2 de abril 2010.VIERNES SANTO. SOLEMNIDAD DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. (Ciclo C). IV ANIIVERSARIO DE LA MUERTE DE JUAN PABLO II. COLECTA POR LOS SANTOS LUGARES. Francisco de Paula er, Domingo Tuó pb mr, Abundio ob Niceto, Teodora vg mrc
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 52,13-53,12: Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Salmo 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
Hb 4,14-16;5,7-930: Aprendió a obedecer
Jn 18,1-19,42: Pasión de NS Jesucristo según san Juan
El cuarto poema del siervo muestra un personaje paciente y glorificado. Se trata de la narración que se hace de la pasión, muerte y triunfo del personaje, enmarcada por una introducción y epílogo que el autor pone en boca de Dios.
El contenido es clarísimo. Un inocente que sufre, dejando de lado la doctrina de la retribución que considera el sufrimiento como consecuencia del pecado; mientras que los culpables son respetados. Más sorprendente es aún, que el humillado triunfe y que un muerto siga viviendo. El mismo texto proclama que se trata de algo inaudito.
La biografía del siervo se presenta de una manera escueta: nacimiento y crecimiento (15,2), sufrimiento y pasión (3,7) condena y muerte (8), sepultura (9) y glorificación (10-11a). Los que narran los acontecimientos participan en ellos; son transformados y dan cuenta de esta transformación.
Dios confirma el mensaje con su oráculo. Anula el juicio humano declarando inocente a su siervo. Este sufrimiento del inocente servirá para la conversión de los demás. Su vida, pasión y muerte han sido como una intercesión por los demás y el Señor lo ha escuchado. El triunfo del Siervo es la realización del plan del Señor (v. 10).
Si después de leer el texto nos preguntamos ¿quién es este personaje que sufre hasta la muerte y sigue vivo? ¿a quién nos recuerda? Sin duda que la figura se parece a Moisés, o a Josías, quizás a Jeconías el desterrado, o al profeta Jeremías. Algunos piensan que es el mismo siervo de los cantos precedentes, otros que el profeta Isaías II, otros lo identifican con el pueblo judío o el pequeño resto. Una cosa si es evidente. Jesús, el Mesías quiso modelar su vida de acuerdo con el siervo de Is 53.
Cristo tenía muy clara la idea que El debía sufrir y morir y estos eran elementos de su misión redentora. Su identificación con el siervo de Yahveh en Mc 14,24 y sus paralelos, sacrificado por todos, es evidente. El Hijo del Hombre viene a cumplir su misión de Siervo de Yahveh. Desde qué momento se reconoció Cristo como Siervo de Yahveh? Desde el Bautismo (Mc 1,11 par. Is 42,1). En San Juan también aparece mucho la idea de la identificación de Cristo con el Siervo. Entonces no es una identificación posterior que hizo la comunidad cristiana, sino que es anterior. Es posible que el autor no hubiera comprendido la significación completa y total, tal vez no pensó en Cristo, pero sí en un personaje posterior que haría la intercesión total.
El Siervo de Yahveh es una personalidad corporativa. Es Cristo que actúa personalmente y su actuación repercute en toda la comunidad.
A ti Señor me acojo, no quede yo nunca defraudado: Se trata de un salmo de súplica y una acción de gracias. En medio de la angustia, el salmista mezcla los gritos de socorro con las expresiones de confianza porque está seguro de que el Señor es su roca y su fortaleza. Esta confianza del salmista en el momento de la prueba nos invita a evocar en nosotros ese mismo sentimiento, seguros de que Dios escuchará nuestras súplicas.
Dios lo proclamó sacerdote en la línea de Melquisedec: El autor de la carta a los Hebreos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, no solamente como el responsable del sacrificio como lo era en el antiguo testamento, sino como el hombre lleno de misericordia, que asumió todos los sufrimientos del ser humano hasta la muerte, de tal manera que se convirtió en el modelo para todos los hombres. Su vida estuvo siempre condicionada a la voluntad del Padre, aún en el sufrimiento.
A este sumo sacerdote podemos acercarnos con libertad, sin miedo, porque en su trono abunda la gracia y por su misericordia conseguiremos el apoyo necesario.
Cristo fue llamado por Dios de la misma manera que Aarón y según el orden de Melquisedec, pero ya no para ofrecer el sacrificio y las oblaciones, porque él mismo es la víctima. Es un nuevo tipo de sacerdote que proporciona la salvación a cuantos se aproximan a él y su gran tarea es conducirlos al Padre.
Lectura de la Pasión: La narración de la pasión según San Juan nos presenta la imagen de Jesús que el evangelista ha querido forjar a través de todo su evangelio: un Jesús que es la revelación del Padre, al mismo tiempo que en él se revela la plenitud del amor. Aún pendiente de la cruz su vida y su muerte es una victoria, porque "todo se ha cumplido" como era la voluntad del Padre.
Las oraciones comunitarias: Las oraciones que la liturgia nos propone expresan los sentimientos que mueven a la comunidad cristiana. La universalidad de esta oración incluye aún a las personas que no pertenecen a la Iglesia y que no creen en Dios. La muerte de Jesús es una propuesta para que todos unidos participemos realmente de la nueva historia que surge de la cruz victoriosa.
Reflexión para hoy : La muerte ha sido el gran misterio que ha preocupado al hombre a través de toda su historia. Porque aunque éste ha pretendido negar todas las verdades, sin embargo hay una que siempre le persigue y nunca ha podido rechazar: la realidad de la muerte. Ni siquiera los ateos más recalcitrantes se han atrevido a negar que ellos también han de morir.
Para el pagano la muerte era toda una tragedia; no tenían ideas claras sobre el más allá, por eso no obstante que admitían una existencia más allá de la tumba, dicha existencia estaba rodeada de oscuridad y enigmas. Además no todos admitían una vida después de la muerte porque ésta era un desaparecer total, el fin de todas las esperanzas, la frustración de todos los anhelos. Los mismos judíos aceptaban la resurrección pero la dilataban hasta el fin de la historia.
Para los discípulos la situación era muy desalentadora; ellos esperaban un Mesías terreno que iba a revivir las glorias del reinado de David y Salomón y he aquí que sus ilusiones se desvanecieron como la espuma. Esa sensación de desaliento está claramente expresada en uno de los discípulos de Emaús:
Nosotros esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; más con todo, van ya tres días desde que sucedió esto. (Lc 24,21)
La muerte de Jesús había sido un acontecimiento trágico; sus enemigos habían logrado lo que querían: quitarlo de en medio; los fariseos, porque había desenmascarado su hipocresía, los sacerdotes porque había denunciado la vaciedad de un culto formalista; los saduceos porque había refutado la negación de la resurrección; los ricos porque les había echado en cara la injusticia de sus actuaciones; los romanos porque pensaron que era un sedicioso.
Jesús murió abandonado por todos; sus discípulos huyeron, los judíos lo despreciaban; el Padre se hizo sordo a su clamor; esa tarde en la cruz colgaba el cuerpo de un ajusticiado, condenado por la justicia humana y rechazado por su pueblo. Parecía que el odio hubiera vencido sobre el amor; el poder sobre la debilidad de un hombre; la tinieblas sobre la luz; la muerte sobre la vida. Aquella tarde cuando las tinieblas cayeron sobre el monte Calvario parecía que todo había terminado y los enemigos de Jesús podían por fin descansar tranquilos.
Pero he aquí que en lo más profundo de los acontecimientos, la realidad era distinta. Jesús no era un vencido, sino un triunfador; no lo aprisionaba la muerte, sino que se había liberado de su abrazo mortal; lo que parecía ignominia se transformó en gloria; lo que muchos pensaban que era el fin, no era sino el comienzo de una nueva etapa de la historia de la salvación. La cruz dejó de ser un instrumento de tortura, para convertirse en el trono de gloria del nuevo rey y la corona de espinas que ciñó su cabeza es ahora una diadema de honor.
Al morir Jesús dio un nuevo sentido a la muerte, a la vida, al dolor. La pregunta desesperada del hombre sobre la muerte encontró una respuesta. Pero esto no significa que podamos cruzarnos de brazos y contentarnos con enseñar que la muerte de Jesús significó un cambio en la vida de la humanidad. Ese cambio debe manifestarse en nuestra existencia porque él no aceptó su muerte con la resignación de quien se somete a un destino ineludible, sino como quien acepta una misión de Dios. Por eso su muerte condena la injusticia de los crímenes y asesinatos, pero nos pide hacer algo contra la injusticia porque no solo condena la explotación de los oprimidos, sino que nos pide mejorar su situación; la muerte de Jesús no solo es un rechazo del abandono de las muchedumbres, sino que nos exige que nos acerquemos al desvalido.
Su muerte no es solamente un recuerdo que revivimos cada año, sino un llamado a mejorar el mundo, a destruir las estructuras de pecado; a restablecer las condiciones de paz; a construir una sociedad basada en la concordia, la colaboración y la justicia.
Jesús sigue muriendo en nuestros barrios marginados, en los soldados y guerrilleros que yacen en las selvas, en los secuestrados y prisioneros, en los enfermos y en los ignorantes. A nosotros nos toca hacer que se grito de desesperación que Jesús pronunció cuando dijo “Padre, por qué me has abandonado” se convierta en el grito de esperanza: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
PRIMERA LECTURA
Isaías 52,13-53,12
Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quien creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomo el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 30
R/.Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / tú, que eres justo, ponme a salvo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos, / la irrisión de mis vecinos, / el espanto de mis conocidos; / me ven por la calle, y escapan de mí. / Me han olvidado como a un muerto, / me han desechado como a un cachorro inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor, / te digo: "Tú eres mi Dios." / En tu mano están mis azares; / líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 4,14-16;5,7-9
Aprendió a obedecer / y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación
Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Juan 18,1-19,42
Prendieron a Jesús y lo ataron
Lectura de la Pasión del Señor.
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venia sobre él, se adelanto y les dijo:
+. "¿A quién buscáis?"
C. Le contestaron:
S. "A Jesús, el Nazareno."
C. Les dijo Jesús:
+. "Yo soy."
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+. "¿A quién buscáis?"
C. Ellos dijeron:
S. "A Jesús, el Nazareno."
C. Jesús contestó:
+. "Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos."
C. Y así se cumplió lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste." Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+. "Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?"
* Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo." Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?"
C. Él dijo:
S. "No lo soy."
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentÁndose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:
+. "Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo."
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. "¿Así contestas al sumo sacerdote?"
C. Jesús respondió:
+. "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?"
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. "¿No eres tú también de sus discípulos?"
C. Él lo negó, diciendo:
S. "No lo soy."
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. "¿No te he visto yo con él en el huerto?"
C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en le pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. "¿Qué acusación presentáis contra este hombre?"
C. Le contestaron:
S. "Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos."
C. Pilato les dijo:
S. "Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley."
C. Los judíos le dijeron:
S. "No estamos autorizados para dar muerte a nadie."
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. "¿Eres tú el rey de los judíos?"
C. Jesús le contestó:
+. "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?"
C. Pilato replicó:
S. "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿que has hecho?"
C. Jesús le contestó:
+. "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí."
C. Pilato le dijo:
S. "Conque, ¿tú eres rey?"
C. Jesús le contestó:
+. "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."
C. Pilato le dijo:
S. "Y, ¿qué es la verdad?"
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. "Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?"
C. Volvieron a gritar:
S. "A ése no, a Barrabás."
C. El tal Barrabás era un bandido.
* ¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. "¡Salve, rey de los judíos!"
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. "Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa."
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. "Aquí lo tenéis."
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. "¡Crucifícalo, crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él."
C. Los judíos le contestaron:
S. "Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios."
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. "¿De donde eres tú?"
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?"
C. Jesús le contestó:
+. "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor."
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. "Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César."
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. "Aquí tenéis a vuestro rey."
C. Ellos gritaron:
S. "¡Fuera, fuera; crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "¿A vuestro rey voy a crucificar?"
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. "No tenemos más rey que al César."
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos." Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. "No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.""
C. Pilato les contestó:
S. "Lo escrito, escrito está."
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:
S. "No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca."
C. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica". Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. - Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+. "Mujer, ahí tienes a tu hijo."
C. Luego, dijo al discípulo:
+. "Ahí tienes a tu madre."
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+. "Tengo sed."
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+. "Está cumplido."
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
*Todos se arrodillan, y se hace una pausa
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron."
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
(La Liturgia de la Palabra se concluye con la Oración Universal)
ORACION UNIVERSAL.
I.POR LA SANTA IGLESIA. Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo manifiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
II. POR EL PAPA.
Oremos también por nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI. para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia como guía del pueblo santo de Dios.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna todas las cosas, atiende bondadoso nuestras súplicas y protege al Papa, para que el pueblo cristiano, gobernado por ti bajo el cayado del Sumo Pontífice, progrese siempre en la fe. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
III. POR TODOS LOS MINISTROS Y POR LOS FIELES.
Oremos también por nuestro obispo Bernardo. por todos los obispos, presbíteros y diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia, escucha las súplicas que te dirigimos por todos sus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, cada uno te sirva fielmente en la vocación a que le has llamado. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
IV. POR LOS CATECÚMENOS.
Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor les ilumine interiormente, les abra con amor las puertas de la Iglesia, y así encuentren en el bautismo el perdón de sus pecados y la incorporación plena a Cristo, nuestro Señor.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que haces fecunda a tu Iglesia dándole constantemente nuevos hijos, acrecienta la fe y la sabiduría de los (nuestros) catecúmenos, para que, al renacer en la fuente bautismal, sean contados entre los hijos de adopción, Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
V. POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Oremos también por todos aquellos hermanos nuestros que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor asista y congregue en una sola Iglesia a cuantos viven de acuerdo, con la verdad que han conocido
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno que vas reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda, mira con amor a toda la grey que sigue a Cristo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad congregue en una sola Iglesia a los que consagró un solo bautismo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R Amén.
VI. POR LOS JUDÍOS
Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien Dios habló desde antiguo por los profetas, Para que el Señor acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza que selló con sus padres.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno que confiaste tus promesas a Abrahán y su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera alianza llegue a conseguir en plenitud la redención. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén
VII. POR LOS QUE NO CREEN EN CRISTO.
Oremos también por los que no creen en Cristo para que iluminados por el Espíritu Santo encuentren también ellos el camino de la salvación.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo que, viviendo con sinceridad ante ti, lleguen al conocimiento pleno de la verdad, y a nosotros concédenos también que, progresando en la caridad fraterna y en el deseo de conocerte más, seamos ante el mundo testigos más convincentes de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
VIII. POR LOS QUE NO CREEN EN DIOS.
Oremos también por los que no admiten a Dios, para que por la rectitud y sinceridad de su vida alcancen el premio de llegar a él.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti, concédeles que, en medio de sus dificultades, los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes les lleven al gozo de reconocerte como Dios y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
IX. POR LOS GOBERNANTES.
Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, les guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que tienes en tus manos el destino de todos los hombres y los derechos de todos los pueblos, asiste a los que gobiernan, para que, por tu gracia, se logre en todas las naciones la paz, el desarrollo y la libertad religiosa de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
X. POR LOS ATRIBULADOS
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado, para que cure a los enfermos, dé alimento a los que padecen hambre, libere de la injusticia a los perseguidos, redima a los encarcelados, conceda volver a casa a los emigrantes y desterrados, proteja a los que viajan, y dé la salvación a los moribundos.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los que lloran y fuerza de los que sufren, lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en su tribulación, para que sientan en sus adversidades la ayuda de tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 52,13-53,12: Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Salmo 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
Hb 4,14-16;5,7-930: Aprendió a obedecer
Jn 18,1-19,42: Pasión de NS Jesucristo según san Juan
El cuarto poema del siervo muestra un personaje paciente y glorificado. Se trata de la narración que se hace de la pasión, muerte y triunfo del personaje, enmarcada por una introducción y epílogo que el autor pone en boca de Dios.
El contenido es clarísimo. Un inocente que sufre, dejando de lado la doctrina de la retribución que considera el sufrimiento como consecuencia del pecado; mientras que los culpables son respetados. Más sorprendente es aún, que el humillado triunfe y que un muerto siga viviendo. El mismo texto proclama que se trata de algo inaudito.
La biografía del siervo se presenta de una manera escueta: nacimiento y crecimiento (15,2), sufrimiento y pasión (3,7) condena y muerte (8), sepultura (9) y glorificación (10-11a). Los que narran los acontecimientos participan en ellos; son transformados y dan cuenta de esta transformación.
Dios confirma el mensaje con su oráculo. Anula el juicio humano declarando inocente a su siervo. Este sufrimiento del inocente servirá para la conversión de los demás. Su vida, pasión y muerte han sido como una intercesión por los demás y el Señor lo ha escuchado. El triunfo del Siervo es la realización del plan del Señor (v. 10).
Si después de leer el texto nos preguntamos ¿quién es este personaje que sufre hasta la muerte y sigue vivo? ¿a quién nos recuerda? Sin duda que la figura se parece a Moisés, o a Josías, quizás a Jeconías el desterrado, o al profeta Jeremías. Algunos piensan que es el mismo siervo de los cantos precedentes, otros que el profeta Isaías II, otros lo identifican con el pueblo judío o el pequeño resto. Una cosa si es evidente. Jesús, el Mesías quiso modelar su vida de acuerdo con el siervo de Is 53.
Cristo tenía muy clara la idea que El debía sufrir y morir y estos eran elementos de su misión redentora. Su identificación con el siervo de Yahveh en Mc 14,24 y sus paralelos, sacrificado por todos, es evidente. El Hijo del Hombre viene a cumplir su misión de Siervo de Yahveh. Desde qué momento se reconoció Cristo como Siervo de Yahveh? Desde el Bautismo (Mc 1,11 par. Is 42,1). En San Juan también aparece mucho la idea de la identificación de Cristo con el Siervo. Entonces no es una identificación posterior que hizo la comunidad cristiana, sino que es anterior. Es posible que el autor no hubiera comprendido la significación completa y total, tal vez no pensó en Cristo, pero sí en un personaje posterior que haría la intercesión total.
El Siervo de Yahveh es una personalidad corporativa. Es Cristo que actúa personalmente y su actuación repercute en toda la comunidad.
A ti Señor me acojo, no quede yo nunca defraudado: Se trata de un salmo de súplica y una acción de gracias. En medio de la angustia, el salmista mezcla los gritos de socorro con las expresiones de confianza porque está seguro de que el Señor es su roca y su fortaleza. Esta confianza del salmista en el momento de la prueba nos invita a evocar en nosotros ese mismo sentimiento, seguros de que Dios escuchará nuestras súplicas.
Dios lo proclamó sacerdote en la línea de Melquisedec: El autor de la carta a los Hebreos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, no solamente como el responsable del sacrificio como lo era en el antiguo testamento, sino como el hombre lleno de misericordia, que asumió todos los sufrimientos del ser humano hasta la muerte, de tal manera que se convirtió en el modelo para todos los hombres. Su vida estuvo siempre condicionada a la voluntad del Padre, aún en el sufrimiento.
A este sumo sacerdote podemos acercarnos con libertad, sin miedo, porque en su trono abunda la gracia y por su misericordia conseguiremos el apoyo necesario.
Cristo fue llamado por Dios de la misma manera que Aarón y según el orden de Melquisedec, pero ya no para ofrecer el sacrificio y las oblaciones, porque él mismo es la víctima. Es un nuevo tipo de sacerdote que proporciona la salvación a cuantos se aproximan a él y su gran tarea es conducirlos al Padre.
Lectura de la Pasión: La narración de la pasión según San Juan nos presenta la imagen de Jesús que el evangelista ha querido forjar a través de todo su evangelio: un Jesús que es la revelación del Padre, al mismo tiempo que en él se revela la plenitud del amor. Aún pendiente de la cruz su vida y su muerte es una victoria, porque "todo se ha cumplido" como era la voluntad del Padre.
Las oraciones comunitarias: Las oraciones que la liturgia nos propone expresan los sentimientos que mueven a la comunidad cristiana. La universalidad de esta oración incluye aún a las personas que no pertenecen a la Iglesia y que no creen en Dios. La muerte de Jesús es una propuesta para que todos unidos participemos realmente de la nueva historia que surge de la cruz victoriosa.
Reflexión para hoy : La muerte ha sido el gran misterio que ha preocupado al hombre a través de toda su historia. Porque aunque éste ha pretendido negar todas las verdades, sin embargo hay una que siempre le persigue y nunca ha podido rechazar: la realidad de la muerte. Ni siquiera los ateos más recalcitrantes se han atrevido a negar que ellos también han de morir.
Para el pagano la muerte era toda una tragedia; no tenían ideas claras sobre el más allá, por eso no obstante que admitían una existencia más allá de la tumba, dicha existencia estaba rodeada de oscuridad y enigmas. Además no todos admitían una vida después de la muerte porque ésta era un desaparecer total, el fin de todas las esperanzas, la frustración de todos los anhelos. Los mismos judíos aceptaban la resurrección pero la dilataban hasta el fin de la historia.
