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martes, 23 de marzo de 2010

Día 23-03-2010. Ciclo C.


23 de marzo de 2010. MARTES DE LA V SEMANA  DE CUARESMA,  1ª semana del Salterio. (Ciclo C). Feria o SAN TORIBIO DE MOGROVEJO, obispo, conmemoración.AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS José Oriol pb, Rebeca de Himlaya vg.
Toribio de Mogrovejo, José Oriol
LITURGIA DE LA PALABRA.
Nm 21,4-9: Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce
Salmo 101: Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti.
Jn 8,21-30: Muchos creyeron en él 

Como una prueba de que los enemigos de Jesús viven en las tinieblas, Juan nos trajo el relato de la mujer adultera para luego dar a Jesús la oportunidad de autoproclamarse como la Luz, inspirado, además, en la ambientación del templo que, según el evangelista, está arreglado con las luces que se encienden con motivo de la fiesta de las chozas.

Ante la ceguera de sus oyentes y su incapacidad para entender el sentido profundo de sus palabras, Jesús establece la diferencia que hay entre sus interlocutores y él: “ustedes son de aquí abajo, pero yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, pero yo no soy de este mundo”; es decir, hay una enorme distancia cualitativa entre ambos, dados los intereses tan distintos; mientras Jesús se esfuerza por transparentar en el mundo la obra de Dios, su proyecto de amor y de acogida para todos sin distinción; ellos se mantienen aferrados a sus propios intereses, que nos les permite descubrir en el diario acontecer la presencia y las manifestaciones de Dios. Eso es lo que considera Jesús el pecado en que viven y por eso les vaticina que “morirán en sus pecados si no creen que yo Soy”.

PRIMERA LECTURA
Números 21,4-9
Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce 

En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo." El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes." Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: "Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla." Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 101
R/.Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti.
Señor, escucha mi oración, / que mi grito llegue hasta ti; / no me escondas tu rostro / el día de la desgracia. / Inclina tu oído hacia mí; / cuando te invoco, escúchame en seguida. R.

Los gentiles temerán tu nombre, / los reyes del mundo, tu gloria. / Cuando el Señor reconstruya Sión / y aparezca en su gloria, / y se vuelva a las súplicas de los indefensos, / y no desprecie sus peticiones. R.

Quede esto escrito para la generación futura, / y el pueblo que será creado alabará al Señor. / Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, / desde el cielo se ha fijado en la tierra, / para escuchar los gemidos de los cautivos / y librar a los condenados a muerte. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Juan 8,21-30
Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: "Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros." Y los judíos comentaban: "¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?" Y él continuaba: "Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados."

Ellos le decían: "¿Quién eres tú?" Jesús les contestó: "Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él." Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: "Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada." Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.


Palabra de Dios.

Comentario de la Primera lectura: Números 21,4-9
El fragmento presenta otro episodio de protesta del pueblo durante el Éxodo. Los israelitas, agotados por el viaje, nunca satisfechos con los signos de poder y providencia que el Señor les manifiesta, murmuran contra Dios y contra su mediador, Moisés. Viene el castigo —las picaduras de serpientes venenosas (“ardientes”) —, pero pronto se transforma en misericordia. El recurso es la serpiente de bronce alzada en un estandarte, a la que miraban con fe, para curarse de las mordeduras letales. Si no estuviese en el contexto de este episodio, sería ciertamente un gesto idolátrico. La tradición yahvista vincula este objeto de culto, que luego destruirá el rey Ezequías (cf. 2 Re 18,4), a la sabia pedagogía de Yavé. Por la mediación de Moisés, ofreció a su pueblo la posibilidad de evitar ceder a los cultos de las naciones paganas vecinas, que veneraban de un modo particular a las serpientes.

Gracias a tal legitimación, la serpiente elevada en el estandarte se convierte en un signo que se prolonga y cumple en el Evangelio (cf. Jn 3,14). Si para el pueblo en el desierto el sino que expresa la misericordia de Dios poniendo remedio al castigo, en el Evangelio Cristo, exaltado en la cruz, muestra a la vez el castigo y la misericordia. Jesús, el cordero inmolado en la cruz, es el castigo de Dios por nuestro pecado y, a la vez, la mayor manifestación del poder divino que sana del pecado.

