14 de abril 2010. MIÉRCOLES DE LA II SEMANA DE PASCUA . Feria. 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Lamberto ob, Bernardo ab, Ludivina vg, Beato pedro González (San Telmo) pb.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 5,17-26: Están en el templo enseñando al pueblo
Salmo 33: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Jn 3,16-21: La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz
Dios es puro amor. Su voluntad es solamente comunicar una vida que supera la muerte. Dios no juzga, no condena, no manda a nadie al infierno. Es la libertad humana la que determina nuestra suerte. La luz está encendida y hay quienes cierran los ojos. En verdad no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y no quieren ver porque sus obras son malas. Este texto es una radiografía nuestra y de nuestra sociedad. Cuando escuchamos a algunos dirigentes nos escandaliza el cinismo con que hablan de la pobreza como costo social. Son insensibles. Son ciegos que no quieren ver porque saben que sus obras son malas. Y esto que ya es grave cuando nos pasa a cada uno de nosotros/as, es más grave aún cuando es ceguera institucional, encarnada en estructuras injustas. Y por si el escándalo fuera poco tratándose de instituciones civiles, lo tenemos encarnado en el seno de nuestras Iglesias. Sí. La Iglesia se ha dejado invadir por la ceguera y ha cerrado los ojos ante la injusticia por defender su poder y privilegios. Necesitamos volvernos a Jesús. Cuánta falta nos hace abrir los ojos y volver a ver la luz.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 5,17-26
Los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo
En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles: "Id al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida."
Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con los de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron en la celda, y volvieron a informar: "Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro." El comisario del templo y los sumos sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se presentó, avisando: "Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo." El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Palabra de Dios
Salmo responsorial: 33
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, / ensalcemos juntos su nombre. / Yo consulté al Señor, y me respondió, / me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, / vuestro rostro no se avergonzará. / Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha / y lo salva de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa / en torno a sus fieles y los protege. / Gustad y ved qué bueno es el Señor, / dichoso el que se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 3,16-21
Dios mandó su Hijo para que el mundo se salve por él
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 5,17-26: Están en el templo enseñando al pueblo
Salmo 33: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Jn 3,16-21: La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz
Dios es puro amor. Su voluntad es solamente comunicar una vida que supera la muerte. Dios no juzga, no condena, no manda a nadie al infierno. Es la libertad humana la que determina nuestra suerte. La luz está encendida y hay quienes cierran los ojos. En verdad no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y no quieren ver porque sus obras son malas. Este texto es una radiografía nuestra y de nuestra sociedad. Cuando escuchamos a algunos dirigentes nos escandaliza el cinismo con que hablan de la pobreza como costo social. Son insensibles. Son ciegos que no quieren ver porque saben que sus obras son malas. Y esto que ya es grave cuando nos pasa a cada uno de nosotros/as, es más grave aún cuando es ceguera institucional, encarnada en estructuras injustas. Y por si el escándalo fuera poco tratándose de instituciones civiles, lo tenemos encarnado en el seno de nuestras Iglesias. Sí. La Iglesia se ha dejado invadir por la ceguera y ha cerrado los ojos ante la injusticia por defender su poder y privilegios. Necesitamos volvernos a Jesús. Cuánta falta nos hace abrir los ojos y volver a ver la luz.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 5,17-26
Los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo
En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles: "Id al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida."
Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con los de su partido, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron en la celda, y volvieron a informar: "Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro." El comisario del templo y los sumos sacerdotes no atinaban a explicarse qué había pasado con los presos. Uno se presentó, avisando: "Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo." El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Palabra de Dios
Salmo responsorial: 33
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, / ensalcemos juntos su nombre. / Yo consulté al Señor, y me respondió, / me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, / vuestro rostro no se avergonzará. / Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha / y lo salva de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa / en torno a sus fieles y los protege. / Gustad y ved qué bueno es el Señor, / dichoso el que se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 3,16-21
Dios mandó su Hijo para que el mundo se salve por él
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,17-26
La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar e todo lo referente a este estilo de vida.
Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?
Comentario del salmo 33
Es un salmo de acción de gracias individual. Quien toma la palabra ha atravesado una situación muy difícil, ha pasado por “temores” (5) y «angustias» (7), «ha consultado al Señor» (5), «ha gritado» (7) y ha sido escuchado. El Señor le «respondió» y lo “libró” (5), lo «escuchó» y lo “libró de todas sus angustias” (7) ahora esta persona está en el templo de Jerusalén para dar gracias. Está rodeada de gente (4.6, 12.15), pues la acción de gracias se hacía en voz alta, en un espacio abierto. El salmista hace su acción de gracias en público, de modo que mucha gente puede llegar a conocer el «favor alcanzado». De este modo, el salmo se convierte en catequesis.
Los salmos de acción de gracias tienen, normalmente, una introducción, un núcleo central y la conclusión. Este sólo tiene introducción (2-4) y núcleo central (5-23), sin conclusión, pues tal vez la oración de agradecimiento concluyera con la presentación de un sacrificio. Es un salmo alfabético, como tantos otros (véase, por ejemplo, el salmo 25). Esto quiere decir que, en su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En las traducciones a nuestra lengua, este detalle se ha perdido. El núcleo (5-23) tiene dos partes. La primera (5-11) es la acción de gracias propiamente dicha; la segunda (12-23) funciona como una catequesis dirigida a los peregrinos, y tiene un deje del estilo sapiencial, esto es, quiere transmitir una experiencia acerca de la vida, de manera que los que escuchan puedan tener una existencia más larga y más próspera.
