17 de abril 2010. SÁBADO DE LA II SEMANA DE PASCUA. Feria. 2ª semana del Salterio. (Ciclo C). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Pablo e Isidoro mrs, Roberto ab, BB. Mariana de Jesús, Bautista Spagnoli pb.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 6,1-7: Eligieron a siete hombres llenos de espíritu
Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Jn 6,16-21: Soy yo, no teman
Cuando quisieron hacer rey a Jesús, él se fue sólo al monte. El monte es en la Biblia el lugar de la experiencia de Dios. Por el contrario los discípulos, decepcionados de que Jesús no haya aceptado la propuesta de poder que le ofrecía la gente (tal vez instigada por los propios discípulos), no suben al monte con Jesús sino que “bajan al lago y suben a una barca y se van a Cafarnaún”. No han comprendido el proyecto de igualdad que Jesús tiene. Dejan la tierra extranjera donde estaban (6,1) y regresan al país judío. Son nacionalistas acérrimos y no aceptan ese reino que propone Jesús donde caben todos en igualdad con el pueblo elegido. Cuando están en medio del lago anochece y el mar, símbolo de las fuerzas del mal, se embravece. Jesús no está con ellos y tienen miedo. El miedo es lo contrario a la fe. Fuera del proyecto de Jesús entramos en la oscuridad y hasta la naturaleza se rebela contra la injusticia. Jesús les dice YO SOY (Yave). Ellos lo aceptan y al querer subirlo a la barca llegaron a tierra. Apenas perdemos el miedo y aceptamos a Jesús, nuestra barca llega a su puerto.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 6,1-7
Eligieron a siete hombres llenos de espíritu
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: "No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra." La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/.Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la citara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Que la palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, / en los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte / y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,16-21
Vieron a Jesús caminando sobre el lago
Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: "Soy yo, no temáis." Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 6,1-7: Eligieron a siete hombres llenos de espíritu
Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Jn 6,16-21: Soy yo, no teman
Cuando quisieron hacer rey a Jesús, él se fue sólo al monte. El monte es en la Biblia el lugar de la experiencia de Dios. Por el contrario los discípulos, decepcionados de que Jesús no haya aceptado la propuesta de poder que le ofrecía la gente (tal vez instigada por los propios discípulos), no suben al monte con Jesús sino que “bajan al lago y suben a una barca y se van a Cafarnaún”. No han comprendido el proyecto de igualdad que Jesús tiene. Dejan la tierra extranjera donde estaban (6,1) y regresan al país judío. Son nacionalistas acérrimos y no aceptan ese reino que propone Jesús donde caben todos en igualdad con el pueblo elegido. Cuando están en medio del lago anochece y el mar, símbolo de las fuerzas del mal, se embravece. Jesús no está con ellos y tienen miedo. El miedo es lo contrario a la fe. Fuera del proyecto de Jesús entramos en la oscuridad y hasta la naturaleza se rebela contra la injusticia. Jesús les dice YO SOY (Yave). Ellos lo aceptan y al querer subirlo a la barca llegaron a tierra. Apenas perdemos el miedo y aceptamos a Jesús, nuestra barca llega a su puerto.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 6,1-7
Eligieron a siete hombres llenos de espíritu
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: "No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra." La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/.Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la citara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Que la palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, / en los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte / y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,16-21
Vieron a Jesús caminando sobre el lago
Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: "Soy yo, no temáis." Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6,1-7
Los problemas cotidianos de la joven comunidad obligan a tomar nuevas decisiones. Se trata de una murmuración, de un descontento: los apóstoles se lo toman en serio y lo resuelven. Hay, en primer lugar, un problema económico: probablemente son las viudas de los hombres de la diáspora, que han venido a pasar los últimos años de su vida a Jerusalén y se han quedado ahora sin apoyo familiar. Se trata de una necesidad real, y tiene que ser afrontada con sano realismo. Pero debía de haber también un problema cultural: los helenistas hablan griego, leen la Biblia en la traducción griega de los Setenta, tienen una sensibilidad diferente. Es preciso disponer una estructura completa para ellos, dotada de asistencia espiritual y material.
El pasaje tiene en cuenta estos dos aspectos: los «Siete», en realidad, son destinados tanto al servicio de la Palabra como al de las mesas. Aparecen como una organización eclesiástica «sectorial», como una especie de « clero indígena» para aquellos que tienen una lengua, una cultura y una situación económica diferentes de los judeocristianos de Palestina.
Comentario Salmo 32
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,16-21
Si el milagro de los panes tiene la finalidad de revelar a Jesús como Mesías y profeta escatológico, el signo del Señor caminando sobre las aguas, destinado sólo a los discípulos, tiene como finalidad hacerles comprender la divinidad de Jesús, prevenirles ante el escándalo de la muchedumbre e impedir su defección.