Comentario Salmo 101
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que se encuentra en una situación grave, clama al Señor: «escucha mi oración» (2), «no me escondas tu rostro», «inclina tu oído», «respóndeme» (3). El drama de esta persona se ve incrementado a causa de la destrucción de Sión (Jerusalén), que refuerza su súplica: «Levántate y ten misericordia de Sión» (14a).

Tiene cuatro partes: 2-12; 13-23; 24-28; 29, que pueden agruparse por parejas: 2-12 + 24-28; 13-23 + 29; la primera de ellas habla de la dramática situación en que se encuentra el salmista; la segunda presenta el drama de Sión, la capital, que ha sido destruida. El sufrimiento del salmista tiene estas dos fuentes: su situación personal y la grave situación por la que atraviesa el país.

La primera parte (2-12) comienza con una súplica urgente (2- 3). La situación de este individuo exige una rápida intervención del Señor. A continuación viene una larga exposición (4-12), que comienza con la conjunción «porque...», que indica que el salmista va a exponer con detalle lo que está experimentando. Habla de cómo va debilitándose su vida, empleando numerosas imágenes: sus días se consumen como el humo, sus huesos queman como brasas (4) y el corazón se le seca como la hierba pisoteada (5a). Está solo y abandonado como un pelícano en el desierto, como una lechuza en las ruinas (7) o como un ave solitaria en el tejado (8). Sus días son como una sombra que se alarga y siente que se va secando como la grama (12).

La descripción de lo que está sucediendo continúa en la tercera parte (24-28). Esta parte forma pareja con la primera (2- 12). El salmista se encuentra sin fuerzas (24) y se queja por tener que morir cuando sólo ha transcurrido la mitad de su vida (25). Compara sus frágiles y pasajeros años con la eternidad de Dios (25.28) y sigue elevando su súplica. Incluso la tierra y el cielo, mucho más duraderos que la vida de una persona, son nada ante la eternidad de Dios, Aparecen dos imágenes que hablan de su fragilidad: se van gastando corno la ropa y serán cambiados como un vestido del que nos mudamos (26-27).

La segunda parte (13-23) encaja perfectamente dentro de este tema, si bien su atención se dirige hacia otro punto. Comienza hablando de la eternidad del Señor (13), tema muy importante en todo este salmo. Pero inmediatamente se vuelve hacia Sión (Jerusalén) y la situación en que se encuentra: destruida por sus enemigos. El dolor de esta persona aumenta y, por eso, dirige su súplica al Señor: «Levántate y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te apiades de ella» (14a). También encontramos aquí, como en la primera parte, una explicación introducida con un «porque...»: «Porque tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas» (15). El salmista confía en que el Señor escuchará la oración del indefenso (18) y reconstruirá Sión (17), provocando el temor de naciones y reyes (16). Está tan convencido de ello, que sueña ya con que la generación futura alabará a Dios por la liberación del pueblo y por la reconstrucción de la capital (19-22). Sueña con el día en que todos los pueblos y reinos servirán al Señor (23).

La cuarta parte (29) forma pareja con la segunda (13-23). Funciona como conclusión: la generación futura vivirá segura y se mantendrá en la presencia del Señor.

La persona que rezó este salmo vivía una doble tensión: personal y social. Las imágenes que se emplean en las partes primera y tercera, que se corresponden entre sí (2-u y 24-28), nos dan una idea de lo que estaba sucediendo. Probablemente, se trataba de una enfermedad. El salmista tiene fiebre (4), ha perdido el apetito (5) y el sueño (8). Se encuentra físicamente debilitado (24), tiene la impresión de que no llegará a viejo, porque va a morir en la mitad de sus años (25). Tenemos aquí la dramática situación de un adulto a punto de morir. Su drama personal aumenta cuando compara la brevedad de su vida con la eternidad de Dios. Además, habla de sus enemigos, que lo insultan todo el día, maldiciéndolo furiosos. Tal es su sufrimiento que, además de perder el apetito, su alimento consiste en ceniza y su bebida en lágrimas (10). Resulta difícil saber por qué los enemigos de esta persona la odian tanto, pero no es este el único caso de los salmos en el que un pobre enfermo es perseguido, calumniado y acosado a muerte (véanse los salmos 3 y 30, entre otros).

La tensión social también es fuerte, sobre todo en las partes segunda y cuarta (13-23 + 29). Sión ha sido arrasada, está llena de gente indefensa que reza (18), de cautivos que gimen y de gente condenada a muerte (21). Se habla de naciones y de reyes (16). ¿Acaso las naciones y los reyes que habían destruido Sión? Si el Señor se levanta y tiene misericordia de la ciudad, temerán su nombre divino y su gloria divina (16) y servirán al Señor (23), posibilitando que la generación futura viva segura y se mantenga en la presencia de Dios (29). Este salmo, por tanto, revela que nos encontramos ante una tensión personal (una enfermedad mortal) agravada por el conflicto social (la destrucción de Jerusalén).

Además de insistir en que Dios es eterno (13.25b.27a.28), este salmo lo presenta como creador del cielo y de la tierra (26). No obstante, su rasgo más importante sigue siendo el de ser el Dios aliado al que puede dirigirse la gente con confianza, esperando de él la liberación personal y social. En las peticiones iniciales (2-3) se deja bien claro que estamos ante el Dios que escucha el clamor y la súplica de la gente indefensa (18), que escucha el gemido de los cautivos y libera a los condenados a muerte (21). Es el Dios del éxodo y de la Alianza. Atiende el clamor de las personas y reconstruye la ciudad arrasada, para que, en su interior, proclame el nombre del Señor (22a) no sólo el pueblo elegido, sino toda la humanidad (23). Este salmo apunta ya a lo que Jesús proclamará más tarde: que Dios es Padre y Creador de todo y de todos.

Con una gran sensibilidad, este salmo intenta cautivar a Dios y obtener su piedad y misericordia, tanto en el ámbito personal, como en el social. En el ámbito personal, las numerosas imágenes empleadas para hablar de la enfermedad y de la debilidad de esta persona, están planteando indirectamente una pregunta a Dios: «Tú, que creaste al ser humano como señor de la creación (cf. Sal 8), ¿no te apiadas de él cuando sufre más que las cosas más débiles de la naturaleza?». En el ámbito social, también se intenta «ablandar el corazón» del Señor: «Tus siervos aman las ruinas de Sión, la capital, ¿es que tú no vas a apiadarte de aquella que los profetas presentaron como tu esposa?». De hecho, muchos textos proféticos de aquel tiempo, y anteriores, hablaban de la «alianza matrimonial» o «desposorios» entre el Señor y la ciudad de Jerusalén.

Jesús se encontró con muchas situaciones de súplica y de vida debilitada, y liberó a algunas personas incluso de la fiebre (Mt 8, 14-15). Decidió su programa de vida basándose en estas situaciones (Lc 4,18-19). Dio pan a los hambrientos (Mc 6,30-44) y rescató la vida de los excluidos (Mt 8,1-4).

La relación de Jesús con Jerusalén (y con el templo) fue tensa y conflictiva. En lugar de afirmar que reconstruiría la ciudad, aseguró que no quedaría en ella piedra sobre piedra (Mc 13,2), porque había dejado de ser el lugar en el que se defendía y preservaba la vida del pueblo.

Este es un salmo para rezar cuando nuestra vida (o la vida de otros) se encuentre debilitada y corra peligro (caso de algunas enfermedades); cuando vemos vidas segadas «en la mitad de sus días»; podemos rezar este salmo ante el caos social que engendra personas indefensas, cautivos y condenados a muerte...

Comentario del Santo Evangelio: Juan 8,21-30.
El nuevo conflicto con los jefes de los judíos se sitúa en el área del templo y está escalonado por la revelación de la divinidad de Jesús (“Yo soy”), repetida en los vv. 24.28. De nuevo se brinda a los judíos la posibilidad de aclarar el misterio del Hijo del hombre (cf. Dn 7,13). Pero ellos lo rechazan obstinadamente entendiendo mal las afirmaciones sobre su inminente partida (vv. 21-24) y las afirmaciones sobre su identidad (vv. 25-29) como enviado de Dios y su revelador definitivo (cf. Jn 5,30; 6,38).

¿Cómo es posible una incomprensión tan grande? Porque ellos son “de aquí abajo”, “de este mundo” (v. 23), mientras que él es “de allá arriba”: un abismo media entre ellos. Sólo la fe lo puede llenar, porque hace que elevemos las miras. Y Jesús nos invita precisamente a eso. A pesar de todo, continuaron los malentendidos: “ellos no comprendieron “.

