1 de mayo 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIGEN MARÍA.( Concilio Vaticano II LG 67). SÁBADO DE LA IV SEMANA DE PASCUA,Feria o SAN JOSÉ, obrero, Memoria Libre. Día del Trabajo y de los trabajadores. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS.Jeremías prof, Ricardo Pampuri rl, Segundo ab, Segismundo re. Beata Mafalda vg.
Los discípulos, y ni siquiera todos ellos, ven en Jesús un enviado, un Mesías que buscan encajar en las expectativas transmitidas a través dela Ley y de los profetas. Jesús los lleva al límite “quien me ve, ve al Padre”. El Padre está presente en Jesús pues él presenta de manera acabada al Padre y a su sueño para la humanidad.
Jesús se disgusta. Sus amigos aun no han comprendido a pesar del tiempo que ya llevan juntos. Una vez más apela a su praxis de liberación como testimonio de sí mismo: “créanlo por las obras”, testigos inapelables de la identificación de Jesús con su Padre.
Esta misma sintonía es la que debe buscar la comunidad de discípulos y discípulas, sintonía-comunión con Jesús y su proyecto. La obra de Jesús deberá ser continuada en nuevas situaciones pero con el mismo espíritu. La presencia de Jesús entre los suyos permanecerá para siempre, el amor del Padre los acompañará en la misión, los sostendrá en las luchas y acudirá en su ayuda cuando, en oración, pidan su intercesión
La continuidad en la praxis liberadora del Reino queda garantizada en las obras que por adhesión e identificación con su maestro, seguirá realizando la comunidad.
Los discípulos, y ni siquiera todos ellos, ven en Jesús un enviado, un Mesías que buscan encajar en las expectativas transmitidas a través de
Jesús se disgusta. Sus amigos aun no han comprendido a pesar del tiempo que ya llevan juntos. Una vez más apela a su praxis de liberación como testimonio de sí mismo: “créanlo por las obras”, testigos inapelables de la identificación de Jesús con su Padre.
Esta misma sintonía es la que debe buscar la comunidad de discípulos y discípulas, sintonía-comunión con Jesús y su proyecto. La obra de Jesús deberá ser continuada en nuevas situaciones pero con el mismo espíritu. La presencia de Jesús entre los suyos permanecerá para siempre, el amor del Padre los acompañará en la misión, los sostendrá en las luchas y acudirá en su ayuda cuando, en oración, pidan su intercesión
La continuidad en la praxis liberadora del Reino queda garantizada en las obras que por adhesión e identificación con su maestro, seguirá realizando la comunidad.
LITURGIA DE H
Salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Jn 14,7-14: Adhesión por “las obras”
O bien:
Gn 1, 26-2,3. Llenad la tierra y sometedla.
Obien: Col 3, 14-15.17.23-24. Lo que hacéis hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres.
Salmo 89. R/. Haz próperas, Señor, las obras de nuestras manos.
Mt 11 13,54-58. ¿No es el hijo mdel carpintero?
PRIMERA LECTURA.
Hechos 13,44-52
Sabed que nos dedicamos a los gentiles
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: "Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra."" Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 97
R/.Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: /su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios./ Aclama al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 14,7-14
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto." Felipe le dice: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta." Jesús le replica: "Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,44-52
Se presenta aquí una problemática muy sentida por la comunidad cristiana primitiva: el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y la consiguiente predicación a los paganos. En nuestros días estamos menos interesados en este tipo de problemas relacionados con el derecho de precedencia de Israel a la salvación. Sin embargo, en aquella época estos problemas se consideraban con una gran seriedad y están presentados con una gran frecuencia en los Hechos de los Apóstoles (13,46s; 18,6; 28,28) y en tres capítulos (9-11) dela Carta a los Romanos. Eran problemas que planteaban interrogantes y producían angustia en la conciencia de los discípulos: ¿cómo es posible que el pueblo de las promesas no las haya reconocido una vez cumplidas?
