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lunes, 26 de abril de 2010

Lecturas del día 26-04-2010. Ciclo C.

26 de abril 2010. LUNES DE LA IV SEMANA DE PASCUA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. FIESTA DE SAN ISIDORO obispo y doctor. SS. Cleto pp, Rafael Arnaiz mj, Beatos Domingoi y Gregorio pbs.

Los padres de Isidoro, huyendo de Justiniano y de los invasores bizantinos, después de abandonar sus posesiones de Cartagena, llegaron a Sevilla, hacia la mitad del siglo VI. En esta ciudad y hacia el año 556, nació el hijo menor del matrimonio, Isidoro, que había de ser el hombre más docto de su tiempo. Fueron hermanos suyos otros tres santos: Leandro, Florentina y Fulgencio.

Bajo la dirección espiritual y el mecenazgo de Leandro, Isidoro se educó desde su infancia en el monasterio que aquél había fundado y del cual era abad.

Muy joven aún, se consagra Isidoro totalmente al Señor, lleno de santo entusiasmo, y recibe de manos de su propio hermano y obispo el hábito monacal, entregándose enseguida al estudio de todas las ciencias y resultando un lector infatigable de prodigiosa memoria.

Cuando estalla la última lucha entre el arrianismo y el catolicismo, al apoyar el rey Leovigildo la herejía y ser desterrado por éste el obispo Leandro, Isidoro empieza a distinguirse como defensor de la fe, por lo que pronto se le persigue y amenaza.

Muerto el rey (586), y decidida la victoria del catolicismo, al abjurar Recaredo de la herejía, regresan a Sevilla los dos hermanos: Leandro como obispo, e Isidoro, apenas cumplidos 30 años, para encargarse, por delegación de aquél, de la dirección del monasterio, como abad sucesor. A los 40 años sucede a su hermano en la sede episcopal de Sevilla.

LITURGIA DE LA PALABRA.

1 Co 2, 1-10. Vuestra fe se apoya en el poder de Dios.
Salmo 118. Lápara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.
Mt 5, 13-16. Vosotros sois la luz del mundo.

En esta alegoría, Jesús se identifica con el verdadero pastor del rebaño que conoce personalmente a cada una de sus ovejas. Entra al corral y las saca... ¿De dónde las saca? De las garras de esos pastores que entraron al corral sin ser enviados por Dios, ladrones y asaltantes que entraron a robar, matar y destrozar. ¿Por qué la comunidad no entiende lo que Jesús les está diciendo? Porque les habían asegurado que sus pastores eran consagrados. Pero Jesús tiene una mirada crítica sobre la realidad. No se puede entrar a la comunidad de cualquier manera ni por cualquier lugar. Hay que entrar por la misma práctica de misericordia, servicio y justicia de Jesús y esa puerta que es Jesús es puerta de libertad. Se puede entrar y salir para encontrar vida y vida en abundancia.

Mientras millones de seres humanos se debaten en la mayor miseria seguimos repitiendo que Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Cómo podrán creerlo los pobres sin un cambio real de sus situaciones inhumanas?. Los pueblos se desangran en medio de situaciones que los están destrozando, y con dolor vemos que sus pastores son responsables cuando no directamente culpables.

PRIMERA LECTURA.
1 Co 2, 1-10.
Vuestra fe se apoya en el poder de Dios.
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 118
R/. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

Soy más docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos. Soy más sagaz que los ancianos, porque cumplo tus leyes. R.

Aparto mí pie de toda senda mala, para guardar tu palabra; no me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido. R.

¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca! Considero tus decretos, 1 y odio el camino de la mentira. R.

SANTO EVANGELIO.
Mt 5, 13-16. Vosotros sois la luz del mundo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y qué alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y qué alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y qué alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera Lectura: 1Co 2, 1-1Oa y 2,1Ob-16 (2, 1-5/2, 6-10). La historia es un proyecto de salvación, no una rutina fatalista.
Pablo, de una manera casi obsesiva, insiste en su «teología de la gratuidad» acudiendo a la plasticidad de los acontecimientos que estuvieron en el origen de la formación de la comunidad cristiana de Corinto.

