16 de abril 2010. VIERNES DE LA II SEMANA DE PASCUA. Feria. 2ª semana del Salterio. (Ciclo C). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Engracia y comp mrs, Bernardita Soubeirous vg, Benito José Labre cf, Toribio de Astorga ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 5,34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús
Salmo 26: Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
Jn 6,1-15: Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados.
Jesús, sentado en el monte en medio de su comunidad, les plantea el problema de la comida. Tiene delante de sí una multitud y se siente responsable de ella. Sabe de antemano que la cuestión, aunque es económica, no se resuelve solamente con dinero. Hace falta mucha gente como Andrés que sabe mirar la realidad y descubrir los recursos que tiene la comunidad y ponerlos a disposición de Jesús que sabe muy bien lo que va a hacer con ellos. Hará que dejen de ser propiedad de unos pocos y pasen a ser compartidos por todos. Jesús es el buen pastor que lleva a su rebaño a los verdes pastos. Es el buen líder que hace sentar a todo el mundo, no como en los festines sociales donde los ricos se sientan y los pobres se quedan de pie. Se preocupa de la buena distribución de los bienes y de que no se desperdicie nada. Hoy en día lo que los pueblos ricos desperdician alcanzaría para saciar el hambre de la humanidad.
La gente comprende que Jesús tiene un proyecto nuevo y quieren hacerlo rey. Pero Jesús no cae en la tentación. La justicia no brota del poder sino del compartir.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 5,34-42
Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús
En aquellos días, un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo: "Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. No hace mucho salió un tal Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, dispersaron a todos sus secuaces, y todo acabó en nada. Más tarde, cuando el censo, salió Judas el Galileo, arrastrando detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y dispersaron a todos sus secuaces. En el caso presente, mi consejo es éste: No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios."
Le dieron la razón y llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el Evangelio de Jesucristo.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 26
R/.Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
El Señor es mi luz y mi salvación, / ¿a quién temeré? / El Señor es la defensa de mi vida, / ¿quién me hará temblar? R.
Una cosa pido al Señor, / eso buscaré: / habitar en la casa del Señor / por los días de mi vida; / gozar de la dulzura del Señor, / contemplando su templo. R.
Espero gozar de la dicha del Señor / en el país de la vida. / Espera en el Señor, sé valiente, / ten ánimo, espera en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,1-15
Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: "¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?" Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo."
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?" Jesús dijo: "Decid a la gente que se siente en el suelo." Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: "Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie." Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo." Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 5,34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús
Salmo 26: Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
Jn 6,1-15: Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados.
Jesús, sentado en el monte en medio de su comunidad, les plantea el problema de la comida. Tiene delante de sí una multitud y se siente responsable de ella. Sabe de antemano que la cuestión, aunque es económica, no se resuelve solamente con dinero. Hace falta mucha gente como Andrés que sabe mirar la realidad y descubrir los recursos que tiene la comunidad y ponerlos a disposición de Jesús que sabe muy bien lo que va a hacer con ellos. Hará que dejen de ser propiedad de unos pocos y pasen a ser compartidos por todos. Jesús es el buen pastor que lleva a su rebaño a los verdes pastos. Es el buen líder que hace sentar a todo el mundo, no como en los festines sociales donde los ricos se sientan y los pobres se quedan de pie. Se preocupa de la buena distribución de los bienes y de que no se desperdicie nada. Hoy en día lo que los pueblos ricos desperdician alcanzaría para saciar el hambre de la humanidad.
La gente comprende que Jesús tiene un proyecto nuevo y quieren hacerlo rey. Pero Jesús no cae en la tentación. La justicia no brota del poder sino del compartir.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 5,34-42
Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús
En aquellos días, un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo: "Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. No hace mucho salió un tal Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, dispersaron a todos sus secuaces, y todo acabó en nada. Más tarde, cuando el censo, salió Judas el Galileo, arrastrando detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y dispersaron a todos sus secuaces. En el caso presente, mi consejo es éste: No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios."
Le dieron la razón y llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el Evangelio de Jesucristo.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 26
R/.Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.
El Señor es mi luz y mi salvación, / ¿a quién temeré? / El Señor es la defensa de mi vida, / ¿quién me hará temblar? R.
Una cosa pido al Señor, / eso buscaré: / habitar en la casa del Señor / por los días de mi vida; / gozar de la dulzura del Señor, / contemplando su templo. R.
Espero gozar de la dicha del Señor / en el país de la vida. / Espera en el Señor, sé valiente, / ten ánimo, espera en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,1-15
Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: "¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?" Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo."
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?" Jesús dijo: "Decid a la gente que se siente en el suelo." Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: "Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie." Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo." Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,34-42
Lucas presenta siempre a los fariseos bajo una luz favorable. De Gamaliel dice que es fariseo, es decir, uno de los que, además de llevar una vida observante, creen en la resurrección. La intervención del doctor de la Ley se muestra prudente y resulta decisiva. A partir de dos ejemplos de rebeliones, citados asimismo por el historiador Flavio Josefo, que acabaron al poco de empezar, enuncia un principio de no intervención, en nombre de la constante intervención de Dios en favor de su pueblo. No se puede ir contra el obrar divino mediante una intervención humana.
Los apóstoles quedan en libertad después de —como Jesús— haber sido azotados. Es digna de señalar la alegría que sienten por haber merecido ese ultraje por amor al Nombre. Aparece aquí un eco de la realización de la bienaventuranza de los perseguidos: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre» (Lc 6,22). Pero hemos de señalar también que aquí se habla del Nombre en absoluto para indicar a Jesús. En el judaísmo se empleaba la expresión «el Nombre» para decir «Dios». Los Hechos de los Apóstoles llevan a cabo está atrevidísima sustitución para expresar que Dios obra en Jesús, que Dios se identifica con él.
Más aún: el hecho de que los apóstoles enseñen en el templo significa que, a pesar de las incomprensiones y los abusos de poder de las autoridades, la Iglesia de Jerusalén se consideraba aún en el ámbito del judaísmo. Ahora diríamos: era aún una «corriente», una «secta» del judaísmo. Éste, en aquel período, se mostraba, teniendo en cuenta todos los elementos, más bien tolerante. Hasta que llegó el ciclón Esteban, que obligó a dar un decisivo y doloroso giro, aunque vital.