La introducción (2-4) presenta al salmista después de haber sido liberado y rodeado de fieles empobrecidos. Empieza a bendecir al Señor por toda la vida e invita a los pobres que le escuchan a alegrarse y a unirse a su acción de gracias. En la primera parte del núcleo (5-11) expone el drama que le ha tocado vivir, qué es lo que hizo y cómo fue liberado; en la segunda (12-23), convierte su caso en una enseñanza para la vida. Invita a los pobres a que se acerquen y escuchen. La lección es sencilla: no hay que imitar la actitud de los ricos que calumnian y mienten; hay que confiar en el Señor y acogerse a él para disfrutar de una vida larga y próspera.
Este salmo manifiesta la superación de un terrible conflicto. De hecho, la expresión «consulté al Señor» (5) se refiere a un acontecimiento concreto. Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al templo de Jerusalén. Allí pasaban la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salino. Pasó la noche en el templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
Este salmo nos da información acerca de la situación económica del salmista. Es pobre: «Este pobre gritó, el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias» (7). Y pobres son también las personas que lo rodean en el templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que escuchen los pobres y se alegren» (3). Además, el salmista invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Repetid conmigo: ¡El Señor es grande! Ensalcemos juntos su nombre» (4).
¿Qué es lo que le había pasado a esta persona pobre? Antes de que lo declararan inocente, había pasado por momentos difíciles. De hecho, habla de «temores» (5) y «angustias» (7). Cuando presenta ante sus oyentes una especie de catequesis, recuerda los clamores de los justos (16) y sus gritos en los momentos de angustia (18). Estos justos tienen el corazón herido y andan desanimados (19) a causa de las desgracias que tienen que sufrir (20). ¿Qué es lo que hacen en situaciones como esta? Gritan (18) como había gritado el mismo salmista (7), refugiándose en el Señor, consultándolo (5), para ser declarados inocentes y obtener la salvación. Obran así porque temen al Señor (8.10.12) y se acogen a él (9.23).
¿Quién había acusado y perseguido a esta persona pobre? El salmo nos presenta a sus enemigos. Son ricos (11), su lengua pronuncia el mal y sus labios dicen mentiras (14); se les llama «malhechores» (17), son «malvados» y «odian al justo» (22). ¿Por qué se comportan de este modo? Ciertamente porque el justo los molesta, los denuncia, no les da respiro. Entonces lo odian, lo calumnian y lo persiguen, buscando el modo de arrancarle la vida. El profetismo del pobre incomoda a los ricos. El término «prosperar» (13) y su contexto (12-15) permite sospechar como la mentira de los ricos condujo al salmista a la pérdida de sus bienes y a ser perseguido a muerte.
Se trata de un salmo que hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo recibe en Jesús un nuevo sentido, insuperable. Su mismo nombre resume todo lo que hizo en favor de los pobres que claman (“Jesús” significa «El Señor salva»). La misión de Jesús consistía en llevar la buena nueva a los pobres (Lc 4,18).
María de Nazaret ocupa el lugar social de los empobrecidos y, en su cántico, retorna el versículo 11 de este salmo: «Los ricos empobrecen y pasan hambre» (compárese con Lc 1,53). Los pobres dan gracias a Jesús por la salvación que les ha traído. Este es, por ejemplo, el caso de María, que unge con perfume los pies de Jesús (Jn 12,3), en señal de agradecimiento por haberle devuelto la vida a su hermano Lázaro.
Es un salmo de acción de gracias. Conviene rezarlo sobre todo cuando queremos dar gracias por la presencia y la acción liberadora de Dios en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los que padecen la injusticia. Si nosotros no vivirnos una situación semejante a la del salmista pobre, es bueno que lo recemos en sintonía y solidaridad con los pobres que van siendo liberados de las opresiones y las injusticias.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 3,16-21
La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar e todo lo referente a este estilo de vida.
Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?
La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas clásicas: el amor y el juicio. Los vv. 16s expresan una idea muy entrañable para Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que «es amor» (cf. 1 Jn 4,8-10). Esta es la elección fundamental del hombre: aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v. 17).
Con todo, el amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado (v. 18). Y la causa de la condena es una sola, a saber: la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo —y, con él, a todos los hombres—, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie puede conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.
¿Quién puede detener la Palabra? Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de su Palabra porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: « ¿Por qué no los hace también hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas para hacer salir la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no tan numerosos fieles?». Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no preserva de la cárcel a los anunciadores, sino que los libera, con mayor o menor rapidez, de ella. La impotencia de la Palabra dura una noche, en ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra avanza irresistible «hasta los confines de la tierra».
A los que gemían bajo la bota del comunismo les parecía que había terminado la época de la fe. En aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes parecían irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro. Después, de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha sucedido innumerables veces a lo largo de la historia. Constantino llegó después de la más violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en duda la misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de liberación. El Señor va acompañando el camino de su palabra y, de diferentes modos, se hace presente a sus anunciadores, acampando junto a ellos y liberándolos de las presiones externas e internas
parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de hoy.
Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo geográfico y el mundo de los corazones.
Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi aislamiento.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 3, 16-21, para nuestros Mayores. Así amó Dios al mundo.
