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miércoles, 24 de marzo de 2010

Día 24-03-2010. Ciclo C.

24 de marzo de 2010. MIÉRCOLES DE LA V SEMANA DE CUARESMA, Feria. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. (FE) . AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Catalina de Suecia vg, Beato Diego José de Cádiz  pb.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Dn 3,14-20.91-92.95: Envió un ángel a salvar a sus siervos
Salmo interleccional: Dn 3: A ti gloria y alabanza por los siglos
Jn 8,31-42: Vine de parte de Dios y aquí estoy
Cada palabra, cada acción de Jesús, dan a entender que la realidad que le toca enfrentar en su momento es un cúmulo de engaños y contradicciones. Hay engaño y contradicción respecto a Dios, a su designio, a sus promesas; con una falsa y amañada interpretación de la Escritura y de la Tradición han “construido” una imagen distorsionada de Dios que le funciona de mil maravillas a la clase religiosa; del lugar santo, la casa de oración, han hecho el centro de dominio y pauperización del pueblo. Hay engaño respecto al ser humano; se le ha hecho creer al pueblo que a Dios sólo le interesa el hombre “bueno”, el que cumple puntualmente la ley y demás obligaciones religiosas. En fin, mírese desde donde se mire, la realidad que viven los paisanos y contemporáneos de Jesús está viciada de falsedad, mentiras y engaños.

En ese marco, Jesús se presenta como vía del encuentro con la Verdad a condición de aceptarlo a él como el enviado de Dios. Aceptar, entonces, a Jesús es aceptar que Dios está aquí, que camina a nuestro lado, que vive nuestra circunstancialidad, que asume nuestra realidad y que respalda nuestras iniciativas de búsqueda de una mejor vida.

PRIMERA LECTURA.
Daniel 3,14-20.91-92.95
Envió un ángel a salvar a sus siervos
En aquellos días, el rey Nabucodonosor dijo: "¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no respetáis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he erigido? Mirad: si al oír tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, estáis dispuestos a postraros adorando la estatua que he hecho, hacedlo; pero, si no la adoráis, seréis arrojados al punto al horno encendido, y ¿qué dios os librará de mis manos?" Sidrac, Misac y Abdénago contestaron: "Majestad, a eso no tenemos por qué responder. El Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido."

Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros: "¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?" Le respondieron: "Así es, majestad." Preguntó: "¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino."

Nabucodonosor entonces dijo: "Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo."

Palabra de Dios.

Interleccional: Daniel 3
R/.A ti gloria y alabanza por los siglos. 

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, / bendito tu nombre santo y glorioso. R.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R.

Bendito eres sobre el trono de tu reino. R.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines / sondeas los abismos. R.

Bendito eres en la bóveda del cielo. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Juan 8,31-42
Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres 

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: "Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." Le replicaron: "Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"?" Jesús les contestó: "Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre."

Ellos replicaron: "Nuestro padre es Abrahán." Jesús les dijo: "Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre." Le replicaron: "Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios." Jesús les contestó: "Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió."


Palabra de Dios.


Comentario de la Primera lectura: Daniel 3,14-20.91-92.95
El conocido episodio de los tres jóvenes hebreos, ilesos en el horno ardiente, contrapone la fe en el único Dios, Yavé, a los ídolos del politeísmo, ya sea el babilonio del tiempo del rey Nabucodonosor o el judaico a lo largo de la persecución de Antíoco IV Epífanes, que había erigido una estatua a Zeus Olimpo, precisamente en el altar del templo de Jerusalén. Los vv. 17s constituyen el punto culminante de la narración; escrito para edificar y consolar a los perseguidos por el nombre de Dios, es válido para todas las épocas. Yave es el Dios de la vida y servirle es optar por la verdadera vida aun cuando ello conlleve sufrimiento o incluso el martirio. Este testimonio hace perfectamente válida la fe de los que ponen toda su confianza en Dios y es el mejor modo de hacerlo conocer y reconocer por los mismos perseguidores (v. 95).

La narración discurre con profusión de detalles pintorescos a pesar de ser trágica: confiere solemnidad al relato, exaltando la superioridad de Yavé. Aun cuando falte totalmente el culto, Yavé es y será indiscutiblemente el único Dios (v. 96), ante el cual es vanidad aun la más grandiosa pompa de los cultos idolátricos.

