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martes, 6 de abril de 2010

Lecturas del día 06-04-2010

6 DE ABRIL 2010. MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA. (Ciclo C). 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELAN O Y SACERDOTAL. SS. Celestino.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 2,36-41: Conviértanse y bautícense todos en nombre de Jesucristo
Salmo: 32: La misericordia del Señor llena la tierra.
Jn 20,11-18: Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertarlo.
El Resucitado es también resucitador. La vida plena que Jesús ha recibido del Padre no se queda en El. El bien, y la vida es el bien supremo, es difusivo. La comunidad del Discípulo Amado ha experimentado la fuerza resucitadora que brota de Jesús. Lázaro (su nombre quiere decir necesitado de ayuda), había estado enfermo y había muerto. La comunidad de Betania había experimentado la enfermedad y la muerte. Betania quiere decir “casa del oprimido”. En la casa de los oprimidos Jesús se hace presente para dar vida. Las hermanas habían enviado a decirle a Jesús: “El que amas está enfermo”. Jesús a su vez lo llama “amigo”. Es en la comunidad de amigos y amigas de Jesús donde el Señor se vuelve presencia de vida. En la casa de las y los oprimidos que viven como hermanos y hermanas, es donde se experimenta la presencia viva y resucitadora del Señor.

Nuestras comunidades cristianas están muchas veces profundamente dormidas, muertas. Jesús les está diciendo: “Mis amigos y amigas duermen. Iré a despertarlos”. El ya está en camino hacia nuestra casa y con él hay gente generosa que lo acompaña y dice como Tomás: “Vayamos también nosotros y muramos con él”

PRIMERA LECTURA.
Hechos 2,36-41
Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo
El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: "Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías." Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos."

Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: "Escapad de esta generación perversa." Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 32
R/.La misericordia del Señor llena la tierra.
La palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra. R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, / en los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte / y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

Nosotros aguardamos al Señor: / él es nuestro auxilio y escudo. / Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, / como lo esperamos de ti. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Juan 20,11-18
He visto al Señor 

En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les contesta: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto." Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabia que era Jesús. Jesús le dice: "Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?" Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: "Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré." Jesús le dice: "¡María!" Ella se vuelve y le dice: "¡Rabboni!", que significa: "¡Maestro!" Jesús le dice: "Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."" María Magdalena fue y anunció a los discípulos: "He visto al Señor y ha dicho esto."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,36-41 
Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11), títulos plenamente realizados ahora. El testimonio de Pedro toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo «en el nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para los «de lejos», es decir, para los que están fuera del judaísmo.

Aparece, por último, la invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron condenar recurriendo a la mentira. La primera pesca del «pescador de hombres» fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.

Comentario Salmo 32
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.

Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.

La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.

En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «por que...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19

En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).

La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).

A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).

La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.

Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).

Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.

Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.

En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.

El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).

Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.

Comentario del Santo Evangelio: Juan 20,11-18
La dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (vv. 1-10), donde la fe inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la persona del Señor.

El fragmento se compone de dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (vv. 11-13); b) la aparición de Jesús a la mujer (vv. 14-18). María necesita ser liberada de una adhesión aún demasiado sensible al Jesús terreno. La superación de esta visión terrena permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega a la fe en el Cristo resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una función de interlocutores: “¿Por qué lloras?” (v. 13), sino sólo cuando Jesús la llama por su nombre: «¡María!» (v. 16), inaugurando en ella una nueva vida. María, una vez ha reconocido al «rabboni» (v. 16), es invitada por Jesús a anunciar a los otros discípulos el acontecimiento de la resurrección. Es ahora cuando se convierte en el símbolo de la fe plena, haciéndose en misionera y evangelizadora de la Palabra de Jesús: «Fue corriendo a donde estaban los discípulos y les anunció:“He visto al Señor”» (v. 18). El encuentro de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a los hermanos contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos: el Señor está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino de fe, con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su vez, no tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.

La conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos, no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más endurecidos. Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.

En estos años se ha reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y más paz, menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra, traspasa el corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder a veces arrollador y a veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión, siempre digno de adoración.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 20,11-18, para nuestros Mayores. María, testigo del Señor. 
Con los ojos de la fe. Este relato emotivo es un mensaje de fe en todos sus detalles. Resalta el amor apasionado de esta mujer enteramente fascinada por Jesús, a quien ha acompañado hasta su agonía. El amor la hace ir presurosa a ungir su cadáver. Tanto ella como sus compañeras y los discípulos no habían tomado en serio la promesa de Jesús sobre su resurrección. Al asomarse al sepulcro lo encuentra envuelto en una atmósfera sobrenatural: “Vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús”.

En realidad, los evangelistas no coinciden exactamente en el mismo dato. Para Marcos está un joven vestido de blanco (Mc 16,5); para Mateo es un ángel (Mt 28,2); para Lucas son dos varones con vestidos deslumbrantes (Lc 24,4). ¿Se contradicen los evangelistas? En realidad los cuatro dicen lo mismo, pero de distinta forma: los ángeles o los hombres vestidos de blanco significan que la narración nos sitúa en un terreno sobrenatural, porque eso es la resurrección, un acontecimiento estrictamente sobrenatural, testimoniado por el mundo sobrenatural, representado por los ángeles y sus vestidos blancos.

María no reconoce a Jesús a simple vista; le confunde con el jardinero, porque este nuevo modo de presencia no es perceptible por los sentidos, sino tan sólo por la fe. Es el Resucitado el que se deja reconocer (Jn 21,4).