Jesús es signo de contradicción, y lo será sobre todo cuando sea elevado en la cruz, donde, dando cumplimiento al designio de salvación, revelará los pensamientos secretos del corazón y manifestará plenamente su identidad de Hijo que dice y hace siempre lo que agrada al Padre. Y mientras se va profundizando el distanciamiento con los adversarios, la perícopa evangélica concluye con una inesperada nota de esperanza: “Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él” (v. 30).

Al leer atentamente los grandes textos del evangelio de Juan, nos sentimos un poco perdidos. Se condensan muchas ideas que a veces parecen casi contradictorias. Por ejemplo, Jesús dice: “Donde voy yo, vosotros no podéis venir”. ¿Por qué? Porque no creemos suficientemente. La fe nos permite ir donde va él. ¿No dijo a sus discípulos: “Donde yo voy, no podéis seguirme ahora; me seguiréis más tarde” (cf. Jn 13,36)? ¿Sólo le podremos seguir después de nuestra muerte corporal? Creer y esperar con amor es ir donde Jesús se encuentra siempre, junto al Padre.

En el contexto, Jesús alude a la salvación por medio de la cruz. Los medios de gracia derivados de la cruz nos permiten encaminar nuestros pasos por el sendero justo. Es cierto que no podemos ir donde Jesús se encuentra, en el sentido de que no podemos ser artífices de nuestra propia salvación. Pero si nuestros ojos, oscurecidos por el pecado, se elevan al que, como dice Pablo, se hizo pecado por nosotros, en este intercambio de miradas —porque él también nos mira desde lo alto de la cruz— descubriremos no sólo que estamos en el buen camino, sino también que ya ha comenzado nuestra felicidad eterna.

Cuando adoremos la cruz el Viernes Santo, podremos recordar dos expresiones de la lectura de hoy: el que miraba a la serpiente “quedaba curado” (Nm 21,9) y “sabréis que yo soy” (Jn 8,28). Contemplada ya desde lejos, la cruz revela quién es Jesús: es el camino, la verdad, la vida.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 8, 21-30, para nuestros Mayores. La partida de Jesús.
De nuevo nos encontramos con el tema de la incomprensión. Un nuevo debate en el que cada una de las partes opuestas se coloca en terreno distinto. Una visión puramente humana de Jesús hace que su lenguaje resulte incomprensible y escandaloso.

Jesús habla de su partida. Es ya la segunda vez que lo hace. En la primera ocasión, los judíos entendieron que se marchaba «al extranjero», fuera de Palestina (7, 35). Ahora piensan que va a suicidarse. En ambos casos se trata de una total incomprensión. Incomprensión inevitable mientras se desconoce el verdadero origen y destino de Jesús.

Origen y destino de Jesús. Realidad misteriosa difícil de descubrir. De nuevo el evangelista recurre a categorías espaciales para hacerlo: «de arriba-de abajo». Categoría espacial que no responde a la forma judía de pensamiento. Ellos expresaban estas realidades en categorías temporales: el mundo o la era presente y el mundo o la era futura. Lo que ellos esperaban para el futuro —expresado en el cuarto evangelio por la categoría espacial «de arriba»— ya ha tenido lugar, es una realidad presente, aunque ellos no lo crean, porque no tienen experiencia de ello. Y no tienen esa experiencia porque no pertenecen al mundo de arriba, al de Dios, sino al de abajo, al de los hombres. Su actitud de incredulidad es la que los excluye de este mundo de arriba. Siguen perteneciendo, por su racionalismo religioso, al mundo de abajo, donde la muerte sigue teniendo jurisdicción plena.

¿Tú quién eres? Es la eterna pregunta cuando alguien se encuentra con Jesús. ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Las respuestas dadas por el hombre han sido múltiples y lógicas, al menos hasta cierto punto. Pero la pregunta, tal como aquí se halla formulada, carece por completo de sentido. Sencillamente porque Jesús se les ha presentado ya: es de arriba, viene de Dios, es la luz, el pan de la vida... La auténtica presentación de Jesús sólo puede hacerse en estos o semejantes términos. Quien se niega a aceptar esta presentación que Jesús hace de sí mismo, como lo hacían los judíos, se cierra por completo a la inteligencia del misterio implicado en la persona de Jesús. Por eso contesta Jesús: «Es precisamente lo que os estoy diciendo... »

El pecado de los judíos consistió en no creer. Moriréis en vuestro pecado, porque no creéis que “Yo soy”. Frase enigmática y extraordinariamente frecuente en el cuarto evangelio. ¿Qué significa y de dónde procede?

En muchos pasajes de la literatura antigua es utilizada por los dioses, por ejemplo la diosa Isis, para describir sus virtudes y atributos: «Yo soy la bondad...

La frase aparece en el Antiguo Testamento para presentar la majestad y personalidad de Dios único (Ex 3, 14; Is 51, 12) y aparece también en conexión con la Sabiduría.

Esta fórmula característica de Juan tiene un punto de referencia en otras expresiones que encontramos en los Sinópticos: Yo he venido... Yo digo... El reino de los cielos es... Juan reformula y recoge todos los significados de Jesús con esta frase.

La frase más próxima del Antiguo Testamento y más aclaratoria de la nuestra la encontramos en Is 43, 10: Yo soy Yavé y fuera de mí no hay salvador... El verbo «ser» en primera persona del singular del presente, “soy”, debe entenderse aquí en sentido estricto. Indica algo o alguien en cuanto que no tiene principio ni fin. Es colocado, por tanto, al nivel de Dios. Del que esperaban para el futuro y que ya está en medio de ellos.

Jesús sigue hablando de la unidad del Padre y del Hijo. El Padre es quien ha enviado al Hijo. También de la imposibilidad por parte de los judíos para comprenderlo. Lo conocerán cuando levanten en alto al Hijo del hombre Con ello significaba la crucifixión y la glorificación Jesús. Cuando esto tenga lugar aparecerá Jesús como puente entre los dos mundos: el de abajo y el de arriba. De este modo podrá verse o, al menos, intuirse que Jesús perteneció a los dos mundos.

A raíz de estas palabras muchos creyeron en él, pero, pero debilidad e insuficiencia de su fe se pondría de relieve continuación.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 8,21-30, de Joven para Joven. El “Maestro” crucificado.
La narración legendaria de la serpiente de bronce ha sido elaborada con el fin de justificar la presencia de este emblema en el templo de Jerusalén, en el que se conservó durante mucho tiempo, hasta que el rey Ezequías la hizo triturar con otras reliquias de los cultos paganos, con ocasión de la reforma religiosa (2 R 18), ya que se habían convertido en objetos de culto idolátrico. La serpiente de bronce muestra los vestigios del culto idolátrico al dios de la salud, muy extendido en todo el Oriente Medio desde tiempos muy remotos. También los griegos daban culto al dios de la medicina, Esculapio o Asclepios, cuyo emblema era el caduceo o vara rodeada de dos serpientes.

Lo más importante en esta tradición bíblica es el significado simbólico que el mismo Jesús le da: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15). Ciertamente, quien mire fijamente al Crucificado se curará de las mordeduras de tanta serpiente tentadora. Jesús crucificado y glorificado en su muerte es el resumen de todos los misterios, la clave de nuestra fe. Desde la cátedra de la cruz el gran Maestro nos da las grandes lecciones, no teóricas, sino prácticas. Por eso decía Pablo: “No conozco sino a Cristo, y a este crucificado” (1 Co 2,2). Francisco de Asís mirando al Señor crucificado, se curó de la fiebre de sus pasiones mundanas y carnales. Teresa de Jesús, lo mismo que Pedro, no pudo sostener la mirada de Jesús en vivo o en un “ecce homo”. La contemplación de Jesús, remachado en la cruz, nos curará de nuestras tibiezas, de nuestro cristianismo convencional y formalista.

El Hijo crucificado es la prueba suprema del amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). “El que entregó a su Hijo por todos nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo?” (Rm 8,32). Mirarle fijamente nos curará definitivamente de nuestras dudas sobre el amor del Padre a cada uno de nosotros. Nos convencerá de una vez para siempre de que “Dios es amor” y nada más que amor (1 Jn 4,16), un amor que va más allá de solemnes declaraciones.

El Dios de Jesús no se manifiesta como un ser poderoso que aplasta, sino como un Dios cercano que, en la cruz, se deja aplastar (Rm 8,31-33). Su pasión y muerte es también un grito de amor del Hijo Jesús: “No hay mayor prueba de amor que dar la vida” (Jn 15,13). Pablo ha tenido la experiencia de que Jesús ha muerto por él (Gá 2,20-21). Provocado por este amor, exclama: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?”... Nadie ni nada podrá separarnos de ese amor (Rm 8,35-39). Jesús, hecho jirones en la cruz, constituye la prueba suprema del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu. Las llagas del Crucificado son bocas que gritan su amor. Con esto está todo dicho. Jesús se hace entrega total; no se reserva ni una sola gota de su sangre.

