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domingo, 25 de abril de 2010

Lecturas del día 25-04-2010. Ciclo C.

25 de abril 2010. IV DOMINGO DE PASCUA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Marcos ev, Pedro de Betancour rl, Amiano ob, Franca ab.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 13, 14. 43-52: Sepan que nos dedicamos a los gentiles
Salmo 99: Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Ap 7, 9. 14b-17: El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas
Jn 10, 27-30: El Padre y yo somos uno 

La primera lectura nos presenta hoy a Pablo y Bernabé en todo su apogeo evangelizador, donde se puede comprobar el proceso que va recorriendo la expansión del Evangelio. Por una parte, el espacio físico desde donde se proclama la Buena Nueva es la misma sinagoga judía; el medio es, naturalmente, la misma Escritura antigua, desde donde se proclaman las promesas y se confirman con el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús como cumplimiento de ellas. Esto quiere decir que los destinatarios originales son los israelitas; así lo formula Pablo y lo corroboran los demás apóstoles. Hay, ciertamente, acogida del nuevo mensaje por parte de muchos, pero también hay rechazos hasta violentos a la predicación de Pablo y, antes de él, a las Pedro y los demás. El rechazo oficial no se queda sólo en no aceptar el mensaje; incluye también la expulsión de la sinagoga y las amenazas a quienes siendo judíos se hayan convertido al nuevo camino y pretendan asistir por cualquier circunstancia a la sinagoga.

Todo esto nos sirve para hacernos una idea de las dificultades que tuvo que afrontar el anuncio del Evangelio en sus orígenes, y la forma como Pablo, llamado con tanta razón “el apóstol de los gentiles”, va abriendo paso para que el evangelio de Jesús sea anunciado y conocido por todo el mundo, sin importar fronteras, razas ni clases sociales.

Ese es otro de los efectos de la resurrección de Jesús: el conocimiento, por parte de todos los seres humanos, de la Buena Noticia del amor de Dios, que en Jesús ha rescatado a toda la humanidad y la ha puesto bajo el amparo y la guía de un solo Padre de todos, el Padre de Jesús.

En consonancia con ello, la visión apocalíptica que Juan nos describe en la segunda lectura no se limita a un simple sueño nacionalista judío. Ella tiene la intencionalidad de hacer conocer la nueva idea de Dios que Jesús nos revela en el Nuevo Testamento: su Padre es el Dios Padre de todos los hombres y mujeres, sin excepción alguna. Todos son recibidos en la nueva realidad instaurada por el Cordero, ya que en él han sido superadas todas las fronteras que los humanos fueron construyendo para vivir separados y divididos. Ya no habrá división ni rechazo, porque en Jesucristo todos hemos sido recibidos como hermanos. El Cordero inmolado será el pastor que conducirá hacia fuentes de aguas vivas a todos los elegidos -venidos de todas las naciones-, porque asimilaron el proyecto del Padre; y allí será donde Dios enjugará sus lágrimas (Ap 7, 17).

Cristo asume las dos funciones: de víctima que se inmola y de Pastor. En forma congruente, el evangelio nos propone el relato de Juan en el que Jesús se presenta como el pastor que cuida a sus ovejas. El ha anunciado su misión como el pastor que no sólo cuida las ovejas de su aprisco, sino también las de otros rediles, los no-judíos (cf Jn 10,16). Jesús es un Pastor universal, que llama incluso a los que no pertenecen al judaísmo para que vengan a formar parte del rebaño escatológico, el de los que asumen como él la esperanza del reino de Dios.

La figura más tierna que Jesús adopta como pastor es la del que busca a la oveja descarriada, a la perdida, y cuando la encuentra se alegra, la recoge y la trae de vuelta al aprisco (cf Lc 15,3-7). Por eso su gozo y su alegría radican en que los hombres y mujeres de buena voluntad acojan y asuman su proyecto de vida eterna.

Jesús se diferencia en forma diametral de los pastores mercenarios, que cuando ven el peligro simplemente huyen, abandonando el redil y dejando a las ovejas a merced de su propia suerte.

El evangelio nos refuerza también ese efecto tan importante de la resurrección de Jesús que es la paternidad universal de Dios. Los que han oído a Jesús y lo han visto actuar, son los primeros llamados a pertenecer al reino que él proclama, y al mismo tiempo están en el deber moral de anunciarlo a otros. Esos son los que, dice Jesús, “el padre me ha dado”; los que han entendido su propuesta y la siguen. En tal seguimiento no hay equivocación ni extravío, porque justamente la palabra de Jesús -quien es la Palabra misma del Padre- es la vía segura por donde el hombre puede alcanzar su máxima plenitud.

Cristo hace un llamado a todos, como supremo Pastor, para que comprendan que lo que él propone en esencia es una realidad de unidad y de hermandad que no es posible de destruir, ya que con la fuerza del Espíritu podemos todos los bautizados trasparentar a Jesús resucitado y ser en el mundo instrumentos de paz y de unidad. Habrá así, finalmente, “un solo rebaño, un solo pastor” (Jn 10,16).

La homilía de este domingo podría orientarse por alguna de estas opciones:
a) Los pastores en la Iglesia. En ésta siempre ha habido un rol de dirigencia y/o de organización; todos los que ejercen algún “ministerio” (servicio) son de alguna manera “pastores” de los demás. Esa labor “pastoral”, lógicamente, ha de tomar ejemplo de las características del “buen pastor” Jesús: que no se sirve de las ovejas, sino que da la vida por ellas. Bastará glosar todas estas características.

