27 de abril 2010. MARTES DE LA IV SEMANA DE PASCUA. (Ciclo C), Feria. 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT.SS. Zita vg, Simeón ob mr. Beato Pedro Armengol,
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 11,19-26: Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles el Señor Jesús
Salmo 86: Alaben al Señor, todas las naciones.
Jn 10,22-30: El Padre y yo somos uno
¿Qué ha hecho Jesús para que crean en Él? Ha curado cantidad de gente; ha colocado a la mujer en pie de igualdad con el varón; ha hecho que el pueblo experimente la alegría de la libertad y la solidaridad organizada para compartir los bienes. Ha expulsado demonios de fanatismos y nacionalismos estrechos que estaban emponzoñando el alma del pueblo. Con todo eso Jesús había desenmascarado la religión del Templo y cuestionado a sus autoridades. Porque Jesús es como espada de dos filos que corta para todos lados.
Jesús conoce a su gente. En la Biblia el verbo conocer tiene el mismo sentido de la unión íntima de los esposos. Es en esa alianza de amor que se descubre quién es Jesús y quién es su Padre.
La vida eterna no es la salvación después de la muerte, sino que es entrar desde ahora en ese misterio de amor transformador que es regalo que nos viene de las manos de Dios Padre-Madre y que es uno con Jesús y , para nuestra alegría, de esas manos benditas que han hecho alianza con el pueblo pobre, no hay poder político, económico, militar o religioso que pueda arrancarle nada. Absolutamente nada!
PRIMERA LECTURA.
Hechos 11,19-26
Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles el Señor Jesús
En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los helenistas, anunciándoles la Buena Noticia del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor.
Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho, y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor. Más tarde, salió para Tarso, en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Durante un año fueron huéspedes de aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 86
R/.Alabad al Señor, todas las naciones.
Él la ha cimentado sobre el monte santo; / y el Señor prefiere las puertas de Sión / a todas las moradas de Jacob. / ¡Qué pregón tan glorioso para ti, / ciudad de Dios! R.
"Contaré a Egipto y a Babilonia / entre mis fieles; / filisteos, tirios y etíopes / han nacido allí." / Se dirá de Sión: "Uno por uno / todos han nacido en ella; / el Altísimo en persona la ha fundado." R.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos: / "Éste ha nacido allí." / Y cantarán mientras danzan: / "Todas mis fuentes están en ti." R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 10,22-30
Yo y el Padre somos uno
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: "¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente." Jesús les respondió: "Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 11,19-26: Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles el Señor Jesús
Salmo 86: Alaben al Señor, todas las naciones.
Jn 10,22-30: El Padre y yo somos uno
¿Qué ha hecho Jesús para que crean en Él? Ha curado cantidad de gente; ha colocado a la mujer en pie de igualdad con el varón; ha hecho que el pueblo experimente la alegría de la libertad y la solidaridad organizada para compartir los bienes. Ha expulsado demonios de fanatismos y nacionalismos estrechos que estaban emponzoñando el alma del pueblo. Con todo eso Jesús había desenmascarado la religión del Templo y cuestionado a sus autoridades. Porque Jesús es como espada de dos filos que corta para todos lados.
Jesús conoce a su gente. En la Biblia el verbo conocer tiene el mismo sentido de la unión íntima de los esposos. Es en esa alianza de amor que se descubre quién es Jesús y quién es su Padre.
La vida eterna no es la salvación después de la muerte, sino que es entrar desde ahora en ese misterio de amor transformador que es regalo que nos viene de las manos de Dios Padre-Madre y que es uno con Jesús y , para nuestra alegría, de esas manos benditas que han hecho alianza con el pueblo pobre, no hay poder político, económico, militar o religioso que pueda arrancarle nada. Absolutamente nada!
PRIMERA LECTURA.
Hechos 11,19-26
Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles el Señor Jesús
En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los helenistas, anunciándoles la Buena Noticia del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor.
Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho, y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor. Más tarde, salió para Tarso, en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Durante un año fueron huéspedes de aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 86
R/.Alabad al Señor, todas las naciones.
Él la ha cimentado sobre el monte santo; / y el Señor prefiere las puertas de Sión / a todas las moradas de Jacob. / ¡Qué pregón tan glorioso para ti, / ciudad de Dios! R.
"Contaré a Egipto y a Babilonia / entre mis fieles; / filisteos, tirios y etíopes / han nacido allí." / Se dirá de Sión: "Uno por uno / todos han nacido en ella; / el Altísimo en persona la ha fundado." R.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos: / "Éste ha nacido allí." / Y cantarán mientras danzan: / "Todas mis fuentes están en ti." R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 10,22-30
Yo y el Padre somos uno
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: "¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente." Jesús les respondió: "Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,19-26
Lo que Pedro realizó con Cornelio lo llevan a cabo también los discípulos perseguidos y dispersados y, además, a gran escala. Los helenistas, expulsados de Jerusalén, se transforman en misioneros y predican en Samaría, Fenicia, Chipre y Antioquía, dirigiéndose asimismo a los griegos, es decir, a los paganos. Antioquía, situada en la parte septentrional de Siria, junto al Mediterráneo, aparece como el lugar privilegiado de la misión a los paganos, como polo de difusión del «nuevo camino» entre los griegos. Es también el lugar donde percibe la gente la nueva realidad representada por los cristianos, su diferencia respecto a los judíos, su identidad específica y, por consiguiente, el nuevo nombre.
Pero Jerusalén vigila: las mismas reservas que aparecieron respecto a la actuación de Pedro surgen ahora con respecto a la comunidad de Antioquía. Y se envía una «inspección». Afortunadamente, se escoge al hombre justo, Bernabé, que no por nada recibe el nombre de «hombre que infunde ánimo», el cual, por encontrarse “lleno del Espíritu Santo”, estaba en condiciones de discernir la obra del mismo Espíritu y de comprender sus caminos. Y, por consiguiente, de animar a perseverar en el camino emprendido. Se presenta a Bernabé con gran simpatía: no sólo sabe ver la dirección de la historia de la salvación, sino comprender también que hacen falta hombres justos para secundar la acción del Espíritu. Por eso no se queda mano sobre mano, sino que se va a «repescar» a Pablo, olvidado en Tarso, pero ahora maduro para las grandes empresas misioneras, y lo introduce en el clima vivaz y dinámico de Antioquía.