Aquí se subraya la alegría de los nuevos destinatarios, los efectos positivos de la persecución, el clima de optimismo que invadía a los discípulos —“estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo”— en medio de unos acontecimientos que no se presentaban ciertamente demasiado tranquilos.
La Palabra , rechazada por los judíos, es acogida con entusiasmo por los paganos. Los apóstoles, rechazados en un lugar, se sacuden el polvo de los pies y difunden la Palabra en otros lugares. La persecución les llena de la alegría que viene del Espíritu y da la seguridad de seguir los pasos de Cristo, el justo rechazado por los hombres y exaltado por Dios.
El libro de los Hechos de los Apóstoles rebosa de optimismo, de ese optimismo que no procede de la carne, sino del Espíritu. La alegría no brota de los éxitos, sino de las tribulaciones; no procede de las realizaciones humanas, sino de sentirse configurados con Cristo, de sentirse encauzados por el camino hacia Dios.
Comentario del Salmo 97
Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.
Tiene dos partes (1b-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido la victoria con su diestra y con su santo brazo (1b), porque ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.
Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga (4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está caracterizado por la justicia y la rectitud.
Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere, podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra, el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la justicia y la rectitud.
Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y, en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata, probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones, acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).
La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá. También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos, convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto, merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna con justicia y con rectitud.
El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que liberó en los tiempos pasados (cf. el éxodo). La expresión «amor y fidelidad» (3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha selladola Alianza. Pero también es el aliado de todos los pueblos y de todo el universo en lo que respecta a la justicia y la rectitud. Es un Dios ligado a la historia y comprometido con la justicia. Su gobierno hará que se instaure el Reino.
En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino (Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los doctores dela Ley (Mt 1,15; 5,20; 6,33).
A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).
Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama «justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 14,7-14.
El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al Padre, responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v. 7).
El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.
Sólo mediante la fe es posible comprender la co-presencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago» (v. 11).
La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.
Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver» para indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria del Verbo o realidad sobrenatural.
¿Y tú qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la
fe, que nos permite ver la acción —o la «gloria»— de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos, nunca absurdos.
El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho: la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo, esto es, con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que, al final, atrae todos a él.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 14, 7-14 (14, 1-12/14, 6-14), para nuestros Mayores. Jesús y el Padre.
Muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús habla frecuentemente en el cuarto evangelio de su relación con el Padre, de su unión con él, de ser el enviado del Padre... Los discípulos, representados ahora por Felipe, querrían algo más inmediato: una visión directa del Padre.
La petición de Felipe es contraria a la afirmación establecida ya en el prólogo de este evangelio: A Dios nadie lo vio jamás. El deseo natural de ver a Dios, de entrar en contacto directo con él, cara a cara, mediante una visión semejante a aquéllas con que vemos a otras personas u objetos es contrario al modo que Dios ha elegido para su presentación al hombre. Su visión es indirecta y llega al hombre a través de su palabra.
En el entorno en el que se mueve el cuarto evangelio era natural, por otra parte, el deseo de la visión de Dios. Algunas religiones, las influenciadas por la gnosis, hablaban de ella.
Para centrar esta cuestión es de vital importancia recordar que, en el cuarto evangelio, ver, conocer y creer es prácticamente sinónimo. Por eso la petición de Felipe estaba fuera de lugar.
Pedía una visión de Dios. Ahora bien, esta visión de Dios se logra mediante el conocimiento. Y este conocimiento, el más perfecto, se obtiene a través de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, completamente obediente al Padre, realizando en su vida el programa que Dios le encomendó, reflejando en su misión el plan de amor que tiene sobre el hombre para comunicarle la vida Consecuencia: en la medida en que aumente el conocimiento de Jesús, aumentará el conocimiento y la visión de Dios. Por eso, la petición de Felipe estaba fuera de lugar, porque indicaba que no había comprendido la relación existente entre Jesús y el Padre.
