28 de abril 2010. MÍERCOLES IV SEMANA DE PASCUA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. Feria o SAN PEDRO CHANEL, presbítero y mártir. Memoria Libre o SAN LUIS GRIÑON DE MONFORT, prebítero, Memoria Libre. SS. Vital mr, Prudencio ob, Beatos Juana Beretta Moya mf, José Cebula pb mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 12,24-13,5: Apártenme a Bernabé y a Saulo
Salmo 66: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Jn 12,44-50: Yo no he venido a juzgar al mundo sino a salvarlo
Jesús no es Juez de nadie. En Jesús sólo hay una oferta de vida. Fuera de él tendremos lo que tenemos: sistemas imperialistas adoradores del mercado libre para quienes lo manejan y esclavizante para quienes lo sufrimos. Estamos frente al juicio de la historia que nos echa en cara el haber elegido la injusticia, la desigualdad, el dominio, derroche y súper bienestar de unos pocos a expensas de la miseria de las mayorías. No es Jesús quien nos juzga. Nos juzgan nuestras opciones históricas personales y sociales. Y queda también juzgada, desenmascarada y en crisis toda religión que sirva de ideología justificadora para cualquier sistema construido sobre el egoísmo, el lucro, la mentira y la muerte.. Qué terrible juicio el de la historia, el de los ojos de los/as pobres y excluidos, el de la naturaleza destrozada.
Pero en medio de la noche de la consecuencia de nuestras pésimas opciones, nos llega la Palabra esperanzadora: Dios nos ha dado a Jesús no para condenarnos sino para salvarnos. Estamos en una crisis sin precedentes en la historia y sin embargo, tenemos a nuestra disposición posibilidades de un mundo nuevo, urgente, necesario y que ya se está construyendo. Debemos sumar esfuerzos.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 12,24-13,5
Apartadme a Bernabé y a Saulo
En aquellos días, la palabra de Dios cundía y se propagaba. Cuando cumplieron su misión, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose con ellos a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, apodado el Moreno, Lucio el Cireneo, Manahén, hermano de leche del virrey Herodes, y Saulo. Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado." Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, llevando como asistente a Juan.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 66
R/.Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros; / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones, / porque riges el mundo con justicia, / riges los pueblos con rectitud / y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que Dios nos bendiga; que le teman / hasta los confines del orbe. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 12,44-50
Yo he venido al mundo como luz
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre."
Palabra del Señor
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 12,24-13,5: Apártenme a Bernabé y a Saulo
Salmo 66: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Jn 12,44-50: Yo no he venido a juzgar al mundo sino a salvarlo
Jesús no es Juez de nadie. En Jesús sólo hay una oferta de vida. Fuera de él tendremos lo que tenemos: sistemas imperialistas adoradores del mercado libre para quienes lo manejan y esclavizante para quienes lo sufrimos. Estamos frente al juicio de la historia que nos echa en cara el haber elegido la injusticia, la desigualdad, el dominio, derroche y súper bienestar de unos pocos a expensas de la miseria de las mayorías. No es Jesús quien nos juzga. Nos juzgan nuestras opciones históricas personales y sociales. Y queda también juzgada, desenmascarada y en crisis toda religión que sirva de ideología justificadora para cualquier sistema construido sobre el egoísmo, el lucro, la mentira y la muerte.. Qué terrible juicio el de la historia, el de los ojos de los/as pobres y excluidos, el de la naturaleza destrozada.
Pero en medio de la noche de la consecuencia de nuestras pésimas opciones, nos llega la Palabra esperanzadora: Dios nos ha dado a Jesús no para condenarnos sino para salvarnos. Estamos en una crisis sin precedentes en la historia y sin embargo, tenemos a nuestra disposición posibilidades de un mundo nuevo, urgente, necesario y que ya se está construyendo. Debemos sumar esfuerzos.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 12,24-13,5
Apartadme a Bernabé y a Saulo
En aquellos días, la palabra de Dios cundía y se propagaba. Cuando cumplieron su misión, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose con ellos a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, apodado el Moreno, Lucio el Cireneo, Manahén, hermano de leche del virrey Herodes, y Saulo. Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado." Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, llevando como asistente a Juan.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 66
R/.Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros; / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones, / porque riges el mundo con justicia, / riges los pueblos con rectitud / y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que Dios nos bendiga; que le teman / hasta los confines del orbe. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 12,44-50
Yo he venido al mundo como luz
En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre."
Palabra del Señor
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 12,24-25;
Se produce una escasez, y la comunidad de Antioquía, por medio de Bernabé y Saulo, envía ayuda a Jerusalén. Este es el inicio de un constante «intercambio de dones» entre las Iglesias. Santiago ha sido condenado a muerte, Pedro ha sido encarcelado y liberado; muere el perseguidor Herodes Agripa, «roído por los gusanos».
“Entre tanto, la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba”: los acontecimientos humanos sirven de fondo al acontecimiento divino de la carrera de la Palabra por el mundo. La comunidad de Antioquía, como ya sabemos, se muestra vivaz y está dotada de profetas y doctores, es decir, de personas que saben señalar la novedad de Dios y saben explicar su Palabra. Pablo y Bernabé, vueltos a Antioquía con Juan Marcos, tienen ante ellos la evangelización de la gran ciudad, de cerca de medio millón de habitantes, pero el Espíritu (¿a través de un oráculo de alguno de los profetas?) les destina a la misión del vasto mundo.
¿Será ésta la verdadera voluntad de Dios? La respuesta procede del ayuno y de la oración: sí, es voluntad de Dios. No queda más que imponerles las manos, signo con el que se confía al Espíritu y se comparten las responsabilidades: la misión aparece, ya desde sus comienzos, como obra del Espíritu y del envío y colaboración de la Iglesia. La misión que construye la Iglesia no se realiza, por consiguiente, sin el discernimiento de la Iglesia, que ayuna y ora para que su obra sea lo más conforme posible al obrar del Espíritu.
Comentario Salmo 66
Este salmo es una mezcla de diversos tipos: súplica colectiva (2- 3), himno de alabanza (4.6) y acción de gracias colectiva (5.7-8). Nosotros lo consideraremos como un salmo de acción de gracias colectiva. El pueblo da gracias a Dios después de la fiesta de la Recolección, y toma conciencia de que él es el Señor del mundo.
