24 de abril 2010. SÁBADO DE LA III SEMANA DE PASCUA, Feria o SAN FIDEL DE SIGMARINGA, presbítero mártir, Memoria Libre. (Ciclo C). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. María Salomé y María Cleofe NT., Gregorio de Elvira ob, Benito Menni pb, María Eufrasía Pelletier vg.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 9,31-42: La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo
Salmo 115: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? .
Jn 6,60-69: Señor, tú tienes palabras de vida eterna
A la comunidad del Discípulo Amado le gustaba hablar con comparaciones opuestas: luz y tinieblas, espíritu y carne. Nosotros decimos blanco o negro; cara o cruz. Cuando hablaban de espíritu y carne, no se referían al sexo, sino al proyecto contrario al de Jesús. Jesús iba descubriendo a medida que vivía con sus discípulos/as sus sentimientos. Sentía quién lo amaba y quién podía traicionarlo. Ahora han llegado al momento de la crisis de Galilea, la más profunda que vivió Jesús y su comunidad antes de la cruz. Allí Jesús tuvo que elegir a cara o cruz. Cara, tomar el poder y ser coronado rey. Cruz: eso mismo, tomar la cruz y seguir el camino del Servidor Sufriente, fiel a su proyecto hasta la muerte. También nosotros/as debemos optar entre el espíritu y la carne. Seguir el proyecto de Jesús o el proyecto del imperio. Entonces muchos lo abandonaron. Es que lo que Jesús les pedía era mucho más que ir a misa, confesarse y comulgar. Era aceptar ser Servidores Sufrientes del reino junto con Jesús. Pedro, atraído por el Padre, respondió en nombre del resto fiel (y también en nuestro nombre): “A quién iremos Señor, tú tienes palabras de vida eterna”.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 9,31-42
La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo
En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.
Pedro recorría el país y bajó a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla. Pedro le dijo: "Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y haz la cama." Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Saron, y se convirtieron al Señor.
Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacia infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba. Lida está cerca de Jafa. Al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle que fuera a Jafa sin tardar. Pedro se fue con ellos. Al llegar a Jafa, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela cuando vivía. Pedro mandó salir fuera a todos. Se arrodilló, se puso a rezar y, dirigiéndose a la muerta, dijo: "Tabita, levántate." Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él la cogió de la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva. Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 115
R/.¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
¿Cómo pagaré al Señor / todo el bien que me ha hecho? / Alzaré la copa de la salvación, / invocando su nombre. R.
Cumpliré al Señor mis votos / en presencia de todo el pueblo. / Mucho le cuesta al Señor / la muerte de sus fieles. R.
Señor, yo soy tu siervo, / siervo tuyo, hijo de tu esclava: / rompiste mis cadenas. / Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,60-69
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?" Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: "¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen." Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede."
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?" Simón Pedro le contestó: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 9,31-42: La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo
Salmo 115: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? .
Jn 6,60-69: Señor, tú tienes palabras de vida eterna
A la comunidad del Discípulo Amado le gustaba hablar con comparaciones opuestas: luz y tinieblas, espíritu y carne. Nosotros decimos blanco o negro; cara o cruz. Cuando hablaban de espíritu y carne, no se referían al sexo, sino al proyecto contrario al de Jesús. Jesús iba descubriendo a medida que vivía con sus discípulos/as sus sentimientos. Sentía quién lo amaba y quién podía traicionarlo. Ahora han llegado al momento de la crisis de Galilea, la más profunda que vivió Jesús y su comunidad antes de la cruz. Allí Jesús tuvo que elegir a cara o cruz. Cara, tomar el poder y ser coronado rey. Cruz: eso mismo, tomar la cruz y seguir el camino del Servidor Sufriente, fiel a su proyecto hasta la muerte. También nosotros/as debemos optar entre el espíritu y la carne. Seguir el proyecto de Jesús o el proyecto del imperio. Entonces muchos lo abandonaron. Es que lo que Jesús les pedía era mucho más que ir a misa, confesarse y comulgar. Era aceptar ser Servidores Sufrientes del reino junto con Jesús. Pedro, atraído por el Padre, respondió en nombre del resto fiel (y también en nuestro nombre): “A quién iremos Señor, tú tienes palabras de vida eterna”.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 9,31-42
La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo
En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.
Pedro recorría el país y bajó a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla. Pedro le dijo: "Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y haz la cama." Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Saron, y se convirtieron al Señor.
Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacia infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba. Lida está cerca de Jafa. Al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle que fuera a Jafa sin tardar. Pedro se fue con ellos. Al llegar a Jafa, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela cuando vivía. Pedro mandó salir fuera a todos. Se arrodilló, se puso a rezar y, dirigiéndose a la muerta, dijo: "Tabita, levántate." Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él la cogió de la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva. Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 115
R/.¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
¿Cómo pagaré al Señor / todo el bien que me ha hecho? / Alzaré la copa de la salvación, / invocando su nombre. R.
Cumpliré al Señor mis votos / en presencia de todo el pueblo. / Mucho le cuesta al Señor / la muerte de sus fieles. R.
Señor, yo soy tu siervo, / siervo tuyo, hijo de tu esclava: / rompiste mis cadenas. / Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 6,60-69
¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?" Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: "¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen." Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede."
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?" Simón Pedro le contestó: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,31-42
El fragmento empieza con una consideración sintética de la situación interna de la Iglesia. La comunidad cristiana «gozaba de paz», se mantenía en el santo temor de Dios y se extendía con el impulso del Espíritu Santo. Saulo ha sido llevado a Tarso, probablemente porque su presencia —discutida— creaba problemas a causa de su temperamento combativo, semejante al de Esteban.
A continuación, se presenta a Pedro no tanto como evangelizador, sino como jefe religioso que —durante sus visitas pastorales— sostiene, ayuda y anima a los discípulos: visita algunas comunidades ya evangelizadas (probablemente por Felipe) y, a su paso, se reproduce el clima primaveral, sorprendente, milagroso, del paso de Jesús. Pedro contribuye con dos prodigios a la difusión del Evangelio. El apóstol se ha convertido ahora en el pastor taumaturgo que representa en la joven Iglesia no sólo la Palabra, sino el poder de curación de Jesús. Lucas no pierde la ocasión de recordar que Jesús vive y continúa obrando en la Iglesia apostólica como cuando estaba vivo en medio de los suyos.
