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martes, 20 de abril de 2010

Lecturas del día 20-04-2010. Ciclo C.

20 de abril 2010. MARTES III SEMANA DE PASCUA. Feria. (Ciclo C). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Inés de Montepulciano vg, Aniceto pp, Secundino mr, Marcelino ob.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 7,51-8: Señor Jesús, recibe mi espíritu
Salmo 30: A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Jn 6,30-35: El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo
El maná representaba un modelo de organización económica igualitaria donde todos debían compartir lo recolectado. Así a quienes habían juntado mucho no les sobraba y a las viejitas, los enfermos, los/as huérfanos/as no les faltaba (Exodo 16). Pablo recordaba esto cuando hacía una colecta para la comunidad de Jerusalén (2Cor 8,15)

Este proyecto económico impedía almacenar los alimentos para evitar el enriquecimiento de unos y el hambre de otros y quienes trabajaban debían tener un día de descanso. El pueblo vivió un tiempo este proyecto. Pero se cansaron y organizaron otra vez a la pirámide social con los reyes. El pueblo recordaba esto cuando Jesús les hablaba del maná y les decía “Yo soy el pan del cielo”. Realmente Jesús era un Pan de Dios. Se dejó “comer” por la gente y pasó su vida haciendo el bien.

La identificación del maná con la Eucaristía sin referencia al reino como proyecto de nueva sociedad, nos hizo olvidar que Jesús es Pan de Dios para la justicia y la igualdad. Nos quedamos tranquilos con haber ido a misa, dejando muchas veces que quienes no han conocido a Jesús se jueguen la vida por una nueva sociedad.

PRIMERA LECTURA.
Hechos 7,51-8,1a
Señor Jesús, recibe mi espíritu
En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: "¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado."

Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: "Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios." Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: "Señor Jesús, recibe mi espíritu." Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado." Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 30
R/.A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Sé la roca de mi refugio, / un baluarte donde me salve, / tú que eres mi roca y mi baluarte; / por tu nombre dirígeme y guíame. R.

A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás; / yo confío en el Señor. / Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / En el asilo de tu presencia los escondes / de las conjuras humanas. R.

SANTO EVANGELIO.
Juan 6,30-35
No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo
En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: "¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."" Jesús les replicó: "Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo." Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de este pan." Jesús les contestó: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 7,51—8,1a
Primer cuadro: recoge la parte conclusiva del discurso de Esteban, un discurso durísimo. En él lee la historia de Israel como la historia de un pueblo de dura cerviz, de corazón y de oídos incircuncisos, siempre opuestos al Espíritu Santo. Mientras Pedro intenta excusar de algún modo en sus discursos a sus interlocutores, casi maravillándose del error fatal de la condena a muerte de Jesús, Esteban afirma, en sustancia, que no podían dejar de condenar a Jesús, dado que siempre han perseguido a los profetas enviados por Dios. Se trata de una lectura extremadamente negativa de toda la historia de Israel. Una lectura que no podía dejar de suscitar una reacción violenta.

Segundo cuadro: el martirio de Esteban. Éste, frente al furor de la asamblea, que está fuera de sí, aparece ahora situado mucho más allá y muy por encima de todo y de todos, en un lugar donde contempla la gloria de Dios y a Jesús, resucitado, de pie a la derecha del Padre. El primer mártir se dirige sereno al encuentro con la muerte, gozando del fruto de la muerte solitaria de Jesús. Este, ahora Señor glorioso, anima a sus testigos mostrando “los cielos abiertos”, que se ofrecen como la meta gloriosa, ahora próxima.

Muere sereno y tranquilo, confiando su espíritu al Señor Jesús, del mismo modo que éste lo había confiado al Padre. La lapidación, que tenía lugar fuera de la ciudad, era la suerte reservada a los blasfemos: Esteban no tiene miedo de proclamar la divinidad de Jesús y, en este clima enardecido, debe morir. Saulo, el que habría de proseguir la obra innovadora de Esteban, extendiéndola a los paganos, resulta que está de acuerdo con este asesinato.

Comentario del Salmo 30
Este es un salmo de súplica individual, en el que se mezclan elementos de acción de gracias (8-9; 22-25). Alguien está atravesando una gran dificultad y, por eso, clama al Señor, Según Lc 24,46, Jesús habría rezado en la cruz este salmo o parte de él, ya que este Evangelio pone en su boca, como sus últimas palabras, la frase: «En tus manos encomiendo mi espíritu».

