JUEVES SANTO (Jn 13,1-15)
Por José Enrique Galarreta sj
Por José Enrique Galarreta sj
El Jueves Santo se centra en la Cena Pascual. Tenemos el peligro, (hemos caído de hecho en él) de celebrar ante todo "la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento", reduciendo la celebración de la Cena del Señor a la adoración del Santísimo Sacramento.
La celebración se debe centrar, por tanto, en la Cena de despedida, y en nuestra Cena. Es realmente preocupante la tendencia del pueblo cristiano a reducir los sacramentos a acciones físicas que deben tener el poder de producir efectos por sí mismas, "por su propia virtud", y para el individuo.
En la eucaristía, apenas ponemos el acento en la reunión, en la oración, en el perdón, en el encuentro con la Iglesia... tendemos a poner el acento en la unión personal con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Incluso tendemos a entender la presencia "real" de Cristo en la Eucaristía como una presencia casi "física" del Cuerpo de Cristo en la Hostia y de la Sangre de Cristo en el Vino... que demanda, ante todo, la adoración.
Una hermosa frase de Panikkar lo resume bien: "No es que en la Eucaristía el pan se transforme en Cristo, sino que Cristo es pan, y como tal se le reconoce en la liturgia eucarística".
Aplicándolo a la celebración diríamos que no se trata tanto de que nosotros comemos ese pan sino que aceptamos ser pan, grano triturado y entregado para la vida del mundo. Sin esta dimensión de compromiso, de entrega al servicio, ni la vida ni la pasión de Jesús, ni nuestra vida ni la celebración de la eucaristía tienen ningún sentido.
Por esto resultan tan acertadas las lecturas. Nos recuerdan ante todo la celebración, la reunión, la Cena del Señor, que es lo que celebramos cada domingo. Y, por encima de ello, el espíritu de esta celebración, la comunidad de la Iglesia con su Cabeza, en aquello que define precisamente a Cristo, ser pan y vino, servicio que se entrega para dar vida.
Hoy es día para emocionarse. Dios es tan "para nosotros" que lo que mejor le representa es el pan. Jamás nadie ha sido tan osado como Jesús. Jamás nadie se ha atrevido a tanto. Jesús pan molido en la cruz, Jesús nuestro alimento, Jesús levadura de nuestra masa insípida, Dios nuestro pan. Ahora entendemos mucho mejor lo que decimos al rezar:
"Danos hoy nuestro pan de cada día"
Es también preocupante que la legislación de la Iglesia haya insistido tanto en asistir a Misa y tan poco en comulgar con Jesús: “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”, “comulgar por Pascua Florida”, los dos mandamientos de la Iglesia que aprendíamos de niños.
Para la teología catequética habitual hace algunos años, la Misa era ante todo “El Santo Sacrificio” y su momento culminante era la Consagración.
La teología oficial actual sigue insistiendo fuertemente en el aspecto sacrificial y añade, generalmente a modo de verdadero añadido, el aspecto “convivial”. Pero no es suficiente: el aspecto que llaman pomposamente “convivial” es lo esencial de nuestra reunión eucarística. El aspecto sacrificial es la esencia de la vida entera de Jesús, y esto se simboliza perfectamente en el pan y el vino.
En la misa no estamos ofreciendo a Dios el Sacrificio de Cristo en la cruz. Estamos uniéndonos a la entrega completa de toda la vida de Jesús.
La veneración del Santísimo Sacramento y la Hora Santa.
Después de la celebración de la Eucaristía, hay dos costumbres tradicionales y muy hermosas del pueblo cristiano: la veneración del Pan y el Vino de la Eucaristía, y la Hora Santa.
Guardar el Pan y el Vino de la Eucaristía para los enfermos, los ausentes... fue una costumbre que la Iglesia fue adquiriendo. Era lógico venerarlo con sumo respeto. De aquí hemos ido muy lejos, tan lejos que a veces algunos cristianos se parecen mucho a los paganos que creían tener a sus dioses guardados en casa. Nosotros no tenemos a Dios guardado en una cajita, ni Jesús necesita compañía. Jesús está resucitado a la diestra de Dios y Dios está en todas partes, no lo olvidemos.
Nuestra veneración del Pan y el Vino de la Eucaristía debe remontar esas imágenes, que pueden ser válidas, pero que son insuficientes. El centro de nuestra atención es la Celebración de la Cena del Señor, y el Mensaje: Dios es el Pan y el Vino de la Vida, y esto lo hemos descubierto en Jesús.
La increíble novedad de ese mensaje es muy superior a todo lo demás. La veneración del Pan y el Vio eucarísticos tienen poco sentido si los desligamos del sentido mismo de la celebración eucarística.
En la "Hora Santa" prevalecen algunas veces en demasía los aspectos sentimentales excesivamente subjetivos e imaginativos. "Acompañamos a Jesús en su desamparo". Está muy bien como aplicación de nuestros sentidos, y nos ayuda a identificarnos con Él, pero hay que ir más lejos, eso no es más que el ambiente: se nos ofrece una magnífica oportunidad de asimilar el profundo mensaje del abandono de Jesús, de su oración angustiada, de la noche del hombre... Y es una preparación magnífica para vivir intensamente la celebración del Viernes.
Tradicionalmente se dedica parte de esta "Hora Santa" a la consideración del lavatorio de los pies. Y es claro que en ese relato del cuarto evangelio se encuentra una admirable síntesis. Tan admirable que, como hemos visto, para el evangelista puede desplazar incluso el relato mismo de la Eucaristía.
Se nos muestra, muy acertadamente, que la contemplación de Jesús no termina en el sentimiento, ni en el acompañamiento emocionado: termina en la Misión. "Os he dado ejemplo para que, como yo lo he hecho con vosotros, así también vosotros lo hagáis".
Por eso, la veneración del Santísimo Sacramento y la Hora Santa deben estar orientadas a unir el jueves y el viernes. Comulgamos con Jesús, el que se entrega hasta la muerte, el que sirve hasta la muerte, el que se pone a los pies de todos aunque le cueste la vida.
La celebración se debe centrar, por tanto, en la Cena de despedida, y en nuestra Cena. Es realmente preocupante la tendencia del pueblo cristiano a reducir los sacramentos a acciones físicas que deben tener el poder de producir efectos por sí mismas, "por su propia virtud", y para el individuo.
En la eucaristía, apenas ponemos el acento en la reunión, en la oración, en el perdón, en el encuentro con la Iglesia... tendemos a poner el acento en la unión personal con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Incluso tendemos a entender la presencia "real" de Cristo en la Eucaristía como una presencia casi "física" del Cuerpo de Cristo en la Hostia y de la Sangre de Cristo en el Vino... que demanda, ante todo, la adoración.
Una hermosa frase de Panikkar lo resume bien: "No es que en la Eucaristía el pan se transforme en Cristo, sino que Cristo es pan, y como tal se le reconoce en la liturgia eucarística".
Aplicándolo a la celebración diríamos que no se trata tanto de que nosotros comemos ese pan sino que aceptamos ser pan, grano triturado y entregado para la vida del mundo. Sin esta dimensión de compromiso, de entrega al servicio, ni la vida ni la pasión de Jesús, ni nuestra vida ni la celebración de la eucaristía tienen ningún sentido.
Por esto resultan tan acertadas las lecturas. Nos recuerdan ante todo la celebración, la reunión, la Cena del Señor, que es lo que celebramos cada domingo. Y, por encima de ello, el espíritu de esta celebración, la comunidad de la Iglesia con su Cabeza, en aquello que define precisamente a Cristo, ser pan y vino, servicio que se entrega para dar vida.
Hoy es día para emocionarse. Dios es tan "para nosotros" que lo que mejor le representa es el pan. Jamás nadie ha sido tan osado como Jesús. Jamás nadie se ha atrevido a tanto. Jesús pan molido en la cruz, Jesús nuestro alimento, Jesús levadura de nuestra masa insípida, Dios nuestro pan. Ahora entendemos mucho mejor lo que decimos al rezar:
"Danos hoy nuestro pan de cada día"
Es también preocupante que la legislación de la Iglesia haya insistido tanto en asistir a Misa y tan poco en comulgar con Jesús: “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”, “comulgar por Pascua Florida”, los dos mandamientos de la Iglesia que aprendíamos de niños.
Para la teología catequética habitual hace algunos años, la Misa era ante todo “El Santo Sacrificio” y su momento culminante era la Consagración.
La teología oficial actual sigue insistiendo fuertemente en el aspecto sacrificial y añade, generalmente a modo de verdadero añadido, el aspecto “convivial”. Pero no es suficiente: el aspecto que llaman pomposamente “convivial” es lo esencial de nuestra reunión eucarística. El aspecto sacrificial es la esencia de la vida entera de Jesús, y esto se simboliza perfectamente en el pan y el vino.
En la misa no estamos ofreciendo a Dios el Sacrificio de Cristo en la cruz. Estamos uniéndonos a la entrega completa de toda la vida de Jesús.
La veneración del Santísimo Sacramento y la Hora Santa.
Después de la celebración de la Eucaristía, hay dos costumbres tradicionales y muy hermosas del pueblo cristiano: la veneración del Pan y el Vino de la Eucaristía, y la Hora Santa.
Guardar el Pan y el Vino de la Eucaristía para los enfermos, los ausentes... fue una costumbre que la Iglesia fue adquiriendo. Era lógico venerarlo con sumo respeto. De aquí hemos ido muy lejos, tan lejos que a veces algunos cristianos se parecen mucho a los paganos que creían tener a sus dioses guardados en casa. Nosotros no tenemos a Dios guardado en una cajita, ni Jesús necesita compañía. Jesús está resucitado a la diestra de Dios y Dios está en todas partes, no lo olvidemos.
Nuestra veneración del Pan y el Vino de la Eucaristía debe remontar esas imágenes, que pueden ser válidas, pero que son insuficientes. El centro de nuestra atención es la Celebración de la Cena del Señor, y el Mensaje: Dios es el Pan y el Vino de la Vida, y esto lo hemos descubierto en Jesús.
La increíble novedad de ese mensaje es muy superior a todo lo demás. La veneración del Pan y el Vio eucarísticos tienen poco sentido si los desligamos del sentido mismo de la celebración eucarística.
En la "Hora Santa" prevalecen algunas veces en demasía los aspectos sentimentales excesivamente subjetivos e imaginativos. "Acompañamos a Jesús en su desamparo". Está muy bien como aplicación de nuestros sentidos, y nos ayuda a identificarnos con Él, pero hay que ir más lejos, eso no es más que el ambiente: se nos ofrece una magnífica oportunidad de asimilar el profundo mensaje del abandono de Jesús, de su oración angustiada, de la noche del hombre... Y es una preparación magnífica para vivir intensamente la celebración del Viernes.
Tradicionalmente se dedica parte de esta "Hora Santa" a la consideración del lavatorio de los pies. Y es claro que en ese relato del cuarto evangelio se encuentra una admirable síntesis. Tan admirable que, como hemos visto, para el evangelista puede desplazar incluso el relato mismo de la Eucaristía.
Se nos muestra, muy acertadamente, que la contemplación de Jesús no termina en el sentimiento, ni en el acompañamiento emocionado: termina en la Misión. "Os he dado ejemplo para que, como yo lo he hecho con vosotros, así también vosotros lo hagáis".
Por eso, la veneración del Santísimo Sacramento y la Hora Santa deben estar orientadas a unir el jueves y el viernes. Comulgamos con Jesús, el que se entrega hasta la muerte, el que sirve hasta la muerte, el que se pone a los pies de todos aunque le cueste la vida.
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario