Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

jueves, 25 de marzo de 2010

Día 25-03-2010. Ciclo C.

Jueves 25 de marzo de 2010. SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS.  Dimas ( buen ladrón) NT, Matrona mr, Margarita Clitherow mf mr, Lucía Filippini rl.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Is 7,10-14; 8,10: Miren la virgen está encinta
Salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Heb 10,4-10: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad
Lc 1,26-38: Darás a luz un hijo
Para nuestro modo “científico” de entender la verdad, el relato lucano de la Anunciación es muy difícil de “comprender”, porque nuestra comprensión de las cosas está determinada por la necesidad de la “prueba”, la demostración fáctica; no así para el oriental, para ellos una verdad no requiere (por lo menos a la época bíblica) todo lo que nosotros hoy requerimos; basta con que lo enseñe un maestro, una persona de autoridad en la comunidad, y se le cree

En esa medida, la comunidad de Lucas no tiene ningún reparo en aceptar que el origen de su Señor necesariamente tenía que ser divino; no coincide con el origen espectacularista del oficialismo judío, pero sí coincide con las esperanzas de los empobrecidos, los humildes y sencillos, y porque coincide con esas expectativas, proviene de una mujer miembro de ese colectivo, mas no concebido como todos, sino como obra del mismo Dios; en tal medida, María no tenía que ser fecundada por un varón humano, su fecundación es obra de Dios mismo, fuente y plenitud de la vida que no necesita ningún medio humano, pero que no obstante, incluye el medio humano para realizar su gesto de acercamiento y acogida a sus criaturas

PRIMERA LECTURA.
Isaías 7,10-14;8,10
Mirad: la virgen está encinta 

En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: "Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo." Respondió Acaz: "No la pido, no quiero tentar al Señor." Entonces dijo Dios: "Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 39
R/.Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy." R.

"-Como está escrito en mi libro- / para hacer tu voluntad." / Dios mío, lo quiero, / y llevo tu ley en las entrañas. R.

He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes. R.

No me he guardado en el pecho tu defensa, / he contado tu fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad / ante la gran asamblea. R.

SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 10,4-10
Está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad" 

Hermanos: Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."" Primero dice: "No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias", que se ofrecen según la Ley. Después añade: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad." Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 1,26-38
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo 

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible." María contestó: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y la dejó el ángel.


Palabra del Señor.

La catequesis ha hecho coincidir siempre anunciación y encarnación. Se puede deducir una primera colocación de la memoria de la encarnación en la liturgia de la edificación de una basílica constantiniana sobre la casa de María en Nazaret en el siglo IV. Hay documentación irreprochable procedente del siglo VII de una peculiar celebración litúrgica el 25 de marzo tanto en Oriente como en Occidente.

La reforma del calendario litúrgico romano de Pablo VI restableció la denominación de anunciación del Señor, «celebración que era y es fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen: del Verbo que se hace Hijo de María y de la Virgen que se convierte en madre de Dios» (Marialis cultus, 6).

Comentario de la Primera Lectura: Isaías 7, 10-14.

—Escucha, heredero de David, ¿os parece poco cansar a los hombres, que queréis también cansar a mi Dios? ‘‘Pues el Señor mismo os dará una señal: Mirad, la joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Emmanuel.

Ajaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve vacilar su trono a causa de la presencia de ejércitos enemigos que hacen presión en los confines de su reino. ¿Qué puede hacer? Establecer alianzas humanas. Isaías, sin embargo, le propone resolver el angustioso problema confiándose por completo a Dios. Más aún, el profeta invita al rey a pedir una «señal» (v. 11), como confirmación concreta de la asistencia divina en esta delicada situación. Ajaz, sin embargo, rechaza la propuesta con motivaciones de falsa religiosidad: «No la pido, pues no quiero poner a prueba al Señor» (v. 12). Isaías denuncia la hipocresía del rey, pero añade que, pese al rechazo, Dios dará esa señal: «La joven está encinta y da a luz un hijo, a quien pone el nombre de Emmanuel» (v. 14).

En lo inmediato, las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Ajaz, que la reina va a dar a luz y cuyo nacimiento fue considerado, en aquel particular momento histórico, como presencia salvífica de Dios en favor del pueblo angustiado. Sin embargo, yendo más al fondo, las palabras de Isaías son el anuncio de un rey Salvador. En este oráculo de una «virgen que da a luz» la tradición cristiana ha visto desde siempre el anuncio profético del nacimiento de Jesús, hijo de María.