Efectivamente, el Apóstol no se presentó a los corintios como un filósofo, sino que fue honesto al declarar la naturaleza de su mercancía a la aduana de la conciencia humana: «No llegué a vosotros anunciándoos el testimonio de Dios y con el prestigio de la palabra y de la sabiduría, pues me propuse, estando entre vosotros, no saber otra cosa que Jesucristo, y éste, crucificado».

Y precisamente por eso, su actitud de evangelizador no tenía nada de impositivo, como lo podría ser la de un sabio, un filósofo o un científico, ya que las cosas por ellos expuestas pueden ser verificadas objetivamente. Al contrario, Pablo «se presentó débil, acomplejado y temblando»: solamente ofrecía con modestia su propio testimonio existencial, que no podía reducir a una demostración rigurosa: «Mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos filosóficos, sino en la demostración de la fuerza del Espíritu». Por encima de Pablo y a pesar de Pablo el Espíritu era el que tenía la iniciativa en el proceso de evangelización y conversión.

La Palabra de Dios no puede jamás ser introducida con la espada ni siquiera con la racionalidad inapelable. Por eso, «la fe de los corintios se basa no en la sabiduría de los hombres, sino en la fuerza de Dios».

Ante esta insistencia en el absoluto protagonismo de la «fuerza de Dios» al margen de toda «sabiduría», alguien podría creer que la aceptación de Dios por parte del creyente es incompatible con algo tan profundamente humano como la reflexión consciente. Nada de eso: «A los ya formados les enseñamos una sabiduría; pero no una sabiduría de este mundo ni de los rectores de este mundo, que están en decadencia; les enseñamos una sabiduría misteriosa de Dios». 

Los «formados». (“téleioi”) son los cristianos espiritualmente adultos, en oposición a los todavía «infantiles» “népioi”, 3, 11). Esta expresión está tomada de las «religiones de misterios»; pero, mientras que en estos «misterios» el bautismo conferiría automáticamente la condición de «téleios», entre los cristianos no es así, ya que la salvación es ya concedida a los principiantes, con tal que tengan la fe y estén vinculados al cuerpo de Cristo por el bautismo y la eucaristía. Pero no es menos cierto que todo verdadero cristiano aspirará a progresar y a crecer en el ideal de la perfección; y esto exige una profundización intelectual. Esta sería la verdadera teología, que viene después del hecho existencial de la fe, no antes. 

Esta «teología» es una «sabiduría misteriosa de Dios», cuyo objeto es precisamente «su secreto proyecto, concebido desde el principio referente a nuestra gloria». Como veremos, se trata del desemboque de la existencia humana en un final feliz, incluyendo su entorno corporal material y cósmico; en una palabra: la resurrección. Ahora bien, este «proyecto» no es conocido por los rectores de este mundo», ¿Quiénes son estos «rectores»? Dando de lado al difícil itinerario de la exégesis menuda, demos retener que se trata de fuerzas superiores al nombre, que según aquella cultura eran personalizadas, mientras que actualmente las concebimos de una manera más abstracta y colectiva las “estructuras”. Efectivamente, en la historia humana hay como una atmósfera contaminada que inclina a los hombres a desviarse del camino, al que Dios los invita. Teniendo en cuenta la personalización de esas estructuras «malignas» (alienantes), comprendemos por qué «aquellos rectores, de conocer el proyecto de Dios, no habrían crucificado al Señor de la gloria», ya que el «Señor de la gloria» les arrebataba el dominio de la historia, manipulada y determinada por ellos «ad usum delphini».

Y éste es precisamente el módulo del «criterio cristiano»: la posibilidad de ver, interpretar y vivir la historia como un proyecto de salvación total y no como una fatalidad impuesta por la ideología de turno.

Comentario del Salmo 118
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.

Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.

1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste. 

9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).

17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.

25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).

41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).

49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.

57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).

65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).

73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).

81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica. 

89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).

97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (lO0a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.

105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).

113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).

121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b). 

129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).