Este tema puede prolongarse –si es oportuno para el auditorio- en el tema de los ministerios en la Iglesia: su estado actual, la posibilidad de cambiar, la necesidad de encontrar nuevas formas, la crisis de algunas formas actuales, etc.

b) Las vocaciones al ministerio pastoral. Se ha escogido este domingo en muchos países para la celebración de la “Jornada mundial de oración por las vocaciones”, lo cual es muy bueno, con tal de que no se dé la impresión de que “las vocaciones” son sólo las sacerdotales o a la vida religiosa, y se aclare que «todos tenemos vocación», y que «todas las vocaciones son importantes», también la laical (y mucho), y que «para cada uno, la mejor vocación es la suya». Lo pastoral, por lo demás, no debe ser identificado como sacerdotal: todos estamos llamados a ser “pastores” de otros.

c) Jesús, “el” buen pastor y el pastor universal. De hecho, en el evangelio de Juan el tema no es la bondad del pastor Jesús, sino su veracidad frente a otros “pastores” o mediadores divinos, que serían falsos... Algo así como la “unicidad” de Jesús como salvador. ¿Jesús es el “pastor único de nuestras almas”? ¿”No hay otro nombre” en el que podamos ser salvos? (Hch 4,12). Es el tema del pluralismo religioso, y la relectura del cristianismo entero que esa nueva visión teológica exige. No es un tema para cualquier auditorio, pero sí es un tema que debería estar presente en la cabeza de todo el que hable al pueblo sobre el buen Pastor Jesús, aunque no vaya a tocar el tema explícitamente. La simplicidad y la sencillez no justifican el decir muchas cosas que no son tan ciertas, que ya no debemos seguir diciendo. Donde se pueda, será bueno abrir la visión de nuestros hermanos y hermanas, respecto a la presencia y la acción salvadora de Dios, más allá de una interpretación estrecha del “un solo rebaño y un solo pastor”.

PRIMERA LECTURA.
Hechos de los apóstoles 13, 14. 43-52
Sabed que nos dedicamos a los gentiles
En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.

Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios.

El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo.

Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: "Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.""

Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.

La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.

Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 99
R/. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. R.

Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. R.

"El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades." R.

SEGUNDA LECTURA.
Apocalipsis 7, 9. 14b-17
El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.

Y uno de los ancianos me dijo:

- "Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.

Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo.

El que se sienta en el trono acampará entre ellos.

Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.

Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos."

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Juan 10, 27-30
Yo doy la vida eterna a mis ovejas 

En aquel tiempo, dijo Jesús: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre.

Yo y el Padre somos uno."


Palabra del Señor

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52
El Espíritu del Señor se ha querido reservar a Pablo y Bernabé (13,2) para una obra particular. Así pues, éstos se ponen en camino y emprenden el primer viaje misionero. En cada ciudad que visitan, entran en la sinagoga y se dirigen a los judíos de la diáspora anunciándoles «la buena nueva de que la promesa hecha a los padres se ha cumplido con la resurrección de Jesús (vv. 32s). Por doquier se abre la gente a la fe. Especialmente en Antioquía de Pisidia, una gran multitud acogió con entusiasmo el kerygma.

Sin embargo, el favor que encontraron los apóstoles desencadenó los celos y la persecución por parte de los judíos, con la consiguiente crisis en las relaciones que marcará una clara y dolorosa separación entre la Sinagoga y la Iglesia. Por otra parte, de este contraste saldrá libre la Palabra para llevar a cabo su propio recorrido en el mundo (v. 49). Esta, rechazada por los judíos, a quienes iba destinada en primer lugar (v. 46), no conoce ya límites nacionales y raciales y puede comunicar la vida eterna hasta los confines de la tierra: Cristo, luz destinada a iluminar todas las naciones, tiene que ser llevado a todas partes por los predicadores del Evangelio (v. 47). Quien rechaza el kerygma se encierra en unos estrechos horizontes, mientras que quien lo acoge en la fe conoce, ya desde ahora, la alegría de la vida eterna (vv. 48.52) y la exultación del Espíritu, que consuela a los que son perseguidos por amor a Jesús.

Comentario del Salmo 99
Es un himno de alabanza en el que se invita a toda la tierra y, en particular, al pueblo de Dios, a aclamar y celebrar al Señor, el único Dios.

Tiene dos pequeñas partes muy parecidas entre sí: lb-3; 4-5. Cada una de ellas empieza con las invitaciones en imperativo (lb-3a; 4) y sigue con la exposición de motivos (3b; 5). En total, tenemos siete invitaciones, la cuarta de las cuales («Sabed que sólo el Señor es Dios», (3a) constituye el eje de todas ellas y si motor del salmo.

La primera parte (1b-3) presenta cuatro invitaciones dirigida a la «tierra entera» (1b); estas invitaciones vienen formuladas mediante verbos en imperativo, como si se tratara de órdenes: «aclamad al Señor» (1b), «servid al Señor», «llegaos hasta él» (2), «sabed que...» (3a). El motivo es el siguiente: «El nos hizo y le pertenecemos, somos su pueblo y ovejas de su rebaño» (3b). Se presenta al pueblo mediante la imagen del rebaño. El salmo no desarrolla la imagen del Dios pastor, El ambiente que predomina es de alegría: «con alegría», «con gritos de júbilo» (2). El motivo sigue siendo el mismo: la toma de conciencia de que no hay más que un solo Dios, que es el Señor. Toda la tierra está invitada a festejar (« ¡aclamad!», (1b), a comprometerse en el servicio de este único Dios («servid») y a acercarse a él («llegaos hasta él»), para tomar conciencia de que sólo hay un Dios, creador de todos y pastor que conduce a la humanidad en su conjunto como a un solo rebaño (3).

La segunda parte (4-5) añade tres peticiones más, dirigidas probablemente al pueblo de Dios en procesión. Sumadas a las cuatro de la primera parte, hacen un total de siete. También se expresan aquí con verbos en imperativo: «entrad», «dadle gracias» y «bendecid» (4). El centro de estas tres invitaciones es «dar gracias». Estamos, por tanto, en el comienzo de una celebración de acción de gracias. ¿Por qué se celebra y se dan gracias? La respuesta viene inmediatamente. El ambiente en que nos movemos es el mismo que en la primera parte: «dando gracias» y «con cánticos de alabanza» (4). Se habla de «puertas» y de «atrios», lo que da la impresión de que se trata de una procesión. El pueblo está entrando en el templo de Jerusalén (la procesión recuerda vagamente a un pastor en camino con su rebaño), para celebrar y bendecir el nombre del Señor. El motivo, por tanto, es el siguiente: «El Señor es bueno: su amor es para siempre y su fidelidad de generación en generación» (5). Según algunos investigadores, el versículo 5 sería una especie de estribillo que cantaría el pueblo durante la procesión. En este estribillo se destacan dos cosas. En primer lugar, la bondad del nombre del Señor.

En segundo lugar, el binomio «amor más fidelidad». Estas son las condiciones del compromiso del Señor en la Alianza con su pueblo. Será un Dios fiel y amoroso. Por todo esto se dan gracias y se bendice por siempre.

El eje de este salmo viene constituido por la toma de conciencia de que existe un solo Dios para todo el universo: «Sabed que sólo el Señor es Dios» (3a). En el trasfondo de esta afirmación tenemos una crítica contra los dioses de las naciones o bien la superación de un conflicto religioso al respecto. Durante mucho tiempo, Israel creyó que los ídolos de las naciones existían realmente. Sólo en la época del exilio en Babilonia llegó al convencimiento de que existía sólo un Dios, creador y guía de toda la humanidad por los caminos de la vida.

No obstante, la invitación con que arranca el salmo se dirige a la «tierra entera», dejando así abierta la tensión: ¿Reconocerá o no todo el mundo lo que ha hecho este Dios? ¿Se acercará a él, lo servirá y celebrará, bendiciendo su nombre, que es bueno, y su amor fiel, que es eterno?

El contexto inmediato de este salmo es el de una celebración en el templo, precedida por una procesión que va aproximándose a sus puertas y atrios (4). El ambiente de fiesta y alegría, inundado por el deseo de una fraternidad universal, guía los pasos y orienta el corazón de cuantos se acercan a dar gracias y bendecir al Dios creador, bueno y eternamente fiel.

Del mismo modo que hay una relación de pertenencia recíproca entre las ovejas de un rebaño y su pastor, existe una estrecha relación de amistad entre el Señor y su pueblo («somos su pueblo»). Esto nos sitúa de lleno en el corazón de la Alianza. Al margen de esto, el salmo que nos ocupa supera la estrecha visión de un Dios que sólo pacta con Israel. Y lo hace invitando a la «tierra entera» a aclamar, servir y reconocer que el Señor es el único Dios. Israel, al vivir la experiencia de la Alianza con Dios, se convierte en una especie de «hermano mayor» de todos los pueblos, indicándoles el camino que conduce al encuentro con el Dios verdadero. La experiencia de Israel sirve de luz para las naciones, elemento este que se destaca en diversos textos del Antiguo Testamento.

Además, se presenta al Señor como el creador que establece un vínculo estrecho e indestructible con todas las criaturas. Pero el horizonte no puede ser más amplio, carece de límites: el Señor lo ha hecho todo, ha creado a todos, y no sólo al pueblo de Israel. Aquí también entra en escena el papel pedagógico del pueblo de Dios que, celebrando su experiencia de un único Dios creador, ilumina el camino de todos los pueblos hacia el encuentro con Dios.

Finalmente, tenemos que resaltar la bondad del nombre del Señor. ¿En qué consiste esta bondad? ¿Cómo la ha experimentado Israel y cómo podrá experimentarla la «tierra entera»? La respuesta reside en las dos características del Dios que sella su alianza: el amor y la fidelidad. O, si se prefiere, el amor fiel, un amor que, además, es para siempre.

Según el evangelio de Juan, Jesús es el amor fiel del Padre (Jn 1,17), aliado de toda la humanidad en la búsqueda de la vida un (10,10). Creyó y enseñó a creer en un único Dios (Mc 12,29-30), mostrando que la principal característica de Dios es la de ser Padre de todos («Padre nuestro», cf Mt 6,7-13). Las acciones de Jesús (sus milagros) ponen de manifiesto su bondad y la bondad del que lo había enviado, sin discriminar a nadie por razones de raza, sexo o condición social. Trató a todos como hijos e hijas de Dios. Mostró que servir a Dios es servir a todos para que tuvieran vida. Reaccionó enérgicamente contra un culto vacío, estéril y que no estaba comprometido con la práctica de la justicia.

Podemos rezar este salmo cuando queremos dar gracias y bendecir a Dios en unión con todo el mundo, con toda la creación, con un espíritu de fraternidad universal; cuando queremos fortalecer nuestra fe en un único Dios, que da la vida a todos y que conduce a la humanidad por los caminos de la vida; cuando queremos que nuestras celebraciones estén determinadas por la vida y no por el ritual o la rutina; cuando sentimos la necesidad de celebrar el buen nombre del Señor, su amor y su fidelidad que nunca se agotan...

Comentario de la Segunda lectura: Apocalipsis 7,9.1 4b- 17 
Con la visión de la enorme muchedumbre de los salvados, llega a su cima la «Sección de los sellos» del Apocalipsis. Al ir abriéndolos uno tras otro, el Cordero inmolado —es decir, el Cristo crucificado y resucitado— revela en plenitud el proyecto salvífico de Dios (5,1-8). Los sellos, en efecto, indican las dinámicas de la historia, y son siete, como los días de la creación. Al sexto día, dedicado a la creación del hombre, le corresponde el sexto sello: la salvación de la humanidad mediante la intervención escatológica de Dios, realizada en tres tiempos.

En primer lugar, se destruye el mal por completo (6,12-17). A continuación, aparece la muchedumbre de las ciento cuarenta y cuatro mil personas (número simbólico que indica la totalidad de Israel), que han sido marcadas con el sello de Dios —la Tau, que en la antigua escritura tenía forma de cruz— y han sido salvadas de la catástrofe. Por último, la salvación llega a su estadio definitivo, descrito en la visión, e implica a una muchedumbre enorme que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Como viven de la misma vida del Cordero (están de pie: cf. 5,6) y mantienen una relación personal con él, expresada por el hecho de que estaban «delante» de él, le miran a la cara. Los redimidos, partícipes de su resurrección de manera definitiva (“vestían de blanco”), Comparten con él la victoria sobre el mal Y la vida inmortal («llevaban palmas en las manos»). Han pasado por la gran tribulación que es la pasión de Cristo, en la que se resume todo el sufrimiento de la humanidad.

Mediante el bautismo sacramental o bien mediante el bautismo de la aflicción vivida en comunión con Jesús se han convertido en partícipes del misterio pascual que regenera y (v. 14); por eso rinden a Dios un culto perenne Y goza de su protección de su presencia («habitará ellos»). La plena realización de todos los deseos, el Consuelo divino y la seguridad que el Segundo Isaías había profetizado, vaticinando un nuevo éxodo en el que Dios mismo sería el guía de su pueblo (Is 49,10; cf. Sal 23), se han realizado en Cristo. Él, venido en la carne es el pastor de los redimidos para siempre, el que los conduce a la fuente de la vida, esto es, a la intimidad con el Padre, alegría infinita (vv. 16s).

Comentario del Santo Evangelio: Juan 10,27-30. 
Como respuesta a la petición apremiante y casi amenazadora de los judíos: «Si eres el Cristo, dínoslo claramente de una vez» (v. 24), Jesús les habla empleando la imagen del buen pastor. Pero éstos no se encuentran con la disposición adecuada para creer en sus afirmaciones ni tampoco para dejarse convencer por las obras de Jesús. Se trata de un rechazo total que les autoexcluye del rebaño de Jesús (vv. 25s). Mas, a pesar de tanta hostilidad, Jesús se presenta una vez más a sí mismo como “buen pastor” (lo que supone, implícitamente, presentarse como Mesías), que conoce-ama a sus ovejas y, por consiguiente, como alguien que espera encontrar en las ovejas escucha, obediencia y seguimiento confiado.

El buen pastor les da «la vida eterna»: ésa es la obra esencial para la que ha venido Jesús (6,39s; 17,2), y la vida eterna es precisamente el conocimiento-comunión de amor con Dios y con su enviado (17,3). Los vv. 28b-30 marcan un ritmo creciente en la intensidad de la pertenencia: las ovejas —los creyentes, los discípulos— que reciben la vida de Jesús están siempre en sus manos (17,12; 18,9), y por eso gozan de una seguridad perenne (v. 28b). El mismo Padre se las ha confiado, y como nadie es mayor que Dios, nadie se las puede arrebatar (v. 29). Se trata de afirmaciones que alientan a la comunidad cristiana, que sigue estando sometida a prueba por la persecución (16,4) y sigue estando asediada por las herejías.

Pertenecer a Jesús significa pertenecer a Dios mismo, para siempre. Del mismo modo que el Hijo pertenece al Padre y el Padre pertenece al Hijo, en la unidad del amor que es el Espíritu Santo.

Jesús se define como «buen pastor» que conoce y llama a sus ovejas, y como «puerta del redil», que es la puerta de la esperanza, porque es capaz de dar al hombre el bien absoluto: la salvación. En esto vuelve a revelar de nuevo todo su amor, respondiendo así, personalmente, a nuestra necesidad fundamental de oír una voz que sea verdadera y tranquilizadora, y de caminar en comunión con todos nuestros hermanos por un camino seguro.

