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jueves, 29 de abril de 2010

Lecturas del día 29-04-2010. Ciclo C.

29 de abril 2010. JUEVES. IV SEMANA DE PASCUA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL.  FIESTA. SANTA CATALINA DE SIENA PATRONA DE EUROPA, virgen y doctora. SS.Tíquico NT, Hugo ab.

LITURGIA DE LA PALABRA,

1 Jn 1, 5-2,2. La sangre de Jesús nos limpia los pecados.
Salmo 102. Bendice , alma mia al Señor.
Mt 11, 25-30. Has escondido estas cosas a los sabios y las has reservado a la gente sencilla 

Santa Catalina de Siena fue canonizada por Pío II en el año 1461 y proclamada patrona de Italia, junto con san Francisco, por Pío XII en 1939. Pablo Vila declaró doctoro de la Iglesia en 1.970, y Juan Pablo u, copatrona de Europa en 1999.

Su vida duró sólo treinta y tres años: en 1.347 nació en Siena y en 1380 murió en Roma. A los seis años tuvo la primera visión, a los siete hizo el voto de virginidad y a los dieciséis tuvo lugar su consagración en la tercera orden de santo Domingo. La vemos como misionera de la redención, capaz de componer bandos opuestos, de emprender largos viajes, de atraer ejércitos de discípulos, de escribir a una multitud de personas de Italia y de Europa, de hacer volver al papa a Roma, de defender el pontificado en el aran cisma de Occidente, de adentrarse en los asuntos sagrados y políticos de la Iglesia de su tiempo, de ingeniárselas para la mejora de las costumbres y para la asistencia a enfermos y presos.

PRIMERA LECTURA
1 Jn 1, 5-2,2.
Queridos hermanos: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es.luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Palabra de Dios
Salmo responsorial: 102.
R/. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/

El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R/
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. R/.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. R/.
Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos, para los que guardan la alianza. R/.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Mt 11, 25-30. Haz escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla.

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 1,5-2,2
Juan aborda la realidad de luz de Dios con un estilo y una opción humana de vida: «caminar en la luz». Decir que Dios es luz no significa afirmar que nosotros le veamos: «Nadie puede ver sus propios ojos, porque ve precisamente a través de ellos, y Dios es la luz mediante la cual nos vemos: vemos no un “objeto” claramente perfilado llamado Dios, sino cualquier otra cosa en el Uno invisible» (Thomas Merton). Dios es luz en el sentido de que nos ilumina a nosotros, de que nos da esa claridad que necesitamos para discernir su designio sobre nosotros y para encontrar el camino que nos conduce a través de nuestra historia cotidiana.

A continuación, Juan especifica en qué consiste «caminar en la luz»: consiste en practicar la verdad, en estar en comunión con los otros, en dejarse purificar por la sangre de Cristo. La práctica de la verdad es, a su vez, el presupuesto para vivir la comunión fraterna, prueba de la verdadera comunión con Dios.

Ambas comuniones, la horizontal y la vertical, se cruzan: una se convierte en verificación de la autenticidad de la otra. Ambas se mantienen o caen juntas. Por último, premisa y consecuencia, al mismo tiempo, del caminar por la vía de la luz y de la verdad es la actitud frente a nuestra propia condición de pecadores, necesitados de la salvación, que sólo puede venir de la sangre de Cristo.

Comentario del Salmo 102
Este salmo es un himno de alabanza. Se alaba al Señor con todas las fuerzas y se le da gracias por todos los beneficios que ha concedido a una persona (1b-2) y a todo el pueblo (7-19). El salmista bendice a Dios e invita a todas las realidades creadas a que hagan lo mismo.

Existen diferentes propuestas, pero nos limitamos a presentar sólo una de ellas. Este salmo comienza (1b-2) y termina (20-22) invitando a bendecir. Al principio y al final del salmo se encuentra la misma expresión: « ¡Bendice, alma mía, al Señor!». Además de estas dos invitaciones al principio y al final, se pueden distinguir dos partes: 3-6 y 7-19.

El salmista se dirige a sí mismo, esto es, a su propia alma, la primera de las invitaciones: se anima a sí mismo a bendecir al Señor con todas sus fuerzas y sin olvidar ninguno de sus beneficios, ¿De qué beneficios se trata? Se enumeran en la primera parte (3-6) y se refieren a acciones de Dios, a sus gestos de liberación: perdona sus culpas, cura sus enfermedades (3), arranca su vida de las garras de la muerte, coronándola de amor y de compasión (4), sacia de bienes los años que vive el salmista (5), hace justicia y defiende a los oprimidos (6). Tenemos, en total, siete acciones liberadoras que tienen como sujeto al Señor. El centro de estas acciones consiste en coronar la vida del salmista de amor y de compasión (4b).

Dejando a un lado el enfoque personal, el salmista pasa ahora a contemplar, sin olvidarse de nada, todos los beneficios que el Señor ha llevado a cabo en la historia del pueblo. Estamos en la segunda parte (7-19). Hemos pasado, por tanto, de la dimensión personal al ámbito colectivo y social. La síntesis de la segunda parte podría sonar así: a lo largo de la historia del pueblo, Dios se ha mostrado lleno de «amor y misericordia» (el eje de las siete acciones anteriores). El término «amor» aparece en tres ocasiones (8b.11b.17a) y este amor es para «cuantos lo temen» (expresión que también aparece tres veces. ¿Cómo se manifiestan el amor y la compasión del Señor en el camino del pueblo? El salmo lo desarrolla con detenimiento: revelando sus caminos (7), con su lentitud para la cólera y su riqueza en amor (8), sin acusar perpetuamente ni guardar rencor por siempre (9), no tratando al pueblo conforme a sus errores (10), manifestando su amor (11), alejando las transgresiones (12) y mostrándose un padre compasivo (13). La razón de todo ello es la siguiente: él ha sido quien nos ha creado y sabe que somos frágiles (14).

El tema de la fragilidad humana (que ya se ha tratado en el salmo anterior) aparece de manera destacada. La vida de la gente se compara con la hierba del campo: hermosa, pero frágil y pasajera (15-16). Todo lo contrario, e1 amor del Señor sin principio ni fin para cuantos lo temen y cumplen sus mandamientos (17-18).

La exhortación final (20-22) es de amplias dimensiones y de ámbito cósmico, Incluye cuatro invitaciones. Todas las criaturas están invitadas a bendecir al Señor, su amor y su compasión: los ángeles, que obedecen sus órdenes (20), los astros, que cumplen su voluntad (21), todas las cosas creadas (22a) y el mismo salmista. (22b).

Este salmo es una alabanza por la superación de un conflicto. La alabanza se prolonga con la contemplación de la historia del pueblo de Dios, al que el Señor ha revelado su amor y su compasión, y se abre al infinito. De hecho, partiendo de la alabanza personal se llega a la alabanza cósmica (20-22).

¿Qué es lo que habría provocado esta alabanza? Existen diversas posibilidades. El salmista siente que sus pecados son perdonados (3a) y, más adelante, contempla el perdón del Señor para cuantos lo temen (10.12). Puede que se haya curado de una enfermedad (3b) y, después, hace una sutil mención de las debilidades y enfermedades del pueblo (14-16). Tal vez haya estado en peligro de muerte (4a); una vez curado, siente que el amor y la compasión del Señor representan la cima de su vida (4b). Una vez recuperado de su enfermedad, vive rebosante de salud y colmado de bienes (5). El versículo 5, puede dar la impresión de que este salmo fue compuesto por un «viejo enjuto», lleno de fuerza juvenil (el águila es símbolo de fuerza y de vitalidad). Tal vez haya padecido la injusticia y la opresión. Ha clamado al Señor y él lo ha escuchado, haciéndole justicia (6).

En la invitación inicial (2), el salmista le pide a su alma que no olvide ninguno de los beneficios del Señor. Tal vez este individuo haya recibido de Dios todas estas cosas. De ahí la gran magnitud y la dimensión universal de esta invitación a la alabanza.

Las siete acciones del Señor que se mencionan en la primera parte (3-6), con su eje central (el «amor» y la «compasión»), nos ofrecen un magnífico retrato del Señor: se trata de un Dios que perdona, cura, rescata de la fosa, llena la vida de amor y de compasión, sacia, hace justicia y defiende a todos los oprimidos. Una vez más, se trata del Dios aliado fiel, Es más, aunque las personas (o el pueblo) no le guarden fidelidad y pequen, él permanece fiel y perdona. Este salmo muestra, por tanto, la fidelidad radical del Señor para con su aliado, el pueblo.

La segunda parte (7-19) insiste en que el Señor es compasivo (8a) y está lleno de amor (8b). Y muestra en qué se traduce todo esto, por ejemplo, durante el camino de Israel. Es un Dios que construye la historia junto a su pueblo (7), perdonando y mostrándose compasivo. Es muy interesante la imagen del padre: «Corno un padre es compasivo con sus hijos, el Señor es compasivo con los que lo temen» (13). La compasión es la cualidad más preciada de un padre. También es la característica principal de Dios. El es el aliado compasivo que camina junto a su pueblo, perdonándolo, pues él es su creador. ¿Y quién, mejor que él, para conocer cómo estamos hechos o para acordarse de que no somos más que polvo? (14).

De Jesús se dice que «amó hasta el fin», es decir, hasta las últimas consecuencias (Jn 13,1). La compasión es su principal característica ante el sufrimiento o el clamor de la gente (Mt 9,36; 14,14; 15,32; 20,34; Mc 6,34; 8,2; Lc 7,13). Jesús también perdonó los pecados, curó a enfermos, resucitó a muertos, sació a hambrientos, hizo justicia y defendió a todos los oprimidos.

Además, reveló a todo el mundo que la mayor e insuperable de las características de Dios es su paternidad. Nos enseñó a llamarlo Abbá, «Papá». Las parábolas de la misericordia (Lc 15) ilustran perfectamente quién es el Dios de Jesucristo y Padre de toda la humanidad.

Jesús bendijo al Padre (Mt 11,25) y mostró cómo también es compasivo y misericordioso con los malvados e injustos (Mt 5,43-48).

Por tratarse de un himno de alabanza, este salmo se presta para los momentos en que deseamos, con todas nuestras fuerzas, bendecir a Dios, sin olvidar ninguno de sus beneficios en nuestro favor y en favor de toda la humanidad (el perdón, las curaciones, la salud recobrada, la victoria sobre la justicia, etc.); podernos rezarlo cuando, con el deseo de abrazar a todo el universo, queremos alabar a Dios en sintonía con toda la creación; cuando nos sentimos hijos de Dios Padre, lleno de amor y compasión; cuando queremos confiarle nuestra frágil vida y nuestra existencia pasajera...

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 11, 25-30.
Un yugo llevadero y una carga ligera. En el evangelio de hoy vemos dos secciones: 1.- Bendición de Jesús al Padre. 2.- Invitación y llamada de Cristo a la liberación. La bendición de Jesús al Padre es una plegaria de acción de gracias por su manifestación a los sencillos. Momento de gran intensidad en todo el evangelio. “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Como él mismo reconoce, Jesús no se hizo entender y aceptar de los sabios y letrados de su tiempo: “Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. El anuncio de Cristo sobre el reino de Dios, sobre el amor del Padre y su plan de salvación del hombre, sobre la paternidad de Dios y la fraternidad humana, no se comprende por vía de sabiduría humana sino por revelación de Dios, que se concede a la gente sencilla y se niega a los sabios engreídos. Cuanto más se conocía la ley mosaica, más difícil resultaba aceptar que la revolución mesiánica había de suplantarla.

Jesús prosigue diciendo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. ¿Quiénes son los cansados y agobiados que Jesús llama a sí? ¿Qué significa la imagen del yugo, dos veces repetida? Parece lo más acertado responder que este mensaje de liberación y descanso es la alternativa de Jesús al yugo insoportable del formulismo estrecho con que letrados y fariseos explicaban y aplicaban la ley a base de legalismo atomizado y casuística de rompecabezas.

Pero se debe ampliar el alcance de tal invitación. Cansados y agobiados son también todos los que sufren en la vida por una razón u otra, son los pobres de Dios a quienes Jesús dirige su alegre noticia, y entre los cuales él es modelo de quien aprender porque es manso y humilde de corazón. Términos que recuerdan las bienaventuranzas, así como la profecía de Zacarías.

2.- Dios se revela a los sencillos. Jesús avisa que, para comprender el misterio de Dios, la gente sencilla tiene ventaja sobre los entendidos, incluso sobre los mismos teólogos, si éstos son tan sólo sabios autosuficientes, poseídos de orgullo doctrinal. Los creyentes del pueblo llano son capaces de entender a Dios, porque también ellos son la Iglesia, depositaria de la elección y revelación divinas. Más todavía, estos pobres en el espíritu que, vacíos de sí mismos, se abren a Cristo y a los hermanos, son los preferidos del Dios sorprendente y paradójico de la historia bíblica, que invierte nuestras categorías humanas.

“Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”; y él prefiere hacerlo, según la constante bíblica, a los humildes y sencillos, sean sabios o ignorantes. Por eso, de por sí y automáticamente, no cree más el que es más sabio, el que más teología y biblia conoce o el que pertenece a una élite consagrada; ni tampoco está incapacitado para creer y entender a Dios el inculto e ignorante, o el que está en el último peldaño de la escala social.

Ésa es la razón de que, a veces, encontremos gente sencilla, sin apenas estudios o de muy cortos alcances intelectuales, pero de una gran fe, que comprende vivencialmente las cosas de Dios e intuye la voluntad del Señor más certeramente que algunos investigadores, sistemáticos y profundos, de la biblia y de la teología. Santa Teresa de Ávila reconocía no tener estudios de teología por Salamanca; y, sin embargo, alcanzó de Dios tal sabiduría espiritual que es doctora de la Iglesia universal. Por supuesto, si se unen ambas cosas: fe y ciencia, sabiduría y humildad de espíritu, estaremos en la situación ideal.

3. El saber de los limpios de corazón. La fe en Dios es una sabiduría superior que da acceso a su conocimiento. Toda la experiencia religiosa de la fe cristiana pasa por Cristo que es el revelador del Padre y el camino hacia él. La sabiduría y ciencia de Dios se revelan personificadas en Jesús, quien, siendo su palabra eterna, aparece manso y humilde de corazón. Cristo, a pesar de ser Dios, se humilló hasta la muerte por amor al hombre. Su cruz gloriosa es escándalo y locura para los avisados y poderosos de este mundo, pero sabiduría de Dios, bendición y liberación para el discípulo, para el bautizado y adulto en la fe que, guiado por el Espíritu, acopla su vida a la voluntad de Dios.

Iluminados por este saber de lo alto que es la fe, entendemos que la religión cristiana —el seguimiento de Cristo— no es una imposición, no es un yugo y una carga insoportables, no es someterse a una ley impersonal y despótica. Tal era la situación bajo la ley mosaica, según la interpretaban los rabinos.

Mas, para captar estos secretos de Dios, que él revela a los sencillos, necesitamos vivir según el Espíritu en tensión vigilante y alertada, pues carne y espíritu son antagónicos y, obviamente, excluyentes el uno del otro, como explica san Pablo en la segunda lectura. Necesitamos también tener la mirada limpia. Una de las bienaventuranzas reza así: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

Para ver a Dios hay que tener los ojos de Dios, es decir los ojos de la fe. Y para ser de Cristo necesitamos tener el Espíritu de Cristo, el que resucitó a Jesús de entre los muertos. Así entenderemos que no estamos en deuda con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivimos según la carne vamos a la muerte; pero, si con el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos en la luz y en la libertad.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11,25-27, para nuestros Mayores. Dios revela sus misterios a los sencillos.
Dios se manifiesta. Mateo transmite una oración-mensaje que acontece indefectiblemente a lo largo de toda la historia. Jesús tiene ante sí a un grupo de gente humilde, sencilla, que es todo ojo y oído, porque busca razones para vivir y porque admiran los gestos de salvación; se sienten iluminados por la palabra del rabí de Nazaret; están en sintonía. Por otra parte, al fondo del grupo están los especialistas de la religión, que le contemplan con mirada torva y cuchichean aviesamente. Ante todo, Jesús deja bien claro: “Te doy gracias, porque revelaste... Nadie conoce al Padre, sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

La fe es una gracia. “A nosotros nos ha revelado Dios el misterio por medio del Espíritu” (1 Co 2,10). El mismo Espíritu que iluminó a los autores inspirados de la Biblia para que nos transmitieran un mensaje divino, ilumina a los que lo escuchan o leen para que lo comprendan y acojan. La fe no brota automáticamente del estudio ni de argumentos racionales sólidos; es un don. Si “todo es don que viene de arriba” (St 1,17), mucho más la fe. Somos creyentes sola y exclusivamente por “obra y gracia del Espíritu Santo”; por eso sólo la fe humilde es verdadera fe.
Revelación “a la gente sencilla” Jesús da gracias al Padre por lo que tiene ante sus ojos; los doctores y especialistas en religión no entienden, se “escandalizan”, creen que no tienen nada que aprender, y menos de labios de un artesano de aldea sin letras (Lc 4,22).

Jesús habla de “esconder estas cosas”; se trata de una forma de hablar semita. Dios ofrece a todos la Buena Noticia, pero los engreídos no sólo no acogen el mensaje, sino que lo excomulgan y buscan matarlo (Lc 4,28-29), pero porque ven amenazada su categoría de “amos” de la pobre gente del pueblo, a la que explotan (Mt 23,28). En cambio, los sencillos reconocen la acción de Dios en Jesús, comprenden el misterio de la bondad y el perdón de Dios, se asombran y lo bendicen.

También creen en Jesús personas con cierta cultura y formación humana y religiosa, como Nicodemo, José de Arimatea y Mateo. En realidad la cultura, la ciencia verdadera, no está reñida con la sencillez de corazón; al contrario, el verdadero sabio es hondamente sencillo y humilde. Así veía la humanidad entera a Juan XXIII. Jesús testifica que en todos los que le rodean se cumple aquello de “dichosos los sinceros de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8).
Esto mismo es lo que constata Pablo y se lo recuerda a la comunidad de Corinto (1 Co 1,26-29). Y es que “la ciencia (sola) hincha; sólo la caridad construye” (1 Co 8,1). Los corintios corrían el peligro de caer en el error de sus contemporáneos que todo lo reducían al “saber intelectual” (1 Co 122). Si algo hay claro y repetido con insistencia en la Biblia es precisamente esto: sólo el humilde, sincero y sencillo puede entrar en comunión con Dios y ser mediación suya. Esa “gente sencilla”, a la que el Padre ha revelado los secretos del Reino, son los de la comunidad de Jerusalén y de las demás comunidades que iban surgiendo a lo largo del Imperio romano, todos los “pobres de espíritu” (Mt 5,1) que ha habido, hay y habrá; todos ellos están simbolizados en los pastores, que reconocen en Jesús al Mesías, y en los magos, que se sienten necesitados de salvación y la buscan. En todos ellos se cumple la profecía de María: “A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53). Jesús lo dice también con otra categoría: “Quien no acepte el Reino de Dios como un niño no entrará en él” (Lc 18,17).

“Estas cosas” ¿Qué son “estas cosas”, ocultas a los sabiondos y reveladas a los sencillos? Ante todo, el significado de la obra de Jesús, el conjunto del Evangelio del Reino, la revelación de que Dios es Padre. En la paternidad divina se halla resumido cuanto puede decirse de la relación de Dios con los hombres. En la filiación divina se halla resumido cuanto puede decirse de la relación del hombre con Dios. Es el mejor resumen del Evangelio.


Pero el saber que el Espíritu revela a los sencillos y sinceros de corazón no es primordialmente científico ni teológico; es un saber de tener experiencia. Muchos teólogos hubieran podido dar lecciones de teología a santa Teresa del Niño Jesús, pero es ella la que ha sido proclamada Doctora de la Iglesia por esa “ciencia” infundida por el Espíritu Santo. Todos sabemos que Dios es nuestro Padre; pero ella tenía una experiencia tan honda y “sabrosa” de lo que supone esta dignidad (1 Jn 3,1), que cuando recordaba que Dios era su Padre, le brotaban espontáneamente las lágrimas de alegría.

“Importa más sentir la contrición, que saber su definición”, dice el Kempis. Sabe más sobre la amistad un amigo que un filósofo de la amistad que nunca ha tenido un amigo. Éste es el drama de la mayoría de los cristianos: están incardinados en el montaje religioso, pero les falta la experiencia del encuentro con Dios.

Este pasaje no es un elogio de la ignorancia, sino de la sencillez. Hay ignorantes complicados y científicos sencillos. La humildad y sencillez constituyen un camino milagroso para crecer en la fe. Mons. Casaldáliga testimonia: “He de reconocer que Dios me ha sido “fácil”. Siempre me he sentido niño ante Él. Reconozco que la fe es un don. Creo que es también el resultado “gratuito” de una cierta “simplicidad” interior. Los ricos, grandes y prepotentes no podrán ver a Dios. Eso no lo digo yo, lo dice el Evangelio. El problema no es ser pecador, sino ser engreído. Sólo hay un pecado radicalmente tal: el orgullo exasperado”.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11, 25-30, de Joven para Joven. El Evangelio para los sencillos.
Se ha definido esta perícopa como el Magníficat de Jesús, como su himno de júbilo. También la refiere en parte Lucas, en un contexto semejante al de Mateo, donde se trata del desconocimiento o de la acogida brindada a Jesús (este último aspecto ha sido omitido por Mateo). El sentido más inmediato del fragmento es, por tanto, que la intuición de los misterios del Reino (“estas cosas”) y de la identidad de Jesús es puro don del Padre. Ese don ha sido escondido «a los sabios y prudentes», tan convencidos de conocer los caminos de Dios que rechazan al enviado, a pesar de sus obras y sus milagros (vv. 19s). Con todo, Jesús realiza estas afirmaciones mientras está en oración, en una rebosante acción de gracias: su condena no es tanto una condena de la sabiondez religiosa de los fariseos como más bien una exaltación de la humildad de Dios, que es verdaderamente un “Dios escondido” (Is 45,15) para el que no quiere hacerse pequeño, sencillo. Jesús, en la exultación de su alabanza, adora la voluntad del Padre (v. 26) y revela su propio vínculo único e inefable con él. El Hijo es el verdadero pequeño que lo recibe todo del Padre; por eso —mientras que su mismo misterio permanece velado— él conoce a Dios como nadie y hace participar también a los suyos de su propio conocimiento filial. Los vv. 28-30 constituyen la invitación del Maestro (cf. Eclo 51,23-27) o, mejor aún, de la misma Sabiduría a aprender el camino de la vida (cf. Prov 8,1-11; Mt 11,19b). Una imagen bíblica comparaba la ley y su estudio a fondo con un yugo: Jesús exhorta ahora a sus discípulos a asumir su yugo y su enseñanza, que liberan del peso insostenible de innumerables y detallados preceptos. La norma a seguir desde ahora es el mismo Maestro, manso y humilde de corazón, que impone a los que les siguen el yugo suave de la caridad.

El fragmento evangélico nos hace penetrar no sólo en la oración de Jesús, sino en su mismo corazón, y no como intrusos, sino como huéspedes invitados y esperados. La misión de Jesús se ha encontrado con desconfianza y cierres; sin embargo, es capaz de elevar la mirada al cielo y bendecir al Padre, que es el Señor del cielo y de la tierra. Junto con Cristo podemos contemplar dos órdenes de grandeza completamente distintos e irreductibles. Por un lado, está la grandeza según los criterios humanos, la de los sabios que se elevan sobre los demás por la presunta superioridad de su inteligencia; por otro, está la grandeza de Dios, que se hace pequeño para entregarse a los pequeños, se revela en la sencillez para hablar al corazón de los más sencillos. Jesús exulta por la humildad de Dios y la hace suya: el Hijo eterno conoce perfectamente al Padre, pero viene y se queda entre nosotros como el más pequeño de todos, para enseñarnos la humildad y la confianza como vía segura del conocimiento de Dios. La auténtica mística cristiana pasa por este camino. Lo que la distingue no son las visiones o revelaciones extraordinarias, sino la comunión con el Hijo, la asimilación a él, manso y humilde de corazón. La posibilidad de esa vida mística se nos ofrece a diario: podemos escuchar a Jesús, que nos invita a unirnos a él, a aprender de él, en cada circunstancia. Si somos capaces de responderle realizando el Evangelio —y podemos realizarlo plenamente incluso entre las paredes domésticas— entonces crecerá en nosotros una intuición sencilla e inefable de los misterios de la fe, y la vida cotidiana se convertirá en el lugar de nuestra exultación. Liberados del pesado fardo del obrar «por deber», así como de la tiranía de nuestro egoísmo, podremos asumir el «yugo suave» de Jesús, el mandamiento nuevo del amor, cuya «carga ligera» eleva hacia lo alto a quien la lleva.

Elevación Espiritual para el día.
Si quieres ser verdadera esposa de Cristo, te conviene tener la lámpara, el aceite y la luz. Por la lámpara se entiende el corazón, que debe asemejarse a una lámpara. Ves que la lámpara es ancha por arriba y estrecha por abajo: y así está hecho nuestro corazón, para significa que debemos tenerlo siempre ancho por arriba, mediante los santos pensamientos, las santas imaginaciones y la oración continúa. Así también nuestro corazón debe ser estrecho para estas cosas terrenas, no deseándolas ni amándolas de una manera desordenada, ni apeteciéndolas en mayor cantidad de la que Dios nos quiera dar; pero siempre debemos darle gracias, admirando cómo nos provee suavemente de ellas, de suerte que nunca nos falte nada.

Y, sin embargo, haz de modo que la lámpara se mantenga bien derecha; en efecto, cuando la mano del santo temor mantiene la lámpara del corazón derecha y bien llena de aceite, ésta se encuentra bien, pero cuando se encuentra en manos del temor servil, éste le da la vuelta de arriba abajo y la empuja a servir y a amar por el propio deleite y no por amor a Dios. Dándole la vuelta la lámpara se ahoga la llama y se derrama el aceite, de suerte que el corazón se queda sin el aceite de la verdadera humildad. Pero piensa que no bastaría la lámpara si no tuviera aceite dentro. Y por el aceite se entiende esa dulce pequeña virtud de la profunda humildad. Conviene, en efecto, que la esposa de Cristo sea humilde, mansa y paciente; y será tan humilde como paciente, y tan paciente como humilde. Ahora bien, no podremos llegar a esta virtud de la humildad sin un verdadero conocimiento de nosotros mismos, esto es, conociendo nuestra miseria y nuestra fragilidad.

Por último, es necesario que la lámpara esté encendida y arda en ella la llama: de otro modo, no bastaría para hacernos ver. Esta llama es la luz de la santísima fe. Me refiero a la fe viva, porque dicen los santos que la fe sin obras está muerta. Por eso es necesario que nos ejercitemos continuamente en las virtudes, abandonando nuestras niñerías y vanidades...; de este modo, tendremos la lámpara, el aceite y la llama.

Reflexión Espiritual para el día.
La parábola de las vírgenes, nos enseña que no se puede obtener la santidad con ofrendas negativas: no comiendo, no bebiendo, no enriqueciéndose. No es suficiente esto para encontrar en la noche del mundo, en la noche de la historia humana, la Luz eterna, Cristo. Es preciso tener aceite: una caridad a toda prueba hacia todas las personas, en todo momento, con orden, sensatez, pero de manera absoluta. Y éste es el mensaje de Cristo, de la Iglesia, de la revelación, de los santos.

Carísimos, a la cristiandad no le faltan vírgenes con inmensas lámparas sin aceite. La Iglesia, sin embargo, camina con las lámparas de las vírgenes prudentes. En los momentos de tinieblas, de calamidades, general de la cristiandad y de la humanidad, las vírgenes como santa Catalina de Siena, con su ofrenda, con su sensatez, con su amor trascendente, iluminan también el camino a las otras vírgenes, dándoles ejemplo a fin de que compren el aceite mientras aún es de día.

Al meditar sobre santa Catalina, entramos en la realidad más profunda del cristianismo, que incluye tanto la palabra pronunciada como la vida escondida que se ofrece al Señor. El cristianismo implica actos sacramentales exteriores que tienen su valor, incluso cuando son realizados por almas que no tienen el deseo de ver el rostro del Señor, de arrodillarse y de llorar de alegría; pero el verdadero cristianismo es vivido por almas raras como santa Catalina, que amó con todo su ser.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Juan 1, 5 a 2, 2. Si vivimos en la Luz, vivimos en Dios.
El anuncio que le oímos a Jesús es éste: Dios es luz... No hay tiniebla alguna en El...
La «luz». Una imagen de Dios.
Habitualmente, me aprovecho de la luz sin darme cuenta. Trato de considerar mejor lo que la luz es: contemplo una fuente de luz: una lámpara, el sol, mi ventana... Dejo que me deslumbre... luego cierro los ojos y me hundo en las tinieblas. Trato de imaginar lo que sería el mundo sin luz. Miro mi mano, por ejemplo. De noche, en la tiniebla, no la vería por muy cerca que estuviera de mis ojos. Sin luz, los ojos resultan inútiles. No sirven para nada.
“Dios es luz” El pone de manifiesto todo lo restante. Sin El todo sería tiniebla.., inexistente.

Si caminamos en las tinieblas, nuestra conducta no es sincera.
El tema de la luz en san Juan está ligado al de la verdad. Dios es «verdadero». Dios es transparencia, Dios es sinceridad, Dios es luz. En El no hay ningún desfase entre «lo que dice o muestra».., y «lo que verdaderamente es».
En nosotros, por el contrario, existe a menudo ese desfase mentiroso: llevamos una especie de máscara, no dejamos al descubierto nuestro verdadero rostro... «no actuamos según la verdad»... «somos mentirosos».
Vivir «según la verdad», es «vivir según Dios». Es en primer lugar una exigencia de lucidez, de santidad, de verdad.

Cuando nos movemos en la luz somos solidarios unos de otros.
No nos esperábamos ese final de la frase, esperábamos más bien «si nos movemos en la luz es que vivimos en comunión con Dios». Ahora bien, san Juan inmediatamente apunta al amor fraterno. ¡Vivir «en la luz» es vivir en «comunión con los demás», en el servicio a los demás, en la apertura unos de otros!

Seres que están en común-unión los unos con los otros. Trato de dar un contenido concreto a esa expresión. Evoco algunas experiencias de «comunión» entre personas, momentos más logrados de comunicación, de participación, de unión; si bien todos esos términos humanos son demasiado pobres para expresar esa realidad.
La «vida» de Dios es una inefable experiencia continua de «comunión».

El proyecto de Dios es una inmensa empresa de «comunicación» entre personas. Es el mandamiento nuevo del amor. Amémonos.

Y la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado... Si decimos no tener pecado, la verdad no está en nosotros...
Si reconocemos abiertamente nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia.

Pecar.., es caminar en las tinieblas. Hay en nosotros algo tenebroso, una parte de nosotros mismos que deseamos esconder. Esa parte egoísta, esas motivaciones interesadas, inconfesables, esas debilidades de nuestra voluntad.., esos rechazos a compartir, a la comunicación, al amor.
¡Hay que hacer luz sobre todo ello!

Si decimos que nada de eso está en nosotros, nos engañamos, somos mentirosos.
Pero basta con «reconocer que somos pecadores» para que todo eso sea salvado.

Si uno de nosotros comete pecado, tenemos un defensor ante el Padre: Jesús, el justo. El es la víctima que expía nuestros pecados.
¡Gracias! 
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