Es preciso pedir con toda el alma la experiencia de la anchura, hondura y altura de su amor (Ef. 3,14-16). “Habiendo amado a los suyos (nosotros), los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Esta generosidad es una llamada a superar la mediocridad. No bastan pequeños gestos tranquilizadores que ocultan a veces grandes egoísmos. Jesús ama también a los que se carcajean de haberle remachado, por fin, en la cruz. Desde ella da una lección magistral de amor a los enemigos. No sólo los perdona, sino que los disculpa: “No saben lo que hacen” (Lc 23,34). Quien clave los ojos en él y recuerde su incansable perdón, se curará de las picaduras del odio, de los rencores y malquerencias: “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5,44).

Jesús sigue crucificado en todos los que sufren. Conmoverse ante la imagen de un Cristo que ya no está clavado en la cruz, sino que vive glorioso, y pasar indiferente ante el verdadero Cristo crucificado en el prójimo es pura hipocresía. Nos hubiera gustado haber estado junto a él para echarle una mano y solidarizarnos en su dolor; pues aunque nos cueste creerlo, ahora mismo podemos hacerlo en el prójimo que sufre: “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Y es que todos somos carne de su carne y sangre de su sangre (Ef. 5,29).

Jesús, desde su cátedra de la cruz, nos enseña que los sufrimientos vividos desde el amor y la paciencia cristiana son redentores, “completan su pasión” (Col 124). De este modo se convierten en dolores de parto que alumbran algo nuevo; ayudan a madurar, a ser comprensivos, purificados. Pablo recuerda: “Todo contribuye al bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). Sería insensato dejar que ese río fecundo se perdiera inútilmente en el mar cuando podría fecundar la tierra; y peor sería que se convirtiera en un torrente arrasador.

¿Cómo soporto mis cruces? Jesús crucificado da también una lección magistral de esperanza. La cruz no es lo definitivo. Es sólo un trampolín: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). Él mismo exclama con absoluta confianza: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46). Jesús revela que el sufrimiento no es, ni mucho menos, signo del abandono del Padre. También él tuvo esta sensación (Mt 27,46), pero la esperanza pudo mucho más en él. Por eso se arroja en las manos del Padre. Lo mismo podemos repetir nosotros, porque “si morimos con él, también reinaremos con él” (2 Tm 2,11).

Elevación Espiritual para este día. 
Sí, aquí estamos para contemplar. Por muy atroz que sea la imagen de Jesús crucificado, nos sentimos atraídos por este varón de dolores. Estamos persuadidos de estar ante una revelación que trasciende la imagen sensible: la revelación intencional de un símbolo, de un tipo, de una personificación extrema del sufrimiento humano. Jesús, el Cristo, quiso presentarse así. ¡Aquí el dolor aparece consciente! ¡La terrible pasión estaba prevista! La vejación y deshonra de la cruz se sabía de antemano. Jesús es el que “conoce la enfermedad” en toda su extensión, en toda su profundidad e intensidad. Y esto basta para que sea hermano del hombre que gime y sufre; hermano mayor, hermano nuestro. Jesús detenta un primado que concentra la simpatía, la solidaridad, la comunión del hombre que padece.

Jesús murió inocente porque quiso. ¿Por qué quiso? Aquí está la clave de toda esta tragedia: él ha querido asumir la expiación de toda la humanidad. Se ofreció como víctima en sustitución nuestra. Sí, él es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo “. El se sacrificó por nosotros. Se entregó por nosotros. Y así es nuestra salvación. Por eso el crucificado fija nuestra atención.

Reflexión Espiritual para el día. 
Una de las verdades del cristianismo, hoy olvidada por todos es que lo que salva es la mirada. La serpiente de bronce ha sido elevada a fin de que los hombres que yacen mutilados en el fondo de la degradación la miren y se salven.

Es en los momentos en que uno se encuentra —como suele decirse— mal dispuesto o incapaz de la elevación espiritual que conviene a las cosas sagradas, cuando la mirada dirigida a la pureza perfecta es más eficaz. Pues es entonces cuando el mal, o más bien la mediocridad, aflora a la superficie del alma en las mejores condiciones para ser quemada al contacto con el fuego.

