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viernes, 23 de abril de 2010

Lecturas del día 23-04-2010. Ciclo C.

23 de abril 2010. VIERNES DE LA III SEMANA DE PASCUA, Feria o SAN JORGE Memoriqa Libre o SAN ADALBERTO, obispo y mártir, Memoria Libre. (Ciclo C). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Gerardo ob. Beato Gil de Asís rl.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 9,1-20:: Es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a los pueblos
Salmo 116: Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio.
Jn 6,52-59: El Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre.
La comunidad del Discípulo Amado vivía unas relaciones de amor, servicio e igualdad muy especiales. Habían logrado organizarse sin jerarquías (Jn 15); se lavaban los pies unos a otros (Jn 13) y se sabían la comunidad de amigos/as de Jesús (Jn 14,). Era una comunidad en resistencia contra otras formas comunitarias más jerarquizadas. Mientras celebraban su hermandad, repetían palabras de Jesús y les iban agregando las reflexiones que nacían de su práctica comunitaria. Como aquel campesino de Formosa (Argentina), que estaba convencido que en su lucha por el camino vecinal, su comunidad había escrito una nueva página de la Biblia, donde Dios se había manifestado del lado de los pobres, como siempre. Las reuniones eucarísticas alimentaban su fuerza y resistencia. Compartían el Cuerpo de Jesús. Sentían correr por sus venas la misma sangre de Jesús y sentían que Jesús habitaba en cada uno/a y en la comunidad reunida en su nombre. A la luz de la Pascua que hemos celebrado debemos seguir pidiendo al Señor que aumente nuestras ansias de fidelidad y nos ayude a renovar nuestras eucaristías para que alimenten nuestros sueños y esfuerzos por un mundo nuevo y nuestras comunidades recobren su fuerza evangelizadora

PRIMERA LECTURA.
Hechos 9,1-20
Es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a los pueblos
En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.

En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Preguntó él: "¿Quién eres, Señor?" Respondió la voz: "Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer." Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.

Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión: "Ananías." Respondió él: "Aquí estoy, Señor." El Señor le dijo: "Ve a la calle Mayor, a casa de Judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista." Ananías contestó: "Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre." El Señor le dijo: "Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre."

Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo: "Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo." Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. Comió, y le volvieron las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 116
R/.Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Alabad al Señor, todas las naciones, / aclamadlo, todos los pueblos. R.

Firme es su misericordia con nosotros, / su fidelidad dura por siempre. R.

SANTO EVANGELIO.
Juan 6,52-59
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Entonces Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre." Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,1-20
La que para Saulo era una secta se está difundiendo peligrosamente más allá de los confines de Judea y Samaría, hasta Siria. Saulo quiere extirpar la herejía que está cosechando tanto éxito y obtiene para ello un mandato especial. Sin embargo, en el camino hacia Damasco, le envolvió un resplandor que lo cegó, y oyó una voz que le preguntaba. Estamos ante un relato típico de vocación, con la aparición de un fenómeno extraordinario y una voz que interpela. La voz aquí es nada menos que la del perseguido. Saulo se queda ciego y permanece en ayunas durante tres días, es decir, debe morir a su ceguera interior para resurgir a la nueva comprensión de la realidad.

Al reacio Ananías, un discípulo que no debemos confundir con el desdichado protagonista de Hch 5, le ha sido revelado el “misterio” de Saulo, el alcance único de su misión universal, su futuro de misionero discutido, controvertido y perseguido. El destino de Saulo está ligado ahora al «nombre» de Jesús, nombre que deberá llevar y atestiguar ante los paganos y ante sus gobernantes, así como ante los hijos de Israel. No se podía expresar mejor el contenido de la misión y de la «pasión» de Saulo. Pasan sólo algunos días y vemos ya a Saulo manifestando su carácter de una pieza, pasando a la acción más sorprendente que quepa imaginar: proclamar «Hijo de Dios» al Jesús que, pocos días antes, le llenaba de indignación y rabia, hasta el punto de perseguir a sus seguidores.