Comentario del Salmo 115
Es un salmo de acción de gracias individual. Una persona se encontraba en peligro de muerte, clamó al Señor, fue escuchada y ahora da gracias delante de todo el pueblo.
Existen diferentes propuestas. Presentamos una de ellas, según la cual este salmo constaría de introducción (1-2), cuerpo (3- 11) y conclusión (12-19).
En la introducción (1-2), el salmista declara su amor por el Señor, exponiendo a continuación el motivo: Dios escucha su voz suplicante e inclina su oído hacia él el día en que lo invoca. Aparece aquí por vez primera el verbo invocar. En la introducción, todos los verbos están en presente.
En el cuerpo (3-11) encontramos referencia al pasado, al presente y al futuro. El pasado caracteriza la situación que dio origen a la invocación: «Lazos de muerte me rodeaban...» (3), «invoqué el nombre del Señor...» (4; Esta es la segunda vez en que aparece el verbo invocar), «yo desfallecía» (6b), «yo tenía fe» (10a), «yo decía...» (11a). También caracteriza la intervención del Señor: «ha sido bueno» (7b), «libró» (8a). Las afirmaciones en presente expresan el convencimiento que esta persona tiene, ahora, acerca del Señor: «El Señor es justo y clemente y compasivo (5), «protege a los sencillos» (6). También pone de manifiesto el estado de ánimo del salmista, muy distinto del de antes: «Recobra la calma, alma mía» (7 a). Las afirmaciones referidas al futuro hablan de la disposición de este individuo después de haber sido liberado: «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9).
En la conclusión (12-19), se habla una vez del pasado “rompiste mis cadenas”, (16b), dos del presente (15-16), pero se pone toda la atención en el futuro: «pagaré» (12), «levantaré» (13), «cumpliré» (14.18), «te ofreceré» (17). La conclusión se caracteriza principalmente por la promesa de un sacrificio de alabanza, típica de muchos salmos de acción de gracias individual. En esta parte, encontramos el verbo invocar dos veces más (13b.17b).
Este salmo nos habla de la superación de un peligro mortal. Encontramos varias afirmaciones que aluden a él: «Lazos de muerte me rodeaban, eran redes mortales, caí en la angustia y la aflicción» (3) «Libró mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies le la caída» (8), «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9). Todo parece indicar que se trata de una enfermedad mortal. La imagen empleada es enérgica: el salmista se vio afectado por sorpresa, como un animal o un pájaro que cae en las redes del cazador. Pero tenemos también otra referencia que nos lleva a pensar en la esclavitud: «Rompiste mis cadenas» (16b). Este individuo tenía fe (10a), a pesar de que su situación fuera dramática también desde el punto de vista psicológico: vivía en medio de la angustia y de la aflicción (3), en medio de lágrimas (8), estaba totalmente devastado (10b) y pasando apuros (ha). Desde el punto de vista económico, el salmista se sitúa entre la gente sencilla (6a) y, desde el punto de vista religioso, se considera un fiel y siervo del Señor, cuya madre exhibe las mismas características (15-16), como se suele decir, «ha salido a su madre».
El conflicto no parece ser sólo personal, pues, en el momento de la angustia, esta persona se desahoga así: “¡Todos los hombres son unos mentirosos!” (11b). Tenía la sensación de estar viviendo en una sociedad en la que nadie puede confiar en nadie. Tal vez haya sido víctima de una calumnia. Además, el salmista afirma haber sido librado de la caída (8b). ¿Se referirá aquí al posible abandono de la fe en el Señor que escucha su clamor? Asociando la idea de los «mentirosos» a la de una posible «caída», detectamos indicios de un conflicto social.
La persona curada se encuentra en Jerusalén, en los atrios del templo («la casa del Señor», 19), rodeada de gente (14.18) que aprende de su testimonio; va a ofrecer un sacrificio de acción de gracias (17), en cumplimiento de las promesas que había hecho en el momento del peligro (14). El gesto de «levantar la copa de la salvación» (13a) no resulta claro del todo. Puede referirse a una porción de vino, agua o aceite que se derramara sobre la víctima ofrecida en sacrificio al Señor; o bien puede referirse a un cáliz de vino que pasaría de mano en mano (y de boca en boca) entre los compañeros que celebraban con el salmista su liberación.
“¡Todos los hombres son unos mentirosos!”, pero, en el Señor, se puede confiar, pues escucha a la gente cuando lo invoca (nótese la insistencia con que se habla del Señor en este salmo). ¿Por qué se puede confiar en él? Porque escucha la voz suplicante (2), inclina el oído (2), salva (6) y libra (8). Tenemos aquí el mismo esquema del éxodo. Y el Dios de este salmo es el mismo Dios que el del éxodo y el de la alianza. El salmista afirma que «El Señor es justo y clemente, nuestro Dios es compasivo. El Señor protege a los sencillos»
(5-6ª).
Hay un detalle que explica todo esto a la perfección. Lo tenemos en esta afirmación: «Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles» (15). A la luz de todo lo que hemos dicho, podemos entender el significado de esta expresión. Con otras palabras, es tanto como decir que el Señor no aprueba este tipo de muerte de sus fieles, pues con ella estaría perdiendo a uno de sus aliados y a un testigo en medio de esta tierra de «mentirosos». Dios no se resigna a aceptar que la vida de sus fieles desaparezca de forma prematura. Él Señor sufre cuando uno de sus siervos muere de una enfermedad fatal, Él Dios de este salmo siente que le roban y se debilita cuando la enfermedad acaba con la vida de uno de sus siervos. Porque él es el Dios de la vida.
Por eso Jesús curó a todos los enfermos que se cruzaron en su camino, derrotando incluso a la misma muerte. Muchos llegaron, por ello, a amar al Señor y a Jesús.
Es un salmo que podemos rezar cuando nos sentimos liberados de peligros mortales; después de superar conflictos personales (físicos o psíquicos) o sociales; cuando tenemos la experiencia de que Dios ha escuchado nuestro clamor, ha roto nuestras cadenas y nos ha salvado...
Otros salmos de acción de gracias individual: 9; 30; 32; 34; 40; 41; 92; 107; 138,
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,60-69
Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, sus discípulos le comunican su malestar por las afirmaciones (
La incredulidad de los discípulos con respecto a Jesús, sin embargo, se pone de manifiesto por el hecho de que «el Espíritu es quien da la vida; la carne no sir- ve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (y. 63). Juan afirma que tan real como la carne de Jesús es la verdad eucarística. Ambas son un don con el mismo efecto: dar la vida al hombre. Con todo, muchos discípulos no quisieron creer y no dieron un paso adelante hacia una confianza en el Espíritu, con lo que no consiguieron liberarse de la esclavitud de la carne.