Comentario Salmo 26.
En el Salmo anterior oíamos al autor exclamar desde lo más profundo de su alma: «Señor, yo amo la belleza de tu casa». En el salmo 26 hoy, que podríamos decir que es una continuación del anterior, el Espíritu Santo pone estas palabras en la boca de nuestro salmista: «Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor».
Vemos a este hombre no sólo con el deseo de una contemplación estática de la belleza del Templo que, personifica el Rostro de Dios; sino que, en una actitud activa, el salmista desea vivamente vivir con Dios y saborear su dulzura. Para que no quepa la menor duda de interpretación del salmo, fijémonos en las palabras de su autor: «Y sólo eso es lo que busco...». Efectivamente, busca la comunión con el mismo Dios.
¿Cómo puede un hombre mantener y llevar adelante estos deseos e impulsos cuando a veces tenemos la impresión de que Dios, no aparece por ninguna parte, cuando miramos dentro y fuera de nosotros mismos y sólo percibimos su angustiante ausencia?
¿Cómo avivar la esperanza cuando lo único que experimentamos de Dios es que nos ha abandonado, que se ha despreocupado de nosotros?
¿Hay algún motivo para seguir confiando, para orientar nuestra vida en una búsqueda aparentemente inútil?
Dios responde a nuestro ser tentado, por medio de su propio Hijo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla, y al que llama se le abrirá» (Mt 7,7-8). Este nuestro Dios, al que a veces podemos considerar sordo, ciego e insensible ante nuestros dramas, viene en nuestra búsqueda, viene en nuestro rescate bajo la figura del Buen Pastor. Dice Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,27-28).
Esta «Voz» es el Evangelio proclamado por Jesús; quien lo escucha saborea la dulzura de Dios como pedía el salmista; y así nos lo atestigua Él mismo en el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Dios mismo entra en comunión con el hombre traspasando infinitamente los deseos del salmista.
Inmensurable la promesa de Dios, inmensurable también nuestra precariedad. Pero aun en esta nuestra pobreza, aun cuando en la tentación bajemos a lo profundo de nuestros abismos, siempre queda, por muy débil que sea, el grito de nuestro propio corazón insatisfecho. Como dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en Ti». Esta insatisfacción profunda es, aun sin saberlo conscientemente, el grito que alcanza a Dios. Continuemos con el salmo: Escucha, Señor, mi grito de súplica, ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: “¡buscad mi rostro!”. Tu rostro es lo que busco, Señor».
Sean cuales sean los caminos por donde ha sido llevado un hombre y, por muy débil e imperceptible que sea el grito de su corazón..., Dios lo oye, actúa y salva. No es en nuestros méritos, sino en las infinitas y misericordiosas entrañas de Dios, donde se apoya nuestra esperanza. Por eso escuchamos en el profeta Isaías una de las características que van a definir al Hijo de Dios: «Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará» (Is 42,3). Dios envió su Hijo al mundo para que todo el que se vuelva hacia Él buscando su rostro, sea cual sea su situación moral, no quede defraudado.
Jesucristo, que lleva en su carne la inagotable misericordia de su Padre, viendo a la humanidad doliente y su friendo con el hombre el cansancio de su propio corazón, proclama esta buena noticia: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).
El Hijo de Dios muere no para darnos ningún ejemplo moralizante, sino para comprarnos en rescate para el Padre. Así lo anuncia el apóstol Pedro: «Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Jesucristo» (1Pe 1,18-19). Sangre preciosa del Cordero que ha hecho posible que el rostro de Dios que buscaba el salmista esté transparentado en toda su plenitud en el santo Evangelio.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,1-15
El milagro de la multiplicación de los panes introduce, de manera simbólica, en el magno “discurso del pan de vida” y está situado en el centro de la actividad pública de Jesús. Se trata de un signo querido por el Maestro para revelarse a sí mismo. Sin embargo, Juan presenta el signo como el nuevo milagro del maná (cf. Éx 16), hecho por Jesús, nuevo Moisés, en un nuevo Éxodo, y como símbolo de la eucaristía, cuya institución durante la última cena, a diferencia de los sinópticos, no cuenta el cuarto evangelio.
El fragmento manifiesta un significado cristológico y sacramental preciso. Este sentido no es tanto saciar el hambre de la muchedumbre, como revelar la gloria de Dios en Jesús, Palabra hecha carne. El texto está dividido de este modo: a) introducción histórica (vv. 1-4); b) diálogo entre Jesús y los discípulos (vv. 5-10); c) descripción del signo-milagro (vv. 11-13); d) incomprensión de la muchedumbre y soledad de Jesús, que se retira a rezar en el monte (vv. 14s).
Para Juan, Jesús es aquel en quien se cumple el pasado y se realizan todas las esperanzas de Israel. En efecto, el pan que el Maestro va a dar al pueblo perfecciona —superándola— la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla, en primer lugar, a la gente que le sigue de la nueva alianza con Dios y de la vida eterna (a la que está destinada la humanidad). A continuación, toma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. La solución humana no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7). Es Jesús quien va a satisfacer en plenitud todas las necesidades. El alimento se multiplica en sus manos. Todos quedan alimentados hasta tal punto que, por indicación de Jesús, se recoge lo que ha sobrado en doce cestos “para que no se pierda nada” (vv. 12s). Con el signo del pan, Jesús se presenta como el Mesías esperado que sacia el hambre de su pueblo sin bajar a compromisos con el proyecto que el Padre ha trazado.
La intervención de Gamaliel resulta al final favorable a los apóstoles. Su principio de no intervención —si la novedad no es de Dios, no durará; y si es de Dios, es inútil oponerse a ella— se cita con frecuencia como ejemplo de consejo sabio y prudente. Aunque no siempre está dictado por la sabiduría, porque puede meterse por medio la pereza, cierto deseo de vivir tranquilo, de dejar correr las cosas —incluso se podría incurrir en fatalismo—, sin embargo, cuando está dictado por un espíritu de fe en el Dios que obra en la historia, es, a buen seguro, un hecho positivo.