Garantía suprema. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todos tengan vida eterna” (Jn 3,16). En esta frase se condensa todo el cuarto evangelio; es una síntesis apretada del mismo. El envío, la encarnación, la humanización del Hijo de Dios, culminación de la historia de la salvación, pone de manifiesto que ésta es obra de las tres Personas de la Trinidad: El Padre envía, el Hijo es enviado y el Espíritu forma su humanidad en el seno de María. La humanización del Hijo es la epifanía (manifestación) plena de que Dios es amor (1 Jn 4,8). A. Torres Queiruga prefiere traducirlo: “Dios consiste en amar”. Dios es un enamorado del hombre.
Tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu nos dan la prueba suprema del amor: el Padre nos envía al que más quiere, “lo entrega por todos nosotros” (Rm 8,32); el Hijo nos da lo que más quiere (“nadie tiene amor más grande que el que da la vida” (Jn 15,13); el Espíritu es el fuego sagrado que verifica el misterio. Tenemos, pues, garantía suprema de que el Padre, el Hijo y el Espíritu nos profesan un amor profundo. “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rm 8,32).
La madre de Servando, un marista mártir en Ruanda, confiesa: “Mi mayor consuelo es que iba contento y alegre. Yo le decía: “¿Crees que puedes arreglar aquello?”. Él me contestaba: “Madre, si cuando nos ven a nosotros es como si vieran a Dios; si no les ayudamos nosotros, nadie les ayudará”. Mi hijo vivía aquello. Estoy orgullosa de su vida y de su muerte por defender a los pobres, aunque deja mucho hueco en mi casa”. Esta madre es un icono de Dios Padre-Madre, que sólo sabe amar. Como el sol, no hace otra cosa que dar luz y calor; y por eso “nos dio a su Hijo único para que tengamos vida eterna”. Ésta es la Buena Noticia que hay que proclamar a voz en grito.
Tanto amó Dios al mundo. Cuando el evangelista afirma que tanto amó Dios al mundo, no habla del amor de un rey a sus súbditos anónimos. Se trata de un amor y entrega a las personas concretas. Cada uno ha de traducir la frase de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo por mí, para que tenga vida”. “Por nuestra salvación se hizo hombre”, dice el credo.
Comentaba Francisco de Asís al H. Tancredo: “El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres. Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, y que así se despierte a una nueva conciencia de sí mismo”.
El cristiano realmente creyente proclama: Creo en Jesucristo, que me ama y me salva. Creer es aceptar ser amado gratuitamente. La grandeza de nuestro Dios no consiste en ser “todopoderoso”, sino en ser “todo amante”. Dios no es Alguien al que hay que amar, sino Alguien por quien hay que dejarse amar a pesar de la miseria y el pecado. Somos incapaces de hacer que Dios deje de amarnos. El Dios Trinidad nos ama porque es amor (Jn 4,8).
Para alcanzar esta “experiencia” de ser amados son precisos algunos medios como escuchar la Palabra para oír su constante declaración de amor y pedirlo ardientemente (Ef. 3,16). La experiencia de amar intensifica la de ser amados.
El que cree ya está juzgado. La esperanza de los primeros cristianos salidos del judaísmo se refería a un Mesías-Juez, un “Hijo del hombre” (Jn 3,13) que separaría a los buenos de los impíos, a los judíos de los paganos. Pero ese juicio no llega: parece que ya no se puede esperar nada del exterior para juzgar a la humanidad. Juan viene a confirmar esa impresión: el juicio de Dios no es una operación exterior distinta de la presencia de Cristo entre los hombres. Por eso replica a esta falsa esperanza con palabras de Jesús a Nicodemo, imbuido de esta mentalidad.
T. Maertens y J. Frisque comentan: “Puesto que posee la clave de la existencia humana, por ser Hijo de Dios, Jesús, con su sola presencia frente a mí, me obliga a aceptar o rechazar el adentrarme hasta el fondo de mí mismo, allí donde vivo en comunión con él, en apertura a Dios. El juicio no es ya un acontecimiento exterior; está hecho de la respuesta que doy a la interpelación de Cristo, según acepte acercarme a la luz o prefiera vivir en las tinieblas”.
El cristiano no tiene, pues, miedo a un “juicio último”. Sabe que el juicio está en él y depende de su propia elección. El que ve clarear la luz y sigue en las tinieblas, él mismo se condena a seguir sufriéndolas. Quien acepta la amistad ofrecida por Jesús, es de los que hacen fecundo el don supremo de su presencia: que “tengamos vida eterna” (Jn 3,16), “vida desbordante” (Jn 10,10).
Los convertidos a Jesucristo viven su conversión como una resurrección (Rm 6,11; Ef. 2,5; Col 2,13). Un joven universitario confesaba: “Yo, antes de creer en Cristo, estaba muerto”. A mayor comunión con Cristo, una vida cada vez más abundante. La señal inequívoca de que nos dejamos querer por Dios y respondemos a su amistad es el amor al hermano. La calidad de nuestra vida depende de la calidez y eficacia de nuestro amor al prójimo.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 3, 16-21 (3, 14-21/3, 13-17/3, 16-18). El amor de Dios.
Probablemente el verso más importante de todo el cuarto evangelio es el que abre esta pequeña sección. La afirmación clara y terminante del amor de Dios como la causa verdadera, última y determinante de la presencia de su Hijo en el mundo. Afirmación necesaria dentro del contexto en que está formulada. Porque inmediatamente antes ha sido mencionada la figura del Hijo del hombre. Ahora bien, esta figura misteriosa del Hijo del hombre se halla inseparablemente unida a la idea del juicio, En el pasaje clásico del Antiguo Testamento, que habla del Hijo del hombre, Dan 7, este Hijo del hombre hace su aparición triunfante con motivo del juicio final llevado a cabo por Dios.