El evangelista utiliza la fórmula de la inmanencia: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Esta fórmula de la inmanencia, lo mismo que el lenguaje del conocimiento (ser camino, ir hacia...), se sitúa también en el terreno metafórico. ¿Cómo puede una persona estar en otra? Por el amor, por la identificación, por el mismo pensar, sentir y obrar. Jesús está en el Padre en este sentido. Identificado con él por una obediencia absoluta a la misión que le había sido encomendada, por el amor, por el cumplimiento de su voluntad. El Padre está en Jesús porque en él y a través de él realiza su obra de salvación para el hombre, se le da a conocer, se le manifiesta, se comunica.
Esta mutua inmanencia del Padre en el Hijo y viceversa no es visible o asequible sino a la fe. Precisamente por eso, la respuesta de Jesús comienza con estas palabras: « ¿no crees...?» Y un poco más abajo dice «creedme». Palabras que iluminan el comienzo de este capítulo 14: “Creéis en Dios, creed en mí”. Los discípulos no son preguntados si creen dos afirmaciones o doctrinas, una en torno a Dios, y otra en torno a Jesús, sino sólo una: el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre.
Lo que se ha afirmado de Jesús debe aplicarse igualmente a los cristianos. Por su fe en Cristo deben estar muy próximos a Dios. Como el Padre está en el Hijo, así debe estar también en el creyente (recuérdese cómo una persona debe estar en otra)...Si el Padre está en el creyente, puede entonces obrar también a través de él, como ha obrado en Cristo. Incluso puede hacer obras mayores. ¿Cómo y por qué? Sencillamente porque Jesús se vio limitado en el tiempo en su actuación salvífica: me voy al Padre. La labor de los creyentes, dela Iglesia , será llevar otros hombres a Dios.
Estas obras serán realizadas principalmente a través de la oración. Estas obras «mayores» del creyente probablemente deban ser entendidas como la misma obra salvadora del Padre, hecha como respuesta a la petición de los creyentes.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 14,7, de Joven para Joven. La presencia de Jesús y de su Padre.
Unida a la relación con Israel está el nexo que se establece entre Jesús y su Padre. La frase: «Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre», más fuerte aún: «Ya lo conocéis y lo habéis visto», indica la meta hacia la que Jesús conduce a los hombres, al ser él el camino: a través del conocer a Jesús, hacia el conocimiento y la visión de Dios. Como ya se ha explicado en los versículos 5,37-38, en la experiencia de Dios por medio de Jesús, sucede algo más que lo que tuvo lugar en el Sinaí: no sólo se escucha la voz de Dios, sino que a través de Jesús se puede también ver a Dios.
Intercambio personal entre Jesús y Felipe Que la posición que Tomás asume no está ligada a su persona, resulta del diálogo que le sigue inmediatamente, el diálogo con Felipe. Nuevamente se presenta a un discípulo como un ignorante y como alguien que no atiende a las palabras de Jesús: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta», le dice a Jesús. Y Jesús, precisamente acaba de decir que quien lo conoce, conoce al Padre y le ve. La respuesta de Jesús, entonces, no es mucho más que una repetición de las frases anteriores. Es interesante que se dé tanto énfasis a la visión del Padre. Como en el diálogo entre Jesús y Tomás, hay también aquí una conexión con el diálogo precedente. Jesús expresa ahora las implicaciones de lo que ha dicho en 14,7: «Quien me ha visto, ha visto al Padre». La vida de Jesús hace visible al Padre.
Lentamente, pero con seguridad, resulta claro lo que significa esta forma de ver las cosas. El grupo de Jesús representa la posición incrédula, que no comprende o comprende mal, de quienes escuchan el relato. Se presentan preguntas «auténticas», que se vinculan a una problemática «auténtica»: ¿Por qué no podemos seguir a Jesús? (13,37); ¿cómo podemos conocer el camino? (14,5); ¡déjanos ver al Padre! (14,8); ¿por qué se nos revela Jesús a nosotros, pero no al mundo? (14,22). El narrador hace que Jesús se introduzca en estos temas: con mucha paciencia y comprensión, dispuesto a repetir permanentemente, para quela Buena Noticia se abra camino.