Ahora bien, si Jesús se hace por nosotros un pastor que llama, nosotros debemos tener la humilde docilidad de disponer nuestros oídos para oír su voz. Si se hace puerta, debemos disponemos a entrar por él sin miedo y sin vacilación. Es posible volver al pastor y guardián de nuestras almas y, al recibir de él la vida, darla con él por las otras ovejas, hasta que «formemos todos un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). Es posible, sí, pero sólo si confiamos totalmente en Dios, pues la voluntad por sí sola es incapaz de vencer las insidias del mundo y de superar las barreras del egoísmo.

Sólo el Espíritu de Jesús puede hacer percibir la cuerda locura de las bienaventuranzas evangélicas, continuamente objeto de burlas por la cultura dominante. Sólo él puede abrir de par en par ante nosotros los horizontes insólitos del amor verdadero, el que sabe perder la propia vida a causa de Jesús, para recuperarla en plenitud. Es puro don suyo que, entre los eslóganes de lo efímero, podamos reconocer su voz como la única que sabe dar palabras de vida eterna.

Comentario del Santo Evangelio: Juan 10,27-30, para nuestros Mayores. El Buen Pastor. 
Hoy es el domingo del Buen Pastor. Cristo es el Pastor, y nosotros somos sus ovejas. El nos conoce, nos guía, nos defiende, nos introduce en el redil eterno.

El breve fragmento del Evangelio de hoy completa al otro en que Jesús se declara el Buen Pastor (Juan 10,1-18). Jesús habla de la relación de sus ovejas con él, y explica que está basada en un don de Dios. Dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen». Existe una relación de conocimiento y de amor recíproca entre Jesús y sus ovejas.

A renglón seguido, afirma Jesús: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre». Jesús nos hace comprender que nuestra relación con él es una relación muy profunda, establecida por el Padre celestial. No se trata de una relación superficial o simplemente humana, como la que se establece entre un maestro y sus discípulos, o la que existe entre un político y sus seguidores; se trata de una relación profunda, querida por el Padre celestial.

Esta relación, por ser profunda, es muy firme. Afirma, en efecto, Jesús: Mis ovejas «no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».

¿Qué significa y cómo se establece esta relación profunda entre Jesús y sus discípulos? Jesús lo explica en otros pasajes del Evangelio. Por ejemplo, cuando afirma: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado» (Juan 6,44). Hay una iniciativa del Padre, que atrae las personas a Jesús.

Esta relación entre Jesús y sus discípulos se basa en la docilidad a Dios. Si una persona no es dócil a Dios, el Padre celestial no puede atraerla a Jesús. En este caso, su relación con Jesús será superficial, frágil. En cambio, si la persona es dócil a Dios, escucha su voz y actúa según su voluntad, que es una voluntad de amor, el Padre celestial establecerá una relación profunda, que nadie podrá romper jamás, entre ella y Jesús.

Por eso debemos agradecer al Padre que nos haya puesto en una relación profunda con su Hijo Jesús. Esta relación se basa en los dones de la fe, de la esperanza y de la caridad, que proceden del Padre.

Jesús reconoce que la iniciativa de esta relación no es suya, sino del Padre. El vino al mundo, habló de acuerdo con la voluntad del Padre, pero sabe que la iniciativa de todo pertenece al Padre.

En la primera lectura vemos que algunos judíos no escuchan la voz del Padre, no son dóciles a su voluntad amorosa y, en consecuencia, no son atraídos a la fe en Jesús.

Lucas nos cuenta que Pablo y Bernabé predican en Antioquía de Pisidia la Buena Nueva de la resurrección de Jesús y del perdón de los pecados gracias a la pasión y resurrección de Jesús.

Al sábado siguiente anuncian la palabra de Dios, y vienen muchos paganos a la sinagoga de los judíos y se adhieren a sus palabras.

Tenemos aquí un ejemplo de personas que fueron preparadas por el Padre celestial para escuchar la voz del Buen Pastor. «Mis ovejas —dice Jesús en el evangelio— escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen».

Sin embargo, algunos judíos no son dóciles a Dios. Al ver que muchos paganos se convierten, experimentan un fuerte sentimiento de celos. Querrían que la Buena Nueva de la salvación por medio de la pasión y resurrección de Jesús estuviera reservada exclusivamente a ellos. Dice el texto: «Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo».

Tenemos aquí un ejemplo de personas que no han sido atraídas por el Padre para adherirse con fe a Jesús.

Pablo y Bernabé constatan los hechos, y dicen a esos judíos: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios». Dios había prometido la salvación al pueblo judío; los judíos tenían un derecho de precedencia. Sin embargo, este derecho no era exclusivo; más aún, tenían la obligación de extender el mensaje de salvación que habían recibido a todas las personas de buena voluntad.

«Pero como la rechazáis esta palabra de Dios y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles.» Pablo y Bernabé explican que la decisión que han tomado corresponde a la voluntad de Dios. En efecto, el Señor dice a su Siervo, en el libro del profeta Isaías, que no basta con que lleve la salvación a Israel, sino que debe llevarla a todas las naciones, hasta los confines de la tierra (cf. Isaías 49,6).

El proyecto de Dios es un proyecto universal, abierto a todos los hombres. De ahí que los judíos no puedan reservarse para sí mismos la gracia de Dios. Obrando de este modo, se cierran a la gracia.

