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viernes, 30 de abril de 2010

Lecturas del día 30-04-2010. Ciclo C.

30 de abril 2010. VIERNES DE LA IV SEMANA DE PASCUA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. Feria o Memoria Libre, SAN PÍO V, papa. SS. José Benito Cottolengo pb, Amador y comp mars. LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 13,26-33: Dios ha cumplido la promesa resucitando a Jesús
Salmo 2: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Jn 14,1-6: Jesús, camino de verdad que lleva a la vida 

Jesús está sustituyendo la Ley de Moisés por su propia persona. Esto podía ser fácil para los creyentes no judíos, pero muy difícil para los creyentes judíos. Por eso Jesús les dice: “No se inquieten. No teman. Créanle al Padre y créanme a mí”. Esas tres palabras: camino, verdad y vida, están ligadas entre sí. Jesús es camino de verdad que lleva a la vida. El camino significa que tenemos que recorrerlo y recorrerlo en la verdad. El modo de vida del camino que es Jesús, es la verdad. El camino es imprevisto, nos desinstala. Tenemos que estar cimentados en la verdad para no equivocarnos. El camino obliga a avanzar siempre, a renovarse, a no repetir viejos esquemas. El camino es creatividad y búsqueda. Además no se recorre solo sino en comunidad. Necesitamos con urgencia reconstruir las comunidades de hermanos/as caminantes del reino, en búsqueda de horizontes nuevos capaces de recrear a las personas, las instituciones y el medio ambiente. Ya no tenemos otro camino que Jesús, que es camino de verdad que lleva a la vida, a la casa del Padre donde hay mucho espacio preparado por Jesús y donde nos esperan con los brazos abiertos.

PRIMERA LECTURA.
Hechos 13,26-33
Dios ha cumplido la promesa resucitando a Jesús
En aquellos días, habiendo llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: "Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que lo habían acompañado de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. Nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.""

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 2
R/. Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
"Yo mismo he establecido a mi rey / en Sión, mi monte santo." / Voy a proclamar el decreto del Señor; / él me ha dicho: / "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy." R.

"Pídemelo: te daré en herencia las naciones, / en posesión, los confines de la tierra: / los gobernarás con cetro de hierro, / los quebrarás como jarro de loza." R.

Y ahora, reyes, sed sensatos; / escarmentad, los que regís la tierra: / servid al Señor con temor, / rendidle homenaje temblando. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Juan 14,1-6
Yo soy el camino, y la verdad, y la vida
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino." Tomás le dice: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Jesús le responde: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,26-33
En este discurso —su primer discurso programático—, Pablo desarrolla los mismos argumentos de fondo del primer discurso de Pedro en Pentecostés. Debía ser un esquema habitual en los que anunciaban la Buena Noticia en los ambientes judíos: las antiguas promesas se han cumplido ahora, a pesar del rechazo por parte de los habitantes de Jerusalén, que entregaron a Pilato a un inocente, al que Dios despertó de los muertos. Los matices del discurso son distintos, pero la sustancia es la misma: Jesús, injustamente condenado, ha sido reconocido justo por Dios mediante la resurrección. Y ésta es «la palabra de salvación», ésta es la «Buena Nueva», ésta es la realización de «la promesa hecha a nuestros antepasados»: Dios es lo suficientemente fuerte para vencer el mal, incluso el más horrible. Dios dará la salvación a los que crean en su poder, el mismo poder que se manifestó en el acontecimiento pascual de Jesús.

Hemos de señalar que Pablo fundamenta el anuncio de la resurrección en declaraciones de «testigos». Pablo tiene mucho cuidado en no introducirse en el número de estos, con lo que reconoce su papel insustituible. El es sólo un portavoz de «lo que ha recibido». Con todo, se apresura a añadir: «Y nosotros os anunciamos la Buena Noticia’>, introduciéndose en el grupo de los evangelizadores. Nos anuncia la Palabra de salvación a nosotros, que somos los verdaderos hijos de Abrahán (Mt 3,9), los herederos de las promesas (Gal 3,16-29), el verdadero Israel de Dios (Gal 6,16), hoy, en este contexto concreto que es el nuestro.