Para los discípulos la situación era muy desalentadora; ellos esperaban un Mesías terreno que iba a revivir las glorias del reinado de David y Salomón y he aquí que sus ilusiones se desvanecieron como la espuma. Esa sensación de desaliento está claramente expresada en uno de los discípulos de Emaús:
Nosotros esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; más con todo, van ya tres días desde que sucedió esto. (Lc 24,21)
La muerte de Jesús había sido un acontecimiento trágico; sus enemigos habían logrado lo que querían: quitarlo de en medio; los fariseos, porque había desenmascarado su hipocresía, los sacerdotes porque había denunciado la vaciedad de un culto formalista; los saduceos porque había refutado la negación de la resurrección; los ricos porque les había echado en cara la injusticia de sus actuaciones; los romanos porque pensaron que era un sedicioso.
Jesús murió abandonado por todos; sus discípulos huyeron, los judíos lo despreciaban; el Padre se hizo sordo a su clamor; esa tarde en la cruz colgaba el cuerpo de un ajusticiado, condenado por la justicia humana y rechazado por su pueblo. Parecía que el odio hubiera vencido sobre el amor; el poder sobre la debilidad de un hombre; la tinieblas sobre la luz; la muerte sobre la vida. Aquella tarde cuando las tinieblas cayeron sobre el monte Calvario parecía que todo había terminado y los enemigos de Jesús podían por fin descansar tranquilos.
Pero he aquí que en lo más profundo de los acontecimientos, la realidad era distinta. Jesús no era un vencido, sino un triunfador; no lo aprisionaba la muerte, sino que se había liberado de su abrazo mortal; lo que parecía ignominia se transformó en gloria; lo que muchos pensaban que era el fin, no era sino el comienzo de una nueva etapa de la historia de la salvación. La cruz dejó de ser un instrumento de tortura, para convertirse en el trono de gloria del nuevo rey y la corona de espinas que ciñó su cabeza es ahora una diadema de honor.
Al morir Jesús dio un nuevo sentido a la muerte, a la vida, al dolor. La pregunta desesperada del hombre sobre la muerte encontró una respuesta. Pero esto no significa que podamos cruzarnos de brazos y contentarnos con enseñar que la muerte de Jesús significó un cambio en la vida de la humanidad. Ese cambio debe manifestarse en nuestra existencia porque él no aceptó su muerte con la resignación de quien se somete a un destino ineludible, sino como quien acepta una misión de Dios. Por eso su muerte condena la injusticia de los crímenes y asesinatos, pero nos pide hacer algo contra la injusticia porque no solo condena la explotación de los oprimidos, sino que nos pide mejorar su situación; la muerte de Jesús no solo es un rechazo del abandono de las muchedumbres, sino que nos exige que nos acerquemos al desvalido.
Su muerte no es solamente un recuerdo que revivimos cada año, sino un llamado a mejorar el mundo, a destruir las estructuras de pecado; a restablecer las condiciones de paz; a construir una sociedad basada en la concordia, la colaboración y la justicia.
Jesús sigue muriendo en nuestros barrios marginados, en los soldados y guerrilleros que yacen en las selvas, en los secuestrados y prisioneros, en los enfermos y en los ignorantes. A nosotros nos toca hacer que se grito de desesperación que Jesús pronunció cuando dijo “Padre, por qué me has abandonado” se convierta en el grito de esperanza: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
PRIMERA LECTURA
Isaías 52,13-53,12
Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quien creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomo el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 30
R/.Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / tú, que eres justo, ponme a salvo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos, / la irrisión de mis vecinos, / el espanto de mis conocidos; / me ven por la calle, y escapan de mí. / Me han olvidado como a un muerto, / me han desechado como a un cachorro inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor, / te digo: "Tú eres mi Dios." / En tu mano están mis azares; / líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 4,14-16;5,7-9
Aprendió a obedecer / y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación
Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Juan 18,1-19,42
Prendieron a Jesús y lo ataron
Lectura de la Pasión del Señor.
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venia sobre él, se adelanto y les dijo:
+. "¿A quién buscáis?"
C. Le contestaron:
S. "A Jesús, el Nazareno."
C. Les dijo Jesús:
+. "Yo soy."
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+. "¿A quién buscáis?"
C. Ellos dijeron:
S. "A Jesús, el Nazareno."
C. Jesús contestó:
+. "Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos."
C. Y así se cumplió lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste." Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+. "Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?"
* Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo." Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?"
C. Él dijo:
S. "No lo soy."
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentÁndose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:
+. "Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo."
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. "¿Así contestas al sumo sacerdote?"
C. Jesús respondió:
+. "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?"
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. "¿No eres tú también de sus discípulos?"
C. Él lo negó, diciendo:
S. "No lo soy."
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. "¿No te he visto yo con él en el huerto?"
C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en le pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. "¿Qué acusación presentáis contra este hombre?"
C. Le contestaron:
S. "Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos."
C. Pilato les dijo:
S. "Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley."
C. Los judíos le dijeron:
S. "No estamos autorizados para dar muerte a nadie."
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. "¿Eres tú el rey de los judíos?"
C. Jesús le contestó:
+. "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?"
C. Pilato replicó:
S. "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿que has hecho?"
C. Jesús le contestó:
+. "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí."
C. Pilato le dijo:
S. "Conque, ¿tú eres rey?"
C. Jesús le contestó:
+. "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."
C. Pilato le dijo:
S. "Y, ¿qué es la verdad?"
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. "Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?"
C. Volvieron a gritar:
S. "A ése no, a Barrabás."
C. El tal Barrabás era un bandido.
* ¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. "¡Salve, rey de los judíos!"
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. "Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa."
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. "Aquí lo tenéis."
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. "¡Crucifícalo, crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él."
C. Los judíos le contestaron:
S. "Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios."
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. "¿De donde eres tú?"
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?"
C. Jesús le contestó:
+. "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor."
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. "Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César."
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. "Aquí tenéis a vuestro rey."
C. Ellos gritaron:
S. "¡Fuera, fuera; crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "¿A vuestro rey voy a crucificar?"
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. "No tenemos más rey que al César."
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos." Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. "No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.""
C. Pilato les contestó:
S. "Lo escrito, escrito está."
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:
S. "No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca."
C. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica". Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. - Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+. "Mujer, ahí tienes a tu hijo."
C. Luego, dijo al discípulo:
+. "Ahí tienes a tu madre."
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+. "Tengo sed."
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+. "Está cumplido."
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
*Todos se arrodillan, y se hace una pausa
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron."
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
(La Liturgia de la Palabra se concluye con la Oración Universal)
ORACION UNIVERSAL.
I.POR LA SANTA IGLESIA. Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo manifiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
II. POR EL PAPA.
Oremos también por nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI. para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia como guía del pueblo santo de Dios.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna todas las cosas, atiende bondadoso nuestras súplicas y protege al Papa, para que el pueblo cristiano, gobernado por ti bajo el cayado del Sumo Pontífice, progrese siempre en la fe. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
III. POR TODOS LOS MINISTROS Y POR LOS FIELES.
Oremos también por nuestro obispo Bernardo. por todos los obispos, presbíteros y diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia, escucha las súplicas que te dirigimos por todos sus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, cada uno te sirva fielmente en la vocación a que le has llamado. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
IV. POR LOS CATECÚMENOS.
Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor les ilumine interiormente, les abra con amor las puertas de la Iglesia, y así encuentren en el bautismo el perdón de sus pecados y la incorporación plena a Cristo, nuestro Señor.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que haces fecunda a tu Iglesia dándole constantemente nuevos hijos, acrecienta la fe y la sabiduría de los (nuestros) catecúmenos, para que, al renacer en la fuente bautismal, sean contados entre los hijos de adopción, Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
V. POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Oremos también por todos aquellos hermanos nuestros que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor asista y congregue en una sola Iglesia a cuantos viven de acuerdo, con la verdad que han conocido
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno que vas reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda, mira con amor a toda la grey que sigue a Cristo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad congregue en una sola Iglesia a los que consagró un solo bautismo. Por Jesucristo nuestro Señor.
R Amén.
VI. POR LOS JUDÍOS
Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien Dios habló desde antiguo por los profetas, Para que el Señor acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza que selló con sus padres.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno que confiaste tus promesas a Abrahán y su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera alianza llegue a conseguir en plenitud la redención. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén
VII. POR LOS QUE NO CREEN EN CRISTO.
Oremos también por los que no creen en Cristo para que iluminados por el Espíritu Santo encuentren también ellos el camino de la salvación.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo que, viviendo con sinceridad ante ti, lleguen al conocimiento pleno de la verdad, y a nosotros concédenos también que, progresando en la caridad fraterna y en el deseo de conocerte más, seamos ante el mundo testigos más convincentes de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
VIII. POR LOS QUE NO CREEN EN DIOS.
Oremos también por los que no admiten a Dios, para que por la rectitud y sinceridad de su vida alcancen el premio de llegar a él.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti, concédeles que, en medio de sus dificultades, los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes les lleven al gozo de reconocerte como Dios y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
IX. POR LOS GOBERNANTES.
Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, les guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que tienes en tus manos el destino de todos los hombres y los derechos de todos los pueblos, asiste a los que gobiernan, para que, por tu gracia, se logre en todas las naciones la paz, el desarrollo y la libertad religiosa de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
X. POR LOS ATRIBULADOS
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado, para que cure a los enfermos, dé alimento a los que padecen hambre, libere de la injusticia a los perseguidos, redima a los encarcelados, conceda volver a casa a los emigrantes y desterrados, proteja a los que viajan, y dé la salvación a los moribundos.
En silencio prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los que lloran y fuerza de los que sufren, lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en su tribulación, para que sientan en sus adversidades la ayuda de tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Comentario de la Primera Lectura Isaías 52, 13-53,12.
Del Siervo doliente nos hablan los oráculos de Yavé que abren y concluyen este fragmento (52,13-15; 53,11s) mostrando el éxito glorioso de su padecer humilde, que se convierte en fuente de salvación para las multitudes. De él nos habla la comunidad de la que el profeta es portavoz (“nosotros”, v. 4), confesando la total incomprensión en la que se consumó el dolor del Siervo: incomprensión que pasó de la indiferencia al desprecio, del juicio al abuso legitimado (vv. 3-4.8a). Pero él calla.
No atrae precisamente por el esplendor de su aspecto (signo de bendición divina), ni por su doctrina brillante: “Familiarizado con el sufrimiento”, pero no es ésta materia de enseñanza. Callado en la humillación, en la opresión, en la condena a muerte (v. 7) hasta la sepultura infame (v. 9), sólo cuando su sacrificio dé expiación se consuma la comunidad —purificada por él— comprende el inconcebible designio de Dios.
El castigo, como sufrimiento purificador, presupone una culpa; pero aquí, por primera vez, aparece abiertamente algo distinto: el misterioso sufrimiento vicario. El pecado es nuestro —nos reconocemos fácilmente en el nosotros del texto—, pero quien sufre para expiarlo no somos nosotros, sino el Siervo inocente.
Ésta es la voluntad de Dios que se cumple en el Siervo. Es la justicia divina que se llama “misericordia”.
Es la promesa —que brilla como un relámpago en el Antiguo Testamento— de la luz y la glorificación tras las tinieblas y la humillación.
Comentario del Salmo 30
Este es un salmo de súplica individual, en el que se mezclan elementos de acción de gracias (8-9; 22-25). Alguien está atravesando una gran dificultad y, por eso, dama al Señor, Según Lc 24,46, Jesús habría rezado en la cruz este salmo o parte de él, ya que este Evangelio pone en su boca, como sus últimas palabras, la frase: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
El hecho de incluir elementos de acción de gracias hace más difícil establecer una clara división. No obstante, podemos distinguir tres partes: 2-9; 10-19; 20-25. En la primera (2-9), se concentran casi todas las peticiones urgentes qué esta persona le dirige al Señor a causa de la dramática situación en que se encuentra. Tenemos siete de estas peticiones: «sálvame», «inclina tu oído», «ven aprisa», «sé tú mi roca», «guíame», «sácame», “rescátame”. El salmista hace estas peticiones basado en la confianza que ha depositado en el Señor, considerado como último recurso. De hecho, se presenta a Dios como «roca fuerte», fortaleza», «roca y baluarte» y «el que rescata». Algunos versículos presentan ya la acción de gracias (8-9) por el rescate llevado a cabo. Tal vez se hayan añadido más tarde.
La segunda parte (10-19) comienza con una súplica («ten piedad», y. 10), que se extiende bastante a la hora de describir la desastrosa situación en que se encuentra el salmista: está arrasado física y psicológicamente y por eso todos lo rechazan como a un cacharro inútil, como a algo repugnante (10-13). Describe con detalle las acciones de sus adversarios, que pretenden darle el golpe de gracia (14). Vuelve la confianza en el Señor (15-16a) y, a causa de ello, surgen nuevas peticiones («líbrame», «haz brillar», «sálvame», 16b-17). La persona pide un cambio de destino y sigue con la descripción de las acciones criminales de sus enemigos (18-19).
En la tercera parte (20-25), ya no encontrarnos súplica, sino acción de gracias al Señor (20-22) y una catequesis dirigida a los fieles (23-25), es decir a los justos, quienes, hasta este momento, parecían ausentes y acobardados ante tanta opresión e injusticia. Es la resurrección de la lucha por la justicia.
Como los demás salmos de súplica, también este revela un terrible conflicto social entre una persona justa y un grupo de personas injustas. El enfrentamiento es desigual: uno contra muchos. ¿Es que sólo había un justo? Claro que no, pero los demás estaban asustados y permanecían callados, con miedo a morir a la mínima reacción.
¿Cuál es la situación del justo? Este salmo lo describe como alguien que ha caído en la red que le han tendido los malvados (5). Ha caído en las manos de su enemigo (9), que le oprime y le causa dolor (10), dejándolo sumido en la tristeza y entre gemidos (11), sin fuerzas para reaccionar (11). El justo llama «opresores» a sus enemigos (12), y, a causa de la opresión que padece, es rechazado por vecinos y amigos (12), se le considera ya como si estuviera muerto (13), como un caso perdido. El salmo lo presenta también como perseguido por los enemigos (16) y lo califica como «justo» (19).
¿Y los enemigos? Aparte de lo que se dice de ellos al exponer cómo se siente y cómo se encuentra el justo, este salmo los presenta como adoradores de ídolos vanos (7), como enemigos (16), malvados (18), mentirosos (19), responsables de intrigas (21).
Así pues, podemos reconstruir el marco social que dio origen a este salmo. Un justo trató, él solo, de oponerse a la injusticia generalizada (idolatría) presente en la sociedad. Los malvados injustos reaccionaron con violencia, intimidando a los demás justos, que se ocultan acobardados. El justo lleno de valor hace frente a las consecuencias de su valentía, Los malvados, sirviéndose de calumnias e intrigas, tratan de capturar al justo, que acaba en sus manos, cayendo en la trampa que le han tendido. Estando solo, el justo no tiene a quién recurrir. Se siente perdido. Sus amigos y vecinos le han dado la espalda. Se siente como muerto, como un caso perdido. Físicamente debilitado (cf el vigor que se le debilita y los huesos que se le consumen del v. 11b) y psicológicamente derrumbado (se siente como un ser repugnante para sus vecinos y un espanto para sus antiguos amigos, v. 12), escucha los cuchicheos de los enemigos que traman su muerte, ¿Qué puede hacer? Todos lo han abandonado: justos, amigos, vecinos, conocidos… Entonces clama al Señor, pues ya no le queda nadie a quién recurrir. Así nació este salmo: a partir del tremendo conflicto entre justicia e injusticia, con la aparente y fácil victoria de los injustos, que tienen al justo en sus manos y quieren matarlo.
Una vez más, Dios es visto y experimentado como el amigo y aliado fiel que no falla en los momentos de angustia. ¿Por qué tiene tanta confianza esta persona y clama a Dios? Porque sabe que, en el pasado, el Señor escuchó el clamor de los israelitas, se solidarizó con ellos, bajó y los liberó de la trampa de muerte que les había tendido el Faraón. El Señor es el aliado que hace justicia (2).
En este salmo, el Señor recibe algunos títulos significativos, que imprimen vivos colores al retrato de Dios: «roca» (3), «fortaleza» (3), «baluarte» (4). Se trata de términos vinculados con la idea de defensa y protección (contexto militar). El Señor se presenta también como «mi Dios» (15), expresión profundamente unida a la idea de Alianza; además de lo dicho, hay referencias a Dios como «refugio de acogida» (20), como alguien que «esconde» (21) y «oculta en su tienda» (21).
En el Nuevo Testamento, Jesús fue todo esto para los excluidos y los que sufrían: enfermos, leprosos, muertos, personas que necesitaban recuperar su dignidad. Además, según Lucas, este salmo es un retrato del mismo Jesús, víctima de las maquinaciones e intrigas de los poderosos. Abandonado por todos, entrega su espíritu al Padre, depositando en él toda su confianza.
Tratándose de un salmo de súplica individual, podemos rezarlo cuando nos encontremos en una situación próxima o parecida a la de la persona que lo compuso. O bien, podemos rezarlo en solidaridad con tantas y tantas personas que viven circunstancias de opresión y exclusión semejantes a las que nos describe el salmo. Desde el punto de vista personal, es conveniente rezarlo cuando tenemos la sensación de haber sido abandonados; cuando nos sentimos físicamente debilitados y psicológicamente arrasados; cuando el dolor nos consume los ojos, la garganta y las entrañas; cuando nos sentirnos víctimas de las intrigas humanas...
Si no vivimos una situación semejante, puede ser bueno rezarlo en comunión con tantos excluidos como hay en la sociedad, con los perseguidos por causa de la justicia, con aquellos cuya muerte ha sido ya fijada. Además, los versículos 12-14 nos invitan a pensar en la situación de los enfermos terminales, de los enfermos de sida y de otros que viven un drama existencial irreversible.
Comentario de la Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9.
La perícopa, de una importancia central en la carta a los Hebreos, nos invita a considerar el valor definitivo del sacrificio de Cristo, que cumple como sumo sacerdote y le hace ser, como verdadera víctima, puro y santo. La figura de Cristo sobresale así en toda su majestad. Pero esta realidad no le aleja o le lleva a un mundo inaccesible. Más bien, como ha compartido todas nuestras pruebas (4,15), sabe compadecerse de nuestra debilidad. Se ha acercado a nosotros para que nosotros pudiéramos acercarnos con total confianza al Padre, Dios de misericordia y gracia que nos concede la ayuda necesaria en todas nuestras tribulaciones (4,16) para que cualquier prueba se convierta en una situación en la que brille en todo su esplendor su providencia admirable.
La sufrida adhesión de Cristo al designio del Padre obtiene una acogida que supera infinitamente nuestros horizontes: su obediencia filial, que le llevó a “entregarse a sí mismo a la muerte” (cf. Is 53,12), le ha convertido en “causa de salvación eterna” para todos los que obedecen su Palabra (5,7-9) y se convierten de esta forma en esa descendencia inmensa prometida al Siervo de Yavé: la nueva prole de los hijos de Dios, renacidos de la sangre de Cristo.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 18. 1-19,42.
La Iglesia celebra la pasión del Señor con la seguridad de que la cruz de Cristo no es la victoria de las tinieblas, sino la muerte de la muerte. Esta visión de fe aparece manifiestamente subrayada en la narración de san Juan, donde se presenta a Jesús como rey que conoce la situación, la domina y, por así decir, se señorea de ella aun en sus mínimos detalles. La hora de Jesús —que ha llegado— se describe a través de los hechos como hora de sufrimiento y de gloria: el odio del mundo condena a muerte de cruz a Jesús, pero desde lo alto de la cruz Dios manifiesta su amor infinito. En esta espléndida revelación, en esta total entrega divina, consiste la gloria.
La narración de la pasión comienza y termina en un huerto —recuerdo del Edén— queriendo indicar que Cristo ha asumido y redimido el pecado del primer Adán y el hombre recobra ahora su belleza original. La narración no se detiene en el sufrimiento de Jesús; Juan sólo hace alusión a la agonía de Getsemaní (18,11; cf. 12,27s), mientras que subraya insistentemente la identidad divina de Cristo, el “Yo soy” que aterra a los guardias (18,5s). Del mismo modo, menciona como de pasada los escarnios y golpes, mientras evidencia —sobre todo ante Pilato y en la crucifixión— la realeza de Jesús. El término rey aparece doce veces (dieciséis en todo el cuarto evangelio). En los interrogatorios, la palabra de Cristo, el acusado, domina sobre la de los acusadores. En el momento en que Jesús es juzgado se cumple más bien el juicio sobre el mundo.
Cuando es elevado en la cruz, se cumple no un acto humano, sino la Escritura (19,28.30), y se revela la gloria de Dios. Precisamente en el momento de la muerte, nace el nuevo pueblo elegido, confiado a la Virgen Madre (19,25-28). Del agua y la sangre que manan del costado traspasado nace la Iglesia, que regenerada en el bautismo y alimentada con la eucaristía celebrará a lo largo del tiempo la pascua del verdadero Cordero (19,33; cf. Ex 12,16), hasta que también se cumpla el tiempo (cosummatum) en la eternidad (19,30).
Como el Espíritu Santo había conducido a Jesús al desierto en el comienzo de su vida pública, así impulsa con fuerza a Jerusalén hacia “su hora”, la hora del encuentro definitivo y de la manifestación definitiva del amor de Dios. El Espíritu Santo es quien da a Jesús la fuerza para mantener la lucha de Getsemaní, para adherirse a la voluntad del Padre y llegar hasta el final de su camino, a pesar de la angustia que le ocasiona sudor de sangre.