137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).

145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).

153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).

161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).

169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.

Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.

La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).

Comentario del Santo Evangelio: Mt 5, 13-16 (5, 3-16/5, 14-19). Sal-luz
Estamos ante dos proverbios en forma de parábola que definen la misión de los discípulos de Cristo: sal y luz. Utilizamos la sal para condimentar los alimentos. Desde esta aplicación de la sal, el proverbio parabólico vendría a significar que los discípulos de Cristo, a modo de fermento, deben influir en el mundo ayudándolo a descubrir el sentido de la vida para que no quede atrapado por sus tendencias y aspiraciones rastreras. Pero la sal, sobre todo en la antigüedad, era utilizada también para evitar la corrupción de los alimentos. Desde este uso de la sal, el tono de gravedad de la enseñanza sería el siguiente: los discípulos de Cristo deben preservar al mundo de la corrupción. Deben hacer que el mundo sea tolerable a los ojos de Dios; sin su presencia y conducta aparecería ante ellos como algo corrompido, en fase de descomposición, que debería ser aniquilado.

¿Cuál es la razón de ser la sal del mundo? En el mundo judío la metáfora de la sal significaba la sabiduría. Los cristianos poseen la verdadera sabiduría, el evangelio, la palabra de Dios. Químicamente hablando la sal no puede perder su sabor. Únicamente, a fuerza de usarla, puede perder su poder de salar. Teniendo en cuenta esta propiedad de la sal, un rabino del siglo primero comentaba despectivamente el sin sentido de este proverbio de Cristo. Su comentario da a entender que el proverbio dé la sal puede aplicarse a significar el contenido de la revelación, la palabra de Dios. Ahora bien, los judíos son los depositarios de la misma y este privilegio no les será quitado por nadie, según esto, el proverbio de Cristo afirmaría que el papel de Israel, ser depositario de la palabra de Dios, ha pasado a sus discípulos, a la Iglesia. Y sería también una seria advertencia para que la sal no pierda su poder, como ocurrió al antiguo pueblo de Dios.

La metáfora de la luz también era conocida del judaísmo. Precisamente Isaías había anunciado que Israel sería la luz de las naciones (Is 49, 6). En el caso presente se dice de los discípulos de Jesús (Fil 2, 5; Ef. 5, 8. 13). Pero los cristianos son la luz del mundo por su pertenencia a Cristo y en la medida de su pertenencia a Cristo, que es la luz del mundo (Jn 8, 12; 9, 5; 12, 46). También aquí, como en el proverbio anterior, la luz hace referencia explícita a la palabra de Dios. La luz está allí donde Dios se manifiesta con su palabra (Mc 4, 2 1-22; 2Cor 4, 4; Fil 2, 15-16). Jesús, que es la luz, es e] portador de la palabra (Jn 8, 12. 3lss; 14, 9-10). El mismo cambio puede aplicarse a los discípulos de Cristo: son la luz del mundo (Fil 2, 15); tienen la luz, la palabra de Dios (Mc 4, 21; Le 8,
16; 11,33).

La imagen de la ciudad edificada sobre un monte procede también del mundo bíblico-judío. El símbolo del destino glorioso de Israel era la ciudad de Jerusalén, edificada sobre un monte, hacia la cual deberían peregrinar todos los pueblos para dar culto a Dios. Jesús lo aplica a sus discípulos y afirma que son ellos el nuevo Israel; por eso puede utilizar la misma imagen del monte. Pero esto deben serlo los discípulos de Cristo de modo permanente: una luz no se enciende para colocarla debajo del celemín. Esta expresión resulta ininteligible a no ser partiendo de las costumbres de la época de Jesús. El alumbrado se hacía a base de grasas; apagar a soplo una lámpara de aquéllas equivalía a llenar la habitación de un tufo irrespirable. Por eso se hacía colocando un celemín o cualquier otro recipiente que se tuviese a mano sobre la llama para que, al faltarle el oxígeno se apagase sin producir el tufo. Cristo dice, simplemente, la luz encendida no debe apagarse, debe iluminar siempre.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 5 13-16, para nuestros Mayores. “Vosotros sois la sal de la tierra y luz del mundo”, para nuestros Mayores.
Jesús define la misión de sus discípulos con tres símbolos caseros y básicos en su tiempo, y que veía usar a su madre: sal, fermento y luz. En nuestra vida industrializada apenas si nos damos cuenta su de importancia. La sal de Palestina tenía una cualidad especial por ser extraída del mar Muerto. La sal, en la cultura semita y en la bíblica era símbolo de la sabiduría. La finalidad primordial de la sal es la de dar gusto, sabor agradable a los alimentos. Pero, hasta hace poco, tenía también como finalidad, a falta de frío industrial, preservar los alimentos de la corrupción.

