Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

miércoles, 7 de abril de 2010

Lecturas del día 07-04-2010. Ciclo C.

7 DE ABRIL 2010. MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA. (Ciclo C). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Juan Bautista de La Salle pb, Teodoro ob, Germán José pb, Pedro Nguyên Van luu pb mr.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar
Salmo 104: Que se alegren los que buscan al Señor
Lc 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan
En los grupos de lectura bíblica nos gusta pensar que cuando se habla de los discípulos de Emaús, se trata en realidad de una pareja que regresa a su casa. Hay muchos signos que muestran que puede ser así. Por ejemplo: solamente el varón, Cleofás, tiene nombre, la mujer no. Iban hablando animadamente hasta que aparece un forastero. Luego solamente Cleofás habla. Después volverá a intervenir la otra persona. Además es difícil pensar que Cleofás regresara solo a su casa dejando a su mujer en Jerusalén, si consideramos que la María de Cleofás que estaba junto a la cruz, era su esposa.

Jesús no separa la Biblia de la Vida. Lee la Biblia a partir de la realidad y recién les anuncia la Palabra, que les hace arder el corazón.

El camino de Jesús conduce a una casa-comunidad que no deja a un forastero expuesto a los peligros de la noche. Allí está la mesa servida por mujeres y esclavos/as Y sobre la mesa está el pan ofrecido en “comensalía abierta”. Es allí que Jesús muestra su rostro y todo el mundo lo reconoce. Y brotan nuevas fuerzas para salir corriendo (aunque es de noche) a anunciar que el Señor resucitó.

PRIMERA LECTURA.
Hechos 3,1-10
Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar
En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada "Hermosa", para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: "Míranos." Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar."

Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 104
R/.Que se alegren los que buscan al Señor. 

Dad gracias al Señor, invocad su nombre, / dad a conocer sus hazañas a los pueblos. / Cantadle al son de instrumentos, / hablad de sus maravillas. R.

Gloriaos de su nombre santo, / que se alegren los que buscan al Señor. / Recurrid al Señor y a su poder, / buscad continuamente su rostro. R.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo; / hijos de Jacob, su elegido! / El Señor es nuestro Dios, / él gobierna toda la tierra. R.

Se acuerda de su alianza eternamente, / de la palabra dada, por mil generaciones; / de la alianza sellada con Abrahán, / del juramento hecho a Isaac. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 24,13-35
Lo reconocieron al partir el pan 

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les preguntó: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron."

Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.

Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,1-10 
Pedro continúa la práctica liberadora de Jesús, no con el anuncio, sino también con las obras milagrosas. Éstas manifiestan que ha llegado la salvación al mundo. Este milagro dará ocasión a un nuevo discurso de explicación y de anuncio. También Pedro, gracias al nombre de Jesús, aparece «acreditado por Dios mediante milagros, prodigios y signos» y, en consecuencia, autorizado a anunciar la novedad cristiana.

El relato es vivaz: el templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y, como no tiene «ni oro ni plata», le ordena que se levante y camine: «En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Lo que sigue es un relato «de resurrección»: el paralítico entra finalmente en el templo —del que le había excluido su enfermedad— «saltando y alabando a Dios». Es un hombre «reconstruido» física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme: la gente, llena «de admiración y pasmo», acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles (Hch 5,12). Aquí se dispone Pedro a dar la explicación del acontecimiento.

Comentario del Salmo 104

En los versículos iniciales tenemos los rasgos típicos de un himno de alabanza. No obstante, no cabe duda alguna de que nos encontramos ante un salmo histórico. Como el salmo 76 y el 106, esta cuenta parte de la historia del pueblo de Dios, desde su formación hasta la conquista de la Tierra Prometida.

El salmo consta de introducción (1-7) y cuerpo (8-45). La introducción presenta las características de un himno de alabanza. Podemos contabilizar un total de diez invitaciones en imperativo dirigidas al pueblo: «dad gracias», «invocad», “anunciad” (1), «cantad», «recitad» (2), «gloriaos» y «alégrese» (3), «buscad» —dos veces— (4) y «recordad» (5). Los instrumentos musicales (2) acompañan esta manifestación de alabanza. Se mencionan siete acciones del Señor: «hazañas» (1), «maravillas» (2), «fuerza» (4), «maravillas», «prodigios», «sentencias» (5) y «gobierno» (7). «El Señor», designando a Dios, aparece cinco veces (1a.3b.4a.7a). Además se habla de su «nombre» (1a), de su «nombre santo» (3a), de su «rostro» (4b) y de su «boca» (5b). Todo esto (acciones, nombre propio y partes del cuerpo) irán cobrando sentido a medida que se vaya desarrollando el salmo. El pueblo de Dios, al que se dirigen estas diez invitaciones, es llamado «descendencia de Abrahán, hijos de Jacob», a los que se califica respectivamente como «siervo» y «elegido» del Señor (6). Al margen de todo esto, la introducción especifica quién es este Dios y qué es lo que hace (7): es el aliado de Israel («nuestro Dios») y Señor de toda la tierra.