Comentario del Salmo 39.
El "movimiento" de este salmo de acción de gracias es admirable: primero un grito de plegaria en una situación dramática, luego acción de gracias por ser escuchado. Pero no está todo terminado: nueva súplica en medio de nuevas desgracias.
Algunas imágenes maravillosas:
-"estaba en el fondo de un abismo de pantano...".
-"Se inclinó hacia mí... para escuchar mi grito".
-"afirmó mi pie sobre la roca".
-"me puso en la boca un canto nuevo".
-"abriste mis oídos... para que escuchara tu voluntad".
-"llevo tu ley en mis entrañas... mira, no guardo silencio".
-"Se me echan encima mis culpas y no puedo huir..."
"lo admirable, lo misterioso (una profecía para el futuro): el orante acaba de ofrecer un sacrificio "ritual" en el templo, rodeado por una gran muchedumbre... pero ¿dónde está la víctima?" se preguntan. La respuesta es inaudita: Dios no quiere ya sacrificios de animales... Io que agrada a Dios es la docilidad de cada instante a su voluntad... El "don, de sí por amor".
La Epístola a los Hebreos, comentando el sacrificio que Jesús hizo de sí mismo, toma las palabras de este salmo. "Por eso Cristo al entrar en el mundo, dijo: no quieres sacrificio ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo (Era la traducción corriente según los manuscritos griegos de la época). No te agradan los holocaustos ni las ofrendas, para quitar los pecados. Entonces dije: aquí estoy, tal como está escrito de Mí en el libro (precisamente en este salmo 39), para hacer tu voluntad, oh Dios..." (Hebreos 10, 5-10).

En esta forma un texto inspirado por Dios nos revela que Jesús recitaba este salmo con predilección, encontrando en él una de las más claras expresiones del don de sí permanente al Padre y a sus hermanos, hasta la hora del don total "de sí mismo en la cruz." Y añadió: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre... (Juan 4,34). Y en la hora misma de definir su sacrificio, repitió haciendo eco a este salmo: "¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya!" (Mateo 26,39).

Y "por su obediencia somos salvados". (Romanos 5,19).

Lectura como Salmo de nuestro tiempo.

Este salmo, como lo hemos visto, es ante todo la "oración misma de Jesús". Pero también es la nuestra, a condición de no caer en el ritualismo: lo que Dios espera de nosotros, no son los sacrificios externos, las oraciones ajenas a nosotros... Si no, el ofrecimiento de nuestra carne y sangre, de nuestra vida cotidiana, del "sacrificio espiritual" (/1P/02/05; /Rm/12/01). Podemos decir, ampliando la afirmaci6n central de este salmo, que Dios espera más nuestros comportamientos cotidianos, que nuestras oraciones dominicales.
Mi "acción de gracias" (Eucaristía) consiste en:

-Estar feliz de mi fe.
-Maravillarme de Dios.
-Hacer su voluntad en lo profundo de mi vida.
-Anunciar el evangelio, la buena nueva de su justicia, de su salvación, de su amor y de su verdad.
Una forma de recitar este salmo, sería dejarnos empapar por el ambiente de oración que respira, tal como se ha resaltado más arriba, para luego concretarlo en actitudes de "mi propia vida". Heme aquí, Señor, para hacer Tu voluntad.

Abre mis oídos, Señor, para que pueda oír tu palabra, obedecer tu voluntad y cumplir tu ley. Hazme prestar atención a tu voz, estar a tono con tu acento, para que pueda reconocer al instante tus mensajes de amor en medio de la selva de ruidos que rodea mi vida.

Abre mis oídos para que oigan tu palabra, tus escrituras, tu revelación en voz y sonido a la humanidad y a mí. Haz que yo ame la lectura de la escritura santa, me alegre de oír su sonido y disfrute con su repetición. Que sea música en mis oídos, descanso en mi mente y alegría en mi corazón. Que despierte en mí el eco instantáneo de la familiaridad, el recuerdo, la amistad. Que descubra yo nuevos sentidos en ella cada vez que la lea, porque tu voz es nueva y tu mensaje acaba de salir de tus labios. Que tu palabra sea revelación para mí, que sea fuerza y alegría en mí peregrinar por la vida. Dame oídos para captar, escuchar, entender. Hazme estar siempre atento a tu palabra en las escrituras.

Abre mis oídos también a tu palabra en la naturaleza. Tu palabra en los cielos y en las nubes, en el viento y en la lluvia, en las montañas heladas y en las entrañas de fuego de esta tierra que tú has creado para que yo viva en ella. Tu voz que es poder y es ternura, tu sonrisa en la flor y tu ira en la tempestad, tu caricia en la brisa y tus amenazas en el rugido del trueno. Tú hablas en tus obras, Señor, y yo quiero tener oídos de fe para entender su sentido y vivir su mensaje. Toda tu creación habla, y quiero ser oyente devoto de las ondas íntimas de tu lenguaje cósmico. La gramática de las galaxias, la sintaxis de las estrellas. Tu palabra, que asentó él universo, tiene que asentar ahora mi corazón con su bendición y su gracia. Llena mis oídos con los sonidos de tu creación y de tu presencia en ella, Señor.

Abre también mis oídos a tu palabra en mi corazón. El mensaje secreto, el roce íntimo, la presencia silenciosa. Divino «télex" de noticias de familia. Que funcione, que transmita, que me traiga minuto a minuto el vivo recuerdo de tu amor constante. Que pueda yo escuchar tu silencio en mi alma, adivinar tu sonrisa cuando frunces el ceño, anticipar tus sentimientos y responder a ellos con la delicadeza de la fe y del amor. Mantengamos el diálogo, Señor, sin interrupción, sin sospechas, sin malentendidos. Tu palabra eterna en mi corazón abierto.

Abre por fin mis oídos, Señor, y muy especialmente a tu palabra presente en mis hermanos para mí. Tú me hablas a través de ellos, de su presencia, de sus necesidades, de sus sufrimientos y sus gozos. Que escuche yo ahora por mi parte el concierto humano de mi propia raza a mí alrededor, las notas que me agradan y las que me desagradan, las melodías en contraste, los acordes valientes, el contrapunto exacto. Que me llegue cada una de las voces, que no me pierda ni uno de los acentos. Es tu voz, Señor. Quiero estar a tono con la armonía global de la historia y la sociedad, unirme a ella y dejar que mi vida también suene en el conjunto en acorde perfecto.
Abre mis oídos, Señor. Gracia de gracias en un mundo de sonidos.

Comentario de la Segunda lectura: Hebreos 10,4-10.
La perícopa está separada de su contexto. Éste intenta demostrar que el sacrificio de Cristo es superior a los sacrificios del Antiguo Testamento y convencer de ello. El autor de la carta relee ante todo el salmo 39 —empleado por la liturgia de hoy como salmo responsorial— como si fuera una declaración de intenciones del mismo Cristo al entrar en el mundo, o sea, cuando tomó carne y vino a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1,14), es decir, en el acontecimiento de la encarnación. Y ésa es la actitud obediencial peculiar del pueblo de la antigua alianza y de todo piadoso cantor del salmo, a saber: la de un total «aquí vengo para hacer tu voluntad».

La encarnación como actitud obediencial se lleva a cabo el día de la anunciación del Señor a María. El día del anuncio empieza la peregrinación mesiánica finalizada con la donación del cuerpo de Cristo como sacrificio salvífico, nuevo e innovador, único e indispensable, que se completa en «el sacrificio de la cruz».

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,26-38.
La autobiografía constituye una clave de lectura de la perícopa: Lucas, cronista esmerado y atento oyente de los protagonistas, ha recibido probablemente confidencias de María y las ha traducido en mensaje evangélico. En el diálogo entre Dios —por medio del ángel Gabriel— y la muchacha de Nazaret resalta un rasgo esencial: la relación viva entre lo divino y lo humano. Semejante relación se desarrolla como un recorrido en el que la propuesta de lo alto se va dilucidando poco a poco, porque el mensajero respeta —en una persona humana como la muchacha de Nazaret— el carácter gradual de la comprensión de un proyecto inesperado como fue la maternidad mesiánica, transversal a su proyecto o situación del momento, que era la virginidad. La persona humana —María, la virgen prometida como esposa a José— se asoma a este recorrido y entra progresivamente en él, en la conciencia del mensaje, que pretende secundar haciéndose disponible y adecuando a él su propio proyecto personal. La firma del acuerdo relacional entre María y Dios es el disponible «aquí está la esclava del Señor» (v. 38).

La perícopa lucana resuena en la inmensa mayoría de las liturgias marianas. Su puesto óptimo es precisamente la liturgia de la anunciación. Esta palabra parece un tanto desusada, y la liturgia la conserva tal vez para acentuar la aureola de solemnidad y misterio de un acontecimiento ciertamente único, irrepetible en su sustancia, insólito.

Concentremos nuestra atención en las dos últimas lecturas, que se aproximan en un estupendo paralelismo. En la Carta a los Hebreos, el hagiógrafo requiere o interpreta el anuncio de Cristo; en Lucas, el evangelista narra el anuncio a María. Cristo toma la iniciativa de declarar su propia intención; María recibe una palabra que viene de fuera de ella y está repleta de las peticiones de Otro. El paralelismo se transforma en coincidencia en la explicitación de la disponibilidad de ambos para cumplir la voluntad divina; disponibilidad separada por la calidad y la cantidad de conciencia, pero convergente en la finalidad de la obediencia total al proyecto de Dios.

La actitud obediencial aproxima ulteriormente a la madre y al hijo, María «anunciada» y Jesucristo «anunciado»: ambos pronuncian un «aquí estoy»; ambos se expresan con casi idénticas palabras: "Hágase según tu voluntad".
La autobiografía constituye una clave de lectura de la perícopa: Lucas, cronista esmerado y atento oyente de los protagonistas, ha recibido probablemente confidencias de María y las ha traducido en mensaje evangélico. En el diálogo entre Dios —por medio del ángel Gabriel— y la muchacha de Nazaret resalta un rasgo esencial: la relación viva entre lo divino y lo humano. Semejante relación se desarrolla como un recorrido en el que la propuesta de lo alto se va dilucidando poco a poco, porque el mensajero respeta —en una persona humana como la muchacha de Nazaret— el carácter gradual de la comprensión de un proyecto inesperado como fue la maternidad mesiánica, transversal a su proyecto o situación del momento, que era la virginidad. La persona humana —María, la virgen prometida como esposa a José— se asoma a este recorrido y entra progresivamente en él, en la conciencia del mensaje, que pretende secundar haciéndose disponible y adecuando a él su propio proyecto personal. La firma del acuerdo relacional entre María y Dios es el disponible «aquí está la esclava del Señor» (v. 38).

La perícopa lucana resuena en la inmensa mayoría de las liturgias marianas. Su puesto óptimo es precisamente la liturgia de la anunciación. Esta palabra parece un tanto desusada, y la liturgia la conserva tal vez para acentuar la aureola de solemnidad y misterio de un acontecimiento ciertamente único, irrepetible en su sustancia, insólito.

Concentremos nuestra atención en las dos últimas lecturas, que se aproximan en un estupendo paralelismo. En la Carta a los Hebreos, el hagiógrafo requiere o interpreta el anuncio de Cristo; en Lucas, el evangelista narra el anuncio a María. Cristo toma la iniciativa de declarar su propia intención; María recibe una palabra que viene de fuera de ella y está repleta de las peticiones de Otro. El paralelismo se transforma en coincidencia en la explicitación de la disponibilidad de ambos para cumplir la voluntad divina; disponibilidad separada por la calidad y la cantidad de conciencia, pero convergente en la finalidad de la obediencia total al proyecto de Dios.

La actitud obediencial aproxima ulteriormente a la madre y al hijo, María «anunciada» y Jesucristo «anunciado»: ambos pronuncian un «aquí estoy»; ambos se expresan con casi idénticas palabras: «Hágase según tu palabra», «vengo para hacer tu voluntad»; ambos entran en la fisonomía de «sierva» y de «siervo» del Señor. Esta sintonía anima a todo discípulo a la disponibilidad en el servir a la Palabra de Dios, porque el Hijo mismo de Dios es siervo y porque la Madre de Dios es sierva, y ambos lo son de una Palabra que salva a quien la sirve y que produce salvación.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 26-38, para nuestros Mayores. “Llena de gracia el Señor está contigo”
Esta escena enlaza con la anterior por medio de un dato, el del tiempo (“al sexto mes” de la concepción de Juan). Por ello el narrador puede presentar inmediatamente al enviado celestial por su nombre, ya que se trata del mismo ángel Gabriel que anunció también a Zacarías el nacimiento de Juan el Bautista.

Nazaret es señalada en la narración como ciudad de Galilea. Se halla aproximadamente a 340 metros sobre el nivel del mar, muy lejos del antiguo camino intensamente comercial que, atravesando el valle de Yisreel, unía Damasco con el sur de Israel y Egipto. Este lugar no se menciona en el Antiguo Testamento; pese a todo, parece ser que estaba ya habitado al menos desde el 200 a.C. Incluso en tiempos de Jesús, Nazaret no tenía ninguna importancia especial.

El concepto “virgen” indica no sólo una característica física, sino también social: una jovencita en edad de casarse. Ella estaba “desposada”, o sea, comprometida para casarse con alguien; en este caso, José. A este compromiso se le llamaba “esponsales”. Los esponsales eran un importante acto jurídico. Suponía que el novio ya había entregado al padre de la novia la cantidad que le debía dar como compensación. Hasta el momento oficial de la boda, la novia permanecía bajo la autoridad del padre, pero su estado jurídico equivalía al de una mujer casada.

La presentación del nacimiento virginal de un soberano con cuyo gobierno se esperaba el principio de una nueva era llena de paz se encuentra ya en las antiguas tradiciones egipcias. Éstas pudieron muy bien influir en las primitivas narraciones judías que desde entonces narran que el nacimiento de Isaac y de Moisés estuvo acompañados de milagros; en ellas las figuras de sus padres están hasta cierto punto relegadas. De la misma manera, también Virgilio describió el nacimiento de Augusto. Cuando Lucas habla acerca de la concepción virginal de Jesús, al mismo tiempo da testimonio de su origen divino.

El saludo del ángel podría ser usual en aquel entonces. Pero la expresión “llena de gracia” es llamativa. Con ella María es presentada como una mujer para quien está destinado el favor divino. “El Señor está contigo” recuerda la fórmula veterotestamentaria “Yo estaré contigo” (cf. Gn 17), que garantiza la ayuda y protección divinas, pero indica al mismo tiempo una misión. El saludo es: “Alégrate”, más bien que “Salve”; se trata de una llamada al júbilo mesiánico, eco de la llamada de los profetas a la Hija de Sión, y como ésta, motivada por la venida de Dios entre su pueblo; cf. Is 12,6; Sof 3,14.15; Jl 2,21.27; Zac 2,14; 9,9. “Llena de gracia” es, literalmente: “Tú, que has estado y sigues estando llena de favor divino”. Este saludo ha tenido en la primitiva tradición cristiana diversos matices en su interpretación, poniendo muy en alto la grandeza de María como Madre de Dios. Es el fenómeno, que los biblistas han llamado “historia de los efectos del texto”. Incluso, si tomamos en cuenta la época de la redacción de Lucas, podemos suponer ya difundida en Asia Menor y en el mundo cristiano del Mediterráneo una noción más teológica de charis que va más allá del sentido de “favor”. Pablo es un ejemplo claro de ello.

Como Zacarías, también María se turba y reflexiona sobre el significado de este saludo.

A María, igual que a Zacarías, se le dice por parte del ángel: “No temas”. A continuación se retorna la “palabra gancho” “gracia” incluida en el saludo. Lo que se menciona en el saludo a María, ahora se precisa de forma enfática: ella goza del favor de Dios.

Junto con la concepción y el nacimiento del niño, se determina también anticipadamente por parte de Dios su nombre. Esto concuerda bastante con las narraciones de nacimientos en el Antiguo Testamento. La madre es presentada por el narrador con énfasis y es ella quien le pone nombre al niño (cf. Gn 16,11; Is 7,14). “Jesús” (Iésous) es la forma griega del hebreo Iehoshua, que significa “el Señor auxilia”. Por eso Lucas menciona el nombre y da a conocer su significado.

Ambos versículos están fuertemente influidos por 2 Sm 7,12-16. La presentación comparativa de ambos textos puede esclarecer este fenómeno: Junto a las semejanzas también existen, sin embargo, importantes diferencias entre ambos textos. En 2 Sm 7, Dios habla por la boca del profeta Natán; en Lc 1 ,32s, a través del ángel Gabriel. Lc 1,32-33 está de tal manera elaborado que el anuncio del nacimiento de Jesús debe tomarse como el cumplimiento de la promesa de Dios a David hecha en 2 Sm 7: Jesús el Señor y Salvador del mundo, cuya venida fue prometida a David por parte de Dios.

La objeción de María hace alusión al hecho de no haberse efectuado su matrimonio. En el evangelio de Lucas, María dice textualmente: “No conozco varón”. En las tradiciones bíblicas, con el verbo “conocer” se hace alusión a las relaciones sexuales de hombre y mujer (cf. Gn 4,1.25). La “virgen” sólo estaba “desposada” (v. 27) y no tenía relaciones conyugales. Este hecho, que parece contraponerse al anuncio de los vv. 3 1-33, trae la explicación en el v. 35. Se ha pensado que la Virgen tuviera voto de virginidad.

En su respuesta a María, el ángel da a conocer el plan de Dios. En el texto griego, la falta de artículo antes de “Espíritu Santo” hace que la expresión quede relativamente abierta en cuanto a su sentido más preciso. Ciertamente, el texto habla de una concepción divina, pero calla acerca del cómo. La antigüedad conoce la presentación literaria de una concepción divina. Se encuentra en las narraciones del mundo antiguo, y los textos bíblicos parecen no excluirla. Éste parece ser el caso del Sal 2,7: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. Pues bien, lo que se dice en el Sal 2 acerca del futuro rey mesiánico, en el anuncio del ángel se refiere a Jesús de Nazaret: a él corresponden la filiación divina y la transferencia de dominio sobre todos los pueblos de la tierra. El Sal 2 fue comprendido en el judaísmo como mesiánico. “Te cubrirá con su sombra”: la expresión evoca la nube luminosa en el desierto, señal de la presencia de Yavé (cf. Ex 13,22; 19,16), o las alas del pájaro que simboliza el poder protector (Sal 17,8.52.2; 140,8) y creador (Gn 1,2) de Dios. Comparar con Lc 9,34s. En la concepción de Jesús todo viene del poder del Espíritu Santo.

La preñez de Isabel se convierte aquí en señal que el ángel da a María. Con la mención de esta señal, el autor remite a los lectores a la escena anterior.
“Nada es imposible para Dios”. Cf. Gn 18,14. Con las mismas palabras se dio respuesta a las objeciones de Sara acerca de que ella pudiera quedar embarazada siendo una mujer anciana. Con ello se da a conocer el poder de Dios, que sobrepasa cualquier fuerza imaginable.

María se somete completamente a la voluntad de Dios. Ella se designa a sí misma como “sierva del Señor”. Con esta designación María se coloca en la corriente de la tradición del pueblo de Israel, que puede ser designado como “siervo del Señor” (cf. Is 41,8-9; 42,1.19; 44,21, etc.). En el Magníficat se retorna esta designación de María.

a) María se convierte para ellos en un modelo con el cual identificarse o compararse. Ella se abandona al mensaje del enviado celestial y confía en la Palabra de Dios, que obra maravillas. Quien, como María, lleno de confianza se abandona a Dios y se abre a su mensaje, va a experimentar de la misma manera en su vida la maravillosa fuerza de Dios.

b) Los lectores están así preparados para los acontecimientos que se narran a continuación. El niño que María ha engendrado y que dará a luz es proclamado como el Rey mesiánico y el Salvador. Así se genera una tensión en el lector del evangelio y toda su atención es orientada hacia este niño.

c) La irrupción de lo divino en este mundo acontece no en los grandes centros de poder, como pudiera ser Jerusalén, el centro religioso del judaísmo; o en Roma, el centro del poder del mundo de entonces, sino en Nazaret, una ciudad sin importancia en Galilea. Nazaret, un villorrio despreciable nos recuerda el origen humilde del Mesías: Dios actúa en favor de los hombres con medios desproporcionados. El mensajero de Dios viene no a los poderosos y ricos, sino a una jovencita que no tiene nada que demostrar más que su confianza y entrega a Dios. Aquí se insinúa ya lo que Lucas desarrolla en su evangelio: la venida de Dios da esperanza a los relegados y despreciados, a los pobres y enfermos, a los maltratados y encarcelados (cf. Lc 4,18; 7,18ss). Ellos son beneficiarios y destinatarios privilegiados del Reino del Mesías.

d) El anuncio del Evangelio es buena nueva para aquellos que se confían a Dios en el seguimiento de Jesús. María se ha comportado de acuerdo con esta exigencia de Dios. Porque para Dios nada es imposible, confía en la palabra del ángel: “Yo soy la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que tú dices”. María se convierte así para los lectores del evangelio de Lucas en un modelo de fe. Este texto es mariológico: la figura de María es exaltada como en ningún otro lugar.

e) Este texto es cristológico. Sensibles a los valores del honor y la vergüenza, comunes a los pueblos del Mediterráneo, los de Nazaret van a despreciar a Jesús por considerar que no está a la altura de un profeta o del Mesías. San Lucas informa al lector acerca del verdadero origen de Jesús y acerca de su persona: es el Hijo del Altísimo y el Salvador. Es también descendiente de David.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas: 1,26-38, de Joven para Joven . Comienzo de la vida humana de Jesús.

La solemnidad de la Anunciación es, sobre todo, una fiesta del Señor. La liturgia la llama precisamente «Anunciación del Señor». De hecho, lo más importante es el anuncio de la concepción de Jesús, es decir, el comienzo de su vida humana, con la que nos ha traído la salvación.

Con todo, es también, al mismo tiempo, una fiesta de Nuestra Señora, porque la persona a la que se dirigió el ángel era María.

La liturgia nos presenta en el evangelio la narración de este acontecimiento: un relato dotado de una riqueza espiritual inagotable. El relato está preparado por la primera lectura, donde se refiere un oráculo del profeta Isaías dirigido al rey Acaz, que se encontraba en una gran dificultad; y por un pasaje de la Carta a los Hebreos, que muestra la actitud con que Cristo entró en el mundo.

El profeta Isaías se dirige a Acaz en la primera lectura, y le invita a pedir un signo extraordinario de Dios: «Pide una señal al Señor, tu Dios; en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Pero Acaz, que no se encuentra en buena disposición, rechaza la invitación, diciendo: «No la pido, no quiero tentar al Señor».

Sin embargo, en este caso no se trata de tentar al Señor: responder a la invitación con una respuesta positiva no es tentar al Señor.

Con todo, lo más significativo es que, en esta circunstancia, el Señor no renuncia a su iniciativa. Podría haber dicho: «Acaz no quiere una señal; pues no se le dará ninguna». La iniciativa tomada por el Señor en esta ocasión tiene una enorme importancia, y, en su misericordia, la confirma, a pesar de la mala disposición de Acaz. Isaías afirma: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal».

¿Cuál es esa señal extraordinaria que da Dios? «Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa “Dios-con-nosotros”». La señal es una concepción y un nacimiento, pero de un niño que lleva un nombre de lo más prometedor: Enmanuel, Dios-con-nosotros.

Los judíos reflexionaron más tarde sobre este pasaje de Isaías y comprendieron que se trataba en verdad de un acontecimiento extraordinario. El término usado por Isaías en el texto hebreo, y que nosotros hemos traducido por «virgen», no está muy claro; sin embargo, en la traducción griega (realizada algunos siglos más tarde) la predicción adquiere todo su significado: se trata de una virgen, que concebirá y dará a luz un hijo; y este hijo será Hijo de Dios, porque será Dios-con-nosotros.

La Anunciación es el cumplimiento de esta profecía. Dios envía al ángel Gabriel a una virgen, prometida en matrimonio a un hombre de la casa de David, llamado José.

El ángel entra donde ella y le dice: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». La palabra griega que traducimos por «llena de gracia» significa más precisamente «colmada de gracia». Quiere decir que Dios ha llenado a María de gracia; está llena de gracia no mérito suyo, sino por el amor generosísimo de Dios.

María no es consciente de ello; por eso queda turbada al oír estas palabras. Sin embargo, reflexiona. Aquí podemos señalar que Mar no se muestra como una muchacha superficial, sino como una muchacha muy reflexiva, que se pregunta por el sentido del saludo del ángel.

El ángel le hace, a continuación, este anuncio: «Mira, concebirá y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús». Son las mismas palabras del oráculo de Isaías: «Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo».

Este hijo será el Mesías, el hijo de David. Dice el ángel: «El Señor Dios le dará el trono de David su padre, para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reinado no tenga fin».

El ángel proclama el cumplimiento de las promesas mesiánicas, que se habían vuelto cada vez más precisas en el Antiguo Testamento: se esperaba a un hijo de David que traería consigo un reino dotado de un carácter sobrehumano, un reino eterno.

María pregunta al ángel: «¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón?». María no pone en duda la posibilidad de lo que el ángel le ha anunciado, pero quiere saber cómo tendrá lugar. Ve, de hecho, una dificultad, que Dios superará a buen seguro: la falta de una relación conyugal.

El ángel le anuncia entonces: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». La concepción será de un tipo completamente extraordinario: será obra del Espíritu Santo, sin ninguna relación conyugal.

De ahí que «el consagrado que nazca llevará el título de Hijo de Dios». Se trata de algo extraordinario, pero que ya estaba preparado por algunos textos mesiánicos. Dios había dicho en el oráculo de Natán que el descendiente prometido a David sería para él un hijo, y él sería un padre para este personaje. Por consiguiente, la idea del hijo de Dios existía ya desde el comienzo de los oráculos mesiánicos. Un salmo proclama estas palabras de Dios dirigidas al Mesías: «Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado» (Sal 2,7).

Ahora bien, el modo en que iban a realizarse estas predicciones era desconocido, inimaginable.

La Anunciación es una revelación extraordinaria. En el Antiguo Testamento encontramos algunas anunciaciones de hijos concebidos en circunstancias difíciles (de mujeres estériles, por ejemplo), pero no encontramos nunca una concepción por obra del Espíritu Santo.

María está abierta plenamente a la palabra de Dios; tiene una fe total en Dios; no duda en absoluto del poder y de la bondad de Dios; por eso da una respuesta positiva.

Esta respuesta manifiesta asimismo su profunda espiritualidad. En vez de exaltarse, como haría una muchacha a la que se le hubiera anunciado un futuro maravilloso de madre de un rey, se presenta a sí misma como «la esclava del Señor».

María toma una actitud de humildad confiada, y dice: «Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra». María se abre al proyecto de Dios con una disponibilidad maravillosa, perfecta: es la esclava del Señor. No busca los honores, las satisfacciones, sino únicamente acoger la voluntad, el proyecto de Dios y ser su humilde esclava.

Procediendo de este modo, se encuentra en una sintonía perfecta con el Hijo de Dios en el momento de la Encarnación. La segunda lectura nos revela, en efecto, que Cristo, al entrar en el mundo, dijo: «Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad».

La actitud tomada por Cristo al entrar en el mundo es una actitud de disponibilidad, de ofrenda.

Él viene a sustituir todos los sacrificios antiguos con la ofrenda de su propio cuerpo humano. Dice el autor de la Carta a los Hebreos: «Todos quedamos santificados por la ofrenda, hecha una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo».

Jesús manifiesta, desde el comienzo de su existencia humana, su disponibilidad para esta ofrenda, que se realizará más tarde en el Calvario.

«Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad», dice Cristo. «Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra», dice María. Esta perfecta correspondencia de actitudes manifiesta la santidad de María, y representa una gran enseñanza para nosotros.

También nosotros debemos tener, como María, unas ideas muy elevadas del poder y de la bondad de Dios. No debemos dudar cuando Dios elabora un proyecto para nosotros y nos lo comunica. El puede realizar, en efecto, cosas maravillosas en nosotros. «Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí», dice María en el Magníficat (Lucas 1,49).

Debemos tener esta gran fe y, por otra parte, debemos tener una disponibilidad humilde y generosa para colaborar en el proyecto de Dios. No debemos buscar el éxito de nuestra vida al margen de la voluntad de Dios, sino en la voluntad de Dios y en la disponibilidad, en la humildad, en la adhesión de corazón a todo lo que quiera el Señor.

Debemos hacer todo esto sabiendo que el proyecto de Dios es un proyecto de salvación, un proyecto de amor, un proyecto de comunión. Debemos acoger este proyecto con humildad y generosidad, en unión con María y con su hijo, Jesús.

Elevación Espiritual para este día.
La página evangélica del anuncio a María atestigua el estilo con el que Dios se hace adelante para proponer y pedir disponibilidad a la persona humana, o sea, al diálogo.

El diálogo evangélico se desarrolla en la forma del don. El don de la alegría (Alégrate, María»): la Palabra de Dios ofrece alegría. El don de la gracia («llena de gracia»; «has hallado gracia»). El don del aliento (“no temas»): la delicadeza de Dios disuelve el miedo a él que revela un rostro misericordioso, el miedo a su comprometedora palabra. El don de la vitalidad (“concebirás y darás a luz un hijo”): el hijo es señal de vida y de futuro, exigencia de custodia y de servicio, responsabilidad con la vida. El don del Espíritu («el Espíritu Santo descenderá sobre ti»): es el primer pentecostés de María, y el Espíritu le indica la intención de posesión y custodia de parte de Dios, la demanda de colaboración. El don de la fe («porque nada hay imposible para Dios»): palabra final, llave que abre la disponibilidad consciente.

Reflexión Espiritual para el día.
Al anuncio de que Dios salva, nosotros también podemos responder, como María, con el fiat, «hágase». Pero ¿hágase qué? Cúmplase en mí, pero ¿qué cosa? Cúmplase en mí la fe: que yo pueda creer. Creer que desde hace miles de años Dios está en busca del hombre. Fe en que Cristo es carne de esta carne nuestra, destino de nuestro destino; que él es aquí, apacible y poderosa energía; que él está más allá, horizonte y destino y flauta que nos llama a otro lugar y que con esta fe también nosotros podemos ser, al menos por un momento, casa de Dios, llenos de gracia al menos por un momento; que también nosotros podamos oírte decir: yo estaré contigo por donde vayas. El ángel nos repetirá entonces a cada uno las tres palabras esenciales: alégrate, no temas, también en ti va a nacer una vida.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 7, 10-14. El Emmanuel, signo de salvación.
Unos días después del encuentro junto al manantial de Guijón (cf. Is 7, 1-9), Isaías, consciente de la infidelidad del rey y de no haber sido escuchado, se presenta ante la corte demostrando como Yavé puede hacer lo que desee y cómo pueden fiarse de él. Que le pidan un «signo» a cualquier nivel, desde el sheol hasta los cielos.

Pero Ajaz no estaba dispuesto a cambiar su política asociacionista con Asiria. Lleno de falacia e hipocresía renuncia al signo; él pretende demostrar que no duda de Yavé. Isaías no aguanta más. Sabe que el temor del rey está en constatar la realización del signo y tener que cambiar su postura y aficiones extranjeras. Pues bien, quiera o no se le dará el signo.

La señal no puede ser más desconcertante. Interminables hipótesis se han hecho en torno a su inmediatez histórica y proyección mesiánica. Críticamente todo es cuestionable. A la luz de la revelación posterior adquiere el esplendor del mediodía de que carecen los amaneceres.

La fuerza del texto nos hace pensar en una doncella determinada y concreta, suficientemente conocida por el rey y el profeta, aunque no por nosotros. Ahí está el artículo determinado «la» en el original hebreo exigiendo este conocimiento. Doncella o virgen, que no implica necesariamente la virginidad en sentido fisiológico o moral.

La doncella está ya encinta sin que se haya hablado para nada de su esposo y va a dar a luz un hijo, cuyo nombre simbólico es «Emmanuel», que significa, Dios con nosotros. Antes de ser mayor, Dios castigará a cuantos se alían contra Judá. Por la historia sabemos que el rey desoyó al profeta y que Judá tuvo que sufrir sus consecuencias.

La versión alejandrina de la Biblia y la tradición cristiana han visto siempre en este signo una genuina profecía mesiánica. El Emmanuel fue Cristo, el Mesías pro si prescindiéramos de los capítulos que siguen, podríamos llegar a esta conclusión.

Por el entorno histórico del oráculo no cabe duda de que nos encontramos con los elementos propios de las promesas dinásticas. Tanto el niño como su nombre son un signo de la permanencia de las promesas davídicas. Los atributos y cualidades que le acompañan desde su nacimiento son más un ideal mesiánico que una posible realidad concreta. Ningún descendiente davídico, ni siquiera el desconocido niño que naciera poco después de ser pronunciado el oráculo, ha dejado constancia de ser él el personaje, Isaías.

Cuando, al comenzar nuestra era, una joven doncella llamada María quede embarazada sin concurso de varón y dé a luz un hijo, síntesis de lo humano y lo divino y en cuya vida, muerte y resurrección se den cita cumplidamente todos los anuncios de Isaías en estos capítulos conocidos como el «Libro del Emmanuel» ya nadie podrá negar la proyección mesiánica y salvífica de aquel Emmanuel en pañales de Isaías, cuya madurez nos ha sido revelada en Cristo.

Dejemos al crítico y estudioso investigar el modo directo o indirecto, literal o típico, mediato, inmediato o pleno como Cristo se encuentra profetizado en este pasaje. Al creyente de hoy le basta, en tanto no haya más luz crítica, saber certeramente que sólo Cristo cumplió en plenitud el oráculo dinástico y en consecuencia mesiánico pronunciado por el profeta Isaías en presencia de Ajaz y sus cortesanos como signo de providencia y garantía de fidelidad divina.
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: