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miércoles, 7 de abril de 2010

El último grito

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Parece que ninguno de sus partidarios varones le apoyaron hasta el fin. Observaban de lejos algunas mujeres, pero Jesús muere abandonado (cf. Mc 15, 33-41). Por eso es lógico que la comunidad haya reflexionado sobre el silencio y la noche de esa muerte. En ese contexto quiero reflexionar sobre el Grito, el último grito del Señor que llama y dice: Dios mío, Dios mío: ¿por qué me has abandonado?

Sócrates y Jesús

– El Sócrates platónico muere lleno de paz, como un héroe de la filosofía: sabe a dónde va y conoce el sentido de su vida en el pasado. Por eso se despide de los discípulos con un gesto triunfante: todo se ha cumplido conforme a lo previsto, todo ha tenido sentido: muere en gesto de liberación, penetrando así en la vida eterna de la inmortalidad. Jesús, en cambio, no cree en la inmortalidad espiritual sino en el reino y parece que el Dios de ese reino le abandona: la muerte le separa de Dios y de su obra, del futuro y de la misma verdad que ha pregonado. Su muerte no es liberación, sino tragedia.

– El Jesús cristiano ha soportado la muerte con dolor y dureza (cf. Heb 5, 7; Mc 14, 34; 15, 34-37; Lc 12, 50), elevando desde la cruz su grito de angustia (Mc 15, 34.37 par). Se ha solido decir que ha sido la misma iglesia antigua la que ha "proyectado" ese grito en el Jesús agonizante, pues los que mueren asfixiados en una cruz son incapaces de elevar la voz: el grito final de Jesús ha de entenderse como signo apocalíptico, para mostrar que con su muerte ha llegado el fin del mundo (cf. la voz de Mc 1, 11). Pues bien, en contra de eso, pensamos que ese grito constituye un recuerdo de la historia: precisamente, porque los crucificados no suelen gritar, se ha conservado recordado ese gesto extraño de Jesús, que Marcos, que lo ha recibido de una tradición más antigua.

( (R. Bultmann, Das Verhältnis der urchristlichen Chistusbotschaft zum historischen Jesus, en Exegetica, Tübingen 1967, 453, supone que Jesús pudo perder al fin su fe; todo lo que sigue va en contra de esa suposición. Precisamente porque ha creído en el valor de su vida y de su muerte Jesús ha debido sentirse implicado por ella. Cf. H. Schützeichel, Der Todesschrei Jesu: TriererTZ 83 (1974) 1-16. El grito fuerte aparece como signo apocalíptico en Is 40, 9; 58, 1; Jer 31, 6; 1 Tes 4, 16; Ap 1, 10 etc. Sobre texto y contexto de Mc, cf. H. Schützeichel, o. c., 4-5; R. Bultmann, Geschichte, 342; E. Schweizer, Das Evangelium nach Markus, Göttingen 1968, 203 s. Cf. E. Lohmeyer, Das evangelium des Markus, Göttingen 1967, 346. Partimos por tanto del grito, que sería el dato histórico (15, 37), que ha podido interpretarse de dos formas: como llamada al Elías vengador y como invocación dirigida a Dios. Con R. Bultmann, Geschichte, 304, suponemos que en su forma Mc 15, 34 refleja la conciencia de la iglesia que ha leído la pasión a la luz del Salmo 22))

Una aclaración del Grito

El grito de muerte (Mc 15, 37) requiere aclaración, como sabe Marcos que ofrece dos maneras diferentes de entenderlo:

a) algunos presentes suponen que Jesús está llamando a Elías, para que venga y le ayude (15, 35);

b) la comunidad creyente ha escuchado las palabras dolientes del salterio: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34) . Esta doble interpretación hace probable que el grito haya sido “histórico” y que ha debido sonar como eloi, eli o eliyah.

– La opinión de los que dicen ¡llama a Elías! responde a una posibilidad histórica. Algunos habían confundido a Jesús con Elías o pensaban que el mismo Elías avalaba su obra profética (cf. Mc 6, 15 y 8, 28). Por eso, el hecho de que Jesús muera invocándole podría ser signo de fracaso: llama al profeta de justicia salvadora, pero el profeta no acude a liberarle. Si Jesús hubiera enviado de Elías o profeta de restauración en su línea nacional sería lógico que muriera llamándole: si viene Elías y le salva, su misión ha culminado; si no viene, ha fracasado. Pero esa interpretación puede resultar positiva: Jesús llama a Elías y Elías vendrá, de una forma u otra, para preparar el juicio de Dios, avalando así la misión profética de Jesús, en la línea que había iniciado Juan Bautista.

En un trabajo inteligente y sugestivo Th. Boman, Das letzte Wort Jesu: StTheo 16 (1962) 103-119, intenta reconstruir el tenor exacto del grito de Jesús. En realidad, no se trataría de un grito inarticulado sino de una confesión religiosa fundamental de la piedad israelita. Tomando unas palabras del final del gran Hallel (Salmos 113-118), que se habían cantado ya en la última cena, Jesús proclamó en la cruz su fe en el Dios de la alianza, diciendo Eli atta (¡tu eres mi Dios!). De esa manera expresó sobre el patíbulo su grandeza de alma y su confianza. Los judíos más cercanos, pensando que Jesús hablaba en arameo y no en hebreo, entendieron sus palabras de una forma algo distinta, como si dijera Elijja ta (¡Elías, ven!). Los discípulos (las mujeres) que habían escuchado las palabras desde lejos no habrían comprendido el contexto del salmo (118, 28) en que se hallaban incluidas; por eso, buscando en el AT unas palabras semejantes de invocación de Dios habrían acudido a Sal 22, 11 (y después al 22, 2), traduciendo el grito de Jesús con el “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Esta interpretación sirve para señalar, como por contraste, la extrañeza de la invocación de Elías; carece, sin embargo, de una adecuada base histórico-crítica, montándose en una cadena de suposiciones, posibles pero inverosímiles.
Conforme a mi visión, no es necesario que las palabras de Jesús pudieran confundirse fonéticamente con ¡Elías, ven!, ¡Elijja ta! (cf. Th. Boman, O. c., 116s). Bastaba un lejano parecido para suponer que se esperaba a Elías. Pensamos por eso que la diferencia entre el eloi (arameo) de Mc 15, 34 y el eli (hebreo) de Mt 27, 46 resulta secundaria: Cf. E. Lohmeyer, O. c., 346. Sobre el transfondo y la forma de la cita de Sal 22, 2, cf. K. Stendahl, The school of St. Matthew, Lund, s. A., 2.ª ed., 83-87.

– Los seguidores de Jesús han querido escuchar y han escuchado, sin embargo, más a fondo, penetrando así en el misterio teológico de su muerte, como palabra de llamada al Padre. La agonía de Jesús no está marcada por el diálogo con un Elías que no ha vuelto, sino como invocación que Jesús dirige a Dios desde el misterio del dolor más hondo. Ciertamente, quedan pendientes otros temas: el abandono de sus discípulos, el juicio de sacerdotes y romanos... Pero en el fondo de la Cruz de Jesús ha venido a expresarse el misterio más profundo del Dios que le ha ungido diciéndole: ¡tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido! (Mc 1, 11); ese Dios del reino parece dejarle; por eso le invoca, confiado y dolido, desde la angustia de la cruz, diciendo con el Sal 22, 2: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?".

No parece abandonarle Elías sino Dios. Por eso le llama, elevando su última palabra, haciendo suyo el grito de todos los condenados que claman con el Sal 22, donde el creyente invoca al Dios del pacto, al que siente como lo más cercano, en misterio de intimidad y confianza suma; pero, al mismo tiempo, en paradoja sorprendente ese mismo Dios aparece como lejano: ha desviado el rostro y abandona en el dolor y soledad precisamente al mismo justo que le invoca. En esta dialéctica de ausencia y cercanía paradójica del humano angustiado que se refugia (o quiere refugiarse) en aquel mismo Dios que le abandona, está la clave de este salmo, que desemboca en una segunda parte de victoria y canto de alabanza (22, 23-32).

Con las palabras de ese salmo ha interpretado la iglesia la muerte de Jesús, descubriendo en ella el más hondo misterio de alejamiento de Dios y cercanía, de dolor y de confianza. En el fondo de este grito se vinculan presencia de Dios y abandono, gracia suprema y muerte dolorosa. Porque está siempre en su hondura y constituye la gracia y sentido de su vida, ha invocado Jesús a su Dios. Porque se siente inmensamente lejos y no acaba de encontrarle, le ha llamado preguntando el por qué de su abandono. En esta dualidad alcanza Jesús su pleno ser humano y descubre definitivamente al Padre.
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