La resurrección es más asunto de fe que de pruebas. Juan presenta al Resucitado como alguien que no puede ser definido; se sabe que está presente y en comunión con los creyentes. María le adora porque, por la resurrección, ha sido constituido Señor. Por eso, mientras el Señor permite a las mujeres que “se agarren a sus pies” (Mt 28,9) y le dice a Tomás: “Trae tu dedo, tu mano y métela en mi costado...” (Jn 20,27), le indica a María: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre”. Al permitir que comprueben con los sentidos su presencia real, da a entender que es el mismo Jesús con el que han convivido, que no es un fantasma. Pero al decirle a María “suéltame”, le pide que renuncie al carácter físico y natural de las relaciones que hasta entonces había tenido con él.

El encuentro con el Señor es siempre una gracia; pero, para acogerla, es necesario tener dispuesto el corazón (Mt 11,25). Gracias a su amor ardiente, María pudo ver al Señor; porque el amor es el camino más directo para reconocer al Señor; sólo el que ama lo reconoce. Afirma san Agustín: “Dadme un corazón que ame y comprenderá las palabras del Señor”.

María abre los ojos y reconoce a Jesús cuando le oye llamarla con acento de indecible ternura: “¡María!”. Pronunciar el nombre de una persona tenía mucha mayor relevancia para la cultura contemporánea de Jesús que para la nuestra. Quien ponía el nombre se declaraba señor de aquel que nominaba. El Jesús que recorría los caminos de Palestina, echaba demonios y ponía en pie a los tullidos, que había expirado entre horribles estertores, es el que ahora la llama por su nombre.

El hombre moderno acepta creer en una especie de supervivencia de Jesús. Un hombre sobrevive a sí mismo en sus hijos, en sus obras, en el recuerdo que se conserva de él. En este sentido admiten muchos contemporáneos que Jesús ha sobrevivido. Pero no es ésa la supervivencia en la que creyeron los apóstoles ni en la que creemos los cristianos. Jesús no sólo sobrevive, sino que vive en persona. Al llamar Jesús a María por su nombre, al presentarnos los sinópticos a un Jesús “corporalmente visible”, quieren poner de relieve que Jesús conserva, gracias a su cuerpo, la posibilidad de un contacto, de una relación, de una presencia que sólo puede depender de un yo vivo. El Jesús que murió en el Calvario vive y sigue manteniendo la relación de amistad que tenía con ellos antes de su muerte; le sigue llamando a cada uno por su nombre, no sólo a los que convivieron físicamente con él. Pablo no llegó a conocerlo y, sin embargo, siente que le llama: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Y para que no dudara de su viva identidad, se presenta con claridad: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9,5).

También a nosotros nos llama por nuestro nombre con acento de amistad: “Sonriendo has dicho mi nombre”, como dice la canción. Precisamente en esto consiste la fe: en vivir una relación de amistad con Aquel que sabemos nos ama.

“Ve a mis hermanos “La gracia del encuentro es también misión: “Anda, ve a mis hermanos...”. El mismo Señor se les va a hacer presente, pero quiere confirmar la fe de los suyos con el testimonio mutuo.

Los de Emaús regresan en plena noche a Jerusalén porque tienen prisa y grandes deseos de compartir su dicha con los compañeros; pero cuando empiezan a narrar su experiencia, les sorprende el testimonio de los compañeros que han celebrado también un encuentro con el Señor. Así es como se robustecen en la fe.

Jesús resucitado hace testigo suyo a María a pesar de que, por ser mujer, no era testigo legalmente autorizado, y de que los mismos apóstoles iban a dudar de su credibilidad por su estado emocional (Lc 24,22). Para el Señor cualquier persona de buena voluntad es apta para dar testimonio, aunque con una condición: que se haya encontrado de verdad con él, que la fe en la resurrección sea algo más que un “dogma” que se acepta, una experiencia de comunión con él en la oración, en su Palabra, en la comunidad de hermanos, en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía.

En este sentido, hay que preguntarse en qué medida vivimos la Eucaristía como la gracia de un encuentro que no permite envidiar el de María. Como a ella, el Señor nos envía: “Ve y di a mis hermanos” que vivo, que les espero...

Comentario del Santo Evangelio: Juan 20,1-18; 20 11-13; 20 14-16; 20 17-18. Los sucesos ante la tumba en la mañana.
María Magdalena es quien está activa. Ella va hacia el sepulcro y ve que la piedra está corrida, y regresa corriendo y va a Simón Pedro y el otro (algunas traducciones omiten la palabra allon que está en griego) discípulo, el que Jesús ama, y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (20,1-2).

Estas frases iniciales le confieren al relato un nuevo impulso inesperado. Las frases se dicen en presente, un tiempo que produce cercanía y actualidad. María Magdalena ha participado junto a la cruz de la muerte de Jesús, lo mismo que el discípulo amado. Pedro que, tras su negación, había desaparecido del relato, ahora reaparece con fuerza.

Llamativa es la mención del discípulo anónimo: «el otro discípulo, el que Jesús amaba». Mayormente se establece un nexo con 18,15: «el otro discípulo, que junto con Pedro había seguido a Jesús, y que era conocido del sumo sacerdote». Esto es posible si se piensa que «el otro discípulo, que era conocido del sumo sacerdote» es el discípulo amado. Para los exégetas que así interpretan, el empleo de la palabra: «el otro discípulo» es un argumento extra para considerar esas dos figuras como personajes idénticos en el relato. Pero si en 18,15 se trata de Judas, ya no funciona esto. Entonces hay que comprender la expresión «el otro discípulo, el que Jesús amaba» de modo que, junto al segundo discípulo, el —«otro»— amado (el discípulo que Jesús amaba), Pedro es un primer discípulo al que Jesús amaba.

Para la comunicación en el relato es importante, sobre todo, el mensaje de María Magdalena: «No sabemos dónde» (20,2). El empleo del pronombre personal “nosotros” produce un sentimiento de pertenencia. Muy temprano María Magdalena corre hacia Pedro y el otro discípulo y los pone en movimiento. Ellos saben lo que José de Arimatea y Nicodemo han hecho. María no anuncia ningún robo del sepulcro, de su frase resulta clara su presunción: ha habido personas que no pertenecen al grupo conocido de los discípulos, y que han puesto el cadáver de Jesús en otra parte. María Magdalena es mucho más que una mensajera, ella convoca a los discípulos a ser activos.

Con los varones el relato sigue adelante, en un estilo totalmente especial para Juan (20,3-4). No se dice ninguna frase de «diálogo».
Naturalmente que esto no significa que no haya habido ninguna «discusión», sólo que el carácter de discusión del relato está organizado de otra manera. Los dos personajes están uno frente al otro. Al comienzo de los presenta como corriendo juntos —«correr» es un término que pertenece al campo de la disputa deportiva—, pero inmediatamente después se muestra ya la diferencia: el otro discípulo gana la competencia y llega primero al sepulcro.

Esta distribución de papeles continúa en lo que sigue (20,5-9). El otro discípulo mira en el sepulcro. Ve las vendas, pero no entra. Simón Pedro, que le ha seguido, entra en el sepulcro y ve las vendas y el sudario. Entonces entra el otro discípulo, ve y cree. Es un claro clímax que va desde «ver en parte», pasando por «ver todo» y «ver y creer». Aunque, en último término, no se puede hablar de una contraposición, porque el amigo de Jesús le concede a Pedro la honra y la preeminencia, pero dado que sólo de él se dice que cree, entonces adquiere ante el auditorio autoridad y respeto.

Parece como si el relato a partir de aquí comenzara totalmente de nuevo. Bastante inesperadamente parece que María está nuevamente en el sepulcro, gimiendo de pesar, porque ella sigue suponiendo que Jesús, su Señor, ha sido tomado del sepulcro por no-discípulos.

Nueva es la presencia de dos ángeles con sus vestiduras blancas y con su ubicación llamativa: uno a la cabecera y el otro a los pies, como los dos querubines sobre el Arca de la Alianza en el Templo. Ellos hacen de la tumba un templo vacío: la «schekinah» se ha ido. Sea como fuere, los ángeles le dan la ocasión a María de repetir la frase del comienzo del relato. María habla ahora de «mi Señor» y de que no sabe dónde lo han puesto. Los ángeles no son discípulos, ellos no son asumidos por María en la comunicación de los discípulos entre sí.

Sólo cuando María se da la vuelta, se pone en movimiento para ella la historia. Puesto que el narrador comunica enseguida que es Jesús, el que ella ve allí, ya desde el comienzo su malentendido está claro para el auditorio. Por esto, el diálogo entre Jesús y María repercute de manera conmovedora. También Jesús conmovido por el llanto de María pero, al preguntar a quién busca, está claro que ya sabe lo que la mueve. María también parte de que el hombre que está hablando con ella sabe acerca de su búsqueda. Piensa que ve delante de sí al hortelano y que, finalmente, ha encontrado a alguien a quien dirigirle su pregunta.

El reconocimiento, el final de su búsqueda, es indicado por el intercambio de nombres, María y Rabbuní (20,16), en hebreo, lo que produce un dejo de realismo. Hay que pensar en la primera escena del evangelio de Juan, donde Jesús se hace de sus primeros discípulos. Jesús mismo se pone en medio de la acción: « ¿A quién buscáis?». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿dónde vives?». Él los invita y permanecen todo el día con él (1,38-39). El mismo está a la búsqueda de discípulos. Jesús, también después de su muerte, está aún vivo, presente en medio de sus discípulos. María Magdalena es la primera entre los discípulos a quien él se dirige. Ella, que bajo la cruz fue testigo de los sufrimientos y de la muerte de Jesús, puede ser ahora la primera en experimentar que la comunión de Jesús con sus discípulos no ha llegado a su fin.

La comunidad de hombres y mujeres, que a pesar de la muerte de Jesús permanece intacta, o, mejor dicho, que gracias a la muerte de Jesús posee en Dios mismo un garante, es precisamente el punto central de todo el episodio. En las frases finales, que vienen ahora, se verbaliza eso. Tras el reconocimiento viene el encargo. Pienso que hay que hacer una distinción entre las frases de «revelación» (en 20, 17a y 17c) y las frases de «encargo», que se presentan aquí (en 20,17b y 20,18).

— La revelación del acuerdo (20,17a y 17c).