El hecho de incluir elementos de acción de gracias hace más difícil establecer una clara división. No obstante, podemos distinguir tres partes: 2-9; 10-19; 20-25. En la primera (2-9), se concentran casi todas las peticiones urgentes qué esta persona le dirige al Señor a causa de la dramática situación en que se encuentra. Tenemos siete de estas peticiones: «sálvame», «inclina tu oído», «ven aprisa», «sé tú mi roca», «guíame», «sácame», “rescátame”. El salmista hace estas peticiones basado en la confianza que ha depositado en el Señor, considerado como último recurso. De hecho, se presenta a Dios como «roca fuerte», fortaleza», «roca y baluarte» y «el que rescata». Algunos versículos presentan ya la acción de gracias (8-9) por el rescate llevado a cabo. Tal vez se hayan añadido más tarde.

La segunda parte (10-19) comienza con una súplica («ten piedad», v. 10), que se extiende bastante a la hora de describir la desastrosa situación en que se encuentra el salmista: está arrasado física y psicológicamente y por eso todos lo rechazan como a un cacharro inútil, como a algo repugnante (10-13). Describe con detalle las acciones de sus adversarios, que pretenden darle el golpe de gracia (14). Vuelve la confianza en el Señor (15-16a) y, a causa de ello, surgen nuevas peticiones («líbrame», «haz brillar», «sálvame», 16b-17). La persona pide un cambio de destino y sigue con la descripción de las acciones criminales de sus enemigos (18-19).

En la tercera parte (20-25), ya no encontrarnos súplica, sino acción de gracias al Señor (20-22) y una catequesis dirigida a los fieles (23-25), es decir a los justos, quienes, hasta este momento, parecían ausentes y acobardados ante tanta opresión e injusticia. Es la resurrección de la lucha por la justicia.

Como los demás salmos de súplica, también este revela un terrible conflicto social entre una persona justa y un grupo de personas injustas. El enfrentamiento es desigual: uno contra muchos. ¿Es que sólo había un justo? Claro que no, pero los demás estaban asustados y permanecían callados, con miedo a morir a la mínima reacción.

¿Cuál es la situación del justo? Este salmo lo describe como alguien que ha caído en la red que le han tendido los malvados (5). Ha caído en las manos de su enemigo (9), que le oprime y le causa dolor (10), dejándolo sumido en la tristeza y entre gemidos (11), sin fuerzas para reaccionar (11). El justo llama «opresores» a sus enemigos (12), y, a causa de la opresión que padece, es rechazado por vecinos y amigos (12), se le considera ya como si estuviera muerto (13), como un caso perdido. El salmo lo presenta también como perseguido por los enemigos (16) y lo califica como «justo» (19).

¿Y los enemigos? Aparte de lo que se dice de ellos al exponer cómo se siente y cómo se encuentra el justo, este salmo los presenta como adoradores de ídolos vanos (7), como enemigos (16), malvados (18), mentirosos (19), responsables de intrigas (21).

Así pues, podemos reconstruir el marco social que dio origen a este salmo. Un justo trató, él solo, de oponerse a la injusticia generalizada (idolatría) presente en la sociedad. Los malvados injustos reaccionaron con violencia, intimidando a los demás justos, que se ocultan acobardados. El justo lleno de valor hace frente a las consecuencias de su valentía, Los malvados, sirviéndose de calumnias e intrigas, tratan de capturar al justo, que acaba en sus manos, cayendo en la trampa que le han tendido. Estando solo, el justo no tiene a quién recurrir. Se siente perdido. Sus amigos y vecinos le han dado la espalda. Se siente como muerto, como un caso perdido. Físicamente debilitado (cf. el vigor que se le debilita y los huesos que se le consumen del v. 11b) y psicológicamente derrumbado (se siente como un ser repugnante para sus vecinos y un espanto para sus antiguos amigos, v. 12), escucha los cuchicheos de los enemigos que traman su muerte, ¿Qué puede hacer? Todos lo han abandonado: justos, amigos, vecinos, conocidos… Entonces clama al Señor, pues ya no le queda nadie a quién recurrir. Así nació este salmo: a partir del tremendo conflicto entre justicia e injusticia, con la aparente y fácil victoria de los injustos, que tienen al justo en sus manos y quieren matarlo.

Una vez más, Dios es visto y experimentado como el amigo y aliado fiel que no falla en los momentos de angustia. ¿Por qué tiene tanta confianza esta persona y clama a Dios? Porque sabe que, en el pasado, el Señor escuchó el clamor de los israelitas, se solidarizó con ellos, bajó y los liberó de la trampa de muerte que les había tendido el Faraón. El Señor es el aliado que hace justicia (2).

En este salmo, el Señor recibe algunos títulos significativos, que imprimen vivos colores al retrato de Dios: «roca» (3), «fortaleza» (3), «baluarte» (4). Se trata de términos vinculados con la idea de defensa y protección (contexto militar). El Señor se presenta también como «mi Dios» (15), expresión profundamente unida a la idea de Alianza; además de lo dicho, hay referencias a Dios como «refugio de acogida» (20), como alguien que «esconde» (21) y «oculta en su tienda» (21).

En el Nuevo Testamento, Jesús fue todo esto para los excluidos y los que sufrían: enfermos, leprosos, muertos, personas que necesitaban recuperar su dignidad. Además, según Lucas, este salmo es un retrato del mismo Jesús, víctima de las maquinaciones e intrigas de los poderosos. Abandonado por todos, entrega su espíritu al Padre, depositando en él toda su confianza.

Tratándose de un salmo de súplica individual, podemos rezarlo cuando nos encontremos en una situación próxima o parecida a la de la persona que lo compuso. O bien, podemos rezarlo en solidaridad con tantas y tantas personas que viven circunstancias de opresión y exclusión semejantes a las que nos describe el salmo. Desde el punto de vista personal, es conveniente rezarlo cuando tenemos la sensación de haber sido abandonados; cuando nos sentimos físicamente debilitados y psicológicamente arrasados; cuando el dolor nos consume los ojos, la garganta y las entrañas; cuando nos sentirnos víctimas de las intrigas humanas...

Si no vivimos una situación semejante, puede ser bueno rezarlo en comunión con tantos excluidos como hay en la sociedad, con los perseguidos por causa de la justicia, con aquellos cuya muerte ha sido ya fijada. Además, los versículos 12-14 nos invitan a pensar en la situación de los enfermos terminales, de los enfermos de sida y de otros que viven un drama existencial irreversible.

Otros salmos de súplica individual: 5; 6; 7; 10; 13; 17; 22; 25; 26; 28; 35; 36; 38; 39; 42; 43; 51; 54; 55; 56; 57; 59; 61; 63; 64; 69; 70; 71; 86; 88; 102; 109; 120; 130; 140; 141; 142; 143.

Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,30-35
La muchedumbre, a pesar de las variadas pruebas dadas por Jesús en el fragmento anterior, no se muestra satisfecha aún ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para poder creerle (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso que todos los que ha hecho ya. La muchedumbre y Jesús tienen una concepción diferente del «signo». El Maestro exige una fe sin condiciones en su obra; las muchedumbres, en cambio, fundamentan su fe en milagros extraordinarios que han de ver con sus propios ojos.

Nos encontramos aquí frente a un texto que manifiesta una viva controversia, surgida en tiempos del evangelista, entre la Sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de Jesús. Este no se dejó llevar por sueños humanos ni se hizo fuerte en los milagros, sino que buscó sólo la voluntad del Padre. La muchedumbre quiere el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24) para reconocer al verdadero profeta escatológico de los tiempos mesiánicos. Pero Jesús, en realidad, les da el verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Ahora bien, sólo quien tiene fe puede recibirla como don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la Ley, como pensaban los interlocutores de Jesús, sino en el don del Hijo que el Padre regala a los hombres, porque él es el verdadero «pan de Dios que viene del cielo» (v. 33).

En un determinado momento, la muchedumbre da la impresión de haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero la verdad es que la gente no comprende el valor de lo que piden y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, excluyendo cualquier equívoco, precisa: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre» (v. 35). El es el don del amor, hecho por el Padre a cada hombre. El es la Palabra que debemos creer. Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia felicidad.

Esteban tiene el encanto del testimonio valiente e intrépido, un testimonio que desafía a los adversarios, que no les halaga, que no intenta defenderse, sino que proclama con una lucidez impresionante su propia fe. Tampoco usa —y lo hace adrede— ni pizca de diplomacia. Es posible que quiera despertar y agitar a la misma comunidad cristiana, que, atemorizada por las primeras persecuciones, corría el riesgo de convertirse en una secta judía por amor a la vida tranquila o, al menos, por la necesidad de sobrevivir. Esteban ve también el peligro que supone para la joven comunidad cristiana mirar más al pasado que al futuro, el peligro que supone una Iglesia más preocupada por la continuidad con la tradición que por la novedad cristiana.

El diácono aparece presentado como alguien que ha comprendido a fondo el alcance de la novedad cristiana, la ruptura que implicaba la fe en Cristo con respecto a cierta tradición fosilizada, la necesidad de no dejarse apresar por compromisos de ningún tipo. Por algo será Saulo su continuador en la afirmación de la «diversidad» cristiana, en la acentuación de las peculiaridades de la nueva fe, en el correr los riesgos que traía consigo la ruptura con el pasado. Esteban no está dispuesto a transigir ni a bajar a compromisos... Su sacudida ha resultado beneficiosa, incluso por encima de lo necesario. No se vive sólo de mediaciones, sino que, especialmente en determinados momentos decisivos, se hacen necesarias las posiciones claras. Esteban es el prototipo de la parresía cristiana, siempre necesaria, incluso para evitar los riesgos del concordismo.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,30-35 para nuestros Mayores. “Mi Padre os da el verdadero pan”.
El verdadero maná. Cristo toma el pretexto de la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15) para reivindicar el poder de dar un alimento imperecedero (Jn 6,27). Pero los judíos ponen en pleito esta reivindicación: el simple hecho de multiplicar panes un día no puede ser signo suficiente del poder de distribuir un pan imperecedero. Éste es un milagro común. ¿No recibieron nuestros antepasados el maná, pan del cielo, cada mañana de su estancia en el desierto? (Jn 6,30-31). Replican, pues, a Jesús: “Qué signo, qué milagro, nos ofreces para que creamos en ti?

El texto refleja una viva controversia, surgida en tiempos del evangelista, entre la sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de Jesús. Él les replica que Moisés no les dio pan del cielo. Efectivamente, el maná no era “pan llovido del cielo”, sino un producto comestible que bien pudo ser las bolitas resinosas del tamarisco, que se da en la península del Sinaí y que aún hoy los beduinos llaman “maná del cielo”. Su carácter milagroso no consistió en la sustancia misma del alimento, sino en las circunstancias providenciales de tiempo y lugar en que apareció para saciar el hambre de los israelitas hambrientos y trashumantes por el desierto.

La creencia popular judía esperaba que en la era mesiánica volviera a repetirse el “milagro” del maná. He aquí un alimento material que simboliza otro superior y más completo: el pan de vida en referencia a Cristo. “Mi Padre sí que os da verdadero pan del cielo, pan de la vida”. A los oyentes se les iluminan los ojos, pensando que va a demostrar otra vez que tiene poderes mágicos y que va a hacer llover pan milagroso del cielo. Pero Jesús exclama: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. Y a partir de aquí empieza una larga catequesis sobre su misión salvadora, sobre el misterio de su entrega como alimento a sus discípulos. Al hablar de sí mismo como “pan de vida” Jesús piensa probablemente en el árbol de vida del Paraíso, símbolo de la inmortalidad que concede en respuesta a la fe (cf. Jn 6,50.54). Hay, pues, en el concepto de pan de vida un matiz paradisíaco y escatológico: Jesús es la verdadera vida inmortal, prometida al hombre desde el principio y accesible por la fe.

“Yo soy el Pan vivo”. Cuando Jesús se proclama “pan de vida” no lo reduce a la sola Eucaristía, sino primeramente a su persona, como cuando pregona: “Yo soy el agua viva” y “yo soy la luz”, símbolos que no hacen referencia directa a la Eucaristía.

Jesús es pan de vida con su palabra; por eso la Iglesia habla con frecuencia del “pan de la Palabra”. Es pan de vida porque amándonos nos da vida, porque infunde en nosotros un sentido sublime para vivir; nos da vida ofreciéndonos su propio estilo de vida, porque nos infunde el Espíritu, su espíritu.

Jesús es también pan de vida con su Eucaristía. Es más, hay que decir que el pan eucarístico no alimenta si no se ha comido antes el pan de la Palabra, que es la que le da el poder nutritivo; sin él, el pan de la Eucaristía no pasa de ser un mero pan material. No tiene ningún poder mágico.

Para entender en todo su vigor lo que quiere decir Jesús cuando afirma: “Yo soy el pan vivo”, es necesario situarse en su tiempo y valorar lo que para ellos significaba el pan. No es fácil comprenderlo en nuestro tiempo en el que es frecuente la dieta sin pan o con muy poco pan. Entonces era el alimento básico y no se entendía la vida sin él. Era el símbolo de la vida. Eso es lo que quiere decir Jesús cuando afirma: “Yo soy el agua viva, yo soy el pan vivo”, yo soy el alimento y la bebida básicos sin los cuales no hay vida, sino hambre y sed.

Cuando uno encuentra ese pan y esa agua, siente satisfecha su hambre y sed radicales. Basta recorrer las hagiografías, biografías y autobiografías de los convertidos para comprobar la verdad de la confesión agustiniana: “Nos hiciste, Señor, para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”. Éste es el caso de Pablo, que habla del rabí de Nazaret con una exultación y una exaltación increíbles. Testimonio conmovedor también el del joven Esteban, del que habla la primera lectura.

¿Hemos hecho de Jesús la opción radical de nuestra vida, de modo que él sea para nosotros el “pan”, el alimento básico de cada día, con su Palabra, su Cuerpo y la comunicación con él?

Pan que sacia y da hambre. Jesús es el agua viva y el pan de vida. Asegura: “Quien coma de esta pan y beba de esta agua, ya no tendrá más hambre ni sed”. Entendamos bien esta afirmación: “no tendrá más hambre ni sed”. Jesús quiere decir que no tendrá hambre ni sed de otros dioses, de otros sentidos de la vida, de otras formas de felicidad, porque ha descubierto, como Pablo, que todo lo demás es basura en comparación con su conocimiento y amistad (Flp 3,8). Cuando se le encuentra, el corazón descansa.

Por otra parte, se siente hambre y sed crecientes del mismo Cristo a quien uno desea unirse cada vez más estrechamente hasta llegar al encuentro definitivo con él en la vida bienaventurada, como le ocurría a Pablo: “Deseo morir y estar con Cristo” (FIp 1,23). Una gran creyente, convertida, que estaba soportando contradicciones en su importante trabajo pastoral, confesaba: “Mi fe en Jesús está por encima de todo. Es él y sólo él el que determina mi vida. Al encontrarme con él,

he empezado a vivir’; y después de recibir de él lo que he recibido, ya no puedo negarle nada”. Esto es, justamente, lo que ofrece Jesús, cuando proclama: “Yo soy el pan de vida”.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,35-40, para nuestros Mayores. El que cree, tiene vida eterna. 
“El que viene a mí no pasará hambre” El discurso del Pan de vida tiene dos partes muy claras: una que habla de la fe en Jesús, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma: “Yo soy el Pan de vida”; en la segunda dirá: “Yo daré el Pan de vida”. Ambas están íntimamente relacionadas y forman parte de la catequesis acerca del pan.

Estamos en la primera parte de la catequesis: “Yo soy el pan de vida”. He aquí la gran afirmación de Jesús que invita a la fe en él. Se percibe claramente que éste es el mensaje por los verbos que emplea: “el que viene a mí”, “el que cree en mí”, “el que ve al Hijo y cree en él”... Aquí se llama Pan a Cristo no en el sentido directamente eucarístico, sino más bien metafórico; a una humanidad hambrienta Dios le envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. También se lo envía como la Luz y Agua viva.

Posteriormente la catequesis pasará a una perspectiva más claramente eucarística, al hacer referencia a los verbos “comer” y “beber”. El efecto de creer en Jesús es claro y directo: el que cree en él “no pasará hambre”, “no se perderá”, “lo resucitaré en el último día”, “tendrá vida eterna”.

Leonardo Mondadori, el gran empresario editorial, testimonia su experiencia: “El Evangelio es realmente el libro de instrucciones para el hombre. Jesucristo es de verdad la respuesta a todos nuestros interrogantes; sólo quien lo sigue se realiza plenamente”. Resumiendo su experiencia, decía con mucho énfasis: “Al encontrarme con Cristo he pasado del vacío a la alegría”. Éste es, justamente, el mensaje de esta catequesis del cuarto evangelio.

Pablo afirma categóricamente: “Nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, Jesucristo” (1 Co 3,11). Él es la piedra angular (Hch 4,11). Jesús no lo puede decir con mayor claridad y precisión. No viene a señalar caminos, ni a decir verdades, ni a guiarnos a ninguna fuente de vida: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Lo importante y urgente es sentirse vitalmente “religados” con él, como los sarmientos a la vid.

Es muy significativo que los últimos Papas y el Concilio Vaticano II hayan proferido enérgicamente la consigna del “retorno a Cristo” y el “encuentro con Cristo”. Pablo VI afirmaba: “La Iglesia se renovará cuando fije su mirada en Jesús de Nazaret, viva pendiente de sus labios y tenga prendado su corazón en él”. Y es que, desgraciadamente, la persona de Jesús se ha perdido para muchos cristianos masivos entre un complicado montaje religioso de creencias, ritos, ceremonias religiosas. La práctica religiosa no es signo inequívoco de fe viva en Jesús. Se puede practicar y, sin embargo, no tener verdadera fe en él, sino en los ritos y estructuras, o tenerla muy mortecina.

Me confesaba un médico joven con respecto a sí mismo: “Mira, hace sólo tres años que descubrí, gracias a un libro que me recomendaste, que Jesucristo es de verdad mi amigo, mi hermano, mi liberador, el espejo en el que debo mirarme. Antes lo único que hacía eran prácticas religiosas, y estaba convencido de ser un cristiano auténtico, hasta el día en que el Señor me quitó las cataratas y me di cuenta de que era un pobre ciego, un esclavo que necesitaba de él. Todo esto ha sido para mí como un nuevo nacimiento”. Jesús es para él “el Pan de vida”.

Comentario del Santo Evangelio Jn 6 30-35 (6,24-35), de Joven para Joven. El maná.
La obra que Dios quiere de vosotros es que creáis en aquél a quien Dios ha enviado. Jesús exige la aceptación de su persona y de sus palabras. Exige la fe. ¿Por qué? ¿Qué razones o signos extraordinarios justifican esta pretensión de Jesús? Es el interrogante de siempre.

La pretensión de Jesús hace aparecer en escena la cuestión del maná. Si Jesús manifiesta la pretensión de ser un profeta, al estilo de Moisés, debe realizar signos semejantes. Así aparece lógicamente el maná. Más aún, existían especulaciones judías que hablaban del maná en forma sapiencial: «Está preparado para la edad futura. Todo el que crea es digno de comerlo». Por otra parte el maná estaba asociado con la fiesta de la pascua. Y existía una creencia según la cual el Mesías vendría por la fiesta de la pascua, y entonces comenzaría a caer el maná del cielo. Todas estas especulaciones y esperanzas judías iluminan notablemente la escena, tal como Juan nos la presenta.

La respuesta de Jesús ante las exigencias de la gente se centra en este punto: vuestras esperanzas han sido ya cumplidas. Yo soy ese pan esperado. Pero, antes de dar esta solución definitiva, era necesario precisar algo muy importante. No fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino su Padre. Moisés les había dado un pan «perecedero». El maná, según la convicción generalizada, había sido efectivamente un pan sobrenatural, pero, en realidad, únicamente podía satisfacer el hambre o la necesidad física.

Si Jesús no hace otra cosa distinta a una multiplicación de los panes, como la gente lo había entendido, su pan sería también sobrenatural, como el maná, pero tampoco iría más allá de Moisés. Sería un pan «perecedero».

Jesús ofrece algo más. Satisfacer todas las apetencias y exigencias existenciales del hombre. Quien lo acepte como el verdadero pan del cielo no tendrá más hambre.

La aceptación de Jesús como el verdadero pan del cielo, que quita verdaderamente el hambre, es inseparable de la fe e imposible sin ella: venir a él es sinónimo de creer en él. El paralelismo es bien claro.

La gente no había entendido mucho, pero sí lo suficiente como para apetecer un pan que sacie verdaderamente el hambre que aflige al hombre. Señor, danos siempre ese pan. En definitiva, sería el pan que Dios daría al justo después de la muerte.

Elevación Espiritual para este día. 
Son los cielos abiertos los que iluminan mi camino. Mirando estos cielos luminosos es como tengo valor para atravesar las tinieblas, para no dejarme atemorizar por el vocerío, para no dejarme intimidar por el altísimo griterío del mundo; para no dejar caer los brazos frente a quien «se tapa los oídos» para no escucharme; para no desistir cuando todos se precipitan en contra de mí. Esos cielos abiertos son mi meta y mi gozo. Sé que debo atravesar la aspereza y la oscuridad para llegar a ellos. Debo mantenerlos de manera constante ante mis ojos: cielos abiertos, cielos acogedores, cielos habitados, cielos patria del Resucitado y de los resucitados, mis cielos.

Reflexión Espiritual para el día.
Edith Stein, enviada al campo de concentración, escribía en agosto de 1942: «Soy feliz por todo. Sólo podemos dar nuestra aquiescencia a la ciencia de la cruz experimentándola hasta el final. Repito en mi corazón: «Ave crux, spes unica (Salve, oh cruz, única esperanza)».

Y leemos en su testamento: «Desde ahora acepto la muerte que Dios ha predispuesto para mí, en aceptación perfecta de su santísima voluntad, con alegría. Pido al Señor que acepte mi vida y mi muerte para su gloria y alabanza, por todas las necesidades de la Iglesia, para que el Señor sea aceptado por los suyos y para que venga su Reino con gloria, para la salvación de Alemania y por la paz del mundo. Y, por último, también por mis parientes, vivos y difuntos, y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno se pierda».

Edith estaba preparada: «Dios hacía pesar de nuevo su mano sobre su pueblo: el destino de mi pueblo era el mío».

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 7,51; 8,1 Hombres incircuncisos de corazón.
Esteban decía: « ¡Hombres duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Sois como fueron vuestros padres... que mataron a los profetas!» Al oír esto sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él.

Esteban, en situación de acusado, acusa y ataca primero. Pero esas frases mordaces ásperas palabras, de hecho no son más que una reanudación de lo que decía Jesús y decían todos los profetas (Éxodo 33, 3; Jeremías 4,4). Jesús se mostraba igualmente violento cuando trataba a sus auditores de “serpientes”, de “raza de víboras”, y los acusaba de “matar a los profetas” (Mateo 23, 33). La Palabra de Dios, la Palabra de Jesús, ¿me penetró suficientemente para ser capaz, como Esteban, de seguir la misma línea que siguió Jesús, de ser su continuación? Y, en primer lugar, ¿soy capaz de dejarme interpelar por esa Palabra exigente? O bien ¿soy quizá un “duro de cerviz” que no quiere ceder, que se mantiene en sus hábitos, que rehúsa convertirse, que rehúsa cambiar?

Señor, para ser portador de tu Palabra, quiero, en primer lugar, escucharla, meditarla en mi interior. Efectivamente, a menudo, soy «duro», «me encierro en mí mismo»..., en lugar de dejarme dócilmente conducir por tu Espíritu hacia nuevos horizontes, hacia conversiones profundas, las que Tú deseas para todos nosotros.

Esteban, lleno del Espíritu Santo, los ojos mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios.

Danos, Señor, esa mirada interior que nos hace “ver” a Dios, por el Espíritu.

Esteban, hombre fogoso, contestatario, discutidor vigoroso, es también un hombre de vida interior, contemplativa, un visionario que saca sus ideas, sus palabras, sus actos, de su oración contemplativa.

«Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios».
Efectivamente, ¡Jesús está vivo, resucitado, exaltado!
Y Esteban vive con Él, vive de Él. Es el tiempo pascual. Es en esta visión, alimentada ciertamente por la eucaristía, que Esteban saca su fuerza y su certidumbre. A partir de esto, ¡nada puede detenerle!
Reflexionando: Jesús, ¿es alguien para nosotros? ¿Tenemos intimidad, compañerismo con Él?

Gritando fuertemente, se taparon los oídos y empezaron a apedrearle... Habían puesto sus vestidos a los pies de un joven, llamado Saulo.

En una explosión de furor, se le conduce a la muerte. ¡Saulo de Tarso está allí! Pronto cambiará su nombre por el de Pablo. Toda su vida conservará el recuerdo de sus persecuciones a los cristianos. Estaba allí aquel día en que mataban a un hombre a pedradas. Desde aquel día debió de hacerse la pregunta: “¿De dónde le viene esa valentía?” ¿Hay a mi alrededor paganos, no-creyentes, indiferentes, que observan mi vivir? ¿Es mi vida una pregunta, una interpelación para ellos? ¿Pueden adivinar que hay un secreto en mi vida «una mirada fija en el cielo?»

Mientras lo apedreaban, Esteban rogaba: «Señor, no les tengas en cuenta ese pecado.»
Esta muerte es admirable. Como su maestro Jesús, Esteban perdona. Es la víctima que «ama» a sus verdugos, y «ruega» por ellos, como había pedido Jesús. ¿A quién tengo que perdonar?
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