A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud de abandono por parte de los que le siguen. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y a su mensaje en la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo el Padre lo da. El hombre, que tiene en sus manos su propio destino, es siempre libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu, y no obra según la carne, comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. A través de la fe es como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
La perícopa de los Hechos de los Apóstoles leída hoy presenta otro pequeño cuadro de la jovencísima Iglesia. La comunidad cristiana, extendida ahora en diversas comunidades, se enfrenta con los problemas de cada día: la enfermedad prolongada, la muerte inesperada de personas comprometidas, etc. La vida cotidiana se caracteriza por el santo temor de Dios y por la asistencia reconfortante del Espíritu Santo. Los discípulos viven bajo la mirada de Dios, con el sentido de su grandeza y de su soberanía. Miden su vida a partir de él y de su santa voluntad. Se interesan por los pobres y se preocupan por los enfermos. De este modo se va construyendo la Iglesia interiormente y se vuelve dócil a la acción del Espíritu Santo, que la extiende también exteriormente.
La construcción interna y la difusión externa van estrechamente unidas. El anuncio más discreto y eficaz de la Buena Nueva procede de la vida de la Iglesia, de la alegría que anima su sufrimiento, de su espíritu de servicio sin cálculos mezquinos y sin reservas. La Palabra y los milagros no caen en el vacío, sino que encuentran un terreno bien dispuesto y producen frutos abundantes. El libro de los Hechos de los Apóstoles, dedicado completamente a la difusión del Evangelio, no se olvida de la vida cotidiana, en su sencillez y sus exigencias, una vida que se va humanizando en contacto con el Evangelio y que se convierte, precisamente gracias a él, en la base de todo anuncio posterior.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,60-69, para nuestros Mayores. Reacciones ante el discurso.
Muchos se echaron atrás. Concluye el capítulo sexto de Juan. El relato de hoy deja constancia de las diversas reacciones ante el discurso, que iluminan la situación por la cual atraviesan las comunidades joánicas a las que va dirigido el evangelio. Juan deja constancia: “Muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Ya les extrañó que un artesano dijera: “Yo soy el pan de vida” y que hay que creer en él para tener vida. Pero el escándalo llega al colmo cuando afirma: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Al oír esto el murmullo de protesta se convierte en clamor: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”
La historia se repite constantemente. También hoy se desapuntan de la fe muchos “cristianos”. En concreto, con respecto a la participación en la Eucaristía dominical, la han abandonado en España, en los cuatro últimos años, dos millones de “católicos”. Los motivos son muy diversos: Muchos porque han visto erosionada su religiosidad al contacto con una sociedad cada vez más desconfiada y despectiva hacia la vivencia religiosa. No se han renovado, no han realimentado el fuego de su fe y se ha apagado; les parece que lo que vivieron y aprendieron en su infancia y juventud eran piadosos engaños que no tienen nada que ver con la visión moderna y científica de la vida y del mundo. Se alejan de un cristianismo que no han conocido nunca.
Otros, sencillamente, se han alejado del Hermano que les echa en cara su forma incoherente de vida. Como no vivían como pensaban, terminan pensando cómo viven. Son aquellos que se han apartado del Evangelio, porque el Evangelio les resulta un reproche constante: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. No podemos olvidar el duro reproche del Concilio Vaticano II a los “piadosos”: “En la génesis del ateísmo (del alejamiento o de la indiferencia) pueden tener no pequeña parte los creyentes en cuanto que con una educación descuidada de la fe o con una exposición falseada de la doctrina, o con una vida religiosa, moral y social defectuosas lo que hacen es ocultar más que revelar el verdadero rostro de Dios y de la religión”.
Fe a la medida. Los cristianos de toda la vida tenemos una tentación terca y sutil: entender el Evangelio a nuestra manera y a nuestra medida. Se puede decir con los labios como Pedro: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna”, “tú eres Dios, y tienes toda la razón del mundo”, pero sin profundizar demasiado cuando se dice “amén”. Algunos no llegan a creer, porque creen que creen, teniendo una idea equivocada de lo que es la fe.
En una oportunidad en que hablaba de la necesidad de revisar nuestro cristianismo y de seguir formándose, una amiga muy rezadora, que vive muy confortablemente y nadando en la abundancia, me atajó con cierta energía: “Deja las cosas como están, no nos inquietes, déjanos con el cristianismo que hemos vivido desde nuestra infancia”... Es la tentación de procurarse libros tranquilizantes, homilías tranquilizantes, grupos eclesiales que nos den la razón en nuestro modo de vivir el cristianismo. Es la tentación de huir de todo aquello: libros, reuniones, catequesis, homilías, que perturben el vivir placentero de un cristianismo somnoliento. No quieren ahondar, por si acaso. Ya Pablo alertaba a su discípulo Timoteo: “Vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus caprichos, buscarán maestros que les halaguen el oído; se apartarán de la verdad y harán caso de los cuentos” (2 Tm 4,3).
Hay motivos para fiarse. La actitud de Pedro y de sus compañeros es de docilidad a la palabra del Señor: ¿A quién vamos a acudir? “Tú tienes palabras de vida eterna”. Es la actitud de quien no ve, pero se fía del Maestro, una actitud de fe que no impide las caídas en el camino, pero que ayuda a levantarse porque se sabe bien a dónde se quiere ir. Es la actitud del cristiano que no entiende la fe como un aceptar pasivamente una letanía de dogmas que guarda en el trastero de su memoria como objetos inútiles, no entiende la fe como “creer en algo”, sino “creer en Alguien”, fiarse de él, ponerse en sus manos, dejarse llevar por él. Es la actitud del hermano pequeño que se fía del hermano mayor que sabe mucho y le quiere mucho, y que sabe que acertará haciéndole caso. Es la actitud del que busca, procura formarse en la fe, leer el Libro y leer libros, integrarse en grupos formativos para compartir la fe y celebrarla con el sentido que tiene según la intencionalidad y el pensamiento de Jesús.
Juan Pablo II recomendaba “una catequesis orgánica y sistemática, un instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe adulta”. Quienes lo hacen o lo han hecho, se sienten “cristianos nuevos”. Sólo así, viviendo en continua purificación y crecimiento en la fe, se puede decir a Jesucristo con verdad: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. En todo caso, hay que orar: “¡Señor, aumenta nuestra fe!” y aprovechar los medios que nos ofrece para aumentarla.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6 60-69 ss.; de Joven para Joven. Para ser fieles al Señor es necesario luchar cada día.
La promesa de la Sagrada Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaúm causó discusiones y escándalos en muchos de los seguidores del Señor. Ante una verdad tan maravillosa, una buena parte de los discípulos dejaron de seguirle: Desde entonces —relata San Juan en el Evangelio de la Misa— muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él.
Ante la maravilla de su entrega a los hombres en la Comunión eucarística, estos responden volviéndole la espalda. No es la muchedumbre, sino discípulos quienes le abandonan. Los Doce permanecen, son fieles a su Maestro y Señor. Ellos acaso tampoco comprendieron mucho aquel día lo que el Señor les promete, pero permanecieron junto a Él. ¿Por qué se quedaron? ¿Por qué fueron leales en aquel momento de deslealtades? Porque le unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían comprendido que Él tenía palabras de vida eterna, porque le amaban profundamente. ¿A dónde vamos a ir?, le dice Pedro cuando el Señor les pregunta si también ellos se marchan: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.
Los cristianos vivimos una época privilegiada para dar testimonio de esta virtud en ocasiones tan poco valorada, la fidelidad. Vemos cómo, con frecuencia, se quiebra la lealtad en el matrimonio, en la palabra empeñada, la fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo. Los Apóstoles nos muestran que esta virtud se fundamenta en el amor; ellos son fieles porque aman a Cristo. Es el amor el que les induce a permanecer en medio de las defecciones. Solo uno de ellos le traicionará, más tarde, porque dejó de amar. Por eso nos aconseja a todos el Papa Juan Pablo II: «Buscad a Jesús esforzándoos en conseguir una fe personal profunda que informe y oriente toda vuestra vida; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico y personal. El debe ser vuestro amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Solo Él tiene palabras de vida eterna». Nadie más que Él.
Mientras estemos en este mundo, la vida del cristiano es una lucha constante entre amar a Cristo y el dejarse llevar por la tibieza, las pasiones o un aburguesamiento que mata todo amor. La fidelidad a Cristo se fragua cada día en la lucha contra todo lo que nos aparta de Él, en el esfuerzo por progresar en las virtudes. Entonces seremos fieles en los momentos buenos, y también en las épocas difíciles, cuando parece que son pocos los que se quedan junto al Señor.
Para mantenernos en una fidelidad firme al Señor es necesario luchar en todo momento, con espíritu alegre, aunque sean pequeñas las batallas. Y una manifestación de estos deseos de acercarnos cada día un poco más a Dios, de amar cada vez más, es el examen particular que nos ayuda a luchar con eficacia contra los defectos y obstáculos que nos separan de Cristo y de nuestros hermanos los hombres, y nos facilita el modo de adquirir virtudes y hábitos, que limitan nuestras tosquedades en el trato con Jesús.
El examen particular nos concreta las propias metas de la vida interior y nos dispone a alcanzar, con la ayuda de la gracia, una cota determinada y específica de esa montaña de la santidad, o a expulsar a un enemigo, quizá pequeño, pero bien pertrechado, que causa numerosos estragos y retrocesos. «El examen general parece defensa. —El particular, ataque. —El primero es la armadura. El segundo, espada toledana».
Hoy, cuando le decimos al Señor que queremos serle fieles, nos debemos preguntar en su presencia: ¿Son grandes mis deseos de avanzar en el amor? ¿Concreto estos deseos de lucha en un punto específico que pueda ser el blanco de mi examen particular? ¿Soy dócil a las indicaciones que recibo en la dirección espiritual?
Elevación Espiritual para este día.
Se ha dicho con acierto de Job: «Era un hombre temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1,1). La santa Iglesia de los elegidos inicia ahora su camino por la vía de la sencillez y de la rectitud con temor, pero lo lleva a su consumación sólo con el amor. Se aleja verdaderamente del mal aquel que empieza a partir de ahora a no querer pecar nunca más por amor a Dios.
Si alguien realiza todavía el bien por temor, da a entender que no se ha alejado por completo del mal: si está dispuesto a pecar, en caso de que pueda hacerlo con impunidad, con eso mismo peca. Tras haber dicho que Job temía a Dios, añade el texto sagrado que también estaba apartado del mal: cuando el temor es reemplazado por el amor, entonces la culpa que había quedado en el alma queda eliminada por el firme propósito de la voluntad. Así como el temor mantiene a raya el vicio, el amor hace germinar las virtudes.
Reflexión Espiritual para el día.
El ejemplo de Tomás Moro demuestra que le es posible a un cristiano vivir en el mundo según el Evangelio y actuar en él a imitación de Cristo; y ello en medio de su propia familia, de sus posesiones y de la vida política: es posible llevar una vida santa en medio de estas distintas situaciones, con sobriedad, sencillez y honestidad, de modo serio y alegre al mismo tiempo.
¿Qué es, pues, lo más importante para un cristiano que vive en el mundo? Realizar, en la fe, una opción radical por Dios, por el Señor y por su Reino, a pesar de todas las inclinaciones pecaminosas, y conservarla intacta a través de los acontecimientos ordinarios de cada día.
Conservar, viviendo en el mundo, la libertad fundamental respecto al mundo, en medio de la familia, de las posesiones y de la vida política, al servicio de Dios y de los hermanos. Poseer la alegre prontitud que permite ejercer esta libertad, en cualquier momento, a través de la renuncia, y cuando estemos llamados a hacerlo, a través de la renuncia total. Sólo en esta libertad respecto al mundo, buscada por amor a Dios, es donde el cristiano, que vive en el mundo, pero recibe la libertad como don de la gracia de Dios, encuentra la fortaleza, el consuelo, el poder y la alegría que son su victoria.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 9, 31-42. La consolación del Espíritu Santo.
Las Iglesias...
En plural. Era la costumbre en escritos primitivos. Cada comunidad es una iglesia con su originalidad. Y el conjunto «de las» iglesias se comunican entre sí.
Las Iglesias gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaría.
Después del período de crisis y de persecución provocado por las verdades algo desconcertantes, valientemente proclamadas por el diácono Esteban, vemos que las iglesias de Palestinas gozan de un período de paz, que las respectivas comunidades aprovechan para activarse y continuar difundiendo la buena nueva.
Se edificaban y vivían en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo.
Para los primeros cristianos la vida transcurre sencillamente, en la pena y en la alegría... en la persecución y en la paz... Lo aceptan todo como viniendo del Señor. Lo aprovechan para «edificar», construir, avanzar:
— «en el temor del Señor»... es decir, estimulados por sus exigencias,
— «en la consolación del Espíritu»..., es decir, arrastrados por su amor.
Ayúdanos, Señor, a desarrollar esas actitudes.
«Ser activos y constructivos»: ¿qué es lo que tengo que construir, edificar, hoy?
«Ser exigentes»: ¿qué santo temor he de tener? ¿Me adormezco alguna vez?
«Estar alegres y tranquilos»: ¿cual es mi consuelo? El Espíritu de Dios, ¿es mi alegría?
Pedro cura a un paralítico, llamado Eneas... y resucita a una mujer, llamada Tabita...
Los «hechos» de los apóstoles reproducen los «hechos» de Jesús. Los tullidos andan, los muertos resucitan! La vida surge allá donde el decaimiento y la muerte hacen su obra. La resurrección de Jesús continúa y trabaja a la humanidad desde el interior. El mal retrocede.
Yo no tengo el «milagro» a mi disposición, como se lo diste a Pedro para facilitar la primera expansión de tu Iglesia. Pero puedo actuar «en el sentido de la vida»:
¿cómo puedo traducir, concretamente, el poder de tu resurrección en mis responsabilidades, en mis compromisos, en mis relaciones..., para que crezca la vitalidad profunda de la humanidad? Para que retrocedan el mal, el pecado, la injusticia, el egoísmo.
Tabita era rica en buenas obras y en limosnas que hacía... Las viudas de la ciudad mostraron a Pedro las túnicas y mantos que confeccionaba cuando estaba con ellas.
En su sencillez esas túnicas y esos mantos son una llamada. Se las muestran a Pedro para que entienda mejor! cuán útil sería que ella resucitase....para poder continuar! Argumento conmovedor: ¡era tan buena! Ya lo comprendéis.
Merecer la resurrección siendo buenos.
Pedro hizo salir a todos, y, puesto de rodillas, oró: «Tabita, levántate!»
Siempre la misma frase: «Levántate!» La misma que Pedro había dirigido ya al mendigo de la Puerta Hermosa en Jerusalén... esa palabra que Jesús había dicho tan a menudo a los enfermos, a los pecadores. (Mateo 9,5; 17,7. Juan 5,8.)
Todo Joppe —ciudad de Tabita— supo la noticia de esa resurrección y muchos creyeron en el Señor.
El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga.
El fragmento empieza con una consideración sintética de la situación interna de la Iglesia. La comunidad cristiana «gozaba de paz», se mantenía en el santo temor de Dios y se extendía con el impulso del Espíritu Santo. Saulo ha sido llevado a Tarso, probablemente porque su presencia —discutida— creaba problemas a causa de su temperamento combativo, semejante al de Esteban.
A continuación, se presenta a Pedro no tanto como evangelizador, sino como jefe religioso que —durante sus visitas pastorales— sostiene, ayuda y anima a los discípulos: visita algunas comunidades ya evangelizadas (probablemente por Felipe) y, a su paso, se reproduce el clima primaveral, sorprendente, milagroso, del paso de Jesús. Pedro contribuye con dos prodigios a la difusión del Evangelio. El apóstol se ha convertido ahora en el pastor taumaturgo que representa en la joven Iglesia no sólo la Palabra, sino el poder de curación de Jesús. Lucas no pierde la ocasión de recordar que Jesús vive y continúa obrando en la Iglesia apostólica como cuando estaba vivo en medio de los suyos.
Comentario del Salmo 115
Es un salmo de acción de gracias individual. Una persona se encontraba en peligro de muerte, clamó al Señor, fue escuchada y ahora da gracias delante de todo el pueblo.
Existen diferentes propuestas. Presentamos una de ellas, según la cual este salmo constaría de introducción (1-2), cuerpo (3- 11) y conclusión (12-19).
En la introducción (1-2), el salmista declara su amor por el Señor, exponiendo a continuación el motivo: Dios escucha su voz suplicante e inclina su oído hacia él el día en que lo invoca. Aparece aquí por vez primera el verbo invocar. En la introducción, todos los verbos están en presente.
En el cuerpo (3-11) encontramos referencia al pasado, al presente y al futuro. El pasado caracteriza la situación que dio origen a la invocación: «Lazos de muerte me rodeaban...» (3), «invoqué el nombre del Señor...» (4; Esta es la segunda vez en que aparece el verbo invocar), «yo desfallecía» (6b), «yo tenía fe» (10a), «yo decía...» (11a). También caracteriza la intervención del Señor: «ha sido bueno» (7b), «libró» (8a). Las afirmaciones en presente expresan el convencimiento que esta persona tiene, ahora, acerca del Señor: «El Señor es justo y clemente y compasivo (5), «protege a los sencillos» (6). También pone de manifiesto el estado de ánimo del salmista, muy distinto del de antes: «Recobra la calma, alma mía» (7 a). Las afirmaciones referidas al futuro hablan de la disposición de este individuo después de haber sido liberado: «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9).
En la conclusión (12-19), se habla una vez del pasado “rompiste mis cadenas”, (16b), dos del presente (15-16), pero se pone toda la atención en el futuro: «pagaré» (12), «levantaré» (13), «cumpliré» (14.18), «te ofreceré» (17). La conclusión se caracteriza principalmente por la promesa de un sacrificio de alabanza, típica de muchos salmos de acción de gracias individual. En esta parte, encontramos el verbo invocar dos veces más (13b.17b).
Este salmo nos habla de la superación de un peligro mortal. Encontramos varias afirmaciones que aluden a él: «Lazos de muerte me rodeaban, eran redes mortales, caí en la angustia y la aflicción» (3) «Libró mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies le la caída» (8), «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9). Todo parece indicar que se trata de una enfermedad mortal. La imagen empleada es enérgica: el salmista se vio afectado por sorpresa, como un animal o un pájaro que cae en las redes del cazador. Pero tenemos también otra referencia que nos lleva a pensar en la esclavitud: «Rompiste mis cadenas» (16b). Este individuo tenía fe (10a), a pesar de que su situación fuera dramática también desde el punto de vista psicológico: vivía en medio de la angustia y de la aflicción (3), en medio de lágrimas (8), estaba totalmente devastado (10b) y pasando apuros (ha). Desde el punto de vista económico, el salmista se sitúa entre la gente sencilla (6a) y, desde el punto de vista religioso, se considera un fiel y siervo del Señor, cuya madre exhibe las mismas características (15-16), como se suele decir, «ha salido a su madre».
El conflicto no parece ser sólo personal, pues, en el momento de la angustia, esta persona se desahoga así: “¡Todos los hombres son unos mentirosos!” (11b). Tenía la sensación de estar viviendo en una sociedad en la que nadie puede confiar en nadie. Tal vez haya sido víctima de una calumnia. Además, el salmista afirma haber sido librado de la caída (8b). ¿Se referirá aquí al posible abandono de la fe en el Señor que escucha su clamor? Asociando la idea de los «mentirosos» a la de una posible «caída», detectamos indicios de un conflicto social.
La persona curada se encuentra en Jerusalén, en los atrios del templo («la casa del Señor», 19), rodeada de gente (14.18) que aprende de su testimonio; va a ofrecer un sacrificio de acción de gracias (17), en cumplimiento de las promesas que había hecho en el momento del peligro (14). El gesto de «levantar la copa de la salvación» (13a) no resulta claro del todo. Puede referirse a una porción de vino, agua o aceite que se derramara sobre la víctima ofrecida en sacrificio al Señor; o bien puede referirse a un cáliz de vino que pasaría de mano en mano (y de boca en boca) entre los compañeros que celebraban con el salmista su liberación.
“¡Todos los hombres son unos mentirosos!”, pero, en el Señor, se puede confiar, pues escucha a la gente cuando lo invoca (nótese la insistencia con que se habla del Señor en este salmo). ¿Por qué se puede confiar en él? Porque escucha la voz suplicante (2), inclina el oído (2), salva (6) y libra (8). Tenemos aquí el mismo esquema del éxodo. Y el Dios de este salmo es el mismo Dios que el del éxodo y el de la alianza. El salmista afirma que «El Señor es justo y clemente, nuestro Dios es compasivo. El Señor protege a los sencillos»
(5-6ª).
Hay un detalle que explica todo esto a la perfección. Lo tenemos en esta afirmación: «Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles» (15). A la luz de todo lo que hemos dicho, podemos entender el significado de esta expresión. Con otras palabras, es tanto como decir que el Señor no aprueba este tipo de muerte de sus fieles, pues con ella estaría perdiendo a uno de sus aliados y a un testigo en medio de esta tierra de «mentirosos». Dios no se resigna a aceptar que la vida de sus fieles desaparezca de forma prematura. Él Señor sufre cuando uno de sus siervos muere de una enfermedad fatal, Él Dios de este salmo siente que le roban y se debilita cuando la enfermedad acaba con la vida de uno de sus siervos. Porque él es el Dios de la vida.
Por eso Jesús curó a todos los enfermos que se cruzaron en su camino, derrotando incluso a la misma muerte. Muchos llegaron, por ello, a amar al Señor y a Jesús.
Es un salmo que podemos rezar cuando nos sentimos liberados de peligros mortales; después de superar conflictos personales (físicos o psíquicos) o sociales; cuando tenemos la experiencia de que Dios ha escuchado nuestro clamor, ha roto nuestras cadenas y nos ha salvado...
Otros salmos de acción de gracias individual: 9; 30; 32; 34; 40; 41; 92; 107; 138,
Comentario del Santo Evangelio: Juan 6,60-69
Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, sus discípulos le comunican su malestar por las afirmaciones (
La incredulidad de los discípulos con respecto a Jesús, sin embargo, se pone de manifiesto por el hecho de que «el Espíritu es quien da la vida; la carne no sir- ve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (y. 63). Juan afirma que tan real como la carne de Jesús es la verdad eucarística. Ambas son un don con el mismo efecto: dar la vida al hombre. Con todo, muchos discípulos no quisieron creer y no dieron un paso adelante hacia una confianza en el Espíritu, con lo que no consiguieron liberarse de la esclavitud de la carne.
A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud de abandono por parte de los que le siguen. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y a su mensaje en la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo el Padre lo da. El hombre, que tiene en sus manos su propio destino, es siempre libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu, y no obra según la carne, comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. A través de la fe es como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
La perícopa de los Hechos de los Apóstoles leída hoy presenta otro pequeño cuadro de la jovencísima Iglesia. La comunidad cristiana, extendida ahora en diversas comunidades, se enfrenta con los problemas de cada día: la enfermedad prolongada, la muerte inesperada de personas comprometidas, etc. La vida cotidiana se caracteriza por el santo temor de Dios y por la asistencia reconfortante del Espíritu Santo. Los discípulos viven bajo la mirada de Dios, con el sentido de su grandeza y de su soberanía. Miden su vida a partir de él y de su santa voluntad. Se interesan por los pobres y se preocupan por los enfermos. De este modo se va construyendo la Iglesia interiormente y se vuelve dócil a la acción del Espíritu Santo, que la extiende también exteriormente.
La construcción interna y la difusión externa van estrechamente unidas. El anuncio más discreto y eficaz de la Buena Nueva procede de la vida de la Iglesia, de la alegría que anima su sufrimiento, de su espíritu de servicio sin cálculos mezquinos y sin reservas. La Palabra y los milagros no caen en el vacío, sino que encuentran un terreno bien dispuesto y producen frutos abundantes. El libro de los Hechos de los Apóstoles, dedicado completamente a la difusión del Evangelio, no se olvida de la vida cotidiana, en su sencillez y sus exigencias, una vida que se va humanizando en contacto con el Evangelio y que se convierte, precisamente gracias a él, en la base de todo anuncio posterior.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6,60-69, para nuestros Mayores. Reacciones ante el discurso.
Muchos se echaron atrás. Concluye el capítulo sexto de Juan. El relato de hoy deja constancia de las diversas reacciones ante el discurso, que iluminan la situación por la cual atraviesan las comunidades joánicas a las que va dirigido el evangelio. Juan deja constancia: “Muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Ya les extrañó que un artesano dijera: “Yo soy el pan de vida” y que hay que creer en él para tener vida. Pero el escándalo llega al colmo cuando afirma: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Al oír esto el murmullo de protesta se convierte en clamor: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”
La historia se repite constantemente. También hoy se desapuntan de la fe muchos “cristianos”. En concreto, con respecto a la participación en la Eucaristía dominical, la han abandonado en España, en los cuatro últimos años, dos millones de “católicos”. Los motivos son muy diversos: Muchos porque han visto erosionada su religiosidad al contacto con una sociedad cada vez más desconfiada y despectiva hacia la vivencia religiosa. No se han renovado, no han realimentado el fuego de su fe y se ha apagado; les parece que lo que vivieron y aprendieron en su infancia y juventud eran piadosos engaños que no tienen nada que ver con la visión moderna y científica de la vida y del mundo. Se alejan de un cristianismo que no han conocido nunca.