Jesús dice: “Vosotros sois...” para contraponerlos a los escribas y fariseos que, debiendo ser sal, aportaban corrupción al pueblo. Ser sal supone estar entre los demás con una presencia discreta; no aparte, en el salero; no con pretensiones de protagonismo; la presencia de la sal no puede ser más humilde y, a la vez, más eficaz. El cristiano, las “iglesias domésticas”, las comunidades y grupos cristianos han de gozar de una fuerte vida de comunión, pero no para permanecer encerrados en sí mismos, como la sal en el salero, sino para disolverse discretamente entre los hombres y aportar sabor, gusto por la vida, sabiduría y buen humor, y ser un conservante de anticorrupción. “No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17,15).

Nuestra misión es ser alma del entorno. Los cristianos no hemos de estar ni ser distantes, pero sí hemos de ser distintos, “masa nueva, libre de corrupción” (1 Co 5,7). Si la sal se desvirtúa no sirve más que para ser pisada. Ya es una traición el que la sal no sale, pero el colmo sería que aporte corrupción y mal sabor. La sal de Palestina podía perder su fuerza porque venía mezclada con calizas que arrastraba el agua de la montaña al mar Muerto. Tenía un significado religioso y era pisoteada en señal de desacralización.

Muchos “cristianos” sólo se diferencian de los de los no cristianos, por sus ratos y ritos religiosos, pero están contagiados por los mismos virus de su sociedad. En 2.004 se celebraba en París un congreso de un movimiento cristiano. Algunos ponentes denuncian la corrupción social. Al final de una conferencia, se acerca un periodista y con una afabilidad irónica le espeta al ponente: “Ustedes denuncian la corrupción ética de la sociedad francesa; pero si dicen que son la sal de la tierra”, ya me dirán a quién tengo que echar la culpa de la corrupción...”. Con palabras indecisas, el ponente trata de dar explicaciones, pero ha quedado noqueado por el argumento del periodista. Y es que el razonamiento no tiene vuelta de hoja.

“Vosotros sois la luz del mundo”. Jesús es la luz frontal. En el bautismo se nos entregó un cirio encendido en el cirio pascual para que iluminemos. En la Vigilia Pascual repetimos el gesto y se forma la procesión de los “iluminados” que van detrás de la “Luz”, con el templo a oscuras. Es todo un símbolo comprometedor.

“Vosotros sois la luz del mundo”, dice Jesús. Y señala cómo hemos de serlo: “Que al ver vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre celestial”. Se es luz, ante todo, siendo personas “radiantes” mediante el testimonio. Dice Pablo: “Brilláis en medio de gente depravada como antorcha con vuestra vida” (Flp 2,15).

La paradoja más grande que se puede dar es la de ciertos cristianos, que con su vida mediocre y egoísta disuaden de la fe y alejan del Evangelio hasta convertirse en una blasfemia viviente que provoca ateísmo. Esto es tan paradójico como el que un enviado para la paz incite a la guerra. No cabe duda: los enemigos más nocivos del cristianismo son los malos cristianos.

La vida, un grito evangélico. ¿Qué testimonio hemos de dar para ser luz?
— Madurez personal: La fe humaniza, nos convierte en adultos psicológicamente, ayuda a crecer en libertad, en apertura y a vivir los valores humanos.

— Compromiso social: lucha por la justicia, la paz, la convivencia... El cristiano ha de ser el vecino, el trabajador, el familiar más comprometido, que da la cara con audacia evangélica (Mt 5,10).

— Buen samaritano: Estar al lado de todo el que sufre y del que nos necesita (Rm 12,15; Flp 4,5).

— Alegría pascual sobre todo en los sufrimientos. Es entonces cuando interpelamos: “¿Por qué la alegría ilumina su rostro teniendo nuestros mismos sufrimientos, cuando nosotros estamos hundidos?”.

— Comunión: El gran signo que nos propone Jesús: “Que sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21). Es lo que, sobre todo, impactaba a los paganos, que comentaban: “¡Mirad cómo se quieren!”. En una sociedad en la que muchas personas viven psicológicamente a la intemperie, sin hogar, el gran signo son las comunidades vivas, fraternas y abiertas (Hch 4,32).

Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,13-16, de Joven para Joven. Vosotros sois la luz del mundo.
Sal de la tierra. El discípulo de Cristo, el cristiano, ha de superar el espejismo de una religión alienante y la tentación de los falsos métodos de eficacia evangélica al estilo humano, para poder cumplir la misión que Jesús le confía de ser luz del mundo y sal de la tierra. Así se concluye del evangelio de hoy, que es continuación inmediata de las bienaventuranzas que meditábamos el domingo anterior.

Mediante tres parábolas proverbio, nos muestra hoy Jesús qué es ser discípulo suyo: sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte. Las tres imágenes convergen en una misma dirección: el testimonio de la vida al servicio de los demás, como Cristo mismo.

La sal es la primera de las imágenes a que apela Jesús para definir la identidad de su discípulo. La sal es elemento familiar a cualquier cultura, pues desde siempre se ha empleado para dar sabor a la comida. Por eso la sal resulta un feliz simbolismo, de gran riqueza expresiva, para centrar la misión del seguidor de Jesús en medio de la sociedad. La sal es un protagonista muy especial en el ámbito culinario, pues se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Su presencia discreta en la comida no se detecta; en cambio, su ausencia no puede disimularse. Esa es su condición: actuar desapercibida.

Bella manera de expresar el cometido del cristiano: ser sal de la tierra, sal humilde, fundida, sabrosa, que actúa desde dentro, que no se nota, pero que es indispensable. Una lección se desprende de aquí: la fe cristiana, es todo lo contrario de un aguafiestas, porque es gozo y no ascética negativa y triste.

Gozosa responsabilidad la del creyente: descubrir el rostro auténtico y la cara oculta de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre de todos. Magnífico papel el nuestro: ser sal y sabor de la vida, ser gracia festiva, ser esperanza y optimismo para el tedio y el aburrimiento de la existencia. Sublime tarea la del cristiano: desbordar sin ostentación la riqueza de una vida cristiana interior, fecunda y alentadora para los demás.

Luz del mundo. Según Jesús, esto ha de ser también su discípulo: luz del mundo. El simbolismo de la luz tiene un largo y fecundo itinerario bíblico: desde la primera página del Génesis en que se describe la creación de la luz por Dios, pasando luego por la columna de fuego que guiaba al pueblo israelita en su éxodo de Egipto, y siguiendo por la luz de los tiempos mesiánicos anunciada por los profetas, hasta llegar a la plena luz de la revelación en Cristo Jesús. Él afirmó de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 5,12).

En todo tiempo y cultura el hombre ha buscado la luz de la verdad, luz para su propio misterio que es una síntesis de vocación sublime y de miseria profunda. Pues he aquí la respuesta a los interrogantes más profundos del hombre. “La Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su altísima vocación... Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en Cristo”.

La fe en Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero, es la luz del cristiano. Cada uno de nosotros tiene su propio historial de la luz, desde el cirio bautismal que se encendió en la línea de salida hasta la luz pascual definitiva, pasando por la vivencia diaria de nuestro compromiso e identidad cristianos, expresados en cada uno de los sacramentos que acompañan nuestro peregrinar por la vida. Ya no podremos inhibimos y ser meros espectadores del antagonismo declarado entre la luz de Cristo y las tinieblas del mal en un mundo de pecado. Queda descartada la abstención; es necesaria una opción radical por Dios y los hermanos…

Para cumplir la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, es decir, para un testimonio evangélico y eficaz, habremos de actuar sin ceder a las tentaciones que impiden que seamos sal y luz; el espejismo de una fe alienante y la eficacia de relumbrón.

No podemos ceder al espejismo de una fe alienante, exclusivamente cultual o ritualista que prima las prácticas religiosas “de iglesia” sobre la acción al ras de la vida. Porque “esto dice el Señor: parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu hermano. Entonces romperá tu luz como la aurora”.

Hemos de ser testigos de la luz. No se enciende una luz para ocultarla, sino para que alumbre a los hombres, y para que éstos, al ver nuestras buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos. Es el quehacer personal e intransferible de cada día en la familia, en la relación de los esposos entre sí, de los padres con los hijos, de los adultos con las generaciones jóvenes, y en el testimonio ambiental dentro del mundo laboral y cívico.

Tampoco podemos ceder a la tentación de la eficacia de relumbrón. Ése es nuestro modo humano de pensar. Por falsa analogía estamos tentados a aplicar métodos terrenos a la causa del evangelio. Sin embargo, como enseña Pablo —que aprendió bien la lección de su fracaso rotundo en Atenas después de un discurso magistral—, el fundamento de la eficacia evangélica no es la grandilocuencia persuasiva, ni el dinero todopoderoso, ni las influencias y recomendaciones, ni la fama, ni el privilegio social o legal, sino, paradójicamente, la ciencia de Cristo crucificado y la fuerza del Espíritu que apoyan la debilidad y el temor del apóstol. Esto es lo que nos da un optimismo, humilde pero sólido, una seguridad que se apoya sólo en Dios y en la eficacia de la cruz y resurrección del Señor.

Elevación Espiritual para este día.
Tres facetas principales pueden considerarse en la vida de nuestro santo:
Padre y forjador de monjes. Al hacerse cargo de la dirección monacal, observó que, para «vida de perfección» monástica, era preciso instituir un código de leyes que regulara la vida en comunidad, los derechos y deberes de superiores y súbditos, señalando los elementos fundamentales de la vida conventual, resumidos así por Isidoro: «La renuncia completa de sí mismo, la estabilidad en el monasterio o perseverancia, la pobreza, la oración litúrgica, la lección y el trabajo».

Doctor universal y escritor fecundo. Aparte de su alta dirección espiritual en la formación y santidad de sus monjes, él siempre delante con el más sublime ejemplo, es también modelo de ellos en el trabajo intelectual, de una actividad y fecundidad asombrosas, hasta en el supuesto de que pudiéramos considerarlo trasladado a nuestra época.

Obispo de Sevilla y padre de obispos. En el año 600 sucede a su hermano Leandro en la sede hispalense, al igual que antes le sucediera en el gobierno monástico, pero también, como entonces, elevando y superando la actividad y perfección en el cargo.

« ¡Ay, pobre de mí —exclama en el tercer libro de las Sentencias—, pues me veo atado por muchos lazos que es imposible romper! Si continúo al frente del gobierno eclesiástico, el recuerdo de mis pecados me aterra, y si me retiro de los negocios mundanos, tiemblo más todavía pensando en el crimen del que abandona la grey de Cristo.»

Estas palabras son el más claro testimonio de la intensa y mística vida espiritual que aquel sin par sabio y sabio gobernante llevaba.

Reflexión Espiritual para el día.
Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las sagradas Escrituras, porque, si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha, pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás y refutar a los contestatarios, quienes, si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos.

El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles.

Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad, para que ni por apocamiento queden sin corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos.

Debe dar tales pruebas de hospitalidad que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Si todo fiel cristiano debe procurar que Cristo le diga: «Fui forastero y me hospedasteis», cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino; el obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón» (del tratado de san Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos, caps. 5, 1 -2: Patrología latina 83, 785).

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Co 2, 1-10a y 2, 10b-16 (2, 1-5/2, 6-10). La historia es un proyecto de salvación, no una rutina fatalista.
Pablo, de una manera casi obsesiva, insiste en su «teología de la gratuidad» acudiendo a la plasticidad de los acontecimientos que estuvieron en el origen de la formación de la comunidad cristiana de Corinto.

Efectivamente, el Apóstol no se presentó a los corintios como un filósofo, sino que fue honesto al declarar la naturaleza de su mercancía a la aduana de la conciencia humana: «No llegué a vosotros anunciándoos el testimonio de Dios y con el prestigio de la palabra y de la sabiduría, pues me propuse, estando entre vosotros, no saber otra cosa que Jesucristo, y éste, crucificado».

Y precisamente por eso, su actitud de evangelizador no tenía nada de impositivo, como lo podría ser la de un sabio, un filósofo o un científico, ya que las cosas por ellos expuestas pueden ser verificadas objetivamente. Al contrario, Pablo «se presentó débil, acomplejado y temblando»: solamente ofrecía con modestia su propio testimonio existencial, que no podía reducir a una demostración rigurosa: «Mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos filosóficos, sino en la demostración de la fuerza del Espíritu». Por encima de Pablo y a pesar de Pablo el Espíritu era el que tenía la iniciativa en el proceso de evangelización y conversión.

La Palabra de Dios no puede jamás ser introducida con la espada ni siquiera con la racionalidad inapelable. Por eso, «la fe de los corintios se basa no en la sabiduría de los hombres, sino en la fuerza de Dios»

Ante esta insistencia en el absoluto protagonismo de la «fuerza de Dios» al margen de toda «sabiduría», alguien podría creer que la aceptación de Dios por parte del creyente es incompatible con algo tan profundamente humano como la reflexión consciente. Nada de eso: «A los ya formados les enseñamos una sabiduría; pero no una sabiduría de este mundo ni de los rectores de este mundo, que están en decadencia; les enseñamos una sabiduría misteriosa de Dios». 

Los «formados» («téleioi») son los cristianos espiritualmente adultos, en oposición a los todavía «infantiles» («népioi», 3, 11). Esta expresión está tomada de las «religiones de misterios»; pero, mientras que en estos «misterios» el bautismo conferiría automáticamente la condición de “téleios”, entre los cristianos no es así, ya que la salvación es ya concedida a los principiantes, .con tal que tengan la fe y estén vinculados al cuerpo de Cristo por el bautismo y la eucaristía. Pero no es menos cierto que todo verdadero cristiano aspirará a progresar y a crecer en el ideal de la perfección; y esto exige una profundización intelectual. Esta sería la verdadera teología, que viene después del hecho existencial de la fe, no antes. 

Esta «teología» es una «sabiduría misteriosa de Dios», cuyo objeto es precisamente «su secreto proyecto, concebido desde el principio referente a nuestra gloria». Como veremos, se trata del desemboque de la existencia humana en un final feliz, incluyendo su entorno corporal, material y cósmico; en una palabra: la resurrección.

Ahora bien, este “proyecto” no es conocido por los «rectores de este mundo». ¿Quiénes son estos «rectores»? Dando de lado al difícil itinerario de la exégesis menuda, podemos retener que se trata de fuerzas superiores al hombre, que según aquella cultura eran personalizadas, mientras que actualmente las concebimos de una manera más abstracta y colectiva: las «estructuras». Efectivamente, en la historia humana hay como una atmósfera contaminada que inclina a los hombres a desviarse del camino, al que Dios los invita. Teniendo en cuenta la personalización de esas estructuras «malignas», comprendemos por qué “aquellos rectores, de conocer el proyecto de Dios, no habrían crucificado al Señor de gloria”, ya que el «Señor de la gloria» les arrebataba el dominio de la historia, manipulada y determinada por ellos «ad usum delphini».

Y éste es precisamente el módulo del “criterio cristiano”: la posibilidad de ver, interpretar y vivir la historia como un proyecto de salvación total y no como una fatalización impuesta por la ideología de turno.
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