El estribillo, que se repite en los versículos 4 y 6, divide el salmo en tres partes: 2-3; 5; 7-8. La primera (2-3) es una súplica. El pueblo le pide a Dios que tenga piedad y lo bendiga, exponiendo el motivo de esta petición, a saber, que se conozcan en la tierra los caminos de Dios y que todas las naciones tengan noticia de su salvación. La expresión «iluminar el rostro sobre alguien» significa mostrar benevolencia, mostrarse favorable. Tal vez tenga que ver con los instrumentos que empleaban los sacerdotes para echar las suertes. Si quedaba a la vista el lado pulido de la chapa o la moneda, entonces Dios estaría haciendo brillar su rostro, es decir, sería propicio. Aquí aparecen ya algunos de los términos más importantes de todo el salmo: Señor (Dios), bendición, naciones, tierra (las otras son: mundo, juzgar, gobernar).
El estribillo (4,6) formula un deseo de alcance universal: que toda la humanidad (los pueblos) alaben al Dios de Israel.
La segunda parte (5) presenta el tema central: Dios juzga al mundo con justicia, juzga a los pueblos con rectitud y gobierna las naciones de la tierra.
En la tercera parte (7-8) se muestra uno de los resultados de la bendición de Dios: la tierra ha dado su fruto. Y también se expresa un deseo: que esa bendición continúe y llegue a todo el mundo, que temerá a Dios (8).
Este salmo está muy bien estructurado: un estribillo, repetido en dos ocasiones, y dos partes que se corresponden muy bien entre sí. De hecho, si comparamos la primera parte (2-3) con la última (7-8), podemos darnos cuenta de que tienen elementos en común: Dios, la tierra (3 y 8b) y el tema de la bendición (2a y 7b). La segunda parte (5) no se corresponde con las Otras dos. Tenemos, pues, el siguiente cuadro: en el centro, como eje o motor del salmo, la segunda parte (5). Por delante y por detrás, el estribillo (4.6). En los extremos, la primera parte (2-3) y la tercera (7-8). Lo que podemos interpretar del siguiente modo: Dios juzga al mundo y a los pueblos con justicia y con rectitud, y gobierna a las naciones de la tierra (5); por eso lo alaban todos los pueblos (4.6); Dios ilumina con su rostro (su rostro brilla) (2), sus caminos son conocidos (3) y su bendición se traduce en que la tierra produce frutos abundantes (7).
Cuando nos encontramos con una estructura semejante, tenernos que acudir al eje central para encontrar el sentido del salmo. Se trata de un movimiento desde dentro hacia fuera.
Este salmo pone de manifiesto las conquistas que fue realizando el pueblo de Dios a lo largo de su caminar. En un primer momento, se creía que existían muchos dioses, uno o más por cada pueblo o nación, Con el paso del tiempo, sin embargo, Israel fue tomando conciencia de que, en realidad, existe un solo Dios, Señor de todo y de todos, y así lo enseñó a otros pueblos. El Señor no es sólo el Dios de Israel, sino el Dios de toda la humanidad. Israel tuvo que llegar al convencimiento de ello para poder enseñárselo a los demás pueblos. Por eso, en este salmo, se habla tanto de “naciones”, «pueblos», «mundo» y «tierra». Se había superado —o se estaba en proceso de superación— un conflicto «religioso» o «teológico». No existen muchos dioses. Sólo hay uno y no puede ser exclusivo de Israel. Todos los pueblos y naciones están invitados a aclamar a este Dios.
El contexto en el que se sitúa este salmo es el de la fiesta de la Recolección (7). El pueblo acaba de cosechar el cereal y, por eso, acude al templo para dar gracias. De ahí que este salmo sea una acción de gracias colectiva. Una cosecha abundante es signo de la bendición divina, una bendición que engendra vida para el pueblo. Así, Israel confiesa que su Dios está vinculado a la tierra y a la vida, convirtiendo la tierra en el seno donde brota la vida. Pero, por causa de la tierra, Israel se preguntaba: ¿Acaso Dios, Señor de la vida y de la tierra, es Dios solamente para nosotros? ¿No será también el Dios de todos los pueblos? De este modo, surge el tema central del salmo (5). Dios juzga al mundo con justicia, juzga a los pueblos con rectitud y gobierna las naciones de la tierra. Es el señor de todo el mundo y de todos los pueblos. Así, la justicia se irá implantando en todas las relaciones internacionales, de modo que todos los pueblos puedan disfrutar de las bendiciones de Dios que, en este salmo, se traducen en una cosecha abundante.
Partiendo de la recolección de los frutos de la tierra, este salino llega a la conclusión de que Dios es Señor de todos los pueblos y de todas las naciones, y que Dios reparte sus bendiciones entre todos. Este salmo está muy lejos de la mentalidad imperialista que, en nombre de Dios, pretende que todo el mundo se someta a una nación determinada. El es el único que gobierna la tierra, el único capaz de juzgar al mundo y a los pueblos con justicia y con rectitud (5).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, pero esto no es algo exclusivo de Israel, no se trata de un privilegio suyo. El es el Dios de todos los pueblos. Los juzga con justicia y rectitud. Todos los pueblos lo aclaman; y el resultado de ello es la vida que brota de la tierra. En la Biblia, la bendición es sinónimo de fecundidad. Además de lo dicho, se trata de un Dios profundamente vinculado a dos realidades: la justicia y la tierra que da su fruto. La tierra, al producir (para todos), le ha brindado a Israel la posibilidad de descubrir que Dios es el Señor del mundo y de los pueblos, sin imperialismos, sin que un pueblo tenga que dominar sobre otros. Todos los pueblos se encuentran en torno al único Dios, aclamándolo y disfrutando de su bendición, que toma cuerpo en la fecundidad de la tierra.
En el Nuevo Testamento, además de lo que ya hemos dicho a propósito de otros salinos de acción de gracias colectiva, puede ser bueno fijarse en cómo Jesús se relacionó con los que no pertenecían al pueblo de Dios, y cómo ellos creyeron en Jesús, tratándolo con cariño (por ejemplo, Lc 7,1-10; Jn 4,1-42).