Comienza con una frase difícil: «¡Déjame, pues aún no he subido al Padre! » (20,1 7a). La presencia de Jesús inmediatamente tras su muerte no es todavía la presencia permanente de Jesús. Este se dará, pero sólo después de que Jesús haya ascendido hacia su Padre (un suceso que dentro de la historia narrada ya no encuentra espacio). Jesús anuncia ahora ese viaje para provocar que los discípulos no queden confundidos. María tiene que ir a los hermanos y hermanas para decirles que Jesús ha sellado un pacto con Dios que permanece eternamente.

«¡Diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios!» (20,17c). Aquí se proclama un texto de alianza. Recuerda las promesas que Dios ha hecho a su pueblo: «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios»; también la respuesta de Rut a su suegra, que no quiere que Rut vaya a la tierra de Judá: «Adonde tú vayas, voy yo; donde tú mores, moro yo. Tu pueblo es mi pueblo; tu Dios es mi Dios» (Rut 1,16). Jesús, en nombre de sus discípulos, hace un acuerdo con Dios, el Padre, que perdura más allá de su muerte, y más allá de la narración de la historia.

—El encargo y su realización (20,17b y 20,18).

Mientras que las frases de Jesús sólo son dichas a María, ella recibe un encargo de «decir a los hermanos y hermanas», un encargo que ella cumple sin dilación (20,17b). Ella resulta, entonces, una mensajera, un ángel de Dios en nombre de Jesús.

Tiene que anunciar un mensaje doble: «Ha visto a Jesús y ha oído las palabras que tiene que referir» (20,18); esto va junto. El contenido de las palabras está garantizado por el ver, y el ver adquiere su contenido a través del mensaje.

Elevación Espiritual para este día.
Debemos considerar la resurrección de Cristo, que es modelo de nuestra resurrección, o sea, de nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha resucitado con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra propia resurrección; de otro modo sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los miembros. Por esa razón argumentaba tan bien y con tanta eficacia el Apóstol contra aquellos que negaban la resurrección, diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado, porque lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de inmortalidad». Por consiguiente, para sembrar en los corazones de los fieles la fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza y de la desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha muerto y ha resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá Dios con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza, con el beato Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen cristiano, «como aquellos que no tienen esperanza»

Reflexión Espiritual para el día. 
Cuando seamos libres desde el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos ansiosos sobre lo que hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o difíciles. Cuando no nos preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o de lo que vamos a ganar con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y las acciones justas desde el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios, que hace de nosotros hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará a través de nosotros.

Dice Jesús: «Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,1 9-20).

Continuemos confiando en el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos vivir libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valorarnos o juzgarnos.

El rostro de los personajes y los pasajes de la Sagrada Biblia. Quién es Jesús: Mesías, Siervo, Señor, Hijo del hombre, Hijo de Dios.

El misterio de Jesús a través de su misión y de su acción El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús en acción. Más en concreto, en misión recibida del Padre. Como punto de partida esta acción y esta misión, pretendemos acercarnos a un misterio que desborda los esquemas y dimensiones de nuestro mundo, pues ante Jesús se dobla ahora toda rodilla (Flp 2, 10). No se trata de escrutar la psicología de Jesús, sino de describir la manera cómo procedía, de adivinar en su manera de ser una apertura hacia el misterio presentido en los acontecimientos reveladores... Se trata de captar en lo más vivo el comportamiento de Jesús y descubrir su sentido. Se trata de acercarnos a su misterio a través de su misión y de su acción. Y en medio de su ambiente y de su mundo.

En medio del mundo sin ser del mundo. La originalidad de Jesús Los evangelios, con sencillez y claridad y como con cercanía, dejan vislumbrar la singularidad que se manifiesta en la manera de situarse Jesús ante su ambiente. En efecto, todo el mundo en que vive Jesús, todo su mundo en torno, está dibujado en pinceladas directas y auténticas. Sacerdotes y doctores de la ley, fariseos y publicanos, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y pecadores, todos están insertos claramente en el gran acontecimiento que supone -para cada uno a su manera- el encuentro con Jesús. Y lo sorprendente es que Jesús está totalmente en medio de ese mundo tan vivamente descrito y, sin embargo, no es del mundo (Jn 17, 14.16; 8, 23).

En vivo contraste con lo que las gentes suponen y esperan En su libertad, rompe las estrechas fronteras que han levantado las tradiciones y determinadas ideas. Lo que se ve también claramente en el trato con sus discípulos. Los llama con palabra de mandato, soberana (Mc 1, 16 ss.); pero también amonesta y disuade a más de uno para que no le siga (Lc 9, 57 ss.; 14, 28 ss.). La conducta y el proceder de Jesús están una y otra vez en el más vivo contraste con lo que las gentes esperan de Él o esperan para sí. Como cuenta Juan (6, 15), Jesús huye de la muchedumbre que quiere proclamarlo rey... Los dos hijos de Zebedeo hubieron de experimentarlo cuando Jesús rechazó sus ambiciosos deseos.

Jesús fue algo más que un judío piadoso Efectivamente, la originalidad de Jesús se manifiesta en su modo de situarse ante la religión y ante su ambiente. Por lo que a la religión se refiere, la educación religiosa judía, perceptible en su mensaje, no fue determinante hasta el punto de que se pueda describir a Jesús como un "hassid", es decir, como un judío piadoso. Sin duda alguna, lo fue Jesús; pero, si hubiera sido simplemente un judío piadoso, no hubiera levantado ninguna oposición. Sin embargo, Jesús fue discutido por su actitud religiosa ante la ley y el culto.