Comentario del Salmo 2
Se trata de un salmo real, así llamado porque tiene como protagonista la persona del rey. No se dice quién puede ser ese rey, pero probablemente se trata del rey de Judá, descendiente de David, según la promesa. Los salmos reales son 11 en total. El salmo 2 celebra la entronización del nuevo rey. Según la tradición de los pueblos antiguos, el rey era considerado como hijo de la divinidad. También Israel adoptó esta creencia gracias al influjo de los grupos defensores de la monarquía. El día de la unción (o toma de posesión del trono) se consideraba el día en que el monarca era engendrado por Dios. En este salmo, al rey se le llama Mesías, es decir, Ungido (2) —de hecho se le ungía con aceite—, e Hijo de Dios (7).

El salmo 2 consta de cuatro partes. En la primera (1-3): se produce un motín entre los jefes de las naciones (pueblos) sometida al rey de Judá; mediante la rebelión, pretenden alcanzar la independencia. En el salmo, a estos jefes se les llama «reyes», «príncipes» y «jueces de la tierra», pues correspondía a los reyes administrar la justicia. Pretenden acabar con la dominación del rey de Judá. En la segunda parte (4-6) tenemos la respuesta de Dios. Primero sonríe, después, enfurecido, responde con cólera, es decir designa y confirma un rey para Judá en Sión (Jerusalén), la capital. En la tercera parte toma la palabra el nuevo rey (7-9) para exponer su programa de gobierno. El rey, visto como Hijo de Dios, recibe de él poder sobre las naciones para gobernarlas con cetro de hierro y quebrarlas como vasijas de arcilla. En la cuarta parte habla un amigo del rey, el organizador de la fiesta de entronización. Se dirige a los jefes de Estado que están presentes, invitándoles a rendir homenaje al Señor en la persona del nuevo rey (probablemente mediante el gesto de besarle los pies) y a ser obedientes y sumisos para que, de vuelta a sus países, no caigan en atentados y perezcan.

Hay dos hipótesis para explicar la última frase (« ¡Dichosos los que en él buscan refugio!»). Según la primera, este colofón pretendería suavizar la amenaza final del salmo. De hecho hay otros casos semejantes: no quedaría bien concluir un salmo con una amenaza. La segunda hipótesis es esta: en algunos textos antiguos, los salmos 1 y 2 formarían un único salmo que comenzaba y terminaba de forma semejante (“dichoso” en 1,1 y «dichosos» en 2,12).

En 2,9 hay una imagen significativa. En el día de la toma de posesión del trono, el rey solía hacer pedazos con su cetro algunas vasijas de barro en las que se habían escrito los nombres o dibujado las cabezas de los reyes enemigos de Israel. Si los reyes de esos pueblos sometidos estaban efectivamente presentes en la fiesta de la entronización, ¿cómo reaccionarían al ver su nombre o su retrato hecho trizas por el cetro de hierro del rey de Judá? Esta es la razón por la que, a continuación, se les invita a la sensatez (10). El homenaje que se rendía al Señor (12) probablemente consistía en besar los pies del rey recién entronizado. Se trataba de un gesto de sumisión total.

El salmo 2 muestra la existencia de un conflicto entre naciones. Por una parte, está el rey de Judá y por la otra, los reyes de los pueblos que él domina. En Judá, la monarquía era dinástica, es decir, se transmitía de padres a hijos. El inicio de este salmo se refiere probablemente a la rebelión de los reyes sometidos, con motivo de la muerte del anciano rey de Judá. Quieren aprovechar la ocasión y recuperar la independencia. Tal vez estén planeando un atentado contra el sucesor en el día de su entronización, celebración a la que tenían que asistir. La respuesta de Dios es la unción de un nuevo Mesías y este, en el día de su toma de posesión, recibe de Dios, su «padre», el poder necesario para triturar a los pueblos con cetro de hierro. Es inútil querer rebelarse contra el rey de Judá. En el caso de que los jefes de las naciones intentaran hacer algo, todo permite suponer que morirían en una emboscada por el camino.

Como puede verse, este y otros salmos reales están contaminados por la ideología monárquica. El rey de Judá puede explotar y pisotear a otros pueblos en nombre de Dios. Estos salmos nacieron, sin duda, en el seno de grupos que apoyaban la monarquía como única forma de gobierno, defendiendo al mismo tiempo el imperialismo.

