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lunes, 12 de abril de 2010

Lecturas del día 12-04-2010. Ciclo C.

12 de abril 2010. LUNES DE LA II SEMANA DE PASCUA., Feria, (Ciclo C). 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL SS. Julio I pp, David Uribe pb mr, José Moscati cf, Damián ob,  Victor mr, Visia y Sofía mrs.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 4,23-31: Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios
Salmo 2. Dichosos los que se refugian en ti, Señor.
Jn 3,1-8. Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.


Nicodemo nos recuerda a quienes leen la Biblia al pie de la letra, las y los fundamentalistas. No nos extraña que Nicodemo sea fundamentalista, era fariseo, tenía autoridad y estaba con miedo. Nicodemo habla en plural, había más gente de su grupo que creía que Jesús venía de Dios, porque han visto los milagros que hace. Pero esa fe no le basta a Jesús. El necesita que crean en su proyecto del reino. Para esto es necesario nacer de nuevo y romper con las ideologías que nos aprisionan y dejarnos invadir por el Espíritu. Nicodemo está siendo invitado a sumergirse en la persona, la vida, las opciones y la práctica de Jesús, en una comunidad de hermanos/as.

Pero el legalismo había echado a perder el espíritu de Nicodemo, lo mismo que el sacramentalismo echa a perder el sentido del bautismo en nuestros días. Nos hemos quedado con el agua, las fotos, la fiesta y perdimos el Espíritu. Porque el sacramentalismo y el ritualismo matan el Espíritu.

Quién pudiera ayudar a nuestra iglesia a nacer de nuevo y a escuchar la libertad del viento que sopla donde y cuando quiere haciendo nuevas todas las cosas!

PRIMERA LECTURA.
Hechos 4,23-31
Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios
En aquellos días, puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron al grupo de los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos. Al oírlo, todos juntos invocaron a Dios en voz alta: "Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; tú inspiraste a tu siervo, nuestro padre David, para que dijera: "¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías." Así fue: en esta ciudad se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, para realizar cuanto tu poder y tu voluntad habían determinado. Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús."

Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 2
R/.Dichosos los que se refugian en ti, Señor. 

¿Por qué se amotinan las naciones, / y los pueblos planean un fracaso? / Se alían los reyes de la tierra, / los príncipes conspiran / contra el Señor y contra su Mesías: / "Rompamos sus coyundas, / sacudamos su yugo". R.

El que habita en el cielo sonríe, / el Señor se burla de ellos. / Luego les habla con ira, / los espanta con su cólera: / "Yo mismo he establecido a mi rey / en Sión, mi monte santo." R.

Voy a proclamar el decreto del Señor; / él me ha dicho: / "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. / Pídemelo: te daré en herencia las naciones, / en posesión, los confines de la tierra: / los gobernarás con cetro de hierro, / los quebrarás como jarro de loza." R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Juan 3,1-8
El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios 

Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. Éste fue a ver a Jesús de noche y le dijo: "Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él." Jesús le contestó: "Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios." Nicodemo le pregunta: "¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?" Jesús le contestó: "Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,23-31.
La pequeña comunidad donde se refugiaron Pedro y Juan no reaccionó a la primera persecución de la que fue objeto preparando estrategias humanas, sino con la oración. Esa oración —la más detallada del Nuevo Testamento— tiene una clara impronta veterotestamentaria. Como en muchas oraciones de los profetas, aparece, primero, la invocación a Dios creador; a continuación, el recuerdo de las maravillas y de los beneficios, y, por último, la petición.

Interesa señalar, en primer lugar, que lo que se pide es poder anunciar la Palabra con toda libertad, es decir, sin estar condicionados por las amenazas. No es que les falte valor —no tienen miedo a la persecución—; lo que piden es poder difundir la Palabra sin impedimentos. Hemos de señalar también, en segundo lugar, que la oración gira en torno al Sal 2, donde se habla de la conspiración de los poderosos de la tierra —paganos, como es natural— contra el rey ungido. Una persecución que tuvo lugar, en principio, contra Cristo, el Mesías; Dios se ríe de estas persecuciones con su trepidante victoria de la resurrección. Los perseguidores son los poderosos, y entre ellos hay «gente de Israel» que se ha vuelto aliada de los paganos.

La oración agrada a Dios, que la acoge con un signo visible, con un envío renovado del Espíritu y con la audacia del anuncio.

Comentario del Salmo 2
Se trata de un salmo real, así llamado porque tiene como protagonista la persona del rey. No se dice quién puede ser ese rey, pero probablemente se trata del rey de Judá, descendiente de David, según la promesa. Los salmos reales son 11 en total. El salmo 2 celebra la entronización del nuevo rey. Según la tradición de los pueblos antiguos, el rey era considerado como hijo de la divinidad. También Israel adoptó esta creencia gracias al influjo de los grupos defensores de la monarquía. El día de la unción (o toma de posesión del trono) se consideraba el día en que el monarca era engendrado por Dios. En este salmo, al rey se le llama Mesías, es decir, Ungido (2) —de hecho se le ungía con aceite—, e Hijo de Dios (7).