Pablo y Bernabé hacen referencia en este discurso a la vida eterna cuando dicen a los indóciles: «No os consideráis dignos de la vida eterna...». Y también Jesús habla de la vida eterna que nos quiere comunicar en el evangelio de hoy: «Y yo les doy la vida eterna» (Juan 10,28).

Por medio de la fe nos hacemos partícipes de la vida eterna, es decir, de una vida que no acaba nunca, que la muerte no anula, sino que supera todo obstáculo. Esta vida eterna la tenemos ya desde ahora. En efecto, cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, participamos de ella en la caridad divina.

La segunda lectura hace referencia a esta vida eterna, obtenida por los mártires, es decir, por aquellos hombres que han sido tan fieles al Buen Pastor que han sacrificado su propia vida a causa de la fe.

El fragmento del Apocalipsis nos habla de «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas». Esto corresponde a lo que dijo el Señor a su Siervo y se nos ha recordado en la primera lectura: «Yo te haré luz de los gentiles para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra». El autor del Apocalipsis ve realizado así el proyecto de Dios.

Estas personas se encuentran en el cielo, ante el trono de Dios y ante el Cordero; participan en una liturgia celestial; están revestidas de vestiduras blancas y llevan palmas en las manos.

Uno de los ancianos explica que «éstos son los que vienen de la gran tribulación las persecuciones, han lavado y blanqueado sus manos en la sangre del Cordero».

Tal como se lee en la Carta a los Hebreos, la sangre de Cristo purifica nuestras conciencias de las obras muertas, dándonos la capacidad de servir al Dios vivo, de dar culto a Dios (cf. Hebreos 9,14).

El texto nos indica, a continuación, que el Cordero —este término designa en el Apocalipsis a Cristo como víctima del sacrificio— se convierte en pastor: «El Cordero que está delante del trono será su pastor». Estamos ante un aspecto desconcertante del plan de Dios. En efecto, es completamente extraño que un hombre condenado a muerte se convierta en Señor del Universo; es extraño que el Cordero, víctima sacrificial, se convierta en el pastor de todas las almas fieles a Dios.

De este modo, el Buen Pastor realiza plenamente su propia misión. Afirma el texto del Apocalipsis: «Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos». El Cordero guía a los fieles a las fuentes de las aguas de la vida, les da la vida eterna de una manera plena y definitiva, más allá de la muerte.

Ésta es nuestra gran esperanza, si somos dóciles al Cordero de Dios, que es nuestro pastor. El misterio pascual de Jesús nos abre la perspectiva maravillosa de la vida eterna. Esta ya se encuentra presente en nuestra vida terrena, pero se manifestará plenamente después de la muerte, introduciéndonos en la felicidad eterna, en comunión con Dios y con todas aquellas personas que le hayan sido dóciles.

Demos gracias al Señor por habernos abierto esta perspectiva, que es fuente de alegría. Jesús declara en el Evangelio: «Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada» (Juan 15,11). Este es su proyecto para nosotros. Acojamos ya desde ahora la alegría maravillosa que él nos quiere comunicar.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 10 27-30, de Joven para Joven. Jesús, el buen pastor.
Jesús dice de sí mismo: «Yo soy el buen pastor» (10,11.14). En el Antiguo Testamento se ilustra continuamente el comportamiento de Dios hacia su pueblo con la actuación de un pastor. En Ez 34,16 dice Dios: «Buscaré a la oveja perdida y haré volver al redil a la descarriada; curaré a la herida y atenderé a la enferma; me ocuparé de la gorda y la robusta. Las pastorearé con justicia». Jesús, que ha sido enviado por Dios y que actúa por encargo de su Padre, asume el papel del buen pastor. Recibe de Dios el poder de atender a los suyos en todas las necesidades y de evitar que perezcan.

El Evangelio de este domingo está tomado del Discurso que Jesús pronuncia sobre el pastor. En este pasaje Jesús describe la relación entre el pastor y las ovejas, entre él y los hombres. Después señala lo que él, en cuanto pastor, hace por sus ovejas y lo que las ovejas pueden esperar de él. Finalmente, muestra que todo proviene de Dios, su Padre, y que todo está sostenido por él.

Sobre la relación recíproca entre él y los suyos, Jesús dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (10,27). Serán sus ovejas, pertenecerán a él y llegarán a participar de su amor y de su solicitud sólo los que escuchen su voz y le sigan. Nosotros entramos en comunión con Jesús, nuestro pastor, si le escuchamos y le seguimos. Con su palabra, Jesús nos revela a Dios, nos comunica que Dios es su Padre y que él está unido a Dios del modo más íntimo posible: «Yo y el Padre somos uno» (10,30). Dios, el Padre, y Jesús, el Hijo, tienen una misma vida; todo es común entre ellos. El Padre ha comunicado al Hijo todo lo que le pertenece y lo que le constituye. A partir de esta comunión de vida, Jesús conoce al Padre de modo perfecto, puede hacernos conocer la persona del Padre, su actitud hacia nosotros, sus proyectos para nosotros y su voluntad respecto a nosotros, Entramos en una relación viva con Jesús sólo si le escuchamos, si nos esforzamos por comprender su revelación sobre Dios y si nos fiamos de él. Si le escuchamos así, también le seguiremos. Creeremos que conoce el sentido y fin de nuestra vida, igual que el camino que conduce hacia ese fin. Confiaremos entonces en él como nuestro pastor y nuestro guía. Jesús es y será siempre el buen pastor. Pero su solicitud pastoral se hace eficaz para nosotros sólo si le escuchamos y le seguimos. Él no obliga a nadie a formar parte de su rebaño. Se conforma con hablar e invitar. Depende de nosotros abrirnos a él, fiarnos de él y entrar así en comunión con él.

Jesús conoce a los suyos. Frente a él, que es el pastor, no hay una masa anónima, una colectividad. El conoce a cada uno en particular y con cada uno mantiene una relación personal y cordial. Anteriormente había declarado: «Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre» (1O, 14-15a). Un rasgo esencial del buen pastor es que él conoce a los suyos y los suyos le conocen. Jesús equipara esta relación a la que existe entre él y su Padre, donde llega a su punto máximo el conocimiento y el amor recíprocos, la intimidad y la familiaridad. No es posible concebir una relación más personal y cordial. Jesús está siempre dispuesto a una relación así con nosotros… De nuestra parte pide únicamente que aceptemos esa relación y la intensifiquemos. No es un señor distante ni un legislador insensible, sino un amigo cercano (cf. 15,14-15) y un hermano fiable (cf. 20,17). Así hemos de considerarlo y así hemos de tratarlo. Amistad y fraternidad deben caracterizar nuestra relación con él.

Jesús señala después lo que, como buen pastor, hace por los suyos: «Yo les doy la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie los arrebatará de mi mano» (10,28). Asegura lo que ningún ser humano puede prometer a otro, por más que lo ame y se preocupe de él: la vida eterna, la preservación de todo mal, la comunión indestructible. Cuando describe la finalidad de la misión recibida del Padre, Jesús dice: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (10,10). Todo lo que hace responde al deseo de mostrarnos lo que nos destruye y mata, de indicarnos el camino que conduce a la vida, de darnos la vida eterna.

Jesús no quiere imponernos ningún peso ni hacernos difícil la vida. No podemos alcanzar una adecuada relación con él y su palabra, si no estamos convencidos de que todo lo que dice y hace es para llevarnos a la vida eterna.

En su oración final, Jesús dice al Padre, a propósito de sí mismo: «Le diste el poder sobre todos los hombres para asegurar la vida eterna a todos los que tú le has confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti como único Dios verdadero y a Jesucristo como tu enviado» (17,2-3). Se explica aquí que la vida eterna no es un espacio de tiempo vacío, infinito, que debamos llenar con alguna actividad, sino que consiste en el conocimiento del Padre y del Hijo, en la relación confiada con Dios, en la participación de la vida de Dios. En la vida eterna continuará y llegará a su perfección la relación que Jesús había descrito al decir: «Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí» (10,14).

Jesús, el buen pastor, posee un poder inaudito. Es capaz de dar realmente la vida eterna, porque tiene el poder de alejar todos los peligros. Ya en el discurso sobre el pan de vida había declarado: «Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día» (6,39). También para los que pertenecen a Jesús la vida terrena acaba inevitablemente con la muerte. Pero ellos no quedan destruidos por la muerte ni permanecen en la muerte. Jesús tiene poder también sobre la muerte. Los resucitará y los acogerá en su vida divina, que jamás acaba y que es común a él y al Padre.

Jesús es más fuerte incluso que todos los poderes que amenazan la comunión entre él y los suyos. Como el pastor aleja del rebaño a los animales feroces y protege a sus ovejas de todos los peligros, así defiende Jesús a los suyos con mano poderosa. No hay poder alguno, de ningún género, que esté por encima de él. Si escuchamos y seguimos a Jesús, por más que sean las amenazas y ataques que nos sobrevengan, podemos confiar en el poder superior de Jesús y saber que nuestra vinculación a él está a salvo bajo su protección (cf. Rom 8,38-39).

Jesús no se detiene nunca en sí mismo. Muestra siempre que todo proviene de Dios Padre. Por eso declara también aquí: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno» (10,29-30). La comunión de Jesús con los suyos proviene del Padre y está bajo la protección del Padre. El Padre es quien ha dado al Hijo los discípulos, y Él es quien los protege de todo peligro. No hay comunión más sólida que la originada por el mismo Dios, ni protección más eficaz que la otorgada por el mismo Dios. De este género son la comunión entre Jesús y los suyos y la protección con la que cuentan. Se manifiesta aquí en toda su grandeza el valor de la comunión con el buen pastor y su poder para darnos la vida eterna. Podemos confiar en Jesús sin vacilaciones; podemos escucharlo y seguirlo.

Elevación Espiritual para el día.
Nosotros, que estamos enfermos, tenemos necesidad del Salvador; perdidos, tenemos necesidad de su guía; ciegos, necesitamos que nos lleve a la luz; sedientos, tenemos necesidad de la fuente de la vida, de la que quien bebe no vuelve a tener sed; muertos, tenemos necesidad de la vida; ovejas, del pastor; niños, del pedagogo; en suma, toda nuestra naturaleza humana tiene necesidad de Jesús. Si queremos, podemos aprender la suma sabiduría que nos enseña el santísimo Pastor y Maestro, el omnipotente Verbo del Padre, cuando, sirviéndose de la alegoría, se proclama pastor de las ovejas. Sí, oh Señor, aliméntanos con los pastos de tu justicia. Oh Maestro, apacienta a tus ovejas en tu santo monte: la Iglesia, que está en lo alto, más alto que las nubes, toca los cielos.