Los discípulos están en la barca, ya es de noche. Han remado fatigosamente y luchado contra las dificultades del momento, cuando ven a Jesús caminando sobre el lago, y les entra mucho miedo (v. 19). La confrontación con el Maestro constituye para ellos un examen de conciencia y una llamada a superar sus cortas miras y a confiar en el misterio del hombre-Jesús. Con las palabras «Soy yo. No tengáis miedo» (v. 20), Jesús los tranquiliza y se hace reconocer revelándose como el Señor en quien reside la presencia poderosa y salvífica de Dios; es decir, se autorrevela a sus discípulos no sólo como Mesías que sacia su hambre, sino como persona divina que, una vez más, va a su encuentro con amor. A continuación, en el momento en el que los discípulos acogen a Jesús y aceptan reconocer su identidad en un ámbito superior, llegan de inmediato a la orilla a la que se dirigían (v. 21). Jesús es el lugar de la presencia de Dios entre los hombres. Bajo el rostro humano de Jesús se ocultan su misterio y su identidad. Quien sabe leer en la persona del Nazareno la manifestación misma de un Dios que ama, se convierte en su discípulo y permanece unido al Profeta de Galilea, a pesar del halo inaccesible que envuelve a su persona.
El cuadro idílico de la comunidad «con un solo corazón y una sola alma», dibujado en las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, parece oscurecerse de improviso. Surgen las primeras tensiones. Pero el realismo de Lucas sale airoso del reto: los problemas existen; hasta en las comunidades más perfectas hay problemas. Las tensiones y los problemas han de ser afrontados de una manera creativa y comunitaria. Pero, sobre todo, no deben bloquear la comunidad con disputas perennes, no deben impedir la difusión del Evangelio. Todo ha de ser considerado con una mirada positiva; hasta el descontento, que ha de ser tomado en serio porque oculta problemas serios.
Los apóstoles no consideran el descontento y la crítica como un gesto de rebelión, sino como el síntoma de un problema al que hay que hacer frente y resolverlo. Es un signo de sabiduría y de prudencia que no siempre se ha repetido en la historia de la Iglesia, con notables consecuencias. Hace falta una gran libertad y un gran desprendimiento, además de clarividencia, por parte de quien posee la autoridad, para hacer frente a las dificultades con espíritu creativo. Es preciso tener el sentido de la fraternidad cristiana, capaz de escuchar, de dialogar, de buscar juntos soluciones más avanzadas, que correspondan mejor a las nuevas situaciones. Los apóstoles nos dan aquí un ejemplo de flexibilidad y de guía sabia de la comunidad.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,16-21, para nuestros Mayores. Jesús camina sobre el agua.
No es fácil construir una comunidad. Los discípulos del Resucitado se reintegran desde el primer momento en la comunidad, porque entienden que ése es el proyecto básico de Jesús. A pesar de la imagen idealizada que Lucas nos ofrece de la comunidad de Jerusalén, deja constancia de sus dificultades, a pesar de la buena voluntad. ¿No es difícil, acaso, la convivencia conyugal y familiar, a pesar de los lazos de carne y sangre? Los cristianos de cultura y lengua griega, que provenían de la diáspora, se quejan de que sus viudas no reciben los mismos cuidados que las de los judíos. Y protestan en pública asamblea. No chismorrean, sino que exponen sus quejas con sencillez. Buscan el diálogo.
La actitud de Pedro y los Doce es aleccionadora. No se enfadan. No consideran la queja como una agresión a la autoridad: “Esto es una rebelión”. Reconocen la verdad, que están desbordados, y buscan la solución. Descubren en las quejas de la comunidad una llamada del Espíritu a compartir responsabilidades. Sacar a luz los conflictos y afrontarlos con serenidad es síntoma de buena salud en un grupo.
La verdadera comunidad cristiana no es la que carece de conflictos, sino la que sabe reconocerlos, afrontarlos y solucionarlos serena y sabiamente. Pedro y los Doce entienden que lo suyo es anunciar la Buena Noticia, guiar a la comunidad, y que, en consecuencia, no pueden quedar copados por el ministerio de la caridad; por eso proponen compartir responsabilidades, instituyendo los diáconos con este fin. Para ello, pide la participación de los miembros de la comunidad. No los señala él con el dedo; pide que los que se conocen mejor disciernan y elijan. En nombre del grupo apostólico, propone que la comunidad elija siete varones que representen a los dos grupos de la comunidad. Ellos los confirmarán imponiéndoles las manos.
Así es como, a medida que iban surgiendo las necesidades, las comunidades eclesiales se iban organizando con la corresponsabilidad de todos. Esto resulta patente a lo largo del libro de los Hechos. Esteban y Felipe, además del ministerio de la caridad, anuncian proféticamente el Evangelio.
Miembros de un mismo cuerpo. La situación de la comunidad de Jerusalén se repite en estos momentos históricos en la gran mayoría de los colectivos cristianos. Los pastores están siendo desbordados en sus tareas de servicio a la comunidad y de anuncio del Evangelio. Cada día son menos, de una media de edad más alta y, además, como señala el Sínodo de Europa, están cansados. Pero no es ésta la razón suprema para que los seglares se corresponsabilicen; en todo caso, como en la comunidad de Jerusalén, esto ha de ser la ocasión que los despierte. No se trata de “echar una mano” ni de realizar una labor de suplencia de los sacerdotes, desbordados por las múltiples tareas ministeriales; labor a la que habría que renunciar si es que de nuevo se llenaran los seminarios. No, se trata de responder a las exigencias de la condición de sacerdotes, reyes y profetas, propia de todo cristiano, miembro de una comunidad eclesial. No se trata de “ceder poderes”, sino de asumir responsabilidades, propias de todo miembro del cuerpo vivo de la Iglesia, como tan luminosamente expone Pablo (1 Co 12,12-33).
Tanto éste como Pedro mentalizaron a sus comunidades de que en ellas no puede haber “clases pasivas”; cada uno tiene su carisma que ha de poner al servicio de la vida y misión de la comunidad. Si un miembro o víscera del cuerpo está inactivo, es señal de que está enfermo (1 P4, 1O).
El Concilio Vaticano II repite esto con insistencia machacona. En este sentido, hay que decir que la comunidad cristiana está llamada a ser ciudad sobre el monte (Mt 5,14), “piso piloto”, domicilio modélico, maqueta en la que deberían inspirarse las instituciones civiles y aprender corresponsabilidad, dinamismo y participación.
De pueblo “de” sacerdotes a pueblo “de los” sacerdotes con frecuencia ocurre exactamente al revés. Muchas instituciones civiles, como no disponen de responsables “consagrados”, tienen una mayor conciencia de corresponsabilidad. Es indiscutible que ha subido el nivel de implicación de los seglares en la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II; gracias al Espíritu, se ha restablecido el diaconado permanente; no obstante, tanto los pastores como los sociólogos religiosos afirman sin titubeo que la corresponsabilidad es una asignatura pendiente en las instituciones eclesiales.
J. L. Martín Descalzo escribía certeramente: “La mayor de las herejías y la que mayor daño ha hecho es la de creer que la Iglesia son los curas con el obispo y que los seglares serían simplemente oyentes, los que se limitan a obedecer y a cumplir lo que los curas guisan y comen. Nada más grave podría pasarle a la comunidad que se presenta a sí misma como comunión, que tener un 98% de su cuerpo paralítico, contar con un cuerpo cuya cabeza piensa, decide y hace todo, y un cuerpo que se limita a dejarse mansamente arrastrar”.
Es muy expresiva la anécdota del cardenal Pellegrini que definía gráficamente a lo que se reducía la participación de la gran mayoría de seglares en la Iglesia. Lo expresaba con gestos: sentarse para escuchar pacientemente, arrodillarse para orar y meter la mano en el bolsillo para contribuir. Un teólogo de nuestros días afirma: “El pueblo de Dios, de pueblo “de” sacerdotes, ha pasado a ser pueblo “de los” sacerdotes”. Esta actitud es nefasta para todos y para todo. A los seglares no les deja desarrollar sus carismas y los infantiliza; a los sacerdotes los reafirma en su autoritarismo. A los grupos e instituciones los mantiene empobrecidos. Es perjudicial para la sociedad porque se la priva de su presencia liberadora y de su testimonio alertador.
El pasaje evangélico de Juan presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como Yavé encarnado que acompaña a su pueblo en todo momento, también cuando es “noche cerrada” o “sopla el viento fuerte” de la dificultad. El cristiano, grupo o comunidad que tienen los ojos de la fe bien abiertos escuchan también en esas situaciones: “Soy yo, no temáis”.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6, 16-21, de Joven para Joven. Marcha sobre las aguas.
La presente escena ha sido recogida tanto por Juan como por los Sinópticos. Para penetrar mejor la intención de nuestra narración notemos alguna de las diferencias.
En los Sinópticos la escena se halla en relación muy estrecha con la multiplicación de los panes. En realidad forman un todo. La marcha de Jesús sobre las aguas es la conclusión. En el cuarto evangelio, la marcha sobre las aguas nada tiene que ver con la escena anterior. Se hallan simplemente yuxtapuestas. La multiplicación de los panes tiene su conclusión lógica en los vv. 14-15. Es decir que, en Juan, se trata de dos unidades literarias completas e independientes.
Más aún, para el evangelista Juan hubiese sido mucho más fácil unir directamente la multiplicación de los panes con el discurso sobre el pan de vida. El paso de un relato al otro hubiese sido natural, puesto que, como ya dijimos, existe una preparación que hace referencia a la eucaristía (ver el comentario a 6, 1-15). ¿Por qué no lo hizo así el autor del cuarto evangelio? Sin duda alguna porque las dos escenas habían sido transmitidas así por la tradición. Él las conoció ya como unidades literarias unidas y respetó el orden que le daba la tradición. Un argumento a favor de su respeto a la tradición. El evangelista no fue un creador que partiese de cero.
En esta narración hay muchas más semejanzas entre los Sinópticos y Juan que en la relativa a la multiplicación de los panes. Y ello aunque las diferencias son también importantes. La narración de Juan es más breve, se halla relatada más desde el punto de vista de los discípulos (ver el comentario a 6, 1-5, cómo la figura de Jesús se halla totalmente en el centro de la narración), y finalmente en los Sinópticos el elemento milagroso se halla más acentuado.
¿Enseñanzas? El cuarto evangelio presenta la escena como una epifanía de Jesús. El centro de gravedad de la narración está en la presentación que Jesús hace de sí mismo: «Yo soy». También en los Sinópticos encontramos la expresión, sin embargo es preciso tener en cuenta que Juan ha hecho de ella el motivo dominante de su evangelio: la auto-revelación de Hijo mediante el recurso a la fórmula «Yo soy», que evoca el “yo soy el que soy” del Éxodo.
La yüxtaposición de esta escena con la anterior es aprovechada por el evangelista para salir al paso de posibles tergiversaciones en la interpretación de la figura de Jesús. No debe verse en él un simple taumaturgo o milagrero popular. Lo que Jesús es sólo puede expresarse recurriendo a la fórmula «Yo soy».
La mentalidad judía, interpretando él Antiguo Testamento, establece una relación entre el paso del mar Rojo y la pascua. La haggada sobre la pascua asociaba el paso del mar y el don del maná. Parece ser que el evangelista Juan intentaba establecer la misma relación. La escena de la marcha sobre las aguas equivaldría al paso del mar. Lo lógico será, después de ella, esperar el maná o el pan de la vida.
Las referencias al Antiguo Testamento y al judaísmo podrían darnos otra razón que tuvo Juan para unir estas dos escenas. En todo caso, se nos narra un suceso sobrenatural, una epifanía de Cristo, acompañada de una intervención milagrosa que le dio a conocer a sus discípulos, librándolos de la muerte.
Elevación Espiritual para este día.
El justo, que antes sólo prestaba atención a sus cosas y no estaba disponible para cargar con los pesos de los otros y, como tenía poca compasión de los otros, no estaba en condiciones de hacer frente a las adversidades, va progresando de grado en grado y se dispone a tolerar la debilidad del prójimo, llega a ser capaz de hacer frente a la adversidad. Y, así, acepta con tanto más valor las tribulaciones de esta vida por amor a la verdad, mientras que antes huía de las debilidades ajenas.
Bajándose se levanta, inclinándose se distiende y le fortalece la compasión. Dilatándose en el amor al prójimo, concentra las fuerzas para levantarse hacia su Creador. La caridad, que nos hace humildes y compasivos, nos levanta después a un grado más alto de contemplación. Y el alma, engrandecida, arde en deseos cada vez más grandes y anhela llegar ahora a la vida del Espíritu también a través de los sufrimientos corporales.
Reflexión Espiritual para el día.
Una comunidad donde se vive con otros puede representar para el individuo el espacio vital en el que se produce un intercambio vivaz y una experiencia que hace madurar, un lugar de confianza en el que cada uno puede crecer en el amor a sí mismo y al prójimo. Una comunidad de mujeres y de hombres maduros estimula continuamente al individuo para que haga frente a las tareas cotidianas y a los conflictos y, a través de éstos, madure como persona y como cristiano.
La crítica fraterna en un círculo de adultos constituye asimismo una fuerza creativa que sirve para mejorar en el conocimiento de nosotros mismos y en vistas a un proyecto propio de vida. Si la ejercemos con respeto y misericordia, nos ayuda a evitar o a protegernos de la tentación de escondernos en la casa de nuestro propio cuerpo. También los conflictos, inevitables en una comunidad espiritualmente viva, sea entre ancianos y jóvenes, o bien entre personalidades que chocan, podría convertirse en materia fértil para una provechosa cultura del conflicto, necesaria sobre todo en los conventos, donde conviven personas que no se han elegido y que no están unidas por vínculos de parentesco o de amistad. Añádase a esto que, en una comunidad de este tipo, el individuo puede y debe confrontarse también consigo mismo de un modo más radical del que lo haría si viviera solo.
El rostro y pasajes de los personajes de la Sagrada Biblia: Hch 6, 1-7. Los diáconos.
La imagen de la primitiva comunidad cristiana que Lucas nos ha ofrecido hasta ahora ha sido idealizada en notable medida. Un grupo homogéneo, con un solo corazón y una sola alma (4, 32), dirigido por los Doce. La realidad no parece haber sido tan simple. Aquella comunidad integraba grupos bien diversos de creyentes de diferente cultura, mentalidad y posición social. Esta realidad compleja comienza a mostrársenos desde ahora. Pero, por otra parte, sería ingenuo creer que las diferencias surgieron repentinamente.
Helenistas y hebreos. Claro botón de muestra de la complejidad de que hablamos. La diferencia entre ellos comenzaba por ser lingüística. Aunque es probable que todos hablasen griego, que era la lengua oficial del Imperio en Oriente, no es probable que estos helenistas —judíos de la Dispersión, que se habían convertido al cristianismo— hablasen el arameo. Cuando regresaban a Palestina, seguían hablando griego, utilizaban la versión griega de la Biblia y asistían a sinagogas donde el culto se tuviese en griego. Además de ésta diferencia lingüística, había otra más profunda, originada por la influencia de la cultura y filosofía griegas en estos helenistas. En la Diáspora seguían siendo judíos, pero no podían sustraerse al influjo griego. Su visión de los sacrificios de animales, de las prácticas rituales y ceremoniales resultaba casi incompatible con una concepción ética y filosófica de su fe. Aunque Lucas no habla de estas diferencias, deben presuponerse. Ellas dieron origen a los distintos grupos existentes en la primitiva comunidad cristiana.
Las diferencias teóricas apuntadas se traducían, en la práctica, en citrato diferente que unos y otros recibían.
Una cierta discriminación con perjuicio, como es natural, de los helenistas. La existencia de un número crecido de viudas, como hace suponer el texto, se explica por el ideal de los judíos piadosos, que, viviendo en la Diáspora, querían morir en la ciudad santa, en la que continuaban viviendo sus viudas. Esta será la ocasión gracias a la cual surgiría un nuevo ministerio en la Iglesia. Los siete varones no son presentados como diáconos, aunque su función era la misma que posteriormente realizarían los elegidos para este ministerio.
La elección corre a cargo de la comunidad; los apóstoles les encomiendan el ministerio mediante la imposición de las manos. El simbolismo de la imposición de las manos era bien conocido en Israel. Indicaba la solidaridad entre las personas o la identificación con ellas por razón de su estado, oficio, actividad... De aquí adquirió el sentido de asociación y participación de una persona en el oficio de otra, de tal manera que la persona asociada, mediante la imposición de las manos, era considerada como «alter ego». Tal fue el caso de Josué respecto a Moisés (Núm 27, 18. 23). La imposición de las manos llega a significar «el traspaso» del Espíritu del que impone las manos sobre quien le son impuestas. Así se le confiere un estado, un oficio, un ministerio con la participación en la gracia que tal ministerio comporta (1Tim 4, 14; 5, 22; 2Tim 1, 6).
Todo este significado aparecería posteriormente. En el caso de los siete varones se dice que estaban llenos del Espíritu Santo ya anteriormente a la imposición de las manos. Por otra parte, Lucas ha generalizado, una vez más, la escena. Él mismo reconoce que dos de los siete, Esteban y Felipe, no se limitaban a este servicio, sino que se dedicaban a la predicación y tenían poderes semejantes a los Doce (6, 8ss; 8, 26ss; 21, 8). Los elegidos eran judíos, aunque había también un prosélito. Llevan nombre griego, pero esto se había hecho común incluso entre los judíos de Palestina. Los siete quedan asociados a los apóstoles para el gobierno de la comunidad, que es tanto como decir para su servicio.
El ministerio específico de los apóstoles se define en predicación o servicio a la palabra y la oración, sobre la oración de intercesión. Sin que se diga explícitamente, en este ministerio va incluida la dirección de la comunidad y la supervisión de los ministerios.
La sección termina con un sumario que describe los progresos que hacía la Iglesia o el evangelio. La mención de los sacerdotes que abrazaban la fe está en función de describir este progreso: incluso entre los sacerdotes, los dirigentes religiosos del judaísmo, era aceptada la fe.
Los problemas cotidianos de la joven comunidad obligan a tomar nuevas decisiones. Se trata de una murmuración, de un descontento: los apóstoles se lo toman en serio y lo resuelven. Hay, en primer lugar, un problema económico: probablemente son las viudas de los hombres de la diáspora, que han venido a pasar los últimos años de su vida a Jerusalén y se han quedado ahora sin apoyo familiar. Se trata de una necesidad real, y tiene que ser afrontada con sano realismo. Pero debía de haber también un problema cultural: los helenistas hablan griego, leen la Biblia en la traducción griega de los Setenta, tienen una sensibilidad diferente. Es preciso disponer una estructura completa para ellos, dotada de asistencia espiritual y material.
El pasaje tiene en cuenta estos dos aspectos: los «Siete», en realidad, son destinados tanto al servicio de la Palabra como al de las mesas. Aparecen como una organización eclesiástica «sectorial», como una especie de « clero indígena» para aquellos que tienen una lengua, una cultura y una situación económica diferentes de los judeocristianos de Palestina.
Comentario Salmo 32
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,16-21
Si el milagro de los panes tiene la finalidad de revelar a Jesús como Mesías y profeta escatológico, el signo del Señor caminando sobre las aguas, destinado sólo a los discípulos, tiene como finalidad hacerles comprender la divinidad de Jesús, prevenirles ante el escándalo de la muchedumbre e impedir su defección.
Los discípulos están en la barca, ya es de noche. Han remado fatigosamente y luchado contra las dificultades del momento, cuando ven a Jesús caminando sobre el lago, y les entra mucho miedo (v. 19). La confrontación con el Maestro constituye para ellos un examen de conciencia y una llamada a superar sus cortas miras y a confiar en el misterio del hombre-Jesús. Con las palabras «Soy yo. No tengáis miedo» (v. 20), Jesús los tranquiliza y se hace reconocer revelándose como el Señor en quien reside la presencia poderosa y salvífica de Dios; es decir, se autorrevela a sus discípulos no sólo como Mesías que sacia su hambre, sino como persona divina que, una vez más, va a su encuentro con amor. A continuación, en el momento en el que los discípulos acogen a Jesús y aceptan reconocer su identidad en un ámbito superior, llegan de inmediato a la orilla a la que se dirigían (v. 21). Jesús es el lugar de la presencia de Dios entre los hombres. Bajo el rostro humano de Jesús se ocultan su misterio y su identidad. Quien sabe leer en la persona del Nazareno la manifestación misma de un Dios que ama, se convierte en su discípulo y permanece unido al Profeta de Galilea, a pesar del halo inaccesible que envuelve a su persona.
El cuadro idílico de la comunidad «con un solo corazón y una sola alma», dibujado en las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, parece oscurecerse de improviso. Surgen las primeras tensiones. Pero el realismo de Lucas sale airoso del reto: los problemas existen; hasta en las comunidades más perfectas hay problemas. Las tensiones y los problemas han de ser afrontados de una manera creativa y comunitaria. Pero, sobre todo, no deben bloquear la comunidad con disputas perennes, no deben impedir la difusión del Evangelio. Todo ha de ser considerado con una mirada positiva; hasta el descontento, que ha de ser tomado en serio porque oculta problemas serios.
Los apóstoles no consideran el descontento y la crítica como un gesto de rebelión, sino como el síntoma de un problema al que hay que hacer frente y resolverlo. Es un signo de sabiduría y de prudencia que no siempre se ha repetido en la historia de la Iglesia, con notables consecuencias. Hace falta una gran libertad y un gran desprendimiento, además de clarividencia, por parte de quien posee la autoridad, para hacer frente a las dificultades con espíritu creativo. Es preciso tener el sentido de la fraternidad cristiana, capaz de escuchar, de dialogar, de buscar juntos soluciones más avanzadas, que correspondan mejor a las nuevas situaciones. Los apóstoles nos dan aquí un ejemplo de flexibilidad y de guía sabia de la comunidad.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,16-21, para nuestros Mayores. Jesús camina sobre el agua.
No es fácil construir una comunidad. Los discípulos del Resucitado se reintegran desde el primer momento en la comunidad, porque entienden que ése es el proyecto básico de Jesús. A pesar de la imagen idealizada que Lucas nos ofrece de la comunidad de Jerusalén, deja constancia de sus dificultades, a pesar de la buena voluntad. ¿No es difícil, acaso, la convivencia conyugal y familiar, a pesar de los lazos de carne y sangre? Los cristianos de cultura y lengua griega, que provenían de la diáspora, se quejan de que sus viudas no reciben los mismos cuidados que las de los judíos. Y protestan en pública asamblea. No chismorrean, sino que exponen sus quejas con sencillez. Buscan el diálogo.
La actitud de Pedro y los Doce es aleccionadora. No se enfadan. No consideran la queja como una agresión a la autoridad: “Esto es una rebelión”. Reconocen la verdad, que están desbordados, y buscan la solución. Descubren en las quejas de la comunidad una llamada del Espíritu a compartir responsabilidades. Sacar a luz los conflictos y afrontarlos con serenidad es síntoma de buena salud en un grupo.
La verdadera comunidad cristiana no es la que carece de conflictos, sino la que sabe reconocerlos, afrontarlos y solucionarlos serena y sabiamente. Pedro y los Doce entienden que lo suyo es anunciar la Buena Noticia, guiar a la comunidad, y que, en consecuencia, no pueden quedar copados por el ministerio de la caridad; por eso proponen compartir responsabilidades, instituyendo los diáconos con este fin. Para ello, pide la participación de los miembros de la comunidad. No los señala él con el dedo; pide que los que se conocen mejor disciernan y elijan. En nombre del grupo apostólico, propone que la comunidad elija siete varones que representen a los dos grupos de la comunidad. Ellos los confirmarán imponiéndoles las manos.
Así es como, a medida que iban surgiendo las necesidades, las comunidades eclesiales se iban organizando con la corresponsabilidad de todos. Esto resulta patente a lo largo del libro de los Hechos. Esteban y Felipe, además del ministerio de la caridad, anuncian proféticamente el Evangelio.
Miembros de un mismo cuerpo. La situación de la comunidad de Jerusalén se repite en estos momentos históricos en la gran mayoría de los colectivos cristianos. Los pastores están siendo desbordados en sus tareas de servicio a la comunidad y de anuncio del Evangelio. Cada día son menos, de una media de edad más alta y, además, como señala el Sínodo de Europa, están cansados. Pero no es ésta la razón suprema para que los seglares se corresponsabilicen; en todo caso, como en la comunidad de Jerusalén, esto ha de ser la ocasión que los despierte. No se trata de “echar una mano” ni de realizar una labor de suplencia de los sacerdotes, desbordados por las múltiples tareas ministeriales; labor a la que habría que renunciar si es que de nuevo se llenaran los seminarios. No, se trata de responder a las exigencias de la condición de sacerdotes, reyes y profetas, propia de todo cristiano, miembro de una comunidad eclesial. No se trata de “ceder poderes”, sino de asumir responsabilidades, propias de todo miembro del cuerpo vivo de la Iglesia, como tan luminosamente expone Pablo (1 Co 12,12-33).
Tanto éste como Pedro mentalizaron a sus comunidades de que en ellas no puede haber “clases pasivas”; cada uno tiene su carisma que ha de poner al servicio de la vida y misión de la comunidad. Si un miembro o víscera del cuerpo está inactivo, es señal de que está enfermo (1 P4, 1O).
El Concilio Vaticano II repite esto con insistencia machacona. En este sentido, hay que decir que la comunidad cristiana está llamada a ser ciudad sobre el monte (Mt 5,14), “piso piloto”, domicilio modélico, maqueta en la que deberían inspirarse las instituciones civiles y aprender corresponsabilidad, dinamismo y participación.
De pueblo “de” sacerdotes a pueblo “de los” sacerdotes con frecuencia ocurre exactamente al revés. Muchas instituciones civiles, como no disponen de responsables “consagrados”, tienen una mayor conciencia de corresponsabilidad. Es indiscutible que ha subido el nivel de implicación de los seglares en la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II; gracias al Espíritu, se ha restablecido el diaconado permanente; no obstante, tanto los pastores como los sociólogos religiosos afirman sin titubeo que la corresponsabilidad es una asignatura pendiente en las instituciones eclesiales.
J. L. Martín Descalzo escribía certeramente: “La mayor de las herejías y la que mayor daño ha hecho es la de creer que la Iglesia son los curas con el obispo y que los seglares serían simplemente oyentes, los que se limitan a obedecer y a cumplir lo que los curas guisan y comen. Nada más grave podría pasarle a la comunidad que se presenta a sí misma como comunión, que tener un 98% de su cuerpo paralítico, contar con un cuerpo cuya cabeza piensa, decide y hace todo, y un cuerpo que se limita a dejarse mansamente arrastrar”.
Es muy expresiva la anécdota del cardenal Pellegrini que definía gráficamente a lo que se reducía la participación de la gran mayoría de seglares en la Iglesia. Lo expresaba con gestos: sentarse para escuchar pacientemente, arrodillarse para orar y meter la mano en el bolsillo para contribuir. Un teólogo de nuestros días afirma: “El pueblo de Dios, de pueblo “de” sacerdotes, ha pasado a ser pueblo “de los” sacerdotes”. Esta actitud es nefasta para todos y para todo. A los seglares no les deja desarrollar sus carismas y los infantiliza; a los sacerdotes los reafirma en su autoritarismo. A los grupos e instituciones los mantiene empobrecidos. Es perjudicial para la sociedad porque se la priva de su presencia liberadora y de su testimonio alertador.
El pasaje evangélico de Juan presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como Yavé encarnado que acompaña a su pueblo en todo momento, también cuando es “noche cerrada” o “sopla el viento fuerte” de la dificultad. El cristiano, grupo o comunidad que tienen los ojos de la fe bien abiertos escuchan también en esas situaciones: “Soy yo, no temáis”.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6, 16-21, de Joven para Joven. Marcha sobre las aguas.
La presente escena ha sido recogida tanto por Juan como por los Sinópticos. Para penetrar mejor la intención de nuestra narración notemos alguna de las diferencias.
En los Sinópticos la escena se halla en relación muy estrecha con la multiplicación de los panes. En realidad forman un todo. La marcha de Jesús sobre las aguas es la conclusión. En el cuarto evangelio, la marcha sobre las aguas nada tiene que ver con la escena anterior. Se hallan simplemente yuxtapuestas. La multiplicación de los panes tiene su conclusión lógica en los vv. 14-15. Es decir que, en Juan, se trata de dos unidades literarias completas e independientes.
Más aún, para el evangelista Juan hubiese sido mucho más fácil unir directamente la multiplicación de los panes con el discurso sobre el pan de vida. El paso de un relato al otro hubiese sido natural, puesto que, como ya dijimos, existe una preparación que hace referencia a la eucaristía (ver el comentario a 6, 1-15). ¿Por qué no lo hizo así el autor del cuarto evangelio? Sin duda alguna porque las dos escenas habían sido transmitidas así por la tradición. Él las conoció ya como unidades literarias unidas y respetó el orden que le daba la tradición. Un argumento a favor de su respeto a la tradición. El evangelista no fue un creador que partiese de cero.
En esta narración hay muchas más semejanzas entre los Sinópticos y Juan que en la relativa a la multiplicación de los panes. Y ello aunque las diferencias son también importantes. La narración de Juan es más breve, se halla relatada más desde el punto de vista de los discípulos (ver el comentario a 6, 1-5, cómo la figura de Jesús se halla totalmente en el centro de la narración), y finalmente en los Sinópticos el elemento milagroso se halla más acentuado.
¿Enseñanzas? El cuarto evangelio presenta la escena como una epifanía de Jesús. El centro de gravedad de la narración está en la presentación que Jesús hace de sí mismo: «Yo soy». También en los Sinópticos encontramos la expresión, sin embargo es preciso tener en cuenta que Juan ha hecho de ella el motivo dominante de su evangelio: la auto-revelación de Hijo mediante el recurso a la fórmula «Yo soy», que evoca el “yo soy el que soy” del Éxodo.
La yüxtaposición de esta escena con la anterior es aprovechada por el evangelista para salir al paso de posibles tergiversaciones en la interpretación de la figura de Jesús. No debe verse en él un simple taumaturgo o milagrero popular. Lo que Jesús es sólo puede expresarse recurriendo a la fórmula «Yo soy».
La mentalidad judía, interpretando él Antiguo Testamento, establece una relación entre el paso del mar Rojo y la pascua. La haggada sobre la pascua asociaba el paso del mar y el don del maná. Parece ser que el evangelista Juan intentaba establecer la misma relación. La escena de la marcha sobre las aguas equivaldría al paso del mar. Lo lógico será, después de ella, esperar el maná o el pan de la vida.
Las referencias al Antiguo Testamento y al judaísmo podrían darnos otra razón que tuvo Juan para unir estas dos escenas. En todo caso, se nos narra un suceso sobrenatural, una epifanía de Cristo, acompañada de una intervención milagrosa que le dio a conocer a sus discípulos, librándolos de la muerte.
Elevación Espiritual para este día.
El justo, que antes sólo prestaba atención a sus cosas y no estaba disponible para cargar con los pesos de los otros y, como tenía poca compasión de los otros, no estaba en condiciones de hacer frente a las adversidades, va progresando de grado en grado y se dispone a tolerar la debilidad del prójimo, llega a ser capaz de hacer frente a la adversidad. Y, así, acepta con tanto más valor las tribulaciones de esta vida por amor a la verdad, mientras que antes huía de las debilidades ajenas.
Bajándose se levanta, inclinándose se distiende y le fortalece la compasión. Dilatándose en el amor al prójimo, concentra las fuerzas para levantarse hacia su Creador. La caridad, que nos hace humildes y compasivos, nos levanta después a un grado más alto de contemplación. Y el alma, engrandecida, arde en deseos cada vez más grandes y anhela llegar ahora a la vida del Espíritu también a través de los sufrimientos corporales.
Reflexión Espiritual para el día.