Comentario del Salmo Interleccional: Dn 3,52-56. Envió un ángel a salvar a su siervo.
Recordemos el contexto en que el cap. 3 del libro de Daniel incluye este cántico. Nabucodonosor, rey de los caldeos, hizo en Babilonia una estatua enorme y ordenó que, al toque de los instrumentos musicales, todos se postraran para adorarla, amenazando a quienes no lo hicieran con ser arrojados a un horno abrasador. Tres jóvenes judíos, Ananías, Azarías y Misael, fieles a su fe en Yahvé, se negaron a adorar la estatua, y el rey mandó que los arrojaran al horno. «Los siervos del rey que los habían arrojado al horno no cesaban de atizar el fuego con nafta, pez, estopa y sarmientos. Las llamas se elevaban cuarenta y nueve codos por encima del horno y, al extenderse, abrasaron a los caldeos que se encontraban junto al horno. Pero el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, expulsó las llamas de fuego fuera del horno e hizo que una brisa refrescante recorriera el interior del horno, de manera que el fuego no los tocó lo más mínimo, ni les causó ningún daño o molestia. Entonces los tres se pusieron a cantar a coro, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno de esta manera: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres", etc.».

Este cántico, atribuido a los tres jóvenes en el horno ardiendo, es un salmo en forma de letanía, como el salmo 135, que debía de recitarse en el templo, y que el autor sagrado ha querido poner en boca de los tres héroes para expresar sus sentimientos de gratitud a Dios por haberlos liberado de las llamas. La composición del salmo tiene dos partes: a) oración a Dios, que se ha manifestado a Israel, en su alianza y en su templo de Jerusalén, como Dios glorioso que habita sobre los querubines (51-56); b) invitación a todas las criaturas a que alaben a Dios (57-90).

La composición es bellísima y similar a otras composiciones de salmos que conocemos de la Biblia. Empieza por alabar al Dios de los padres, que con ellos ha hecho alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel (v. 51). A pesar de haberse manifestado a los antepasados de Israel, sin embargo, sigue altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y sondeando con su mirada lo más profundo de los abismos. Su trono real es la bóveda del cielo (v. 55). Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso, toda la naturaleza, desde los ángeles hasta las bestias, debe alabarle sin fin, y a esta alabanza son asociados los tres héroes del horno de Babilonia.

El cántico que acabamos de proclamar está constituido por la primera parte de un largo y hermoso himno que se encuentra insertado en la traducción griega del libro de Daniel. Lo cantan tres jóvenes judíos arrojados a un horno ardiente por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. La Liturgia de las Horas, en las Laudes del domingo, en la primera y en la tercera semana del Salterio litúrgico, nos presenta otra parte de ese mismo canto.

Como es sabido, el libro de Daniel refleja las inquietudes, las esperanzas y también las expectativas apocalípticas del pueblo elegido, el cual, en la época de los Macabeos (siglo II a. C.), luchaba para poder vivir según la ley dada por Dios.

En el horno, los tres jóvenes, milagrosamente preservados de las llamas, cantan un himno de bendición dirigido a Dios. Este himno se asemeja a una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben a Dios como volutas de incienso, que ascienden en formas semejantes, pero nunca iguales. La oración no teme la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su afecto. Insistir en lo mismo es signo de intensidad y de múltiples matices en los sentimientos, en los impulsos interiores y en los afectos.

Hemos escuchado proclamar el inicio de este himno cósmico, contenido en los versículos 52-57 del capítulo tercero de Daniel. Es la introducción, que precede al grandioso desfile de las criaturas implicadas en la alabanza. Una mirada panorámica a todo el canto en su forma litánica nos permite descubrir una sucesión de elementos que componen la trama de todo el himno. Éste comienza con seis invocaciones dirigidas expresamente a Dios; las sigue una llamada universal a las «criaturas todas del Señor» para que abran sus labios ideales a la bendición (cf. v. 57).

Esta es la parte que consideramos hoy y que la liturgia propone para las Laudes del domingo de la segunda semana. Sucesivamente el canto seguirá convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y ensalzar a su Señor.

Nuestro pasaje inicial se repetirá una vez más en la liturgia, en las Laudes del domingo de la cuarta semana
Comentario del Santo Evangelio: Juan 8,31-42

Hablando a los judíos que se vanagloriaban de ser descendencia de Abrahán (v. 33) y por consiguiente libres, Jesús hace una serie de puntualizaciones sobre el tema de la fe y el discipulado (v. 31), de la libertad y el gozo de la intimidad familiar (vv. 32-36), de la filiación y la paternidad (vv. 37-42).