El Hijo del hombre, el que tiene la experiencia inmediata y directa de Dios, el que vino de arriba y volvió allá (ver el comentario a Jn 3, 11-15), es una demostración en acción del amor de Dios. Aquí, en el texto que comentamos, se alude a la primera fase de su actuación: encarnación-crucifixión. Tanto amó Dios al mundo... la intención más clara de Dios es que el mundo se salve —la palabra «mundo» hace referencia al mundo de los hombres—. Por eso nos envió a su Hijo, para dárnoslo a conocer (Jn 1, 18). Y mediante este conocimiento llegar a la posesión de la vida (Jn 17, 3).
Las afirmaciones trascendentales que componen esta pequeña sección son directa o indirectamente de Jesús. Probablemente habría que inclinarse por la segunda de las dos posibilidades. Sobre la base de unas declaraciones de Jesús, el evangelista formuló en términos adecuados e inteligibles para sus lectores la enseñanza de Jesús. Pero esta cuestión sólo tendría importancia considerada desde un historicismo casi malsano.
Jesús no vino para juzgar el mundo. Naturalmente, cuando se habla así del juicio, se entiende un juicio con el sentido de condenación. Jesús vino como salvador. El hombre que lo acepta, mediante la fe, como quien en realidad es, no será condenado.
Junto a esta afirmación fundamental, hay que recordar asimismo que Jesús también vino para juzgar (Jn 9, 39), porque él no creyente, quien no lo acepta como el Revelador, el Hijo de Dios, el Hijo del hombre, se condena a sí mismo al rechazar la salvación que le ha sido ofrecida.
Aquí es preciso destacar la gran novedad de la que nos hablaban, y que sería el grave escándalo para quienes leyesen su evangelio con mentalidad judía. Me refiero a la actualidad o presencia del juicio. Y también al modo o los criterios conforme a los cuales se realiza.
Según la mentalidad judía el juicio se realizará al fin de los tiempos. Cuando todos los hombres sin excepción, vivos y muertos, fuesen reunidos ante el tribunal divino. Es la concepción prevalente, y casi única, que tenemos también en los evangelios sinópticos. Aspecto de futuridad que sigue siendo válido (el mismo Juan, en otras ocasiones, hablará del «último día»). Pero el acento y la particularidad del cuarto evangelio, como ya apuntamos, es que ese acontecimiento futuro se adelanta al momento presente (es la llamada escatología realizada, aunque no final).
Actualidad y presencia. Pero no es menos importante el criterio según el cual se llevará a efecto el juicio: la fe. El que cree no es juzgado, el que no cree ya está juzgado Precisamente por no haber creído en el Hijo de Dios, en su enviado como la prueba máxima de su amor.
Se acentúa, pues, la fe, el aquí (y el ahora. El juicio ha comenzado. Está realizándose por la actitud y decisión humanas. Actitud humana y la correspondiente decisión, que es descrita desde el simbolismo de la luz y las tinieblas.
Luz y tinieblas. Uno de los binomios antitéticos que caracterizan el cuarto evangelio. Pero en Juan —al contrario de lo que ocurre en el mundo circundante— la antítesis no indica las dos partes integrantes de un dualismo absoluto, metafísico metafísico. Debe hablarse más bien de un dualismo moral. Porque, de hecho, la antítesis es utilizada para describir la decisión ante la que es colocado todo hombre: decisión por Dios o contra Dios. Esta actitud de decisión que se halla en la raíz misma de la misión de Jesús (ver el texto de Jn 8, 12).
La presencia de Jesús divide inevitablemente a los hombres en dos grupos: los que vienen a la luz, porque se deciden por Dios y por su Enviado, y los que prefieren las tinieblas, quienes rechazan a Dios y a su Enviado. Y esta actitud, como hemos visto y leemos en el texto del evangelio, es la que decide.
Elevación Espiritual para este día.
Las almas sencillas no necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mañana, durante mi acción de gracias, el Señor Jesús me dio un medio sencillo para llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los Cantares: «Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes».
Oh Jesús, no es preciso decir por tanto: «Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo». Esta sencilla palabra, «atráeme», basta. Señor, ahora lo comprendo: cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no puede correr sola, sino que todas las almas que ama son arrastradas tras ella. Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia natural de su atracción hacia ti (Teresa del Niño Jesús).
Reflexión Espiritual para el día.
La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclamo el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.
Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio. Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 5, 17-26. Prisión de los apóstoles.
Por segunda vez los apóstoles son molestados. El incidente anterior (4, 1 ss.) había terminado pacíficamente con la imposición del silencio en lo referente al nombre de Jesús. Ya allí se preveía que aquella orden no sería cumplida. Precisamente por eso son encarcelados de nuevo.
El frente de oposición lo forman el Sumo Sacerdote, la aristocracia sacerdotal y los saduceos. La actuación de los apóstoles en el área del templo los exponía a la vigilancia y control del Sumo Sacerdote. Era él quien tenía allí toda la jurisdicción y ejercía su autoridad a través de un oficial mayor asistido por un cuerpo de policías, que eran levitas. A la hora de reflexionar sobre el caso, se reúne el Sanedrín, que era el senado legislativo de la nación judía. Entendía en todo lo relativo a la Ley y, particularmente, en lo que afectaba a la religión. Su lugar de reunión estaba en el área del templo o en sus inmediaciones. En la proximidad del templo estaba también la cárcel.
La iniciativa de encarcelar a los apóstoles parte de los saduceos. Sus «celos» significan en este caso la envidia por el éxito de la predicación apostólica. Celotipia más usada y justificada en este caso porque la predicación la resurrección —que ellos negaban— daba la razón a sus enemigos, los fariseos. Lucas ve siempre en la creencia en la resurrección un punto de unión entre los judíos y los cristianos; los judíos fariseos, naturalmente, y aquellos que pensaban como ellos en lo relativo a la resurrección. De hecho los fariseos fueron más favorables al movimiento cristiano, como tendremos ocasión de ver, entre otros casos, con motivo de la intervención de Gamalid en este mismo asunto.
Esta historia de tipo anecdótico se halla en función de unas ideas fundamentales que el autor de Hechos quiere destacar. La primera es la protección divina a los anunciadores del evangelio. Cuando Dios quiere que algo vaya adelante —en este caso, el evangelio—, toda oposición humana resulta inútil y hasta ridícula. La intervención de Dios a favor de los suyos —el ángel del Señor que abrió las puertas de la cárcel— les hace seguir adelante y cumplir la misión encomendada. Los oponentes a esta voluntad de Dios quedan en una situación ridícula.
El ángel del Señor les ordena volver al templo y seguir predicando. Es la segunda lección. El templo, la casa de Dios, era el centro del judaísmo. La orden dada por el ángel del Señor a los apóstoles para que continúen predicando en el templo es un reto lanzado al judaísmo. El evangelio se presenta así reemplazando la Ley. Con ello llegan a su fin todos los privilegios judíos, cuyo resumen se veía en el templo de Jerusalén.
La última enseñanza está implícita en el contenido de la predicación de los apóstoles. Se les había ordenado predicar al pueblo las enseñanzas o las palabras de esta vida. Esta expresión extraña hace referencia a la vida nueva inaugurada por la obra salvífica de Cristo, la vida cristiana. La expresión recuerda las palabras de Jesús: he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud (Jn 10, 10). La misma realidad se expresará más tarde con una frase casi idéntica: el mensaje de esta salvación (13, 26).
La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar e todo lo referente a este estilo de vida.
Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?
Comentario del salmo 33
Es un salmo de acción de gracias individual. Quien toma la palabra ha atravesado una situación muy difícil, ha pasado por “temores” (5) y «angustias» (7), «ha consultado al Señor» (5), «ha gritado» (7) y ha sido escuchado. El Señor le «respondió» y lo “libró” (5), lo «escuchó» y lo “libró de todas sus angustias” (7) ahora esta persona está en el templo de Jerusalén para dar gracias. Está rodeada de gente (4.6, 12.15), pues la acción de gracias se hacía en voz alta, en un espacio abierto. El salmista hace su acción de gracias en público, de modo que mucha gente puede llegar a conocer el «favor alcanzado». De este modo, el salmo se convierte en catequesis.
Los salmos de acción de gracias tienen, normalmente, una introducción, un núcleo central y la conclusión. Este sólo tiene introducción (2-4) y núcleo central (5-23), sin conclusión, pues tal vez la oración de agradecimiento concluyera con la presentación de un sacrificio. Es un salmo alfabético, como tantos otros (véase, por ejemplo, el salmo 25). Esto quiere decir que, en su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En las traducciones a nuestra lengua, este detalle se ha perdido. El núcleo (5-23) tiene dos partes. La primera (5-11) es la acción de gracias propiamente dicha; la segunda (12-23) funciona como una catequesis dirigida a los peregrinos, y tiene un deje del estilo sapiencial, esto es, quiere transmitir una experiencia acerca de la vida, de manera que los que escuchan puedan tener una existencia más larga y más próspera.
La introducción (2-4) presenta al salmista después de haber sido liberado y rodeado de fieles empobrecidos. Empieza a bendecir al Señor por toda la vida e invita a los pobres que le escuchan a alegrarse y a unirse a su acción de gracias. En la primera parte del núcleo (5-11) expone el drama que le ha tocado vivir, qué es lo que hizo y cómo fue liberado; en la segunda (12-23), convierte su caso en una enseñanza para la vida. Invita a los pobres a que se acerquen y escuchen. La lección es sencilla: no hay que imitar la actitud de los ricos que calumnian y mienten; hay que confiar en el Señor y acogerse a él para disfrutar de una vida larga y próspera.
Este salmo manifiesta la superación de un terrible conflicto. De hecho, la expresión «consulté al Señor» (5) se refiere a un acontecimiento concreto. Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al templo de Jerusalén. Allí pasaban la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salino. Pasó la noche en el templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
Este salmo nos da información acerca de la situación económica del salmista. Es pobre: «Este pobre gritó, el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias» (7). Y pobres son también las personas que lo rodean en el templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que escuchen los pobres y se alegren» (3). Además, el salmista invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Repetid conmigo: ¡El Señor es grande! Ensalcemos juntos su nombre» (4).
¿Qué es lo que le había pasado a esta persona pobre? Antes de que lo declararan inocente, había pasado por momentos difíciles. De hecho, habla de «temores» (5) y «angustias» (7). Cuando presenta ante sus oyentes una especie de catequesis, recuerda los clamores de los justos (16) y sus gritos en los momentos de angustia (18). Estos justos tienen el corazón herido y andan desanimados (19) a causa de las desgracias que tienen que sufrir (20). ¿Qué es lo que hacen en situaciones como esta? Gritan (18) como había gritado el mismo salmista (7), refugiándose en el Señor, consultándolo (5), para ser declarados inocentes y obtener la salvación. Obran así porque temen al Señor (8.10.12) y se acogen a él (9.23).