En cualquier caso, Dios sigue siendo el aliado de su pueblo, el Dios de la Alianza, empeñado en defender a Israel de las agresiones de otras naciones. De hecho, la principal misión del rey de Israel era proteger al pueblo de las agresiones internacionales y administrar justicia dentro del país. En este sentido, Dios es su aliado. Pero también es cierto que se trata de un Dios «hecho a imagen y semejanza del rey y de los poderosos», pues el rey de Judá es visto como hijo de Dios de modo que todo lo que hace cuenta con la aprobación de Dios. Más aún, Dios bendice el señorío del rey sobre los pueblos vecinos, si bien para conducir a los jefes de las naciones al temor de Dios: una religión impuesta por la espada.

El salmo 2 es uno de los más citados en el Nuevo Testamento. Se presenta a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios (Mc 1,1; 8,29; 15,39), pero este cambió radicalmente el modo de entender y de ejercer el poder (véase el diálogo que mantiene con Pilato en Jn 18,33-38a). Para él, poder es sinónimo de servicio a la vida, y una vida para todos (Jn 10,10). El objetivo central de las palabras y las acciones de Jesús es el Reino. Pero el reino de Dios no consiste en la dominación de los débiles a manos de los fuertes, sino en ponerse al servicio de la vida. Jesús, por tanto, quebró la espina dorsal de la ideología monárquica presente en el salmo 2, dando una nueva dimensión al poder. De este modo desautorizó para siempre los imperialismos. No olvidemos que murió a manos de quienes detentaban el poder.

El salmo 2 sólo puede rezarse bien si tenemos en consideración el comportamiento de Jesús como rey. Para él, «poder» significó «servicio» y «amor» hasta la entrega total de la propia vida. Hoy en día, los enemigos de la humanidad son la violencia, la dominación de los débiles por parte de los poderosos, los abusos de poder, las innumerables formas de exclusión y de muerte (de las personas y del medio ambiente), todo aquello que impide a la gente disponer de libertad y de vida. Si rezamos este salmo sin mirar a Jesús, acabaremos por legitimar el dominio de unas naciones contra otras, la supremacía de una raza o nación sobre las demás, impidiendo que se realice de manera efectiva la libertad de los pueblos.

Comentario del Santo Evangelio: Juan 14,1-6
Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, después del anuncio de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la inminente partida del Maestro, han quedado profundamente afectados. El desconcierto y el miedo han inundado la comunidad. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte turbación, un peligro para la fe, y por eso les anima a que tengan fe en el Padre y en él (v. 1).

Si el Maestro exhorta a sus discípulos a la confianza es porque él está a punto de irse a la casa del Padre a prepararles un lugar. No deben entristecerse por su partida, porque no los abandona; más aún, volverá para llevarlos con él (vv. 3s).

Los apóstoles no comprenden las palabras de Jesús. Tomás manifiesta su absoluta incomprensión: no sabe la meta hacia la que se dirige Jesús ni el camino para llegar a ella; y es que entiende las cosas en un sentido material. Jesús, en cambio, va al Padre y precisa el medio para entrar en contacto personal con Dios: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (v. 6).

Esta fórmula de revelación es una de las cumbres más elevadas del misterio de Cristo y de la vida trinitaria: el hombre-Jesús es el camino porque es la verdad y la vida. En consecuencia, la meta no es Jesús- verdad, sino el Padre, y Jesús es el mediador hacia el Padre. La función mediadora del hombre-Jesús hacia el Padre está explicitada por la verdad y por la vida. El Señor se vuelve así, para todos los discípulos, el camino al Padre, por ser la verdad y la vida. El es el revelador del Padre y conduce a Dios, porque el Padre está presente en él y habla en verdad. Él es el «lugar» donde se vuelve disponible la salvación para los hombres y éstos entran en comunión con Dios.

Jesús también me dice a mí hoy: «No te inquietes». Tú sabías, Señor, que también había de llegar para mí el momento de la inquietud y la turbación. Para mí y para tantos otros como yo. ¿Cómo es posible que haya tantos odios y venganzas? ¿Tanta corrupción e indiferencia? ¿Tanta hambre de dinero y de poder? ¿Tanta violencia y tanta prepotencia? Fíjate cómo nuestras ciudades se han vuelto semejantes a Sodoma y Gomorra: ¿cómo es posible no sentirse inquieto?