En un crescendo altamente dramático, la revelación de Jesús culmina proclamando su divinidad (v. 58: “Yo soy”), mientras la terquedad de sus adversarios desemboca en una tentativa de lapidarle (v. 59), evidente confirmación de su esclavitud al pecado (v. 34), porque son hijos “del que era homicida desde el principio” (v. 44).

La fe llevó a Abrahán a fiarse de la Palabra que libera de la esclavitud del pecado (v. 32). La fe en el Hijo debe llevar a los discípulos a permanecer en él, (v. 31), Palabra de Padre, como hijos libres que permanecen siempre en la casa paterna (v. 35). Quien obra de otro modo manifiesta inequívocamente tener otro origen (v. 41), intenciones perversas (v. 37) y esclavitud (v. 34), aunque lo ignore o no quiera admitirlo.

Cuando el Señor ya no es una idea abstracta, sino que se ha convertido en vida de nuestra vida, entonces se experimenta la libertad cristiana. ¿Es por ello la vida más fácil? Ni hablar. Como esencia de esa pertenencia a Cristo, en relación personal con él en la fe y el amor, aparecen exigencias hasta entonces insospechadas, que crean nuevos vínculos, pero no esclavizan, sino más bien dilatan el corazón para correr por el camino de los divinos mandamientos.

Nos llamamos cristianos, como los judíos se vanagloriaban de ser hijos de Abrahán, por ser fieles a ciertas observancias. Pero esto no basta para hacer de nosotros hijos de Dios, hijos de la Iglesia. Ser hijos significa ante todo ser libres. Sólo Jesús, el Hijo, nos revela lo que es la verdadera libertad: una total renuncia a sí mismos para afirmar al Otro, a los otros. El pecado, por el contrario, es el polo opuesto: todo lo refiere a uno mismo y a poner el propio yo como centro del universo. Esta es la esclavitud de la que nos habla Jesús. Se puede ser esclavos y querer seguir siéndolo aunque se tengan siempre en la boca las palabras libertad y liberación. Y es que no podemos liberarnos solos, sino que es preciso ser liberados. Esto acontece cuando abrimos el corazón a la Palabra —presencia de Cristo en nosotros— y a su poder salvador. El puede convertirnos apartándonos de la idolatría y de nosotros mismos para guiamos a la libertad del amor.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 8, 31-42(8, 31-36), para nuestros Mayores. La verdad liberadora.
La verdad os hará libres. La frase de Jesús produce sorpresa y extrañeza. ¿Cómo pude ser liberado uno que es libre? Y la extrañeza se produjo entre los judíos que habían creído en él. ¿Por qué?

Como es muy frecuente en este cuarto evangelio es preciso distinguir dos niveles de profundidad. Él refleja lo ocurrido entre Jesús y sus oyentes, pero, además, lo ocurrido, entre el cristianismo y el judaísmo después de su ruptura definitiva. Esta pequeña sección nos ofrece un buen ejemplo de ello.

Supongamos que un judío había creído en Jesús. ¿Qué añadía esta fe a lo que los judíos ya tenían? ¿Podía admitirse que la religión judía era incompleta y que debía ser completada por algún factor, radicalmente nuevo, que Jesús introdujese en ella? Según la mentalidad judía, la herencia recibida era mucho más importante y preciosa que cualquier enseñanza que Jesús pudiera impartir.

Partiendo de estos presupuestos, se explica perfectamente que la frase de Jesús «la verdad os hará libres», los sorprendiese y escandalizase. La respuesta sugirió inmediatamente: Somos descendientes de Abraham. Era la premisa fundamental de la superioridad de los judíos.

Abraham había sido un hombre de una fe, una piedad y un mérito extraordinarios. Dios le había hecho grandes promesas en relación con sus descendientes, en virtud de las cuales —fuese lo que fuese del resto de la humanidad— ellos tenían asegurada una plaza en el nuevo orden de cosas que Dios crearía para los hombres.

Es cierto que los judíos no pensaban que las promesas hechas a Abraham serían aplicadas de una manera mágica y mecánica. Estaban convencidos de la necesidad de la integridad personal y de la justicia, sin las cuales nadie tendría acceso a la salvación. Sin embargo, partían siempre de un presupuesto profundamente arraigado en el pueblo y que podría formularse así: el hecho de ser judío será el factor más importante que Dios tendrá en cuenta en el juicio último.