¿Quién había acusado y perseguido a esta persona pobre? El salmo nos presenta a sus enemigos. Son ricos (11), su lengua pronuncia el mal y sus labios dicen mentiras (14); se les llama «malhechores» (17), son «malvados» y «odian al justo» (22). ¿Por qué se comportan de este modo? Ciertamente porque el justo los molesta, los denuncia, no les da respiro. Entonces lo odian, lo calumnian y lo persiguen, buscando el modo de arrancarle la vida. El profetismo del pobre incomoda a los ricos. El término «prosperar» (13) y su contexto (12-15) permite sospechar como la mentira de los ricos condujo al salmista a la pérdida de sus bienes y a ser perseguido a muerte.
Se trata de un salmo que hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo recibe en Jesús un nuevo sentido, insuperable. Su mismo nombre resume todo lo que hizo en favor de los pobres que claman (“Jesús” significa «El Señor salva»). La misión de Jesús consistía en llevar la buena nueva a los pobres (Lc 4,18).
María de Nazaret ocupa el lugar social de los empobrecidos y, en su cántico, retorna el versículo 11 de este salmo: «Los ricos empobrecen y pasan hambre» (compárese con Lc 1,53). Los pobres dan gracias a Jesús por la salvación que les ha traído. Este es, por ejemplo, el caso de María, que unge con perfume los pies de Jesús (Jn 12,3), en señal de agradecimiento por haberle devuelto la vida a su hermano Lázaro.
Es un salmo de acción de gracias. Conviene rezarlo sobre todo cuando queremos dar gracias por la presencia y la acción liberadora de Dios en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los que padecen la injusticia. Si nosotros no vivirnos una situación semejante a la del salmista pobre, es bueno que lo recemos en sintonía y solidaridad con los pobres que van siendo liberados de las opresiones y las injusticias.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 3,16-21
La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar e todo lo referente a este estilo de vida.
Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?
La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas clásicas: el amor y el juicio. Los vv. 16s expresan una idea muy entrañable para Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que «es amor» (cf. 1 Jn 4,8-10). Esta es la elección fundamental del hombre: aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v. 17).
Con todo, el amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado (v. 18). Y la causa de la condena es una sola, a saber: la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo —y, con él, a todos los hombres—, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie puede conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.
¿Quién puede detener la Palabra? Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de su Palabra porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: « ¿Por qué no los hace también hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas para hacer salir la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no tan numerosos fieles?». Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no preserva de la cárcel a los anunciadores, sino que los libera, con mayor o menor rapidez, de ella. La impotencia de la Palabra dura una noche, en ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra avanza irresistible «hasta los confines de la tierra».
A los que gemían bajo la bota del comunismo les parecía que había terminado la época de la fe. En aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes parecían irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro. Después, de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha sucedido innumerables veces a lo largo de la historia. Constantino llegó después de la más violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en duda la misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de liberación. El Señor va acompañando el camino de su palabra y, de diferentes modos, se hace presente a sus anunciadores, acampando junto a ellos y liberándolos de las presiones externas e internas
parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de hoy.
Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo geográfico y el mundo de los corazones.
Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi aislamiento.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 3, 16-21, para nuestros Mayores. Así amó Dios al mundo.
Garantía suprema. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todos tengan vida eterna” (Jn 3,16). En esta frase se condensa todo el cuarto evangelio; es una síntesis apretada del mismo. El envío, la encarnación, la humanización del Hijo de Dios, culminación de la historia de la salvación, pone de manifiesto que ésta es obra de las tres Personas de la Trinidad: El Padre envía, el Hijo es enviado y el Espíritu forma su humanidad en el seno de María. La humanización del Hijo es la epifanía (manifestación) plena de que Dios es amor (1 Jn 4,8). A. Torres Queiruga prefiere traducirlo: “Dios consiste en amar”. Dios es un enamorado del hombre.
Tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu nos dan la prueba suprema del amor: el Padre nos envía al que más quiere, “lo entrega por todos nosotros” (Rm 8,32); el Hijo nos da lo que más quiere (“nadie tiene amor más grande que el que da la vida” (Jn 15,13); el Espíritu es el fuego sagrado que verifica el misterio. Tenemos, pues, garantía suprema de que el Padre, el Hijo y el Espíritu nos profesan un amor profundo. “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rm 8,32).
La madre de Servando, un marista mártir en Ruanda, confiesa: “Mi mayor consuelo es que iba contento y alegre. Yo le decía: “¿Crees que puedes arreglar aquello?”. Él me contestaba: “Madre, si cuando nos ven a nosotros es como si vieran a Dios; si no les ayudamos nosotros, nadie les ayudará”. Mi hijo vivía aquello. Estoy orgullosa de su vida y de su muerte por defender a los pobres, aunque deja mucho hueco en mi casa”. Esta madre es un icono de Dios Padre-Madre, que sólo sabe amar. Como el sol, no hace otra cosa que dar luz y calor; y por eso “nos dio a su Hijo único para que tengamos vida eterna”. Ésta es la Buena Noticia que hay que proclamar a voz en grito.
Tanto amó Dios al mundo. Cuando el evangelista afirma que tanto amó Dios al mundo, no habla del amor de un rey a sus súbditos anónimos. Se trata de un amor y entrega a las personas concretas. Cada uno ha de traducir la frase de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo por mí, para que tenga vida”. “Por nuestra salvación se hizo hombre”, dice el credo.