En un breve lapso de tiempo se emplea cuatro veces la palabra «creer». Existe una relación con lo precedente. De los discípulos se exige el creer que existe un peculiar vínculo íntimo entre Jesús y su Padre; pues sólo pueden ellos colegir de su conocimiento y su visión de Jesús el conocimiento y la visión de Dios. Hay una doble base de esa fe: las palabras de Jesús, que no son de él mismo, sino de Dios; y, si eso no basta, las obras de Jesús que, en realidad, son las obras de Dios.
La escena cierra con la frase acerca de que aquellos que pueden creer que Jesús, en sus palabras y hechos, hacen presente al Padre mismo, se les concederá la capacidad de hacer obras que incluso son mayores que las que Jesús ha hecho. Lamentablemente no se da ni la más mínima indicación de lo que esto significa: ¿curar enfermos, resucitar muertos, dar la vida por los amigos...?
Hay que hablar aquí de una suerte de superposición con lo precedente, porque también en las frases iniciales, que también se ocupan de la fe, se habla también de la relación de Jesús con su Padre. Es necesario advertir que la descripción de la relación entre Jesús y su Padre siempre está unida al efecto que tiene sobre los discípulos; eso sucede en 14,2 y también aquí en 14,6:
— la intimidad de Jesús con su Padre hace posible a los discípulos conocer a Dios en Jesús y verlo (14,9-1 1);
— el retorno de Jesús a su Padre le posibilita ser junto al Padre el intercesor de los discípulos (14,9-11: ¡dos veces se dice esto!);
— la acogida de una petición en nombre de Jesús hace nuevamente evidente qué cerca está Jesús de su Padre (14,13).
Elevación Espiritual para este día.
En medio de las tinieblas de la vida presente,la Escritura se ha vuelto la luz para nuestro camino. Por eso dice Pedro: «Hacéis bien en prestarle atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez, dice el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105).
Sabemos, sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: “Tú, Señor, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas” (Sal 18,29). ¿De qué sirve una luz que arde y no da luz? Pero la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete.
Reflexión Espiritual para el día.
Te revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.
Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hitos de los hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin Nombre.
No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: as seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas.
El rostro de los personajes y pasajes de la sagrada Biblias: He 14,21-27; Ap. 21,1-5; Jn 13,3 1-35. Ágabo.
En estos domingos de Pascua la primera lectura de la liturgia está sacada de la segunda obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles. En este escrito los protagonistas de la escena son primero Pedro y después Pablo. Sin embargo, como hemos observado otras veces hablando de personajes presentes en esta obra de Lucas, hay un numeroso grupo de cristianos que aparecen en sus páginas y cuyos nombres están minuciosamente verificados: José Barsabá, Felipe, Judas, Ananías, Esteban, Eneas, Simón el curtidor, Blasto, Manaén, Lucio de Cirene, Dionisio Areopagita, Damaris, Apolo, Aquila, Priscila, Dorcas-Tabita, Silas, Lidia, Eutico, y decenas y decenas más de nombres. Pues nosotros quisiéramos hacer subir ahora al escenario a una de estas figuras, de entre esa masa que hemos mencionado algunas veces sólo por su nombre.
El suyo es un nombre extraño, Ágabo, tal vez la deformación griega de un término semítico. Aparece por primera vez en escena en el capítulo XI de los Hechos de los Apóstoles y pertenece a una categoría más amplia de «profetas» judeo-cristianos. Con esta denominación se indicaban algunas figuras carismáticas, testigos más fervientes de Cristo, dotados de dones especiales del Espíritu por los que podían escrutar los corazones, pero además intuir los desarrollos futuros de la historia. Cuando san Pablo enumera los «carismas», es decir, los dones especiales del Espíritu, sitúa a la profecía en el segundo lugar, después de la misión apostólica (1Cor 12,28).
Pues bien Ágabo es uno de los «profetas que bajaron de Jerusalén a Antioquía». Pero dejemos hablar a Lucas: «Se levantó uno de ellos, llamado Ágabo, y, movido por el Espíritu, anunció que iba a sobrevenir sobre toda la tierra una gran escasez. Fue la que vino en tiempo de Claudio» (11,28). Así es, porque en torno al 49-50 el Imperio romano sufrió un período de fuerte disminución de la producción agrícola, primero en Grecia y después en Roma y, desde allí en el resto del área mediterránea. El anuncio que hace Ágabo tiene una finalidad caritativa y de solidaridad: así es, porque la más rica comunidad cristiana de Antioquía de Siria (ahora la ciudad es territorio turco) pagó una tasa para sostener a los «hermanos» más pobres de Judea (11,29).
Ágabo, sin embargo, no desaparece de este panorama, sino que más adelante vuelve a aparecer cuando Pablo se dirige por última vez a Jerusalén. Al llegar al puerto de Cesarea, se hospeda en casa de un predicador («evangelizador») cristiano, Felipe, uno de los Siete (los llamados «diáconos» entre los que también estaba san Esteban) que tenía cuatro hijas, dotadas también ellas del carisma profético. Ágabo también llega de Judea y, una vez más, se revela como capaz de intuir el futuro, en este caso del apóstol. Este es el relato de los Hechos de los Apóstoles que explica la acción simbólica realizada por Ágabo al estilo de los profetas del Antiguo Testamento, sobre todo de Ezequiel.
«Ágabo tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos, y dijo. “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán en Jerusalén los judíos al hombre de quien es este cinto y lo entregarán en manos de los paganos”, Cuando oímos esto, le suplicamos, tanto nosotros como los de aquel lugar, que no fuera a Jerusalén. Pablo respondió: “¿Qué hacéis llorando y partiéndome el corazón? Yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén, por el nombre de Jesús, el Señor”» (21,11-13).
Se presenta aquí una problemática muy sentida por la comunidad cristiana primitiva: el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y la consiguiente predicación a los paganos. En nuestros días estamos menos interesados en este tipo de problemas relacionados con el derecho de precedencia de Israel a la salvación. Sin embargo, en aquella época estos problemas se consideraban con una gran seriedad y están presentados con una gran frecuencia en los Hechos de los Apóstoles (13,46s; 18,6; 28,28) y en tres capítulos (9-11) de
Aquí se subraya la alegría de los nuevos destinatarios, los efectos positivos de la persecución, el clima de optimismo que invadía a los discípulos —“estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo”— en medio de unos acontecimientos que no se presentaban ciertamente demasiado tranquilos.
El libro de los Hechos de los Apóstoles rebosa de optimismo, de ese optimismo que no procede de la carne, sino del Espíritu. La alegría no brota de los éxitos, sino de las tribulaciones; no procede de las realizaciones humanas, sino de sentirse configurados con Cristo, de sentirse encauzados por el camino hacia Dios.
Comentario del Salmo 97
Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.
Tiene dos partes (1b-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido la victoria con su diestra y con su santo brazo (1b), porque ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.
Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga (4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está caracterizado por la justicia y la rectitud.
Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere, podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra, el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la justicia y la rectitud.
Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y, en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata, probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones, acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).
La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá. También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos, convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto, merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna con justicia y con rectitud.
El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que liberó en los tiempos pasados (cf. el éxodo). La expresión «amor y fidelidad» (3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha sellado
En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino (Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los doctores de
A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).
Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama «justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 14,7-14.
El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al Padre, responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v. 7).
El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.
Sólo mediante la fe es posible comprender la co-presencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago» (v. 11).
La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.
Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver» para indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria del Verbo o realidad sobrenatural.
¿Y tú qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la
fe, que nos permite ver la acción —o la «gloria»— de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos, nunca absurdos.
El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho: la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo, esto es, con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que, al final, atrae todos a él.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 14, 7-14 (14, 1-12/14, 6-14), para nuestros Mayores. Jesús y el Padre.
Muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús habla frecuentemente en el cuarto evangelio de su relación con el Padre, de su unión con él, de ser el enviado del Padre... Los discípulos, representados ahora por Felipe, querrían algo más inmediato: una visión directa del Padre.
La petición de Felipe es contraria a la afirmación establecida ya en el prólogo de este evangelio: A Dios nadie lo vio jamás. El deseo natural de ver a Dios, de entrar en contacto directo con él, cara a cara, mediante una visión semejante a aquéllas con que vemos a otras personas u objetos es contrario al modo que Dios ha elegido para su presentación al hombre. Su visión es indirecta y llega al hombre a través de su palabra.
En el entorno en el que se mueve el cuarto evangelio era natural, por otra parte, el deseo de la visión de Dios. Algunas religiones, las influenciadas por la gnosis, hablaban de ella.
Para centrar esta cuestión es de vital importancia recordar que, en el cuarto evangelio, ver, conocer y creer es prácticamente sinónimo. Por eso la petición de Felipe estaba fuera de lugar.
Pedía una visión de Dios. Ahora bien, esta visión de Dios se logra mediante el conocimiento. Y este conocimiento, el más perfecto, se obtiene a través de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, completamente obediente al Padre, realizando en su vida el programa que Dios le encomendó, reflejando en su misión el plan de amor que tiene sobre el hombre para comunicarle la vida Consecuencia: en la medida en que aumente el conocimiento de Jesús, aumentará el conocimiento y la visión de Dios. Por eso, la petición de Felipe estaba fuera de lugar, porque indicaba que no había comprendido la relación existente entre Jesús y el Padre.
El evangelista utiliza la fórmula de la inmanencia: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Esta fórmula de la inmanencia, lo mismo que el lenguaje del conocimiento (ser camino, ir hacia...), se sitúa también en el terreno metafórico. ¿Cómo puede una persona estar en otra? Por el amor, por la identificación, por el mismo pensar, sentir y obrar. Jesús está en el Padre en este sentido. Identificado con él por una obediencia absoluta a la misión que le había sido encomendada, por el amor, por el cumplimiento de su voluntad. El Padre está en Jesús porque en él y a través de él realiza su obra de salvación para el hombre, se le da a conocer, se le manifiesta, se comunica.
Esta mutua inmanencia del Padre en el Hijo y viceversa no es visible o asequible sino a la fe. Precisamente por eso, la respuesta de Jesús comienza con estas palabras: « ¿no crees...?» Y un poco más abajo dice «creedme». Palabras que iluminan el comienzo de este capítulo 14: “Creéis en Dios, creed en mí”. Los discípulos no son preguntados si creen dos afirmaciones o doctrinas, una en torno a Dios, y otra en torno a Jesús, sino sólo una: el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre.
Lo que se ha afirmado de Jesús debe aplicarse igualmente a los cristianos. Por su fe en Cristo deben estar muy próximos a Dios. Como el Padre está en el Hijo, así debe estar también en el creyente (recuérdese cómo una persona debe estar en otra)...Si el Padre está en el creyente, puede entonces obrar también a través de él, como ha obrado en Cristo. Incluso puede hacer obras mayores. ¿Cómo y por qué? Sencillamente porque Jesús se vio limitado en el tiempo en su actuación salvífica: me voy al Padre. La labor de los creyentes, de
Estas obras serán realizadas principalmente a través de la oración. Estas obras «mayores» del creyente probablemente deban ser entendidas como la misma obra salvadora del Padre, hecha como respuesta a la petición de los creyentes.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 14,7, de Joven para Joven. La presencia de Jesús y de su Padre.
Unida a la relación con Israel está el nexo que se establece entre Jesús y su Padre. La frase: «Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre», más fuerte aún: «Ya lo conocéis y lo habéis visto», indica la meta hacia la que Jesús conduce a los hombres, al ser él el camino: a través del conocer a Jesús, hacia el conocimiento y la visión de Dios. Como ya se ha explicado en los versículos 5,37-38, en la experiencia de Dios por medio de Jesús, sucede algo más que lo que tuvo lugar en el Sinaí: no sólo se escucha la voz de Dios, sino que a través de Jesús se puede también ver a Dios.
Intercambio personal entre Jesús y Felipe Que la posición que Tomás asume no está ligada a su persona, resulta del diálogo que le sigue inmediatamente, el diálogo con Felipe. Nuevamente se presenta a un discípulo como un ignorante y como alguien que no atiende a las palabras de Jesús: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta», le dice a Jesús. Y Jesús, precisamente acaba de decir que quien lo conoce, conoce al Padre y le ve. La respuesta de Jesús, entonces, no es mucho más que una repetición de las frases anteriores. Es interesante que se dé tanto énfasis a la visión del Padre. Como en el diálogo entre Jesús y Tomás, hay también aquí una conexión con el diálogo precedente. Jesús expresa ahora las implicaciones de lo que ha dicho en 14,7: «Quien me ha visto, ha visto al Padre». La vida de Jesús hace visible al Padre.
Lentamente, pero con seguridad, resulta claro lo que significa esta forma de ver las cosas. El grupo de Jesús representa la posición incrédula, que no comprende o comprende mal, de quienes escuchan el relato. Se presentan preguntas «auténticas», que se vinculan a una problemática «auténtica»: ¿Por qué no podemos seguir a Jesús? (13,37); ¿cómo podemos conocer el camino? (14,5); ¡déjanos ver al Padre! (14,8); ¿por qué se nos revela Jesús a nosotros, pero no al mundo? (14,22). El narrador hace que Jesús se introduzca en estos temas: con mucha paciencia y comprensión, dispuesto a repetir permanentemente, para que
En un breve lapso de tiempo se emplea cuatro veces la palabra «creer». Existe una relación con lo precedente. De los discípulos se exige el creer que existe un peculiar vínculo íntimo entre Jesús y su Padre; pues sólo pueden ellos colegir de su conocimiento y su visión de Jesús el conocimiento y la visión de Dios. Hay una doble base de esa fe: las palabras de Jesús, que no son de él mismo, sino de Dios; y, si eso no basta, las obras de Jesús que, en realidad, son las obras de Dios.
La escena cierra con la frase acerca de que aquellos que pueden creer que Jesús, en sus palabras y hechos, hacen presente al Padre mismo, se les concederá la capacidad de hacer obras que incluso son mayores que las que Jesús ha hecho. Lamentablemente no se da ni la más mínima indicación de lo que esto significa: ¿curar enfermos, resucitar muertos, dar la vida por los amigos...?
Hay que hablar aquí de una suerte de superposición con lo precedente, porque también en las frases iniciales, que también se ocupan de la fe, se habla también de la relación de Jesús con su Padre. Es necesario advertir que la descripción de la relación entre Jesús y su Padre siempre está unida al efecto que tiene sobre los discípulos; eso sucede en 14,2 y también aquí en 14,6:
— la intimidad de Jesús con su Padre hace posible a los discípulos conocer a Dios en Jesús y verlo (14,9-1 1);
— el retorno de Jesús a su Padre le posibilita ser junto al Padre el intercesor de los discípulos (14,9-11: ¡dos veces se dice esto!);
— la acogida de una petición en nombre de Jesús hace nuevamente evidente qué cerca está Jesús de su Padre (14,13).
Elevación Espiritual para este día.
En medio de las tinieblas de la vida presente,
Sabemos, sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: “Tú, Señor, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas” (Sal 18,29). ¿De qué sirve una luz que arde y no da luz? Pero la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete.
Reflexión Espiritual para el día.
Te revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.
Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hitos de los hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin Nombre.
No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: as seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas.
El rostro de los personajes y pasajes de la sagrada Biblias: He 14,21-27; Ap. 21,1-5; Jn 13,3 1-35. Ágabo.
En estos domingos de Pascua la primera lectura de la liturgia está sacada de la segunda obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles. En este escrito los protagonistas de la escena son primero Pedro y después Pablo. Sin embargo, como hemos observado otras veces hablando de personajes presentes en esta obra de Lucas, hay un numeroso grupo de cristianos que aparecen en sus páginas y cuyos nombres están minuciosamente verificados: José Barsabá, Felipe, Judas, Ananías, Esteban, Eneas, Simón el curtidor, Blasto, Manaén, Lucio de Cirene, Dionisio Areopagita, Damaris, Apolo, Aquila, Priscila, Dorcas-Tabita, Silas, Lidia, Eutico, y decenas y decenas más de nombres. Pues nosotros quisiéramos hacer subir ahora al escenario a una de estas figuras, de entre esa masa que hemos mencionado algunas veces sólo por su nombre.
El suyo es un nombre extraño, Ágabo, tal vez la deformación griega de un término semítico. Aparece por primera vez en escena en el capítulo XI de los Hechos de los Apóstoles y pertenece a una categoría más amplia de «profetas» judeo-cristianos. Con esta denominación se indicaban algunas figuras carismáticas, testigos más fervientes de Cristo, dotados de dones especiales del Espíritu por los que podían escrutar los corazones, pero además intuir los desarrollos futuros de la historia. Cuando san Pablo enumera los «carismas», es decir, los dones especiales del Espíritu, sitúa a la profecía en el segundo lugar, después de la misión apostólica (1Cor 12,28).
Pues bien Ágabo es uno de los «profetas que bajaron de Jerusalén a Antioquía». Pero dejemos hablar a Lucas: «Se levantó uno de ellos, llamado Ágabo, y, movido por el Espíritu, anunció que iba a sobrevenir sobre toda la tierra una gran escasez. Fue la que vino en tiempo de Claudio» (11,28). Así es, porque en torno al 49-50 el Imperio romano sufrió un período de fuerte disminución de la producción agrícola, primero en Grecia y después en Roma y, desde allí en el resto del área mediterránea. El anuncio que hace Ágabo tiene una finalidad caritativa y de solidaridad: así es, porque la más rica comunidad cristiana de Antioquía de Siria (ahora la ciudad es territorio turco) pagó una tasa para sostener a los «hermanos» más pobres de Judea (11,29).
Ágabo, sin embargo, no desaparece de este panorama, sino que más adelante vuelve a aparecer cuando Pablo se dirige por última vez a Jerusalén. Al llegar al puerto de Cesarea, se hospeda en casa de un predicador («evangelizador») cristiano, Felipe, uno de los Siete (los llamados «diáconos» entre los que también estaba san Esteban) que tenía cuatro hijas, dotadas también ellas del carisma profético. Ágabo también llega de Judea y, una vez más, se revela como capaz de intuir el futuro, en este caso del apóstol. Este es el relato de los Hechos de los Apóstoles que explica la acción simbólica realizada por Ágabo al estilo de los profetas del Antiguo Testamento, sobre todo de Ezequiel.
«Ágabo tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos, y dijo. “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán en Jerusalén los judíos al hombre de quien es este cinto y lo entregarán en manos de los paganos”, Cuando oímos esto, le suplicamos, tanto nosotros como los de aquel lugar, que no fuera a Jerusalén. Pablo respondió: “¿Qué hacéis llorando y partiéndome el corazón? Yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén, por el nombre de Jesús, el Señor”» (21,11-13).
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