Comentario del Salmo 86
Un hombre que quiere ser fiel a Dios presenta ante Él su desventura y su pobreza para recabar su apoyo y cercanía, Tiene miedo de que las adversidades por las que está pasando debiliten su fe y confianza, por eso apela a Dios: “¡inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre e indigente! ¡Protégeme, porque soy fiel, salva a tu siervo que confía en ti! ¡Tú eres mi Dios, ten piedad de mí, Señor, pues te invoco todo el día!”.
La súplica del salmista está llena de sabiduría ya que, a un cierto momento, parece como si se agarrase con toda su alma a Dios para pedirle que sea Él quien le enseñe el camino para no desviarse de la verdad, que esté a su lado para poder mantenerse fiel. Es consciente de que, si apoya su relación con Dios en sí mismo, no habría posibilidad de mantenerla ya que estaría sustentada en su debilidad, más frágil que el más fino de los hilos: “Enséñame, Señor, tu camino, y caminaré según tu verdad. Mantén íntegro mi corazón en el temor de tu nombre”.
¡Enséñame! Así grita nuestro hombre, En las Escrituras, el verbo enseñar no tiene tanto nuestro significado a académico o didáctico cuanto dar a conocer en el sentido de revelar. En este aso es como si dijese a Dios: date a conocer a mi espíritu, revélame tu misterio.
Yavé acoge la súplica de este y tantos personajes del Antiguo Testamento que se dirigen a Dios con esta o parecidas súplicas. El profeta Isaías anuncia gozoso la promesa que colmará los deseos de estos hombres, y proclama con fuerza, ¡Sí! Dios nos enseñará sus caminos: «Sucederá en días futuros que el monte de la casa de Yavé será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos» (Is 2,2- 3). Hay que tener en cuenta que en la Escritura se da el paralelismo entre enseñar el camino y enseñar la Palabra.
Dios cumple su promesa al enviar a su Hijo como único Maestro, el único que puede darnos a conocer el misterio de Dios. Él es el revelador del rostro del Padre. El mismo Señor Jesús se proclama como el único Maestro que tiene poder para revelar el misterio de la Palabra; por ella, así revelada, podemos conocer al Padre: «Vosotros —está hablando a sus discípulos— no os dejéis llamar maestro, porque uno sólo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8).
Es importante observar cómo Mateo encabeza con el verbo enseñar la proclamación de las bienaventuranzas hecha por Jesús, algo así como si estuviera abriendo la puerta para recibir las ocho palabras que hacen bienaventurados —hijos de Dios a los hombres: «Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu...» (Mt 5, 1 -3).
La revelación de Dios, de la Palabra, sólo es posible una vez que el Señor Jesús se levanta victorioso de la muerte. Es entonces cuando el resucitado tiene poder para abrir la inteligencia del hombre, de forma que pueda recibir y comprender el misterio de Dios oculto en la Palabra: «Jesús entonces abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras...» (Lc 24,45). Dada la imposibilidad que tiene el hombre para penetrar en el misterio de Dios, Él mismo abre su mente para hacerse presente en su espíritu con toda su fuerza y su amor.
A este respecto sería bueno acudir a un acontecimiento del pueblo de Israel que, por su paralelismo, prepara el milagro del Señor Jesús: abrir nuestra inteligencia, penetrarnos con su Palabra de vida, poniendo así nuestros pasos en su camino que culmina en el Padre. El acontecimiento bíblico es el siguiente: Cuando Israel sale de Egipto se encuentra con el muro de las aguas del mar Rojo. No hay posibilidad de caminar hacia la tierra prometida. Es entonces cuando el brazo de Dios se traslada al brazo de Moisés, quien lo levanta por la palabra que Él le ha ordenado. Ante el brazo de Moisés se abrieron las aguas de derecha a izquierda, apareciendo así un camino por el que el pueblo pudo pasar. Recordemos que el brazo de Yavé significa su poder.
El Señor Jesús es el enviado del Padre como Maestro, aquel que enseña, aquel que revela, aquel que abre muros imposibles, aquel que, siendo el camino, marca las huellas que nos conducen a Dios. San Juan termina el prólogo de su Evangelio con estas palabras: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Contado, es decir, Él nos lo ha dado a conocer, más aún, nos lo ha revelado; que esto es lo que significa en toda su profundidad el verbo contar en el contexto que san Juan nos está comunicando.
¡Dinos quién eres tú! Han clamado a Dios los hombres de todos los tiempos. El responde: ¡Ahí tenéis a mi Hijo! El os dirá quién soy Yo. ¡Escuchadle en su Evangelio! ¡En él estoy!
Comentario del Santo Evangelio: Juan 10,22-30.
Es la fiesta de la Dedicación, la que se celebra en Jerusalén durante el período invernal. Jesús pasea por el pórtico de Salomón por el lado oriental, que mira al valle del Cedrón. Se le acercan algunos y le plantean una pregunta sobre su identidad mesiánica (v. 24), una pregunta que tiene la apariencia de un interés sincero, aunque en realidad es insidiosa y provocativa. Jesús responde en dos momentos sucesivos: en primer lugar, sobre el mesiazgo (vv. 25-3 1) y, a continuación, sobre la divinidad (vv. 32-39).
Estamos ante la magna polémica que enfrentaba a Jesús con sus enemigos. Jesús ya había presentado antes de varios modos sus propias credenciales de Hijo de Dios y de enviado del Padre, especialmente a través de sus obras extraordinarias. Hubieran debido captar su mesiazgo y creer en su misión, pero todo intento había resultado inútil (vv. 25s). Si muchos no aceptan su testimonio, la verdadera razón de ello consiste en el hecho de que no pertenecen a su rebaño. En cambio, quien escucha da pruebas de pertenecer al nuevo pueblo de Dios (vv. 27s). Juan pone en boca de Jesús tres afirmaciones que señalan la identidad de las ovejas y sus características con respecto a Jesús: «Escuchan mi voz», «me siguen» y «no perecerán para siempre».
Los creyentes, que caminan en la verdad y en la luz, tendrán que sufrir, pero la vida de comunión con Cristo, vencedor de la muerte, les da la seguridad de la victoria. Su vida es asimismo para siempre comunión con el Padre, cuya mano, más poderosa que todo, los sostiene y los protege con la donación de su Hijo. La seguridad plena y definitiva que Jesús y el Padre garantizan a los creyentes se fundamenta en su profunda unidad y comunión: «El Padre y yo somos uno» (v. 30).
Nosotros pertenecemos a Jesús porque Jesús pertenece al Padre. Somos una sola cosa con Jesús porque Jesús es una sola cosa con el Padre. Creemos en las obras de Jesús porque Jesús realiza las obras del Padre. Jesús quiere establecer conmigo la misma relación que él tiene con el Padre. Por eso escucho su voz, que es eco de la voluntad del Padre. Por eso le sigo, porque él me conduce al Padre. Por eso me aferro a él, para no perecer nunca, porque sé que me conduce al Padre.
Las afirmaciones de Jesús son imponentes, en especial para un judío: dice que es uno con el Padre, con Dios, con el Altísimo, con el creador del cielo y de la tierra, con el ser que está por encima de todos los otros seres. Estas y otras afirmaciones, particularmente numerosas en el evangelio de Juan, sorprenden, aturden, dejan sin aliento, y así debió de ocurrirles a sus interlocutores.
También hoy le ocurre lo mismo a quien se queda perplejo frente a tamaña pretensión o presunción o luz deslumbrante. Pero Juan no atenúa nada, no hace descuentos; procede sobre la cresta de afirmaciones que dan vértigo, que requieren valor, pero que también permiten «no perecer para siempre». Precisamente porque toman su luminosidad de la luz misma de Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 10,22-30, para nuestros Mayores. Mis ovejas me escuchan.
Comunidad de los discípulos de Cristo. El texto evangélico proclama que Jesús es el buen pastor que dio la vida por sus ovejas. Resucitado, vive y sigue guiando, acompañando y nutriendo a su comunidad. No es el maestro muerto al que sucede otro pastor que puede guiar a su comunidad por otros derroteros según exigencias de los destinatarios. Los otros pastores son sólo mediadores suyos. Jesús había dicho: “No llaméis a nadie “padre” ni “maestro”, porque uno solo es vuestro Padre y vuestro Maestro” (Mt 23,8).
Pablo insiste en ello ante la tentación de algunos miembros de sus comunidades de considerarles “maestros” con doctrina propia: “¿Qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales habéis abrazado la fe” (1 Co 3,5). “Nadie puede poner otro fundamento distinto del que ya está puesto, Jesucristo” (1 Co 3,11).
Jesús proclama su protagonismo absoluto en la salvación de sus hermanos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará”; “yo doy vida eterna”. Juan Pablo II recomendaba: “Invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constantemente con confianza a Cristo y a dejarse renovar por él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella. Cristo es el futuro del hombre”.
“¿Qué hemos de hacer?, nos preguntamos. No hay, ciertamente, una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula la que nos salve, sino una Persona y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”. No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe y está recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.
Cuando el cristiano, el grupo o la comunidad cristiana viven centrados en Cristo, gozan de buena salud. Cuando se olvidan de él, les pasa como a Lázaro: “Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano” (Jn 11,21). Si un cristiano o una comunidad le restan protagonismo a Cristo, languidecen indefectiblemente. El cristiano es un creyente en comunidad para el mundo.
“Mis ovejas escuchan mi voz”. De hecho, ¿quién forma parte de su comunidad? No es por razón de la raza, ni de la religión, ni por el rito de la circuncisión, según el criterio del judaísmo. Del mismo modo, tampoco es signo de pertenencia el simple rito bautismal, ni la multitud de ritos y celebraciones, ni la pertenencia a instituciones eclesiales. Jesús señala con toda claridad la condición esencial de pertenencia a los “suyos”: “Mis ovejas escuchan mi voz”. Lo repite categóricamente: Para pertenecer a la comunidad de las bienaventuranzas es preciso “escuchar su palabra y ponerla por obra” (Lc 11,28); pertenecen a su familia, son sus hermanos, “los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 9,21).
Es lo que hace la comunidad modélica de Jerusalén: “Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42). Escuchar su palabra es dejarse guiar por su ejemplo, su palabra más rotunda. “Me llamáis el Maestro y el Señor... Os he dado ejemplo, para hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo” (Jn 13,15).
Ser cristiano consiste en ser como Jesús. Pablo señala: “A aquéllos, a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). “Son hijos de Dios aquellos que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14).
Pertenecen realmente a la comunidad de Jesús (son ovejas de su rebaño) los que escuchan su palabra que les impulsa a ser como él buscando en todo momento no hacer la voluntad propia, sino agradar al Padre y colaborar en su proyecto (cf. Jn 8,29).
Jesús nos invita a estar siempre animados por el amor: “Ésta es mi consigna: amaos los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34), amor que supone perdón, comprensión, espíritu de servicio (Col 3,12-1 5), lucha por la justicia a favor del oprimido (Mt 5,10), ser sal, fermento y luz en medio de los demás para que crezca la nueva humanidad. Nos invita, en definitiva, a estar animados por sus mismos sentimientos, apasionados por sus mismos valores, su misma visión y sentido de la vida. “Mis ovejas escuchan mi voz”, ponen el oído atento para escuchar mis consignas y saber lo que han de hacer.
Son realmente de la comunidad de Jesús los que, mediante la escucha de la Palabra y la oración, el discernimiento de los signos de los tiempos, las interpelaciones de otros creyentes o personas de buena voluntad, el consejo de personas animadas por el Espíritu, las invitaciones de quienes trabajan por el Reino y las necesidades de los demás, se esfuerzan por cumplir la voluntad de Dios. El Señor nos advierte con toda claridad que para ser de “los suyos” no basta con decirle ardientemente: “Señor, Señor”, sino que es imprescindible realizar la voluntad del Padre (Mt 7,21). Sólo ellos aceptan “la vida abundante” que Jesús ofrece a todos.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 10, 22-30 (10, 27-30). ¿Es el Mesías?
El suspense duraba demasiado. Había llegado el momento de plantearle a Jesús de cara, y con la máxima claridad posible, el interrogante definitivo: ¿Eres el Mesías? Si la palabra era entendida rectamente, Jesús era el Mesías. Pero podía ser mal entendida. De ahí nació el llamado «secreto mesiánico» en el evangelio de Marcos: Jesús impone silencio a todos aquéllos que de una manera directa o indirecta podían afirmar, por las acciones de Jesús, que era el Mesías.
Jesús contesta esta vez diciendo que el interrogante está suficientemente contestado. Se lo ha dicho claramente, tanto a través de sus palabras como de sus obras, que es un lenguaje mucho más elocuente. Pero el problema no está en sus declaraciones o en lo que él puede decir de sí mismo. El verdadero problema está en ellos, que no quieren creer. Y no quieren creer porque no le pertenecen, porque no son de los suyos, de sus ovejas. No han sido traídos por el Padre hacia él (ver el comentario a 6, 44).
Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me conocen a mí. Nadie puede comprender a una persona sin una elemental simpatía hacia ella. Es una verdad que el cuarto evangelio pone constantemente de relieve. Aquéllos que intentan con plena sinceridad y verdad un conocimiento de Jesús y una adhesión a sus palabras y obras, terminarán por crear, por tener el verdadero testimonio en sí mismos (1Jn 5, 10); un testimonio no deducible de puras premisas de lógica humana, pero un testimonio tan seguro como es la misma palabra de Dios.
Esto es cierto. Pero Jesús quiere, y así lo afirma en esta sección, que el hombre haga un análisis detallado y pormenorizado de sus obras. Las obras de Jesús como exponente de su unidad con el Padre (vv. 25. 30). Si los «judíos» quisiesen aceptar esto, no tendrían inconveniente en creer en él, en aceptar lo que dice y lo que pretende ser. Pero como se acercan a él con prejuicios y presupuestos excluyentes de la realidad escondida en Jesús, no pueden aceptarlo; los testimonios que él ofreció nunca los convencieron, porque no satisfacían las exigencias de un «racionalismo religioso», como es el que determina, en el fondo, su actitud.
La unidad del Hijo con el Padre es unidad de amor y de obediencia. ¿Tan difícil era descubrir esta unidad a través de las obras de Jesús? El don que el Padre ha hecho al Hijo comprende dos cosas: el rebaño, las ovejas, que ahora le pertenecen (recuérdese que, siguiendo la imagen del pastor y el rebaño, hay que llegar al Antiguo Testamento, dónde Yavé era el verdadero pastor) y el poder que él Padre le ha dado para salvarlas, poner la vida por ellas, la autoridad de Salvador. Y esta unidad es la que asegura al creyente que la obra de Cristo tiende esencialmente a garantizar su seguridad y salvación. Porque el creyente cree que Dios está en Cristo para la reconciliación del hombre con Dios. Es la formulación que hace el apóstol Pablo (2Cor 5, 19).
Elevación Espiritual para este día.
He aquí, hermanos, un gran misterio que hace pensar. El sonido de nuestras palabras impacta en nuestros oídos, pero el verdadero Maestro está dentro de vosotros. Que nadie piense que puede aprender algo de un hombre. La enseñanza exterior es sólo una ayuda, un reclamo. El que enseña a los corazones tiene su cátedra en el cielo. Que sea, pues, él quien hable dentro de vosotros, allí donde ningún hombre puede penetrar, puesto que, aunque alguien pueda estar a tu lado, nadie puede estar en tu corazón.
Y que no haya nadie en tu corazón: que en él esté Cristo, su unción, a fin de que tu corazón no permanezca sediento en el desierto, sin una fuente donde calmar su sed. En consecuencia, es interior el Maestro que enseña. Es Cristo quien enseña con sus inspiraciones. Cuando nos faltan sus inspiraciones y su unción, en vano alborotan las palabras de fuera.
Reflexión Espiritual para el día.
Leer significa a menudo recoger información, adquirir nuevas perspectivas y nuevos conocimientos y dominar un nuevo campo del saber. Puede conducirnos a una licenciatura, a un título, a un certificado. La lectura espiritual, sin embargo, es diferente. No significa simplemente leer cosas espirituales; significa también leer las cosas espirituales de modo espiritual. Esto requiere disponibilidad no sólo para leer, sino también para ser leídos; no sólo para dominar las palabras, sino para ser dominados.
Mientras leamos la Biblia o un libro espiritual simplemente para adquirir conocimiento, nuestra lectura no nos ayudará en nuestra vida espiritual. Podemos llegar a ser grandes expertos en cuestiones espirituales, sin llegar a ser de verdad personas espirituales. Al leer las cosas espirituales de modo espiritual, abrimos el corazón a la voz de Dios. Debemos estar dispuestos a dejar aparte el libro que estamos leyendo y escuchar simplemente lo que Dios nos dice a través de sus palabras.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos, 11, 19-26.La fundación de la Iglesia en Antioquía.
Antioquía capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. El Espíritu empuja a los apóstoles hacia los centros vitales, los centros de influencia del mundo de entonces.
Los que no se habían dispersado por la persecución llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía.