Comentaba Francisco de Asís al H. Tancredo: “El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres. Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, y que así se despierte a una nueva conciencia de sí mismo”.
El cristiano realmente creyente proclama: Creo en Jesucristo, que me ama y me salva. Creer es aceptar ser amado gratuitamente. La grandeza de nuestro Dios no consiste en ser “todopoderoso”, sino en ser “todo amante”. Dios no es Alguien al que hay que amar, sino Alguien por quien hay que dejarse amar a pesar de la miseria y el pecado. Somos incapaces de hacer que Dios deje de amarnos. El Dios Trinidad nos ama porque es amor (Jn 4,8).
Para alcanzar esta “experiencia” de ser amados son precisos algunos medios como escuchar la Palabra para oír su constante declaración de amor y pedirlo ardientemente (Ef. 3,16). La experiencia de amar intensifica la de ser amados.
El que cree ya está juzgado. La esperanza de los primeros cristianos salidos del judaísmo se refería a un Mesías-Juez, un “Hijo del hombre” (Jn 3,13) que separaría a los buenos de los impíos, a los judíos de los paganos. Pero ese juicio no llega: parece que ya no se puede esperar nada del exterior para juzgar a la humanidad. Juan viene a confirmar esa impresión: el juicio de Dios no es una operación exterior distinta de la presencia de Cristo entre los hombres. Por eso replica a esta falsa esperanza con palabras de Jesús a Nicodemo, imbuido de esta mentalidad.
T. Maertens y J. Frisque comentan: “Puesto que posee la clave de la existencia humana, por ser Hijo de Dios, Jesús, con su sola presencia frente a mí, me obliga a aceptar o rechazar el adentrarme hasta el fondo de mí mismo, allí donde vivo en comunión con él, en apertura a Dios. El juicio no es ya un acontecimiento exterior; está hecho de la respuesta que doy a la interpelación de Cristo, según acepte acercarme a la luz o prefiera vivir en las tinieblas”.
El cristiano no tiene, pues, miedo a un “juicio último”. Sabe que el juicio está en él y depende de su propia elección. El que ve clarear la luz y sigue en las tinieblas, él mismo se condena a seguir sufriéndolas. Quien acepta la amistad ofrecida por Jesús, es de los que hacen fecundo el don supremo de su presencia: que “tengamos vida eterna” (Jn 3,16), “vida desbordante” (Jn 10,10).
Los convertidos a Jesucristo viven su conversión como una resurrección (Rm 6,11; Ef. 2,5; Col 2,13). Un joven universitario confesaba: “Yo, antes de creer en Cristo, estaba muerto”. A mayor comunión con Cristo, una vida cada vez más abundante. La señal inequívoca de que nos dejamos querer por Dios y respondemos a su amistad es el amor al hermano. La calidad de nuestra vida depende de la calidez y eficacia de nuestro amor al prójimo.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 3, 16-21 (3, 14-21/3, 13-17/3, 16-18). El amor de Dios.
Probablemente el verso más importante de todo el cuarto evangelio es el que abre esta pequeña sección. La afirmación clara y terminante del amor de Dios como la causa verdadera, última y determinante de la presencia de su Hijo en el mundo. Afirmación necesaria dentro del contexto en que está formulada. Porque inmediatamente antes ha sido mencionada la figura del Hijo del hombre. Ahora bien, esta figura misteriosa del Hijo del hombre se halla inseparablemente unida a la idea del juicio, En el pasaje clásico del Antiguo Testamento, que habla del Hijo del hombre, Dan 7, este Hijo del hombre hace su aparición triunfante con motivo del juicio final llevado a cabo por Dios.
El Hijo del hombre, el que tiene la experiencia inmediata y directa de Dios, el que vino de arriba y volvió allá (ver el comentario a Jn 3, 11-15), es una demostración en acción del amor de Dios. Aquí, en el texto que comentamos, se alude a la primera fase de su actuación: encarnación-crucifixión. Tanto amó Dios al mundo... la intención más clara de Dios es que el mundo se salve —la palabra «mundo» hace referencia al mundo de los hombres—. Por eso nos envió a su Hijo, para dárnoslo a conocer (Jn 1, 18). Y mediante este conocimiento llegar a la posesión de la vida (Jn 17, 3).
Las afirmaciones trascendentales que componen esta pequeña sección son directa o indirectamente de Jesús. Probablemente habría que inclinarse por la segunda de las dos posibilidades. Sobre la base de unas declaraciones de Jesús, el evangelista formuló en términos adecuados e inteligibles para sus lectores la enseñanza de Jesús. Pero esta cuestión sólo tendría importancia considerada desde un historicismo casi malsano.
Jesús no vino para juzgar el mundo. Naturalmente, cuando se habla así del juicio, se entiende un juicio con el sentido de condenación. Jesús vino como salvador. El hombre que lo acepta, mediante la fe, como quien en realidad es, no será condenado.
Junto a esta afirmación fundamental, hay que recordar asimismo que Jesús también vino para juzgar (Jn 9, 39), porque él no creyente, quien no lo acepta como el Revelador, el Hijo de Dios, el Hijo del hombre, se condena a sí mismo al rechazar la salvación que le ha sido ofrecida.
Aquí es preciso destacar la gran novedad de la que nos hablaban, y que sería el grave escándalo para quienes leyesen su evangelio con mentalidad judía. Me refiero a la actualidad o presencia del juicio. Y también al modo o los criterios conforme a los cuales se realiza.
Según la mentalidad judía el juicio se realizará al fin de los tiempos. Cuando todos los hombres sin excepción, vivos y muertos, fuesen reunidos ante el tribunal divino. Es la concepción prevalente, y casi única, que tenemos también en los evangelios sinópticos. Aspecto de futuridad que sigue siendo válido (el mismo Juan, en otras ocasiones, hablará del «último día»). Pero el acento y la particularidad del cuarto evangelio, como ya apuntamos, es que ese acontecimiento futuro se adelanta al momento presente (es la llamada escatología realizada, aunque no final).
Actualidad y presencia. Pero no es menos importante el criterio según el cual se llevará a efecto el juicio: la fe. El que cree no es juzgado, el que no cree ya está juzgado Precisamente por no haber creído en el Hijo de Dios, en su enviado como la prueba máxima de su amor.
Se acentúa, pues, la fe, el aquí (y el ahora. El juicio ha comenzado. Está realizándose por la actitud y decisión humanas. Actitud humana y la correspondiente decisión, que es descrita desde el simbolismo de la luz y las tinieblas.
Luz y tinieblas. Uno de los binomios antitéticos que caracterizan el cuarto evangelio. Pero en Juan —al contrario de lo que ocurre en el mundo circundante— la antítesis no indica las dos partes integrantes de un dualismo absoluto, metafísico metafísico. Debe hablarse más bien de un dualismo moral. Porque, de hecho, la antítesis es utilizada para describir la decisión ante la que es colocado todo hombre: decisión por Dios o contra Dios. Esta actitud de decisión que se halla en la raíz misma de la misión de Jesús (ver el texto de Jn 8, 12).
La presencia de Jesús divide inevitablemente a los hombres en dos grupos: los que vienen a la luz, porque se deciden por Dios y por su Enviado, y los que prefieren las tinieblas, quienes rechazan a Dios y a su Enviado. Y esta actitud, como hemos visto y leemos en el texto del evangelio, es la que decide.
Elevación Espiritual para este día.
Las almas sencillas no necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mañana, durante mi acción de gracias, el Señor Jesús me dio un medio sencillo para llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los Cantares: «Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes».
Oh Jesús, no es preciso decir por tanto: «Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo». Esta sencilla palabra, «atráeme», basta. Señor, ahora lo comprendo: cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no puede correr sola, sino que todas las almas que ama son arrastradas tras ella. Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia natural de su atracción hacia ti (Teresa del Niño Jesús).
Reflexión Espiritual para el día.
La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclamo el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.
Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio. Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 5, 17-26. Prisión de los apóstoles.
Por segunda vez los apóstoles son molestados. El incidente anterior (4, 1 ss.) había terminado pacíficamente con la imposición del silencio en lo referente al nombre de Jesús. Ya allí se preveía que aquella orden no sería cumplida. Precisamente por eso son encarcelados de nuevo.
El frente de oposición lo forman el Sumo Sacerdote, la aristocracia sacerdotal y los saduceos. La actuación de los apóstoles en el área del templo los exponía a la vigilancia y control del Sumo Sacerdote. Era él quien tenía allí toda la jurisdicción y ejercía su autoridad a través de un oficial mayor asistido por un cuerpo de policías, que eran levitas. A la hora de reflexionar sobre el caso, se reúne el Sanedrín, que era el senado legislativo de la nación judía. Entendía en todo lo relativo a la Ley y, particularmente, en lo que afectaba a la religión. Su lugar de reunión estaba en el área del templo o en sus inmediaciones. En la proximidad del templo estaba también la cárcel.
La iniciativa de encarcelar a los apóstoles parte de los saduceos. Sus «celos» significan en este caso la envidia por el éxito de la predicación apostólica. Celotipia más usada y justificada en este caso porque la predicación la resurrección —que ellos negaban— daba la razón a sus enemigos, los fariseos. Lucas ve siempre en la creencia en la resurrección un punto de unión entre los judíos y los cristianos; los judíos fariseos, naturalmente, y aquellos que pensaban como ellos en lo relativo a la resurrección. De hecho los fariseos fueron más favorables al movimiento cristiano, como tendremos ocasión de ver, entre otros casos, con motivo de la intervención de Gamalid en este mismo asunto.
Esta historia de tipo anecdótico se halla en función de unas ideas fundamentales que el autor de Hechos quiere destacar. La primera es la protección divina a los anunciadores del evangelio. Cuando Dios quiere que algo vaya adelante —en este caso, el evangelio—, toda oposición humana resulta inútil y hasta ridícula. La intervención de Dios a favor de los suyos —el ángel del Señor que abrió las puertas de la cárcel— les hace seguir adelante y cumplir la misión encomendada. Los oponentes a esta voluntad de Dios quedan en una situación ridícula.
El ángel del Señor les ordena volver al templo y seguir predicando. Es la segunda lección. El templo, la casa de Dios, era el centro del judaísmo. La orden dada por el ángel del Señor a los apóstoles para que continúen predicando en el templo es un reto lanzado al judaísmo. El evangelio se presenta así reemplazando la Ley. Con ello llegan a su fin todos los privilegios judíos, cuyo resumen se veía en el templo de Jerusalén.
La última enseñanza está implícita en el contenido de la predicación de los apóstoles. Se les había ordenado predicar al pueblo las enseñanzas o las palabras de esta vida. Esta expresión extraña hace referencia a la vida nueva inaugurada por la obra salvífica de Cristo, la vida cristiana. La expresión recuerda las palabras de Jesús: he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud (Jn 10, 10). La misma realidad se expresará más tarde con una frase casi idéntica: el mensaje de esta salvación (13, 26).
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