El salmo 2 consta de cuatro partes. En la primera (1-3): se produce un motín entre los jefes de las naciones (pueblos) sometida al rey de Judá; mediante la rebelión, pretenden alcanzar la independencia. En el salmo, a estos jefes se les llama «reyes», «príncipes» y «jueces de la tierra», pues correspondía a los reyes administrar la justicia. Pretenden acabar con la dominación del rey de Judá. En la segunda parte (4-6) tenemos la respuesta de Dios. Primero sonríe, después, enfurecido, responde con cólera, es decir designa y confirma un rey para Judá en Sión (Jerusalén), la capital. En la tercera parte toma la palabra el nuevo rey (7-9) para exponer su programa de gobierno. El rey, visto como Hijo de Dios, recibe de él poder sobre las naciones para gobernarlas con cetro de hierro y quebrarlas como vasijas de arcilla. En la cuarta parte habla un amigo del rey, el organizador de la fiesta de entronización. Se dirige a los jefes de Estado que están presentes, invitándoles a rendir homenaje al Señor en la persona del nuevo rey (probablemente mediante el gesto de besarle los pies) y a ser obedientes y sumisos para que, de vuelta a sus países, no caigan en atentados y perezcan.

Hay dos hipótesis para explicar la última frase (« ¡Dichosos los que en él buscan refugio!»). Según la primera, este colofón pretendería suavizar la amenaza final del salmo. De hecho hay otros casos semejantes: no quedaría bien concluir un salmo con una amenaza. La segunda hipótesis es esta: en algunos textos antiguos, los salmos 1 y 2 formarían un único salmo que comenzaba y terminaba de forma semejante (“dichoso” en 1,1 y «dichosos» en 2,12).

En 2,9 hay una imagen significativa. En el día de la toma de posesión del trono, el rey solía hacer pedazos con su cetro algunas vasijas de barro en las que se habían escrito los nombres o dibujado las cabezas de los reyes enemigos de Israel. Si los reyes de esos pueblos sometidos estaban efectivamente presentes en la fiesta de la entronización, ¿cómo reaccionarían al ver su nombre o su retrato hecho trizas por el cetro de hierro del rey de Judá? Esta es la razón por la que, a continuación, se les invita a la sensatez (10). El homenaje que se rendía al Señor (12) probablemente consistía en besar los pies del rey recién entronizado. Se trataba de un gesto de sumisión total.

El salmo 2 muestra la existencia de un conflicto entre naciones. Por una parte, está el rey de Judá y por la otra, los reyes de los pueblos que él domina. En Judá, la monarquía era dinástica, es decir, se transmitía de padres a hijos. El inicio de este salmo se refiere probablemente a la rebelión de los reyes sometidos, con motivo de la muerte del anciano rey de Judá. Quieren aprovechar la ocasión y recuperar la independencia. Tal vez estén planeando un atentado contra el sucesor en el día de su entronización, celebración a la que tenían que asistir. La respuesta de Dios es la unción de un nuevo Mesías y este, en el día de su toma de posesión, recibe de Dios, su «padre», el poder necesario para triturar a los pueblos con cetro de hierro. Es inútil querer rebelarse contra el rey de Judá. En el caso de que los jefes de las naciones intentaran hacer algo, todo permite suponer que morirían en una emboscada por el camino.

Como puede verse, este y otros salmos reales están contaminados por la ideología monárquica. El rey de Judá puede explotar y pisotear a otros pueblos en nombre de Dios. Estos salmos nacieron, sin duda, en el seno de grupos que apoyaban la monarquía como única forma de gobierno, defendiendo al mismo tiempo el imperialismo.

En cualquier caso, Dios sigue siendo el aliado de su pueblo, el Dios de la Alianza, empeñado en defender a Israel de las agresiones de otras naciones. De hecho, la principal misión del rey de Israel era proteger al pueblo de las agresiones internacionales y administrar justicia dentro del país. En este sentido, Dios es su aliado. Pero también es cierto que se trata de un Dios «hecho a imagen y semejanza del rey y de los poderosos», pues el rey de Judá es visto como hijo de Dios de modo que todo lo que hace cuenta con la aprobación de Dios. Más aún, Dios bendice el señorío del rey sobre los pueblos vecinos, si bien para conducir a los jefes de las naciones al temor de Dios: una religión impuesta por la espada.

El salmo 2 es uno de los más citados en el Nuevo Testamento. Se presenta a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios (Mc 1,1; 8,29; 15,39), pero este cambió radicalmente el modo de entender y de ejercer el poder (véase el diálogo que mantiene con Pilato en Jn 18,33-38a). Para él, poder es sinónimo de servicio a la vida, y una vida para todos (Jn 10,10). El objetivo central de las palabras y las acciones de Jesús es el Reino. Pero el reino de Dios no consiste en la dominación de los débiles a manos de los fuertes, sino en ponerse al servicio de la vida. Jesús, por tanto, quebró la espina dorsal de la ideología monárquica presente en el salmo 2, dando una nueva dimensión al poder. De este modo desautorizó para siempre los imperialismos. No olvidemos que murió a manos de quienes detentaban el poder.

El salmo 2 sólo puede rezarse bien si tenemos en consideración el comportamiento de Jesús como rey. Para él, «poder» significó «servicio» y «amor» hasta la entrega total de la propia vida. Hoy en día, los enemigos de la humanidad son la violencia, la dominación de los débiles por parte de los poderosos, los abusos de poder, las innumerables formas de exclusión y de muerte (de las personas y del medio ambiente), todo aquello que impide a la gente disponer de libertad y de vida. Si rezamos este salmo sin mirar a Jesús, acabaremos por legitimar el dominio de unas naciones contra otras, la supremacía de una raza o nación sobre las demás, impidiendo que se realice de manera efectiva la libertad de los pueblos.

Comentario del Santo Evangelio: Juan 3,1-8.
El encuentro de Jesús con Nicodemo contiene el primer discurso del ministerio público del Señor y tiene una gran importancia en Juan. El tema fundamental es el camino de la fe. El evangelista lo presenta a través de un personaje, representante del judaísmo, que, en realidad, por ser un verdadero israelita, cree sólo en los signos- milagros y, en virtud de esta débil fe, le resulta difícil elevarse para acoger la revelación del amor que propone Jesús (v. 11). Estamos frente a la doctrina de Jesús sobre el misterio del “nuevo nacimiento”, sobre la fe en el Hijo unigénito de Dios y sobre la salvación o la condena del hombre que recibe o rechaza la Palabra de Jesús.

La composición del fragmento se fija primero en la ambientación del coloquio (vv. 1s) y, a continuación, presenta el diálogo sobre el misterio del “nuevo nacimiento” (vv. 3-8). El itinerario de fe de Nicodemo empieza en su disponibilidad, que llega incluso a captar algunas consecuencias a partir de los signos realizados por Jesús. Con todo, anda todavía muy lejos de captar su significado interior y el misterio de la persona de Cristo. Jesús, con una primera y una segunda revelaciones, desbarata la lógica humana del fariseo y lo introduce en el misterio del Reino de Dios, que está presente y obra en su persona: “El que no nazca de lo alto... Si no nace del agua y del Espíritu...” (vv. 3.5). Se trata de un nacimiento del Espíritu que sólo Dios puede poner en marcha en el corazón del hombre con la fe en la persona de Jesús (cf. Jn 1,12; Ez 36,25-27; Is 32,15; Jl 3,1s). Para entrar en el Reino hacen falta dos cosas: el agua, esto es, el bautismo, y el Espíritu que permite hacer brotar la fe en el creyente. Nicodemo, para pasar de la fe endeble a la fe adulta, debe aprender antes a ser humilde ante el misterio, a hacerse pequeño ante el único Maestro, que es Jesús.

Frente a la persecución, los primeros cristianos se pusieron a orar. No para ser liberados de las molestias de la persecución, sino para no dejarse bloquear por los obstáculos y para no perder el valor de anunciar la Palabra. El resultado es la venida del Espíritu Santo, que les infunde energía y audacia. Para la evangelización se impone la oración, mucha oración. Y es que la evangelización es obra del Espíritu, que toca no sólo los corazones de los oyentes, sino también el corazón, a veces tibio y vacilante, de los anunciadores.

¿Rezo de verdad por la difusión del Evangelio? ¿Rezo para tener la misma parresía de los primeros apóstoles y discípulos? ¿Estoy verdaderamente convencido de que, sin el Espíritu Santo, resuena vacío el anuncio? Los santos oraban antes, durante y después del anuncio para que el Espíritu Santo tuviera libre curso. Otra pregunta: «Pertenezco yo también a esos que dedican una gran cantidad de tiempo a confeccionar planes y proyectos pastorales y “pierden” ¿poco tiempo en la oración?».

Hoy debería examinarme sobre el tipo de oración que practico: ¿está más orientada a la segunda o a la primera parte del Padrenuestro? ¿Está más orientada a mis necesidades o a las de las personas que conozco, o a la difusión del Evangelio, al «venga a nosotros tu Reino», a la difusión de la «Buena Noticia» en el mundo? El tipo de la oración que practico expresa la calidad evangélica de mis preocupaciones. ¿Hay sitio en ella para la difusión de la Palabra? ¿Incluso para la difusión en la que no participa mi grupo o yo mismo?

Comentario del Santo Evangelio: Jn 3,1-8 para nuestros Mayores. Nacer del agua y del Espíritu.
Nicodemo como figura. El relato tiene un trasfondo de catequesis bautismal. Esto indica que más allá del acontecimiento histórico hay un mensaje que nos afecta a los cristianos de todos los tiempos.

Nicodemo es figura del judío sincero, pero al que le falta el Espíritu de la nueva Alianza. Es también figura del cristiano bautizado en agua, cumplidor y honrado, pero que no está bautizado en el Espíritu, del cristiano al que le falta el espíritu de hijo de Dios. Nicodemo es un fariseo honrado, justo e inquieto. Al contrario que sus compañeros, que consideran a Jesús endemoniado (Mt 12,24), él está abierto a los signos de Dios; por eso acude a Jesús. Pero sufre las patologías propias de la espiritualidad farisaica: el formalismo en sus prácticas religiosas y la autocomplacencia por su honorabilidad moral. Se cree autojustificado. No entiende lo que es eso de “nacer de nuevo”. Es cobarde; no se atreve a dar la cara, no quiere arriesgarlo todo, porque confía sólo en sus fuerzas; por eso se entrevista con el rabí de Nazaret embozado en la oscuridad.

¿Puede dudar alguien de la rigurosa actualidad de esta figura en el seno mismo de la Iglesia? ¿No existen muchos Nicodemos, personas correctas en su comportamiento humano, cumplidoras en lo religioso, bautizadas en “agua”, pero con una vivencia religiosa apagada, de “cumplimientos” y de mínimos? ¿Soy yo, quizá, de ellos? Esto es no estar bautizados en el Espíritu.

“Nacer de nuevo”. ¿Qué reclama Jesús para que Nicodemo y todos puedan ver e integrar el Reino de Dios que él ofrece? No sólo el cumplimiento de obligaciones morales o de un ritual religioso, sino nada más y nada menos que nacer de nuevo (Jn 3,3). La conversión que Jesús propone no es sólo moral, cambio de costumbres, sino cambio de corazón, suplantar “el corazón de piedra por un corazón de carne” (Ez 36,26); no es sólo “hacer” otras cosas, sino “ser” otras “criaturas nuevas” (2 Co 5,17), renacer (1 P 2,2).

Esto es lo que dice Pablo a los miembros de sus comunidades: “Despojaos, respecto a la vida de antes, de la vieja condición humana que se iba desintegrando seducida por los bajos deseos, cambiad vuestra actitud mental y revestíos de una nueva condición creada a imagen de Dios” (Ef. 4,22-23; Col 3,10; Gá 3,27).

El hombre nuevo que hemos de ser es el mismo Cristo viviendo en nosotros. ¡Sorprendente misterio El hombre “espiritual” que Cristo quiere formar en nosotros ha de suplantar al hombre “carnal” que vive a impulsos del egoísmo: “Dios los eligió a que reprodujeran los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos”! (Rm 8,29). Es lo que recuerda la imposición de la túnica blanca: “Ya eres nueva criatura y has sido revestido de Cristo”.

La interminable tarea del discípulo de Jesús es cristificarse, hacer que Cristo crezca más y más en nosotros. Pablo escribe: “Procurad tener los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5); “como elegidos y predilectos de Dios, vestíos de ternura entrañable, de agrado, humildad, sencillez, tolerancia, perdón y amor mutuo” (Col 3,12-14). La meta del proceso cristificador es poder llegar a decir con toda verdad como Pablo: “Vivo yo, pero ya no soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí” (Gá 2,20).

Esto significa: ver con los ojos de Cristo, sentir con su corazón, actuar a impulsos de su Espíritu de amor filial y fraterno, porque el amor al Padre, al Hermano y a los hermanos es una misma actitud. Por eso Jesús sintetiza todas las exigencias de la nueva Alianza en una sola consigna: “Amaos como yo os he amado” (Jn 13,34).

Jesús habla de “nacer del Espíritu”. La transformación interior no es primordialmente cuestión de voluntarismo, sino de fe y confianza en la acción del Espíritu. Es Dios quien promete: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo” (Ez 36,26). De este corazón y espíritu nuevo brotarán actitudes y obras de amor, de servicio, de compromiso por el Reino (Mt 15,19).

La transformación interior es un milagro continuo del Espíritu a lo largo de toda la vida. Pablo testifica: “Aunque lo exterior va decayendo, el interior se renueva de día en día” (2 Co 4,16). Ello requiere humildad: saberse necesitado de conversión, fe y confianza, es decir, un corazón sencillo y dócil de niño (Mt 19,14; Mt 11,25). Sólo quien tiene corazón de niño se deja transformar.

Nicodemo y los apóstoles son testimonios vivientes de la fuerza transformadora del Espíritu, que los hizo hombres nuevos, algo que ellos mismos creían imposible. Aquel Nicodemo medroso que acude a Jesús clandestinamente, da la cara en el Calvario (Jn 19,39); aquellos apóstoles traidores se encaran al sanedrín y “anuncian con valentía la Palabra”. Ahora sí han “nacido del agua y del Espíritu”. Todo ello supone para el convertido una experiencia de vida nueva que definen con realismo: “Soy otro/a”.

L. Tolstoi confesaba: “¡Cómo ha cambiado mi vida con mi conversión ¡”. Todo lo veo de distinta manera. Lo que antes me parecía sin importancia, ahora me apasiona; y lo que antes me apasionaba fuertemente, ahora me deja indiferente”. Éste es el nuevo nacimiento que, en la persona de Nicodemo, ofrece Jesús a los que creen en él.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 3 1-8; 3, 1-21. El dialogo nocturno con Nicodemo.
También en la segunda gran escena de este episodio, en el diálogo entre Jesús y Nicodemo, se habla sobre el origen y el destino. Como se dijo, es un coloquio en el que los interlocutores hablan alternativamente. Pero, típico del evangelio de Juan, Jesús es siempre más extenso y, finalmente el diálogo desemboca en un monólogo: un discurso de Jesús, en el cual él comienza a hablar de sí mismo en tercera persona.