Otros, sencillamente, se han alejado del Hermano que les echa en cara su forma incoherente de vida. Como no vivían como pensaban, terminan pensando cómo viven. Son aquellos que se han apartado del Evangelio, porque el Evangelio les resulta un reproche constante: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. No podemos olvidar el duro reproche del Concilio Vaticano II a los “piadosos”: “En la génesis del ateísmo (del alejamiento o de la indiferencia) pueden tener no pequeña parte los creyentes en cuanto que con una educación descuidada de la fe o con una exposición falseada de la doctrina, o con una vida religiosa, moral y social defectuosas lo que hacen es ocultar más que revelar el verdadero rostro de Dios y de la religión”.
Fe a la medida. Los cristianos de toda la vida tenemos una tentación terca y sutil: entender el Evangelio a nuestra manera y a nuestra medida. Se puede decir con los labios como Pedro: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna”, “tú eres Dios, y tienes toda la razón del mundo”, pero sin profundizar demasiado cuando se dice “amén”. Algunos no llegan a creer, porque creen que creen, teniendo una idea equivocada de lo que es la fe.
En una oportunidad en que hablaba de la necesidad de revisar nuestro cristianismo y de seguir formándose, una amiga muy rezadora, que vive muy confortablemente y nadando en la abundancia, me atajó con cierta energía: “Deja las cosas como están, no nos inquietes, déjanos con el cristianismo que hemos vivido desde nuestra infancia”... Es la tentación de procurarse libros tranquilizantes, homilías tranquilizantes, grupos eclesiales que nos den la razón en nuestro modo de vivir el cristianismo. Es la tentación de huir de todo aquello: libros, reuniones, catequesis, homilías, que perturben el vivir placentero de un cristianismo somnoliento. No quieren ahondar, por si acaso. Ya Pablo alertaba a su discípulo Timoteo: “Vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus caprichos, buscarán maestros que les halaguen el oído; se apartarán de la verdad y harán caso de los cuentos” (2 Tm 4,3).
Hay motivos para fiarse. La actitud de Pedro y de sus compañeros es de docilidad a la palabra del Señor: ¿A quién vamos a acudir? “Tú tienes palabras de vida eterna”. Es la actitud de quien no ve, pero se fía del Maestro, una actitud de fe que no impide las caídas en el camino, pero que ayuda a levantarse porque se sabe bien a dónde se quiere ir. Es la actitud del cristiano que no entiende la fe como un aceptar pasivamente una letanía de dogmas que guarda en el trastero de su memoria como objetos inútiles, no entiende la fe como “creer en algo”, sino “creer en Alguien”, fiarse de él, ponerse en sus manos, dejarse llevar por él. Es la actitud del hermano pequeño que se fía del hermano mayor que sabe mucho y le quiere mucho, y que sabe que acertará haciéndole caso. Es la actitud del que busca, procura formarse en la fe, leer el Libro y leer libros, integrarse en grupos formativos para compartir la fe y celebrarla con el sentido que tiene según la intencionalidad y el pensamiento de Jesús.
Juan Pablo II recomendaba “una catequesis orgánica y sistemática, un instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe adulta”. Quienes lo hacen o lo han hecho, se sienten “cristianos nuevos”. Sólo así, viviendo en continua purificación y crecimiento en la fe, se puede decir a Jesucristo con verdad: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. En todo caso, hay que orar: “¡Señor, aumenta nuestra fe!” y aprovechar los medios que nos ofrece para aumentarla.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 6 60-69 ss.; de Joven para Joven. Para ser fieles al Señor es necesario luchar cada día.
La promesa de la Sagrada Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaúm causó discusiones y escándalos en muchos de los seguidores del Señor. Ante una verdad tan maravillosa, una buena parte de los discípulos dejaron de seguirle: Desde entonces —relata San Juan en el Evangelio de la Misa— muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él.
Ante la maravilla de su entrega a los hombres en la Comunión eucarística, estos responden volviéndole la espalda. No es la muchedumbre, sino discípulos quienes le abandonan. Los Doce permanecen, son fieles a su Maestro y Señor. Ellos acaso tampoco comprendieron mucho aquel día lo que el Señor les promete, pero permanecieron junto a Él. ¿Por qué se quedaron? ¿Por qué fueron leales en aquel momento de deslealtades? Porque le unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían comprendido que Él tenía palabras de vida eterna, porque le amaban profundamente. ¿A dónde vamos a ir?, le dice Pedro cuando el Señor les pregunta si también ellos se marchan: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.
Los cristianos vivimos una época privilegiada para dar testimonio de esta virtud en ocasiones tan poco valorada, la fidelidad. Vemos cómo, con frecuencia, se quiebra la lealtad en el matrimonio, en la palabra empeñada, la fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo. Los Apóstoles nos muestran que esta virtud se fundamenta en el amor; ellos son fieles porque aman a Cristo. Es el amor el que les induce a permanecer en medio de las defecciones. Solo uno de ellos le traicionará, más tarde, porque dejó de amar. Por eso nos aconseja a todos el Papa Juan Pablo II: «Buscad a Jesús esforzándoos en conseguir una fe personal profunda que informe y oriente toda vuestra vida; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico y personal. El debe ser vuestro amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Solo Él tiene palabras de vida eterna». Nadie más que Él.
Mientras estemos en este mundo, la vida del cristiano es una lucha constante entre amar a Cristo y el dejarse llevar por la tibieza, las pasiones o un aburguesamiento que mata todo amor. La fidelidad a Cristo se fragua cada día en la lucha contra todo lo que nos aparta de Él, en el esfuerzo por progresar en las virtudes. Entonces seremos fieles en los momentos buenos, y también en las épocas difíciles, cuando parece que son pocos los que se quedan junto al Señor.
Para mantenernos en una fidelidad firme al Señor es necesario luchar en todo momento, con espíritu alegre, aunque sean pequeñas las batallas. Y una manifestación de estos deseos de acercarnos cada día un poco más a Dios, de amar cada vez más, es el examen particular que nos ayuda a luchar con eficacia contra los defectos y obstáculos que nos separan de Cristo y de nuestros hermanos los hombres, y nos facilita el modo de adquirir virtudes y hábitos, que limitan nuestras tosquedades en el trato con Jesús.
El examen particular nos concreta las propias metas de la vida interior y nos dispone a alcanzar, con la ayuda de la gracia, una cota determinada y específica de esa montaña de la santidad, o a expulsar a un enemigo, quizá pequeño, pero bien pertrechado, que causa numerosos estragos y retrocesos. «El examen general parece defensa. —El particular, ataque. —El primero es la armadura. El segundo, espada toledana».
Hoy, cuando le decimos al Señor que queremos serle fieles, nos debemos preguntar en su presencia: ¿Son grandes mis deseos de avanzar en el amor? ¿Concreto estos deseos de lucha en un punto específico que pueda ser el blanco de mi examen particular? ¿Soy dócil a las indicaciones que recibo en la dirección espiritual?
Elevación Espiritual para este día.
Se ha dicho con acierto de Job: «Era un hombre temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1,1). La santa Iglesia de los elegidos inicia ahora su camino por la vía de la sencillez y de la rectitud con temor, pero lo lleva a su consumación sólo con el amor. Se aleja verdaderamente del mal aquel que empieza a partir de ahora a no querer pecar nunca más por amor a Dios.
Si alguien realiza todavía el bien por temor, da a entender que no se ha alejado por completo del mal: si está dispuesto a pecar, en caso de que pueda hacerlo con impunidad, con eso mismo peca. Tras haber dicho que Job temía a Dios, añade el texto sagrado que también estaba apartado del mal: cuando el temor es reemplazado por el amor, entonces la culpa que había quedado en el alma queda eliminada por el firme propósito de la voluntad. Así como el temor mantiene a raya el vicio, el amor hace germinar las virtudes.
Reflexión Espiritual para el día.
El ejemplo de Tomás Moro demuestra que le es posible a un cristiano vivir en el mundo según el Evangelio y actuar en él a imitación de Cristo; y ello en medio de su propia familia, de sus posesiones y de la vida política: es posible llevar una vida santa en medio de estas distintas situaciones, con sobriedad, sencillez y honestidad, de modo serio y alegre al mismo tiempo.
¿Qué es, pues, lo más importante para un cristiano que vive en el mundo? Realizar, en la fe, una opción radical por Dios, por el Señor y por su Reino, a pesar de todas las inclinaciones pecaminosas, y conservarla intacta a través de los acontecimientos ordinarios de cada día.
Conservar, viviendo en el mundo, la libertad fundamental respecto al mundo, en medio de la familia, de las posesiones y de la vida política, al servicio de Dios y de los hermanos. Poseer la alegre prontitud que permite ejercer esta libertad, en cualquier momento, a través de la renuncia, y cuando estemos llamados a hacerlo, a través de la renuncia total. Sólo en esta libertad respecto al mundo, buscada por amor a Dios, es donde el cristiano, que vive en el mundo, pero recibe la libertad como don de la gracia de Dios, encuentra la fortaleza, el consuelo, el poder y la alegría que son su victoria.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 9, 31-42. La consolación del Espíritu Santo.
Las Iglesias...
En plural. Era la costumbre en escritos primitivos. Cada comunidad es una iglesia con su originalidad. Y el conjunto «de las» iglesias se comunican entre sí.
Las Iglesias gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaría.
Después del período de crisis y de persecución provocado por las verdades algo desconcertantes, valientemente proclamadas por el diácono Esteban, vemos que las iglesias de Palestinas gozan de un período de paz, que las respectivas comunidades aprovechan para activarse y continuar difundiendo la buena nueva.
Se edificaban y vivían en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo.
Para los primeros cristianos la vida transcurre sencillamente, en la pena y en la alegría... en la persecución y en la paz... Lo aceptan todo como viniendo del Señor. Lo aprovechan para «edificar», construir, avanzar:
— «en el temor del Señor»... es decir, estimulados por sus exigencias,
— «en la consolación del Espíritu»..., es decir, arrastrados por su amor.
Ayúdanos, Señor, a desarrollar esas actitudes.
«Ser activos y constructivos»: ¿qué es lo que tengo que construir, edificar, hoy?
«Ser exigentes»: ¿qué santo temor he de tener? ¿Me adormezco alguna vez?
«Estar alegres y tranquilos»: ¿cual es mi consuelo? El Espíritu de Dios, ¿es mi alegría?
Pedro cura a un paralítico, llamado Eneas... y resucita a una mujer, llamada Tabita...
Los «hechos» de los apóstoles reproducen los «hechos» de Jesús. Los tullidos andan, los muertos resucitan! La vida surge allá donde el decaimiento y la muerte hacen su obra. La resurrección de Jesús continúa y trabaja a la humanidad desde el interior. El mal retrocede.
Yo no tengo el «milagro» a mi disposición, como se lo diste a Pedro para facilitar la primera expansión de tu Iglesia. Pero puedo actuar «en el sentido de la vida»:
¿cómo puedo traducir, concretamente, el poder de tu resurrección en mis responsabilidades, en mis compromisos, en mis relaciones..., para que crezca la vitalidad profunda de la humanidad? Para que retrocedan el mal, el pecado, la injusticia, el egoísmo.
Tabita era rica en buenas obras y en limosnas que hacía... Las viudas de la ciudad mostraron a Pedro las túnicas y mantos que confeccionaba cuando estaba con ellas.
En su sencillez esas túnicas y esos mantos son una llamada. Se las muestran a Pedro para que entienda mejor! cuán útil sería que ella resucitase....para poder continuar! Argumento conmovedor: ¡era tan buena! Ya lo comprendéis.
Merecer la resurrección siendo buenos.
Pedro hizo salir a todos, y, puesto de rodillas, oró: «Tabita, levántate!»
Siempre la misma frase: «Levántate!» La misma que Pedro había dirigido ya al mendigo de la Puerta Hermosa en Jerusalén... esa palabra que Jesús había dicho tan a menudo a los enfermos, a los pecadores. (Mateo 9,5; 17,7. Juan 5,8.)
Todo Joppe —ciudad de Tabita— supo la noticia de esa resurrección y muchos creyeron en el Señor.
El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga.
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