El cuerpo del salmo (8-42) explica y desarrolla lo que se ha dicho en la introducción. Es una especie de profesión de fe de Israel. Este bloque puede dividirse en cinco partes que se corresponden con distintos momentos o fases de la historia del pueblo: la época de los patriarcas (8-15), los tiempos de José (16- 22), la esclavitud en Egipto (23-36), éxodo y desierto (37-43) y entrega de la tierra (44-45).

La época de los patriarcas (8-15) se caracteriza por la alianza que conlleva la promesa de la tierra. La palabra «alianza» aparece tres veces (8.9.10), y se afirma que fue establecida con Abrahán, Isaac (9) y Jacob (también llamado Israel, v. 10). La alianza garantiza la conquista de la tierra. En este período, el pueblo era poco numeroso y aún se podía contar (12). Todavía no se había cumplido la promesa que el Señor le hiciera a Abrahán de que se convertiría en un pueblo tan numeroso como la arena de la playa (compárense los versículos 12 y 24).

Estamos en los días de las andanzas de los patriarcas: Abrahán —y después Isaac— bajó a Egipto; Jacob emigré a casa de su tío... Días de andanzas y de peligros. El Génesis, a partir del capítulo 12, se ocupa de estas cuestiones. Este salmo asegura que el Señor no permitió nunca que nadie oprimiera a los patriarcas, castigando a reyes para protegerlos (14). Resulta interesante señalar que a los patriarcas se les llama «ungidos» y «profetas» (15).

A continuación, tenemos la época de José (16-22) cuya historia se narra a partir de Gén 37. El Faraón nombré a José «señor de su casa» y «administrador de todos sus bienes» (21). De modo y manera que, por su causa, todo el pueblo de Dios emigró a Egipto.

El tiempo de la estancia en Egipto (23-36) se caracteriza por la esclavitud de un pueblo numeroso. Surgen las figuras de Moisés y Aarón (26), que realizan «signos», lo que tradicionalmente conocemos como «las plagas de Egipto». En el libro del Éxodo, las plagas son diez. En este salmo sólo aparecen siete y se ven como pruebas que demuestran que el Señor defiende a su aliado y mantiene las promesas; son las siguientes: las tinieblas (28), el agua convertida en sangre (29), las ranas (30), los mosquitos (31), el granizo (32-33), las langostas (34-35) y la muerte de los primogénitos (36).

Del tiempo de la salida de Egipto y de la marcha por el desierto (37-43) se recogen los recuerdos más hermosos: el pueblo salió rico (37), de día lo protegía la nube y, de noche, el fuego (39), comieron las codornices y el maná, y bebieron el agua que brotó de la roca (40-41), es decir, dispusieron de comida y de bebida a capricho. No se menciona nada negativo, pues este salmo tiene una orientación positiva y rezuma optimismo. Se recuerda la promesa hecha a Abrahán (42) y la alegría con que el pueblo salió de Egipto (43).

El último período (44-45) se ocupa del cumplimiento de la promesa hecha a los patriarcas, a saber, que tomarían posesión de la tierra: «Les dio las tierras de las naciones y se adueñaron del trabajo de los pueblos» (44). No obstante, hay un estrecho compromiso que se expresa en las cláusulas de la alianza (45 a).

Para el pueblo de Dios, contar la historia significa beber en la fuente de la experiencia vital de los antepasados. El que bebe de esa agua es más feliz y ve cómo se incrementa su vida. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿Acaso esto ha sido siempre así? Parece que no. Este salmo habría surgido para reavivar la memoria histórica de las hazañas del Señor y de los compromisos del pueblo de la alianza. Expresiones como «entre los pueblos» (1b) y «él gobierna toda la tierra» (7b) permiten suponer que este salmo surgió en una época en que el pueblo de Dios ya había perdido la tierra (época del exilio en Babilonia o posterior). Así pues, podemos entender que el cuerpo del salmo comience con la promesa de la tierra (11) y termine mostrando su toma de posesión (44), en una época en la que la tierra está en manos de pueblos extranjeros Este salino, por tanto, pretendería sacudir las conciencias, para que el pueblo se preguntara: ¿Por qué hemos perdido la tierra? La respuesta parece tener que ver con el cumplimiento (o, más bien, incumplimiento) de lo que se dice al final del salmo: «Para que guardaran sus decretos y cumplieran sus leyes» (45 a). Este salmo, por tanto, oculta un terrible conflicto: la pérdida de la tierra, de la libertad y de la vida...

El pueblo había perdido la tierra. ¿Quién tiene la culpa? El salmo 105, al contrario que el salmo 106, con su visión pesimista, se muestra extraordinariamente optimista. ¿Por qué? Porque focaliza las acciones de Dios. El siempre se ha mantenido fiel a la alianza y a las promesas hechas a los patriarcas. Si el pueblo ha perdido la tierra, la culpa es sólo suya, y no de Dios. El ha obrado siempre correctamente, todo lo ha hecho bien. Basta mirar sus siete acciones en la introducción, Conviene, por otro lado, examinar el cuerpo del salmo e ir anotando las innumerables acciones que el Señor hizo en favor de su pueblo. El se ha mostrado, siempre y constantemente, como el aliado fiel. Si el pueblo presta atención a las invitaciones que se le dirigen en la introducción, descubrirá el rostro del Dios de la alianza y volverá a poseer la tierra, porque Dios es fiel.

Jesús es presentado como fiel reflejo del Padre (Jn 1,17-18). El pertenece a la historia del pueblo de Dios y también es su culminación (Mt 1,1-17; Lc 3,23-38). Lucas, en su Evangelio, lo presenta como aquel que inaugura una sociedad y una historia nuevas. Mateo, por su parte, quiso presentarlo como un nuevo Moisés, como aquel que da lugar a un nuevo éxodo de vida y de libertad para todos (Mt 2, 13ss).

Conviene rezar este salmo en compañía de otras personas, pues la historia de un pueblo siempre se hace en comunidad con otros; este salmo es para cuando queremos «orar» nuestra historia en clave positiva, reconociendo la fidelidad de Dios, a pesar de nuestra flaqueza. Este salmo nos anima a rezar en sintonía con los que luchan por la tierra. Después de rezarlo, podemos continuar nuestra oración trayendo a ella la historia de cada uno, de las comunidades, del pueblo...

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 24,13-35. 
El episodio de la aparición de Jesús resucitado a s dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos (vv. 30-35). En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes, y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: «Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras» (v. 27). Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y, mientras parte el pan, reconocen al Señor: «Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (v. 31).

La catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone la eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace la experiencia del Señor resucitado. La Palabra y la eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la Iglesia en su peregrinación hacia la casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.

En nuestros días hay hambre y sed de milagros. La gente no sonríe ya con suficiencia, como hace algunos años, con respecto a los presuntos prodigios, sino que los busca y acude a los lugares donde tienen lugar. Los medios de comunicación social los hacen espectaculares y los «obradores de prodigios» corren el riesgo de ser idolatrados. Pero tanto Pedro y Juan como Pablo y Bernabé (Hch 14,14ss) corrigen al pueblo y dicen de manera clara que no debe concentrarse en torno a sus personas, sino en torno al poder del nombre de Jesús. Quien tenga fe en este nombre, quien lo invoque, también podrá obtener hoy milagros.

También hoy es posible realizar prodigios, pero es Dios el que los realiza a través de la oración y la fe. Hay, efectivamente, situaciones tan dolorosas y penosas que nos hacen invocar el milagro y nos impulsan a dirigirnos a personas consideradas particularmente próximas a Dios. Pero esas personas, la mayoría de las veces, no tienen «ni plata ni oro»: viven en medio de la humildad y de la oración. Nosotros, alejados tanto del escepticismo de quienes excluyen la posibilidad o la oportunidad de los milagros, como del fanatismo con los curanderos y la superchería, nos confiamos a la oración y a la fe para obtener la intervención extraordinaria de Dios en casos extremos, dejándole a él, que lo sabe todo, la decisión final. Dios no abandona a su pueblo, y lo socorre también con intervenciones extraordinarias, especialmente a través de la oración de sus siervos, que, confiando sólo en él, no tienen necesidad ni de oro ni de plata.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 24,13-35, para nuestros Mayores. Los discípulos de Emaús. 
Compañero de viaje. Lucas relata no sólo lo que aconteció hace veinte siglos en el día de la resurrección de Jesús, sino lo que ocurre hoy mismo. Estamos ante un bello relato teológico. Lo escribe para los cristianos nostálgicos de los años 80 que envidiaban la suerte de los contemporáneos de Jesús por haber convivido con él. Lucas les viene a decir: No tenéis nada que envidiar. Hoy podéis tener al Maestro resucitado más cercano que ellos, aunque hay que descubrirlo con la mirada de la fe.

Dos discípulos caminan hundidos; habían puesto su confianza en el rabí de Nazaret, lo habían dejado todo para seguirle, y todo ha terminado en un fracaso vergonzoso: muriendo en una cruz como un vulgar delincuente. Todo ha terminado. Por eso vuelven a la vida de antes. Están tristes, añoran su presencia, porque era un hombre tan bueno... Se lo comentan a un desconocido que se les ha agregado en el camino y les pregunta por qué caminan con aire triste como si fueran a un funeral... Añoran la presencia del Maestro... Se han olvidado de lo que les había prometido: “Con vosotros me quedo cada día hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Lo mismo que a los de Emaús, Jesús resucitado nos acompaña. Lo que pasa es que su presencia sólo la descubren los que tienen de fe. Jesús no es un personaje a quien hemos dejado veinte Siglos atrás, sino alguien que camina con nosotros. Ser cristiano es sentirse contemporáneo de Jesús.

Lugares de encuentro. Jesús resucitado nos acompaña siempre, pero tiene lugares de privilegio para su manifestación. Éstas son las direcciones que nos ha dejado:

— En la comunidad. Lo pone de manifiesto el relato de Emaús. Son dos, la comunidad más reducida, pero comunidad. Caminan como amigos, comparten su tristeza, dialogan. Por eso Jesús cumple con su promesa: “Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Testimonian a diario miembros de la comunidad cristiana que animo: “La presencia de Jesús resucitado en medio de los suyos no es para nosotros una creencia teórica, sino una vivencia que venimos teniendo desde que empezamos a caminar en comunidad”. He escuchado este testimonio a otros muchos grupos y comunidades con los que comparto muchas veces la fe. Y este testimonio lo repiten miembros de numerosas “iglesias domésticas” que lo son de verdad. Lo que ocurrió a los de Emaús ocurre siempre. La comunidad es el sacramento visible que encarna el misterio de la Iglesia, esposa de Cristo, y es el sacramento que da sentido a todos los sacramentos, puesto que todos tienen una dimensión comunitaria. En este sacramento Jesús resucitado actúa salvíficamente.

— En el prójimo. Los de Emaús se encontraron con Jesús porque acogieron amistosamente a aquel desconocido que les salió al camino y practicaron la hospitalidad con él: “Quédate con nosotros porque atardece”. ¿Voy al encuentro del Señor en la dirección infalible, que es el hermano? ¿Siento, tal vez, la tentación de buscarlo en las nubes o en la plegaria vaporosa?

— En la Palabra. En el libro-encuesta Objetivo: Jesucristo de R. De Andrés, a la pregunta: ¿En qué lugares te encuentras más fácilmente con Jesucristo?, muchos responden: En la lectura, meditación y contemplación de la Palabra de Dios, sobre todo si la comparto con otros. Me sumo a su testimonio. Confiesan los de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino?”. Jesús es el Maestro que nos sigue hablando en su Palabra que enciende el corazón de quien la escucha dócilmente (Lc 10,39). ¿Acudo al encuentro del Señor, que me espera en su Palabra? ¿La escucho y reflexiono morosa y amorosamente?

— En la Eucaristía. Después de eucaristías fraternales, participadas, festivas y pausadas, todos los participantes testimonian que han sentido la presencia del Señor. En ellas se repite el “milagro” de Emaús: “Lo reconocieron al partir el pan”, es decir, percibieron su presencia dinámica al celebrar con autenticidad la Eucaristía. Eso es lo que quiere decir Lucas con el relato.

Los discípulos de Emaús sienten la necesidad y urgencia de volver a Jerusalén, a pesar de que es de noche, para compartir su experiencia y alegría con los compañeros. También para ellos el encuentro significaba un envío. Del encuentro con el Señor hemos de ir al encuentro con los hombres para contagiarles con nuestra vivencia gozosa y servirles el Evangelio, sembrando optimismo y esperanza que se reavivan en cada encuentro con el Señor.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 14 13-35, de Joven para Joven. El mismo Día.
“El mismo día”, el domingo de Pascua, los dos discípulos, que no eran miembros de los Doce (cf. vv 18 y 23), se encaminan hacia Emaús. El lugar al que se refiere con esto no está confirmado hasta hoy. La distancia indicada, 60 estadios (alrededor de 12 kilómetros), no cuadra con el lugar conocido en tiempo de los Macabeos (siglos 1 y II a.C.) entre Jerusalén y Jafa, llamado Emaús, que está muy lejos de Jerusalén. Por eso, en la Edad Media se identificó el Emaús de esta historia con un lugar situado al noroeste de Jerusalén. No obstante, Lucas estuvo poco interesado por la precisión geográfica. A él le parece importante que ambos dejan Jerusalén, el lugar de la muerte. Ellos huyen ante lo que no entienden, pero con eso también se obstruye para ellos el camino hacia la comprensión.