El Nuevo Testamento ofrece múltiples pasajes en los que se acentúa esta mentalidad del privilegio judío: somos descendientes de Abraham. Las circunstancias políticas habían humillado muchas veces al pueblo judío. En el tiempo de Cristo vivían también en estado de humillación, de sumisión a Roma. A pesar de todo conservaban, inexplicablemente, un sentido profundo de superioridad. Hay que reconocer, al menos, que se trata de un pueblo desconcertante, un pueblo que tiene algo que los demás pueblos no posee. Incluso Roma, que los tenía sometidos, tuvo que respetar, al menos, su religión.

Una vez más los judíos no comprendieron las palabras de Jesús. Porque el que comete pecado es siervo del pecado. Y la verdad que engendra la libertad no puede en modo alguno identificarse con determinados privilegios ni con la lealtad, honradez o fidelidad a unos principios, ni con cualquier tipo de esfuerzo humano. La verdad es Dios mismo manifestado y comunicado al hombre. Un principio de liberación que le viene al hombre de fuera de sí mismo. La verdad total es la que el Hijo declara y que consiste, en última instancia, en la relación armónica con Dios, que sólo Dios puede crear. Jesús mismo es la verdad.

En relación con Dios no existen privilegios. Dios no admite la acepción de personas. Pero Jesús va más allá en su argumentación. Llega a negar que sus oponentes sean hijas-descendientes de Abraham. Porque ellos entendían la descendencia en sentido físico. Ahora bien, las promesas vinculadas a Abraham no lo estaban a la pertenencia físico-generacional, sino a la pertenencia moral. La pertenencia a la familia de Abraham se obtiene, más bien, por el camino teológico-moral (el apóstol Pablo en romanos y Gálatas expondrá con toda a densidad teológica que le caracteriza este problema). Camino de fe, de justicia, de auto-dominio, de abertura a Dios, de aceptación de su testimonio y sobre todo de Aquél a quien él ha enviado.

Si fuesen hijos de Abraham, se parecerían a su padre. Ahora bien, el intento de matar a un inocente, cuyo único crimen ha sido decir la verdad, no se halla dentro del «parecido» con Abraham.

Cuando faltan las razones, se acude a los insultos. Nosotros no somos nacidos de fornicación. Implícitamente tenemos la acusación de que Jesús había nacido así. Una calumnia que esparcieron los judíos y que, posteriormente, divulgaron cuanto pudieron. Era utilizada en la propaganda anti-cristiana en los tiempos en que Juan escribió su evangelio y tal vez ya antes.

Finalmente, los judíos no son hijos de Dios. Si lo fuesen, amarían a su Hijo. Porque el Hijo no tiene pretensiones de independencia frente al Padre. Únicamente acentúa que ha sido enviado por el Padre, que cumple su voluntad, que habla de lo que ha visto y oído... El no recibir al Hijo supone rechazar al Padre. Por eso son hijos, no de Abraham ni de Dios, sino del diablo. Por eso buscan matarlo y prefieren la mentira a la verdad.

Resumen final: Sólo el que es de Dios, o quiere serlo de verdad, escucha y acepta a Jesús; los demás, no. Y entre los últimos estaban incluidos los judíos.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 8,31-42, de Joven para Joven. Jesús libera.
Con las afirmaciones de Jesús en este pasaje evangélico Juan ilumina las situaciones vivenciales angustiosas de las comunidades cristianas de su tiempo, enfrentadas con el judaísmo después de que éste las excomulgara. La persecución que sufrió Jesús continuará contra sus comunidades hasta el final de los siglos. Jesús ofrece libertad: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32). A los judíos la oferta les suena a ofensa implícita: Los declara esclavos, cuando son hijos de Abrahán y ningún hijo de Abrahán puede ser esclavo (Lv 25,42). Así que aprovechan la ocasión para lanzar un insulto contra Jesús: “Nosotros no somos hijos de prostituta”. Con ello le acusan de ser hijo de soltera, una calumnia que esparcieron los judíos y que posteriormente divulgaron cuanto pudieron como propaganda anticristiana.

Jesús les reconoce que son hijos de Abrahán, pero, como recordará Pablo (Gá 4,21-30), el patriarca tuvo dos hijos: uno de Sara, la libre, y otro de Agar, la esclava. Ellos vienen a ser hijos de la esclava, ya que “hijos de Abrahán son únicamente los hombres de fe” (Gá 3,7), los que tienen su misma fe y su mismo espíritu. Y ellos no los tienen porque no acogen el mensaje que él anuncia de parte de Dios, algo que nunca hizo Abrahán. Jesús les invita a abrir los ojos, a reconocer que están esclavizados por el pecado y a aceptar la libertad que les ofrece.

Juan Pablo II denunció que no se es cristiano por el mero hecho de tener el certificado de bautismo, cumplir con “algunos deberes religiosos” y realizar algunos gestos piadosos; si la fe no determina la vida, no se tiene el aire de Jesús. Muchos cristianos están contagiados de espíritu mundano. Por ello viven esclavizados por los ídolos de la sociedad; su cristianismo adulterado no les libera del egoísmo, raíz de toda esclavitud.

A nivel psicológico, todos somos más esclavos de lo que pensamos; a veces estamos aprisionados por cadenas que nos atan dulcemente, cadenas que confundimos con la libertad. Sólo un examen muy profundo bajo la iluminación del Espíritu nos ayudará a descubrir las motivaciones inconscientes que impulsan nuestras decisiones y nuestras acciones.

Unamuno observó: “No habla de libertad más que el cautivo”. Todos estamos subyugados por más adicciones de las que pensamos, que no nos dejan ser enteramente nosotros mismos, nos roban alegría y paz, e impiden que vivamos desde el fondo del alma. Es la lucha interna que desgarra a la psicología humana, que tan magistralmente describen desde la propia experiencia Pablo (Rm 7,14-25) y Agustín. ¿O es que acaso no nos sentimos todos, en mayor o menor medida, “dominados” por miedos, resentimientos, impulsos temperamentales, el qué dirán, la comodidad, el consumo, la ambición de poder, complejos diversos...? Cuando nos pueden, defraudamos a nuestro mejor “yo” profundo y dejan en nuestro interior un poso de amargura. A veces, aun sin estar dominados por fuerzas externas, no disfrutamos de libertad porque no la ejercemos. Somos libres “de”, pero no somos libres “para”. Es la libertad del que tiene tiempo libre y recursos, pero no sabe en qué emplearlos; se contenta con sestear.

“Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. La acogida de su palabra nos lleva a la verdad; la verdad nos lleva al amor, y en el amor está la verdadera libertad.

La Palabra nos ilumina para conocer y reconocer nuestras esclavitudes. La palabra de Jesús nos lleva a la Verdad (Jn 14,6), que encarna la libertad integral; nos convierte en discípulos del hombre más libre de la historia, el hombre indomablemente rebelde contra toda opresión. Nos comunica su Espíritu. Y “donde está el Espíritu, allí está la libertad” (2 Co 3,17).

¿En qué medida escucho la palabra de Jesús y la pongo por obra? ¿Me convierte en “bienaventurado” y en “hermano suyo”? La gran verdad que proclama Jesús es la del amor. Estamos hechos a imagen y semejanza del Dios-Amor, que es comunidad, y por eso la única consigna que proclama es “que os améis los unos a los otros” (Jn 13,34).

Amor es el otro nombre de la libertad. El que ama, hace lo que quiere y, además, quiere lo que debe. ¿No es eso lo que ocurre con respecto a las personas que queremos: el esposo, el hijo, el amigo, el hermano? Por eso Jesús invita e incita a encender en el corazón una pasión divina y dejar que el corazón actúe.

Unamuno afirma sabiamente: “El hombre libre canta amor”. Y no sólo lo canta, sino que también lo respira, lo irradia y, consecuentemente, lo motiva desde su ejemplaridad. ¿Es ésta, de hecho, mi actitud? Realmente una cosa es clara: quienes han vivido y viven en comunión con Cristo, e inspiran su vida en él, son las personas más libres de la tierra. El Evangelio es un grito de libertad; y la vida cristiana, un proceso de liberación.

Elevación Espiritual para este día:

El Deseado de nuestra alma (cf. Sal 41,1), “el más hermoso entre los hijos de los hombres” (Sal 44,3), se nos presenta bajo dos aspectos bien diferentes. Bajo un primer aspecto aparece sublime, en otro humilde; en el primero glorioso, en el segundo cubierto de oprobios; en uno venerable, en otro miserable.

Era totalmente necesario que Cristo, al pasar por el sendero de esta vida, dejara trazada una senda para sus seguidores. Y, al ser enaltecido y luego humillado, nos quiso enseñar mediante su ejemplo que hemos de conducirnos con humildad en medio de los honores y con paciencia en las afrentas y sufrimientos. El pudo indudablemente ser ensalzado, pero en manera alguna ensoberbecerse; quiso ser despreciado, pero estuvo lejos de él la poquedad de ánimo o el arrebato de la ira.

Por lo tanto, hermanos, para poder seguir a nuestro jefe sin tropiezo alguno, tanto en las cosas prósperas como en las adversas, contemplémoslo cubierto de honor y en la pasión sometido a afrentas y dolores. No obstante, en medio de tan gran cambio de circunstancias, jamás hubo cambio en su ánimo. Tened fija la mirada, hermanos, en el rostro de Jesús y que él inspire el gozo de las conciencias que están en paz, el remedio de arrepentimiento a las heridas por el pecado y que en todas infunda la segura esperanza de la salvación.

Reflexión Espiritual para el día.
La libertad consiste precisamente en el poder de darse. La existencia humana, en su originalidad, es una oferta, un don, y la libertad se lleva a cabo en el encuentro con el Otro. La grandeza del hombre está dentro de nosotros porque sólo el hombre puede tomar la iniciativa del don al que está llamado. Dios no puede violar la libertad porque es él mismo quien la suscita y la hace inviolable. Jesús, Dios, de rodillas ante sus apóstoles, es la tentativa suprema para avivar la fuente que debe brotar para la vida eterna.

En su muerte atroz, Jesús revela el precio de nuestra libertad: la cruz. Lo cual quiere decir que nuestra libertad a los ojos del Señor Jesús tiene un valor infinito. Muere acir0 que la libertad nazca en el diálogo de amor que la llevará a plenitud. Nadie como Jesús ha tenido pasión por el hombre nadie como él ha puesto al hombre tan alto, nadie como Jesús no pagado el precio de la dignidad humana. Cristo introduce una nueva escala de valores. Esto transformación de valores se inaugura con el lavatorio de los pies, ¡y el mundo cristiano todavía no se ha dado cuenta! Jesús nos da una lección.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Daniel 3. 14-20. 91-92. 95. El Dios que «libera a sus siervos».

Es curioso el detalle de que en este relato haggádico ni siquiera se menciona a Daniel. De los tres jóvenes protagonistas hebreos tampoco se dan sus nombres judíos sino los babilónicos, que les fueron impuestos al Pasar al servicio de la corte. Nabucodonosor, que en el capítulo anterior había reconocido la superioridad del Dios de los judíos, ahora no lo hace, Probablemente nos encontremos ante un relato ambulante, una epopeya nacional que circulaba ya en el s. III entre los judíos y que es aprovechada por nuestro autor durante la persecución de Antíoco e insertada en su obra con motivo del ídolo pagano que éste había hecho erigir en el templo de Jerusalén, obligando a todos los judíos a adorarlo bajo pena de muerte. El capitulo, en cambio, no está reelaborado, de forma que Nabucodonosor está muy lejos de poder ser identificado con Antíoco IV.

La narración es en extremo pintoresca y llena de colorido folclórico y milagrero. Es lo propio del estilo haggádico para mejor realzar la idea teológica que se pretende. En nuestro caso, la providencia y justicia divinas.

La chispa que hace explotar a los protagonistas no es la construcción del ídolo de oro ni la orden de adorarlo ni la pena de muerte. Fue el reto hecho a Dios: « ¿Quién será el Dios que pueda libraros de mis manos?» Los jóvenes omiten toda dialéctica. No hay respuesta. Es tiempo de acción, no de palabra. Por eso, «nuestro Dios puede salvarnos» no es la respuesta sino la confesión de su fe semejante a la de los mártires del primitivo cristianismo. “Y aunque nos salve...”, nueva confesión de su fidelidad incondicional a Dios. Esta fue la conducta de los «hasidim» del tiempo de los Macabeos, al principio de la persecución. Compromiso y abandono a los designios de Dios. Sin embargo, no tardaron en pasar a la resistencia activa (1Mac 2, 25-44).

Se da la orden del martirio con un curioso detalle, el de encender el horno «siete veces» más de lo normal. El milagro se produjo. El rey lo reconoce al contemplar un cuarto personaje, cuyo rostro es «semejante a un hijo de Dios». Es un fino retoque en que se hace presente la angeología persa. La lección había llegado a su fin.

Dios había salvado con su milagrosa intervención a aquellos tres fieles. La respuesta al reto humano estaba dada con la acción salvífica de Dios. La mención del ángel era un modo de especificar la presencia de Dios entre sus fieles aún en medio de la muerte. Era un preludio de resurrección. La confesión de fe final del rey Nabucodonosor es como la moraleja o tesis dogmática a la que estaba orientada toda la narración: «Bendito sea Dios…, que libra a los que esperan en él... por no adorar a otro Dios fuera de su Dios».
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