Una comunidad donde se vive con otros puede representar para el individuo el espacio vital en el que se produce un intercambio vivaz y una experiencia que hace madurar, un lugar de confianza en el que cada uno puede crecer en el amor a sí mismo y al prójimo. Una comunidad de mujeres y de hombres maduros estimula continuamente al individuo para que haga frente a las tareas cotidianas y a los conflictos y, a través de éstos, madure como persona y como cristiano.
La crítica fraterna en un círculo de adultos constituye asimismo una fuerza creativa que sirve para mejorar en el conocimiento de nosotros mismos y en vistas a un proyecto propio de vida. Si la ejercemos con respeto y misericordia, nos ayuda a evitar o a protegernos de la tentación de escondernos en la casa de nuestro propio cuerpo. También los conflictos, inevitables en una comunidad espiritualmente viva, sea entre ancianos y jóvenes, o bien entre personalidades que chocan, podría convertirse en materia fértil para una provechosa cultura del conflicto, necesaria sobre todo en los conventos, donde conviven personas que no se han elegido y que no están unidas por vínculos de parentesco o de amistad. Añádase a esto que, en una comunidad de este tipo, el individuo puede y debe confrontarse también consigo mismo de un modo más radical del que lo haría si viviera solo.
El rostro y pasajes de los personajes de la Sagrada Biblia: Hch 6, 1-7. Los diáconos.
La imagen de la primitiva comunidad cristiana que Lucas nos ha ofrecido hasta ahora ha sido idealizada en notable medida. Un grupo homogéneo, con un solo corazón y una sola alma (4, 32), dirigido por los Doce. La realidad no parece haber sido tan simple. Aquella comunidad integraba grupos bien diversos de creyentes de diferente cultura, mentalidad y posición social. Esta realidad compleja comienza a mostrársenos desde ahora. Pero, por otra parte, sería ingenuo creer que las diferencias surgieron repentinamente.
Helenistas y hebreos. Claro botón de muestra de la complejidad de que hablamos. La diferencia entre ellos comenzaba por ser lingüística. Aunque es probable que todos hablasen griego, que era la lengua oficial del Imperio en Oriente, no es probable que estos helenistas —judíos de la Dispersión, que se habían convertido al cristianismo— hablasen el arameo. Cuando regresaban a Palestina, seguían hablando griego, utilizaban la versión griega de la Biblia y asistían a sinagogas donde el culto se tuviese en griego. Además de ésta diferencia lingüística, había otra más profunda, originada por la influencia de la cultura y filosofía griegas en estos helenistas. En la Diáspora seguían siendo judíos, pero no podían sustraerse al influjo griego. Su visión de los sacrificios de animales, de las prácticas rituales y ceremoniales resultaba casi incompatible con una concepción ética y filosófica de su fe. Aunque Lucas no habla de estas diferencias, deben presuponerse. Ellas dieron origen a los distintos grupos existentes en la primitiva comunidad cristiana.
Las diferencias teóricas apuntadas se traducían, en la práctica, en citrato diferente que unos y otros recibían.
Una cierta discriminación con perjuicio, como es natural, de los helenistas. La existencia de un número crecido de viudas, como hace suponer el texto, se explica por el ideal de los judíos piadosos, que, viviendo en la Diáspora, querían morir en la ciudad santa, en la que continuaban viviendo sus viudas. Esta será la ocasión gracias a la cual surgiría un nuevo ministerio en la Iglesia. Los siete varones no son presentados como diáconos, aunque su función era la misma que posteriormente realizarían los elegidos para este ministerio.
La elección corre a cargo de la comunidad; los apóstoles les encomiendan el ministerio mediante la imposición de las manos. El simbolismo de la imposición de las manos era bien conocido en Israel. Indicaba la solidaridad entre las personas o la identificación con ellas por razón de su estado, oficio, actividad... De aquí adquirió el sentido de asociación y participación de una persona en el oficio de otra, de tal manera que la persona asociada, mediante la imposición de las manos, era considerada como «alter ego». Tal fue el caso de Josué respecto a Moisés (Núm 27, 18. 23). La imposición de las manos llega a significar «el traspaso» del Espíritu del que impone las manos sobre quien le son impuestas. Así se le confiere un estado, un oficio, un ministerio con la participación en la gracia que tal ministerio comporta (1Tim 4, 14; 5, 22; 2Tim 1, 6).
Todo este significado aparecería posteriormente. En el caso de los siete varones se dice que estaban llenos del Espíritu Santo ya anteriormente a la imposición de las manos. Por otra parte, Lucas ha generalizado, una vez más, la escena. Él mismo reconoce que dos de los siete, Esteban y Felipe, no se limitaban a este servicio, sino que se dedicaban a la predicación y tenían poderes semejantes a los Doce (6, 8ss; 8, 26ss; 21, 8). Los elegidos eran judíos, aunque había también un prosélito. Llevan nombre griego, pero esto se había hecho común incluso entre los judíos de Palestina. Los siete quedan asociados a los apóstoles para el gobierno de la comunidad, que es tanto como decir para su servicio.
El ministerio específico de los apóstoles se define en predicación o servicio a la palabra y la oración, sobre la oración de intercesión. Sin que se diga explícitamente, en este ministerio va incluida la dirección de la comunidad y la supervisión de los ministerios.
La sección termina con un sumario que describe los progresos que hacía la Iglesia o el evangelio. La mención de los sacerdotes que abrazaban la fe está en función de describir este progreso: incluso entre los sacerdotes, los dirigentes religiosos del judaísmo, era aceptada la fe.
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