Es preciso poner en circulación, al menos en circunstancias parecidas, el criterio sugerido por Gamaliel, especialmente en Occidente, donde todo parece depender de nosotros y donde, hasta en las cosas de Dios, es el principio de la eficiencia el que dicta la ley. Es necesario adquirir de nuevo el sentido de Dios, que obra de continuo, que puede obrar, que está presente tanto en los fenómenos grandes como en los pequeños. Es necesario que seamos más humildes frente a los problemas de la salvación. En ellos el protagonista es Dios; nosotros somos sólo pobres y pequeños colaboradores. Lo que se nos pide es que no «arruinemos» los planes de Dios, que discernamos más bien, con humildad, su acción, para secundarla, no para ponernos por encima de ella.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,1-15, para nuestros Mayores. Los panes multiplicados.
A partir de hoy hasta el sábado de la semana siguiente tendremos como evangelio el capítulo sexto de Juan, que contiene la multiplicación de los panes y el discurso del pan de vida. El hecho de que lo narren los cuatro evangelistas, y Mateo y Marcos dos veces, pone de relieve la importancia que daba la Iglesia apostólica al milagro de los panes por su largo alcance de signo.
Desde el principio ha ocupado un puesto destacado en la iconografía cristiana: en frescos y mosaicos de las catacumbas y basílicas. Todo el relato, más allá del hecho histórico, está lleno de simbolismo y alusiones teológicas. Tiene una referencia al nuevo pueblo de Dios que Jesús convoca y que va de camino hacia la tierra de promisión, como Moisés convocó a su pueblo y lo sacó de la esclavitud para llevarlo a la tierra de promisión a través del desierto; tiene también una referencia mesiánica y una intencionalidad eucarística.
Moisés dio al pueblo hambriento el maná. Si éste fue el alimento de Israel peregrino a través del desierto, el pan de vida, que es Jesús, será el que sacie el hambre del nuevo pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Para poner de relieve el paralelismo, Juan escribe: “Había mucha hierba en aquel sitio”... Era primavera. “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. Jesús se presenta, pues, como el cordero inmolado, que es al mismo tiempo el verdadero maná bajado del cielo.
Jesús, como Moisés, empieza por “congregar” a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52), “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). La multiplicación anuncia la llegada del Reino y de los tiempos mesiánicos para los pobres de Dios. Con entusiasmo colectivo exclaman al final: “Éste sí que es el profeta que tenía que venir al mundo”. En el relato Jesús nos muestra a través de una comida comunitaria en qué consiste el proyecto del Padre sobre los hombres. En varias parábolas lo presenta como un banquete. Con ello Jesús nos convoca a sus seguidores a ser “pueblo” de Dios, Iglesia, comunidad.
No hay verdadero seguimiento de Jesús, sino en comunidad; no hay eucaristía sin fraternidad. Algo parecido a lo que nos cuenta el evangelista lo gozamos periódicamente quienes compartimos la fe en comunidad con gente de corazón sencillo; acontece también la multiplicación de los panes y los peces. Después de una Eucaristía de cerca de dos horas de duración, muy animada y muy participada, en la que los “con-celebrantes” (todos) dan su testimonio cargado de humanidad, se ponen en común las tristezas y las alegrías, las situaciones personales, familiares y comunitarias, y en la que se reza por todos, se comparten los bienes y todos comparten los alimentos. Luego el pueblo canta, baila, se celebra una auténtica fiesta popular. Pero, por supuesto, no se trata de algo improvisado, como una romería que se celebra una vez al año, sino de una fiesta de una comunidad que vive permanentemente la solidaridad y en la que todos luchan juntos. No se trata tampoco de una celebración excepcional como si se tratara de la fiesta del patrono. Es el clima en el que vive la comunidad habitualmente, en la que todos están integrados y todos colaboran de alguna forma. Es la comunidad la que hace la Eucaristía, del mismo modo que la Eucaristía hace comunidad. La comunidad es el primer sacramento, el ámbito propio en el que se celebran los demás. En la tradición de la Iglesia aparece bien claro que cuando no hay fraternidad, sobra la Eucaristía.
Los panes y los peces compartidos se multiplican. La realización del Reino tiene un momento culminante: es la Eucaristía, el encuentro de comunión de los hermanos en el que se multiplica misteriosamente el Pan de vida. Los evangelistas subrayan el carácter eucarístico de esta multiplicación. La describen intencionadamente con los mismos gestos y las mismas palabras con que narran la institución de la Eucaristía.
En la Eucaristía se vive concentradamente el Evangelio. Se celebra lo que se es: la comunidad de hermanos. Ello supone compartir. El gran milagro de la multiplicación consistió en que, cuando parecía que no había nada que comer, y el muchacho compartió los cinco panes y los dos peces.
La Eucaristía ha de ser una invitación apremiante a compartir lo que tenemos: tiempo, conocimientos, bienes materiales o habilidades. La Eucaristía es un gesto revolucionario que supone y reclama dar y darse. Los Santos Padres recriminaban a quienes acudían a la celebración con las manos vacías. Y advertían que, sobre todo cuando se trataba de ricos, “no celebraban de verdad la Eucaristía si no compartían”.
Celebrar la Eucaristía es participar del pan de la Palabra en la que Cristo nos invita a vivir su propia vida, animados por su mismo espíritu, inflamados en sus mismos entusiasmos por el Reino. Y es participar de su cuerpo para revestirnos de él, para recibir transfusiones de su vida, para ser atraídos por él en la entrega a los hermanos. A veces nos preocupamos de pequeños ritos, y mientras tanto no nos preocupa si la Eucaristía es o no signo de verdadera fraternidad y solidaridad, e impulso para construirlas, sin lo cual resulta mentiroso y vacío. No se nos exige como condición una fraternidad cumplida, pero sí vivir en tensión hacia ella. Toda Eucaristía ha de ser expresión gozosa de unidad. Así la vivían los primeros cristianos.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,1-15, de Joven para Joven. La comida del pueblo.