Nicodemo es el nuevo interlocutor. Se lo describe como «uno de los fariseos, un jefe de los judíos» (3,1). Los fariseos ya los hemos encontrado en el relato como personas que no quisieron oír la presentación que Juan hizo de sí y que por ello insistieron: « ¿De dónde tiene Juan el derecho de bautizar?» — ¿Tiene que ver también con este diálogo el que el bautismo juegue un papel especial?

Es nuevo el hecho de que Nicodemo es un jefe de los judíos; esto destaca el significado del diálogo. Jesús conversa con una autoridad que habla en nombre de los judíos y, por eso, se puede dirigir a ella también como tal. Que tuviese que ver algo con el Templo, no se dice, tampoco resulta del desarrollo de la conversación. Pero el nexo se establece con las frases introductorias acerca de que los habitantes de Jerusalén creyeron en virtud de los signos que Jesús había hecho (cf. 3,2 y 2,23). Además de esto —y desde el contenido más fuerte aún— están las connotaciones del edificar y derribar el Templo, de hecho de destruir y resucitar el cuerpo de Jesús, y la condición de que alguien tiene que nacer «de nuevo» y «desde arriba». El mundo existente es llamado de nuevo a la existencia desde arriba / existencia de nuevo.

En el plano de la comunicación, el diálogo tiene lugar en dos fases: la primera parte 3,2-10, en la que los interlocutores están estrechamente referidos recíprocamente, y la segunda parte 3,11-21, el monólogo de Jesús que, en principio, está compuesto totalmente en tercera persona.

El comienzo y el final de la primera parte están marcados por distintas posiciones que asumen ambos «maestros»: Nicodemo dice de Jesús que es un maestro, y al final Jesús dice, casi como un reproche, que Nicodemo es un maestro que no sabe las cosas principales. Es decir: Jesús es reconocido como maestro por un jefe de Israel, pero Jesús cuestiona que Nicodemo sea un maestro de Israel: un diálogo polémico entonces, en el que los papeles se intercambian.

Que pueda llegarse a dicho intercambio tiene que ver con la posición que asume Nicodemo, y desde la cual no puede comprender.

Comienza con una confesión sobre Jesús (3,2), que desde el punto de vista del autor es correcta. En efecto, él habla de Jesús tal como el autor del libro piensa que se debe pensar de éste: Jesús es un maestro, que viene de Dios; Dios está con Jesús y, por ello, pone a Jesús en la posición de hacer los signos que hace.

Pero luego, cuando Jesús entra a desarrollar las consecuencias de este origen divino para Nicodemo, para los judíos, para los hombres:
— que (también) ellos «tienen que nacer de arriba»
— que «tiene que nacer del agua y del Espíritu»
— que el origen y el destino del mismo son tan misteriosos como él desde dónde y el hacia dónde del soplar del viento.

Entonces Nicodemo ya no sabe decir nada más que todo eso le parece incomprensible: « ¿Cómo puede una persona ya adulta nacer de nuevo?» (3,4), « ¿cómo puede ser esto?» (3,9). Esta resistencia produce que también desaparezca su confesión inicial: ¿puede ser que Nicodemo no esté dispuesto a creer en las palabras de Jesús?

Así pues, nuevamente un malentendido. Se comienza con una frase enigmática, una frase que sólo puede entenderse en griego, pues sólo en griego se da el doble sentido de: hay que nacer «de nuevo» y/o «desde arriba». Nicodemo entiende mal la frase: « ¿Cómo puede alguien nacer “de nuevo” y desarrollarse de nuevo como pequeña simiente en el seno materno para llegar a ser hombre y luego nacer nuevamente?» (3,4), dice él y con ello toma el camino del malentendido. El interpreta la ambigüedad como imposibilidad.

Jesús tiene paciencia con él y le explica lo que piensa: «Si alguien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (3,5), una frase que constituye un paralelo a la primera frase de Jesús: «Si alguien no ha nacido de nuevo/de arriba» (3,3). Dado que sólo pocos exégetas comprenden la frase explicativa de Jesús sobre el trasfondo de las visiones fisiológicas de la sexualidad humana en la cultura de entonces, se dan en la exégesis muchas comprensiones que no pueden resistir la prueba de la crítica. Para entender la frase de Jesús (de Juan), hay que saber que la expresión «agua y espíritu» —ciertamente en el contexto en la cual se emplea aquí y en el que se habla de «nacer» y «seno materno»— vale como circunloquio fisiológico del «semen masculino». Desde Aristóteles hasta Galeno (y mucho después aún) «agua y espíritu» es una usual perífrasis del esperma. Los autores sólo se distinguen porque aprecian de manera distinta el concepto «espíritu», conforme a lo que en su opinión deba entenderse por «pneuma»: Aristóteles dice que «es aire caliente»; Zenón, el estoico, que «es una chispa del fuego de las estrellas»; Filón dice que «es el aliento de Dios, que da vida».

Y lo mismo sucede en este texto de Juan donde Jesús, según su explicación, continúa con la frase: «Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu» (3,6), para dejar claro que conforme al origen hay dos nacimientos distintos: un nacimiento de la carne y un nacimiento del Espíritu. Por un lado está el nacimiento desde el seno materno y de la carne, que tiene lugar una vez por todas y que no puede volverse atrás. El hombre es un ser efímero, corrompible y perecedero: nacido del seno materno el hombre envejece; la carne produce carne. Por otro lado está el nacimiento del Espíritu (de Dios), que puede tener lugar en medio de la vida; el cual, dado que la simiente de Dios está en el origen, tiene también a Dios como destino; él lleva en sí la promesa de ser permanente y para siempre. Nacer «de nuevo/de arriba» sólo puede tener lugar por «el agua y el Espíritu (de Dios)», por la simiente de Dios mismo.

La primera parte de este diálogo termina con la frase enigmática sobre el viento (igual a, pneuma en griego): «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es con aquel que ha nacido del Espíritu». El punto de comparación parece ser el hecho que así como el origen y el destino del viento permanecen desconocidos, esto mismo permanece desconocido para Nicodemo (¿pero no para el resto de los hombres?) en el caso de quien ha nacido del Espíritu. En tanto que Nicodemo no pueda comprender lo que Jesús ha dicho acerca de «nacer desde arriba/del agua y del Espíritu», permanecen desconocidos para él el origen y el destino de tal persona.

Una dura frase conclusiva cierra la discusión: «Cómo pueden suceder tales cosas?» pregunta Nicodemo a Jesús, y Jesús dice: «Tú eres maestro en Israel y, ¿no conoces estas cosas?» (3,9.10). Esto deja a los lectores un tanto perplejos: ¿qué pasa con Nicodemo?, ¿permanece intencionalmente como el conductor ignorante de los judíos que, en nombre de los fariseos, continúa provocando dificultades?

Elevación Espiritual para este día. 
La oración, sea personal o eclesial, no debe ser considerada, en primera instancia, como fuente psicológica de fuerza “beber en las fuentes”, «aprovisionarse» y otras fórmulas al uso), sino como el acto de adoración, debido al amor, que da gloria. En este acto busca el hombre, de manera prioritaria, responder desinteresadamente al amor de Dios, y de este modo da testimonio de que ha comprendido la manifestación divina del amor.

Reflexión Espiritual para el día.
La Iglesia ha sido llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los pueblos y a todas las naciones. Además de las muchas obras de misericordia con las que la Iglesia debe hacer visible el amor de Jesús, debe anunciar también con alegría el gran misterio de la salvación de Dios, a través de su vida, del sufrimiento, de la muerte, de la resurrección de Jesús.

La historia de Jesús ha de ser proclamada y celebrada. Algunos la escucharán y se alegrarán, otros permanecerán indiferentes, y otros aún se mostrarán hostiles. La historia de Jesús no siempre será aceptada, pero hemos de contarla. Nosotros, los que conocemos esa historia e intentamos vivirla, tenemos la gloriosa tarea de contarla a los otros. Cuando nuestras palabras nacen de un corazón lleno de amor y de gratitud, dan fruto, tanto si lo vemos como si no.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Nicodemo
Entre los fariseos había un personaje judío llamado Nicodemo. Este fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a no ser que Dios esté con él.» Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.» Nicodemo le dijo: « ¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?»Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Necesitan nacer de nuevo desde arriba. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.» Nicodemo volvió a preguntarle: « ¿Cómo puede ser eso?» Respondió Jesús: «Tú eres maestro en Israel, y ¿no sabes estas cosas?
"La Palabra de Dios es una invitación a nosotros para comulgar juntos en la Verdad...La Palabra de Dios es, finalmente, Dios mismo, lo más vivo, lo más entrañable de su ser: su Hijo unigénito, de la misma naturaleza que Él, enviado por Él al mundo para redimirlo, y así nos lo dice desde el cielo, dirigiéndose a la Palabra, que mora en la tierra: Este es mi Hijo amado, ¡escuchadle! (Mt 17,5)".

Los encuentros que Jesús tiene con distintos personajes, y que aparecen narrados en los Evangelios, no son meras historias de hechos pasados que nada tienen que ver con nosotros. Son los misterios de la vida de Cristo que se vuelven experiencia en la vida de los cristianos. Ellos rápidamente nos interpelan; como a Pedro, Jesús nos pregunta: ¿Me amas? (Jn 21,15). El Señor siempre pregunta en el Amor, aún después de la traición, aún después del abandono. El amor es curativo, al confesarlo comienza sanando nuestros males, va disipando en nosotros el temor descubriéndonos su rostro misericordioso. Inmediatamente podemos responder afirmativamente al Señor, y en realidad, este sí, encubre una serie de condicionamientos que no se expresan, y que ocultan mucha oscuridad que se resiste a dejarse amar por el Señor.