Luego, en el Calvario, aparece una escena casi desierta: en el cielo se dibujan las tres cruces y abajo —como dos brazos de una sola cruz— están María y Juan. En el profundo silencio del indescriptible sufrimiento se oye un grito: “Tengo sed”. Es un grito que recuerda el encuentro de Jesús con la Samaritana. “Dame de beber”, le había pedido, y siguió la revelación de que la sed de Jesús era de la fe de la Samaritana, sed de la fe de la humanidad, deseo de dar el agua viva, de saciar a todos con su gracia. La hora de la crucifixión y muerte de Jesús se corresponde con la hora de máxima fecundidad en el Espíritu.
Cuando el amor de Jesús llega al culmen de la inmolación, de su total anonadamiento, como del hontanar de un manantial subterráneo surge la Iglesia, la nueva comunidad de creyentes, nuevo Israel, pueblo de la nueva alianza. Y allí está María como cooperadora de la salvación, junto a Juan, que representa a los discípulos del Nazareno y a toda la humanidad, constituyendo el núcleo primitivo de la Iglesia naciente.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 18,1—19,42, para nuestros Mayores. La Pasión del Señor.
Estamos en el Viernes Santo, un día tenebroso y luminoso. Toda la Iglesia recuerda la pasión, la muerte y la sepultura de Jesús. La liturgia nos presenta unos textos espléndidos, que pueden alimentar muchas horas de meditación.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, es el canto del Siervo de Yavé, una profecía extraordinaria. La segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos recuerda la ofrenda de Cristo con gritos y lágrimas, con dolor y sufrimiento. El evangelio es la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan: un relato glorificador. En efecto, la pasión según el cuarto evangelista no es un relato triste, sino un relato que manifiesta la gloria de Jesús, la gloria de haber amado hasta el fin.
La profecía de Isaías es verdaderamente impresionante. Se trata de un texto único en todo el Antiguo Testamento. En él se habla de un personaje que sufre por los pecados de los otros. Sufre terriblemente, es humillado en grado sumo. Dice el texto: «No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente al verlo se tapaban la cara».
A continuación, se mencionan también los sufrimientos que acepta este personaje por nuestros pecados: «Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes».
De este modo nos obtuvo la salvación: «Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado». Este personaje padece por nuestros pecados. Cuando vemos sufrir a Jesús durante la pasión, no debemos olvidar que soportó sus sufrimientos por nuestros pecados.
Se trata de sufrimientos fecundos. Dice, en efecto, el texto de Isaías: «Si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años. Por los trabajos soportados verá la luz». Y el principio de esta profecía predice la glorificación extraordinaria de este personaje; el Señor afirma: «Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho».
Jesús, a través de la pasión, se dirige hacia la luz de la Pascua.
El fragmento de la Carta a los Hebreos nos hace comprender que la pasión de Jesús es una ofrenda sacrificial. No es un sacrificio ritual, no se desarrolla en un lugar sagrado, sino que es un suplicio que tiene lugar fuera de la ciudad. Sin embargo, es el más perfecto de los sacrificios.
Jesús se encuentra en una situación de angustia tremenda. La asume en la oración y con una docilidad total a Dios, como recuerda el autor de la Carta a los Hebreos: «Aun siendo hijo, aprendió sufriendo lo que es obedecer, ya consumado llegó a ser para cuantos le obedecen para todos los creyentes causa de salvación eterna».
La pasión según Juan es una pasión glorificadora. Está preparada por la oración de Jesús —la llamada «oración sacerdotal»— al final de la Cena (cf. Juan 17). Jesús se dirige al Padre y le dice: «Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria» (Juan 17,1). Jesús pide al Padre, de una manera audaz, que dé gloria al Hijo. Sin embargo, sabe muy bien que esta glorificación pasa por el sufrimiento.
Juan nos muestra que la glorificación de Jesús se lleva a cabo desde el comienzo de la pasión. En todos los episodios de la pasión hay siempre un aspecto de glorificación: una glorificación sorprendente en circunstancias que de por sí son humillantes.
Jesús se encuentra en el huerto de Getsemaní, y vienen a detenerle. Es una situación humillante: le consideran un malhechor. Pero se adelanta, y dice al que viene a detenerle: « ¿A quién buscáis?». Le respondieron: «A Jesús, el Nazareno». Les dice: «Soy yo».
Estas palabras de Jesús producen el efecto de glorificarle, porque en cuanto dice «Soy yo», retroceden y caen al suelo. Jesús se presenta como un triunfador al comienzo de la pasión. Y esto muestra todo el sentido de su pasión.
Jesús obra después de manera que se realicen sus palabras. Dice a los que han venido a detenerle: «Os he dicho que soy yo, pero, si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumple lo que había dicho él mismo, en su oración sacerdotal: «No he perdido a ninguno de los que me diste» (Juan 17,12).
Jesús responde con una gran dignidad cuando le interroga el sumo sacerdote: «Yo he hablado públicamente al mundo; y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas? Interroga a los que me han oído hablar, que ellos saben lo que les dije».
Uno de los guardias le da una bofetada a Jesús. Esto es una gran humillación para él. Pero responde con serenidad: «Si he hablado mal, demuéstrame la maldad; pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?».
Tras el episodio del interrogatorio en la casa del sumo sacerdote, conducen a Jesús al pretorio, a casa del procurador romano. En este extenso episodio en el que Pilato entra y sale varías veces —siete en total—, hablando con los judíos y con Jesús, se manifiesta siempre la inocencia de Jesús. Pilato dice con toda claridad: «No encuentro en él culpa alguna».
Por otra parte, este interrogatorio brinda a Jesús la ocasión de hablar de su propia dignidad real. Pilato le pregunta: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contesta: «Lo que dices. Yo soy rey». Así es glorificado Jesús.
Después afirma: «Para eso he nacido, para eso he venido al mundo: para atestiguar la verdad». Jesús explica que su reino no es de este mundo: se trata de un reino mucho más importante que cualquier reino humano.
Pilato lo saca de nuevo, y dice: «No encuentro en él culpa alguna». Es una nueva declaración de la inocencia de Jesús.
Después presenta a Jesús a la muchedumbre con esta expresión: «Aquí tenéis al hombre». Jesús, que lleva la corona de espinas y el manto de púrpura, es el hombre por excelencia. Los soldados le han saludado como «rey de los judíos» —y esta dignidad se volverá a afirmar más veces aún—, pero ahora Pilato lo llama «el hombre».
Jesús es el hombre ideal, el hombre perfecto. Jesús, que va hasta la posibilidad extrema del amor, es, en su pasión, el hombre más perfecto que pueda haber. Dice Juan, en efecto: «Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Juan 13,1). Y Jesús afirma: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Juan 15,13).
Hacia el final del proceso se manifiesta otro aspecto de la dignidad de Jesús. Los judíos dicen: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios». Pilato queda impresionado por estas palabras en las que se revela la dignidad filial de Jesús.
Tras haber llevado a Jesús al Gólgota, lo crucifican junto a dos malhechores. El evangelista dice: «Lo crucificaron con otros dos: uno a cada lado y en medio Jesús». Jesús está en el puesto de honor.
Viene después la inscripción que proclama en tres lenguas que Jesús es rey: «El escrito decía: Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos. Además estaba escrito en hebreo, latín y griego». Todos pudieron leerlo y comprenderlo. Los sumos sacerdotes se oponen e intentan hacer cambiar la inscripción, pero Pilato se niega, diciendo: «Lo escrito, escrito está». De este modo queda afirmada y confirmada la gloria de Jesús.
Jesús manifiesta después su poder profundo, íntimo. Cuando ve a su madre y al discípulo amado, fija el destino de María, diciéndole: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Mediante estas palabras de Jesús, María se convierte en la madre del discípulo, es decir, en la madre de todos los discípulos. Y al discípulo amado le dice: «Ahí tienes a tu madre». Este es el don maravilloso que Jesús crucificado hace a sus discípulos.
Al final puede decir: «Está cumplido». Es decir, Jesús ha ido hasta el final en las posibilidades de amar, y ahora se han cumplido todas las Escrituras. Esta es la gloria de Jesús: la gloria de amar, la gloria de hacer la voluntad del Padre, la gloria de salvar a los hombres.
Tras la muerte, la glorificación de Jesús se manifiesta de una manera particularmente significativa en el episodio del costado traspasado. Era usual que los soldados quebraran las piernas a los crucificados. Es un acto que deforma el cuerpo humano y lo vuelve inhumano. Pero a Jesús no se lo hicieron. En vez de quebrarle las piernas, un soldado le atravesó el costado con la lanza, y del costado de Jesús salió sangre y agua. El evangelista insiste mucho en este hecho: «El que lo vio lo atestigua y su testimonio es fidedigno; sabe que dice la verdad...».
En efecto, este hecho singular manifiesta la fecundidad de la pasión de Jesús. Podemos decir que el Padre glorifica con este acontecimiento, por última vez, al Hijo al final de su pasión.
La sangre muestra, de hecho, que Jesús, al dar su propia vida, puede comunicar la vida. La sangre nos comunica la vida divina de Jesús en la Eucaristía.
El agua significa el don del Espíritu. Jesús había dicho: «Quien tenga sed acuda a mí a beber: quien crea en mí» (Juan 7,37-38). Y el evangelista había comentado: «Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él: todavía no se daba Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7,39).
La pasión de Jesús nos obtiene el don del Espíritu Santo. Juan no espera a Pentecostés para hablar de este don; sabe que procede precisamente de la pasión y de la muerte de Jesús. El Espíritu que purifica, el Espíritu que vivifica, el Espíritu que santifica, todo esto procede de la pasión de Jesús por nosotros.
Por último, la sepultura de Jesús es un honor que se le rinde con una generosidad extraordinaria. Juan refiere, de hecho, que Nicodemo llevó unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe, una cantidad enorme.
Tras haber cogido el cuerpo de Jesús, lo envuelven en telas junto con aceites aromáticos; el cuerpo queda guardado en un sepulcro nuevo, en el que todavía no se había depositado a nadie. Se trata de un último honor rendido a Jesús.
Leído el relato de la pasión según Juan, podemos reconocer la visión de fe que el evangelista nos ofrece: una visión conmovedora, porque la gloria de Jesús se manifiesta ante todo con un amor llevado al extremo a través del sufrimiento y las humillaciones.
Sin embargo, hay también una perspectiva muy positiva: la pasión de Jesús está guiada siempre por la Providencia. No hay ningún detalle que carezca de significado; la Providencia glorifica a Jesús a través de su pasión. El que es capaz de discernir el sentido profundo de los acontecimientos, consigue comprender todo esto.
La glorificación de Jesús se volverá, a continuación, mucho más evidente con su resurrección y ascensión, así como con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Ahora bien, todo esto procede siempre de su pasión. De ahí que podamos afirmar, con gran alegría y con una enorme gratitud, que la pasión de Jesús es glorificadora.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 18,1—19,42, de Joven para Joven. El Misterio de la Cruz.
En el centro de la vida cristiana está la cruz. Sin el madero, en el que Jesús quiso morir por nuestros pecados, no hay verdadera religión cristiana. Al inicio de su predicación ya indicaba san Pablo que el misterio de la cruz era «escándalo para los judíos y necedad para los gentiles». Escándalo porque no se entiende que alguien que es Dios quiera pasar por una humillación tan grande (contradice la lógica de este mundo), necedad porque parece que muriendo en la cruz fracasa y así no puede redimirnos.
Sin embargo la Iglesia adora el madero santo. Hoy, en todas las iglesias del mundo, adoramos la cruz en la que colgó el hijo de Dios.
Santa Catalina de Siena dijo: «La cruz es el atajo que conduce hacia el cielo», y san Francisco de Asís: «Sólo conozco a Cristo pobre y crucificado». Sería muy larga la lista de citas de santos que podríamos recordar en la que se señala la centralidad de la cruz en la vida cristiana.
El ejemplo más reciente es el de san Pío de Pietrelcina, para quien la vida sólo tenía sentido abrazado a la cruz de Cristo.
De los muchos aspectos que esconde este misterio tan grande, podemos subrayar dos. Jesús no está sujeto a la cruz por unos clavos, sino por su amor. Cuando los blasfemos le dicen: «Si eres hijo de Dios, baja de la cruz», Jesucristo elige seguir clavado. Lo único que lo retiene allí es su amor al Padre y a cada uno de nosotros. Precisamente lo confesamos como Dios porque eligió morir en un madero.
El otro aspecto es que Jesús, en la cruz, tiene sed. En el Catecismo de la Iglesia católica, cuando se habla de la oración, se nos dice: «Dios tiene sed de nuestra sed». Jesús, clavado en la cruz, pide misericordia de nosotros, para que nosotros podamos conocer que estamos necesitados de misericordia. Jesús mendiga nuestro amor para descubrirnos que somos indigentes de su amor.
Al pie de la cruz casi no había nadie. Sólo Juan, el discípulo amado, algunas mujeres y María, la madre de Jesús. Probablemente, en nuestro tiempo, las cosas no hayan cambiado demasiado y, el madero del Calvario, continúe prácticamente abandonado. Sin embargo, sólo la cruz sostiene al cristiano. El cristianismo sin cruz es como un cuerpo sin esqueleto: conserva la forma, pero no se tiene en pie.
Hace años, el obispo Fulton Sheen señalaba dos tentaciones del momento presente: los que han optado por un cristianismo sin cruz, y los que eligieron una cruz sin Cristo. Los primeros convierten el Evangelio en ideología, sin que haya una gracia que salve verdaderamente al hombre. Todo queda en un bello ideal irrealizable. Los segundos no son capaces de entender el sentido del sufrimiento y del dolor. Son gente sin esperanza para quien la muerte es un mal inevitable. La cruz con Cristo tiene pleno sentido. Allí ocurre algo grande y único: el mismo Dios se ofrece para que no perezca el hombre. Pero ese misterio nos será iluminado desde la Resurrección.
Elevación Espiritual para este día.
¡Ah, Teótimo, Teótimo! El Salvador nos conocía a todos por los nombres y apellidos, pero, sobre todo, pensó en nosotros con un amor particular cuando ofreció sus lágrimas, sus oraciones, su sangre y su vida por nosotros. “Padre eterno, tomo sobre mí y cargo con todos los pecados del pobre Teótimo, para sufrir tormentos y muerte, a fin de que él se vea libre de ellos y no perezca, sino que viva. Muera yo con tal de que él viva; sea yo crucificado con tal de que él sea glorificado”.
La muerte y pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y más violento que puede animar nuestros corazones y llevarnos a amar. Los hijos de la cruz se glorifican en su admirable enigma, que el mundo no acaba de comprender: de la muerte, que todo lo devora, ha salido la vida; de la muerte, más fuerte que todo, ha nacido el panal de miel de nuestro amor.
El monte Calvario es, Teótimo, el monte de los amantes. El amor que no tiene su origen en la pasión de Jesús es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor del Salvador; desgraciado es el amor sin la muerte de Jesús. Amor y muerte están tan íntimamente unidos en la pasión del Señor que no pueden estar en el corazón uno sin otro. En el Calvario no se alcanza la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte del Redentor; fuera de allí todo es muerte eterna o amor eterno; la plena sabiduría cristiana consiste en saber elegir bien.
Reflexión Espiritual para el día.
Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.
El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida. Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. Simón de Cirene
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
Oración
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis est homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
Del Siervo doliente nos hablan los oráculos de Yavé que abren y concluyen este fragmento (52,13-15; 53,11s) mostrando el éxito glorioso de su padecer humilde, que se convierte en fuente de salvación para las multitudes. De él nos habla la comunidad de la que el profeta es portavoz (“nosotros”, v. 4), confesando la total incomprensión en la que se consumó el dolor del Siervo: incomprensión que pasó de la indiferencia al desprecio, del juicio al abuso legitimado (vv. 3-4.8a). Pero él calla.
No atrae precisamente por el esplendor de su aspecto (signo de bendición divina), ni por su doctrina brillante: “Familiarizado con el sufrimiento”, pero no es ésta materia de enseñanza. Callado en la humillación, en la opresión, en la condena a muerte (v. 7) hasta la sepultura infame (v. 9), sólo cuando su sacrificio dé expiación se consuma la comunidad —purificada por él— comprende el inconcebible designio de Dios.
El castigo, como sufrimiento purificador, presupone una culpa; pero aquí, por primera vez, aparece abiertamente algo distinto: el misterioso sufrimiento vicario. El pecado es nuestro —nos reconocemos fácilmente en el nosotros del texto—, pero quien sufre para expiarlo no somos nosotros, sino el Siervo inocente.
Ésta es la voluntad de Dios que se cumple en el Siervo. Es la justicia divina que se llama “misericordia”.
Es la promesa —que brilla como un relámpago en el Antiguo Testamento— de la luz y la glorificación tras las tinieblas y la humillación.
Comentario del Salmo 30
Este es un salmo de súplica individual, en el que se mezclan elementos de acción de gracias (8-9; 22-25). Alguien está atravesando una gran dificultad y, por eso, dama al Señor, Según Lc 24,46, Jesús habría rezado en la cruz este salmo o parte de él, ya que este Evangelio pone en su boca, como sus últimas palabras, la frase: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
El hecho de incluir elementos de acción de gracias hace más difícil establecer una clara división. No obstante, podemos distinguir tres partes: 2-9; 10-19; 20-25. En la primera (2-9), se concentran casi todas las peticiones urgentes qué esta persona le dirige al Señor a causa de la dramática situación en que se encuentra. Tenemos siete de estas peticiones: «sálvame», «inclina tu oído», «ven aprisa», «sé tú mi roca», «guíame», «sácame», “rescátame”. El salmista hace estas peticiones basado en la confianza que ha depositado en el Señor, considerado como último recurso. De hecho, se presenta a Dios como «roca fuerte», fortaleza», «roca y baluarte» y «el que rescata». Algunos versículos presentan ya la acción de gracias (8-9) por el rescate llevado a cabo. Tal vez se hayan añadido más tarde.
La segunda parte (10-19) comienza con una súplica («ten piedad», y. 10), que se extiende bastante a la hora de describir la desastrosa situación en que se encuentra el salmista: está arrasado física y psicológicamente y por eso todos lo rechazan como a un cacharro inútil, como a algo repugnante (10-13). Describe con detalle las acciones de sus adversarios, que pretenden darle el golpe de gracia (14). Vuelve la confianza en el Señor (15-16a) y, a causa de ello, surgen nuevas peticiones («líbrame», «haz brillar», «sálvame», 16b-17). La persona pide un cambio de destino y sigue con la descripción de las acciones criminales de sus enemigos (18-19).
En la tercera parte (20-25), ya no encontrarnos súplica, sino acción de gracias al Señor (20-22) y una catequesis dirigida a los fieles (23-25), es decir a los justos, quienes, hasta este momento, parecían ausentes y acobardados ante tanta opresión e injusticia. Es la resurrección de la lucha por la justicia.
Como los demás salmos de súplica, también este revela un terrible conflicto social entre una persona justa y un grupo de personas injustas. El enfrentamiento es desigual: uno contra muchos. ¿Es que sólo había un justo? Claro que no, pero los demás estaban asustados y permanecían callados, con miedo a morir a la mínima reacción.
¿Cuál es la situación del justo? Este salmo lo describe como alguien que ha caído en la red que le han tendido los malvados (5). Ha caído en las manos de su enemigo (9), que le oprime y le causa dolor (10), dejándolo sumido en la tristeza y entre gemidos (11), sin fuerzas para reaccionar (11). El justo llama «opresores» a sus enemigos (12), y, a causa de la opresión que padece, es rechazado por vecinos y amigos (12), se le considera ya como si estuviera muerto (13), como un caso perdido. El salmo lo presenta también como perseguido por los enemigos (16) y lo califica como «justo» (19).
¿Y los enemigos? Aparte de lo que se dice de ellos al exponer cómo se siente y cómo se encuentra el justo, este salmo los presenta como adoradores de ídolos vanos (7), como enemigos (16), malvados (18), mentirosos (19), responsables de intrigas (21).
Así pues, podemos reconstruir el marco social que dio origen a este salmo. Un justo trató, él solo, de oponerse a la injusticia generalizada (idolatría) presente en la sociedad. Los malvados injustos reaccionaron con violencia, intimidando a los demás justos, que se ocultan acobardados. El justo lleno de valor hace frente a las consecuencias de su valentía, Los malvados, sirviéndose de calumnias e intrigas, tratan de capturar al justo, que acaba en sus manos, cayendo en la trampa que le han tendido. Estando solo, el justo no tiene a quién recurrir. Se siente perdido. Sus amigos y vecinos le han dado la espalda. Se siente como muerto, como un caso perdido. Físicamente debilitado (cf el vigor que se le debilita y los huesos que se le consumen del v. 11b) y psicológicamente derrumbado (se siente como un ser repugnante para sus vecinos y un espanto para sus antiguos amigos, v. 12), escucha los cuchicheos de los enemigos que traman su muerte, ¿Qué puede hacer? Todos lo han abandonado: justos, amigos, vecinos, conocidos… Entonces clama al Señor, pues ya no le queda nadie a quién recurrir. Así nació este salmo: a partir del tremendo conflicto entre justicia e injusticia, con la aparente y fácil victoria de los injustos, que tienen al justo en sus manos y quieren matarlo.
Una vez más, Dios es visto y experimentado como el amigo y aliado fiel que no falla en los momentos de angustia. ¿Por qué tiene tanta confianza esta persona y clama a Dios? Porque sabe que, en el pasado, el Señor escuchó el clamor de los israelitas, se solidarizó con ellos, bajó y los liberó de la trampa de muerte que les había tendido el Faraón. El Señor es el aliado que hace justicia (2).
En este salmo, el Señor recibe algunos títulos significativos, que imprimen vivos colores al retrato de Dios: «roca» (3), «fortaleza» (3), «baluarte» (4). Se trata de términos vinculados con la idea de defensa y protección (contexto militar). El Señor se presenta también como «mi Dios» (15), expresión profundamente unida a la idea de Alianza; además de lo dicho, hay referencias a Dios como «refugio de acogida» (20), como alguien que «esconde» (21) y «oculta en su tienda» (21).
En el Nuevo Testamento, Jesús fue todo esto para los excluidos y los que sufrían: enfermos, leprosos, muertos, personas que necesitaban recuperar su dignidad. Además, según Lucas, este salmo es un retrato del mismo Jesús, víctima de las maquinaciones e intrigas de los poderosos. Abandonado por todos, entrega su espíritu al Padre, depositando en él toda su confianza.
Tratándose de un salmo de súplica individual, podemos rezarlo cuando nos encontremos en una situación próxima o parecida a la de la persona que lo compuso. O bien, podemos rezarlo en solidaridad con tantas y tantas personas que viven circunstancias de opresión y exclusión semejantes a las que nos describe el salmo. Desde el punto de vista personal, es conveniente rezarlo cuando tenemos la sensación de haber sido abandonados; cuando nos sentimos físicamente debilitados y psicológicamente arrasados; cuando el dolor nos consume los ojos, la garganta y las entrañas; cuando nos sentirnos víctimas de las intrigas humanas...
Si no vivimos una situación semejante, puede ser bueno rezarlo en comunión con tantos excluidos como hay en la sociedad, con los perseguidos por causa de la justicia, con aquellos cuya muerte ha sido ya fijada. Además, los versículos 12-14 nos invitan a pensar en la situación de los enfermos terminales, de los enfermos de sida y de otros que viven un drama existencial irreversible.
Comentario de la Segunda lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9.
La perícopa, de una importancia central en la carta a los Hebreos, nos invita a considerar el valor definitivo del sacrificio de Cristo, que cumple como sumo sacerdote y le hace ser, como verdadera víctima, puro y santo. La figura de Cristo sobresale así en toda su majestad. Pero esta realidad no le aleja o le lleva a un mundo inaccesible. Más bien, como ha compartido todas nuestras pruebas (4,15), sabe compadecerse de nuestra debilidad. Se ha acercado a nosotros para que nosotros pudiéramos acercarnos con total confianza al Padre, Dios de misericordia y gracia que nos concede la ayuda necesaria en todas nuestras tribulaciones (4,16) para que cualquier prueba se convierta en una situación en la que brille en todo su esplendor su providencia admirable.
La sufrida adhesión de Cristo al designio del Padre obtiene una acogida que supera infinitamente nuestros horizontes: su obediencia filial, que le llevó a “entregarse a sí mismo a la muerte” (cf. Is 53,12), le ha convertido en “causa de salvación eterna” para todos los que obedecen su Palabra (5,7-9) y se convierten de esta forma en esa descendencia inmensa prometida al Siervo de Yavé: la nueva prole de los hijos de Dios, renacidos de la sangre de Cristo.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 18. 1-19,42.
La Iglesia celebra la pasión del Señor con la seguridad de que la cruz de Cristo no es la victoria de las tinieblas, sino la muerte de la muerte. Esta visión de fe aparece manifiestamente subrayada en la narración de san Juan, donde se presenta a Jesús como rey que conoce la situación, la domina y, por así decir, se señorea de ella aun en sus mínimos detalles. La hora de Jesús —que ha llegado— se describe a través de los hechos como hora de sufrimiento y de gloria: el odio del mundo condena a muerte de cruz a Jesús, pero desde lo alto de la cruz Dios manifiesta su amor infinito. En esta espléndida revelación, en esta total entrega divina, consiste la gloria.
La narración de la pasión comienza y termina en un huerto —recuerdo del Edén— queriendo indicar que Cristo ha asumido y redimido el pecado del primer Adán y el hombre recobra ahora su belleza original. La narración no se detiene en el sufrimiento de Jesús; Juan sólo hace alusión a la agonía de Getsemaní (18,11; cf. 12,27s), mientras que subraya insistentemente la identidad divina de Cristo, el “Yo soy” que aterra a los guardias (18,5s). Del mismo modo, menciona como de pasada los escarnios y golpes, mientras evidencia —sobre todo ante Pilato y en la crucifixión— la realeza de Jesús. El término rey aparece doce veces (dieciséis en todo el cuarto evangelio). En los interrogatorios, la palabra de Cristo, el acusado, domina sobre la de los acusadores. En el momento en que Jesús es juzgado se cumple más bien el juicio sobre el mundo.
Cuando es elevado en la cruz, se cumple no un acto humano, sino la Escritura (19,28.30), y se revela la gloria de Dios. Precisamente en el momento de la muerte, nace el nuevo pueblo elegido, confiado a la Virgen Madre (19,25-28). Del agua y la sangre que manan del costado traspasado nace la Iglesia, que regenerada en el bautismo y alimentada con la eucaristía celebrará a lo largo del tiempo la pascua del verdadero Cordero (19,33; cf. Ex 12,16), hasta que también se cumpla el tiempo (cosummatum) en la eternidad (19,30).
Como el Espíritu Santo había conducido a Jesús al desierto en el comienzo de su vida pública, así impulsa con fuerza a Jerusalén hacia “su hora”, la hora del encuentro definitivo y de la manifestación definitiva del amor de Dios. El Espíritu Santo es quien da a Jesús la fuerza para mantener la lucha de Getsemaní, para adherirse a la voluntad del Padre y llegar hasta el final de su camino, a pesar de la angustia que le ocasiona sudor de sangre.
Luego, en el Calvario, aparece una escena casi desierta: en el cielo se dibujan las tres cruces y abajo —como dos brazos de una sola cruz— están María y Juan. En el profundo silencio del indescriptible sufrimiento se oye un grito: “Tengo sed”. Es un grito que recuerda el encuentro de Jesús con la Samaritana. “Dame de beber”, le había pedido, y siguió la revelación de que la sed de Jesús era de la fe de la Samaritana, sed de la fe de la humanidad, deseo de dar el agua viva, de saciar a todos con su gracia. La hora de la crucifixión y muerte de Jesús se corresponde con la hora de máxima fecundidad en el Espíritu.
Cuando el amor de Jesús llega al culmen de la inmolación, de su total anonadamiento, como del hontanar de un manantial subterráneo surge la Iglesia, la nueva comunidad de creyentes, nuevo Israel, pueblo de la nueva alianza. Y allí está María como cooperadora de la salvación, junto a Juan, que representa a los discípulos del Nazareno y a toda la humanidad, constituyendo el núcleo primitivo de la Iglesia naciente.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 18,1—19,42, para nuestros Mayores. La Pasión del Señor.
Estamos en el Viernes Santo, un día tenebroso y luminoso. Toda la Iglesia recuerda la pasión, la muerte y la sepultura de Jesús. La liturgia nos presenta unos textos espléndidos, que pueden alimentar muchas horas de meditación.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, es el canto del Siervo de Yavé, una profecía extraordinaria. La segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos recuerda la ofrenda de Cristo con gritos y lágrimas, con dolor y sufrimiento. El evangelio es la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan: un relato glorificador. En efecto, la pasión según el cuarto evangelista no es un relato triste, sino un relato que manifiesta la gloria de Jesús, la gloria de haber amado hasta el fin.
La profecía de Isaías es verdaderamente impresionante. Se trata de un texto único en todo el Antiguo Testamento. En él se habla de un personaje que sufre por los pecados de los otros. Sufre terriblemente, es humillado en grado sumo. Dice el texto: «No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente al verlo se tapaban la cara».
A continuación, se mencionan también los sufrimientos que acepta este personaje por nuestros pecados: «Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes».
De este modo nos obtuvo la salvación: «Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado». Este personaje padece por nuestros pecados. Cuando vemos sufrir a Jesús durante la pasión, no debemos olvidar que soportó sus sufrimientos por nuestros pecados.
Se trata de sufrimientos fecundos. Dice, en efecto, el texto de Isaías: «Si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años. Por los trabajos soportados verá la luz». Y el principio de esta profecía predice la glorificación extraordinaria de este personaje; el Señor afirma: «Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho».
Jesús, a través de la pasión, se dirige hacia la luz de la Pascua.
El fragmento de la Carta a los Hebreos nos hace comprender que la pasión de Jesús es una ofrenda sacrificial. No es un sacrificio ritual, no se desarrolla en un lugar sagrado, sino que es un suplicio que tiene lugar fuera de la ciudad. Sin embargo, es el más perfecto de los sacrificios.
Jesús se encuentra en una situación de angustia tremenda. La asume en la oración y con una docilidad total a Dios, como recuerda el autor de la Carta a los Hebreos: «Aun siendo hijo, aprendió sufriendo lo que es obedecer, ya consumado llegó a ser para cuantos le obedecen para todos los creyentes causa de salvación eterna».
La pasión según Juan es una pasión glorificadora. Está preparada por la oración de Jesús —la llamada «oración sacerdotal»— al final de la Cena (cf. Juan 17). Jesús se dirige al Padre y le dice: «Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria» (Juan 17,1). Jesús pide al Padre, de una manera audaz, que dé gloria al Hijo. Sin embargo, sabe muy bien que esta glorificación pasa por el sufrimiento.
Juan nos muestra que la glorificación de Jesús se lleva a cabo desde el comienzo de la pasión. En todos los episodios de la pasión hay siempre un aspecto de glorificación: una glorificación sorprendente en circunstancias que de por sí son humillantes.
Jesús se encuentra en el huerto de Getsemaní, y vienen a detenerle. Es una situación humillante: le consideran un malhechor. Pero se adelanta, y dice al que viene a detenerle: « ¿A quién buscáis?». Le respondieron: «A Jesús, el Nazareno». Les dice: «Soy yo».
Estas palabras de Jesús producen el efecto de glorificarle, porque en cuanto dice «Soy yo», retroceden y caen al suelo. Jesús se presenta como un triunfador al comienzo de la pasión. Y esto muestra todo el sentido de su pasión.
Jesús obra después de manera que se realicen sus palabras. Dice a los que han venido a detenerle: «Os he dicho que soy yo, pero, si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumple lo que había dicho él mismo, en su oración sacerdotal: «No he perdido a ninguno de los que me diste» (Juan 17,12).
Jesús responde con una gran dignidad cuando le interroga el sumo sacerdote: «Yo he hablado públicamente al mundo; y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas? Interroga a los que me han oído hablar, que ellos saben lo que les dije».
Uno de los guardias le da una bofetada a Jesús. Esto es una gran humillación para él. Pero responde con serenidad: «Si he hablado mal, demuéstrame la maldad; pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?».
Tras el episodio del interrogatorio en la casa del sumo sacerdote, conducen a Jesús al pretorio, a casa del procurador romano. En este extenso episodio en el que Pilato entra y sale varías veces —siete en total—, hablando con los judíos y con Jesús, se manifiesta siempre la inocencia de Jesús. Pilato dice con toda claridad: «No encuentro en él culpa alguna».
Por otra parte, este interrogatorio brinda a Jesús la ocasión de hablar de su propia dignidad real. Pilato le pregunta: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contesta: «Lo que dices. Yo soy rey». Así es glorificado Jesús.
Después afirma: «Para eso he nacido, para eso he venido al mundo: para atestiguar la verdad». Jesús explica que su reino no es de este mundo: se trata de un reino mucho más importante que cualquier reino humano.
Pilato lo saca de nuevo, y dice: «No encuentro en él culpa alguna». Es una nueva declaración de la inocencia de Jesús.
Después presenta a Jesús a la muchedumbre con esta expresión: «Aquí tenéis al hombre». Jesús, que lleva la corona de espinas y el manto de púrpura, es el hombre por excelencia. Los soldados le han saludado como «rey de los judíos» —y esta dignidad se volverá a afirmar más veces aún—, pero ahora Pilato lo llama «el hombre».
Jesús es el hombre ideal, el hombre perfecto. Jesús, que va hasta la posibilidad extrema del amor, es, en su pasión, el hombre más perfecto que pueda haber. Dice Juan, en efecto: «Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Juan 13,1). Y Jesús afirma: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Juan 15,13).
Hacia el final del proceso se manifiesta otro aspecto de la dignidad de Jesús. Los judíos dicen: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios». Pilato queda impresionado por estas palabras en las que se revela la dignidad filial de Jesús.
Tras haber llevado a Jesús al Gólgota, lo crucifican junto a dos malhechores. El evangelista dice: «Lo crucificaron con otros dos: uno a cada lado y en medio Jesús». Jesús está en el puesto de honor.
Viene después la inscripción que proclama en tres lenguas que Jesús es rey: «El escrito decía: Jesús el Nazareno, Rey de los Judíos. Además estaba escrito en hebreo, latín y griego». Todos pudieron leerlo y comprenderlo. Los sumos sacerdotes se oponen e intentan hacer cambiar la inscripción, pero Pilato se niega, diciendo: «Lo escrito, escrito está». De este modo queda afirmada y confirmada la gloria de Jesús.
Jesús manifiesta después su poder profundo, íntimo. Cuando ve a su madre y al discípulo amado, fija el destino de María, diciéndole: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Mediante estas palabras de Jesús, María se convierte en la madre del discípulo, es decir, en la madre de todos los discípulos. Y al discípulo amado le dice: «Ahí tienes a tu madre». Este es el don maravilloso que Jesús crucificado hace a sus discípulos.
Al final puede decir: «Está cumplido». Es decir, Jesús ha ido hasta el final en las posibilidades de amar, y ahora se han cumplido todas las Escrituras. Esta es la gloria de Jesús: la gloria de amar, la gloria de hacer la voluntad del Padre, la gloria de salvar a los hombres.
Tras la muerte, la glorificación de Jesús se manifiesta de una manera particularmente significativa en el episodio del costado traspasado. Era usual que los soldados quebraran las piernas a los crucificados. Es un acto que deforma el cuerpo humano y lo vuelve inhumano. Pero a Jesús no se lo hicieron. En vez de quebrarle las piernas, un soldado le atravesó el costado con la lanza, y del costado de Jesús salió sangre y agua. El evangelista insiste mucho en este hecho: «El que lo vio lo atestigua y su testimonio es fidedigno; sabe que dice la verdad...».
En efecto, este hecho singular manifiesta la fecundidad de la pasión de Jesús. Podemos decir que el Padre glorifica con este acontecimiento, por última vez, al Hijo al final de su pasión.
La sangre muestra, de hecho, que Jesús, al dar su propia vida, puede comunicar la vida. La sangre nos comunica la vida divina de Jesús en la Eucaristía.
El agua significa el don del Espíritu. Jesús había dicho: «Quien tenga sed acuda a mí a beber: quien crea en mí» (Juan 7,37-38). Y el evangelista había comentado: «Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él: todavía no se daba Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7,39).
La pasión de Jesús nos obtiene el don del Espíritu Santo. Juan no espera a Pentecostés para hablar de este don; sabe que procede precisamente de la pasión y de la muerte de Jesús. El Espíritu que purifica, el Espíritu que vivifica, el Espíritu que santifica, todo esto procede de la pasión de Jesús por nosotros.
Por último, la sepultura de Jesús es un honor que se le rinde con una generosidad extraordinaria. Juan refiere, de hecho, que Nicodemo llevó unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe, una cantidad enorme.
Tras haber cogido el cuerpo de Jesús, lo envuelven en telas junto con aceites aromáticos; el cuerpo queda guardado en un sepulcro nuevo, en el que todavía no se había depositado a nadie. Se trata de un último honor rendido a Jesús.
Leído el relato de la pasión según Juan, podemos reconocer la visión de fe que el evangelista nos ofrece: una visión conmovedora, porque la gloria de Jesús se manifiesta ante todo con un amor llevado al extremo a través del sufrimiento y las humillaciones.
Sin embargo, hay también una perspectiva muy positiva: la pasión de Jesús está guiada siempre por la Providencia. No hay ningún detalle que carezca de significado; la Providencia glorifica a Jesús a través de su pasión. El que es capaz de discernir el sentido profundo de los acontecimientos, consigue comprender todo esto.
La glorificación de Jesús se volverá, a continuación, mucho más evidente con su resurrección y ascensión, así como con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Ahora bien, todo esto procede siempre de su pasión. De ahí que podamos afirmar, con gran alegría y con una enorme gratitud, que la pasión de Jesús es glorificadora.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 18,1—19,42, de Joven para Joven. El Misterio de la Cruz.
En el centro de la vida cristiana está la cruz. Sin el madero, en el que Jesús quiso morir por nuestros pecados, no hay verdadera religión cristiana. Al inicio de su predicación ya indicaba san Pablo que el misterio de la cruz era «escándalo para los judíos y necedad para los gentiles». Escándalo porque no se entiende que alguien que es Dios quiera pasar por una humillación tan grande (contradice la lógica de este mundo), necedad porque parece que muriendo en la cruz fracasa y así no puede redimirnos.
Sin embargo la Iglesia adora el madero santo. Hoy, en todas las iglesias del mundo, adoramos la cruz en la que colgó el hijo de Dios.
Santa Catalina de Siena dijo: «La cruz es el atajo que conduce hacia el cielo», y san Francisco de Asís: «Sólo conozco a Cristo pobre y crucificado». Sería muy larga la lista de citas de santos que podríamos recordar en la que se señala la centralidad de la cruz en la vida cristiana.
El ejemplo más reciente es el de san Pío de Pietrelcina, para quien la vida sólo tenía sentido abrazado a la cruz de Cristo.
De los muchos aspectos que esconde este misterio tan grande, podemos subrayar dos. Jesús no está sujeto a la cruz por unos clavos, sino por su amor. Cuando los blasfemos le dicen: «Si eres hijo de Dios, baja de la cruz», Jesucristo elige seguir clavado. Lo único que lo retiene allí es su amor al Padre y a cada uno de nosotros. Precisamente lo confesamos como Dios porque eligió morir en un madero.
El otro aspecto es que Jesús, en la cruz, tiene sed. En el Catecismo de la Iglesia católica, cuando se habla de la oración, se nos dice: «Dios tiene sed de nuestra sed». Jesús, clavado en la cruz, pide misericordia de nosotros, para que nosotros podamos conocer que estamos necesitados de misericordia. Jesús mendiga nuestro amor para descubrirnos que somos indigentes de su amor.
Al pie de la cruz casi no había nadie. Sólo Juan, el discípulo amado, algunas mujeres y María, la madre de Jesús. Probablemente, en nuestro tiempo, las cosas no hayan cambiado demasiado y, el madero del Calvario, continúe prácticamente abandonado. Sin embargo, sólo la cruz sostiene al cristiano. El cristianismo sin cruz es como un cuerpo sin esqueleto: conserva la forma, pero no se tiene en pie.
Hace años, el obispo Fulton Sheen señalaba dos tentaciones del momento presente: los que han optado por un cristianismo sin cruz, y los que eligieron una cruz sin Cristo. Los primeros convierten el Evangelio en ideología, sin que haya una gracia que salve verdaderamente al hombre. Todo queda en un bello ideal irrealizable. Los segundos no son capaces de entender el sentido del sufrimiento y del dolor. Son gente sin esperanza para quien la muerte es un mal inevitable. La cruz con Cristo tiene pleno sentido. Allí ocurre algo grande y único: el mismo Dios se ofrece para que no perezca el hombre. Pero ese misterio nos será iluminado desde la Resurrección.
Elevación Espiritual para este día.
¡Ah, Teótimo, Teótimo! El Salvador nos conocía a todos por los nombres y apellidos, pero, sobre todo, pensó en nosotros con un amor particular cuando ofreció sus lágrimas, sus oraciones, su sangre y su vida por nosotros. “Padre eterno, tomo sobre mí y cargo con todos los pecados del pobre Teótimo, para sufrir tormentos y muerte, a fin de que él se vea libre de ellos y no perezca, sino que viva. Muera yo con tal de que él viva; sea yo crucificado con tal de que él sea glorificado”.
La muerte y pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y más violento que puede animar nuestros corazones y llevarnos a amar. Los hijos de la cruz se glorifican en su admirable enigma, que el mundo no acaba de comprender: de la muerte, que todo lo devora, ha salido la vida; de la muerte, más fuerte que todo, ha nacido el panal de miel de nuestro amor.
El monte Calvario es, Teótimo, el monte de los amantes. El amor que no tiene su origen en la pasión de Jesús es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor del Salvador; desgraciado es el amor sin la muerte de Jesús. Amor y muerte están tan íntimamente unidos en la pasión del Señor que no pueden estar en el corazón uno sin otro. En el Calvario no se alcanza la vida sin el amor, ni el amor sin la muerte del Redentor; fuera de allí todo es muerte eterna o amor eterno; la plena sabiduría cristiana consiste en saber elegir bien.
Reflexión Espiritual para el día.
Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.
El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida. Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. Simón de Cirene
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
Oración
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis est homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
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