En esta escena se distribuyen los papeles de los discípulos y del pueblo. Ambos se encuentran con Jesús en una especie de situación de diálogo pero —y esto es muy claro— a partir de actitudes fundamentales totalmente distintas. Lo particularmente típico de la comunicación entre Jesús y sus discípulos es el hecho que los discípulos están dispuestos a dejarse conducir por Jesús, sin saber hacia dónde van. Ellos se entregan y, por eso, son introducidos en un mundo maravilloso, del que hasta ahora no tenían ni idea.
Esto tiene lugar en dos rondas de diálogos: la primera al comienzo del relato, la segunda hacia el final. La primera comienza con una pregunta de Jesús a sus discípulos: « ¿dónde (!) habrémos de comprar pan?» (6,5). Felipe piensa en una suma de dinero y Andrés en una cantidad de alimento, ambos intuyendo que su respuesta es insuficiente, para superar la situación de carestía. A través de la observación del autor «él decía esto para ponerlos a prueba, pues sabía bien lo que se proponía>’ (6,6), el lector se torna más inteligente que los discípulos: el «dónde» tiene que ver con la misión de Jesús. Felipe aún no ha avanzado tanto; él piensa en una suma y en la imposibilidad de resolver el problema con dinero. Es interesante que Andrés venga en su ayuda. Felipe y Andrés son un pareja de discípulos que en el resto de la narración aparecerán de nuevo juntos (cf. 12,20-22) y que ya al comienzo del evangelio están unidos (en 1,43-44). En el presente punto de relato es en sí mismo muy probable que Andrés le dice a Jesús que allí hay un jovencito con cinco panes y dos pescados (6,8- 9). Gramaticalmente también es posible considerar que Andrés le dice esa frase a Felipe, naturalmente para ayudarlo. De cualquier modo, como en el relato de la samaritana, la interpretación del comer que hacen los discípulos está unida al mundo material: un mundo donde falta alimento, en el que se compra comida con dinero y donde el alimento está o falta en cantidades contables. Pero sin tener en cuenta esto, los discípulos siguen la orden de Jesús sin comentario alguno. Acogen a la gente y parece que no están tan errados: todo el pueblo recibe qué comer.
Esto se denomina siempre un milagro, pero hay que advertir que este «milagro-interpretación» es una acción del lector. Lo portentoso que acontece no es «la multiplicación de los panes», como se denomina a menudo a esta historia, sino la revelación de otro mundo, el mundo alternativo de Jesús. En la segunda, breve, conversación de Jesús con sus discípulos se muestra esto muy claramente. De nuevo Jesús da una orden y nuevamente esto supera lo posible: «Recoged los trozos, para que nada se pierda» (6,12). Y de nuevo los discípulos cumplen el encargo, sin que les sea claro cómo lo reunido no se perderá. En el mundo del que procede Jesús y que él ahora hace presente, se distribuye alimento, se da como un banquete, está allí en sobreabundancia y nada se pierde. El relato de la comida del pueblo es una narración con final abierto, como prenda por un mundo que todavía tiene que venir, o quizás mejor dicho, por un mundo que ciertamente está viniendo.
Jesús también está en diálogo con la multitud. De manera negativa esto ya ha sido introducido al comienzo, cuando la gente corre tras Jesús en una búsqueda sensacionalista. Ellos esperan que tenga lugar un signo, pero cuando Jesús hace uno, no lo comprenden. Su incomprensión se manifiesta, sobre todo, en su reacción al final del relato. Llaman a Jesús un profeta y quieren hacerlo rey. El pueblo es activo y quiere ejercer su influencia, quieren «apoderarse» de Jesús, pero él no se lo concede. Jesús se retira solo al monte. Quien ve la distribución de pan y el dar de comer como el acto de un pretendiente al trono lleno de afán de poder, equivoca el sentido de la acción de Jesús: el saber de «dónde» procede el alimento —el misterio celestial del dador del alimento—, y el saber que con Jesús se hace presente un mundo que no se puede comprender en relaciones políticas de poder.
Elevación Espiritual para este día.
Os suplico que os establezcáis totalmente en Dios para todos vuestros asuntos, sin fiaros de vuestro poder o saber, ni tampoco de la opinión humana. Con esta condición, os considero armados contra todas las grandes adversidades espirituales y corporales que os puedan sobrevenir.
En efecto, Dios sostiene y fortifica a los humildes, especialmente a aquellos que, en las cosas pequeñas y bajas, han visto sus debilidades como en un claro espejo y se han vencido. Cuando esos hombres se sienten presa de tribulaciones superiores a todas las que han conocido, nada puede derrumbarlos, porque tienen la seguridad, en virtud de la grandeza de su confianza en Dios, de que nada puede acontecerles sin su permiso y sin su consentimiento.
Reflexión Espiritual para el día.
Una lectura espiritual no significa sólo leer sobre personas o cosas espirituales. Es también leer espiritualmente, es decir, de manera espiritual, a saber: leer con el deseo de que Dios venga más cerca de nosotros.
La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: « ¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: « ¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de qué hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos haciendo.
La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: « ¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: « ¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de qué hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos haciendo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 5, 34-42. Intervención de Gamaliel.
La defensa hecha por Pedro ante el Sanedrín había echado por tierra la doble acusación formulada contra los apóstoles. La responsabilidad judía por la muerte de Jesús era evidente. Lo mismo que era evidente que la desobediencia de los apóstoles estaba exigida por una obediencia superior, la obediencia a Dios. La defensa de Pedro provocó la indignación. Era lógico, porque se había convertido en una gravísima acusación hecha a sus acusadores. La reacción inmediata fue dar muerte a los apóstoles.
Se impuso la moderación gracias a la intervención de Gamaliel. Este fariseo era descendiente del célebre Hillel y había adquirido gran celebridad. Según el libro de los Hechos (22, 3) fue maestro de Pablo. Como fariseo, veía con simpatía el movimiento cristiano, por su predicación de la resurrección. Su postura contrasta con la abierta hostilidad de los saduceos, que la negaban. Aunque tal vez Lucas exagere esta simpatía. Aparte de la presentación de Lucas, la actitud de Gamaliel corresponde a la de un fariseo docto. El cristianismo se presentaba como el cumplimiento de las Escrituras; por tanto, sería completamente arbitrario que un fariseo lo excluyese sin más. Lo aconsejable, de momento, era esperar.
Todo falso movimiento mesiánico se deshace por sí mismo. Así razona Gamaliel. Y cimenta su argumentación remitiendo a la experiencia histórica. Menciona dos movimientos mesiánicos capitaneados uno por Teudas y tro por Judas, ambos con la pretensión de ser el Mesías. Judas, el Galileo, nos es bien conocido. Se puso al frente de una rebelión contra Roma a raíz del censo impuesto siendo gobernador de Siria Cirino, el año 6-7 de nuestra era. El movimiento, que él inició, continuó en los zelotas También Teudas era bien conocido en el tiempo en escribe Lucas. Pero la rebelión provocada por él tuvo treinta años más tarde de cuando habla Gamaliel. Lucas prescinde de esta circunstancia —que no perdonaríamos a un historiador moderno— y aduce los dos ejemplos más llamativos de movimientos mesiánicos fracasados. Y no tiene dificultad en poner, también el segundo ejemplo, en labios de Gamaliel.
Lo mismo ocurrirá con el movimiento cristiano. Si es falso, se desvanecerá por sí mismo. En este caso la oposición a dicho movimiento sería innecesaria. Pero si el movimiento es obra de Dios, la oposición sería inútil y hasta impía. Este razonamiento de Gamaliel fue aceptado por el Sanedrín. Los apóstoles fueron puestos en libertad, no sin antes haberlos azotado, como amonestación seria, y haberlos prohibido hablar de aquel “nombre”. La deshonra recibida de los hombres es interpretada por ellos como un honor que Dios les había concedido. Se habían hecho realidad en ellos las persecuciones anunciadas por Jesús para sus discípulos (Mt 10, 17; 23, 34); habían sido objeto de una de las bienaventuranzas de Jesús (Mt 5, 11-12); habían sido equiparados a Jesús (Mc 15, 15; Jn 19, 1). En lugar de acobardarse, la dificultad y la persecución les dieron nuevos ánimos para seguir predicando que Jesús es el Mesías. El evangelio seguía adelante a pesar de los obstáculos humanos. Esta es siempre la tesis de Lucas.
Lucas presenta siempre a los fariseos bajo una luz favorable. De Gamaliel dice que es fariseo, es decir, uno de los que, además de llevar una vida observante, creen en la resurrección. La intervención del doctor de la Ley se muestra prudente y resulta decisiva. A partir de dos ejemplos de rebeliones, citados asimismo por el historiador Flavio Josefo, que acabaron al poco de empezar, enuncia un principio de no intervención, en nombre de la constante intervención de Dios en favor de su pueblo. No se puede ir contra el obrar divino mediante una intervención humana.
Los apóstoles quedan en libertad después de —como Jesús— haber sido azotados. Es digna de señalar la alegría que sienten por haber merecido ese ultraje por amor al Nombre. Aparece aquí un eco de la realización de la bienaventuranza de los perseguidos: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre» (Lc 6,22). Pero hemos de señalar también que aquí se habla del Nombre en absoluto para indicar a Jesús. En el judaísmo se empleaba la expresión «el Nombre» para decir «Dios». Los Hechos de los Apóstoles llevan a cabo está atrevidísima sustitución para expresar que Dios obra en Jesús, que Dios se identifica con él.
Más aún: el hecho de que los apóstoles enseñen en el templo significa que, a pesar de las incomprensiones y los abusos de poder de las autoridades, la Iglesia de Jerusalén se consideraba aún en el ámbito del judaísmo. Ahora diríamos: era aún una «corriente», una «secta» del judaísmo. Éste, en aquel período, se mostraba, teniendo en cuenta todos los elementos, más bien tolerante. Hasta que llegó el ciclón Esteban, que obligó a dar un decisivo y doloroso giro, aunque vital.
Comentario Salmo 26.
En el Salmo anterior oíamos al autor exclamar desde lo más profundo de su alma: «Señor, yo amo la belleza de tu casa». En el salmo 26 hoy, que podríamos decir que es una continuación del anterior, el Espíritu Santo pone estas palabras en la boca de nuestro salmista: «Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor».
Vemos a este hombre no sólo con el deseo de una contemplación estática de la belleza del Templo que, personifica el Rostro de Dios; sino que, en una actitud activa, el salmista desea vivamente vivir con Dios y saborear su dulzura. Para que no quepa la menor duda de interpretación del salmo, fijémonos en las palabras de su autor: «Y sólo eso es lo que busco...». Efectivamente, busca la comunión con el mismo Dios.
¿Cómo puede un hombre mantener y llevar adelante estos deseos e impulsos cuando a veces tenemos la impresión de que Dios, no aparece por ninguna parte, cuando miramos dentro y fuera de nosotros mismos y sólo percibimos su angustiante ausencia?
¿Cómo avivar la esperanza cuando lo único que experimentamos de Dios es que nos ha abandonado, que se ha despreocupado de nosotros?
¿Hay algún motivo para seguir confiando, para orientar nuestra vida en una búsqueda aparentemente inútil?
Dios responde a nuestro ser tentado, por medio de su propio Hijo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla, y al que llama se le abrirá» (Mt 7,7-8). Este nuestro Dios, al que a veces podemos considerar sordo, ciego e insensible ante nuestros dramas, viene en nuestra búsqueda, viene en nuestro rescate bajo la figura del Buen Pastor. Dice Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,27-28).
Esta «Voz» es el Evangelio proclamado por Jesús; quien lo escucha saborea la dulzura de Dios como pedía el salmista; y así nos lo atestigua Él mismo en el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Dios mismo entra en comunión con el hombre traspasando infinitamente los deseos del salmista.
Inmensurable la promesa de Dios, inmensurable también nuestra precariedad. Pero aun en esta nuestra pobreza, aun cuando en la tentación bajemos a lo profundo de nuestros abismos, siempre queda, por muy débil que sea, el grito de nuestro propio corazón insatisfecho. Como dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en Ti». Esta insatisfacción profunda es, aun sin saberlo conscientemente, el grito que alcanza a Dios. Continuemos con el salmo: Escucha, Señor, mi grito de súplica, ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: “¡buscad mi rostro!”. Tu rostro es lo que busco, Señor».
Sean cuales sean los caminos por donde ha sido llevado un hombre y, por muy débil e imperceptible que sea el grito de su corazón..., Dios lo oye, actúa y salva. No es en nuestros méritos, sino en las infinitas y misericordiosas entrañas de Dios, donde se apoya nuestra esperanza. Por eso escuchamos en el profeta Isaías una de las características que van a definir al Hijo de Dios: «Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará» (Is 42,3). Dios envió su Hijo al mundo para que todo el que se vuelva hacia Él buscando su rostro, sea cual sea su situación moral, no quede defraudado.
Jesucristo, que lleva en su carne la inagotable misericordia de su Padre, viendo a la humanidad doliente y su friendo con el hombre el cansancio de su propio corazón, proclama esta buena noticia: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).
El Hijo de Dios muere no para darnos ningún ejemplo moralizante, sino para comprarnos en rescate para el Padre. Así lo anuncia el apóstol Pedro: «Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Jesucristo» (1Pe 1,18-19). Sangre preciosa del Cordero que ha hecho posible que el rostro de Dios que buscaba el salmista esté transparentado en toda su plenitud en el santo Evangelio.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,1-15
El milagro de la multiplicación de los panes introduce, de manera simbólica, en el magno “discurso del pan de vida” y está situado en el centro de la actividad pública de Jesús. Se trata de un signo querido por el Maestro para revelarse a sí mismo. Sin embargo, Juan presenta el signo como el nuevo milagro del maná (cf. Éx 16), hecho por Jesús, nuevo Moisés, en un nuevo Éxodo, y como símbolo de la eucaristía, cuya institución durante la última cena, a diferencia de los sinópticos, no cuenta el cuarto evangelio.
El fragmento manifiesta un significado cristológico y sacramental preciso. Este sentido no es tanto saciar el hambre de la muchedumbre, como revelar la gloria de Dios en Jesús, Palabra hecha carne. El texto está dividido de este modo: a) introducción histórica (vv. 1-4); b) diálogo entre Jesús y los discípulos (vv. 5-10); c) descripción del signo-milagro (vv. 11-13); d) incomprensión de la muchedumbre y soledad de Jesús, que se retira a rezar en el monte (vv. 14s).
Para Juan, Jesús es aquel en quien se cumple el pasado y se realizan todas las esperanzas de Israel. En efecto, el pan que el Maestro va a dar al pueblo perfecciona —superándola— la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla, en primer lugar, a la gente que le sigue de la nueva alianza con Dios y de la vida eterna (a la que está destinada la humanidad). A continuación, toma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. La solución humana no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7). Es Jesús quien va a satisfacer en plenitud todas las necesidades. El alimento se multiplica en sus manos. Todos quedan alimentados hasta tal punto que, por indicación de Jesús, se recoge lo que ha sobrado en doce cestos “para que no se pierda nada” (vv. 12s). Con el signo del pan, Jesús se presenta como el Mesías esperado que sacia el hambre de su pueblo sin bajar a compromisos con el proyecto que el Padre ha trazado.
La intervención de Gamaliel resulta al final favorable a los apóstoles. Su principio de no intervención —si la novedad no es de Dios, no durará; y si es de Dios, es inútil oponerse a ella— se cita con frecuencia como ejemplo de consejo sabio y prudente. Aunque no siempre está dictado por la sabiduría, porque puede meterse por medio la pereza, cierto deseo de vivir tranquilo, de dejar correr las cosas —incluso se podría incurrir en fatalismo—, sin embargo, cuando está dictado por un espíritu de fe en el Dios que obra en la historia, es, a buen seguro, un hecho positivo.
Es preciso poner en circulación, al menos en circunstancias parecidas, el criterio sugerido por Gamaliel, especialmente en Occidente, donde todo parece depender de nosotros y donde, hasta en las cosas de Dios, es el principio de la eficiencia el que dicta la ley. Es necesario adquirir de nuevo el sentido de Dios, que obra de continuo, que puede obrar, que está presente tanto en los fenómenos grandes como en los pequeños. Es necesario que seamos más humildes frente a los problemas de la salvación. En ellos el protagonista es Dios; nosotros somos sólo pobres y pequeños colaboradores. Lo que se nos pide es que no «arruinemos» los planes de Dios, que discernamos más bien, con humildad, su acción, para secundarla, no para ponernos por encima de ella.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,1-15, para nuestros Mayores. Los panes multiplicados.
A partir de hoy hasta el sábado de la semana siguiente tendremos como evangelio el capítulo sexto de Juan, que contiene la multiplicación de los panes y el discurso del pan de vida. El hecho de que lo narren los cuatro evangelistas, y Mateo y Marcos dos veces, pone de relieve la importancia que daba la Iglesia apostólica al milagro de los panes por su largo alcance de signo.
Desde el principio ha ocupado un puesto destacado en la iconografía cristiana: en frescos y mosaicos de las catacumbas y basílicas. Todo el relato, más allá del hecho histórico, está lleno de simbolismo y alusiones teológicas. Tiene una referencia al nuevo pueblo de Dios que Jesús convoca y que va de camino hacia la tierra de promisión, como Moisés convocó a su pueblo y lo sacó de la esclavitud para llevarlo a la tierra de promisión a través del desierto; tiene también una referencia mesiánica y una intencionalidad eucarística.
Moisés dio al pueblo hambriento el maná. Si éste fue el alimento de Israel peregrino a través del desierto, el pan de vida, que es Jesús, será el que sacie el hambre del nuevo pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Para poner de relieve el paralelismo, Juan escribe: “Había mucha hierba en aquel sitio”... Era primavera. “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. Jesús se presenta, pues, como el cordero inmolado, que es al mismo tiempo el verdadero maná bajado del cielo.
Jesús, como Moisés, empieza por “congregar” a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52), “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). La multiplicación anuncia la llegada del Reino y de los tiempos mesiánicos para los pobres de Dios. Con entusiasmo colectivo exclaman al final: “Éste sí que es el profeta que tenía que venir al mundo”. En el relato Jesús nos muestra a través de una comida comunitaria en qué consiste el proyecto del Padre sobre los hombres. En varias parábolas lo presenta como un banquete. Con ello Jesús nos convoca a sus seguidores a ser “pueblo” de Dios, Iglesia, comunidad.
No hay verdadero seguimiento de Jesús, sino en comunidad; no hay eucaristía sin fraternidad. Algo parecido a lo que nos cuenta el evangelista lo gozamos periódicamente quienes compartimos la fe en comunidad con gente de corazón sencillo; acontece también la multiplicación de los panes y los peces. Después de una Eucaristía de cerca de dos horas de duración, muy animada y muy participada, en la que los “con-celebrantes” (todos) dan su testimonio cargado de humanidad, se ponen en común las tristezas y las alegrías, las situaciones personales, familiares y comunitarias, y en la que se reza por todos, se comparten los bienes y todos comparten los alimentos. Luego el pueblo canta, baila, se celebra una auténtica fiesta popular. Pero, por supuesto, no se trata de algo improvisado, como una romería que se celebra una vez al año, sino de una fiesta de una comunidad que vive permanentemente la solidaridad y en la que todos luchan juntos. No se trata tampoco de una celebración excepcional como si se tratara de la fiesta del patrono. Es el clima en el que vive la comunidad habitualmente, en la que todos están integrados y todos colaboran de alguna forma. Es la comunidad la que hace la Eucaristía, del mismo modo que la Eucaristía hace comunidad. La comunidad es el primer sacramento, el ámbito propio en el que se celebran los demás. En la tradición de la Iglesia aparece bien claro que cuando no hay fraternidad, sobra la Eucaristía.
Los panes y los peces compartidos se multiplican. La realización del Reino tiene un momento culminante: es la Eucaristía, el encuentro de comunión de los hermanos en el que se multiplica misteriosamente el Pan de vida. Los evangelistas subrayan el carácter eucarístico de esta multiplicación. La describen intencionadamente con los mismos gestos y las mismas palabras con que narran la institución de la Eucaristía.
En la Eucaristía se vive concentradamente el Evangelio. Se celebra lo que se es: la comunidad de hermanos. Ello supone compartir. El gran milagro de la multiplicación consistió en que, cuando parecía que no había nada que comer, y el muchacho compartió los cinco panes y los dos peces.
La Eucaristía ha de ser una invitación apremiante a compartir lo que tenemos: tiempo, conocimientos, bienes materiales o habilidades. La Eucaristía es un gesto revolucionario que supone y reclama dar y darse. Los Santos Padres recriminaban a quienes acudían a la celebración con las manos vacías. Y advertían que, sobre todo cuando se trataba de ricos, “no celebraban de verdad la Eucaristía si no compartían”.
Celebrar la Eucaristía es participar del pan de la Palabra en la que Cristo nos invita a vivir su propia vida, animados por su mismo espíritu, inflamados en sus mismos entusiasmos por el Reino. Y es participar de su cuerpo para revestirnos de él, para recibir transfusiones de su vida, para ser atraídos por él en la entrega a los hermanos. A veces nos preocupamos de pequeños ritos, y mientras tanto no nos preocupa si la Eucaristía es o no signo de verdadera fraternidad y solidaridad, e impulso para construirlas, sin lo cual resulta mentiroso y vacío. No se nos exige como condición una fraternidad cumplida, pero sí vivir en tensión hacia ella. Toda Eucaristía ha de ser expresión gozosa de unidad. Así la vivían los primeros cristianos.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,1-15, de Joven para Joven. La comida del pueblo.
En esta escena se distribuyen los papeles de los discípulos y del pueblo. Ambos se encuentran con Jesús en una especie de situación de diálogo pero —y esto es muy claro— a partir de actitudes fundamentales totalmente distintas. Lo particularmente típico de la comunicación entre Jesús y sus discípulos es el hecho que los discípulos están dispuestos a dejarse conducir por Jesús, sin saber hacia dónde van. Ellos se entregan y, por eso, son introducidos en un mundo maravilloso, del que hasta ahora no tenían ni idea.
Esto tiene lugar en dos rondas de diálogos: la primera al comienzo del relato, la segunda hacia el final. La primera comienza con una pregunta de Jesús a sus discípulos: « ¿dónde (!) habrémos de comprar pan?» (6,5). Felipe piensa en una suma de dinero y Andrés en una cantidad de alimento, ambos intuyendo que su respuesta es insuficiente, para superar la situación de carestía. A través de la observación del autor «él decía esto para ponerlos a prueba, pues sabía bien lo que se proponía>’ (6,6), el lector se torna más inteligente que los discípulos: el «dónde» tiene que ver con la misión de Jesús. Felipe aún no ha avanzado tanto; él piensa en una suma y en la imposibilidad de resolver el problema con dinero. Es interesante que Andrés venga en su ayuda. Felipe y Andrés son un pareja de discípulos que en el resto de la narración aparecerán de nuevo juntos (cf. 12,20-22) y que ya al comienzo del evangelio están unidos (en 1,43-44). En el presente punto de relato es en sí mismo muy probable que Andrés le dice a Jesús que allí hay un jovencito con cinco panes y dos pescados (6,8- 9). Gramaticalmente también es posible considerar que Andrés le dice esa frase a Felipe, naturalmente para ayudarlo. De cualquier modo, como en el relato de la samaritana, la interpretación del comer que hacen los discípulos está unida al mundo material: un mundo donde falta alimento, en el que se compra comida con dinero y donde el alimento está o falta en cantidades contables. Pero sin tener en cuenta esto, los discípulos siguen la orden de Jesús sin comentario alguno. Acogen a la gente y parece que no están tan errados: todo el pueblo recibe qué comer.
Esto se denomina siempre un milagro, pero hay que advertir que este «milagro-interpretación» es una acción del lector. Lo portentoso que acontece no es «la multiplicación de los panes», como se denomina a menudo a esta historia, sino la revelación de otro mundo, el mundo alternativo de Jesús. En la segunda, breve, conversación de Jesús con sus discípulos se muestra esto muy claramente. De nuevo Jesús da una orden y nuevamente esto supera lo posible: «Recoged los trozos, para que nada se pierda» (6,12). Y de nuevo los discípulos cumplen el encargo, sin que les sea claro cómo lo reunido no se perderá. En el mundo del que procede Jesús y que él ahora hace presente, se distribuye alimento, se da como un banquete, está allí en sobreabundancia y nada se pierde. El relato de la comida del pueblo es una narración con final abierto, como prenda por un mundo que todavía tiene que venir, o quizás mejor dicho, por un mundo que ciertamente está viniendo.
Jesús también está en diálogo con la multitud. De manera negativa esto ya ha sido introducido al comienzo, cuando la gente corre tras Jesús en una búsqueda sensacionalista. Ellos esperan que tenga lugar un signo, pero cuando Jesús hace uno, no lo comprenden. Su incomprensión se manifiesta, sobre todo, en su reacción al final del relato. Llaman a Jesús un profeta y quieren hacerlo rey. El pueblo es activo y quiere ejercer su influencia, quieren «apoderarse» de Jesús, pero él no se lo concede. Jesús se retira solo al monte. Quien ve la distribución de pan y el dar de comer como el acto de un pretendiente al trono lleno de afán de poder, equivoca el sentido de la acción de Jesús: el saber de «dónde» procede el alimento —el misterio celestial del dador del alimento—, y el saber que con Jesús se hace presente un mundo que no se puede comprender en relaciones políticas de poder.
Elevación Espiritual para este día.
Os suplico que os establezcáis totalmente en Dios para todos vuestros asuntos, sin fiaros de vuestro poder o saber, ni tampoco de la opinión humana. Con esta condición, os considero armados contra todas las grandes adversidades espirituales y corporales que os puedan sobrevenir.
En efecto, Dios sostiene y fortifica a los humildes, especialmente a aquellos que, en las cosas pequeñas y bajas, han visto sus debilidades como en un claro espejo y se han vencido. Cuando esos hombres se sienten presa de tribulaciones superiores a todas las que han conocido, nada puede derrumbarlos, porque tienen la seguridad, en virtud de la grandeza de su confianza en Dios, de que nada puede acontecerles sin su permiso y sin su consentimiento.
Reflexión Espiritual para el día.
Una lectura espiritual no significa sólo leer sobre personas o cosas espirituales. Es también leer espiritualmente, es decir, de manera espiritual, a saber: leer con el deseo de que Dios venga más cerca de nosotros.
La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: « ¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: « ¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de qué hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos haciendo.
La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: « ¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: « ¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de qué hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos haciendo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 5, 34-42. Intervención de Gamaliel.
La defensa hecha por Pedro ante el Sanedrín había echado por tierra la doble acusación formulada contra los apóstoles. La responsabilidad judía por la muerte de Jesús era evidente. Lo mismo que era evidente que la desobediencia de los apóstoles estaba exigida por una obediencia superior, la obediencia a Dios. La defensa de Pedro provocó la indignación. Era lógico, porque se había convertido en una gravísima acusación hecha a sus acusadores. La reacción inmediata fue dar muerte a los apóstoles.
Se impuso la moderación gracias a la intervención de Gamaliel. Este fariseo era descendiente del célebre Hillel y había adquirido gran celebridad. Según el libro de los Hechos (22, 3) fue maestro de Pablo. Como fariseo, veía con simpatía el movimiento cristiano, por su predicación de la resurrección. Su postura contrasta con la abierta hostilidad de los saduceos, que la negaban. Aunque tal vez Lucas exagere esta simpatía. Aparte de la presentación de Lucas, la actitud de Gamaliel corresponde a la de un fariseo docto. El cristianismo se presentaba como el cumplimiento de las Escrituras; por tanto, sería completamente arbitrario que un fariseo lo excluyese sin más. Lo aconsejable, de momento, era esperar.
Todo falso movimiento mesiánico se deshace por sí mismo. Así razona Gamaliel. Y cimenta su argumentación remitiendo a la experiencia histórica. Menciona dos movimientos mesiánicos capitaneados uno por Teudas y tro por Judas, ambos con la pretensión de ser el Mesías. Judas, el Galileo, nos es bien conocido. Se puso al frente de una rebelión contra Roma a raíz del censo impuesto siendo gobernador de Siria Cirino, el año 6-7 de nuestra era. El movimiento, que él inició, continuó en los zelotas También Teudas era bien conocido en el tiempo en escribe Lucas. Pero la rebelión provocada por él tuvo treinta años más tarde de cuando habla Gamaliel. Lucas prescinde de esta circunstancia —que no perdonaríamos a un historiador moderno— y aduce los dos ejemplos más llamativos de movimientos mesiánicos fracasados. Y no tiene dificultad en poner, también el segundo ejemplo, en labios de Gamaliel.
Lo mismo ocurrirá con el movimiento cristiano. Si es falso, se desvanecerá por sí mismo. En este caso la oposición a dicho movimiento sería innecesaria. Pero si el movimiento es obra de Dios, la oposición sería inútil y hasta impía. Este razonamiento de Gamaliel fue aceptado por el Sanedrín. Los apóstoles fueron puestos en libertad, no sin antes haberlos azotado, como amonestación seria, y haberlos prohibido hablar de aquel “nombre”. La deshonra recibida de los hombres es interpretada por ellos como un honor que Dios les había concedido. Se habían hecho realidad en ellos las persecuciones anunciadas por Jesús para sus discípulos (Mt 10, 17; 23, 34); habían sido objeto de una de las bienaventuranzas de Jesús (Mt 5, 11-12); habían sido equiparados a Jesús (Mc 15, 15; Jn 19, 1). En lugar de acobardarse, la dificultad y la persecución les dieron nuevos ánimos para seguir predicando que Jesús es el Mesías. El evangelio seguía adelante a pesar de los obstáculos humanos. Esta es siempre la tesis de Lucas.
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