La Iglesia encuentra su camino dejándose guiar por los acontecimientos, y por el Espíritu Santo. Perseguidos en Jerusalén, expulsados de su villa natal, fundan comunidades nuevas allá donde se encuentra dispersos. Ciertamente los perseguidores no buscaban conseguir ese efecto cuando mataron a Esteban y a otros cristianos.
¿Tengo confianza en la Iglesia? ¿Tengo la íntima convicción que Dios no la abandonará en sus dificultades actuales y que su expansión misionera será todavía mayor? Señor, creo que Tú diriges la historia. Trato de contemplarte actuando en la historia contemporánea, hoy. En lo que está pasando a “favor” o en «contra» de tu Iglesia. Ayúdame a superar las apariencias.
Y predicaban la Palabra sólo a los Judíos... Pero entre ellos algunos Chipriotas y Cirenenses llegados también a Antioquía la predicaron también a los Griegos...
En este episodio encontramos un problema típico de la Iglesia de todos los tiempos: el respeto a las diversas vocaciones. Algunos se dirigen prioritariamente «a los judíos», es decir, a los que ya vivían de la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento... para ayudarles a ir más lejos y a descubrir a Jesucristo. Otros se dirigen prioritariamente a los «griegos», es decir, a los paganos que tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos.
Sostén, Señor, las iniciativas misioneras de aquellos de tus hijos que han descubierto mejor ese aspecto de tu mensaje.
Ayuda a todos los que están «en contacto con los paganos», y haz que todos, cristianos de tradición, y cristianos nuevos, cristianos de tal parroquia y cristianos de tal otra, cristianos de tal nación y cristianos de tal otra... no se opongan unos a los otros y respeten sus diversas vocaciones.
Esta noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.
No se contentan con «crear» nuevas Iglesias locales. Cuidan de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía...
Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
Cuando llegó y vio la gracia que Dios acordaba a los paganos, se alegró, y exhortó a todos a permanecer fieles al Señor, porque era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de Fe.
Por la Fe «reconocemos» la acción de Dios en el mundo. ¡Y «damos gracias» por ello! Bernabé no había trabajado en esa comunidad: sin embargo reconoce lealmente la obra de Dios en ella. Es el mismo Espíritu Santo el que trabaja en todas partes en la Iglesia.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos.
«Cristianos» es decir, «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. Un nombre lleno de exigencias . ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. O bien, se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti!
Lo que Pedro realizó con Cornelio lo llevan a cabo también los discípulos perseguidos y dispersados y, además, a gran escala. Los helenistas, expulsados de Jerusalén, se transforman en misioneros y predican en Samaría, Fenicia, Chipre y Antioquía, dirigiéndose asimismo a los griegos, es decir, a los paganos. Antioquía, situada en la parte septentrional de Siria, junto al Mediterráneo, aparece como el lugar privilegiado de la misión a los paganos, como polo de difusión del «nuevo camino» entre los griegos. Es también el lugar donde percibe la gente la nueva realidad representada por los cristianos, su diferencia respecto a los judíos, su identidad específica y, por consiguiente, el nuevo nombre.
Pero Jerusalén vigila: las mismas reservas que aparecieron respecto a la actuación de Pedro surgen ahora con respecto a la comunidad de Antioquía. Y se envía una «inspección». Afortunadamente, se escoge al hombre justo, Bernabé, que no por nada recibe el nombre de «hombre que infunde ánimo», el cual, por encontrarse “lleno del Espíritu Santo”, estaba en condiciones de discernir la obra del mismo Espíritu y de comprender sus caminos. Y, por consiguiente, de animar a perseverar en el camino emprendido. Se presenta a Bernabé con gran simpatía: no sólo sabe ver la dirección de la historia de la salvación, sino comprender también que hacen falta hombres justos para secundar la acción del Espíritu. Por eso no se queda mano sobre mano, sino que se va a «repescar» a Pablo, olvidado en Tarso, pero ahora maduro para las grandes empresas misioneras, y lo introduce en el clima vivaz y dinámico de Antioquía.
Comentario del Salmo 86
Un hombre que quiere ser fiel a Dios presenta ante Él su desventura y su pobreza para recabar su apoyo y cercanía, Tiene miedo de que las adversidades por las que está pasando debiliten su fe y confianza, por eso apela a Dios: “¡inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre e indigente! ¡Protégeme, porque soy fiel, salva a tu siervo que confía en ti! ¡Tú eres mi Dios, ten piedad de mí, Señor, pues te invoco todo el día!”.
La súplica del salmista está llena de sabiduría ya que, a un cierto momento, parece como si se agarrase con toda su alma a Dios para pedirle que sea Él quien le enseñe el camino para no desviarse de la verdad, que esté a su lado para poder mantenerse fiel. Es consciente de que, si apoya su relación con Dios en sí mismo, no habría posibilidad de mantenerla ya que estaría sustentada en su debilidad, más frágil que el más fino de los hilos: “Enséñame, Señor, tu camino, y caminaré según tu verdad. Mantén íntegro mi corazón en el temor de tu nombre”.
¡Enséñame! Así grita nuestro hombre, En las Escrituras, el verbo enseñar no tiene tanto nuestro significado a académico o didáctico cuanto dar a conocer en el sentido de revelar. En este aso es como si dijese a Dios: date a conocer a mi espíritu, revélame tu misterio.
Yavé acoge la súplica de este y tantos personajes del Antiguo Testamento que se dirigen a Dios con esta o parecidas súplicas. El profeta Isaías anuncia gozoso la promesa que colmará los deseos de estos hombres, y proclama con fuerza, ¡Sí! Dios nos enseñará sus caminos: «Sucederá en días futuros que el monte de la casa de Yavé será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte de Yavé, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos» (Is 2,2- 3). Hay que tener en cuenta que en la Escritura se da el paralelismo entre enseñar el camino y enseñar la Palabra.