Hay que rezarlo juntos, soñando con la justicia internacional, con la fraternidad entre los pueblos, con las conquistas en la lucha por la posesión de la tierra. Podemos rezarlo cuando queremos dar gracias por el don de la tierra...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 12,44-50.
La perícopa constituye el epílogo de la vida pública: es el último fragmento del “libro de los signos” de Juan. El propio Jesús dirige una clara y definitiva llamada a todos los discípulos para que orienten su propia vida en lo esencial con una adhesión convencida y vital a su divina Palabra. Estas palabras son válidas y actuales para cualquier tiempo de la Iglesia.
Antes que nada, recuerda Cristo que el objeto de la fe reposa en el Padre, que ha enviado a su propio Hijo al mundo. Entre el Padre y el Hijo hay una vida de comunión y de unidad, por lo que “el que crea” en el Hijo cree en el Padre, y «el que ve» al Hijo ve al Padre. Existe una plena identidad entre el «creer» en Jesús y el «ver» a Jesús, entre el «creer» en el Padre y el «ver» al Padre. Para el evangelista, nos encontramos frente a un ver sobrenatural que experimenta el que acoge la Palabra del Hijo de Dios y la vive. Cristo, es decir, la plena revelación de Dios, es el «rostro» de Dios hecho visible. Quien se adhiere a él reconoce y acepta el amor del Padre.
Desde el Padre y el Hijo, pasa Juan, a continuación, a considerar «el mundo» en el que viven los hombres. Quien tiene fe en Jesús entra en la vida y en la luz. Ahora bien, la necesidad de creer en el Hijo y en su misión está motivada por el hecho de que él es «la luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5; 12,35s). Quien acoge la luz de la vida escapa de las tinieblas de la muerte, de la incomprensión y del pecado, y se salva a sí mismo de la situación de ceguera en la que con frecuencia se encuentra el hombre. En efecto, el verdadero discípulo es el que cree, guarda en su corazón y pone en práctica las palabras de Jesús. Por el contrario, el que no cree ni vive las exigencias del Evangelio incurre en el juicio de condena y, el último día, será cribado por la misma Palabra de vida que no ha acogido.
En el evangelio de hoy encontramos palabras de confianza y palabras de temor. Palabras de vida y de muerte. Palabras de salvación y de condena. Es cierto que Jesús no ha venido «para juzgar el mundo». Sin embargo, su Palabra y su misión realizan automáticamente un juicio y se convierten en el criterio último de verdad y de praxis.
Mi actitud con Jesús y con su Palabra lleva a cabo hoy el juicio, el presente y el futuro. En la persona de Cristo está la realidad definitiva. Y he de hacer frente, aquí y ahora a esta realidad, porque es lo definitivo lo que sopesa lo que pasa, es lo eterno lo que criba lo transitorio. Es hoy cuando decido mi destino eterno. Es hoy cuando debo compararme con Cristo, es hoy cuando debo configurarme con la Palabra. Es hoy cuando mi vida está suspendida entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas, entre el todo y la nada.
Importancia del momento presente. Importancia decisiva del instante que estoy viviendo. Valor eterno de este fugacísimo momento. Valor del hoy para mi destino eterno. Recuperación del sentido de la dramática ambivalencia del momento presente, tan vivo en muchos santos. ¿Hacia dónde estoy orientado hoy, en este momento, en lo hondo de mi corazón?
Comentario del Santo Evangelio: Jn 12,44-50,para nuestros Mayores. Jesús, voz del Padre. Jesús, sacramento del Padre.
Juan, una vez más, levanta acta de la infidelidad del pueblo elegido al don supremo de Dios (Jn 1,1-11). Los dirigentes pretenden justificar su negativa a acogerlo alegando que Jesús no se pronuncia sobre su identidad: “Si eres el Mesías, dínoslo francamente”; pero Jesús arguye que no les faltan razones para reconocerle como el Enviado, sino buena voluntad “porque las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí”. Por su cerrazón a la palabra profética del rabí de Nazaret, se ven privados de la “vida eterna que da a las ovejas que escuchan su voz y le siguen”. Los limpios de corazón, los sencillos y sinceros, ésos sí encuentran razones suficientes para creer en él (Mt 11,25).
El rechazo del pueblo judío al Enviado de Dios es trágico. Pero, como alertan Pablo, el autor de la carta a los Hebreos y Juan en el Apocalipsis, es preciso estar muy vigilantes para no repetir el mismo error (Rm 11,21; 1 Co 10,6-12; Hb 3,12; Ap 2,7).
Si, según Jesús, su pueblo no tiene disculpas de no haberle recibido, muchísimo menos nosotros. Ellos, para reconocerle como el Enviado, tenían que discernir los hechos y dichos de aquel desconocido rabí de Nazaret al que los dirigentes religiosos se oponían y denunciaban como “endemoniado” y “loco” (Mc 3,20).
Nosotros testimoniamos en nuestras confesiones de fe que Jesús es Dios humanado, el rostro y la boca de Dios. Pero lo importante es si, sabiéndolo, hacemos de su mensaje y testimonio los determinantes de nuestra vida, porque, de lo contrario, nuestra insensatez sería incomprensible. ¿Vivimos, como señala Jesús, de toda palabra que sale de la boca de Dios? (Mt 4,4).
J. B. Metz habla del desafío más grave al que nos enfrentamos los cristianos en Europa: decidirnos entre “una religión burguesa” o “un cristianismo de seguimiento”. Seguir a Jesús no significa huir hacia el pasado, sino tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a él. Como ha dicho alguien con ingenio, se trata de vivir hoy “con el aire de Jesús” y no “al aire que más sopla”.
Es gran insensatez negarse a ver la luz, pero es todavía mayor insensatez vivir en tinieblas renunciando a vivir en la luz que se conoce: “Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir” (Jn 12,49). No hemos de descartarnos de este riesgo los mismos piadosos. Son bastantes los que, después de incorporarse a grupos de catecumenado de adultos y a la luz de la Palabra de Dios, confiesan haberse convertido y haber empezado a caminar de cerca tras las huellas de Jesús.
La comunidad cristiana, comunidad misionera. Lucas presenta a los cristianos formando comunidades muy fraternales y muy misioneras. Quienes por la fe se han encontrado con Jesucristo, sienten la necesidad íntima de anunciarlo. Los miembros de la comunidad de Jerusalén, dispersados por la persecución, anuncian la Buena Noticia a judíos y paganos; la comunidad de Antioquia envía a Pablo y Bernabé como misioneros itinerantes. No son espontáneos; es la comunidad la que les impone las manos y los envía a anunciar su propia fe. Como enviados por la comunidad, retornarán periódicamente para informar sobre la marcha de la misión. Es toda la comunidad la que apoya y respalda su acción misionera, al tiempo que cada uno de sus miembros es misionero en el propio ambiente.
Jesús, el Enviado, nos envía para que seamos su rostro y su boca: “Lo que habéis oído en secreto gritando desde las terrazas” (Mt 10,27). “La Iglesia existe para evangelizar”, señala Pablo VI; una comunidad que no es misionera, no es cristiana. La comunidad no es sólo una estufa para darse calor sus propios miembros, ignorando a los que están fuera. “Tengo otras ovejas que no están en el redil y que hay que atraerlas” (Jn 10,16).
Todos los documentos últimos y significativos de la Iglesia insisten en la imprescindible dimensión misionera de la fe. Esta preocupación misionera es un rasgo que define su autenticidad y el camino para crecer en ella. Siete millones y medio de participantes en la Eucaristía dominical que ejercieran como misioneros sería toda una legión de evangelizadores. Otros rebajan su acción misionera a proselitismo para engrandecer su movimiento, su organización, más que para suscitar creyentes en Jesús y miembros de su comunidad. Escribía Pablo VI: “Se nos pregunta con fuerza: ¿Creéis verdaderamente lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial para la eficacia del anuncio”. “De la misa a la misión”, se dice. Y si no, no hay misa que valga.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 12, 44-50. Agente de Dios en el mundo.
Comienza la sección con un «clamor o grito» de Jesús. El verbo griego que traducimos por clamar o gritar es utilizado cuatro veces en el evangelio de Juan (1, 15; 7, 28. 37 y aquí, en 12, 44). En todos los pasajes donde aparece introduce una proclamación que declara quién es Jesús.
Jesús actúa en nombre de Dios, es su agente en el mundo, que no hace nada por su propia autoridad sino que obra en absoluta dependencia del Padre, y con la más total obediencia a ella. Por eso la fe en él es la fe en el Padre, a quien obedece y de quien ha recibido el sello, la más absoluta aprobación.
Después de la declaración o testimonio dado por Juan (1, 15) y de la auto-presentación de Jesús durante la fiesta de los Tabernáculos (7, 28) y en el día más solemne de la misma (7, 37), aquí es introducido por última vez y a modo de sumario que resume los principales temas, tratados en esta sección o gran primera parte del evangelio. Como resumen recoge los diversos aspectos bajo los cuales Jesús se ha presentado:
a) Creer en Jesús, verlo, significa creer y ver al que lo ha enviado. Es el tema deja unidad: el Padre y yo somos una misma cosa. Jesús refleja a Dios lo acerca al hombre, lo da a conocer, lo comunica.
b) Jesús es la luz. La misión de Jesús es portadora de salud, es salvación. Vino para introducir la luz en el ámbito de las tinieblas, de la incredulidad, para que los hombres puedan creer en él y ser salvos.
c) La suerte y destino del hombre se juega en el dilema fe-incredulidad. Dilema «fe-incredulidad» que tiene otro como contrapartida, «salvación-condenación». El dilema gira en torno a la aceptación o rechazo de Jesús, en torno a su palabra. Jesús no vino para juzgar sino para salvar. Es la actitud mantenida frente a él la que juzga o salva. Por eso él mismo dice en otra ocasión: «El que me rechaza y no recibe mis palabras tiene ya quien lo juzgue; la palabra que yo he hablado, ésa lo juzgará en el último día» (v. 48): Sobre la base judía de la creencia en la Ley: la Ley juzgará a los desobedientes en el último día. Jesús se presenta, una vez más, sustituyendo y superando la Ley.
El principio de referencia en el juicio último será la palabra de Jesús, porque, desde el principio hasta el fin de su actividad, Jesús no ha enseñado nada por su cuenta, independientemente del Padre. El Padre, que le ha enviado, es la fuente de todo cuanto ha dicho. Por eso necesariamente tiene que haber una coincidencia absoluta en el veredicto último. La palabra de Jesús es la palabra del Padre; tiene, por tanto, la autoridad de Dios.
d) La venida de Jesús, su acción y su palabra, tenía un único propósito: comunicar la vida. Esto es presentado como el mandamiento que ha recibido del Padre.
Elevación Espiritual para este día.
Las divinas Lecturas, si bien, por un lado, levantan nuestro ánimo para que no nos aplaste la desesperación, por otro nos infunden miedo para que no nos agite el viento de la soberbia. Seguir el camino de en medio, verdadero, recto, que —como decimos también— corre entre la izquierda de la desesperación y la diestra de la presunción, nos resultaría muy difícil si Cristo no nos hubiera dicho: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Como si hubiera dicho: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿Adónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Caminemos, pues, con seguridad por este camino, pero temamos también las insidias que nos amenazan.
Reflexión Espiritual para el día.
El gran misterio de la encarnación es que Dios tomó en Jesús la carne humana, a fin de que toda carne humana pudiera revestirse de la vida divina. Nuestras vidas son frágiles y están destinadas a la muerte; ahora bien, puesto que Dios, a través de Jesús, ha compartido nuestra vida frágil y mortal, ya no tiene la muerte la última palabra. La vida ha salido victoriosa.
Escribe el apóstol Pablo: «Cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,54). Jesús ha suprimido la fatalidad de nuestra existencia y le ha dado a nuestra vida un valor eterno.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos, 12, 24 a 13, 5. Hay cargos y responsabilidades diferentes.
En esa época, en la Iglesia fundada en Antioquía, había profetas y doctores.
Desde un principio, las comunidades cristianas están estructuradas. Hay «cargos» y responsabilidades diferentes, determinados sin duda por competencias humanas diferentes, y por vocaciones del Espíritu Santo diversificadas. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo...
Los doctores eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en las escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Ayúdanos, Señor, a comprender inteligentemente lo que quieres decirnos a través de las palabras de tu evangelio y de los demás textos sagrados.
Un día, mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo...
Imagino a esos hombres y mujeres, reunidos en casa de uno de ellos, en Antioquía. En aquella época no había lugares oficiales de culto. «Celebran el culto del Señor». Sabemos que su reunión constaba de dos partes: primero una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas de textos sagrados y salmos cantados... luego una liturgia de la eucaristía que terminaba con la comunión... Reconocemos, en esos ritos, el plan de nuestra misa actual. Pero la cita añade ¡«y ayunando»! El «ayuno» es decir «la libre privación de alimento» es un gesto de todas las religiones —Judaísmo, Islamismo, Hinduísmo, Fetichismo, etc...— Los primeros cristianos también hacían regularmente ese gesto, signo de sacrificio y penitencia por sus pecados. Un día, durante esa «celebración» —de culto y ayuno— el Espíritu Santo les dijo... sorprende ver el papel importante del Espíritu Santo en los «Hechos de los Apóstoles». Se diría que no hay más que un «actor» que anima a los cristianos y a los apóstoles. Esa comunidad cristiana no es una agrupación ordinaria. Es un grupo consciente de poseer en su seno al Señor Jesucristo, vivo, resucitado, glorificado, actuando y animando a su comunidad, la Iglesia, por el poder de su Espíritu. Son hombres, ciertamente semejantes a todos los demás, con los que se codean por las calles de Antioquía. Pero, esos hombres son portadores de Dios, están a la escucha de Dios y movidos por El. Son hombres conscientes de que ¡«el Espíritu Santo les habla»! y les pide que hagan ciertas cosas.
«Separadme ya a Bernabé y a Pablo para la obra a la que los he llamado».
Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero.
Después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos...
Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos.., les da un «signo» —sacramento— que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes hoy: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
Enviados por el Espíritu Santo... anunciaban la Palabra de Dios.
El concilio, Vaticano II, ha repetido que hoy todo cristiano, —sacerdote, laico, o religioso— debe ser «misionero». Ayúdame, Señor, a ver de qué modo «soy enviado» yo también. Y de cómo, yo también, he de «anunciar la Palabra de Dios».
Se produce una escasez, y la comunidad de Antioquía, por medio de Bernabé y Saulo, envía ayuda a Jerusalén. Este es el inicio de un constante «intercambio de dones» entre las Iglesias. Santiago ha sido condenado a muerte, Pedro ha sido encarcelado y liberado; muere el perseguidor Herodes Agripa, «roído por los gusanos».
“Entre tanto, la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba”: los acontecimientos humanos sirven de fondo al acontecimiento divino de la carrera de la Palabra por el mundo. La comunidad de Antioquía, como ya sabemos, se muestra vivaz y está dotada de profetas y doctores, es decir, de personas que saben señalar la novedad de Dios y saben explicar su Palabra. Pablo y Bernabé, vueltos a Antioquía con Juan Marcos, tienen ante ellos la evangelización de la gran ciudad, de cerca de medio millón de habitantes, pero el Espíritu (¿a través de un oráculo de alguno de los profetas?) les destina a la misión del vasto mundo.
¿Será ésta la verdadera voluntad de Dios? La respuesta procede del ayuno y de la oración: sí, es voluntad de Dios. No queda más que imponerles las manos, signo con el que se confía al Espíritu y se comparten las responsabilidades: la misión aparece, ya desde sus comienzos, como obra del Espíritu y del envío y colaboración de la Iglesia. La misión que construye la Iglesia no se realiza, por consiguiente, sin el discernimiento de la Iglesia, que ayuna y ora para que su obra sea lo más conforme posible al obrar del Espíritu.
Comentario Salmo 66
Este salmo es una mezcla de diversos tipos: súplica colectiva (2- 3), himno de alabanza (4.6) y acción de gracias colectiva (5.7-8). Nosotros lo consideraremos como un salmo de acción de gracias colectiva. El pueblo da gracias a Dios después de la fiesta de la Recolección, y toma conciencia de que él es el Señor del mundo.
El estribillo, que se repite en los versículos 4 y 6, divide el salmo en tres partes: 2-3; 5; 7-8. La primera (2-3) es una súplica. El pueblo le pide a Dios que tenga piedad y lo bendiga, exponiendo el motivo de esta petición, a saber, que se conozcan en la tierra los caminos de Dios y que todas las naciones tengan noticia de su salvación. La expresión «iluminar el rostro sobre alguien» significa mostrar benevolencia, mostrarse favorable. Tal vez tenga que ver con los instrumentos que empleaban los sacerdotes para echar las suertes. Si quedaba a la vista el lado pulido de la chapa o la moneda, entonces Dios estaría haciendo brillar su rostro, es decir, sería propicio. Aquí aparecen ya algunos de los términos más importantes de todo el salmo: Señor (Dios), bendición, naciones, tierra (las otras son: mundo, juzgar, gobernar).
El estribillo (4,6) formula un deseo de alcance universal: que toda la humanidad (los pueblos) alaben al Dios de Israel.
La segunda parte (5) presenta el tema central: Dios juzga al mundo con justicia, juzga a los pueblos con rectitud y gobierna las naciones de la tierra.
En la tercera parte (7-8) se muestra uno de los resultados de la bendición de Dios: la tierra ha dado su fruto. Y también se expresa un deseo: que esa bendición continúe y llegue a todo el mundo, que temerá a Dios (8).
Este salmo está muy bien estructurado: un estribillo, repetido en dos ocasiones, y dos partes que se corresponden muy bien entre sí. De hecho, si comparamos la primera parte (2-3) con la última (7-8), podemos darnos cuenta de que tienen elementos en común: Dios, la tierra (3 y 8b) y el tema de la bendición (2a y 7b). La segunda parte (5) no se corresponde con las Otras dos. Tenemos, pues, el siguiente cuadro: en el centro, como eje o motor del salmo, la segunda parte (5). Por delante y por detrás, el estribillo (4.6). En los extremos, la primera parte (2-3) y la tercera (7-8). Lo que podemos interpretar del siguiente modo: Dios juzga al mundo y a los pueblos con justicia y con rectitud, y gobierna a las naciones de la tierra (5); por eso lo alaban todos los pueblos (4.6); Dios ilumina con su rostro (su rostro brilla) (2), sus caminos son conocidos (3) y su bendición se traduce en que la tierra produce frutos abundantes (7).
Cuando nos encontramos con una estructura semejante, tenernos que acudir al eje central para encontrar el sentido del salmo. Se trata de un movimiento desde dentro hacia fuera.
Este salmo pone de manifiesto las conquistas que fue realizando el pueblo de Dios a lo largo de su caminar. En un primer momento, se creía que existían muchos dioses, uno o más por cada pueblo o nación, Con el paso del tiempo, sin embargo, Israel fue tomando conciencia de que, en realidad, existe un solo Dios, Señor de todo y de todos, y así lo enseñó a otros pueblos. El Señor no es sólo el Dios de Israel, sino el Dios de toda la humanidad. Israel tuvo que llegar al convencimiento de ello para poder enseñárselo a los demás pueblos. Por eso, en este salmo, se habla tanto de “naciones”, «pueblos», «mundo» y «tierra». Se había superado —o se estaba en proceso de superación— un conflicto «religioso» o «teológico». No existen muchos dioses. Sólo hay uno y no puede ser exclusivo de Israel. Todos los pueblos y naciones están invitados a aclamar a este Dios.
El contexto en el que se sitúa este salmo es el de la fiesta de la Recolección (7). El pueblo acaba de cosechar el cereal y, por eso, acude al templo para dar gracias. De ahí que este salmo sea una acción de gracias colectiva. Una cosecha abundante es signo de la bendición divina, una bendición que engendra vida para el pueblo. Así, Israel confiesa que su Dios está vinculado a la tierra y a la vida, convirtiendo la tierra en el seno donde brota la vida. Pero, por causa de la tierra, Israel se preguntaba: ¿Acaso Dios, Señor de la vida y de la tierra, es Dios solamente para nosotros? ¿No será también el Dios de todos los pueblos? De este modo, surge el tema central del salmo (5). Dios juzga al mundo con justicia, juzga a los pueblos con rectitud y gobierna las naciones de la tierra. Es el señor de todo el mundo y de todos los pueblos. Así, la justicia se irá implantando en todas las relaciones internacionales, de modo que todos los pueblos puedan disfrutar de las bendiciones de Dios que, en este salmo, se traducen en una cosecha abundante.
Partiendo de la recolección de los frutos de la tierra, este salino llega a la conclusión de que Dios es Señor de todos los pueblos y de todas las naciones, y que Dios reparte sus bendiciones entre todos. Este salmo está muy lejos de la mentalidad imperialista que, en nombre de Dios, pretende que todo el mundo se someta a una nación determinada. El es el único que gobierna la tierra, el único capaz de juzgar al mundo y a los pueblos con justicia y con rectitud (5).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, pero esto no es algo exclusivo de Israel, no se trata de un privilegio suyo. El es el Dios de todos los pueblos. Los juzga con justicia y rectitud. Todos los pueblos lo aclaman; y el resultado de ello es la vida que brota de la tierra. En la Biblia, la bendición es sinónimo de fecundidad. Además de lo dicho, se trata de un Dios profundamente vinculado a dos realidades: la justicia y la tierra que da su fruto. La tierra, al producir (para todos), le ha brindado a Israel la posibilidad de descubrir que Dios es el Señor del mundo y de los pueblos, sin imperialismos, sin que un pueblo tenga que dominar sobre otros. Todos los pueblos se encuentran en torno al único Dios, aclamándolo y disfrutando de su bendición, que toma cuerpo en la fecundidad de la tierra.
En el Nuevo Testamento, además de lo que ya hemos dicho a propósito de otros salinos de acción de gracias colectiva, puede ser bueno fijarse en cómo Jesús se relacionó con los que no pertenecían al pueblo de Dios, y cómo ellos creyeron en Jesús, tratándolo con cariño (por ejemplo, Lc 7,1-10; Jn 4,1-42).
Hay que rezarlo juntos, soñando con la justicia internacional, con la fraternidad entre los pueblos, con las conquistas en la lucha por la posesión de la tierra. Podemos rezarlo cuando queremos dar gracias por el don de la tierra...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 12,44-50.
La perícopa constituye el epílogo de la vida pública: es el último fragmento del “libro de los signos” de Juan. El propio Jesús dirige una clara y definitiva llamada a todos los discípulos para que orienten su propia vida en lo esencial con una adhesión convencida y vital a su divina Palabra. Estas palabras son válidas y actuales para cualquier tiempo de la Iglesia.
Antes que nada, recuerda Cristo que el objeto de la fe reposa en el Padre, que ha enviado a su propio Hijo al mundo. Entre el Padre y el Hijo hay una vida de comunión y de unidad, por lo que “el que crea” en el Hijo cree en el Padre, y «el que ve» al Hijo ve al Padre. Existe una plena identidad entre el «creer» en Jesús y el «ver» a Jesús, entre el «creer» en el Padre y el «ver» al Padre. Para el evangelista, nos encontramos frente a un ver sobrenatural que experimenta el que acoge la Palabra del Hijo de Dios y la vive. Cristo, es decir, la plena revelación de Dios, es el «rostro» de Dios hecho visible. Quien se adhiere a él reconoce y acepta el amor del Padre.
Desde el Padre y el Hijo, pasa Juan, a continuación, a considerar «el mundo» en el que viven los hombres. Quien tiene fe en Jesús entra en la vida y en la luz. Ahora bien, la necesidad de creer en el Hijo y en su misión está motivada por el hecho de que él es «la luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5; 12,35s). Quien acoge la luz de la vida escapa de las tinieblas de la muerte, de la incomprensión y del pecado, y se salva a sí mismo de la situación de ceguera en la que con frecuencia se encuentra el hombre. En efecto, el verdadero discípulo es el que cree, guarda en su corazón y pone en práctica las palabras de Jesús. Por el contrario, el que no cree ni vive las exigencias del Evangelio incurre en el juicio de condena y, el último día, será cribado por la misma Palabra de vida que no ha acogido.
En el evangelio de hoy encontramos palabras de confianza y palabras de temor. Palabras de vida y de muerte. Palabras de salvación y de condena. Es cierto que Jesús no ha venido «para juzgar el mundo». Sin embargo, su Palabra y su misión realizan automáticamente un juicio y se convierten en el criterio último de verdad y de praxis.
Mi actitud con Jesús y con su Palabra lleva a cabo hoy el juicio, el presente y el futuro. En la persona de Cristo está la realidad definitiva. Y he de hacer frente, aquí y ahora a esta realidad, porque es lo definitivo lo que sopesa lo que pasa, es lo eterno lo que criba lo transitorio. Es hoy cuando decido mi destino eterno. Es hoy cuando debo compararme con Cristo, es hoy cuando debo configurarme con la Palabra. Es hoy cuando mi vida está suspendida entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas, entre el todo y la nada.
Importancia del momento presente. Importancia decisiva del instante que estoy viviendo. Valor eterno de este fugacísimo momento. Valor del hoy para mi destino eterno. Recuperación del sentido de la dramática ambivalencia del momento presente, tan vivo en muchos santos. ¿Hacia dónde estoy orientado hoy, en este momento, en lo hondo de mi corazón?
Comentario del Santo Evangelio: Jn 12,44-50,para nuestros Mayores. Jesús, voz del Padre. Jesús, sacramento del Padre.
Juan, una vez más, levanta acta de la infidelidad del pueblo elegido al don supremo de Dios (Jn 1,1-11). Los dirigentes pretenden justificar su negativa a acogerlo alegando que Jesús no se pronuncia sobre su identidad: “Si eres el Mesías, dínoslo francamente”; pero Jesús arguye que no les faltan razones para reconocerle como el Enviado, sino buena voluntad “porque las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí”. Por su cerrazón a la palabra profética del rabí de Nazaret, se ven privados de la “vida eterna que da a las ovejas que escuchan su voz y le siguen”. Los limpios de corazón, los sencillos y sinceros, ésos sí encuentran razones suficientes para creer en él (Mt 11,25).
El rechazo del pueblo judío al Enviado de Dios es trágico. Pero, como alertan Pablo, el autor de la carta a los Hebreos y Juan en el Apocalipsis, es preciso estar muy vigilantes para no repetir el mismo error (Rm 11,21; 1 Co 10,6-12; Hb 3,12; Ap 2,7).
Si, según Jesús, su pueblo no tiene disculpas de no haberle recibido, muchísimo menos nosotros. Ellos, para reconocerle como el Enviado, tenían que discernir los hechos y dichos de aquel desconocido rabí de Nazaret al que los dirigentes religiosos se oponían y denunciaban como “endemoniado” y “loco” (Mc 3,20).
Nosotros testimoniamos en nuestras confesiones de fe que Jesús es Dios humanado, el rostro y la boca de Dios. Pero lo importante es si, sabiéndolo, hacemos de su mensaje y testimonio los determinantes de nuestra vida, porque, de lo contrario, nuestra insensatez sería incomprensible. ¿Vivimos, como señala Jesús, de toda palabra que sale de la boca de Dios? (Mt 4,4).
J. B. Metz habla del desafío más grave al que nos enfrentamos los cristianos en Europa: decidirnos entre “una religión burguesa” o “un cristianismo de seguimiento”. Seguir a Jesús no significa huir hacia el pasado, sino tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a él. Como ha dicho alguien con ingenio, se trata de vivir hoy “con el aire de Jesús” y no “al aire que más sopla”.
Es gran insensatez negarse a ver la luz, pero es todavía mayor insensatez vivir en tinieblas renunciando a vivir en la luz que se conoce: “Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir” (Jn 12,49). No hemos de descartarnos de este riesgo los mismos piadosos. Son bastantes los que, después de incorporarse a grupos de catecumenado de adultos y a la luz de la Palabra de Dios, confiesan haberse convertido y haber empezado a caminar de cerca tras las huellas de Jesús.
La comunidad cristiana, comunidad misionera. Lucas presenta a los cristianos formando comunidades muy fraternales y muy misioneras. Quienes por la fe se han encontrado con Jesucristo, sienten la necesidad íntima de anunciarlo. Los miembros de la comunidad de Jerusalén, dispersados por la persecución, anuncian la Buena Noticia a judíos y paganos; la comunidad de Antioquia envía a Pablo y Bernabé como misioneros itinerantes. No son espontáneos; es la comunidad la que les impone las manos y los envía a anunciar su propia fe. Como enviados por la comunidad, retornarán periódicamente para informar sobre la marcha de la misión. Es toda la comunidad la que apoya y respalda su acción misionera, al tiempo que cada uno de sus miembros es misionero en el propio ambiente.
Jesús, el Enviado, nos envía para que seamos su rostro y su boca: “Lo que habéis oído en secreto gritando desde las terrazas” (Mt 10,27). “La Iglesia existe para evangelizar”, señala Pablo VI; una comunidad que no es misionera, no es cristiana. La comunidad no es sólo una estufa para darse calor sus propios miembros, ignorando a los que están fuera. “Tengo otras ovejas que no están en el redil y que hay que atraerlas” (Jn 10,16).
Todos los documentos últimos y significativos de la Iglesia insisten en la imprescindible dimensión misionera de la fe. Esta preocupación misionera es un rasgo que define su autenticidad y el camino para crecer en ella. Siete millones y medio de participantes en la Eucaristía dominical que ejercieran como misioneros sería toda una legión de evangelizadores. Otros rebajan su acción misionera a proselitismo para engrandecer su movimiento, su organización, más que para suscitar creyentes en Jesús y miembros de su comunidad. Escribía Pablo VI: “Se nos pregunta con fuerza: ¿Creéis verdaderamente lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial para la eficacia del anuncio”. “De la misa a la misión”, se dice. Y si no, no hay misa que valga.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 12, 44-50. Agente de Dios en el mundo.
Comienza la sección con un «clamor o grito» de Jesús. El verbo griego que traducimos por clamar o gritar es utilizado cuatro veces en el evangelio de Juan (1, 15; 7, 28. 37 y aquí, en 12, 44). En todos los pasajes donde aparece introduce una proclamación que declara quién es Jesús.
Jesús actúa en nombre de Dios, es su agente en el mundo, que no hace nada por su propia autoridad sino que obra en absoluta dependencia del Padre, y con la más total obediencia a ella. Por eso la fe en él es la fe en el Padre, a quien obedece y de quien ha recibido el sello, la más absoluta aprobación.
Después de la declaración o testimonio dado por Juan (1, 15) y de la auto-presentación de Jesús durante la fiesta de los Tabernáculos (7, 28) y en el día más solemne de la misma (7, 37), aquí es introducido por última vez y a modo de sumario que resume los principales temas, tratados en esta sección o gran primera parte del evangelio. Como resumen recoge los diversos aspectos bajo los cuales Jesús se ha presentado:
a) Creer en Jesús, verlo, significa creer y ver al que lo ha enviado. Es el tema deja unidad: el Padre y yo somos una misma cosa. Jesús refleja a Dios lo acerca al hombre, lo da a conocer, lo comunica.
b) Jesús es la luz. La misión de Jesús es portadora de salud, es salvación. Vino para introducir la luz en el ámbito de las tinieblas, de la incredulidad, para que los hombres puedan creer en él y ser salvos.
c) La suerte y destino del hombre se juega en el dilema fe-incredulidad. Dilema «fe-incredulidad» que tiene otro como contrapartida, «salvación-condenación». El dilema gira en torno a la aceptación o rechazo de Jesús, en torno a su palabra. Jesús no vino para juzgar sino para salvar. Es la actitud mantenida frente a él la que juzga o salva. Por eso él mismo dice en otra ocasión: «El que me rechaza y no recibe mis palabras tiene ya quien lo juzgue; la palabra que yo he hablado, ésa lo juzgará en el último día» (v. 48): Sobre la base judía de la creencia en la Ley: la Ley juzgará a los desobedientes en el último día. Jesús se presenta, una vez más, sustituyendo y superando la Ley.
El principio de referencia en el juicio último será la palabra de Jesús, porque, desde el principio hasta el fin de su actividad, Jesús no ha enseñado nada por su cuenta, independientemente del Padre. El Padre, que le ha enviado, es la fuente de todo cuanto ha dicho. Por eso necesariamente tiene que haber una coincidencia absoluta en el veredicto último. La palabra de Jesús es la palabra del Padre; tiene, por tanto, la autoridad de Dios.
d) La venida de Jesús, su acción y su palabra, tenía un único propósito: comunicar la vida. Esto es presentado como el mandamiento que ha recibido del Padre.
Elevación Espiritual para este día.
Las divinas Lecturas, si bien, por un lado, levantan nuestro ánimo para que no nos aplaste la desesperación, por otro nos infunden miedo para que no nos agite el viento de la soberbia. Seguir el camino de en medio, verdadero, recto, que —como decimos también— corre entre la izquierda de la desesperación y la diestra de la presunción, nos resultaría muy difícil si Cristo no nos hubiera dicho: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Como si hubiera dicho: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿Adónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Caminemos, pues, con seguridad por este camino, pero temamos también las insidias que nos amenazan.
Reflexión Espiritual para el día.
El gran misterio de la encarnación es que Dios tomó en Jesús la carne humana, a fin de que toda carne humana pudiera revestirse de la vida divina. Nuestras vidas son frágiles y están destinadas a la muerte; ahora bien, puesto que Dios, a través de Jesús, ha compartido nuestra vida frágil y mortal, ya no tiene la muerte la última palabra. La vida ha salido victoriosa.
Escribe el apóstol Pablo: «Cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,54). Jesús ha suprimido la fatalidad de nuestra existencia y le ha dado a nuestra vida un valor eterno.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos, 12, 24 a 13, 5. Hay cargos y responsabilidades diferentes.
En esa época, en la Iglesia fundada en Antioquía, había profetas y doctores.
Desde un principio, las comunidades cristianas están estructuradas. Hay «cargos» y responsabilidades diferentes, determinados sin duda por competencias humanas diferentes, y por vocaciones del Espíritu Santo diversificadas. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo...
Los doctores eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en las escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Ayúdanos, Señor, a comprender inteligentemente lo que quieres decirnos a través de las palabras de tu evangelio y de los demás textos sagrados.
Un día, mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo...
Imagino a esos hombres y mujeres, reunidos en casa de uno de ellos, en Antioquía. En aquella época no había lugares oficiales de culto. «Celebran el culto del Señor». Sabemos que su reunión constaba de dos partes: primero una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas de textos sagrados y salmos cantados... luego una liturgia de la eucaristía que terminaba con la comunión... Reconocemos, en esos ritos, el plan de nuestra misa actual. Pero la cita añade ¡«y ayunando»! El «ayuno» es decir «la libre privación de alimento» es un gesto de todas las religiones —Judaísmo, Islamismo, Hinduísmo, Fetichismo, etc...— Los primeros cristianos también hacían regularmente ese gesto, signo de sacrificio y penitencia por sus pecados. Un día, durante esa «celebración» —de culto y ayuno— el Espíritu Santo les dijo... sorprende ver el papel importante del Espíritu Santo en los «Hechos de los Apóstoles». Se diría que no hay más que un «actor» que anima a los cristianos y a los apóstoles. Esa comunidad cristiana no es una agrupación ordinaria. Es un grupo consciente de poseer en su seno al Señor Jesucristo, vivo, resucitado, glorificado, actuando y animando a su comunidad, la Iglesia, por el poder de su Espíritu. Son hombres, ciertamente semejantes a todos los demás, con los que se codean por las calles de Antioquía. Pero, esos hombres son portadores de Dios, están a la escucha de Dios y movidos por El. Son hombres conscientes de que ¡«el Espíritu Santo les habla»! y les pide que hagan ciertas cosas.
«Separadme ya a Bernabé y a Pablo para la obra a la que los he llamado».
Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero.
Después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos...
Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos.., les da un «signo» —sacramento— que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes hoy: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
Enviados por el Espíritu Santo... anunciaban la Palabra de Dios.
El concilio, Vaticano II, ha repetido que hoy todo cristiano, —sacerdote, laico, o religioso— debe ser «misionero». Ayúdame, Señor, a ver de qué modo «soy enviado» yo también. Y de cómo, yo también, he de «anunciar la Palabra de Dios».
Copyright © Reflexiones Católicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario