7), se utilizará ampliamente para describir al Mesías Sufriente que expía en silencio el pecado del mundo (Jn 1,29; 1 Pe 1,19; Ap 5,6ss). Atormentado en el corazón y la mente, el profeta sufre, y se atreve —él, tan humilde— a elevar una oración de venganza: es la ley del talión. Jeremías vive su pasión como hombre del Antiguo Testamento; será Jesús, realidad de lo que el profeta figuraba, quien morirá inocente, poniéndose en las manos del Padre él mismo y poniendo también a sus adversarios, que le crucificaron, para que les perdone.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 7,40-53
“Y surgió entre la gente una discordia por su causa” (v. 43); escena tomada al vivo. El evangelista nos muestra cómo la gente discute sobre un hombre de los que todos hablan, preguntándose si no será el Mesías. Su palabra de autoridad, que fascina incluso a los guardias enviados para arrestarlo (v. 46), no podría dejar lugar a dudas. Pero, sin embargo, se esgrimían dos fuertes argumentos en contra. En primer lugar, Jesús viene de Galilea, y la Escritura dice que nacería en Belén. Pero, sobre todo, el hecho de que los jefes del pueblo y los fariseos no ha creído en él: ¿puede quizás la gente ordinaria tener otro parecer respecto a este hombre con pretensiones inauditas? Frente a la agitación general, los que ejercen el poder y la ciencia responden con sarcasmo y desprecio, síntomas inequívocos de una reacción desmesurada dictada por el miedo a perder prestigio. Sólo se distingue la valiente voz de Nicodemo —el que vino a ver a Jesús de noche (cf. Jn 3,1) —, que indica que la misma Ley no juzga a nadie antes de haberle escuchado. También se le tacha de ignorancia. Y bruscamente concluye Juan: “Cada uno se marchó a su casa” (v. 53), algunos llevando en el corazón el deseo de conocer más a Jesús; otros, con un rechazo más enconado. Pero la Palabra no calla: todavía no había llegado su hora.
La Palabra de Dios siempre es viva, pero, ciertamente, hoy nos presenta temas particularmente impactantes. La confesión dolorosa del profeta Jeremías nos dice hasta qué punto hay que estar dispuestos a padecer por ser fieles a Dios, sirviéndole con corazón recto. Pero no menos chocantes son las preguntas sobre la identidad del Mesías que aparecen en el Evangelio. Hoy también se nos pregunta, a veces angustiosamente, quién es Jesús. La gente se divide en el modo de pensar y buscar la verdad. Muchos “se marchan a su casa” encerrados en la duda o la indiferencia porque rechazan al único que es capaz de unificar el corazón y los hombres. ¿Y qué decir de las amenazas, persecuciones y condenas de inocentes? Un cuadro oscuro aparece ante nuestros ojos... Sin embargo, siempre existen figuras egregias que, como Nicodemo, desafían la opinión de los “poderosos” con su indómita pasión por la verdad.
Por cierto, no fue nada fácil para los contemporáneos de Cristo creer en él. Debe brotar en nosotros un inmenso agradecimiento hacia los que le reconocieron y siguieron, pues abrieron con su fe el camino de la salvación.
¿Dónde está hoy Jesucristo? ¿Dónde podremos reconocerlo y seguirle? Quizás sea ésta la única pregunta que nos interese, y nadie puede responder por nosotros. Leer estos textos, confrontándolos con la historia actual, significa adentrarse en la Palabra de Dios, vivir a Cristo.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 7, 40-53, para nuestros Mayores. Discusión en torno a Jesús.
El pasaje está cargado de una tremenda ironía. División de opiniones en la voz del pueblo; unidad de criterio en los dirigentes, ligeramente empañada por una voz un tanto discordante, aunque tímida, la de Nicodemo; debilidad exasperante de los agentes de la autoridad, que no ejecutan las órdenes recibidas, porque iban contra su conciencia; falso planteamiento de la cuestión. Veamos.
Verdaderamente éste es el profeta. Así opinaban algunos. Y con razón. Jesús acaba de asegurar la abundancia de agua para aquéllos que se llegasen a él y creyesen (ver el comentario a 7, 37-39). Había sido Moisés quien había hecho brotar para el pueblo, golpeando la roca, agua abundante en el desierto. Para los tiempos de la última intervención de Dios en la historia, se había anunciado la aparición de un profeta semejante a Moisés y que haría cosas semejantes a él (Deut 18, 15). Era lógico que, ante la afirmación de Jesús, la gente pensase que era el profeta.
Otros pensaban que la presentación de Jesús significaba su declaración de ser el Mesías. También era lógico su punto de vista. Porque el Mesías debía ser el iniciador de la nueva era. Una nueva era en que se cumpliría la profecía de Ezequiel (ver de nuevo el comentario a 7, 37-39), según la cual en el templo mismo de Jerusalén brotaría una fuente tan copiosa, que sus aguas se desbordarían hasta llegar al desierto convirtiéndolo en un oasis.
Otro grupo se oponía decididamente a estas deducciones. Partían de otras premisas. El Mesías no podía tener su origen en Galilea, de donde procedía Jesús. Estamos ante otro dato irónico. Rechazan a Jesús porque es de Galilea, no de Belén, de donde era David y de donde debía surgir el Mesías. Y resulta que Jesús no nació en Galilea, sino en Belén, la ciudad de David.
El origen humano de Jesús era conocido solamente por los lectores del evangelio. Pero ¿lo era para el público que Jesús tenía delante? Evidentemente que no. En todo caso, aunque lo hubiesen sabido, hubiesen rechazado igualmente a Jesús. Nos encontramos, una vez más, ante el reto que el ministerio de Jesús implica.
En la línea de este grupo popular se manifiestan también las autoridades dirigentes del pueblo. En este caso son mencionados los sacerdotes y fariseos. Los hombres de la ley. Todo raciocinio que no encaje en las categorías legales es condenable. El rechazo de Jesús, otra ironía de la escena, se justifica entre ellos desde el estudio de la Escritura. Desde el «dogma» rechazan a aquél que debe ser el punto de partida de toda reflexión dogmática: Jesús de Nazaret. No podía aducirse ni un solo pasaje de la Escritura según el cual Galilea fuese la cuna de algún personaje importante en la historia de la salvación.
Por otra parte, la reacción de los agentes de la autoridad, alguaciles los llama el texto, que se sienten incapaces de detener a un hombre que hablaba como nadie lo había hecho jamás. Desobediencia con visos de lección para sus superiores, Algo intolerable, ¿Desde cuándo el inferior tenía derecho a pensar? Mucho menos a disentir del superior que lo mandaba.
Aquella desobediencia estaba provocada por el desconocimiento de la Ley. No podía ser de otra manera y así lo entendieron los fariseos. Ellos habían implantado la tiranía de la Ley. Ellos estaban bien convencidos que sólo los miembros de su secta cumplían la ley con seriedad y objetividad. La demás gente eran unos malditos. Y, por supuesto, entre ellos estaban incluidos los alguaciles, que habían tenido la osadía de pensar por su cuenta. En este grupo surgió su único defensor, Nicodemo. Pero su defensa resulta tan pobre como la que nace de la ley, no de un convencimiento serio de la inocencia del acusado. Efectivamente, ateniéndose a la Ley, no se podía juzgar a un hombre sin oírlo. Pero el mismo Nicodemo juzga a Jesús con una medida humana. Por eso, ante la argumentación «legal» de sus compañeros, se calla. Es imposible tomar en serio a un hombre que proceda de Galilea.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 7,40-53, de Joven para Joven. Discusiones sobre el origen de Jesús. Los personajes.
Este relato evangélico es vibrante. El último día de la fiesta de los Campamentos, el más solemne, Jesús, de pie como está, grita: “Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba”. Como dice la Escritura: De su entraña manarán ríos de agua viva”. Sin duda, Jesús, al decir esto, hace referencia implícita al milagro del agua milagrosa de la roca, realizado por Moisés.
Decir esto y estallar el murmullo fue todo uno. Ciertas afirmaciones de Jesús ya habían escandalizado a algunos, pero esta exclamación provoca una protesta ante su proclamación implícita como nuevo Moisés, el Mesías. Simpatizantes y adversarios se enzarzan en discusiones. Jesús se convierte en signo de contradicción. Su presencia obliga a definirse, a tomar postura ante él. Y esto no sólo a sus contemporáneos, sino también a los hombres de todos los tiempos.
Es necesario fijarse en los personajes del relato porque es a través de ellos como Juan nos quiere comunicar el mensaje. Este fragmento es un resumen de la sección evangélica de la que forma parte. Jesús es el juicio del mundo, efectivo, activo: obliga a definirse con un “sí” o un “no” rotundo. Juan constata plásticamente esa división de opiniones. Los “síes” de varios grupos, sinceros, sencillos, que creen sin subterfugios revelan que para unos es el profeta; para otros, el Mesías (Jn 7,40-41). Por otro lado está el “no” violento, sofisticado, tortuoso, de otros grupos simbólicos. Juan presenta y define los distintos personajes, porque son actitudes y figuras que se repiten a lo largo de la historia del pueblo de Dios, para alertamos y no caer en la cerrazón de espíritu, sino para mantenernos siempre receptivos y dóciles.
Buscan razones para justificar su rechazo a Jesús. Le rechazan porque creen saber su origen, y resulta que ignoran su lugar de nacimiento humano (cf. Jn 7,26-28). El argumento es: Ni el Mesías, ni siquiera un profeta puede salir de Galilea. Ahora bien, éste es galileo; luego no lo es, sino que es un impostor. Con fina ironía Juan deja entrever que ni siquiera conocen su origen humano, porque no nació en Galilea, sino en Judea, en Belén. Si no conocen su origen humano, ¿cómo van a conocer el divino?
Cuando un verdadero profeta estorba, entonces se inventan razones especiosas para eliminarlo. Justo son los “sabios”, los conocedores de las Escrituras, los que, en definitiva, menos entienden porque las leen con prejuicios, en clave de interés propio. “¿Acaso hay algún que crea en él?”, le echan en cara a Nicodemo. Eso es lo triste. En ellos se cumple lo que tantas veces repite la palabra de Dios: “A los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53); “has escondido estas cosas a los sabios y entendidos” (Mt 11,25).
Sólo la fe humilde nos ayuda a conocer la personalidad de Cristo y comprender su mensaje. Reemplazar desde un intelectualismo frío la teología por la apologética, la moral por la casuística, la misión por la propaganda, hacer de la Iglesia un pueblo de puros oscurece tanto la personalidad de Jesucristo como las argucias de sus contemporáneos. Los guías religiosos judíos presumen de sabiduría, desprecian a los ignorates (Jn 7,49). Una vez más se cumple aquello de que “la ciencia envanece; lo único provechoso es el amor”. La ciencia sin amor se convierte en un obstáculo para la vivencia de la fe. Sabios y entendidos de la ley eran los inquisidores, maestros renombrados en teología y, sin embargo, actuaron descaradamente contra el Evangelio.
Los guardias del templo son un ejemplo de apertura y sinceridad. Por los rumores y juicios de las autoridades religiosas tenían, sin duda, un concepto muy negativo de Jesús. Cuando obedecen y le van a prender, lo encuentran hablando a la gente. No intervienen enseguida; le escuchan y quedan fascinados por su deje de bondad, hasta el punto de desobedecer la orden de captura. Con su desobediencia dan la cara por él. Incluso lo defienden cuando son interpelados por los jefes.
Del lado de Jesús está la gente sencilla del pueblo que le escucha sin prejuicios. Son ellos, justamente, los despreciados por los jefes religiosos como gente maldita, que no entienden ni cumplen la Ley”, a los que se les “han revelado los misterios del Reino” (Mt 11,25), “los hambrientos saciados” (Lc 1,53). “Unos testimonian que es un profeta. Otros afirman que es el Mesías”, pero todos lo acogen.
Entre los que dan la cara por Jesús está Nicodemo, miembro del sanedrín. Fue también un fariseo con ideas equivocadas sobre el Mesías, pero se deja impactar por la grandeza moral del rabí de Nazaret. No se encierra en “su” verdad. Busca. Se entrevista con Jesús, aunque sea en la oscuridad de la noche; acepta sus explicaciones. Los poderes religiosos han enviado guardias para prenderlo, pero él se opone. Da la cara. Argumenta rigurosamente desde la ley: “No se puede condenar a nadie sin escucharlo antes”. Sus cofrades se mofan de él, pero no le importa. Arriesga mucho yendo a contrapelo de todos. Dará testimonio de amistad hacia el Maestro en la tarde trágica de su muerte; se solidariza con el Ajusticiado, carga con su baldón social de “delincuente”, responsabilizándose de su cadáver. “¿Cómo puedo nacer de nuevo, pasar de cobarde a valiente?” (Jn 3,4), pregunta a Jesús. Éste le responde: “El Espíritu sopla donde quiere” (Jn 3,8). Es Él el que hace milagros. Los hizo en él y en incontables “cobardes” a lo largo de los siglos.
Juan, a través de estos personajes, nos interpela: ¿De parte de quien nos ponemos? ¿Damos la razón al fuerte por sistema? ¿Nos plegamos a la opinión común para evitarnos conflictos? ¿Somos capaces de dar la cara como Nicodemo o traicionamos al hermano y a la conciencia como Pedro? “Al que dé la cara por mí (en la persona del hermano), yo le confesaré ante mi Padre” (Mt 10,32). Dichosos los que padecen persecución por su fidelidad (Mt 5,10).
Elevación Espiritual para este día.
Alma cristiana, piensa en tu redención y liberación. Saborea la bondad de tu Redentor; incéndiate en el amor de tu Salvador. ¿Dónde está la fuerza de Cristo? “Sus manos destellan su poder; allí está oculta su fuerza” (cf. Hab 3,4). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto en tal abyección? Hay ciertamente algo desconocido, “culto”, en esta debilidad, en esta humillación, en esta abyección. ¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz suspende la muerte eterna a todo el género humano; un hombre clavado al madero desenclava al mundo, condenado a muerte perenne.
Fue él quien comprendió lo que agradaba al Padre y podía favorecer a los hombres, y libremente lo hizo. Así el Hijo manifestó al Padre una obediencia libre, cuando quiso realizar espontáneamente lo que sabía que agradaría a su Padre. Con este precio, no solamente el hombre queda exonerado de sus faltas la primera vez, sino que también es acogido por Dios cada vez que vuelve a él arrepentido. Nuestra deuda ha sido pagada por la cruz; por la cruz, nuestro Señor Jesucristo nos ha rescatado. Los que quieren recurrir a esta gracia con auténtico amor se salvan.
Reflexión Espiritual para este día.
La condición del cristiano, en la medida en que ser cristiano es resignarse a estar a merced de alguien, es algo singularmente inconfortable. Y usted lo sabe muy bien. En el fondo, lo que teme es, como dice muy bien, que una vez metido el dedo en el engranaje no se sabe dónde podrá ir a parar. Ciertamente, no se nos oculta que lo que impide tener fe a los que no la tienen es eso. Como es también lo que impide tener más fe a los que ya la tienen.
Siempre es grave introducir a otro en la propia vida, incluso desde el punto de vista humano; se sabe que ya no será posible disponer enteramente de uno. Dejar a Jesús entrar en la vida propia encierra un riesgo terrible. No se sabe hasta dónde nos llevará. Y la fe es precisamente eso. Jamás se me hará creer que es confortable.
Tomar en serio a Jesucristo es aceptar en la propia vida la irrupción de lo Absoluto del Amor, aceptar el ser arrastrada hacia no se sabe dónde. Y ese riesgo es al mismo tiempo la liberación, porque, en definitiva, después de todo, sabemos bien que sólo deseamos una cosa: ese Amor absoluto; y que, en última instancia, se nos despojo de nosotros mismos. Esto quiere decir, y me parece lo esencial, que la fe no aparece como una manera de acabar con las aventuras de la inteligencia, como una tranquilidad que uno se concedería cuando queda aún mucho por buscar. La fe no es una meta, sino un punto de partida. Introduce nuestra inteligencia en la más maravillosa de las aventuras, que es contemplar un día a la Trinidad.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías versus Jeremía 11, 18-20. Como inocente cordero.
Por vez primera nos encontramos con la interioridad de un profeta contada por él mismo. Una confesión de sus sentimientos más profundos, de sus luchas y temores, de sus sufrimientos, dudas e incomprensiones. Constituyen estos relatos un género literario nuevo, cuya presencia en la Biblia se la debemos al profeta de Anatot.
En forma de monólogos consigo mismo o de diálogo atrevido con Dios el profeta deja transparentar un poco aquello que le desborda en su misión carismática. Nunca fue predicado ni quizás conocido durante el tiempo que vivió. A modo de diario íntimo, estas confesiones fueron la mejor herencia que recibieron sus discípulos y con ellos nosotros después de su muerte. Salpicadas entre los capítulos 11—20 podrían ser comparadas con la piedra preciosa escondida en el campo. Quien sabe descubrirlas las lee y relee, las mima con su reflexión abierta hasta verse, en ocasiones, en ellas reflejado.
Ellas nos descubren el «Getsemaní» de Jeremías durante el reinado del impío rey Joaquín; ellas nos permiten conocer científicamente la vivencia de una vocación, la fuerza inspirativa del espíritu, la lucha interior debida a la desproporción existente entre lo humano y lo divino. Uno de esos muchos modos y maneras como Dios nos ha hablado en el Antiguo. Testamento.
Las circunstancias históricas que motivaron esta primera confesión de Jeremías fue todo un complot tramado por sus propios de Anatot para eliminarlo. Descendientes del humillado Abiatar no podían ver con buenos ojos el sacerdocio jerosolimitano; todavía menos que uno de los suyos fuera a predicarles a ellos. Quizás los directivos de Jerusalén hicieran recaer sobre ellos la responsabilidad de aquel indeseable predicador de destrucción. Sea como fuere, amigos y familiares conjuran contra su vida. Al enterarse, el profeta se vuelve agradecido a Dios que le ha avisado.
El shock experimentado le hizo reflexionar sobre su misión y el sentido de la existencia humana. Ajeno a todo, su actitud había sido la del cordero que es llevado incautamente al degolladero. El Siervo Paciente y Cristo volverán a servirse de esta imagen. En perfecto contraste pintará los ardides para lincharlo de aquéllos que creía eran sus íntimos. Hasta su nombre querían borrar de la tierra. «Talemos el árbol», destruyamos su vida con muerte violenta.
La situación de soledad y abandono, de duda e incomprensión puede ayudarnos un poco a penetrar en la sicología religiosa y humana del profeta. Solo, acude a Dios pidiendo no misericordia sino justicia. Entre líneas se escucha el angustiado «por qué, Dios mío» del que sufre y cree. No sabe cómo va a salir de esta situación. Sí sabe, en cambio, que lo que traman contra él no es por sr Jeremías sino por ser «profeta de Yavé». Triunfar de él sería mofarse de Yavé, pues su causa es la causa de Yavé. ¡Triunfa, Señor!, diríamos nosotros. ¡Véngate, Yavé, contra ellos!, gritará Jeremías. Es una misma súplica con unos mismos intereses hecha desde el Antiguo o Nuevo Testamento.
Jeremías pidiendo venganza contra sus enemigos y Cristo perdonándolos en la Cruz, ambos ofrecieron sus vidas por el «venga a nosotros tu Reino». ¿Cómo podía triunfar Yavé sin vengarse de sus enemigos?, pensaba Jeremías. Amándolos, responderá la revelación en Cristo seis siglos más tarde.
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