Dios cumple su promesa al enviar a su Hijo como único Maestro, el único que puede darnos a conocer el misterio de Dios. Él es el revelador del rostro del Padre. El mismo Señor Jesús se proclama como el único Maestro que tiene poder para revelar el misterio de la Palabra; por ella, así revelada, podemos conocer al Padre: «Vosotros —está hablando a sus discípulos— no os dejéis llamar maestro, porque uno sólo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8).
Es importante observar cómo Mateo encabeza con el verbo enseñar la proclamación de las bienaventuranzas hecha por Jesús, algo así como si estuviera abriendo la puerta para recibir las ocho palabras que hacen bienaventurados —hijos de Dios a los hombres: «Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu...» (Mt 5, 1 -3).
La revelación de Dios, de la Palabra, sólo es posible una vez que el Señor Jesús se levanta victorioso de la muerte. Es entonces cuando el resucitado tiene poder para abrir la inteligencia del hombre, de forma que pueda recibir y comprender el misterio de Dios oculto en la Palabra: «Jesús entonces abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras...» (Lc 24,45). Dada la imposibilidad que tiene el hombre para penetrar en el misterio de Dios, Él mismo abre su mente para hacerse presente en su espíritu con toda su fuerza y su amor.
A este respecto sería bueno acudir a un acontecimiento del pueblo de Israel que, por su paralelismo, prepara el milagro del Señor Jesús: abrir nuestra inteligencia, penetrarnos con su Palabra de vida, poniendo así nuestros pasos en su camino que culmina en el Padre. El acontecimiento bíblico es el siguiente: Cuando Israel sale de Egipto se encuentra con el muro de las aguas del mar Rojo. No hay posibilidad de caminar hacia la tierra prometida. Es entonces cuando el brazo de Dios se traslada al brazo de Moisés, quien lo levanta por la palabra que Él le ha ordenado. Ante el brazo de Moisés se abrieron las aguas de derecha a izquierda, apareciendo así un camino por el que el pueblo pudo pasar. Recordemos que el brazo de Yavé significa su poder.
El Señor Jesús es el enviado del Padre como Maestro, aquel que enseña, aquel que revela, aquel que abre muros imposibles, aquel que, siendo el camino, marca las huellas que nos conducen a Dios. San Juan termina el prólogo de su Evangelio con estas palabras: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Contado, es decir, Él nos lo ha dado a conocer, más aún, nos lo ha revelado; que esto es lo que significa en toda su profundidad el verbo contar en el contexto que san Juan nos está comunicando.
¡Dinos quién eres tú! Han clamado a Dios los hombres de todos los tiempos. El responde: ¡Ahí tenéis a mi Hijo! El os dirá quién soy Yo. ¡Escuchadle en su Evangelio! ¡En él estoy!
Comentario del Santo Evangelio: Juan 10,22-30.
Es la fiesta de la Dedicación, la que se celebra en Jerusalén durante el período invernal. Jesús pasea por el pórtico de Salomón por el lado oriental, que mira al valle del Cedrón. Se le acercan algunos y le plantean una pregunta sobre su identidad mesiánica (v. 24), una pregunta que tiene la apariencia de un interés sincero, aunque en realidad es insidiosa y provocativa. Jesús responde en dos momentos sucesivos: en primer lugar, sobre el mesiazgo (vv. 25-3 1) y, a continuación, sobre la divinidad (vv. 32-39).
Estamos ante la magna polémica que enfrentaba a Jesús con sus enemigos. Jesús ya había presentado antes de varios modos sus propias credenciales de Hijo de Dios y de enviado del Padre, especialmente a través de sus obras extraordinarias. Hubieran debido captar su mesiazgo y creer en su misión, pero todo intento había resultado inútil (vv. 25s). Si muchos no aceptan su testimonio, la verdadera razón de ello consiste en el hecho de que no pertenecen a su rebaño. En cambio, quien escucha da pruebas de pertenecer al nuevo pueblo de Dios (vv. 27s). Juan pone en boca de Jesús tres afirmaciones que señalan la identidad de las ovejas y sus características con respecto a Jesús: «Escuchan mi voz», «me siguen» y «no perecerán para siempre».
Los creyentes, que caminan en la verdad y en la luz, tendrán que sufrir, pero la vida de comunión con Cristo, vencedor de la muerte, les da la seguridad de la victoria. Su vida es asimismo para siempre comunión con el Padre, cuya mano, más poderosa que todo, los sostiene y los protege con la donación de su Hijo. La seguridad plena y definitiva que Jesús y el Padre garantizan a los creyentes se fundamenta en su profunda unidad y comunión: «El Padre y yo somos uno» (v. 30).
Nosotros pertenecemos a Jesús porque Jesús pertenece al Padre. Somos una sola cosa con Jesús porque Jesús es una sola cosa con el Padre. Creemos en las obras de Jesús porque Jesús realiza las obras del Padre. Jesús quiere establecer conmigo la misma relación que él tiene con el Padre. Por eso escucho su voz, que es eco de la voluntad del Padre. Por eso le sigo, porque él me conduce al Padre. Por eso me aferro a él, para no perecer nunca, porque sé que me conduce al Padre.
Las afirmaciones de Jesús son imponentes, en especial para un judío: dice que es uno con el Padre, con Dios, con el Altísimo, con el creador del cielo y de la tierra, con el ser que está por encima de todos los otros seres. Estas y otras afirmaciones, particularmente numerosas en el evangelio de Juan, sorprenden, aturden, dejan sin aliento, y así debió de ocurrirles a sus interlocutores.
También hoy le ocurre lo mismo a quien se queda perplejo frente a tamaña pretensión o presunción o luz deslumbrante. Pero Juan no atenúa nada, no hace descuentos; procede sobre la cresta de afirmaciones que dan vértigo, que requieren valor, pero que también permiten «no perecer para siempre». Precisamente porque toman su luminosidad de la luz misma de Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 10,22-30, para nuestros Mayores. Mis ovejas me escuchan.
Comunidad de los discípulos de Cristo. El texto evangélico proclama que Jesús es el buen pastor que dio la vida por sus ovejas. Resucitado, vive y sigue guiando, acompañando y nutriendo a su comunidad. No es el maestro muerto al que sucede otro pastor que puede guiar a su comunidad por otros derroteros según exigencias de los destinatarios. Los otros pastores son sólo mediadores suyos. Jesús había dicho: “No llaméis a nadie “padre” ni “maestro”, porque uno solo es vuestro Padre y vuestro Maestro” (Mt 23,8).
Pablo insiste en ello ante la tentación de algunos miembros de sus comunidades de considerarles “maestros” con doctrina propia: “¿Qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales habéis abrazado la fe” (1 Co 3,5). “Nadie puede poner otro fundamento distinto del que ya está puesto, Jesucristo” (1 Co 3,11).
Jesús proclama su protagonismo absoluto en la salvación de sus hermanos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará”; “yo doy vida eterna”. Juan Pablo II recomendaba: “Invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constantemente con confianza a Cristo y a dejarse renovar por él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella. Cristo es el futuro del hombre”.
“¿Qué hemos de hacer?, nos preguntamos. No hay, ciertamente, una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula la que nos salve, sino una Persona y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”. No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe y está recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.
Cuando el cristiano, el grupo o la comunidad cristiana viven centrados en Cristo, gozan de buena salud. Cuando se olvidan de él, les pasa como a Lázaro: “Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano” (Jn 11,21). Si un cristiano o una comunidad le restan protagonismo a Cristo, languidecen indefectiblemente. El cristiano es un creyente en comunidad para el mundo.
“Mis ovejas escuchan mi voz”. De hecho, ¿quién forma parte de su comunidad? No es por razón de la raza, ni de la religión, ni por el rito de la circuncisión, según el criterio del judaísmo. Del mismo modo, tampoco es signo de pertenencia el simple rito bautismal, ni la multitud de ritos y celebraciones, ni la pertenencia a instituciones eclesiales. Jesús señala con toda claridad la condición esencial de pertenencia a los “suyos”: “Mis ovejas escuchan mi voz”. Lo repite categóricamente: Para pertenecer a la comunidad de las bienaventuranzas es preciso “escuchar su palabra y ponerla por obra” (Lc 11,28); pertenecen a su familia, son sus hermanos, “los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 9,21).
Es lo que hace la comunidad modélica de Jerusalén: “Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42). Escuchar su palabra es dejarse guiar por su ejemplo, su palabra más rotunda. “Me llamáis el Maestro y el Señor... Os he dado ejemplo, para hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo” (Jn 13,15).
Ser cristiano consiste en ser como Jesús. Pablo señala: “A aquéllos, a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). “Son hijos de Dios aquellos que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14).
Pertenecen realmente a la comunidad de Jesús (son ovejas de su rebaño) los que escuchan su palabra que les impulsa a ser como él buscando en todo momento no hacer la voluntad propia, sino agradar al Padre y colaborar en su proyecto (cf. Jn 8,29).
Jesús nos invita a estar siempre animados por el amor: “Ésta es mi consigna: amaos los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34), amor que supone perdón, comprensión, espíritu de servicio (Col 3,12-1 5), lucha por la justicia a favor del oprimido (Mt 5,10), ser sal, fermento y luz en medio de los demás para que crezca la nueva humanidad. Nos invita, en definitiva, a estar animados por sus mismos sentimientos, apasionados por sus mismos valores, su misma visión y sentido de la vida. “Mis ovejas escuchan mi voz”, ponen el oído atento para escuchar mis consignas y saber lo que han de hacer.
Son realmente de la comunidad de Jesús los que, mediante la escucha de la Palabra y la oración, el discernimiento de los signos de los tiempos, las interpelaciones de otros creyentes o personas de buena voluntad, el consejo de personas animadas por el Espíritu, las invitaciones de quienes trabajan por el Reino y las necesidades de los demás, se esfuerzan por cumplir la voluntad de Dios. El Señor nos advierte con toda claridad que para ser de “los suyos” no basta con decirle ardientemente: “Señor, Señor”, sino que es imprescindible realizar la voluntad del Padre (Mt 7,21). Sólo ellos aceptan “la vida abundante” que Jesús ofrece a todos.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 10, 22-30 (10, 27-30). ¿Es el Mesías?
El suspense duraba demasiado. Había llegado el momento de plantearle a Jesús de cara, y con la máxima claridad posible, el interrogante definitivo: ¿Eres el Mesías? Si la palabra era entendida rectamente, Jesús era el Mesías. Pero podía ser mal entendida. De ahí nació el llamado «secreto mesiánico» en el evangelio de Marcos: Jesús impone silencio a todos aquéllos que de una manera directa o indirecta podían afirmar, por las acciones de Jesús, que era el Mesías.
Jesús contesta esta vez diciendo que el interrogante está suficientemente contestado. Se lo ha dicho claramente, tanto a través de sus palabras como de sus obras, que es un lenguaje mucho más elocuente. Pero el problema no está en sus declaraciones o en lo que él puede decir de sí mismo. El verdadero problema está en ellos, que no quieren creer. Y no quieren creer porque no le pertenecen, porque no son de los suyos, de sus ovejas. No han sido traídos por el Padre hacia él (ver el comentario a 6, 44).
Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me conocen a mí. Nadie puede comprender a una persona sin una elemental simpatía hacia ella. Es una verdad que el cuarto evangelio pone constantemente de relieve. Aquéllos que intentan con plena sinceridad y verdad un conocimiento de Jesús y una adhesión a sus palabras y obras, terminarán por crear, por tener el verdadero testimonio en sí mismos (1Jn 5, 10); un testimonio no deducible de puras premisas de lógica humana, pero un testimonio tan seguro como es la misma palabra de Dios.
Esto es cierto. Pero Jesús quiere, y así lo afirma en esta sección, que el hombre haga un análisis detallado y pormenorizado de sus obras. Las obras de Jesús como exponente de su unidad con el Padre (vv. 25. 30). Si los «judíos» quisiesen aceptar esto, no tendrían inconveniente en creer en él, en aceptar lo que dice y lo que pretende ser. Pero como se acercan a él con prejuicios y presupuestos excluyentes de la realidad escondida en Jesús, no pueden aceptarlo; los testimonios que él ofreció nunca los convencieron, porque no satisfacían las exigencias de un «racionalismo religioso», como es el que determina, en el fondo, su actitud.
La unidad del Hijo con el Padre es unidad de amor y de obediencia. ¿Tan difícil era descubrir esta unidad a través de las obras de Jesús? El don que el Padre ha hecho al Hijo comprende dos cosas: el rebaño, las ovejas, que ahora le pertenecen (recuérdese que, siguiendo la imagen del pastor y el rebaño, hay que llegar al Antiguo Testamento, dónde Yavé era el verdadero pastor) y el poder que él Padre le ha dado para salvarlas, poner la vida por ellas, la autoridad de Salvador. Y esta unidad es la que asegura al creyente que la obra de Cristo tiende esencialmente a garantizar su seguridad y salvación. Porque el creyente cree que Dios está en Cristo para la reconciliación del hombre con Dios. Es la formulación que hace el apóstol Pablo (2Cor 5, 19).
Elevación Espiritual para este día.
He aquí, hermanos, un gran misterio que hace pensar. El sonido de nuestras palabras impacta en nuestros oídos, pero el verdadero Maestro está dentro de vosotros. Que nadie piense que puede aprender algo de un hombre. La enseñanza exterior es sólo una ayuda, un reclamo. El que enseña a los corazones tiene su cátedra en el cielo. Que sea, pues, él quien hable dentro de vosotros, allí donde ningún hombre puede penetrar, puesto que, aunque alguien pueda estar a tu lado, nadie puede estar en tu corazón.
Y que no haya nadie en tu corazón: que en él esté Cristo, su unción, a fin de que tu corazón no permanezca sediento en el desierto, sin una fuente donde calmar su sed. En consecuencia, es interior el Maestro que enseña. Es Cristo quien enseña con sus inspiraciones. Cuando nos faltan sus inspiraciones y su unción, en vano alborotan las palabras de fuera.
Reflexión Espiritual para el día.
Leer significa a menudo recoger información, adquirir nuevas perspectivas y nuevos conocimientos y dominar un nuevo campo del saber. Puede conducirnos a una licenciatura, a un título, a un certificado. La lectura espiritual, sin embargo, es diferente. No significa simplemente leer cosas espirituales; significa también leer las cosas espirituales de modo espiritual. Esto requiere disponibilidad no sólo para leer, sino también para ser leídos; no sólo para dominar las palabras, sino para ser dominados.
Mientras leamos la Biblia o un libro espiritual simplemente para adquirir conocimiento, nuestra lectura no nos ayudará en nuestra vida espiritual. Podemos llegar a ser grandes expertos en cuestiones espirituales, sin llegar a ser de verdad personas espirituales. Al leer las cosas espirituales de modo espiritual, abrimos el corazón a la voz de Dios. Debemos estar dispuestos a dejar aparte el libro que estamos leyendo y escuchar simplemente lo que Dios nos dice a través de sus palabras.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos, 11, 19-26.La fundación de la Iglesia en Antioquía.
Antioquía capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. El Espíritu empuja a los apóstoles hacia los centros vitales, los centros de influencia del mundo de entonces.
Los que no se habían dispersado por la persecución llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía.
La Iglesia encuentra su camino dejándose guiar por los acontecimientos, y por el Espíritu Santo. Perseguidos en Jerusalén, expulsados de su villa natal, fundan comunidades nuevas allá donde se encuentra dispersos. Ciertamente los perseguidores no buscaban conseguir ese efecto cuando mataron a Esteban y a otros cristianos.
¿Tengo confianza en la Iglesia? ¿Tengo la íntima convicción que Dios no la abandonará en sus dificultades actuales y que su expansión misionera será todavía mayor? Señor, creo que Tú diriges la historia. Trato de contemplarte actuando en la historia contemporánea, hoy. En lo que está pasando a “favor” o en «contra» de tu Iglesia. Ayúdame a superar las apariencias.
Y predicaban la Palabra sólo a los Judíos... Pero entre ellos algunos Chipriotas y Cirenenses llegados también a Antioquía la predicaron también a los Griegos...
En este episodio encontramos un problema típico de la Iglesia de todos los tiempos: el respeto a las diversas vocaciones. Algunos se dirigen prioritariamente «a los judíos», es decir, a los que ya vivían de la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento... para ayudarles a ir más lejos y a descubrir a Jesucristo. Otros se dirigen prioritariamente a los «griegos», es decir, a los paganos que tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos.
Sostén, Señor, las iniciativas misioneras de aquellos de tus hijos que han descubierto mejor ese aspecto de tu mensaje.
Ayuda a todos los que están «en contacto con los paganos», y haz que todos, cristianos de tradición, y cristianos nuevos, cristianos de tal parroquia y cristianos de tal otra, cristianos de tal nación y cristianos de tal otra... no se opongan unos a los otros y respeten sus diversas vocaciones.
Esta noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía.
No se contentan con «crear» nuevas Iglesias locales. Cuidan de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía...
Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
Cuando llegó y vio la gracia que Dios acordaba a los paganos, se alegró, y exhortó a todos a permanecer fieles al Señor, porque era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de Fe.
Por la Fe «reconocemos» la acción de Dios en el mundo. ¡Y «damos gracias» por ello! Bernabé no había trabajado en esa comunidad: sin embargo reconoce lealmente la obra de Dios en ella. Es el mismo Espíritu Santo el que trabaja en todas partes en la Iglesia.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos.
«Cristianos» es decir, «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. Un nombre lleno de exigencias . ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. O bien, se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti!
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