En estos balbuceos iniciales con el Señor, vamos como Nicodemo, ocultándonos por lo que representamos para los demás. Brotan en nuestra mente los comentarios que surgirán si esto se hace público y nos interrogamos diciendo: ¿Qué van a pensar de mí? Sentimos miedo o vergüenza de ser vistos con el Señor. Ir por la noche (Jn 3,2) a ver a Jesús, manifiesta la ausencia de una respuesta. La noche oculta nuestro rostro, también nuestro destino, en la noche trágica del huerto de los Olivos, Jesús recibe la respuesta de un beso (Mt 26,48) que lo traiciona. El beso más amargo que la historia conoció y que indicó al autor de la vida, como un ladrón nocturno.

Vivir en la noche, supone sentirse cómodo en esa especie de anonimato, en donde los rostros sombríos se tornan desconocidos. La noche se resiste a la luz, no quiere que se iluminen sus secretas intenciones.

¿Cuántas vidas de fe se ocultan por temor o vergüenza? ¿Cuántas veces nuestra vida de fe ha sido reprendida por una voz desconocida (el enemigo), invitándonos a ocultarnos en la noche?

Hay que pedir al Señor la gracia del testimonio, es un gran desafío vencer el anonimato en la vida de fe. El Señor nos ha enviado, fortalecidos por el Espíritu Santo, para que seamos sus testigos. Ningún ámbito de la vida queda al margen del testimonio que debemos dar del Señor, en su doble vertiente: anuncio explícito y testimonio de vida. Debemos iluminar con la fe las realidades de la vida cotidiana y elevarlas como ofrenda al Señor.

Nicodemo está frente a Jesús. Ha ido hasta Él, movido tal vez por un sin fin de motivos: curiosidad, búsqueda, intuición, reconocimiento de una cierta presencia de Dios en Jesús (nadie puede hacer lo que tú haces si Dios… Jn3,2), estos elementos que se encuentran en su corazón son los que deben salir de la oscuridad, para ponerse delante de la luz que todo lo penetra.

En el corazón de Nicodemo a partir de aquella noche se ha desatado una batalla, algo lo ha atraído, un débil rayo que ha penetrado por algún resquicio de su existencia ha comenzado a invadirlo totalmente. La oscuridad de Nicodemo contrasta con la luz que viene de Jesús. Él está allí esperando que Nicodemo se deje amar. Podemos decir con San Agustín "¡Señor, Señor! ¿Con qué modos y de qué manera te insinuaste en aquel corazón?".

Nicodemo para ir (Jn 3,2), ha tenido que vencer la resistencia que siempre se hace presente, si uno quiere ver a Jesús. Como buen maestro de la ley, es un entendido en las cosas de Dios, ha tenido que aceptar una palabra distinta y distante de la que él lleva. Una palabra que le habla de un Dios al que cree conocer. En su acercamiento a Jesús le llama maestro. Nosotros podríamos decir, y lo escuchamos bastante a menudo; hombre bueno, idealista grande; el joven rico, yendo más allá, lo cualifica llamándolo "maestro bueno". Pero en todas esta afirmaciones hay algo fundamental que está ausente, ninguna de ellas lo involucra totalmente, aún Nicodemo no puede llamarlo como María de Magdala, "mi maestro" (Jn 20,16), tampoco surge de su corazón la confesión de Tomás al verlo resucitado, "Dios mío y Señor mío" (Jn 20,28).

En nuestras noches, muchas veces se oculta esa ausencia de vínculo. El modo por el cual lo llamamos se asienta en nuestra fe. Ella moldea en nuestro corazón esa forma íntima de llamar a Jesús.

Tal vez, alguno de nosotros ha salido de la oscuridad de su vida para ir a ver a Jesús, con todo el peso que ello comporta, venciendo el miedo, la vergüenza y toda la presión ambiental que nos propone una infinita gama de entretenimientos para liberarnos de la trivial tarea de buscarle un sentido a nuestra vida. Y a pesar de no poder percibirlo, ese primer movimiento ha venido de Dios. Es Él quien toma la iniciativa, es su presencia silenciosa en nuestra existencia la que nos ha movido, Él Padre nos atrae hacia Jesús. Está en medio de nosotros y actúa. Una voz interior (Espíritu Santo) nos lo indica (Jn 1,29) como el dedo de Juan Bautista, ve hacia Él. "Como un imán, por la fuerza de su misión, se sitúa en el centro para que todo, voluntaria o involuntariamente, sea atraído a Él (Jn 12,32) para salvación o condenación”

Nicodemo tiene, como tantos "maestros", lo que hemos dado en llamar: un "cómo" resistente (Jn 3,4.9). A pesar de que acepta ser llamado maestro, ejercicio por el cual guía a otros, "no sabe" (Jn 3,10), podría caberle a él perfectamente la advertencia del Señor, de estar en las cosas de Dios, como "ciego que guía a otro ciego". Ese "cómo" con el que iniciará todas sus preguntas, oficia de escudo protector ante la irrupción de Dios en su vida. Por otra parte, cualquiera puede argumentar que Nicodemo es un hombre creyente, cabe la pregunta ¿de qué se protege?

Nicodemo se resiste a un Dios que se manifiesta así, es al modo de manifestarse de Dios. Su respuesta e incomprensión hacen presente la resistencia de Israel. También María como hija predilecta de Sión utilizará la misma palabra para comenzar su pregunta. « ¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»(Lc 1,35).

¿Dónde está, entre Nicodemo y María, la diferencia? La diferencia se encuentra en la respuesta, mientras que Nicodemo persiste en su resistencia, cuestionando el modo de manifestarse de Dios y esto lo hace obstinadamente, María responde aceptando al Dios que viene de ese modo.

Estas actitudes arquetípicas, expresadas en María y Nicodemo, permanentemente se hallan presente en los interminables encuentros que Jesús tiene con los hombres. Dios visita en su pueblo a sus hijos, invitándolos a volver a la casa paterna, y estos en muchas oportunidades no reconocen en estos hechos la presencia de Dios. Intentan someter la acción de Dios a la comprensión de su inteligencia humana.

El Dios que Nicodemo lleva en su corazón nunca lo sorprende. Él es capaz de realizar si fuera necesario un mapa, marcando las rutas de Dios y aclarando sus trayectos. Se lo puede caricaturizar diciendo, que se parece bastante a uno de esos tantos recorridos que realizan nuestros ómnibus (colectivos, bus), siempre transitan por el mismo lugar. De no ser así, surge la sospecha, ¿esto no es de Dios? Nicodemo ha reconocido algo de Dios presente en las cosas que Jesús obra, pero, aún no ha reconocido a Jesús como Dios, permanece sin aceptar su testimonio (Jn 3,11-21).

En nuestras vidas hay vestigios de este comportamiento, muchas veces queremos que Dios nos adelante el recorrido que va a realizar. Más de una vez, escuchamos este reproche, ¿cómo me pudo ocurrir esto?, es una expresión especialmente utilizada cuando no reconocemos la presencia de Dios en aquello que nos toca vivir.

La ciencia, el naturalismo y el racionalismo entre otras corrientes del pensamiento moderno y post-moderno, presentan ésta dificultad, Dios debe manejarse con sus parámetros, con sus reglas, de no ser así, no existe. Las leyes que rigen a estos sistemas de pensamiento deben contener a Dios. Da pena ver que los que van detrás de estas posturas, no aprenden de aquellos modestos animales que junto al pesebre saludaban la irrupción de Dios en el mundo.

La historia de Jesús con Nicodemo suscita algunas preguntas ¿qué ocurrió con aquel hombre que fue por la noche a ver a Jesús?, ¿en el corazón de Nicodemo triunfó la noche? .En este caso se puede develar la incógnita. Nicodemo es uno de los dos que piden para bajar el cuerpo muerto de Jesús de la Cruz (Jn 19,39).

Ya poco importa que esto ocurra en Jerusalén, donde habitualmente matan a los" profetas" (Lc 13,34), que sea el lugar de residencia de las autoridades político-religiosas que fueron las que lo condenaron. Nicodemo ha pasado por encima de todas esas dificultades, se ha dejado sorprender una vez más por ese Dios del que Jesús le habló aquella noche. Sabe que el amor de Dios es capaz de una entrega así, eso lo ha alentado a ir más allá de sí, lo ha fortalecido para ir saliendo de la noche. Resuena en su corazón el eco de aquellas palabras de Jesús: "tienes que nacer de lo alto" (Jn 3,7).

Nicodemo en su peregrinar comprendió que el nacimiento de los discípulos del Señor estaba unido a la cruz. Al testimonio de un amor más fuerte que la muerte, al testimonio de un amor hasta el extremo. Había logrado reconocer que todas estas realidades estaban en Jesús. Llevaba en sus manos mirra y aloe, para ungir y dignamente sepultar a Jesús. Cuantos recuerdos se agolparían en la mente de Nicodemo, pero evidentemente lo ocurrido aquella noche tendría un lugar especial. Aquel modo anónimo, por la hora de su llegada y el temor de ser visto con Jesús, lo encontraba ahora como testigo de la entrega del amor de Dios.

La sombra de la Cruz se posaba sobre él como una antorcha luminosa que iba respondiendo a sus preguntas. Estas iban desapareciendo, había pasado de la resistencia de Israel a la aceptación de María. Estar allí no era una carga sino un privilegio, tal vez sin saberlo desde aquella noche, Dios lo había estado preparando, para vencer ese modo anónimo de estar presente ante la Cruz de Jesús.

Tal vez estas preguntas puedan ayudarnos a meditar:
1- ¿Percibimos su presencia? ¿Nos ponemos frente a Él?
2- ¿Cuáles son las resistencias que vencimos para ir para ir hacia ÉL?
3- ¿Cual es nuestro "cómo" resistente?
4- ¿Cuál es la imagen de Dios que hay en mí corazón?
5- ¿Cómo es mi historia con Jesús?
6- ¿Cómo vivo mi peregrinación?
7- ¿Ante la Cruz del Señor soy un anónimo? 
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