Jesús, la ley y las acusaciones farisaicas. El sábado «hecho para el hombre» Los fariseos reprochan a los discípulos de Jesús no ser muy respetuosos con el sábado (Mt 12, 1-8): Jesús irónicamente les recuerda la gran libertad de David, y les da a entender que si David había usado de tanta libertad en favor de sus compañeros, con mayor razón podrán tenerla los que acompañan al Hijo del Hombre. Jesús, en efecto, es mayor que el templo. Pero los fariseos no se contentan con atacar a Jesús en sus discípulos.

Le acusan de que El también viola el sábado (Mt 12, S-14; Lc 13, 10-17; Jn 5, 9), o de que no observa la pureza legal, pues ha tocado a un leproso y a un cadáver (Mc 1, 41; 5, 41; Lc 7, 14).

La libertad de Jesús no es arbitraria. La libertad que Jesús se toma en relación con determinadas prescripciones legales no es arbitraria. Jesús pone en evidencia la estupidez de la estrechez legal de una forma sencilla y directa: "Supongamos que uno de vosotros tiene una oveja, y que un sábado se le cae en una zanja, ¿la agarra y la saca o no?" (Mt 12, 11). Y en la parábola del samaritano (Lc 10, 30-37) desenmascara la hipocresía de una religiosidad que pone la ley por encima del prójimo: la observancia cuidadosa de todas las prescripciones legales no sirve al sacerdote ni al levita para descubrir en el herido la figura del prójimo. Para Jesús, la ley alcanza su sentido en el doble mandamiento del amor a Dios y al hombre (Mt 7, 12; 22, 37-40; Mc 12, 28-34). ¡Doble mandamiento inseparable! En definitiva, la ley no es una norma última, un absoluto: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27). La libertad de Jesús se ofrece como libertad para los demás. La ley está en función del prójimo.

Jesús y el culto. No basta la sola participación externa en el culto La libertad de Jesús se muestra también en su actitud ante el culto.

Evidentemente, Jesús es un judío piadoso que sigue la religión de su pueblo: frecuenta la sinagoga, acude al templo con ocasión de las fiestas. Pero Jesús no tiene miedo de prescindir de ciertas costumbres culturales. Y. sobre todo, Jesús enseña que no es la sola participación externa en el culto lo que salva al hombre: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mt 7, 21).

Jesús y el culto: en función de los dos grandes mandamientos. El cumplimiento de la voluntad del Padre se manifiesta así como el verdadero centro de la religión y del culto. En la línea de los grandes profetas, que El supera y lleva a consumación, Jesús promueve la integración del culto en la vida. Por ello el sentido del culto depende también de la propia relación con el prójimo: "Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5, 23-25). El culto queda falsificado cuando se convierte en un tranquilizante para la dureza de nuestro corazón. Jesús condena una religiosidad que sólo sirviera para justificar la mala conducta de sus hipócritas participantes.

El verdadero culto en espíritu y en verdad. Jesús da un giro a la misma concepción vigente de lo "sagrado". Hay formas de religiosidad que tienden a reducir lo sagrado a normas, ritos, lugares, cosas que le sirven al hombre para descargar en ellos la verdad y la fuerza de su relación religiosa con Dios. Con Jesús ha llegado el tiempo en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). En efecto, es el don del Espíritu el que permite conocer y adorar a Dios como Padre. Este es el culto "en verdad" que va a caracterizar el nuevo tiempo mesiánico y que excede, supera y hace superfluo todo culto religioso anterior, en concreto, el que tenía lugar en el templo de Jerusalén. Este es un punto central del mensaje del Nuevo Testamento.

En medio de su ambiente. "Como quien tiene autoridad...". La originalidad de Jesús se manifiesta también en su modo de situarse ante su ambiente: la familia, los "influyentes", los amigos, la política. En cada situación Jesús va manifestando su singular misión mesiánica: unas veces extraña, otras interpela, otras admira. Siempre desborda. Jesús hace sentir sin rodeos a todo el que se le acerca la inmediatez de Dios.

El mismo lleva consigo esta inmediatez: "EI Reino de Dios ya está dentro de vosotros" (Lc 17, 21), "¡dichoso el que no se escandalice de mi!" (Mt 11, 6). Ello da a su persona una autoridad serena, que no tiene par: "Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad" (Mc 1, 22).

La misión por encima de la familia. «Ocupado en las cosas de mi Padre...» La figura mesiánica de Jesús desborda a su propia familia. Desde los acontecimientos que rodearon su nacimiento, "su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño" (Lc 2, 33). Cuando a los doce años lo encuentran en el templo sentado en medio de los doctores, tras una angustiosa búsqueda, sus padres quedaron sorprendidos por el hecho y, además, tampoco comprendieron la respuesta que les dio (Lc 2, 42-50). En definitiva, Jesús se debe a su propia misión, por encima de su familia. Por ello, «su madre y sus hermanos son aquéllos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21).

Imprecaciones contra los "bien considerados". A favor de los pobres Jesús conoce la mezquindad de los "bien considerados" en la sociedad de entonces: los fariseos, los saduceos, los ricos. Las imprecaciones que lanzó sobre ellos dejan entrever una extraordinaria indignación (Lc 11, 39 ss.; Mt 23; Lc 6, 24). Es cierto que entre ellos hay excepciones y Jesús las reconoce abiertamente (Nicodemo, José de Arimatea, Zaqueo...). Jesús condena en ellos su actitud presuntuosa (Lc 18, 9-14) y su papel social y religioso (Mt 23). Su indignación es una toma de postura en favor de los pequeños y de los pobres. Los "bien considerados", los "autosuficientes" quieren convertir a Dios en su prisionero. Jesús les arrebata a Dios. Y al quedar Dios en libertad, su libertad es también la liberación del hombre.