No les abandona el pensamiento sobre lo acontecido a Jesús de Nazaret: les acompaña en su camino, de modo que hablan sobre él. Este acontecimiento seguramente incluye todo lo que ha sucedido en Jerusalén, de modo especial la condena y ejecución de Jesús. Los lectores conocen la entrada de Jesús en Jerusalén (cf. Lc 19,28-44) y su actuación en el templo (cf. Lc 19,45-48); conocen también sus conflictos con los sumos sacerdotes y con los escribas (cf. Lc 20,1-40) y sus palabras sobre la destrucción de Jerusalén (cf. Lc 2 1,6-36). La reunión con Jesús en la última cena (cf. Lc 22,14-38), su captura (cf. Lc 22,47-53) y el juicio condenatorio a pesar de su inocencia (cf. Lc 23,1.25), así como también su muerte y sepultura, pertenecen igualmente a lo ya narrado. El hallazgo del sepulcro vacío en la mañana del tercer día fue el último acontecimiento emocionante en Jerusalén.

Jesús se les une y los acompaña en su camino, pero ellos no lo reconocen. Este es un momento narrativo importante. Lucas crea un momento de tensión, que se acrecienta en el curso del relato hasta que es resuelto al final. En las apariciones referidas por Lucas y Juan, los discípulos no reconocen al Señor a la primera, sino sólo como consecuencia de una palabra o de una señal (Lc 24,3Oss; Jn 20,14; 16,20; 21 ,4.6.7; cf. Mt 28,17). Y es que aun manteniéndose idéntico a sí mismo, el cuerpo del Resucitado se encuentra en un estado nuevo que modifica su figura exterior (cf. Mc 16,12) y lo libera de las condiciones sensibles de este mundo (Jn 20,19; cf. 1 Cor 15,44).

Jesús interviene en la conversación con una pregunta que es planteada de tal manera que ambos discípulos se verán obligados a contar los tristes acontecimientos. Pero, por ahora, ellos se detienen, tristes; hacen una primera pausa en el camino: hay tiempo para las reflexiones.

Uno de ellos, Cleofás, expresa su asombro por su gran ignorancia: todos saben lo que ha sucedido en Jerusalén. En la tradición neotestamentaria, el nombre Cleofás únicamente se encuentra aquí. La pregunta revela a un destinatario extranjero que no tiene su residencia permanente en Jerusalén. Si él es señalado como el único extranjero que no conoce lo acontecido, entonces se presupone que también los peregrinos de tierras lejanas conocen los acontecimientos en torno a Jesús de Nazaret. La ejecución de Jesús se presupone conocida.

La repetida demanda de información de Jesús despierta la atención para las siguientes explicaciones.

Por la demanda de información de Jesús, ambos discípulos se ven obligados a contar lo sucedido. Lucas desarrolla en estos versículos una cristología que se encuentra también en las predicaciones de los Hechos de los apóstoles: Jesús se manifiesta como profeta. Muchos han puesto en él su esperanza, pero él fue entregado y crucificado por los dirigentes judíos del pueblo (cf. Hch 3,13-16; 4,27-28; 7,52; 10,39-40). Sin embargo, la resurrección de Jesús, a diferencia de lo que sucede en el libro de los Hechos de los apóstoles, no es descrita como un hecho ya acontecido. Más bien, se mencionan aspectos teológicos importantes: que ése era el tercer día (v. 21); que las mujeres fueron al sepulcro, pero no encontraron el cuerpo de Jesús y solamente escucharon el mensaje del ángel que decía que él vive; que los discípulos comprobaron las afirmaciones de las mujeres y corroboraron su descubrimiento (cf. también Lc 24,1-1 1).

El tercer día es un dato teológico. La piedad judía esperaba que Yavé cambiara en el tercer día la suerte negativa del pueblo (cf. Os 6,2). Jonás fue arrojado a tierra tras pasar tres días y tres noches en el vientre del pez (cf. Jon 2,1).

La formulación “ellas no encontraron el cuerpo” contiene conceptos greco-helenísticos. A continuación, el texto señala como “cuerpo” la realidad física corporal inanimada, el cadáver. Según Platón, el cuerpo es la cárcel y la sepultura del alma, mientras que, por su parte, Aristóteles vio en el cuerpo la materia desde la cual el alma forma al hombre. Sin embargo, la resurrección no debe ser comparada con la vida posterior de un alma inmortal. Esta abarca todo el ser humano, alma y cuerpo. Por eso Lucas subraya que las mujeres no encontraron el cuerpo, es decir, la realidad física corporal de Jesús.

La respuesta de Jesús toma la forma de un discurso literario (vv. 25-26), acompañado de una observación del narrador. Jesús explica que la pasión del Mesías está de acuerdo con la Escritura y, así, también con la voluntad de Dios.

Al mismo tiempo, Lucas formula las dificultades de sus lectores: un Mesfas sufriente y crucificado contradice la presentación corriente que el mundo greco-romano tiene de un salvador. Lo que en el principio de su evangelio Lucas presenta como una contrapropuesta a la idea entonces corriente de señorío humano y terreno, y que anuncia a Jesús como Cristo y Señor (cf. Lc 2,1-20), es una provocación no sólo para los seres humanos de la antigüedad. El Reino de Dios se sitúa fuera de todo reino humano y no sigue su lógica. Se identifica precisamente con el Cristo sufriente y crucificado, que es el mismo Resucitado. Esta realidad no permanece oculta a los lectores atentos a la Escritura; sin embargo, esa misma realidad solamente es asumida en la fe.

La escena del camino termina con éxito. El aparente titubeo de Jesús aumenta la tensión; la necesidad de quedarse se basa en que el día está llegando a su final. En la oscuridad de la noche están al acecho muchos peligros para los caminantes; por eso, es sensato un albergue al caer la oscuridad. Ambos discípulos instan al forastero a que permanezca con ellos. Esta invitación corresponde a la práctica judeo-cristiana de la hospitalidad (cf. Lc 5,29; 7,36; 10,38; 19,1-10) y con ella llevan a cabo una acción de misericordia: hospedar al forastero. Pero su interés va más allá de esta virtud: el corazón les ardía mientras él hablaba.

El comportamiento de Jesús en la mesa se asimila a su actuación en las comidas comunitarias que hizo durante su vida terrena; algo semejante a la comida de los cinco mil (cf. Lc 9,16) o a la última cena con sus discípulos (cf. Lc 22,19): Esa cena comunitaria, según los Hechos de los apóstoles, continúa en la “fracción del pan” de la comunidad.

Para ambos discípulos, la celebración de la cena, la comunión con explicación de la Escritura y las obras de misericordia son un signo distintivo: ellos han experimentado así la comunión con Jesús, el Resucitado. Esta experiencia también les revela el sentido de la Escritura, tal como se la ha explicado Jesús en el camino. Según la presentación bíblica-oriental, el ser humano percibe con los ojos la verdad divina (cf. Sal 19,9; 119,82; 141,8; Lc 2, 30,3Oss): mirar a Dios es la forma intensiva del encuentro con Él (cf. Job 42,5). El ser humano puede por esto estar ciego (cf. Is 6,10); el “abrir los ojos” a un ciego es, por tanto, para el reconocimiento de la realidad divina (cf. Sal 119,18; Hch 26,18).

Esta experiencia de la realidad de Dios apremia a ambos a regresar a Jerusalén. “Los Once y los otros discípulos” remite a Lc 24,9. Ambos discípulos abandonan casi de forma precipitada el lugar del inicio de la narración, que para ellos se había convertido en el lugar de la muerte, pero ahora será el lugar de la salvación y de la redención. Convencidos de la resurrección, no pueden menos que convertirse en misioneros de esta Buena Nueva y regresan a Jerusalén a esas horas de la noche.

En Jerusalén, los dos discípulos escuchan el mensaje pascual: “El Señor ha resucitado verdaderamente y se ha aparecido a Simón”. Lucas sigue ahora en su narración la profesión de fe pascual de la comunidad primitiva; la formulación se apoya estrechamente en 1 Cor 15,3-5. Es de destacar que Pedro no es designado con el nombre que ha sido confiado a la tradición cristiana (Pedro), sino con el nombre que llevó antes de su llamamiento y con el que lo mencionó Lucas por primera vez en 4,38 (Simón). Por tanto, esta confesión puede ser muy antigua. La fórmula “se apareció” está reservada en el Antiguo Testamento a las revelaciones de Dios e incluye el momento de la visión y del encuentro personal. Por este motivo, Lucas vio también conveniente describir de forma plástica las apariciones del Resucitado. Así, con esto satisface también un deseo de sus lectores greco-helenísticos, que prefieren las descripciones visuales frente a las afirmaciones abstractas.

Elevación Espiritual para este día.
A través del desprendimiento y la pobreza es como podremos volver a encontrar nuestro lugar en el corazón de los pueblos. Cuanto más pobres y desinteresados seamos, menos exigentes seremos, más amigos seremos del pueblo y más fácil nos resultará hacer el bien. La pobreza es hoy más necesaria que nunca para luchar contra el mundo, contra el lujo y contra el bienestar que crece por doquier. Si el cristiano hace como el mundo, ¿cómo podrá guiarlo e instruirlo? Cuanto más grande es el desprendimiento interior y exterior en un alma, más abunda la gracia en ella, más abundan la luz y el Espíritu de Dios en ella.

La conformidad exterior con nuestro Señor es un medio para llegar a la conformidad interior. A través de la pobreza, de la humildad y de la muerte es como Jesucristo engendró a su Iglesia, y de ese mismo modo es como la engendraremos nosotros. Toda obra de Dios debe llevar, por encima de todo, el sello de la pobreza y del sufrimiento.

Reflexión Espiritual para el día.
¿Cómo podremos abrazar la pobreza como camino que lleva a Dios cuando todos a nuestro alrededor quieren hacerse ricos? La pobreza tiene muchas modalidades. Debemos preguntarnos: « ¿Cuál es mi pobreza?». ¿Es la falta de dinero, de estabilidad emotiva, de alguien que me ame? ¿Falta de garantías, de seguridad, de confianza en mí mismo? Cada persona tiene un ámbito de pobreza. ¡Ese es el lugar donde Dios quiere habitar! «Bienaventurados los pobres», dice Jesús (Mt 5,3). Eso significa que nuestra bendición está escondida en la pobreza.

Estamos tan inclinados a esconder nuestra pobreza y a ignorarla que perdemos a menudo la ocasión de descubrir a Dios. El mora precisamente en ella. Debemos tener la audacia de ver nuestra pobreza como la tierra en la que está escondido nuestro tesoro.

El rostro y pasajes de los personajes de la Sagrada Biblia: En Nombre de Jesucristo, echa a andar. 
Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las tres de la tarde. Había allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los días llevaban y colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna a los que entraban. Al ver que Pedro y Juan iban a entrar en el templo, les pidió limosna. Pedro y Juan lo miraron fijamente y le dijeron: “Míranos”. Él los miró esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar”. Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó. En el acto sus pies y sus tobillos se fortalecieron, se puso en pie de un salto y comenzó a andar. Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios. Al darse cuenta de que era el mismo que solía estar sentado junto a la puerta Hermosa, para pedir limosna, se llenaron de admiración y pasmo por lo que había sucedido. Como él no se separaba de Pedro y de Juan, toda la gente, llena de asombro, se reunió alrededor de ellos junto al pórtico de Salomón. Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: “Israelitas, ¿por qué os admiráis de este suceso? ¿Por qué nos miráis como si nosotros lo hubiéramos hecho andar por nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que pensaba ponerlo en libertad. Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino y matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello. Pues bien, por creer en Jesús se le han fortalecido las piernas a este hombre a quien veis y conocéis. La fe en Jesús lo ha curado totalmente en presencia de todos vosotros”. (Hch 3, 1-16).

Jesús había congregado al grupo de los Doce para acompañarle en su misión de predicar el Reino y curar a los enfermos (cf. Mc 3, 14-19). La Iglesia de Pentecostés continúa la misión de Jesús, uno de los signos de ello es la curación de los paralíticos. Otro signo será el anuncio del evangelio. Con la fuerza del Espíritu que los apóstoles recibieron en Pentecostés, Pedro y Juan realizan ambos signos: la curación del paralítico (3, 1-11) y el anuncio del evangelio al pueblo congregado (3, 12-26).

Jesús realizaba curaciones en base a la fuerza de su propia palabra. Pedro y Juan son conscientes de su propia pobreza, y de que sólo el nombre de Jesús y la fe que se ponga en él, tiene la fuerza suficiente para transformar completamente a las personas: su cuerpo y su espíritu.

El nombre en la mentalidad bíblica no consiste sólo en un sonido capaz de designar a las personas y a las cosas; el nombre expresa una entidad, contiene aquello que expresa. Por ello la palabra de Dios tiene fuerza creadora: lo que pronuncia, inmediatamente es (cf. Gen 1). Así, en su nombre, Jesús resucitado se hace presente; por ello, el nombre de Jesús reclama la misma fe que la persona histórica de Jesús. Y la fe consiste en la adhesión total de la persona a Jesús y a su mensaje. En el nombre y en la fe es posible el encuentro salvífico con el Resucitado.

Pedro acentúa la unidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento: el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob...es quien ha resucitado a Jesús de entre los muertos...y, gracias a la fe, Jesús ha curado a este hombre paralítico. Todo constituyo una única Historia de Salvación, sin solución de continuidad: comenzando por la historia de los patriarcas, pasando por el misterio pascual de Jesús, y acabando en esta persona concreta que, abriéndose a la fe en Jesús, se ha visto transformada física y espiritualmente.

Lee y relee el texto hasta meterte dentro de la escena: “como si presente te hallares” (S. Ignacio). Hazte presente en la vida de Jesús y de sus discípulos, para que el propio Jesús se haga presente en tu propia vida.

La escena se desarrolla en el marco del Templo. Los apóstoles acuden asiduamente a rezar. Allí encuentran al paralítico, impedido de entrar por su propio pie en el recinto sagrado. En la puerta del Santuario, por donde pasaban cientos de peregrinos él se gana la vida. Pedro y Juan le aportan algo más: Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios. Ya tiene acceso al Santuario por sí mismo, y su vida se convierte en una alabanza a Dios.

Junto con el paralítico eran muchos los pobres, ciegos e inválidos que se acercaban al Templo para conseguir la limosna de los peregrinos. Ellos son la expresión de los marginados: de aquellos a quienes la vida ha convertido en dependientes de los demás; no son autónomos ni dueños de su propia historia. El flujo de la sociedad los ha colocado al margen. Y ellos han pactado con esa situación, y la han convertido en un estilo propio de vida: vivir de la limosna y de las migajas que les lanza la sociedad.

La aportación de los apóstoles va más allá de un medio de subsistencia: No tengo plata ni oro...Lo que le ofrece Pedro es una regeneración total de su vida: En nombre de Jesucristo Nazareno, echa andar. La riqueza de los apóstoles es la persona del Resucitado. En la medida que la persona necesitada se abre al Resucitado y se adhiere a él su vida se transforma. No sólo se transforma su mentalidad o su estilo de vida, en la época apostólica, en pleno entusiasmo religioso, incluso se producen transformaciones físicas: los cojos andan, los ciegos ven, a los pobres se les anuncia el evangelio (Lc 7, 22).

Todo eso no pasa desapercibido al pueblo: el que cada día estaba sentado a un lado de la puerta, ahora ha cruzado el umbral, saltando y alabando a Dios por su curación. Extrañados y maravillados corren hacia él. La gente no se lo acaba de creer, pero entonces surge una pregunta: si no creen que Dios es capaz de cambiar y curar a las personas, entonces ¿a qué van al Templo? ¿para qué le rezan a Dios?

Pedro los interpela: ¿por qué os admiráis? ¿Pensáis que lo hemos curado con nuestras propias fuerzas, con nuestros medios humanos? ¡Os equivocáis ¡Ha sido la fuerza de eso hombre que rechazasteis y que pensáis que está muerto; ha resucitado y continúa vivo y eficaz entre vosotros, prueba de ello es este hombre, transformado en su nombre ¡

Levantarse y caminar son dos verbos que en la tradición evangélica expresan el seguimiento de Jesús, el hecho de salir de la propia situación, de hacerse discípulos suyos y de compartir su destino. El paralítico se levanta y entra en el Santuario caminando con los apóstoles: pasa a ser condiscípulo suyo y a compartir su destino, su camino, desde ahora, será el camino de la comunidad apostólica de Jerusalén.

Contempla aquello que te mantiene paralítico y sin fuerzas en tu vida, aquello que te mantiene de lado, junto a la puerta, aquello que te hace vivir de la limosna ajena...

Contempla la transformación que Pedro te invita a hacer y que Jesús espera de ti. Ponerse en camino... ¿qué implica ello en tu vida?

Contempla tu misión apostólica. Tú también, como Pedro y Juan, estás llamado/ a llevar la salud y la salvación de Jesús a los que se encuentran al margen.

Contempla la fuerza del nombre de Jesús en tu vida y en la vida de las personas que te rodean, y de aquellas a las que estás llamado a ir.

Expresa sencillamente ante Dios lo que has vivido durante este tiempo.
 
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: