22 de abril 2010. JUEVES DE LA III SEMANA DE PASCUA. Feria, (Ciclo C). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Sotero y Cayo pps, Leónidas mr, Oportuna ab, Teodoro ob. Lucio Karin/ Sótero/ Agapito.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 2,26-40:: Siguió su viaje lleno de alegría
Salmo 65: Aclamen al Señor, tierra entera.
Jn 6,44-51: Atraídos por el Padre
seguimos meditando un texto que ha sido cortado en pedacitos. Tal vez la intención sea que nos fijemos bien en cada versículo. Los de hoy están centrados en el Padre de Jesús, al que El llamaba cariñosamente “Papá, papito”. Cómo quería Jesús que conociéramos a su Padre, que supiéramos que al seguirlo a Él estamos siendo atraídos/as por el Padre. Profetas, hombres y mujeres, transformados en alaridos que testimoniaban el proyecto de Dios, anunciaron desde antiguo que “todos serán discípulos de Dios”. Es decir todos escucharán su voz y aprenderán y le harán caso. ¿Qué nos estará pasando que por más que escuchamos no aprendemos nada? G. Gutiérrez dice que a Dios hay que “creerle y practicarlo”. Tal vez por eso nuestras celebraciones religiosas no nos alimentan para la vida del reino. Escuchamos y decimos creer pero no “practicamos a Dios”. Somos como el hijo de aquella parábola que dijo ya voy, pero no fue. Pidamos al Señor que nos haga volver a Èl, atraídos y atraídas por el Padre, como pequeñas partículas de hierro atraídas por el poderoso imán de su amor, por la fascinación que brota de su amor sin medida. Lo mismo que le pasó a Jesús.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 8,26-40
Siguió su viaje lleno de alegría
En aquellos días, el ángel del Señor le dijo a Felipe: "Ponte en camino hacia el Sur, por la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto." Se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido en peregrinación a Jerusalén. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías.
El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate y pégate a la carroza." Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: "¿Entiendes lo que estás leyendo?" Contestó: "¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?" Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste: "Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de los vivos." El eunuco le preguntó a Felipe: "Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?" Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: "Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?" Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 65
R/.Aclamad al Señor, tierra entera.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, / haced resonar sus alabanzas, / porque él nos ha devuelto la vida / y no dejó que tropezaran nuestros pies. R.
Fieles de Dios, venid a escuchar, / os contaré lo que ha hecho conmigo: / a él gritó mi boca / y lo ensalzó mi lengua. R.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica / ni me retiró su favor. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,44-51
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 2,26-40:: Siguió su viaje lleno de alegría
Salmo 65: Aclamen al Señor, tierra entera.
Jn 6,44-51: Atraídos por el Padre
seguimos meditando un texto que ha sido cortado en pedacitos. Tal vez la intención sea que nos fijemos bien en cada versículo. Los de hoy están centrados en el Padre de Jesús, al que El llamaba cariñosamente “Papá, papito”. Cómo quería Jesús que conociéramos a su Padre, que supiéramos que al seguirlo a Él estamos siendo atraídos/as por el Padre. Profetas, hombres y mujeres, transformados en alaridos que testimoniaban el proyecto de Dios, anunciaron desde antiguo que “todos serán discípulos de Dios”. Es decir todos escucharán su voz y aprenderán y le harán caso. ¿Qué nos estará pasando que por más que escuchamos no aprendemos nada? G. Gutiérrez dice que a Dios hay que “creerle y practicarlo”. Tal vez por eso nuestras celebraciones religiosas no nos alimentan para la vida del reino. Escuchamos y decimos creer pero no “practicamos a Dios”. Somos como el hijo de aquella parábola que dijo ya voy, pero no fue. Pidamos al Señor que nos haga volver a Èl, atraídos y atraídas por el Padre, como pequeñas partículas de hierro atraídas por el poderoso imán de su amor, por la fascinación que brota de su amor sin medida. Lo mismo que le pasó a Jesús.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 8,26-40
Siguió su viaje lleno de alegría
En aquellos días, el ángel del Señor le dijo a Felipe: "Ponte en camino hacia el Sur, por la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto." Se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido en peregrinación a Jerusalén. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías.
El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate y pégate a la carroza." Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: "¿Entiendes lo que estás leyendo?" Contestó: "¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?" Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste: "Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de los vivos." El eunuco le preguntó a Felipe: "Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?" Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: "Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?" Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 65
R/.Aclamad al Señor, tierra entera.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, / haced resonar sus alabanzas, / porque él nos ha devuelto la vida / y no dejó que tropezaran nuestros pies. R.
Fieles de Dios, venid a escuchar, / os contaré lo que ha hecho conmigo: / a él gritó mi boca / y lo ensalzó mi lengua. R.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica / ni me retiró su favor. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,44-51
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8,26-40
Lucas prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde el punto de vista étnico y que, sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de un costoso rollo manuscrito de la Biblia.
A este personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el Siervo de Yavé lleva a cabo Felipe su misión salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura.
El eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la duda de quién, pensativa aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.
Comentario del Salmo 65
Es un salmo de acción de gracias colectiva. Se invita a la tierra (1b) y a los pueblos (8a) a dar gracias por «las obras de Dios, sus temibles acciones en favor de los hombres» (5),
Tiene dos partes: 1b-12 y 13-20, cada una de las cuales puede, a su vez, dividirse en unidades menores. En la primera parte (1b12), se invita a la tierra y al pueblo a aclamar (1-4): «aclamad», «tocad», «cantad himnos» (1b-2). Esta invitación se abre a otras personas (3-4). Tras la invitación, como es costumbre en este tipo de salmos, aparecen los motivos por los que hay que dar gracias a Dios. La razón se encuentra en sus obras pasadas (5): el paso del mar Rojo y del río Jordán (6), momentos importantes que precedieron a la entrada en la Tierra Prometida y su conquista. Aparecen dos motivos más: Dios gobierna con su poder para siempre (7a), y vigila a las naciones, para que no se subleven (7b) contra el pueblo de Dios. Tal vez este último motivo esté relacionado con las conquistas de Josué o, quién sabe, con las de un rey guerrero, como David.
En esta primera parte, tenemos además una segunda invitación a la alabanza dirigida a los «pueblos» (8). Y las razones son diversas. Dios mantiene vivo a su pueblo y no permite que tropiecen sus pies (9), lo puso a prueba en medio del conflicto, refinándolo igual que se refina la plata (10). Hizo caer a su pueblo en la trampa del enemigo (11a), arrojando sobre sus hombros una carga pesada (11b). Un mortal cabalgó sobre el cuello del pueblo (12a), pero Dios lo liberó de todo ello, inspirando así la acción de gracias (12c). Detrás de todas estas cosas tenemos algunas imágenes y comparaciones. Los enemigos de Israel son presentados como cazadores que esconden lazos (9b) y trampas (11a); como jinetes que convierten al pueblo en un animal de carga (12a). A Dios se le presenta como un fundidor que refina la plata mediante el fuego (10). Se trata de referencias a situaciones pasadas de la vida de Israel, una época de derrota militar y de esclavitud, época en que los vencidos tenían que cargar, literalmente, sobre sus hombros a sus vencedores.
Este salmo supone la existencia de un gran número de personas reunidas en el templo de Jerusalén para dar gracias a Dios por la superación de terribles conflictos, algunos del pasado remoto del pueblo de Dios (7-9), otros más cercanos en el tiempo (10-12), así como por la superación del conflicto de un individuo cuyo último recurso fue clamar a Dios (16-19). Los salmos de acción de gracias nacieron en el templo; una vez proclamados los favores obtenidos, se ofrecían sacrificios (13-15), terminando, en ocasiones, con una fiesta de confraternización entre amigos.
Los conflictos superados de que se habla en este salmo van desde la época del éxodo hasta el momento en que se compuso el salmo. Dios actúa en medio de los conflictos en favor de los hombres (5). Así sucedió en el paso del mar Rojo, en el paso del Jordán (6) y en tiempos de la conquista de la Tierra (7). Estos hechos marcaron profundamente la vida del pueblo de Dios, de modo que, cuando atravesaba situaciones semejantes, aprendió a confiar. Esto es de lo que se habla en 10-12. El contexto puede que sea el exilio en Babilonia. El salmo describe con crudeza lo sucedido, atribuyéndole a Dios la responsabilidad de los sufrimientos del pueblo. Este último ha sido purificado al fuego como la plata (10), ha caído en la trampa del enemigo (11a), que cabalgó sobre él (12a).
Este versículo puede aludir al hecho de que los vencidos tenían que llevar a cuestas a sus vencedores o, tal vez, recuerde el gesto que llevaban a cabo los vencedores, poniendo el pie derecho sobre el cuello de los vencidos. Es como si hubieran tenido que enfrentarse con un «incendio» o con una «inundación» (12b). Pero todo esto fue superado.
De la descripción de la superación de los conflictos internacionales, se pasa a la superación de un conflicto de menor envergadura (16-19). No se habla de enemigos, lo que indica que puede tratarse de un conflicto tanto personal, como social. Pero el hecho de que el salmista afirme que no tenía malas intenciones (18) permite sospechar que se trata de la superación de un conflicto social.
La segunda parte (13-20) parece haber constituido un salmo distinto, pues presenta la situación de una persona, y no de todo el pueblo. Al igual que la primera parte, también esta puede dividirse en unidades menores. Hay una introducción (13-15), un conflicto superado (16-19) y una conclusión (20). En la introducción (13-15), alguien afirma estar entrando en el templo con holocaustos en abundancia, cumpliendo de este modo las promesas que había hecho en los momentos de conflicto y de angustia (14). Por el templo circulan numerosos fieles y peregrinos, que muestran interés en saber por qué esta persona obra de este modo. El salmista, entonces, convoca a los que temen a Dios para que escuchen lo que el Señor había hecho por él. Ahora tiene lugar la catequesis (16-19). La vida de una persona siempre está abierta a nuevas experiencias. No sabemos exactamente qué es lo que había sucedido. El salmista declara su inocencia (18), dice que había dirigido a Dios un grito suplicante (17a.19b), que había ensalzado a Dios (17b) y que este le escuchó (19). La conclusión (20) es una bendición dirigida a Dios por su fidelidad en el amor y por acoger la súplica.
Este salmo supone la existencia de un gran número de personas reunidas en el templo de Jerusalén para dar gracias a Dios por la superación de terribles conflictos, algunos del pasado remoto del pueblo de Dios (7-9), otros más cercanos en el tiempo (10-12), así como por la superación del conflicto de un individuo cuyo último recurso fue clamar a Dios (16-19). Los salmos de acción de gracias nacieron en el templo; una vez proclamados los favores obtenidos, se ofrecían sacrificios (13-15), terminando, en ocasiones, con una fiesta de confraternización entre amigos.
Los conflictos superados de que se habla en este salmo van desde la época del éxodo hasta el momento en que se compuso el salmo. Dios actúa en medio de los conflictos en favor de los hombres (5). Así sucedió en el paso del mar Rojo, en el paso del Jordán (6) y en tiempos de la conquista de la Tierra (7). Estos hechos marcaron profundamente la vida del pueblo de Dios, de modo que, cuando atravesaba situaciones semejantes, aprendió a confiar. Esto es de lo que se habla en 10-12. El contexto puede que sea el exilio en Babilonia. El salmo describe con crudeza lo sucedido, atribuyéndole a Dios la responsabilidad de los sufrimientos del pueblo. Este último ha sido purificado al fuego como la plata (10), ha caído en la trampa del enemigo (11a), que cabalgó sobre él (12a).
Este versículo puede aludir al hecho de que los vencidos tenían que llevar a cuestas a sus vencedores o, tal vez, recuerde el gesto que llevaban a cabo los vencedores, poniendo el pie derecho sobre el cuello de los vencidos. Es como si hubieran tenido que enfrentarse con un «incendio» o con una «inundación» (12b). Pero todo esto fue superado.
De la descripción de la superación de los conflictos internacionales, se pasa a la superación de un conflicto de menor envergadura (16-19). No se habla de enemigos, lo que indica que puede tratarse de un conflicto tanto personal, como social. Pero el hecho de que el salmista afirme que no tenía malas intenciones (18) permite sospechar que se trata de la superación de un conflicto social.
Desde que empieza hasta que acaba, este salmo habla del Dios aliado de una persona (13-19) y de un pueblo (9-12); es más, podríamos decir que se trata de un Dios aliado de toda la tierra (1b) y de toda la humanidad (8). Aliado en la defensa y en la promoción de la vida. Donde la vida corre peligro, allí está Dios, liberando e introduciendo en la tierra de la libertad (6), preservando la Tierra Prometida (7), permitiéndole al pueblo recobrar el aliento (12) sin rechazar la súplica del inocente (20), escuchando y atendiendo los gritos de súplica (19). Como ya se ha indicado, la salida de Egipto (paso del mar Rojo) y la entrada en la Tierra Prometida (paso del Jordán) constituyen el punto de partida de muchas y nuevas experiencias de la acción liberadora de Dios en la vida de la gente: «Venid a ver las obras de Dios, sus temibles acciones en favor de los hombres» (5).
A lo largo de su vida, Jesús siguió realizando las obras del Padre (Jn 5,17), lo que viene a significar que no hay ruptura entre el primero y el segundo. «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Según Lc 7,16, en Jesús Dios visita al pueblo que sufre. Pero, en realidad, son pocos los que se acuerdan de dar gracias por la presencia y la visita de Dios en la vida de la gente (Lc 17,11-19).
Tratándose de una acción de gracias colectiva, conviene rezarlo en compañía de otras personas, compartiendo las cosas buenas que recibimos de Dios, Se presta para las ocasiones en las que desearnos recordar lo que Dios ha hecho en nuestro favor o en favor de otras personas o grupos; podemos rezarlo cuando Dios nos permite recobrar el aliento; cuando no rechaza nuestras súplicas; cuando nos escucha y atiende a nuestros gritos de súplica...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,44-52
Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino —“Yo soy el pan de vida” (v. 35) y «Yo he bajado del cielo» (v. 38) — habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.
La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre (v. 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.
Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús, pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.
La evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por sus inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles que hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana planificada. Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de secundar. Felipe recibe la orden de ir por un camino que cruza por el desierto, a pleno sol, precisamente hacia el sur. A decir verdad, no parece una buena premisa para la evangelización. Pero es aquí donde Dios ha predispuesto un encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la evangelización de África. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su impulso evangelizador, que no deja perder ninguna ocasión; su capacidad para interpretar la Escritura. Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su «preparación». El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el encuentro y favoreció el acercamiento misionero.
Quizás nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión, cuando, en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de evangelizadores, por nuestra disponibilidad para ir a alguno de los muchos «desiertos» de la ciudad secular, precisamente a los sitios donde parece inútil ir, porque son áridos, lugares posiblemente desesperados. Sin embargo, es posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener lugar encuentros decisivos.
Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende de su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a veces, una forma extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es posible encontrar una pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a veces rechazada, y en alguna ocasión acogida como liberadora.
Al encuentro con Cristo. Juan Pablo II urgía tercamente una nueva evangelización: “Es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Se repiten los gestos y signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe, con una adhesión a la persona de Jesús”. Por eso repetía: “No temáis a Cristo” y exhortaba fogosamente a acercarse a los evangelios para adquirir “la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3,8).
El cristianismo difiere sustancialmente de otras religiones o movimientos. El cristianismo es Cristo. Y ser cristiano es mantener una relación personal con él. Está vivo entre nosotros y por eso podemos vivir envueltos en una amistad íntima y entrañable con él, ya que sabemos que es nuestro compañero de trabajo, de camino, de vida (Mt 28,20). La fe en él es, al mismo tiempo, un don y una tarea. Don: “Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44). Tarea: porque Dios sólo revela los misterios a los sencillos, humildes y limpios de corazón” (Mt 11,25); para ello hay que cultivarla, formarse y alimentarla con la escucha de la Palabra, la lectura de libros formativos, con la oración, hay que compartirla y celebrarla en comunidad fraterna, y mantenerla con la coherencia en el actuar. La fe es una hoguera, una amistad, que hay que alimentar constantemente para que no se apague. Qué ardientemente lo experimentó Agustín, tan vital: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Gusté de ti, y siento hambre y sed de ti”
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,44-51, para nuestros Mayores. “El pan que yo daré es mi carne”.
El autor de la carta a los Hebreos resume así el camino recorrido por la Palabra: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1,1-2). Pero la Palabra quiso acercarse aún más para ser alimento, y se hizo libro en la Biblia. El largo camino de la Palabra desde la eternidad se ha remansado en forma de Biblia y de Eucaristía. Cristo confió estos dos tesoros a su Iglesia para que nos los reparta en la doble mesa de la Escritura y de la Eucaristía (DV 21). La Iglesia ha unido siempre las dos mesas, porque sin Biblia, tendríamos en la Eucaristía una presencia muda; y sin Eucaristía, tendríamos en la Biblia la Palabra de un muerto.
Jesús proclama solemnemente ante el escándalo de muchos de sus oyentes: “El pan que yo daré es mi carne” (Jn 6,51); “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él, y tiene vida eterna” (Jn 6,54). Asombroso participar con el cuerpo y el alma para que la participación de la Palabra y del Cuerpo y Sangre de Jesús tenga poder vivificante es preciso participar de ellos con el cuerpo y el alma. El solo hecho de oír la Palabra y de comer el Cuerpo y beber la Sangre no tiene en sí un poder mágico de revitalización del espíritu. No ocurre lo mismo que con el alimento material: basta con recibir la alimentación para que nos sustente. La Palabra, el Cuerpo y la Sangre de Jesús sólo son “pan de vida” cuando se toman con fe.
Pablo recuerda a los corintios: “El que come y bebe sin considerar que se trata del cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Co 11,29). Pablo habla de que para unos las Eucaristías, por ser una profanación sacrílega, son motivo de condenación, y para otros, por su ignorancia, rutina e incoherencia con que las celebran son perfectamente inútiles; por eso siguen tan adormilados y débiles como si no la comieran. Éste es, sin duda, el caso de incontables cristianos, incluso piadosos. Se trata de una realidad patente porque, a pesar de sus numerosas “misas”, siguen con su mediocridad y vida mundana como si nada pasara.
Estamos, creo, ante una situación que clama al cielo. Hay demasiada repetición mecánica y monotonía en el culto perdiendo significación. Quizás, como ocurre en países del Tercer Mundo, habría que tener menos “misas” y más “Eucaristías”. Cada Eucaristía supone una transfusión de vida según el nivel de fe del cristiano que participa. El rutinario sale vacío, pero los santos salen como quien ha recibido una transfusión de sangre o como el hierro hecho fuego en la fragua. Ésta es la experiencia personal de la que da testimonio san Antonio M. Claret: “Al final de cada Eucaristía me siento como el hierro que acaba de salir de la fragua”.
De la misa a la Eucaristía durante siglos “misa” ha sido el término utilizado para designar la Eucaristía. Hoy se prefiere el vocablo “Eucaristía”, más antiguo, de raíces bíblicas, y que significa “acción de gracias”. Este cambio de palabras no es un mero capricho. El hecho de comer el Cuerpo del Señor y beber su Sangre se enmarca en un contexto celebrativo que, con su calidad y calidez, determina la fuerza liberadora para cada cristiano y su comunidad.
En un mismo domingo, en Madrid, participé como simple feligrés en tres Eucaristías en parroquias distintas, con ambiente pastoral muy distinto. En una de ellas los feligreses bostezaban, se removían en el banco, miraban los relojes y, al terminar, parecían huir del templo. “Soportaron” la celebración como sufridos espectadores. En la segunda, estaba presidida por un sacerdote animado y animador. Los feligreses le siguieron con atención, pero pasivamente, con la sola participación de un par de lectores y cuatro personas que pasaron las bolsas de la cuestación; terminada la celebración, los feligreses se dispersaron silenciosamente. La tercera tuvo lugar en una humilde parroquia de barrio. La celebración fue muy concurrida. Los fieles salían alegres y animosos, departían en pequeños grupos, se palpaba un ambiente de fiesta familiar. ¡Qué Eucaristías tan distintas las de un grupo anónimo y las de grupos que viven día a día la fraternidad y el compromiso! Porque una celebración viva no se improvisa.
El grado de energía interior que brota de la Eucaristía viene determinado por la motivación y el espíritu con que se participa. Para que sea vigorizante es necesario que se celebre con espíritu comunitario y fraterno, no individualista; que se participe en ella evitando ser espectadores; que sea generosa, no utilitarista, no puro pedigüeño, ni para hacer méritos, sino para hacer el ofertorio de la propia vida y vivir el misterio de la entrega del Señor, su pascua; que sea comprometida y solidaria, lo que supone implicarse en la Causa de Jesús. Celebrar con autenticidad la Eucaristía es un gesto intrépido y gozoso. Con estas condiciones sí que se come a Cristo con el cuerpo y con el alma.
“¿De dónde sacas tanta generosidad para prodigarte?”, le pregunto a una mujer joven que es pura entrega. “De donde la voy a sacar sino de la Eucaristía que compartimos cada mañana”, me responde. La verdad es que la celebra con el espíritu encendido.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6, 41-52 (6, 44-41/6, 44-52/6, 44-46), de Joven para Joven. Yo soy el pan dé vida.
Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Sencillamente absurdo. El auditorio sabía muy bien quién era Jesús. O, más bien, creían saberlo. Jesús es el hijo de José, cuyos padres conocemos. ¿Cómo se presenta diciendo que ha bajado del cielo?
La murmuración era natural. Y sirve para introducirnos otra vez en el ambiente del Antiguo Testamento: la murmuración del antiguo pueblo de Dios. También volverá a aparecer el tema del maná. El evangelista no pierde ninguna oportunidad para establecer la conexión entre la multiplicación de los panes y el discurso sobre el pan de la vida
La cuestión del origen de Jesús aparece frecuentemente como motivo de incomprensión. ¿Cómo puede conciliar- se la afirmación de que es el Hijo del hombre con su origen humano, o este origen humano con la afirmación de ser el pan que ha bajado del cielo?
Jesús nunca responde a la cuestión de su origen quedándose al nivel puramente humano. La respuesta a la objeción sobre su pretensión absurda, la tenemos en los vv. 44-46: él es el enviado y el revelador del Padre, está en Dios, de allí ha bajado como pan de vida para el hombre.
De todos modos, conciliar el origen humano con el verdadero origen de Jesús sólo puede lograrse mediante el don de la fe, que Dios regala. Nadie puede ir a él si no fuere «traído» por el Padre. La frase suena a determinismo fatalista. Es preciso, para evitarlo, tener en cuenta el «modo» como Dios «trae» al hombre. No lo trae por la fuerza, sino por la invitación a la decisión ante su manifestación en la Escritura. Jesús se halla testimoniado en la Escritura. Es decir, que se halla abierto para todos el camino para ser traídos por el Padre a Jesús. En este sentido llegaron a Jesús todos los que leen rectamente la Escritura, los que escuchan al Padre, los que son adoctrinados por Dios (es el texto del profeta Isaías, 54, 13).
Los judíos, sin embargo, murmuraban. El tema de la murmuración, ya lo hemos apuntado, evoca la murmuración del antiguo pueblo de Dios. El tema es introducido porque la murmuración es el índice más claro de no querer creer. Sólo cuando existe una verdadera apertura al movimiento de Dios, cuando se cesa de murmurar, puede tener lugar la «tracción» que Dios hace del hombre hacia Jesús.
El evangelista, al recoger así estas palabras de Jesús, que cita a Isaías, pretende afirmar que estamos en ese tiempo que el profeta había anunciado. La enseñanza —serán enseñados por Dios— tiene un doble aspecto: uno externo, que se halla personificado en Jesús, que está en medio de ellos, y otro interno, Dios actuando en el corazón.
La recepción de la vida ya no se vincula ahora (vv. 48ss) a venir a Jesús y creer en él. Es necesario comer el pan. Esto es así porque solamente él realiza plenamente la idea, y la realidad implicada en ella, del pan de Dios, que ha bajado del cielo. Él evita la muerte, cosa que no pudo hacer el maná. El y solamente él —no el maná de Moisés— es el pan vivo que ha bajado del cielo, y tiene la virtualidad de comunicar la vida eterna.
Por primera vez aparece en esta sección el verbo «comer». Va a introducirse algo nuevo. Esto ocurrirá plenamente en la sección siguiente. Aquí, no obstante, nos hallamos en el plano sapiencial, aunque las alusiones a la eucaristía estén presentes. Pero, en realidad, el comer el pan puede entenderse de la comida espiritual por parte de aquél que se llega a Jesús y cree en él. Mediante esta «comida espiritual» puede asimilarse la plenitud de vida de Jesús, que garantiza y anticipa ya la posesión de la vida eterna.
Esta pequeña sección termina incluyendo el tema eucarístico propiamente dicho. Pero como este tema constituye el objeto de la sección siguiente, remitimos a ella.
Elevación Espiritual para este día.
La vida de los predicadores resuena y arde. Resuena con la Palabra y arde con el deseo. Del bronce incandescente se desprenden chispas, porque de sus exhortaciones salen palabras encendidas que llegan a los oídos de quienes las escuchan. Las palabras de los predicadores reciben justamente el nombre de «chispas» porque encienden el corazón de aquellos con quienes tropiezan. Hemos de señalar que las chispas son muy sutiles y delicadas. En efecto, cuando los predicadores hablan de la patria celestial, más que abrir los corazones con las palabras, los hacen arder de deseo. De sus lenguas llegan a nosotros algo así como chispas, puesto que a partir de su voz apenas se puede conocer levemente algo de la patria celestial, aunque ellos no la aman precisamente de una manera leve.
Sin embargo, la divina voluntad hace, ciertamente, que estas menudísimas chispas enciendan una llama en el corazón de quien escucha. Y es que hay algunos que con sólo escuchar unas pocas palabras se llenan de un gran deseo y les basta con las chispas muy tenues de algunas palabras para hacerlos arder con un purísimo amor a Dios.
Reflexión Espiritual para el día.
Si el siglo XXI se convierte, será a través de una mirada nueva, por medio de la mirada mística, que tiene la propiedad de ver las cosas, por primera vez, de una manera inédita.
Cuando el ser humano se dé cuenta de que está amenazado en su esencia por la cocina infernal de los aprendices de brujos; en su vida, por el peligro mortal de la polución, sin hablar de ¡a polución moral que acabará por darle miedo, quizás experimente entonces la necesidad de ser salvado; y este instinto de salvación es posible que le lleve a buscar en otra parte, muy lejos de los discursos inoperantes de la política o del murmullo de una cultura exangüe, la razón primera de lo que es él. Ahora bien, no la encontrará más que a través del rejuvenecimiento integral de su inteligencia por medio de la contemplación, del silencio, de la atención más extrema y, para decirlo con una sola palabra, de la mística, que no es otra cosa que el conocimiento experimental de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 8, 26-40. La promesa de la evangelización.
Hoy meditaremos sobre un nuevo avance del evangelio que se encamina ya hacia los «confines de la tierra» según la promesa. El diácono Felipe convertirá a un Etíope, un alto funcionario de la Reina de Etiopía. Y he ahí que dentro de unos días, cuando llegará a casa, habrá un primer cristiano en el Sudán actual, al sur del Nilo, en pleno corazón de África, sólo algunos meses después de la resurrección de Jesús... será promesa de la evangelización de éste y de otros continentes. Dejémonos embargar por la alegría y el dinamismo interior de los Hechos de los Apóstoles... ¡un dinamismo pascual!
«Levántate y marcha hacia el mediodía, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza.»
Por el camino que va de Jerusalén a Emaús...
Por el camino que va de Jerusalén a Gaza...
El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡A Jesús se le encuentra por los caminos! Por la vía que va de París a Marsella... Por la que va de Alejandría a Addis- abeba... Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás. El Etíope volvía a su casa, muy sencillamente, hacia el sur.
El espíritu dijo a Felipe: «Acércate, y alcanza ese carruaje...»
Por el camino dos vehículos se encuentran o se cruzan. Los dos conductores se hablan. El Etíope está leyendo la Biblia que debió de comprar en Jerusalén, en su viaje. Y hay un pasaje que no entiende. Lee, en el profeta Isaías, el poema del Servidor —que hemos meditado durante la semana santa—. Y se sorprende de que el «Justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del «Justo» sea humillada y de que se termine en el fracaso.
El sufrimiento..., la muerte de los inocentes... ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión... ¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan.
Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.
Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús.
La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la «matanza» del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre... ¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada!
“¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?
Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios: Una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro...
Una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un «sentido» nuevo a la existencia...
La terminación del Encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el «don que Dios hace al hombre».., la vida eterna, la salvación.
Y el Etíope siguió gozoso su camino.
Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría!
Lucas prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde el punto de vista étnico y que, sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de un costoso rollo manuscrito de la Biblia.
A este personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el Siervo de Yavé lleva a cabo Felipe su misión salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura.
El eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la duda de quién, pensativa aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.
Comentario del Salmo 65
Es un salmo de acción de gracias colectiva. Se invita a la tierra (1b) y a los pueblos (8a) a dar gracias por «las obras de Dios, sus temibles acciones en favor de los hombres» (5),
Tiene dos partes: 1b-12 y 13-20, cada una de las cuales puede, a su vez, dividirse en unidades menores. En la primera parte (1b12), se invita a la tierra y al pueblo a aclamar (1-4): «aclamad», «tocad», «cantad himnos» (1b-2). Esta invitación se abre a otras personas (3-4). Tras la invitación, como es costumbre en este tipo de salmos, aparecen los motivos por los que hay que dar gracias a Dios. La razón se encuentra en sus obras pasadas (5): el paso del mar Rojo y del río Jordán (6), momentos importantes que precedieron a la entrada en la Tierra Prometida y su conquista. Aparecen dos motivos más: Dios gobierna con su poder para siempre (7a), y vigila a las naciones, para que no se subleven (7b) contra el pueblo de Dios. Tal vez este último motivo esté relacionado con las conquistas de Josué o, quién sabe, con las de un rey guerrero, como David.
En esta primera parte, tenemos además una segunda invitación a la alabanza dirigida a los «pueblos» (8). Y las razones son diversas. Dios mantiene vivo a su pueblo y no permite que tropiecen sus pies (9), lo puso a prueba en medio del conflicto, refinándolo igual que se refina la plata (10). Hizo caer a su pueblo en la trampa del enemigo (11a), arrojando sobre sus hombros una carga pesada (11b). Un mortal cabalgó sobre el cuello del pueblo (12a), pero Dios lo liberó de todo ello, inspirando así la acción de gracias (12c). Detrás de todas estas cosas tenemos algunas imágenes y comparaciones. Los enemigos de Israel son presentados como cazadores que esconden lazos (9b) y trampas (11a); como jinetes que convierten al pueblo en un animal de carga (12a). A Dios se le presenta como un fundidor que refina la plata mediante el fuego (10). Se trata de referencias a situaciones pasadas de la vida de Israel, una época de derrota militar y de esclavitud, época en que los vencidos tenían que cargar, literalmente, sobre sus hombros a sus vencedores.
Este salmo supone la existencia de un gran número de personas reunidas en el templo de Jerusalén para dar gracias a Dios por la superación de terribles conflictos, algunos del pasado remoto del pueblo de Dios (7-9), otros más cercanos en el tiempo (10-12), así como por la superación del conflicto de un individuo cuyo último recurso fue clamar a Dios (16-19). Los salmos de acción de gracias nacieron en el templo; una vez proclamados los favores obtenidos, se ofrecían sacrificios (13-15), terminando, en ocasiones, con una fiesta de confraternización entre amigos.
Los conflictos superados de que se habla en este salmo van desde la época del éxodo hasta el momento en que se compuso el salmo. Dios actúa en medio de los conflictos en favor de los hombres (5). Así sucedió en el paso del mar Rojo, en el paso del Jordán (6) y en tiempos de la conquista de la Tierra (7). Estos hechos marcaron profundamente la vida del pueblo de Dios, de modo que, cuando atravesaba situaciones semejantes, aprendió a confiar. Esto es de lo que se habla en 10-12. El contexto puede que sea el exilio en Babilonia. El salmo describe con crudeza lo sucedido, atribuyéndole a Dios la responsabilidad de los sufrimientos del pueblo. Este último ha sido purificado al fuego como la plata (10), ha caído en la trampa del enemigo (11a), que cabalgó sobre él (12a).
Este versículo puede aludir al hecho de que los vencidos tenían que llevar a cuestas a sus vencedores o, tal vez, recuerde el gesto que llevaban a cabo los vencedores, poniendo el pie derecho sobre el cuello de los vencidos. Es como si hubieran tenido que enfrentarse con un «incendio» o con una «inundación» (12b). Pero todo esto fue superado.
De la descripción de la superación de los conflictos internacionales, se pasa a la superación de un conflicto de menor envergadura (16-19). No se habla de enemigos, lo que indica que puede tratarse de un conflicto tanto personal, como social. Pero el hecho de que el salmista afirme que no tenía malas intenciones (18) permite sospechar que se trata de la superación de un conflicto social.
La segunda parte (13-20) parece haber constituido un salmo distinto, pues presenta la situación de una persona, y no de todo el pueblo. Al igual que la primera parte, también esta puede dividirse en unidades menores. Hay una introducción (13-15), un conflicto superado (16-19) y una conclusión (20). En la introducción (13-15), alguien afirma estar entrando en el templo con holocaustos en abundancia, cumpliendo de este modo las promesas que había hecho en los momentos de conflicto y de angustia (14). Por el templo circulan numerosos fieles y peregrinos, que muestran interés en saber por qué esta persona obra de este modo. El salmista, entonces, convoca a los que temen a Dios para que escuchen lo que el Señor había hecho por él. Ahora tiene lugar la catequesis (16-19). La vida de una persona siempre está abierta a nuevas experiencias. No sabemos exactamente qué es lo que había sucedido. El salmista declara su inocencia (18), dice que había dirigido a Dios un grito suplicante (17a.19b), que había ensalzado a Dios (17b) y que este le escuchó (19). La conclusión (20) es una bendición dirigida a Dios por su fidelidad en el amor y por acoger la súplica.
Este salmo supone la existencia de un gran número de personas reunidas en el templo de Jerusalén para dar gracias a Dios por la superación de terribles conflictos, algunos del pasado remoto del pueblo de Dios (7-9), otros más cercanos en el tiempo (10-12), así como por la superación del conflicto de un individuo cuyo último recurso fue clamar a Dios (16-19). Los salmos de acción de gracias nacieron en el templo; una vez proclamados los favores obtenidos, se ofrecían sacrificios (13-15), terminando, en ocasiones, con una fiesta de confraternización entre amigos.
Los conflictos superados de que se habla en este salmo van desde la época del éxodo hasta el momento en que se compuso el salmo. Dios actúa en medio de los conflictos en favor de los hombres (5). Así sucedió en el paso del mar Rojo, en el paso del Jordán (6) y en tiempos de la conquista de la Tierra (7). Estos hechos marcaron profundamente la vida del pueblo de Dios, de modo que, cuando atravesaba situaciones semejantes, aprendió a confiar. Esto es de lo que se habla en 10-12. El contexto puede que sea el exilio en Babilonia. El salmo describe con crudeza lo sucedido, atribuyéndole a Dios la responsabilidad de los sufrimientos del pueblo. Este último ha sido purificado al fuego como la plata (10), ha caído en la trampa del enemigo (11a), que cabalgó sobre él (12a).
Este versículo puede aludir al hecho de que los vencidos tenían que llevar a cuestas a sus vencedores o, tal vez, recuerde el gesto que llevaban a cabo los vencedores, poniendo el pie derecho sobre el cuello de los vencidos. Es como si hubieran tenido que enfrentarse con un «incendio» o con una «inundación» (12b). Pero todo esto fue superado.
De la descripción de la superación de los conflictos internacionales, se pasa a la superación de un conflicto de menor envergadura (16-19). No se habla de enemigos, lo que indica que puede tratarse de un conflicto tanto personal, como social. Pero el hecho de que el salmista afirme que no tenía malas intenciones (18) permite sospechar que se trata de la superación de un conflicto social.
Desde que empieza hasta que acaba, este salmo habla del Dios aliado de una persona (13-19) y de un pueblo (9-12); es más, podríamos decir que se trata de un Dios aliado de toda la tierra (1b) y de toda la humanidad (8). Aliado en la defensa y en la promoción de la vida. Donde la vida corre peligro, allí está Dios, liberando e introduciendo en la tierra de la libertad (6), preservando la Tierra Prometida (7), permitiéndole al pueblo recobrar el aliento (12) sin rechazar la súplica del inocente (20), escuchando y atendiendo los gritos de súplica (19). Como ya se ha indicado, la salida de Egipto (paso del mar Rojo) y la entrada en la Tierra Prometida (paso del Jordán) constituyen el punto de partida de muchas y nuevas experiencias de la acción liberadora de Dios en la vida de la gente: «Venid a ver las obras de Dios, sus temibles acciones en favor de los hombres» (5).
A lo largo de su vida, Jesús siguió realizando las obras del Padre (Jn 5,17), lo que viene a significar que no hay ruptura entre el primero y el segundo. «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Según Lc 7,16, en Jesús Dios visita al pueblo que sufre. Pero, en realidad, son pocos los que se acuerdan de dar gracias por la presencia y la visita de Dios en la vida de la gente (Lc 17,11-19).
Tratándose de una acción de gracias colectiva, conviene rezarlo en compañía de otras personas, compartiendo las cosas buenas que recibimos de Dios, Se presta para las ocasiones en las que desearnos recordar lo que Dios ha hecho en nuestro favor o en favor de otras personas o grupos; podemos rezarlo cuando Dios nos permite recobrar el aliento; cuando no rechaza nuestras súplicas; cuando nos escucha y atiende a nuestros gritos de súplica...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,44-52
Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino —“Yo soy el pan de vida” (v. 35) y «Yo he bajado del cielo» (v. 38) — habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.
La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre (v. 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.
Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús, pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.
La evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por sus inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles que hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana planificada. Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de secundar. Felipe recibe la orden de ir por un camino que cruza por el desierto, a pleno sol, precisamente hacia el sur. A decir verdad, no parece una buena premisa para la evangelización. Pero es aquí donde Dios ha predispuesto un encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la evangelización de África. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su impulso evangelizador, que no deja perder ninguna ocasión; su capacidad para interpretar la Escritura. Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su «preparación». El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el encuentro y favoreció el acercamiento misionero.
Quizás nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión, cuando, en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de evangelizadores, por nuestra disponibilidad para ir a alguno de los muchos «desiertos» de la ciudad secular, precisamente a los sitios donde parece inútil ir, porque son áridos, lugares posiblemente desesperados. Sin embargo, es posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener lugar encuentros decisivos.
Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende de su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a veces, una forma extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es posible encontrar una pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a veces rechazada, y en alguna ocasión acogida como liberadora.
Al encuentro con Cristo. Juan Pablo II urgía tercamente una nueva evangelización: “Es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Se repiten los gestos y signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe, con una adhesión a la persona de Jesús”. Por eso repetía: “No temáis a Cristo” y exhortaba fogosamente a acercarse a los evangelios para adquirir “la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3,8).
El cristianismo difiere sustancialmente de otras religiones o movimientos. El cristianismo es Cristo. Y ser cristiano es mantener una relación personal con él. Está vivo entre nosotros y por eso podemos vivir envueltos en una amistad íntima y entrañable con él, ya que sabemos que es nuestro compañero de trabajo, de camino, de vida (Mt 28,20). La fe en él es, al mismo tiempo, un don y una tarea. Don: “Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44). Tarea: porque Dios sólo revela los misterios a los sencillos, humildes y limpios de corazón” (Mt 11,25); para ello hay que cultivarla, formarse y alimentarla con la escucha de la Palabra, la lectura de libros formativos, con la oración, hay que compartirla y celebrarla en comunidad fraterna, y mantenerla con la coherencia en el actuar. La fe es una hoguera, una amistad, que hay que alimentar constantemente para que no se apague. Qué ardientemente lo experimentó Agustín, tan vital: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Gusté de ti, y siento hambre y sed de ti”
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,44-51, para nuestros Mayores. “El pan que yo daré es mi carne”.
El autor de la carta a los Hebreos resume así el camino recorrido por la Palabra: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1,1-2). Pero la Palabra quiso acercarse aún más para ser alimento, y se hizo libro en la Biblia. El largo camino de la Palabra desde la eternidad se ha remansado en forma de Biblia y de Eucaristía. Cristo confió estos dos tesoros a su Iglesia para que nos los reparta en la doble mesa de la Escritura y de la Eucaristía (DV 21). La Iglesia ha unido siempre las dos mesas, porque sin Biblia, tendríamos en la Eucaristía una presencia muda; y sin Eucaristía, tendríamos en la Biblia la Palabra de un muerto.
Jesús proclama solemnemente ante el escándalo de muchos de sus oyentes: “El pan que yo daré es mi carne” (Jn 6,51); “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él, y tiene vida eterna” (Jn 6,54). Asombroso participar con el cuerpo y el alma para que la participación de la Palabra y del Cuerpo y Sangre de Jesús tenga poder vivificante es preciso participar de ellos con el cuerpo y el alma. El solo hecho de oír la Palabra y de comer el Cuerpo y beber la Sangre no tiene en sí un poder mágico de revitalización del espíritu. No ocurre lo mismo que con el alimento material: basta con recibir la alimentación para que nos sustente. La Palabra, el Cuerpo y la Sangre de Jesús sólo son “pan de vida” cuando se toman con fe.
Pablo recuerda a los corintios: “El que come y bebe sin considerar que se trata del cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Co 11,29). Pablo habla de que para unos las Eucaristías, por ser una profanación sacrílega, son motivo de condenación, y para otros, por su ignorancia, rutina e incoherencia con que las celebran son perfectamente inútiles; por eso siguen tan adormilados y débiles como si no la comieran. Éste es, sin duda, el caso de incontables cristianos, incluso piadosos. Se trata de una realidad patente porque, a pesar de sus numerosas “misas”, siguen con su mediocridad y vida mundana como si nada pasara.
Estamos, creo, ante una situación que clama al cielo. Hay demasiada repetición mecánica y monotonía en el culto perdiendo significación. Quizás, como ocurre en países del Tercer Mundo, habría que tener menos “misas” y más “Eucaristías”. Cada Eucaristía supone una transfusión de vida según el nivel de fe del cristiano que participa. El rutinario sale vacío, pero los santos salen como quien ha recibido una transfusión de sangre o como el hierro hecho fuego en la fragua. Ésta es la experiencia personal de la que da testimonio san Antonio M. Claret: “Al final de cada Eucaristía me siento como el hierro que acaba de salir de la fragua”.
De la misa a la Eucaristía durante siglos “misa” ha sido el término utilizado para designar la Eucaristía. Hoy se prefiere el vocablo “Eucaristía”, más antiguo, de raíces bíblicas, y que significa “acción de gracias”. Este cambio de palabras no es un mero capricho. El hecho de comer el Cuerpo del Señor y beber su Sangre se enmarca en un contexto celebrativo que, con su calidad y calidez, determina la fuerza liberadora para cada cristiano y su comunidad.
En un mismo domingo, en Madrid, participé como simple feligrés en tres Eucaristías en parroquias distintas, con ambiente pastoral muy distinto. En una de ellas los feligreses bostezaban, se removían en el banco, miraban los relojes y, al terminar, parecían huir del templo. “Soportaron” la celebración como sufridos espectadores. En la segunda, estaba presidida por un sacerdote animado y animador. Los feligreses le siguieron con atención, pero pasivamente, con la sola participación de un par de lectores y cuatro personas que pasaron las bolsas de la cuestación; terminada la celebración, los feligreses se dispersaron silenciosamente. La tercera tuvo lugar en una humilde parroquia de barrio. La celebración fue muy concurrida. Los fieles salían alegres y animosos, departían en pequeños grupos, se palpaba un ambiente de fiesta familiar. ¡Qué Eucaristías tan distintas las de un grupo anónimo y las de grupos que viven día a día la fraternidad y el compromiso! Porque una celebración viva no se improvisa.
El grado de energía interior que brota de la Eucaristía viene determinado por la motivación y el espíritu con que se participa. Para que sea vigorizante es necesario que se celebre con espíritu comunitario y fraterno, no individualista; que se participe en ella evitando ser espectadores; que sea generosa, no utilitarista, no puro pedigüeño, ni para hacer méritos, sino para hacer el ofertorio de la propia vida y vivir el misterio de la entrega del Señor, su pascua; que sea comprometida y solidaria, lo que supone implicarse en la Causa de Jesús. Celebrar con autenticidad la Eucaristía es un gesto intrépido y gozoso. Con estas condiciones sí que se come a Cristo con el cuerpo y con el alma.
“¿De dónde sacas tanta generosidad para prodigarte?”, le pregunto a una mujer joven que es pura entrega. “De donde la voy a sacar sino de la Eucaristía que compartimos cada mañana”, me responde. La verdad es que la celebra con el espíritu encendido.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6, 41-52 (6, 44-41/6, 44-52/6, 44-46), de Joven para Joven. Yo soy el pan dé vida.
Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Sencillamente absurdo. El auditorio sabía muy bien quién era Jesús. O, más bien, creían saberlo. Jesús es el hijo de José, cuyos padres conocemos. ¿Cómo se presenta diciendo que ha bajado del cielo?
La murmuración era natural. Y sirve para introducirnos otra vez en el ambiente del Antiguo Testamento: la murmuración del antiguo pueblo de Dios. También volverá a aparecer el tema del maná. El evangelista no pierde ninguna oportunidad para establecer la conexión entre la multiplicación de los panes y el discurso sobre el pan de la vida
La cuestión del origen de Jesús aparece frecuentemente como motivo de incomprensión. ¿Cómo puede conciliar- se la afirmación de que es el Hijo del hombre con su origen humano, o este origen humano con la afirmación de ser el pan que ha bajado del cielo?
Jesús nunca responde a la cuestión de su origen quedándose al nivel puramente humano. La respuesta a la objeción sobre su pretensión absurda, la tenemos en los vv. 44-46: él es el enviado y el revelador del Padre, está en Dios, de allí ha bajado como pan de vida para el hombre.
De todos modos, conciliar el origen humano con el verdadero origen de Jesús sólo puede lograrse mediante el don de la fe, que Dios regala. Nadie puede ir a él si no fuere «traído» por el Padre. La frase suena a determinismo fatalista. Es preciso, para evitarlo, tener en cuenta el «modo» como Dios «trae» al hombre. No lo trae por la fuerza, sino por la invitación a la decisión ante su manifestación en la Escritura. Jesús se halla testimoniado en la Escritura. Es decir, que se halla abierto para todos el camino para ser traídos por el Padre a Jesús. En este sentido llegaron a Jesús todos los que leen rectamente la Escritura, los que escuchan al Padre, los que son adoctrinados por Dios (es el texto del profeta Isaías, 54, 13).
Los judíos, sin embargo, murmuraban. El tema de la murmuración, ya lo hemos apuntado, evoca la murmuración del antiguo pueblo de Dios. El tema es introducido porque la murmuración es el índice más claro de no querer creer. Sólo cuando existe una verdadera apertura al movimiento de Dios, cuando se cesa de murmurar, puede tener lugar la «tracción» que Dios hace del hombre hacia Jesús.
El evangelista, al recoger así estas palabras de Jesús, que cita a Isaías, pretende afirmar que estamos en ese tiempo que el profeta había anunciado. La enseñanza —serán enseñados por Dios— tiene un doble aspecto: uno externo, que se halla personificado en Jesús, que está en medio de ellos, y otro interno, Dios actuando en el corazón.
La recepción de la vida ya no se vincula ahora (vv. 48ss) a venir a Jesús y creer en él. Es necesario comer el pan. Esto es así porque solamente él realiza plenamente la idea, y la realidad implicada en ella, del pan de Dios, que ha bajado del cielo. Él evita la muerte, cosa que no pudo hacer el maná. El y solamente él —no el maná de Moisés— es el pan vivo que ha bajado del cielo, y tiene la virtualidad de comunicar la vida eterna.
Por primera vez aparece en esta sección el verbo «comer». Va a introducirse algo nuevo. Esto ocurrirá plenamente en la sección siguiente. Aquí, no obstante, nos hallamos en el plano sapiencial, aunque las alusiones a la eucaristía estén presentes. Pero, en realidad, el comer el pan puede entenderse de la comida espiritual por parte de aquél que se llega a Jesús y cree en él. Mediante esta «comida espiritual» puede asimilarse la plenitud de vida de Jesús, que garantiza y anticipa ya la posesión de la vida eterna.
Esta pequeña sección termina incluyendo el tema eucarístico propiamente dicho. Pero como este tema constituye el objeto de la sección siguiente, remitimos a ella.
Elevación Espiritual para este día.
La vida de los predicadores resuena y arde. Resuena con la Palabra y arde con el deseo. Del bronce incandescente se desprenden chispas, porque de sus exhortaciones salen palabras encendidas que llegan a los oídos de quienes las escuchan. Las palabras de los predicadores reciben justamente el nombre de «chispas» porque encienden el corazón de aquellos con quienes tropiezan. Hemos de señalar que las chispas son muy sutiles y delicadas. En efecto, cuando los predicadores hablan de la patria celestial, más que abrir los corazones con las palabras, los hacen arder de deseo. De sus lenguas llegan a nosotros algo así como chispas, puesto que a partir de su voz apenas se puede conocer levemente algo de la patria celestial, aunque ellos no la aman precisamente de una manera leve.
Sin embargo, la divina voluntad hace, ciertamente, que estas menudísimas chispas enciendan una llama en el corazón de quien escucha. Y es que hay algunos que con sólo escuchar unas pocas palabras se llenan de un gran deseo y les basta con las chispas muy tenues de algunas palabras para hacerlos arder con un purísimo amor a Dios.
Reflexión Espiritual para el día.
Si el siglo XXI se convierte, será a través de una mirada nueva, por medio de la mirada mística, que tiene la propiedad de ver las cosas, por primera vez, de una manera inédita.
Cuando el ser humano se dé cuenta de que está amenazado en su esencia por la cocina infernal de los aprendices de brujos; en su vida, por el peligro mortal de la polución, sin hablar de ¡a polución moral que acabará por darle miedo, quizás experimente entonces la necesidad de ser salvado; y este instinto de salvación es posible que le lleve a buscar en otra parte, muy lejos de los discursos inoperantes de la política o del murmullo de una cultura exangüe, la razón primera de lo que es él. Ahora bien, no la encontrará más que a través del rejuvenecimiento integral de su inteligencia por medio de la contemplación, del silencio, de la atención más extrema y, para decirlo con una sola palabra, de la mística, que no es otra cosa que el conocimiento experimental de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 8, 26-40. La promesa de la evangelización.
Hoy meditaremos sobre un nuevo avance del evangelio que se encamina ya hacia los «confines de la tierra» según la promesa. El diácono Felipe convertirá a un Etíope, un alto funcionario de la Reina de Etiopía. Y he ahí que dentro de unos días, cuando llegará a casa, habrá un primer cristiano en el Sudán actual, al sur del Nilo, en pleno corazón de África, sólo algunos meses después de la resurrección de Jesús... será promesa de la evangelización de éste y de otros continentes. Dejémonos embargar por la alegría y el dinamismo interior de los Hechos de los Apóstoles... ¡un dinamismo pascual!
«Levántate y marcha hacia el mediodía, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza.»
Por el camino que va de Jerusalén a Emaús...
Por el camino que va de Jerusalén a Gaza...
El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡A Jesús se le encuentra por los caminos! Por la vía que va de París a Marsella... Por la que va de Alejandría a Addis- abeba... Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás. El Etíope volvía a su casa, muy sencillamente, hacia el sur.
El espíritu dijo a Felipe: «Acércate, y alcanza ese carruaje...»
Por el camino dos vehículos se encuentran o se cruzan. Los dos conductores se hablan. El Etíope está leyendo la Biblia que debió de comprar en Jerusalén, en su viaje. Y hay un pasaje que no entiende. Lee, en el profeta Isaías, el poema del Servidor —que hemos meditado durante la semana santa—. Y se sorprende de que el «Justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del «Justo» sea humillada y de que se termine en el fracaso.
El sufrimiento..., la muerte de los inocentes... ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión... ¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan.
Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.
Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús.
La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la «matanza» del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre... ¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada!
“¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?
Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios: Una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro...
Una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un «sentido» nuevo a la existencia...
La terminación del Encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el «don que Dios hace al hombre».., la vida eterna, la salvación.
Y el Etíope siguió gozoso su camino.
Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría!
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