Comentario del Salmo 116
El más breve de todos los salmos es un himno de alabanza. Los salmos de este tipo celebran alguna acción significativa para la vida y la historia del pueblo de Dios. Los himnos de alabanza tienen un horizonte más amplio que los salmos de acción de gracias individual. Son de carácter más universal, mientras que la acción de gracias individual parte, por lo general, de un motivo que se limita a la vida de la persona.

Este breve salmo tiene dos de los elementos fundamentales de los himnos de alabanza: la introducción y el cuerpo. Normalmente, la introducción está compuesta por la invitación a la alabanza. Esta invitación puede dirigirse a uno mismo (por lo general, al «alma» del que compuso el salmo), a los demás, al pueblo o al mundo entero. Tras la invitación, se expone el motivo. En muchos salmos, como sucede en este, el motivo comienza con una conjunción («pues...», «porque...»). A continuación se enumeran las acciones del Señor que merecen alabanza, sus intervenciones en la vida y en la historia del pueblo.

Teniendo en cuenta lo dicho, en el salmo 116 podemos distinguir una introducción (1) y un cuerpo (2), que comienza con la conjunción «pues». Si así se quiere, el aleluya final puede hacer las veces de conclusión. De este modo, tendríamos un himno de alabanza con todos los elementos propios de este tipo de salmos.

Hay algún detalle interesante en el modo en que está organizado este salmo. Si nos fijamos en las dos frases que componen el primer versículo, podemos darnos cuenta de que son muy parecidas en cuanto al contenido. Se trata de un recurso característico de la poesía hebrea, conocido como paralelismo. La figura del paralelismo puede aparecer con diversas variaciones: en algunos casos, las dos líneas son muy parecidas; en ocasiones, una completa la otra; y, a veces, una niega o contradice lo que afirma la otra. En los dos casos del salmo 116, la segunda idea es muy semejante a la primera. Dicho de otro modo, en el versículo 1 tenemos las siguientes parejas: «alaben», «glorifiquen», «todas las naciones» y «todos los pueblos»; en la primera frase, se trata de alabar al Señor y en la segunda, de glorificarlo.

También en el cuerpo (2) encontramos elementos relacionados por parejas: «amor», «fidelidad», «firme», «por siempre». El Señor es mencionado explícitamente al principio (1a) y al final del salmo (2b).

En la introducción (1) se invita a la alabanza. Todos los pueblos y naciones están invitados a alabar y glorificar al Señor. El motivo (2), sin embargo, no es universal, sino que está restringido al pueblo de Dios: el amor y la fidelidad del Señor por Israel son firmes y duran por siempre. No se dice que el Señor ame también a otros pueblos.

Este salmo nació de la experiencia de Israel como aliado del Señor. Dios, su compañero de alianza, siempre se ha mostrado igual a lo largo de la historia del pueblo. Selló con Israel un compromiso de amor y fidelidad. El salmista reconoce que Dios nunca ha faltado a su palabra.

La historia del pueblo aliado del Señor está marcada por la infidelidad a la alianza. Sin embargo, Dios permanece siempre fiel. Esto es lo que este salmo pretende alabar. Y, para hacerlo, invita a los pueblos y a las naciones, Puede sonar un tanto raro, pero no lo es. En el comienzo de su historia, Israel creía en los dioses de otras naciones. Sin embargo, poco a poco fue descubriendo que sólo existe un único Dios, y que todos los pueblos y naciones están llamados a encontrarse con él. Israel, en este caso, cumple la misión de mediador: un pueblo que conduce a los demás pueblos hasta el encuentro con el único Dios. Un encuentro de amor y de vida para todos los pueblos y naciones. De este modo, se supera un conflicto religioso. De todo esto nos hablan muchos textos del Antiguo Testamento, sobre todo los que surgieron poco antes, durante o inmediatamente después del exilio babilónico. Vale la pena recordar, por ejemplo, Is 25,6-8, el banquete universal que el Señor preparará para todos los pueblos en el monte Sión (es decir, en Jerusalén; véase, también, Sal 87). Hay dos textos de Zacarías (que vivió después del exilio) que merecen ser recordados: «Canta y alégrate, hija de Sión, porque yo vengo a habitar en medio de ti, palabra del Señor. En aquel día muchos pueblos se unirán al Señor.

Ellos serán también mi propio pueblo... Esto dice el Señor todopoderoso: “En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas del mundo agarrarán a un judío de la orla de su vestido y le dirán: Dejadnos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros”» (Zac 2,14-15a; 8,23).

Se menciona al Señor al principio (1a) y al final del salmo (2b) y se le presenta como aliado de Israel. Dios hizo su compromiso con el pueblo con un amor fiel, firme y perpetuo. Al aceptar la invitación de Israel a la alabanza, los pueblos y las naciones descubren el rostro de Dios y también podrán experimentar a un Dios que ama fielmente y para siempre. No llegarán a ello porque la alabanza de Israel sea perfecta o porque el pueblo de Dios sea mejor que los demás. Descubrirán a Dios gracias a lo que confiesa Israel como fruto de su experiencia histórica, esto es, que Dios camina con su pueblo, que es su aliado y quien los ama con una fidelidad extrema.

Jesús, en el evangelio de Juan, se presenta exactamente con las mismas características del Dios de este salmo: «Porque la ley fue dada por Moisés, pero el amor y la fidelidad vinieron por Cristo Jesús» (Jn 1,17); «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16); «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le había llegado la hora... Jesús, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Además, llama la atención el modo en que actuó Jesús con respecto a los que no eran judíos (Jn 4,4-42; 12,20-22; Mt 8,5- 13; 15,2 1-28), y la forma en que los no judíos respondieron a la llamada de Jesús.

Este salmo se presta para los momentos que ya hemos indicado a propósito de otros himnos de alabanza. Aquí podemos destacar la dimensión ecuménica. Es importante rezarlo tomando conciencia del modo en que se manifiestan, en nuestra historia, el amor y la fidelidad de Dios...

Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,52-59
Este fragmento, que sirve de conclusión al «Discurso del pan de vida», va unido a lo que el evangelista nos ha dicho antes. Sin embargo, el mensaje se vuelve aquí más profundo y se hace más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión eucarística. Él es el pan de vida, no sólo por lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unión del creyente con Cristo. Jesús-pan se identifica con su humanidad, la misma que será sacrificada en la cruz para la salvación de los hombres. Jesús es el pan —como Palabra de Dios y como víctima sacrificial— que se hace don por amor al hombre. La ulterior murmuración de los judíos:
« ¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?» (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de los que no se dejan regenerar por el Espíritu y no tienen intención de adherirse a Jesús.

Este insiste con vigor, exhortando a consumir el pan eucarístico para participar de su vida: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que recibirán los que participen en el banquete eucarístico: el que permanece en Cristo y toma parte en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, una vida que supera toda expectativa humana porque es resurrección e inmortalidad (vv. 39.54.58).

Ésta es la enseñanza profunda y autorizada de Jesús en Cafarnaún, cuyas características esenciales versan, más que sobre el sacramento en sí, sobre la revelación gradual de todo el misterio de la persona y de la vida de Jesús.

Dios escoge a sus discípulos cómo y cuando quiere y del modo más imprevisto. Es posible contar innumerables casos de hombres que han experimentado un cambio inesperado e impensable en la orientación de sus energías. Antes las dedicaban a otra cosa y después las han consagrado a la causa del evangelio.

La lista podrían encabezarla Saulo, Agustín y otros casos menos clamorosos, más o menos conocidos. Eso significa que la misión está en las manos de Dios, que sabe recoger a sus colaboradores donde le parece mejor. Esto mismo nos hace pensar en ciertas inquietudes vocacionales, en ciertas intemperancias misioneras, en ciertos catastrofismos apostólicos, más bien extendidos, que casi dan a entender algo así como si «el brazo de Dios se hubiera... acortado». Como si casi fuera imposible que se produjera hoy la sorpresa de grandes cambios decisivos en la misión.

El Dios que puede hacer surgir de las piedras hijos de Abrahán, el Dios que pudo transformar a un violento perseguidor en un misionero imparable, puede hacer surgir también hoy, precisamente en nuestro mundo secularizado y secularizador, nuevas personalidades capaces de «llevar su nombre a las naciones» y de «proclamar a Jesús Hijo de Dios».

A nosotros quizás se nos pida, sobre todo en este momento, rezar y dar testimonio: rezar para que de nuestra constatada impotencia, pueda hacer brotar el Señor nuevos apóstoles, y dar testimonio para que —cual modestos Ananías— podamos servir de ayuda a los nuevos apóstoles que el poder del Señor quiera suscitar.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,52-59, para nuestros Mayores. Mi carne es verdadera comida.
Estamos en la conclusión del sermón del pan de vida, un misterio que sólo es aceptable por la fe. Es explicable la extrañeza de los oyentes: “¿Cómo puede darnos a comer su carne y a beber su sangre?”. Los oyentes de Cafarnaún y los paganos lo entendían como antropofagia...

Sin embargo, Juan subraya las afirmaciones en las que Jesús habla de “comer su carne y beber su sangre”. El crudo realismo de las expresiones obedece a una doble intención del evangelista. Una de ellas es la intención antidoceta: se afirma la plena y verdadera humanidad de Cristo, que negaban los docetas, a quienes rebate también en su primera carta. Además de oponerse a la “espiritualización” de la humanidad de Cristo, aquí tenemos una oposición más radical, si cabe, a la “espiritualización” de la realidad de la “carne y sangre eucarísticas”. La Eucaristía significa continuación, a través del tiempo, de la encarnación. Por eso designa con la palabra “carne” a su humanización y a la Eucaristía.

Juan indica en el discurso que no se trata de la carne material del Jesús terreno, sino de la persona del Señor glorificado. No es exacta, por lo tanto, ni la visión materialista y antropofágica de los cafarnaítas ni la interpretación metafórica y simbólica de los protestantes, sino la visión “sacramental” que es la real y auténtica.

La Eucaristía, comunión con Cristo. La Eucaristía pone de manifiesto hasta qué punto nuestro Dios es “Emmanuel” (“Dios con nosotros”), un Dios que quiere vivir en comunión con sus hijos, sus hermanos, los que son su morada.

“¡Te comería a besos!” dice la madre mientras estrecha en sus brazos a su hijo. Eso es real para nosotros con respecto a Cristo. Comer el cuerpo de Cristo es incorporarse, fusionarse, entrar con él en comunión de amor y de destino. Jesús pone en juego su poder divino: lograr lo que no puede hacer el hombre para entrar en comunión estrecha con un ser querido. Se deja comer por aquellos que “somos miembros de su cuerpo” (Ef. 5,31). Y se deja comer no para que le transformemos a él en nosotros, como hacemos con los alimentos materiales, sino para transformarnos en él, para darnos transfusiones de su vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”.

Estamos inmersos en el misterio incomprensible, pero real, que sólo es posible aceptar desde la fe. No se trata de entrar sólo en contacto con su cuerpo glorioso como entraron en contacto los que le tocaban inútilmente al mismo tiempo que la hemorroisa; sólo ella le “tocó” con fe; se trata de entrar en comunión con su espíritu al comer su cuerpo. “Quien me come vivirá gracias a mí” (Jn 6,57). Al entrar en comunión con nosotros y dársenos como alimento, nos da también los dones del Espíritu, para que crezcan en nosotros sus sentimientos, sus actitudes, su espiritualidad (Flp 2,5).

A través de Cristo-alimento, entramos en comunión con toda la Familia divina: “Que sean todos uno, como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo; que también ellos estén con nosotros... yo unido con ellos y tú conmigo, para que queden realizados en la unidad” (Jn 17,20-23). Ésta es la locura de amor de un Dios enamorado del hombre.

La Eucaristía no es sólo “comunión” con Cristo, sino también comunión con los otros comensales: “Como hay un solo pan, formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Co 10,17). Es deplorable convertir la Eucaristía en mera comida de restaurante. Reducir a esto una comida de hermanos, convocados para celebrar gozosamente su amistad, es desnaturalizarla radicalmente. Esto es lo que comentaba a un grupo que animo, cuando uno de los miembros recién incorporados, indefectible cumplidor de la “misa dominical” y piadoso, comentaba: “Pues yo siempre había pensado que la misa era para alimentarse cada uno para tener fuerzas y cumplir como cristiano”.

El estar desparramados en el templo, como no queriendo saber de los demás, es síntoma del individualismo con que celebran muchos cristianos la Eucaristía. Si ésta no crea vínculos es señal de que tiene mucho de mentirosa. Su autenticidad supone la vivencia de la fraternidad y el compromiso de crecer en ella. Por este motivo, las primeras comunidades cristianas, antes de la Eucaristía, tenían el ágape (la comida de fraternidad), que formaba parte de la celebración y que creaba un clima de amistad. Es más, veían en la hogaza y el vino, compuestos de granos de trigo y de uva molidos, un símbolo de la misma comunidad, compuesta de muchos miembros que se muelen sacrificialmente para formar la comunidad. Lo decían en una bella oración. Por tanto, no olvidemos estas grandes actitudes que son las que confieren a la Eucaristía su gran fuerza liberadora.

Así, la Eucaristía es la celebración revolucionaria de la nueva humanidad, un gesto profético que anuncia la definitiva liberación escatológica. Esto supone, por una parte, actitudes verdaderamente eucarísticas: fe viva en Jesús presente, clima comunitario y ambiente festivo. Son numerosos los testimonios de cristianos poco dados al culto religioso, que al incorporarse a nuestra comunidad y participar en Eucaristías más familiares y gozosas, salen “ébrios”, “viendo visiones” “lo creen un sueño”. ¿Por qué no convertir en algo parecido todas nuestras Eucaristías?

Comentario del Santo Evangelio: Jn 6, 53-60 (6, 54-59/6, 51-59), de Joven para Joven. El pan eucarístico.
Siempre se ha dicho que el cuarto evangelio no narra la institución de la eucaristía. Así es, al menos en apariencia. Al describir la última cena no se menciona la eucaristía para nada. Es un hecho verdaderamente sorprendente. Dar la solución diciendo que Juan no la narra porque y lo han hecho los Sinópticos, no es convincente en absoluto. Esto mismo debería haber ocurrido con otros relatos menos importantes y que son comunes a ambos, a los Sinópticos y a Juan. Por otra parte, hoy nos inclinamos a ver en Juan una tradición evangélica totalmente distinta de los Sinópticos.

¿La expliçación? Creemos que la razón de esta ausencia está en que Juan “traspasa” la narración de la última cena, por lo que a la eucaristía se refiere, a este momento. Los vv. 51-59 no fueron pronunciados en Cafarnaum, sino en el Cenáculo. Y esto a pesar de que en él v. 59 se diga que Jesús enseñó todo aquello en la sinagoga de Cafarnaum.
Probablemente esta conclusión no está en su sitio original; estaría en un lugar después del v. 50.

Las razones que nos mueven a pensar así son: la ya apuntada deja ausencia de la narración de la institución de la eucaristía en el capítulo 13; el parecido extraordinario del v. 51 a una fórmula «institucional»; las afirmaciones son estrictamente eucarísticas y se entienden perfectamente desde la última cena, pero en modo alguno desde la sinagoga de Cafarnaum.

Lo que ocurrió fue sencillamente que, por el parecido extraordinario con el discurso inmediatamente anterior sobre el pan de la vida, el evangelista trasladó aquí la narración de lo ocurrido en la última cena. Hoy tenemos la impresión, según nos es presentado el relato, de haber sido pronunciado todo él en la sinagoga de Cafarnaum.

En esta pequeña sección el tema eucarístico acapara todo el interés del evangelista. Se nos dice que la vida eterna es el efecto no de «creer» en Jesús, sino de «comer» su carne. El protagonista no es el Padre, el que da el verdadero pan del cielo, sino Jesús, que da su carne y su sangre. El vocabulario es completamente distinto al que es utilizado en el discurso sobre el pan de la vida: «comida», «alimento», “bebida”, «carne», «sangre».

La expresión “comer la carne y beber la sangre” tienen siempre un sentido peyorativo de venganza. Si en nuestro texto tiene un sentido positivo, como ocurre en realidad, sólo puede explicarse desde el contexto eucarístico.

Tal vez el argumento más importante lo tengamos en las palabras del v. 51: «el pan que yo daré es mi carne... » Probablemente hace referencia, siempre conservando el estilo propio y tan característico del cuarto evangelio, a la institución de la eucaristía. En lugar de «cuerpo», la palabra «carne» nos acerca más a la realidad de las palabras utilizadas por Jesús en la institución de la eucaristía.

Veamos los pensamientos dominantes. La persona de Jesús, recibida por la fe, es el medio por el cual es dada y sostenida la vida eterna. El pensamiento es propio del discurso sobre el pan de la vida (lo inmediatamente anterior). Ahora afirma Jesús que es su misma carne la que es el pan de vida. Nótese un doble cambio: En cuanto a la persona: ya no es el Padre, sino el «yo» de Jesús el protagonista. En cuanto al tiempo: en lugar del presente, tenemos el futuro. El v. 51 alude a la encarnación, pero también a la muerte, asociada siempre a la eucaristía.

Mi carne dada, entregada por la vida del mundo. El significado, no recogido en las traducciones, hay que verlo en relación con 1 Cor 11, 24. Se hace referencia a la muerte de Jesús. Por tanto, el significado eucarístico es inseparable del “sacrificial”. Hay que valorar el texto en la línea de 3, 15-16.

El crudo realismo de las expresiones —comer la carne y beber la sangre— obedece a una doble intención del evangelista. Una intención anti-doceta: se afirma la plena y verdadera realidad de la humanidad de Cristo (este aspecto puede ampliarse leyendo la primera carta de Juan). Pero, además de oponerse a la «espiritualización» de la humanidad de Cristo, aquí tenemos una oposición, más radical si cabe, a la «espiritualización» de la realidad de la «carne y sangre eucarísticas».

La eucaristía, significa, por otra parte, continuación, a través del tiempo, de la encarnación. Es significativo que el evangelista haya reservado la palabra «carne» para describir la encarnación y presentar la eucaristía.

La insistencia en la realidad de la carne y de la sangre no puede llegar hasta el extremo de atribuir a la eucaristía un poder mágico. Estos versos dicen relación a los anteriores, donde se pone de relieve la necesidad de la fe en Jesús. Y la yuxtaposición de los dos discursos enseña que el don de la vida viene a través de la recepción creyente del Sacramento. La eucaristía no es nada sin la fe.

También debe notarse la presencia, v. 54, de las dos formas de escatología. La referencia a la escatología final, en oposición a la actual, se halla implicada en la misma mención del Hijo del hombre, que es una figura escatológica, que aparecería en el día del juicio de Dios. Los autores del Nuevo Testamento asocian la eucaristía con la escatología final (iCor 11, 26; Mc 14, 25; Lc 22, 18).

La comparación entre los vv. 54 y 56 demuestra que tener la vida eterna significa estar en unión con Jesús. Es preciso establecerla también con él v. 27. Y esta comunión es participación de la que existe entre el Padre y el Hijo. Esta comunión o participación puede ser una explicación o interpretación del aspecto de la alianza, que destacan los demás evangelistas al hablar de la eucaristía y que omite Juan.

Elevación Espiritual para este día. 
El Arquímedes de Siracusa dijo: «Dame una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo». Lo que aquel sabio de la antigüedad no pudo obtener, porque su petición no se dirigía a Dios y porque sólo estaba hecha desde el punto de vista material, lo han obtenido los santos en plenitud. El Omnipotente les ha concedido un punto de apoyo: él mismo y sólo él. La palanca es la oración, que enciende todo con un fuego de amor. Y así fue como ellos levantaron el mundo. Así es como los santos militantes lo levantan todavía y lo seguirán levantando hasta el fin del mundo (Teresa del Niño Jesús).

Reflexión Espiritual de este día.
Ante las pruebas que agitan hoy a la Iglesia —el fenómeno de la secularización, que amenaza con disolver o marginar la fe, la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, las dificultades con las que se encuentran las familias para vivir un matrimonio cristiano—, hace falta recordar la necesidad de la oración.

La gracia de la renovación o de la conversión no se dará más que a una Iglesia en oración. Jesús oraba en Getsemaní para que su pasión correspondiera a la voluntad del Padre, a la salvación del mundo. Suplicaba a sus apóstoles que velaran y oraran para no entrar en tentación (cf. Mt 26,41). Habituemos a nuestro pueblo cristiano, personas y comunidades, a mantener una oración ardiente al Señor, con María.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 9, 1-20.Amenazas contra los discípulos.
Lanzada más allá de las fronteras del judaísmo, nada podrá ya detener la Iglesia: la conversión de Saulo, futuro apóstol de los paganos constituye una etapa capital. Dios prepara el porvenir y dirige el movimiento de su Iglesia: el que es hoy perseguidor, en el plan de Dios, será mañana el gran apóstol de la buena nueva.
Saulo respiraba todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor.

Así comienza la relación de la «vocación» de san Pablo. Comienza así la vida de uno de los más grandes «santos». ¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor, cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver como tu designio puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones aparentemente opuestas al evangelio.

Yendo de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de una luz venida del cielo.
Por el camino que conduce de Jerusalén a Damasco —capital de Siria—. Los caminos tienen mucha importancia en los Hechos de los Apóstoles. Porque por las vías de comunicación el evangelio se propaga de ciudad en ciudad..., por viajeros... Yo soy responsable de la propagación de la fe, de la difusión de la buena nueva. ¿Cómo cumplo ese deber?

Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué «me» persigues?»
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a «Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: « ¿por qué «me» persigues?»

Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...»

Al comer el «Cuerpo de Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las consecuencias concretas de este descubrimiento.

¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.

Esta es una de las maneras de afirmar el «hecho» de la resurrección. En aquel día, Jesús es para Pablo un ser vivo. Ese diálogo de hoy lo seguirá cada día a lo largo de toda su vida, en una oración incesante. « ¿Quién eres?»— «Yo soy Jesús.» Todas las epístolas de san Pablo serán fruto de ese diálogo. Desde ahora, Pablo y Jesús vivirán juntos, como dos compañeros, uno «visible» que hace el trabajo y toma la palabra... el otro «invisible» que anima el trabajo desde el interior, que sugiere la palabra...

Pablo, lugarteniente de Cristo, teniendo-el-lugar de Cristo, otro Cristo.
Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel. 

Señor, haz de mi también un instrumento de tu salvación, de tu alegría. 

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