Jesús responde a mi inquietud asegurándome que «también hay un lugar para mí» allí donde está él, un lugar preparado para quien, a pesar de la inquietud, persevera con él en las pruebas y en la tormenta. Y es que, en definitiva, también en el siglo XXI, sigue siendo él el camino, la verdad y la vida: con él es cómo podemos y debemos atravesar los ciclones de la avidez y de la sensualidad sin límites y los vientos gélidos de la injusticia y del cinismo.

Todas las fuerzas que nos desvían, todas las tendencias arrolladoras que nos exigen estar firmemente aferrados a él.

¿Quieren llevarte por otros caminos? Acuérdate de que él es el camino. ¿Quieren indicarte soluciones más adelantadas, más dignas del nuevo milenio? Acuérdate de que él es la verdad. ¿Quieren enseñarte cómo vivir de un modo más intenso y libre? Acuérdate de que él es la vida. Acuérdate de que con él puedes iniciar una reconstrucción no ilusoria, aunque no fácil.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 14, 1-6. El Señor nos habla a través de los Libros Sagrados.
Jesucristo es para cada hombre Camino, Verdad y Vida, nos anuncia el Evangelio de la Misa. Quien le conoce sabe la razón de su vida y de todas las cosas; nuestra existencia es un constante caminar hacia Él. Y es en el Santo Evangelio donde debemos aprender la ciencia suprema de Jesucristo, el modo de imitarle y de seguir sus pasos. «Para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús.

“Porque hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla”. Queremos identificarnos con el Señor, que nuestra vida en medio de nuestros quehaceres sea reflejo de la suya, y «para ser ipse Christus hay que mirarse en Él. No basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de Él detalles y actitudes. Y, sobre todo, hay que contemplar su paso por la tierra, sus huellas, para sacar de ahí fuerza, luz, serenidad, paz.

“Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento en un pesebre, hasta su muerte y su resurrección”.

Debemos leer el Evangelio con un deseo grande de conocer para amar. No podemos pasar las páginas de la Escritura Santa como si se tratara de un libro cualquiera. «En los libros sagrados, el Padre, que está en el Cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos». Nuestra lectura ha de ir acompañada de oración, pues sabemos que Dios es el autor principal de esos escritos santos. En ellos, y de modo especial en el Evangelio, está “el alimento del alma, la fuente límpida y perenne de la vida espiritual” «Nosotros —escribe San Agustín— debemos oír el Evangelio como si el Señor estuviera presente y nos hablase. No debemos decir: “felices aquellos que pudieron verle”. Porque muchos de los que le vieron le crucificaron; y muchos de los que no le vieron, creyeron en Él. Las mismas palabras que salían de la boca del Señor se escribieron, se guardaron y se conservan para nosotros».

Para leer y meditar el Santo Evangelio con fruto debemos hacerlo con fe, sabiendo que contiene la verdad salvadora, sin error alguno, y también con piedad y santidad de vida. La Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo, ha guardado íntegro e inmune de todo error el impagable tesoro de la vida y de la doctrina del Señor para que nosotros, al meditarla, nos acerquemos con facilidad a Él y luchemos por ser santos. Y solo en la medida en que queramos ser santos penetraremos en la verdad íntima contenida en estos santos libros, solo entonces gustaremos el fruto divino que encierran. ¿Valoramos nosotros este inmenso tesoro que con tanta facilidad podemos tener en nuestras manos? ¿Buscamos en él el conocimiento y el amor cada día mayor a la Santa Humanidad del Señor? ¿Pedimos ayuda al Espíritu Santo cada vez que comenzamos la lectura del Santo Evangelio?

No se ama sino aquello que se conoce bien. Por eso es necesario que tengamos la vida de Cristo «en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria las palabras y los hechos del Señor.

Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata solo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores. Seguir a Cristo tan de cerca como Santa María, su Madre, como los primeros doce, como las santas mujeres, como aquellas muchedumbres que se agolpaban a su alrededor. Si obramos así, si no ponemos obstáculos, las palabras de Cristo entrarán hasta el fondo del alma y nos transformarán (...).

“Si queremos llevar hasta el Señor a los demás hombres, es necesario ir al Evangelio y contemplar el amor de Cristo”.

Nos acercamos al Evangelio con el deseo grande de contemplar al Señor tal como sus discípulos le vieron, observar sus reacciones, su modo de comportarse, sus palabras...; verlo lleno de compasión ante tanta gente necesitada, cansado después de una larga jornada de camino, admirado ante la fe de una madre o de un centurión, paciente ante los defectos de sus más fieles seguidores...; también le contemplamos en el trato habitual con su Padre, en la manera confiada como se dirige a Él, en sus noches en oración..., en su amor constante por todos.

Para quererle más, para conocer su Santísima Humanidad, para seguirle de cerca debemos leer y meditar despacio, con amor y piedad. El Concilio Vaticano II «recomienda insistentemente a todos los fieles (...) la lectura asidua de la Sagrada Escritura (...), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (San Jerónimo). Acudan —dice— al texto mismo: en la liturgia, tan llena de palabras divinas; en la lectura espiritual... ».

Haz que vivamos siempre de ti, le pedimos al Señor en la Misa de hoy lo. Pues bien, este alimento para nuestra alma, que diariamente debemos procurarnos, es fácil de tomar. Apenas requiere tres o cuatro minutos cada día pero poniendo amor. “esos minutos diarios de lectura del Nuevo Testamento, que te aconsejé –metiéndote y participando en el contenido de cada escena, como un protagonista más-, son para encarnes, para que “cumplas” el evangelio en tu vida…, y para “hacerlo cumplir”

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras, más que la miel para mi boca!.

San Pablo enseñaba a los primeros cristianos que la palabra de Dios es viva y eficaz. Es siempre actual, nueva para cada hombre, nueva cada día, y, además, palabra personal porque va destinada expresamente a cada uno de nosotros. Al leer el Santo Evangelio, nos será fácil reconocernos en un determinado personaje de una parábola, o experimentar que unas palabras están dirigidas a nosotros. Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por el ministerio de los Profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo. Estos días son también los nuestros. Jesucristo sigue hablando. Sus palabras, por ser divinas y eternas, son siempre actuales. En cierto modo, lo que narra el Evangelio está ocurriendo ahora, en nuestros días, en nuestra vida. Es actual la marcha y la vuelta del hijo pródigo; la oveja que anda perdida y el Pastor que ha salido a buscarla; la necesidad de la levadura para convertir la masa, y de la luz para iluminar la oscuridad del pecado...

El Evangelio nos revela lo que es y lo que vale nuestra vida y nos traza el camino que debemos seguir. El Verbo —la Palabra— es la luz que ilumina a todo hombre. Y no hay hombre al que no se dirija esta Palabra. Por eso el Evangelio debe ser fuente de jaculatorias, que alimenten la presencia de Dios durante el día, y tema de oración muchas veces.

Si meditamos el Evangelio, encontraremos la paz. Salía de Él una virtud que sanaba a todos, comenta en cierta ocasión el evangelista. Y esa virtud sigue saliendo de Jesús cada vez que entramos en contacto con Él y con sus palabras, que permanecen eternamente.

El Evangelio debe ser el primer libro del cristiano porque nos es imprescindible conocer a Cristo; hemos de mirarlo y contemplarlo hasta saber de memoria todos sus rasgos. El Santo Evangelio nos permite meternos de lleno en el misterio de Jesús, especialmente hoy, cuando tantas y tan confusas ideas circulan sobre el tema más trascendental para la Humanidad desde hace veinte siglos: Jesucristo, Hijo de Dios, piedra angular, fundamento de todo hombre. «No os descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del pastor. Retiraos a los montes de las Santas Escrituras, allí encontraréis las delicias de vuestro corazón, nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues ricos son los pastizales que allí se encuentran».

En muchas ocasiones será conveniente hacer la lectura cotidiana del Evangelio a primera hora del día, procurando sacar de esa lectura una enseñanza concreta y sencilla que nos ayude en la presencia de Dios durante la jornada o a imitar al Maestro en algún aspecto de nuestro comportamiento: estar más alegres, tratar mejor a los demás, estar más atentos hacia aquellas personas que sufren, ofrecer el cansancio... Así, casi sin darnos cuenta, se podrá cumplir en nosotros este gran deseo: «Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo».

Y esto será un gran bien no solo para nosotros, sino también para quienes viven, trabajan o pasan a nuestro lado.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 14,1-6; Jesús, para nuestros Mayores. El camino, la verdad y la vida.
Con el mapa en la mano. El hombre es un ser que se pregunta y que necesita respuesta a los grandes interrogantes de la existencia. La falta de respuestas garantizadas le crea angustia, al menos a nivel inconsciente como al que se ha perdido en la nieve o se ha desorientado en un día de niebla densa: ¿Quién me ha colocado en este mundo? ¿Para qué estoy aquí? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es el camino?

El creyente tiene la gran suerte de tener el mapa completo de la vida, puede situarse perfectamente en él. Eso es lo que afirma Jesús cuando proclama: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. La palabra

de Dios ofrece dos paradigmas básicos para entender la existencia y la historia: El ser humano es miembro del gran pueblo de Dios salido de Egipto, que camina hacia la libertad. El cristiano es el hombre que recorre en solidario el camino de Cristo, que va desde el servicio, la muerte a sí mismo, a la resurrección pascual, a la vida definitiva, inimaginablemente feliz.

Pero nuestro andar el camino no es un andar ocioso, no consiste sólo en devorar distancias, sino que caminamos formando brigadas que van mejorando el entorno por el que pasamos: plantando árboles, limpiando cunetas, cortando maleza, tapando baches, ayudando a los accidentados, dando el brazo al que no puede caminar…

Sabemos de dónde venimos y a dónde vamos. Sabemos que no somos un simple producto casual de la especie. No sólo somos un hijo/a deseado de nuestros padres, sino también un hijo/a soñado por Dios antes de los siglos: “Nos eligió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e inmaculados” (ef. 1,4), para ser sus hijos, hermanos del Hermano mayor (1 Jn 3,1). Antes de poner el pie en este planeta nuestro, ya existíamos en la mente y el corazón de Dios. A semejanza de Jesús, podemos decir: “He salido del Padre” (Jn 13,3).

Tiene que ser atormentador ir por la vida sin saber cuál es el término. Le hablo a un amigo de la belleza de la esperanza cristiana y me confiesa: “¿Qué crees, que no me gustaría saber que después de este mundo me espera un paraíso? Lo que pasa es que no veo razones para ello; por eso no puedo esperar aunque quisiera”. Sabemos a dónde vamos. Jesús lo dice con toda claridad: “Voy a prepararos un lugar”, “viviremos con él”. La humanidad de todos los tiempos participa en una gran epopeya solidaria, la historia de la salvación; como el pueblo hebreo, tenemos que peregrinar hasta la tierra prometida de la salvación definitiva.

La historia tendrá un final muy feliz: el triunfo del bien y de los buenos. Al final seremos una humanidad hermanada. La vida eterna será gloriosa, al estilo de la de Jesús resucitado. En ella “no habrá llanto, ni luto, ni dolor, sino paz y alegría”. “No son comparables los sufrimientos de este mundo con la gloria futura que esperamos” (Rm 8,18). “No hay mente humana que sea capaz de imaginar lo que Dios nos tiene preparado” (1 Co 2,9). Por eso, como dice un himno litúrgico, no nos atemoriza el camino: “En tierra extraña peregrinos, / con esperanza caminamos, / que si arduos son nuestros caminos, / sabemos bien a dónde vamos”.

Conocemos el camino. ¡qué angustia supone no conocer el camino! ¿Me llevará éste a donde quiero ir? Para valorar la importancia del camino hay que preguntar, sobre todo, al que está en los neveros vírgenes o en el desierto. Para los hebreos en su andadura hacia la tierra de promisión, encontrar el camino era vital.

¿Cuáles son los valores fundamentales de la vida? ¿A qué guía hemos de seguir que nos lleve a la meta? ¿Qué relación hemos de tener con Dios, con los demás, con las cosas, con uno mismo? ¿Qué es la verdad?, se preguntan muchos como Pilatos. Se oyen tantas cosas... Hay tantas interpretaciones de la vida El que quiera ser mi discípulo, que tome su cruz y me siga”. “Nos predestinó para que fuéramos semejantes a su Hijo” (Rm 8,29).

“Yo soy el camino”. Sabemos con absoluta certeza que siguiendo sus huellas no nos equivocaremos. Pablo confesaba convencido: “Yo sé de quién me he fiado, y sé que no me defraudará” (2 Tm 1,12).

Compañeros de viaje. Conocemos también a quién tenemos de compañero de camino: al propio Jesús resucitado, como nos revela el relato parabólico de los de Emaús. Las primeras comunidades cristianas tenían honda experiencia de la cercanía del Señor (Mc 16,20). Lo sentían presente en medio de la comunidad, en medio de los que se reunían en su nombre (Mt 18,20), sobre todo en la Eucaristía.

Todo el que tiene una fe viva, se siente acompañado por el Señor. Él le da muestras de amistad; nos dice: “Venid a mí todos los cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28). Además, hemos de procurarnos otros compañeros de viaje. Es posible viajar solo, pero un buen caminante sabe que el gran viaje es el de la vida, y éste exige compañeros. Bienaventurado quien se siente eternamente viajero y ve en cada prójimo un compañero deseado, le tiende la mano cuando desfallece, le da ánimos... Otros hermanos de comunidad harán lo mismo con nosotros.
se al encuentro con un fósil. Tras este primer paso, han de venir otros como la interiorización del encuentro hasta convertirlo en experiencia viva de adhesión y de compromiso personal.

Es revelador el hecho de que los apóstoles, propiamente, se encontraron de tú a tú con Jesús, cuando ya no estaba físicamente con ellos. Juan insiste: “Sólo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7).
El cristiano, rostro de Cristo. Jesús es el rostro del Padre y el cristiano ha de ser el rostro de Cristo, de modo que “al ver vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre” (Mt 5,16). “Dios nos eligió para que reprodujéramos los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos” (Rm 8,29).

De Francisco de Asís y de su comunidad dicen sus biógrafos: “Aunque se hubieran perdido los evangelios, se hubieran podido recomponer describiendo la vida de los primeros franciscanos”. Esto es lo que debieran decir de todos los cristianos. Cada uno ha de preguntarse: Si las personas de mi entorno tuvieran que definir a Jesús desde mi testimonio, ¿con qué rostro lo configurarían, con qué símbolo humano? ¿Qué idea sacarían de él? ¿Mi vida aleja o acerca a Jesús? Es estremecedora la denuncia de Gandhi: “El Evangelio me apasiona, los cristianos me producen lástima”. No encontró en ellos el testimonio que corresponde esperar. Y no se convirtió por el rechazo que sintió hacia los cristianos que conoció en Europa.

La escucha de la Palabra, la participación en su Cuerpo y Sangre eucarísticos es para irnos revistiendo más y más de Cristo, para vivir más intensamente su vida y asemejamos a él (Rm 13,13), como señala Pablo. De esta forma, impulsados por su Espíritu, que nos inhabita, haremos su voluntad, como él hizo la del Padre y “haremos las obras que él hizo”. Jesús puntualiza: “y aún mayores” (Jn 14,12), porque “el que está unido a mí produce mucho fruto” (Jn 15,5). Cuando Juan escribe esto lo ha comprobado ya por las “obras” que Lucas relata en los Hechos. Estas “obras” producirán el “asombro” y la interpelación que producían las de Jesús. Así podremos decir como él: “Creed a mis obras, si no creéis en mis palabras”. Ojalá podamos manifestar como Pablo a sus comunidades: “Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo” (1 Co 11,1).

Elevación Espiritual para este día.
Mediante la continua invocación y el continuo recuerdo de nuestro Señor Jesucristo, se implanta en nuestra mente una especie de divina tranquilidad, siempre que no olvidemos la oración continua dirigida a él, la sobriedad sin tregua y la obra de la vigilancia. En verdad, intentamos realizar siempre del mismo modo y de una manera propia la invocación a Jesucristo nuestro Señor, gritando con un corazón ferviente, de modo que podamos tener parte y gustar el santo nombre de Jesús. La continuidad, en efecto, tanto para la virtud como para el vicio, es la madre de la costumbre, y la costumbre tiene, después, la misma fuerza que la naturaleza. La mente que llega a semejante tranquilidad persigue, a continuación, a los enemigos como el perro que caza las liebres en el bosquecillo. El perro, para devorarlas; la mente, para aniquilarlos (Hesiquio, Discurso sobre la sobriedad y las virtudes unidas a la salvación del alma, 98).

Reflexión Espiritual para el día. 
Nadie escapa a la posibilidad de ser herido. Todos somos personas heridas, física, psicológica, mental, espiritualmente. La pregunta principal no es: « ¿Cómo podemos esconder nuestras heridas?», a fin de que no nos resulten embarazosas, sino: « ¿Cómo podemos poner nuestras heridas al servicio de los demás?».

Cuando las heridas dejan de ser una fuente de vergüenza y se vuelven fuente de curación, nos convertimos en curadores heridos. Jesús es el curador herido de Dios: por medio de sus heridas nos ha sanado de nuevo a nosotros. El sufrimiento y la muerte de Jesús han traído consigo alegría y vida; su humillación ha traído gloria; su rechazo ha traído una comunidad de amor. Como seguidores de Jesús, también nosotros podemos hacer que nuestras heridas traigan curación a los otros.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 13, 26-33. A los Judíos y a los que “Temen a Dios”. 
Continuamos hoy la lectura de la Homilía hecha por san Pablo en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia.
Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros adoráis a Dios...

Al principio y en la primera época del ministerio de Pablo, éste se dirige a los judíos y a los que «temen a Dios». Más tarde, a causa de sus rechazos y de sus persecuciones, se verá obligado a abandonar esa táctica y se dirigirá directa y prioritariamente a los gentiles.

Esto me hace pensar, Señor, en la responsabilidad de los cristianos practicantes: ellos, por la fuerza de las cosas, aparecen exteriormente como los representantes, de hecho, de la Iglesia... porque se reúnen y escuchan regularmente la Palabra de Dios... es pues a ellos a quienes se pide cuentas. «A vosotros, que leéis la Palabra de Dios, os preguntamos: ¿en qué se distingue vuestra vida de la nuestra? ¿Cambia el sentido de vuestros compromisos?»

Los habitantes de Jerusalén desconocieron a Jesús, así como no entendieron las palabras de los Profetas que se leen todos los sábados.

Efectivamente, no se han sentido responsables porque no «escucharon de veras» la Palabra de Dios. ¡No basta con oír, leer los textos, ni con haber estado presente materialmente, ni con haber «asistido» a misa! Se puede ser «practicante»... y, a la vez, «desconocer» a Jesús. Se puede estar presente cada «sábado», haber cumplido la obligación, no haber faltado nunca a misa, y fallar en lo esencial. Lo esencial es «conocer» a Jesús, es «dejarse conducir» por El. Te ruego, Señor, por todos los practicantes, que te escuchen «verdaderamente» en la liturgia y en su vida cotidiana.

Pidieron a Pilato que le hiciera morir... Luego lo pusieron en el sepulcro... Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días se apareció a los que habían subido con El desde Galilea a Jerusalén y que ahora son sus testigos ante el pueblo.

He ahí una especie de Credo resumido. Una serie de «hechos» históricos. El cristianismo no es una ideología, sino un movimiento histórico y geográfico: eso sucedió en tal época y en tal ciudad..., eso continúa hoy y aquí. De Jerusalén a Antioquía de Pisidia. Desde unos testigos de la primera hora —«galileos»—, hasta nosotros, a finales del siglo XX. El mismo credo recibido, repetido, vivido. ¡Ayúdanos, Señor, a ser fieles, a ser testigos, a ser uno de los eslabones de la transmisión de la fe!

También nosotros os anunciamos la buena nueva: «La Promesa hecha a nuestros padres, Dios la ha cumplido en favor nuestro... ha resucitado a Jesús.

Jesús es la culminación de la Biblia, la terminación del proyecto de Dios que leían esos judíos fieles, cada sábado en sus sinagogas. Jesús es el hombre perfecto según Dios: «el hombre-que-resucita»... «El hombre-que-no-ve-la corrupción». . .«el Hombre-Dios»... «El hombre-que-vive-en- la-gloria-de-la-vida-eterna»... «El resucitado»...

¡Es la buena nueva!
¿Qué haré hoy, para vivir esa buena nueva? ¿Cómo repercute la resurrección en mi vida? Concédeme, Señor, que tenga el aspecto de alguien que tiene que comunicar «una buena nueva». « ¡Dios ha actuado en favor nuestro!» « ¡Ha cumplido sus promesas!» «¡Ha resucitado a Jesús!»
Señor, transfórmanos en alegres mensajeros.
Que cada practicante salga de misa con deseos de comunicar todas esas maravillas. 
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