Acogida evangélica a "los despreciados". Al encuentro de los pecadores Jesús prefiere a los "despreciados" de la sociedad: ellos no pretenden imponer sus caminos para llegar a Dios. Lo dejan libre. Pero no tienen sitio en la sociedad. Son unos parias, aunque no todos sean pobres, ni mucho menos. Pero el hombre tiene más necesidad de reconocimiento social que de dinero. Esos "marginados" son, en primer lugar, los publicanos, hombres de fama dudosa, cobradores de impuestos y supuestos ladrones. Son odiados y detestados, como todas las personas dedicadas al fisco. Son también las mujeres de mala vida. Jesús no es esclavo de los prejuicios sociales: la libertad con que se separa de los prejuicios no es arbitraria, sino necesaria para cumplir su misión. A diferencia de los influyentes", los despreciados de la sociedad adquieren fácilmente conciencia de su incapacidad e insuficiencia de cara a la salvación para poner su esperanza en la gratitud y misericordia de Dios.

Un lugar para la amistad. Los evangelistas no ocultan el hecho de que Jesús tenía amigos. La muchedumbre se admira al ver cómo quería a Lázaro. Ni ocultan tampoco sus amistades femeninas: Marta, María y quizá Magdalena.

Jesús no manifiesta el menor desprecio hacia la mujer, ni en sus palabras ni en sus actos. Jesús es libre frente a la presión social y frente a los juicios más o menos severos sobre la mujer. Su conducta se refleja en su doctrina (Lc 8, 1-4; 10, 38 ss.; Jn 1 1, 1-44).

A la mujer, la misma consideración que al hombre Jesús muestra una estima de la mujer realmente excepcionales en la antigüedad. En contraste con el desprecio rabínico, Jesús concede a la mujer la misma consideración que al hombre. Dialoga largamente con la Samaritana, ante el asombro de sus discípulos; un grupo de mujeres le asiste en sus viajes con los apóstoles; se hospeda en casa de Marta y María, conversando con ellas... Jesús muestra especial compasión por el sufrimiento de la mujer; se apiada de la viuda de Naim, que ha perdido a su hijo único, y le dice: "No llores", resucita al muchacho y se lo entrega a su madre; cura a la hemorroisa en medio de la multitud; al hablar de la ruina de Jerusalén, se compadece especialmente de las embarazadas y de las que crian; se preocupa desde la cruz por remediar la soledad en que queda su madre. Defiende, en fin, a la mujer frente al duro juicio de los hombres: así en el caso de la adúltera, de la pecadora, de María Magdalena; así también cuando dice: "Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios" (Mt 21, 31; cf. Jn 4, 27; Lc 8, 1-3; 10, 38-42; Mt 20, 20-23; Lc 23, 27-31; Jn 20, 11-18; Lc 7, 11-15; Mc 5, 25-34; Mt 24, 19; Jn 19, 26-27; 8, 1-11; Lc 7, 36-50; Jn 12, 1-11).

"Dejad que los niños vengan a, mí no se lo impidáis" En cuanto a los niños, tienen igualmente un puesto en el corazón de Jesús. El conoce los juegos infantiles; impide que sus discípulos aparten
de El a los niños; los abraza y los pone como ejemplo a los adultos; afirma que quien acoge a los niños, y a los hombres semejantes a ellos, a Él le acogen; condena a quien los escandaliza; afirma que sus ángeles ven siempre el rostro de Dios y que Dios no quiere que ninguno se pierda; defiende a los que le aclaman a su entrada en Jerusalén (cf. Mt 11, 16-19; Mc 10, 13-16; Mt 18, 5. 6. 10. 14; 21, 15 ss.).

Decepción en los medios políticos. Ni colaboracionista ni resistente. Y. sin embargo, "criminal político" En relación con la política de su tiempo, Jesús no se muestra ni colaboracionista ni resistente. Jesús no teme al poder (es duro con Herodes) y obra según su misión, sin tener para nada en cuenta unas normas de prudencia política que serían claudicaciones (Lc 13, 31-34).

Pero Jesús se niega además a verse metido en una resistencia armada contra el poder ocupante. A pesar de todo, los jefes judíos hicieron condenar a Jesús como criminal político: "Ha pretendido ser el rey de los judíos" (Jn 19, 19-21). Por razones de uno u otro signo, la actuación mesiánica de Jesús no pudo evitar la decepción y la hostilidad de los medios políticos.

Profeta y maestro con autoridad propia. Jesús es el hombre que anuncia la llegada del Reino de Dios. Es por tanto, un profeta. Pero al mismo tiempo es totalmente distinto de un profeta. De un profeta se esperaba que, por una sentencia introductoria, dijera de quién procedía su mensaje: "Así dice Yavé". Jesús habla por cuenta propia, con plena autoridad: "En verdad os digo..." Es todo un maestro (rabí). En efecto, Jesús discute con sus discípulos, con otros maestros, anda errante y enseña en las sinagogas. Pero su manera de instruir es totalmente nueva: un rabí tenía obligación de alegar la Escritura o la autoridad de otros maestros; en Jesús, Dios instruye inmediatamente. Incluso la Escritura es completada por El y, en realidad, corregida: "...Habéis oído que se dijo..." "Yo os digo".

Jesús, un profeta que vivió como el pueblo. Los evangelistas nos refieren que los fariseos acusaban a Jesús de hablar como un profeta, pero sin vivir como un profeta, y comparaban su manera de vivir con la de Juan. Juan y sus discípulos ayunaban.

Mantenían de este modo la imagen tradicional de la existencia profética. Jesús vive como el pueblo. Durante el ministerio de la predicación, fue la aristocracia civil y religiosa la que más se escandalizó. Un profeta no podía ser un hombre como los demás. Jesús no resulta digno de crédito.

Más bien es peligroso: trastorna el orden definido, desconcierta las ideas de los demás, rompe las reglas del juego religioso y social.

Un profeta "que come y bebe..." "¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Tiene un demonio. Vino el Hijo del Hgmbre, que come y bebe, y dicen: Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11, 16-19).

Un profeta pobre. En su modo de vivir Jesús comparte la inseguridad de los pobres y esa otra inseguridad propia de quien anuncia el Reino de Dios: «Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9, 58).

El celibato de Jesús, opción mesiánica. El celibato es un punto en que Jesús no siguió la orientación común de la vida de los hombres. No hubo en El una falta de aprecio del amor humano, ni tampoco una renuncia a valores humanos que estuvieran en oposición a valores sobrenaturales. Cristo hizo una opción entre diversas posibilidades mesiánicas: no escogió el camino del poder y del dominio, sino el de la debilidad y el desvalimiento, la ruta silenciosa de una situación vital plenamente humana, que El vivió a fondo en la significativa posibilidad del celibato. Tal proyecto de vida dejó sus manos completamente libres para el desempeño de su misión: el anuncio incondicional del Reino de Dios.

El celibato de Jesús, signo del reino. Una experiencia que se repite Todo aquél que, por la fuerza exclusiva del Reino de Dios, renuncia espontánea y desinteresadamente a todo, experimenta la fórmula "no necesario, pero sumamente conveniente", como una pálida traducción de su experiencia personal. Para él, se trata realmente de un "no poder ser existencialmente de otro modo". Quien vive la experiencia misma, sabe que ese "deber" es mucho más fuerte que cualquier orden o cualquier ley. Es la experiencia primitiva de un apóstol de Cristo, que -vuelto "loco" por haber encontrado el "tesoro escondido" en el campo de su propia historia- queda ciego para la posibilidad, objetivamente aún abierta, de una vida conyugal: "...y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga" (Mt 19, 12).

Libertad insólita, personalidad excepcional, misión arraigada en la esperanza bíblica.
En el contexto socio-religioso de su tiempo, Jesús se muestra como un hombre libre, libre delante de Dios y para Dios; libre delante de los hombres y para los hombres. Esta libertad es insólita, y los contemporáneos de Jesús lo reconocían en sus dudas al tratar de definir su personalidad. Algunos veían en EL un "profeta"; otros sospechaban que tenía relaciones con el príncipe de los demonios. Los evangelistas hablan de una división de opiniones. Cada uno percibía más o menos conscientemente que esta libertad no tenía fundamento en sí misma: manifestaba una "realidad" cuyos contornos nadie llegaba a fijar.

Presentían una personalidad excepcional, con origen en un lugar inalcanzable. Jesús, Mesías, bajo la figura del Siervo Jesús actualiza la función mesiánica optando, en su bautismo y en su desierto, por el servicio a Dios y a los hombres aun en medio de la humillación, el dolor y la muerte. El es realmente el Siervo, anunciado por el profeta Isaías: "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu" (Is 42, 1). El es, como profetizó Juan Bautista, el Cordero de Dios que lleva sobre sí el peso de nuestros pecados y dolencias (Jn 1, 29; Is 53, 4 ss.), y al propio tiempo, aquél sobre quien desciende el Espíritu para comunicarlo al mundo (Jn 1, 33). Jesús es el Mesías bajo la figura del Siervo: "El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz» (FTP 2, 6-8).

Jesús, Mesías, manifestado como Señor Jesús cumple su misión confiando en que el Padre no le dejará en la estacada de la humillación, del dolor y de la muerte. En Jesús toma cuerpo como en ningún otro la esperanza de Oseas: "Dentro de dos días nos dará la vida, y al tercer día nos levantará" (6, 2). Efectivamente, tras un breve tiempo, el Siervo Jesús es glorificado: "Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11). Por su resurrección, el Mesías se manifiesta como Señor, esto es, como Dio.

El Hijo del Hombre, título mesiánico preferido por Jesús El título hebreo de Mesías (en griego, Cristo; su significado: Ungido) alude al rey tanto tiempo esperado, que reemplazaría el dominio
extranjero por la soberanía de Dios. Era un titulo peligroso, pues iba ligado con estrechas expectaciones nacionalistas. Para indicar su mesianidad, Jesús mismo escogió una palabra que en las ideas de las gentes tenía menos que ver con la dominación terrena: el Hijo del Hombre. En los Evangelios este título aparece siempre en la boca de Jesús. Su reino no era de este mundo (Jn 18, 36).

El Hijo del Hombre: Siervo y Señor, Hombre y Dios. "Hijo del Hombre" es una expresión muy rica, pues a la par que la grandeza de Jesús, indica también la humildad insólita de su mesianidad.

