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lunes, 22 de marzo de 2010

Día 22-03-2010. Ciclo C.

22 de marzo de 2010. LUNES DE LA V SEMANA DE CUARESMA, Feria, (CicloC) 1ª semana del Salterio. AÑO  SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Epafrodito N.T., Bienvenido Scotivoli ob Lea vd, Calínicas y Basilisa mrs.
Bienvenido, Lea
LITURGIA DE LA PALABRA.
Dn 13,1-9.15-17.19-30.33-62: Ahora tengo que morir, siendo inocente
Salmo 22: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
Jn 8, 1-11.Él que esté sin pecado, que tire la primera piedra.
o bien
Jn 8,12-20: Yo soy la luz del mundo
Todavía en el templo, después de derrotar a sus adversarios, Jesús se autoproclama Luz del mundo. Juan ha mostrado un caso de oscuridad y tinieblas en que viven los judíos, regidos por leyes que en principio buscaron la concordia y la armonía en el pueblo, pero que ellos mismos, con el correr del tiempo, las habían convertido en yugo, manteniendo al pueblo sumido en la oscuridad.

Con su enseñanza Jesús recupera la luz para quienes creen en Dios. Sus enemigos no pueden percibir de qué manera es que Jesús se autodefine como la Luz y por eso le exigen un testimonio; que acredite su autoridad para enseñar y para realizar las acciones que realiza. Ellos necesitan hacer cumplir la ley de Moisés que establece que todo testimonio debe estar respaldado por dos testigos. Jesús se apoya en el testimonio de sus propias obras y en el respaldo de su propio Padre, y con ello da por cumplida la ley que ellos exigen basados en Dt 17,6; 19,15.

Nuestro mundo sigue necesitando de esa Luz que es Jesús, sus enseñanzas y sus obras. Y para eso tendríamos que estar ahí, los que por el bautismo hemos sido incorporados a su vida.

PRIMERA LECTURA.
Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62
Ahora tengo que morir, siendo inocente 

En aquellos días, [vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y religiosa. Sus padres eran honrados y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un parque junto a su casa; como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí. Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo: "En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo." Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos. A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el parque de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear en el parque, y se enamoraron de ella. Pervirtieron su corazón y desviaron los ojos, para no mirar a Dios ni acordarse de sus justas leyes.

Un día, mientras acechaban ellos el momento oportuno, salió ella como de ordinario, sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el parque, porque hacía mucho calor. Y no había nadie allí, fuera de los dos ancianos escondidos y acechándola. Susana dijo a las criadas: "Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del parque mientras me baño." Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron: "Las puertas del parque están cerradas, nadie nos ve, y nosotros estamos enamorados de ti; consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas." Susana lanzó un gemido y dijo: "No tengo salida: si hago eso, seré rea de muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar contra Dios." Susana se puso a gritar, y los ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del parque. Al oír los gritos en el parque, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Y cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.

Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron: "Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín." Fueron a buscarla y vino ella con sus padres, hijos y parientes. Toda su familia y cuantos la veían lloraban. Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los ancianos declararon: "Mientras paseábamos nosotros solos por el parque, salió ésta con dos criadas, cerró la puerta del parque y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un rincón del parque y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros y, abriendo la puerta, salió corriendo. En cambio, a ésta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello." Como eran ancianos del pueblo y jueces,] la asamblea [los creyó y] condenó a muerte a Susana. Ella dijo gritando: "Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí."

El Señor la escuchó. Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios movió con su santa inspiración a un muchacho llamado Daniel; éste dio una gran voz: "¡No soy responsable de ese homicidio!" Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron: "¿Qué pasa, qué estás diciendo?" Él, plantado en medio de ellos, les contestó: "Pero, ¿estáis locos, israelitas? ¿Conque, sin discutir la causa ni apurar los hechos condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque ésos han dado falso testimonio contra ella."

La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron: "Ven, siéntate con nosotros y explícate, porque Dios mismo te ha nombrado anciano." Daniel les dijo: "Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar yo." Los apartaron, él llamó a uno y le dijo: "¡Envejecido en años y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: "No matarás al inocente ni al justo." Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados." El respondió: "Debajo de una acacia." Respondió Daniel: "Tu calumnia se vuelve contra ti. El ángel de Dios ha recibido la sentencia divina y te va a partir por medio." Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo: "¡Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?" Él contestó: "Debajo de una encina." Replicó Daniel: "Tu calumnia se vuelve contra ti. El ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros."

Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión. Según la ley de Moisés, les aplicaron la pena que ellos habían tramado contra su prójimo y los ajusticiaron. Aquel día se salvó una vida inocente.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 22
R/.Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor / por años sin término. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Juan 8,1-11
El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra 

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?" Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra." E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."

O bien cuando el evangelio precedente se ha leido el domingo anterior

SANTO EVANGELIO
Juan 8,12-20
Yo soy la luz del mundo 

En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar a los fariseos: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Le dijeron los fariseos: "Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es válido." Jesús les contestó: "Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me envió, el Padre." Ellos le preguntaban: "¿Dónde está tu Padre?" Jesús contestó: "Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre."

Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra de Dios.


Comentario de la Primera Lectura: Dn 13,1-9. 15-17. 19-30.33-62.

La narración de la joven y bella Susana (v. 2) acosada por dos viejos jueces de Israel en tiempos del destierro de Babilonia es una historia edificante que aparece como un apéndice al libro de Daniel. El mismo profeta se manifiesta como joven vidente (v. 45), capaz de esclarecer la inocencia (v. 46) de Susana —cuyo nombre significa “lirio”— desenmascarando la corrupción de los dos viejos (vv. 42-59). En éstos, se acusa a los jefes saduceos del siglo 1 a.C., aparentemente irreprensibles, pero que en realidad son guías ciegos que extravían al pueblo.

Por mantenerse fiel a Dios y a su marido, Susana afronta el peligro de la lapidación, que la amenaza tanto si cede al adulterio como si decide resistir a las ciegas propuestas de los dos viejos que incurren en la calumnia (v. 22). Susana prefiere morir inocente antes que consentir al mal (v. 23). Habiendo puesto su confianza únicamente en manos de Dios (v. 43), puede experimentar que él escucha la voz de sus fieles (v. 44) y viene en su ayuda con prontitud y poder. 

Comentario del Salmo 22. 

Es un salmo de confianza individual. En él, una persona manifiesta su absoluta confianza en el Señor. Las expresiones «nada me falta» (1c), «no temo ningún mal» (4b), «todos los días de mi vida» (6a), “por días sin término” (6b) y otras, muestran que se trata de la total confianza en Dios pastor.

Este salmo cuenta con una breve introducción, compuesta por la expresión «el Señor es mi pastor» (1b); tiene un núcleo central, que comienza con la afirmación “nada me falta” (1c) y llega hasta la mitad del versículo 6. La conclusión consiste en la última frase: «Mi morada es la casa del Señor, por días sin término» (6b).

El núcleo central contiene dos imágenes importantes. La primera presenta al Señor como pastor, y el salmista se compara con una oveja (1b-4). Los términos de estos versículos pertenecen al contexto del pastoreo. Para entender esta imagen, tenemos que recordar brevemente cómo era la vida de los pastores en el país de Jesús. Normalmente tenían un puñado de ovejas y cuidaban de ellas con cariño, pues era todo lo que poseían. Por la noche, solían dejarlas en el redil junto con las de otros pastores, bajo la protección y vigilancia de unos guardas. Por la mañana, cada pastor llamaba a las suyas por su nombre, ellas reconocían la voz de su pastor y salían para iniciar una nueva jornada. El pastor caminaba al frente, conduciendo a sus ovejas hacia los pastos y fuentes de agua (véase Jn 10,1-4).

En la tierra de Jesús hay mucho desierto, de modo que los pastores habían de atravesarlo para llegar a los prados. En ocasiones, encontraban pastizales enseguida; otras veces tenían que caminar bastante para llegar hasta donde hubiera agua y verdes praderas. En estas ocasiones, podía suceder que la oscuridad de la noche sorprendiera al pastor con sus ovejas. Es sabido que estas, de noche, se desorientan totalmente y corren el riesgo de perderse. El pastor, entonces, caminaba al frente del rebaño y lo conducía de vuelta al redil. La oscuridad de la noche (el «valle tenebroso» del v. 4) no asustaba a las ovejas, pues caminaban protegidas por la vara y el cayado del pastor.

La segunda imagen (5-6a) es también muy interesante. Ya no se trata de ovejas. El contexto en que nos encontramos es el del desierto de Judá. Tenemos que imaginar a una persona que huye de sus enemigos a través del desierto. Los opresores están a punto de darle alcance cuando, de repente, se encuentra delante de la tienda de un jefe de los habitantes del desierto. La persona que huye es recibida con alegría y fiesta, convirtiéndose en huésped del jefe. En el país de Jesús la hospitalidad era algo sagrado. El que se refugiaba en la casa o en la tienda de otra persona, estaba a salvo de cualquier peligro.

Cuando los opresores llegan a la entrada de la tienda, ven la mesa preparada (los habitantes del desierto se limitaban a extender un mantel en el suelo), el huésped ya se ha dado un baño y se ha perfumado con ungüentos, y se dan cuenta de que el jefe y su huésped están brindando por una antigua amistad (la copa que rebosa). No pudiendo hacer nada, los enemigos se retiran avergonzados.

Pasado un tiempo, el huésped tendrá que proseguir su viaje. El jefe, entonces, le ofrece dos guardaespaldas, que, simbólicamente, reciben los nombres de «felicidad y misericordia», que lo acompañarán todos los días de su vida.

Aparentemente, este salmo no presenta ningún conflicto, pero esto es sólo a primera vista. De hecho, en él se menciona un «valle tenebroso» (4a) y se habla de «opresores» (5a). ¿Qué es lo que estaría pasando? La respuesta empieza por el final del salmo. El salmista afirma que su «morada es la casa del Señor, por días sin término» (6b). La casa del Señor es el templo de Jerusalén. Así pues, la persona que habla en el salmo se encuentra allí. ¿Qué podrían tener en su contra los opresores? Ciertamente, querían matarla. Este salmo, por tanto, pone de manifiesto un drama mortal. Una persona, injustamente condenada, huye a esconderse en el templo, que funcionaba como lugar de refugio para quien hubiera cometido un crimen sin intención.

Sabernos que en Israel funcionaba la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente; herida por herida, muerte por muerte. Quien hubiera herido o matado a alguien sin querer, tenía que huir lo más rápido posible. En tiempos de las tribus existían las ciudades de refugio. En la época de la monarquía, también el templo de Jerusalén servía de refugio en estos casos. El salmo 22, por tanto, habría surgido en una situación como la descrita. Y aquí, el refugiado toma la decisión de habitar en el templo para siempre (6b).

De este modo podemos entender estas dos imágenes. El inocente que huye de los que pretenden matarlo se siente protegido por el Señor como la oveja que, de noche, camina protegida por la vara y el cayado del pastor. Con este tipo de pastor, nada le falta a quien confía en él. El inocente se sentía perseguido por los opresores, pero logró refugiarse en la tienda del Señor, esto es, en el templo de Jerusalén. Y ahí nadie podrá hacerle ningún daño.
Una de las imágenes más hermosas de Dios en el Antiguo Testamento —y en este salmo— es la que nos lo muestra como pastor. Este motivo nos recuerda inmediatamente el éxodo. De hecho, la principal acción del Dios pastor consistió en haber sacado a su rebaño (los israelitas) del redil de Egipto y haberlo conducido por el desierto, haciéndolo entrar en la tierra prometida, la tierra que mana leche y miel. Varios son los textos bíblicos que nos hablan de esto (por ejemplo, Sal 78,52). Pastor, libertador y aliado son, por tanto, temas gemelos. El salmista tiene una confianza absoluta en el nombre del Señor (3) porque sabe que, en el pasado de su pueblo, Dios liberó, condujo e introdujo a los israelitas en la tierra de la libertad y de la vida, En esta tierra, el Señor dio acogida a su pueblo, preparándole una mesa opulenta, convirtiéndolo en su huésped preferido y protegiéndolo todos los días de su vida. 

Jesús, en el evangelio de Juan, adopta las características del Dios pastor, libertador y aliado (Jn 10), que conduce a las ovejas fuera de los rediles que le impiden al pueblo acceder a la vida (Jn 9). Con su muerte y su resurrección, Jesús, buen pastor, inauguró el camino de vuelta al Padre: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6b).

Probablemente, este sea el salmo más rezado y más cantado. Pero el mejor momento para rezarlo es cuando tenemos necesidad de reforzar nuestra confianza en Dios, y ello en medio de los conflictos cotidianos. También conviene rezarlo en solidaridad con aquellos cuya muerte «está ya decidida», con los inocentes condenados y con las víctimas de la violencia y de la opresión.

Comentario del Santo Evangelio: Juan 8,12-20

La presente dialéctica entre Jesús y los fariseos tiene lugar en el atrio del templo llamado “de las mujeres”, donde se encuentra el arca de las “ofrendas” (v. 20). Allí, durante la fiesta de las Tiendas se encendían enormes hachones capaces de iluminar toda la ciudad de Jerusalén. Jesús se inspira en esta realidad para revelar que él es la verdadera “luz del mundo” (v. 12), que los hombres deben seguir para tener vida (v. 12; cf. 1,4-5.9; Is 42,6s).

Los oponentes objetan la verdad de sus palabras (v. 13) o su origen divino y su intimidad con el Padre (vv. 14-15.19). Jesús responde sencillamente remitiéndoles a la ley invocada por ellos: ¿se necesitan dos testimonios para probar la verdad de una afirmación? Pues bien, sus palabras son convalidadas por el Padre que le ha enviado (v. 18). Pero ellos, que pretenden erigirse corno jueces, juzgan “con criterios mundanos” (v. 15) y, por consiguiente, incapaces de conocer quién es él en verdad, porque ni siquiera conocen al Padre (v. 19).

Cuando irrumpe un rayo de luz en una habitación, inmediatamente se ilumina el interior, incluso las esquinas más ocultas u olvidadas: así pasa cuando irrumpe la Palabra en la historia. Lo mismo sucede con Jesús, luz que vino a iluminar las tinieblas del mundo. Es inútil resistir: quien no acoge la luz, automáticamente ya está juzgado. Y es ahora, precisamente, cuando se descubre lo que antes podía ocultarse astutamente o hacer que pareciera justicia impecable. La Palabra de Dios escudriña lo más hondo del corazón, saca a la luz las intenciones más secretas, desenmascara las tramas de la mentira. Aparece a las claras quién es el que se fía de Dios y sólo teme no corresponder a la grandeza de su amor misericordioso, y quién, por el contrario, con una mente y un corazón mezquinos busca en otra parte gratificaciones furtivas, como si la felicidad fuera incompatible con la verdad evangélica. 

Es la misma vida, en su día a día, quien lleva a cabo el discernimiento. Dichoso quien se deja traspasar por la Palabra de Dios como por un rayo de luz que separa en el propio corazón el oro de la escoria. A la luz de la verdad podrá gustar la libertad del abandono filial en las manos paternas de Dios, y nada ni nadie le podrá atemorizar o engañar.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 8, 12-20., para nuestros Mayores. Yo soy la luz del mundo. 

Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). «Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo» (Jn 9,5). El cristiano: «Vosotros sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13-14). 

En el judaísmo y en el Antiguo Testamento, decir luz equivalía a expresar la ley y la sabiduría. Ambas eran verdadera luz y guía del nombre. Jesús, al decir «Yo soy la luz del mundo», está proclamando que él es la sabiduría de Dios y la nueva ley evangélica. Jesús, como enseña el Vaticano II, ilumina los grandes misterios de la existencia humana (de dónde venimos y adónde vamos, el misterio cerrado del dolor, el pecado, la misma muerte). Jesús, al ser luz de los nombres, se convierte en guía de salvación: «Para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte» (Le 1,79). La luz, como Cristo, es lo único visible por sí mismo.

La ausencia de Cristo, única luz de los nombres, deja al mundo y a cada hombre en las más densas tinieblas, quedando a merced del poder terrible del pecado. 

Jesús subió a los cielos, y con dos bellas metáforas o parábolas (la luz y la sal) nos recuerda nuestra misión de ser luz y sal de la tierra. 

La luz. El cristiano, por el hecho de serlo, se convierte en luz para los demás hombres. Refleja la luz original que es Cristo. Así como la luz eléctrica ha de estar conectada a la central que la genera, así el cristiano ha de estar unido a Cristo por la re y las obras, para ser luz de los hermanos que caminan muchas veces en tinieblas: «El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1).

La sal. Cuando la sal, que tiene la misión de dar sabor y conservar la comida, pierde ese poder y virtualidad, no sirve para nada. Si el cristiano no sirve para conservar en sus hermanos la vida de Cristo y las buenas costumbres, ha perdido el rumbo. Su misión se ha desvirtuado. La sal es eficaz cuando se diluye su ser y desaparece como tal objeto sólido. Así el cristiano, cuando se olvida de su «yo», entregándose a los demás, entonces la vida es fructífera.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 8, 12-20 de Joven para Joven. Yo soy la luz del mundo.

Yo soy la luz del mundo. Esta nueva unidad literaria es continuación de las controversias suscitadas con motivo de la fiesta de los Tabernáculos. La narración había sido interrumpida por la perícopa de la mujer adúltera (ver el comentario a 8, 1-11).

Jesús está presentándose con palabras poéticas y existenciales. Palabras que descubren lo que es Jesús, y lo que quiere ser para el hombre. En el Antiguo Testamento, y en muchas religiones, la luz es utilizada en el lenguaje metafórico para describir las fuerzas del bien, mientras que las tinieblas sirven para describir el mal. En algunas religiones el binomio luz-tinieblas es utilizado para
describir un dualismo absoluto, Esto no puede ocurrir en el lenguaje bíblico.

En la Biblia, Dios es el creador de todo; por tanto, las tinieblas como la luz tienen en él su origen. No puede hablarse de un dualismo absoluto. Cuando se habla de la luz y la palabra, se aplica a Dios, no pretende describirse la naturaleza de Dios, sino su actividad a favor del hombre. Por eso la luz se aplica a la Ley que Dios ha dado al hombre (Sal.119, 105; Prov 6, 23). También es utilizada para describir la novedad radical de los tiempos mesiánicos, la aparición del Mesías (Mt 4, 16; 5, 14; Mc 4, 21; Lc 2, 32).

Uno de los ritos principales de la fiesta de los Tabernáculos consistía en encender una gran lámpara en el templo y la procesión nocturna con hachas encendidas. Es el contexto adecuado para la declaración de Jesús: Yo soy la luz. La luz ilumina, por eso el que sigue a Jesús no anda en la oscuridad. La obra redentora de Cristo ilumina esencialmente la vida humana.

La réplica no tardó en producirse. Y se apoyaba en el argumento clásico del testimonio esgrimido a favor de uno mismo. Testimonio nulo por interesado.

Para comprender el proceso que ahora se le hace a Jesús es preciso recordar que el proceso, entre los judíos, era más simple que entre nosotros. No había una distinción tan acentuada entre jueces, abogados, testigos... Entre ellos bastaba la acusación hecha en debida forma por los testigos y venía, como consecuencia lógica e inevitable, la sentencia, que se pronunciaba automáticamente.

Los judíos quieren juzgar a Jesús por su pretensión de ser la luz del mundo. Caso perdido de antemano para Jesús, ya que su pretensión se apoyaba en su propio testimonio, no aducía el otro testigo que era requerido por la Ley.

De nuevo los judíos han planteado erróneamente la cuestión. Piden una evidencia externa cuando de lo que se trata es de aceptar una palabra. Como cuando alguien que ha perdido su título de propiedad lo reclama basando su petición en su propia palabra. ¿Cómo se le va a obligar a que aduzca su testimonio o título de propiedad? O se acepta u palabra o no se acepta, pero no puede exigírsele que enseñe el documento perdido. Es una comparación y, como tal, «deficiente». Pero en el caso de Jesús es claro. Jesús sabe que viene de Dios y a Dios va: su testimonio implica también el de Aquél que lo ha enviado. Es cuestión de aceptación o rechazo.

Los judíos lo rechazan porque juzgan según la carne, según las apariencias externas. Pero podían cambiarse los papeles. Jesús podía juzgarlos a ellos por su incredulidad. Y su juicio sería válido porque es el del Padre y el suyo propio.

¿Dónde está tu Padre? De nuevo los judíos piden evidencia externa. Estamos ante un racionalismo “religioso”, el que pide que todo sea probado con argumentos de lógica humana. Racionalismo tan peligroso como otra cualquier especie de racionalismo. El evangelio es una buena prueba de ello.

¿Dónde está tu Padre? Jesús hablaba de su Padre, de Dios. Lo invocaba, por tanto, como testigo. Esto equivalía a un juramento solemne, en el que se comprometía a Dios mismo, para que saliese garante de su afirmación. Por tanto, el otro testigo que Jesús aducía tenía la fuerza de un juramento solemne.

La afirmación de Jesús puso a sus enemigos en una situación difícil. Era pecaminoso no aceptar una afirmación que llevaba el refrendo de un juramento solemne. Pero los judíos no creían que Dios fuese el Padre de Jesús; por eso quedaron indiferentes ante las consecuencias que el rechazar el testimonio de Jesús implicaba. 

Elevación Espiritual para este día.

Dígnate, oh Cristo, dulcísimo Salvador nuestro, encender nuestras lámparas: que brillen continuamente en tu templo y se alimenten siempre de ti, que eres la luz eterna, para que desaparezcan nuestras oscuridades y huyan de nosotros las tinieblas del mundo.

Concede, pues, oh Jesús mío, tu luz a mi lámpara, para que con su resplandor se me manifieste el santuario celeste que, bajo sus mayestáticas bóvedas, te acoge, sacerdote eterno del sacrificio perenne. Haz que sólo te mire, te contemple y te desee a ti únicamente; que sólo te ame a ti y sólo espere en ti con el más ardiente deseo y que siempre mi lámpara brille y arda ante ti.

Te ruego, amado salvador nuestro, que te dignes mostrarte a nosotros, que clamamos para que conociéndote te amemos sólo a ti, sólo a ti deseemos, sólo pensemos incesantemente en ti y meditemos día y noche en tus palabras. Dígnate infundirnos un amor tan grande cual te conviene a ti, que eres amor. Que tu amor invada todo nuestro ser y nos haga completamente tuyos. Tu caridad llene nuestros sentidos, para que no amemos nada fuera de ti, que eres eterno. 

Reflexión Espiritual para el día. 

Jesús, luz del mundo, no sólo eres la luz que brilla en las tinieblas nocturnas; también eres la luz de la mañana, la luz de cada nuevo día, de sus esperanzas, de sus actividades. El sol que sube poco a poco. También tu, oh luz del mundo, en el alba de cada da deseas penetrar a través de la ignorancia y las debilidades humanas, a través de la buena voluntad y a través de las pasiones pecaminosas. Cada Hazme piadoso contigo, luz del día que surge, para que no malgaste este día que comienza y acoja lo que me ofreces por mediación suya. Luz del mundo, tú eres sobre todo el sol resplandeciente en mediodía.

Un día de verano, en Jerusalén, traté de fijarme a mediodía, en el sol de oriente. Levanté los ojos hacia él y, durante uno o dos segundos, pude entrever un albor deslumbrante, incandescente y ardiente, más blanco que la nieve. Pensé entonces en ti, Cristo, luz del mundo, pensé que ese punto relampagueante y radiante era la representación visual más pura y eficaz que podemos tener de tu ser. Para poder continuar mirando ese sol de mediodía, interpuse entre éste y mis ojos las hojas de un arbusto. Comprendí entonces otra cosa. Comprendí cómo tu luminosidad cegadora, oh Cristo-luz, nos aparece tamizada, filtrada a través de tus criaturas iluminadas y caldeadas por esa luz.
Luz del mundo, que te pueda ver en el esplendor de mediodía.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62. La casta azucena. 

¿Quién no conoce el relato de la casta Susana y la frecuente prohibición de leerlo que existía hasta no hace muchos años, por ser algo vergonzoso e impúdico?

Su nombre ha pasado a nuestro idioma a través del árabe con el artículo añadido. Susana, que significa lirio, es hoy para nosotros «a-zuzana=azucena».

El relato es de la más fina sicología y llevado en tensión progresiva hasta la enseñanza didáctica que se pretende ofrecer: el triunfo de la inocencia sobre la maldad.

Pasaje deuterocanónico, está ausente en el texto hebreo y aparece de modo bastante distinto en la versión griega de los LXX y en la de Teodoción. Críticamente esta, última es la más segura y es la recogida por la Liturgia en esta lectura. Aceptada por la Iglesia como parte integrante del libro de Daniel, posee para nosotros toda la garantía de un escrito inspirado.

Que su autor no sea el mismo que el de otros capítulos del libro de Daniel es críticamente seguro y ya no nos extraña. Tampoco hay razones apodícticas para negar su historicidad en los años del destierro babilónico, a pesar de algunas claras inverosimilitudes. Dado que las versiones griegas suponen un original semita, hebreo o arameo, podemos pensar fundadamente que nos encontramos ante un relato primitivamente histórico, que la fantasía popular fue ornando paulatinamente con ribetes epopéyicos hasta quedar estandarizado cuando llegó a manos de nuestro autor. Útil para sus fines, no dudó en insertarlo dentro de su obra, identificando al joven con Daniel y poniéndolo como ejemplo de fidelidad, de inocencia y de abandono en manos de Dios, incluso cuando todo parece humanamente perdido. Tal era la situación de sus contemporáneos.

Las palabras de Susana: «Mejor es para mí caer bajo vuestro poder sin culpa alguna que pecar ante él Señor», fue sin duda el grito de los mártires macabeos y la más hermosa expresión de sus heroicos sentimientos.

Como denuncia del vicio y exaltación de la virtud, el relato fue de ayer, de hoy y de todos los tiempos. Los detalles de la narración son un precioso arsenal costumbrista hebreo en perfecta armonía con la Ley y la Mishná. Una preciosa lectura ejemplar de frescor inacabable
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