Quiere salvar mi carne revistiéndome con la túnica de la incorrupción, por eso ha consagrado mi cuerpo. No caeremos en la corrupción porque hemos sido llevados a la incorrupción por el mismo que nos lleva de la mano. Así demuestra que es el único buen pastor. Es generoso y magnífico aquel que llega hasta el punto de entregar su vida por nosotros. Está verdaderamente al servicio de los hombres y lleno de bondad aquel que, pudiendo ser Señor del hombre, quiso ser su hermano. Bueno hasta el punto de morir por nosotros.

Reflexión Espiritual para el día. 
Jesús, el buen pastor, dice de sí mismo que conoce a los suyos. Ser conocidos por Jesús significa nuestra bienaventuranza, nuestra comunión con él. Jesús conoce sólo a quienes ama, a aquellos que le pertenecen, a los suyos (2 Tim 2,19). Nos conoce en nuestra calidad de perdidos, de pecadores que tienen necesidad de su gracia y la reciben, y, al mismo tiempo, nos conoce como ovejas suyas. En la medida en que nos sabemos conocidos por él y sólo por él, se nos da a conocer, y nosotros lo conocemos como el único al que pertenecemos para la eternidad (Gal 4,9; 1 Cor 8,3).

El buen pastor conoce a sus ovejas, y sólo a ellas, porque le pertenecen. El buen pastor, y sólo él, conoce a sus ovejas porque sólo él sabe quién le pertenece para la eternidad. Conocer a Cristo significa conocer su voluntad sobre nosotros y con nosotros, y llevarla a cabo; significa amar a Dios y a los hermanos (1 Jn 4,7s; 4,20). La bienaventuranza del Padre es reconocer al Hijo como hijo, y la del Hilo es reconocer al Padre como padre. Este recíproco reconocimiento es amor, es comunión. Del mismo modo, la bienaventuranza del Salvador es reconocer al pecador como su propiedad conquistada, y la del pecador es reconocer a Jesús como su Salvador. En virtud de que Jesús está ligado al Padre (y a los suyos) por semejante comunión de amor y de conocimiento recíproco, puede entregar su propia vida por las ovejas y adquirir así el rebaño como propiedad suya para toda la eternidad

El rostro y pasajes de los personajes de la Sagrada Biblia: He 13,14.43-52; Ap 7, 9,14-17; Jn 10,27-30. Lidia
En el fragmento de los Hechos de los Apóstoles que presenta la liturgia de este cuarto domingo de Pascua, se describe el éxito que la predicación de Pablo y Bernabé registra entre los paganos en la ciudad de Antioquía de Pisidia, en la actual Turquía central. Después, sin embargo, Pablo escribe «pero los judíos soliviantaron a las mujeres religiosas y nobles y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los echaron de su territorio» (13,50).

En la actividad misionera de Pablo no fueron siempre así las cosas, sino que muchas veces las mujeres fueron devotas ayudantes de la nueva fe, Por esto queremos presentar hoy un personaje menor femenino de los Hechos de los Apóstoles, que responde precisamente a esta característica. Se trata de Lidia, una mujer de negocios de la ciudad griega de Filipos en Macedonia. Allí es donde nace la primera comunidad cristiana europea, después de que el apóstol en Tróade, en la actual Turquía, tuviera la visión nocturna de un macedonio que le suplicaba: « ¡Ven a Macedonia y ayúdanos!» (16,9).

Entonces, zarpando desde Tróade había arribado a Filipos y después de una estancia de varios días, había salido un sábado fuera de las puertas de la ciudad, a lo largo de un río: allí se reunían los judíos del lugar que, como no tenían sinagoga, oraban a la orilla de aquel río y disponían así de agua para sus abluciones rituales. Según su costumbre, Pablo se dirigió precisamente a estos. «Una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, fiel a Dios, nos estaba escuchando. El Señor abrió su corazón para que aceptase las cosas que Pablo decía» (16,14).

Lidia tenía un nombre muy corriente entonces, el de una región de Asia Menor, famosa por su prosperidad (¡su rey había sido Creso!). Se trataba de una convertida al hebraísmo del paganismo; este es el valor de la fórmula «creyente en Dios», que usa Lucas. Era originaria de una ciudad de Asia Menor, Tiatira, situada junto al río Lico, famosa por sus industrias de tratamiento de la púrpura. La corporación de tintoreros de aquel centro se confirma por las muchas inscripciones que se han descubierto. Una de las siete cartas del Apocalipsis va dirigida a la comunidad cristiana de aquella ciudad (2,18-29).

Lidia también pertenecía a aquella corporación de actividades comerciales que trataban la púrpura roja y violeta, pero después se había trasladado a Filipos. Precisamente aquel encuentro hizo que su vida cambiara. Escribe Lucas en los Hechos: «Después de haber sido bautizada con toda su familia, nos suplicó: “Si consideráis que soy fiel al Señor, venid y quedaos en mi casa”. Y nos obligó a ello» (16,15). Y durante la encarcelación que Pablo tuvo que sufrir en Filipos con su colaborador Silas, la casa de Lidia estuvo siempre abierta, convirtiéndose en una especie de iglesia doméstica donde los cristianos filipenses, tan queridos al apóstol, se reunían en fraternidad y oración (16, 40).
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