El esfuerzo por el que el alma se salva se asemeja al esfuerzo por el que se mira, por el que se escucha, por el que una novia dice sí. Es un acto de atención y de consentimiento. Por el contrario, lo que suele llamarse voluntad es algo análogo al esfuerzo muscular.

La voluntad corresponde al nivel de la parte natural del alma. El correcto ejercicio de la voluntad es una condición necesaria de salvación, sin duda, pero lejana, inferior, muy subordinada, puramente negativa. El esfuerzo muscular realizado por el campesino sirve para arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua hacen crecer el trigo. La voluntad no opera en el alma ningún bien.

Los esfuerzos de la voluntad sólo ocupan un lugar en el cumplimiento de las obligaciones estrictas. Allí donde no hay obligación estricta hay que seguir la inclinación natural o la vocación, es decir, el mandato de Dios. Y en los actos de obediencia a Dios se es pasivo; cualesquiera que sean las fatigas que los acompañen, cualquiera que sea el despliegue aparente de actividad, no se produce en el alma nada análogo al esfuerzo muscular; hay solamente espera, atención, silencio, inmovilidad a través del sufrimiento y la alegría. La crucifixión de Cristo es el modelo de todos los actos de obediencia.

El rostro de los personajes y pasajes de la sagrada Biblia: Números 21, 4-9. La serpiente de bronce.
Las penalidades del desierto —hambre, sed, enemigos— tienen aquí otra expresión: el peligro de serpientes venenosas, de picadura ardiente y mortal. Esta tradición sería del yahvista, si el uso del nombre divino Yavé fuera señal decisiva; pero no se excluye que el elohísta use ese nombre, una vez que lo supone revelado ya a Moisés; en todo caso, el relato se debe a las versiones antiguas. También el Deuteronomio define el desierto como lugar vasto y terrible, con escorpiones y serpientes venenosas (Dt 8, 15; cf. Is 14, 29; 30, 6).

En el esquema del relato entran los factores típicos: protesta del pueblo por falta de comida y bebida y por cansancio del maná, castigo de los culpables con la muerte por picaduras de serpientes venenosas, confesión y acto penitencial, intercesión de Moisés y respuesta de Dios, ofreciendo remedio curativo por una serpiente de bronce.

El relato surgió de la conjugación de varios elementos. El primero es el dato real de las serpientes venenosas existentes en esa región (la víbora); el segundo es la creencia en virtudes curativas de la serpiente; y el tercero es un ídolo en forma de serpiente de bronce, que había en el templo de Jerusalén. El relato quiere ser su explicación etiológica. Pero el relato en este contexto sirve para rellenar el esquema de la etapa de Israel en el desierto.

En la historia de las religiones se encuentra frecuentemente la serpiente como símbolo de una divinidad de virtudes curativas. En Canaán es conocido el culto de la serpiente como símbolo de la fertilidad. Este trasfondo religioso-mítico está recogido en el relato: es la función curativa de la serpiente de bronce. En esa línea está el hecho histórico de la presencia en el templo de Jerusalén de una serpiente de bronce llamada Nejustán (de nehoset, bronce), de origen desconocido. La piedad popular hizo de ella un ídolo y el rey Ezequías, en su reforma religiosa, consideró necesario destruirla (2Re 18, 4). El relato tiene la clave del origen de ese ídolo, de claros resabios cananeos.

Pero no se haría justicia al relato si no se leyera en él más que un intento etiológico. Aparte la explicación de su origen e independientemente de lo que aconteciera con el ídolo del templo, aquí la serpiente artificial habla de la providencia de Dios en juicio y gracia con el pueblo en el camino del desierto. La serpiente misma se presenta desposeída de ese halo divino de poder independiente a que antes aludíamos e instrumentalizada enteramente por el propósito de Dios.

La mirada a la serpiente artificial es mirada a lo opaco, si no trasciende del símbolo y se remonta al Dios que cura. El poder de curar y de salvar es propio de él. Es un poder que vence el otro aspecto del mismo Dios, el que castiga por la mordedura de las serpientes. El desdoblamiento de la serpiente en principio real de muerte y en símbolo de curación y vida traduce la fe en el Dios que sobre su aspecto de juicio hace prevalecer el de su gracia y su misericordia. El relato no olvida la mención del mediador e intercesor, que asciende a Dios con la cuita y desciende al hombre con el perdón y con la vida.
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