En virtud de la sugerente fuerza significativa de la expresión, aparece claramente la solidaridad de Jesús con el destino humano, así como su condición divina. Procede de la profecía de Daniel (Dm 7). A un pueblo creyente, perseguido a muerte por poderes que son descritos como bestias, se le anuncia una esperanza, un salvador "como un Hijo de Hombre que viene sobre las nubes del cielo", a quien se le da un reino que no será destruido jamás.

El Hijo del Hombre: de Siervo a Señor. ¡Un procesado... "sobre las nubes del cielo"!
Tras la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo", Jesús toma dos precauciones para no ser mal interpretado. La primera es que no se lo digan a nadie. La segunda es comenzar a decirles que «el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho,

tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Mc 8, 31). Jesús anuncia, pues, su doble misión de Siervo, primero, y de Señor, después. El resucitará: «desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo» ( Mt 26, 64). A Caifás no se le escapa el significado mesiánico y divino de esta confesión: «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?

Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?, y ellos contestaron: Es reo de muerte» (Mt 26, 65-66).

La clave profunda de la personalidad» de Jesús: Hijo de Dios Jesús no blasfemó: ¡Es el Hijo de Dios! Lo es desde siempre. Ningún título expresa mejor el misterio de su persona. Ahí radica la clave profunda de su «personalidad». Cristo asume su función mesiánica bajo la forma del Siervo, porque tiene conciencia de sí mismo como lo que es, Hijo del Padre, y consiguientemente confía en El: «El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes. Por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50, 5-7).

Confianza incondicional en el Padre: actitud básica, actitud filial En efecto, la actitud básica de Cristo, que fundamenta todas las demás, es su confianza incondicional en el Padre. Jesús vive en
profunda comunión con El (Mt 11, 25-27). Jesús es "el Hijo" (Mt 24, 36; 21, 33 ss.). Su actitud filial le lleva a una profunda obediencia a la voluntad de Dios (Hb 5, 7 ss.; 10, 5-7), voluntad que aparece configurada en un plan de salvación y que se manifiesta en acontecimientos de la propia historia.

Confiar en el Padre: Clave del Evangelio de Jesús. Esta confianza en el Padre constituye el fondo del Sermón de la Montaña y es, por tanto, el verdadero corazón del Evangelio (Mt 6, 25 ss.). En la oración cristiana nos dirigimos a Dios confiadamente como Padre (Mt 6, 9 ss.). Confiar en el Padre es una de las claves del Evangelio de Jesús. Buscar el Reino de Dios y el cumplimiento de su voluntad en nosotros viene a ser lo verdaderamente importante (Mt 6, 33). Este es el sacrificio de la Nueva Alianza (Hb 10, 5-7).

"El Padre y Yo somos una sola cosa» (Jn 10, 30). Jesús es el Hijo de Dios Hijo de Dios.

En el Antiguo Testamento, hijo de Dios era un título usado frecuentemente para expresar una relación especial del hombre con Dios. Pero en Jesús esta denominación recibió una grandeza inesperada y una significación única: es "el Hijo" (Mc 13, 32; Mt 24, 36; 21 33 ss.), igual al Padre: "los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. Les respondió Jesús: Mi Padre sigue actuando y yo también actúo. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (Jn 5, 16-18). Según San Juan, todo el Evangelio se ordena a esto: "que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios" (Jn 20, 31).

Hijo de Dios: con significación única a partir de la resurrección de Jesús. Fe de la Iglesia.
Antes de la resurrección de Jesús, el misterio insondable del Hijo único de Dios, se mantenía en penumbra, y, en alguna ocasión, en claroscuro (piénsese en el significativo episodio de la transfiguración). A la luz de la resurrección la Iglesia de todos los tiempos proclama la confesión de fe del Concilio de Nicea heredero de los anteriores símbolos incipientes y de las fórmulas de fe del Nuevo Testamento: "Creo en Dios Padre..., y en Jesucristo, su único Hijo, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho.»

Tanto el Nuevo Testamento como la constante fe de la Iglesia nos presenta el misterio de Jesucristo, no simplemente como el de un hombre en el que Dios está presente, sino como el de un hombre que es idénticamente la persona divina del Hijo de Dios.

Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios en persona. El Nuevo Testamento presenta a Jesús como verdaderamente Dios y verdaderamente hombre: de un mismo y único sujeto se dicen cosas propias de Dios y cosas propias de un hombre. De Jesús, el Hijo de Dios, las confesiones de fe de la Iglesia proclaman que uno y el mismo sujeto es "verdadero Dios" y «verdadero hombre», nacido de Dios en lo que tiene de Dios y nacido de María en lo que tiene de hombre. Sin duda, Jesús ama a Dios. Pero su unión con Dios no radica sólo en ese amor.

Tampoco consiste únicamente en que Dios ame a Jesús y con su Espíritu llene y conduzca su vida como no lo ha hecho con la de ningún otro hombre. El "hombre" Jesús de Nazaret no es otro sujeto junto al Hijo de Dios, a la Palabra de Dios, al Señor. Se identifica con El, en el sentido de que es un "mismo sujeto" con El: el Hijo de Dios nacido como hombre de María, muerto y resucitado por nosotros. Desde tal identificación previa, Jesús ama filialmente a Dios Padre y se relaciona con El con una libertad e inmediatez como ningún.
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