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lunes, 3 de mayo de 2010

Lecturas del día 03-05-2010. Ciclo C.

3 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. MARTES DE LA V SEMANA DE PASCUA, Feria. ( Ciclo C). 5ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. FIESTA DE SAN FELIPE Y SANTIAGO, APÓSTOLES. SS. Timoteo y Maura mrs, Juvenal ob.Jesús se presenta como Camino para llegar al Padre. La profunda y total identificación con Su padre le permite asegurar: “quien me ve, ve al Padre”. ¿Por qué Felipe no lo reconoce? Podríamos pensar en Felipe como prototipo del discípulo que se fascina por la personalidad del maestro pero le cuesta asumir su proyecto de Vida. “Créanlo por las obras” le dice Jesús. La praxis liberadora del Reino se presenta como prueba indiscutible de que el Padre anima y sostiene la búsqueda y la lucha por una vida digna y feliz para todos sus hijos e hijas.

Jesús es camino para llegar al Padre, que se transita poniendo en práctica la justicia, la paz, el amor fiel, la fraternidad universal, la solidaridad, la opción irrenunciable por los más pobres, débiles y excluidos. Es verdad, soporte del camino, herramienta para la libertad. Y es Vida plena y abundante, dada gratuitamente, dinamismo que impulsa el compromiso con el Reino.

Jesús: camino, verdad y vida. Seguir a Jesús es introducirnos integralmente en la experiencia de identificación con el Padre que nos comunica vida plena. Esa vida es la verdad total que lleva a la humanidad a la plena realización, itinerario vital que nos conduce a la identificación con el proyecto de Dios.

LITURGIA DE LA PALABRA

1Co 15,1-8. El Señor se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles.
Salmo 18. R/. A toda la tierra alcanza su pregón.
Jn 14,6-14. Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me noces?
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 15,1-8
El Señor se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles 

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.

Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. 

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 18
R/:A toda la tierra alcanza su pregón 


El cielo proclama la gloria de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos: / el día al día le pasa el mensaje, / la noche a la noche se lo susurra. R.

Sin que hablen, sin que pronuncien, / sin que resuene su voz, / a toda la tierra alcanza su pregón, / y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.

SANTO EVANGELIO.
Juan 14,6-14
Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces? 

En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto." Felipe le dice: "Señor, muéstranos a] Padre y nos basta." Jesús le replica: "Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí.. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré."

Palabra del Señor.

Felipe, originario de Betsaida, una comunidad helenizada, fue discípulo de Juan el Bautista y uno de los primeros discípulos de Jesús (Jn 1 ,43). Su nombre griego hace suponer su pertenencia a una comunidad helenística. También los recuerdos evangélicos nos hablan de sus relaciones con los paganos (Jn 1 2,20-30). El evangelio de Juan nos refiere otras tres intervenciones suyas (1 ,45; 6,5-7; 14,8). Según la tradición, Felipe evangelizó Turquía, donde murió mártir.

A Santiago, hijo de Alfeo (Mc 3,18), llamado “el menor” por la tradición, se le identifica como «hermano del Señor» (Mc 6,3) y es el autor de la Carta de Santiago. Fue testigo privilegiado de la resurrección de Jesús (1 Cor 15,7) y ocupó un puesto preeminente en la comunidad de Jerusalén. Tras la dispersión de los apóstoles, en los años 36-37, Santiago aparece como cabeza de la Iglesia madre (Hch 21,18-26). Murió mártir hacia el año 62.
Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 15,1-8.
El vocabulario empleado por Pablo al comienzo de esta página deja entrever la importancia fundamental de la tradición en los comienzos de la comunidad cristiana: « Yo os transmití; en primer lugar lo que a mi vez recibí».

A través de la tradición apostólica llegan a nosotros las noticias relativas al acontecimiento histórico-salvífico de la Pascua del Señor; a través de la tradición apostólica podemos remontarnos los cristianos a los orígenes e insertamos en el flujo salvífico de aquella gracia.

Encontramos aquí también una antiquísima profesión de fe que, con bastante probabilidad, se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: “Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce” (vv. 3-5). Si es verdad que la tradición apostólica nos transmite el mensaje que salva, también lo es que nuestra profesión de fe actualiza ese mismo mensaje y lo hace eficaz para la salvación.

El apóstol de los gentiles se preocupa también de citar a los primeros grandes testigos del Señor resucitado: Pedro, en primer lugar, y, a continuación, Santiago y todos los demás apóstoles; al final se encuentra el mismo Pablo, último entre todos, aunque es un eslabón importante de esta misma tradición.

Comentario del Salmo 18.
El salmo 18 mezcla dos tipos de salmo, lo que ha llevado a mucha gente a dividirlo en dos. De hecho, del versículo 2 al 7 tenemos un himno de alabanza, sin ningún tipo de introducción. Aquí, el cielo y el firmamento, el día y la noche cantan —en silencio— las alabanzas de quien los creó. Se trata, por tanto, de un himno de alabanza al Dios creador. Pero la segunda parte (8-15) es de estilo sapiencial y presenta una reflexión sobre la ley del Señor.


Lo que hemos dicho hasta ahora puede ayudarnos a ver cómo está organizado el salmo 19. Tiene dos partes, con estilos diferentes: 2-7 y 8-15. En la primera (2-7) tenemos una solemne alabanza al Creador del universo: el cielo, el firmamento, el día, la noche y, sobre todo, el sol, proclaman, sin palabras, la gloria de quien los creó. La alabanza silenciosa es lo más importante, pues viene a demostrar que las palabras no son capaces de expresar todo lo que se siente. El sol es comparado con el esposo que sale de la alcoba y con un atleta que recorre el camino que se le ha señalado.

En la segunda parte (8-15) encontramos un poema sapiencial cuyo tema central es la ley del Señor, a la que se designa también como «testimonio» (8b), «preceptos» 9a), «mandamiento» (9b), «temor» (10a) y «decretos» (10b) son seis términos que se emplean para indicar básicamente la misma realidad. Al lado de cada una de estas palabras se repite el nombre propio de Dios: «el Señor» —Yavé en el original hebreo— (en esta segunda parte, este nombre aparece siete veces) y también un adjetivo: «perfecta», «veraz», «rectos», «transparente», «puro», «verdaderos». Después de cada una de estas afirmaciones se presenta a la persona o realidad que se beneficia de los efectos de la ley: el alma descansa (8a), el ignorante es instruido (8b), el corazón se alegra (9a), los ojos reciben luz (9b). Todo esto se resume en dos comparaciones: la ley es más preciosa que el oro más puro (es decir, más que lo más valioso que existe) y más dulce que la miel (la miel es lo más dulce que hay). Con otras palabras, este poema afirma que la ley es lo más valioso y lo más dulce que existe (11).

Esta segunda parte puede, a su vez, dividirse en otras dos. Después de presentar el elogio de la ley perfecta, lo más precioso y lo más dulce que hay, el salmista se contempla a sí mismo viéndose imperfecto, impuro, arrogante y pecador (12-14), y concluye expresando un deseo: que las palabras de este salmo, en forma de meditación, le agraden al Señor, su roca, su redentor (15).

La primera parte de este salmo (2-7) presenta una tensión. De hecho, casi todos los pueblos vecinos de Israel consideraban al sol y a los astros como dioses. Para el salmista, el cielo y el firmamento son como una especie de gran tejido en el que Dios ha dejado impresos algunos signos de su amor creador. En silencio, las criaturas hablan de la grandeza de su Creador. Cada día le entrega al siguiente una consigna; lo mismo que cada noche a la posterior: han de ser anunciadores silenciosos del amor del Creador. Aun sin usar palabras, su mensaje silencioso llegará hasta los límites del orbe. Todos los días y todas las noches proclaman siempre la misma noticia.

El sol no es Dios, sino una criatura de Dios. En aquel tiempo, se creía que el astro rey giraba alrededor de la tierra. Por eso se suponía que, por la mañana, salía de la tienda invisible que Dios había levantado para él en Oriente como el esposo de la alcoba, para recorrer su órbita como un héroe o un atleta, hasta entrar de nuevo en su tienda en Occidente. Como el esposo, porque es sinónimo de fecundidad; como un héroe, porque nada ni nadie escapa a su calor; como un atleta, porque nadie lo puede detener.

La segunda parte (8-15) también esconde una tensión con las «naciones». De hecho, para Israel, el gran don insuperable que Dios le ha comunicado a Israel se llama «ley». Por medio de ella dejó perfectamente claro en qué consistía su proyecto y cuáles eran las condiciones para que Israel fuera su socio y aliado. ¿Qué es lo que tiene Israel que ofrecerles a las naciones? Una ley perfecta y justa, fruto de la alianza con un Dios cercano: «En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos corno esta ley que yo os propongo hoy?» (Dt 4,7-8).

Después de hablar de la perfección de la ley, el salmista piensa en la propia fragilidad (12-15). La ley es útil para la instrucción y el provecho del fiel. Pero él se siente pequeño. La ley es perfecta, él es imperfecto. La ley es pura como el oro fino, pero él tiene que ser purificado de las faltas que haya podido cometer sin darse cuenta. El problema principal consiste en la posibilidad del orgullo o la arrogancia que, dominando a la persona, vuelven responsable al individuo de las transgresiones más serias, del «gran pecado».

En este salmo hay dos imágenes muy intensas: la del Dios de la Alianza (8-15), que hace entrega de la ley a su pueblo, y la del Dios Creador, reconocido como tal por sus criaturas en todo el orbe (2-7).

El Nuevo Testamento vio en Jesús el cumplimiento perfecto de la nueva Alianza; Jesús es aquel que permite ver de manera perfecta al Padre (Jn 1,18; 14,9). Jesús alaba al Padre por haber revelado sus designios a los sencillos (Mt 11,25) e invitó a aprender, de los lirios del campo y de las aves del cielo, la lección del amor que el Padre nos tiene (6,25-30).

La primera parte de este salmo nos ayuda a rezar a partir de la creación, a contemplar en silencio el mensaje que nos viene de las criaturas. Es un salmo ecológico o cósmico. La segunda parte nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos librarnos de la arrogancia y del orgullo...

Comentario del Santo Evangelio: Juan 14,6-14
Si la primera lectura nos ha hablado de Santiago, ésta, en cambio, nos presenta un diálogo entre Felipe y Jesús, precedido de una autorrevelación que Jesús ofrece a Tomás. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (v. 6): de este modo, a través del apóstol Tomás, Jesús nos indica a todos nosotros el camino que debemos recorrer para alcanzar la comunión con el Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y nosotros, y lo es desde siempre y para siempre.

También a Felipe le habla Jesús del Padre: éste es el punto de conexión entre las dos partes del fragmento evangélico.

Jesús confirma que, ya desde ahora y a través de su persona, podemos conocer a Dios; es más, podemos verle, y de este modo creer en la plena comunión que une a Jesús con Dios Padre. Y no sólo esto, sino que sus mismas palabras nos revelan la comunión que une a Jesús con el Padre y nuestra relación filial con el Padre. Escuchar y acoger la Palabra de Dios que llega a nosotros por medio del evangelio significa allanar el camino que nos conduce al Padre.

Además de sus palabras, también las obras de Jesús —de las que conservamos un vivo recuerdo en los relatos evangélicos—, acogidas en la fe, constituyen otros tantos caminos que se abren ante nosotros para comprender la verdadera identidad de Jesús, su relación con el Padre y nuestra relación con ambos.

Los dos apóstoles cuya fiesta celebramos hoy nos recuerdan dos aspectos fundamentales de nuestra experiencia de fe. Por un lado, Santiago nos conduce al carácter fundamental de la traditio apostólica. Esta es importante y fundamental no tanto porque esté ligada a algunas personas, sino porque es de origen divino, dado que ha sido establecida por el mismo Jesús. También el objeto de la tradición apostólica hace a esta última preciosa e ineludible: estoy aludiendo sobre todo a la memoria de la pasión y muerte, resurrección y apariciones del Jesús resucitado a los Doce. De ahí que la tradición sea, al mismo tiempo, apostólica y pascual: en ella se inserta nuestra fe, aunque nos separen veinte siglos de historia.

El apóstol Felipe sugiere otra pista a nuestra meditación: él desea ver el rostro del Padre, y Jesús le responde que los rasgos de aquel rostro están ya presentes en él. Nuestra búsqueda del rostro de Dios, que en ocasiones se vuelve espasmódica y dolorosa, tampoco debería apartarse nunca de la pista que nos ofrecen los recuerdos evangélicos. Sólo una asidua y metódica frecuentación de los evangelios nos puede ofrecer un conocimiento suficiente y liberador de la personalidad de Jesús de Nazaret, de su misterio profundo, de su proyecto salvífico. Y de este modo, a través de esta pista, podremos entrever los rasgos de aquel rostro paterno al que toda la humanidad, de una manera más o menos explícita, tiende y anhela.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 4, 16-14. Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?, para nuestros Mayores.
Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. La pregunta de Tomás permite a Jesús pronunciar una de sus afirmaciones supremas, que combina en una sentencia las ideas más fundamentales que se haya formulado en el Evangelio.
«Yo soy»: La fórmula “Yo soy” no es exclusiva de Juan (cf. Mt 14,27). Pero al instante les habló Jesús diciendo: « ¡Animo!, que soy yo; no temáis.»; Mc 13,6. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: “Yo soy”, y engañarán a muchos, es la fórmula revelatoria de Antiguo Testamento (Ex 3,6 [6] Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros.»; 20,2; Dt 32,39 e indudablemente encaja en la pretensión consciente que Jesús tiene de ejercer poderes revelatorios en la nueva alianza.

«El camino, la verdad»: En el uso hebreo, “verdadero” caracteriza prominentemente el ordenamiento divino (cf. 7,28 [28] Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que verdaderamente me envía el que me envía; pero vosotros no le conocéis; 17,3 [3] Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo), distinguiéndolo así del engaño y la ilusión del ordenamiento del hombre pecador (cf. Rm 3,4 [4] ¡Claro que no! Al contrario, Dios actúa siempre conforme a la verdad, aunque todo hombre sea mentiroso; pues la Escritura dice: "Serás tenido por justo en lo que dices, y saldrás vencedor cuando te juzguen); en el sentido hermético, lo “verdadero” pertenece al mundo arquetípico de la realidad, comparado con el cual todo lo demás no pasa de ser un pálido reflejo: A través de Cristo se llega a la posesión del Padre, lo que significa poseer la vedad y la vida.
«Nadie va al Padre sino por mí»: El es el único camino. 

“Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.” La falta de comprensión por parte de los discípulos es tal, que Jesús puede repetir las palabras que pronunció contra sus adversarios judíos.

«Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto»: Con la glorificación de Cristo y la venida del Espíritu se hará perfecto, a pasar de todo, su conocimiento. 

Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? La demanda de Felipe (cf. 1,43s [43] Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme») indica la misma incomprensión; constituye una expresión de la espera insatisfecha del Antiguo Testamento (1,18. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado; cf. Ex 33,18s. Entonces dijo Moisés: «Déjame ver, por favor, tu gloria») que, sin embargo, debería de haber sido superada desde hacia tiempo por el trato continuo con Cristo. 

¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. Jesús repite casi palabra por palabra lo que ya había afirmado en otras ocasiones acerca de su relación el Padre (cf. 7,16 Jesús les respondió: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado; 8,28 Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo; especialmente 10,38 pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre».

«Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí»: Al recibir a Cristo, el cristiano recibe entera toda la divinidad (cf. 17,21 [21] para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. 

En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. De aquí se sigue que también el cristiano realizará las obras de Dios, lo mismo que Cristo y sobe idéntico principio. Estas palabras, por dirigirse a los primeros apóstoles, se refieren no sólo al hecho de que las obras del fiel cristiano están realizadas dentro del orden sobrenatural, sino, primero y ante todo, a la Iglesia como poseedora y continuadora de los poderes divinos de Cristo en orden a la salvación (cf. 20,22s). Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»; Mc 6,7. Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. 

«Y hará mayores aún»: Esto no se refiere primeramente a los milagros, aunque seguirá habiéndolos, sino al panorama mucho más amplio, geográfica y numéricamente, en el que la Iglesia ejercerá sus poderes salvíficos; la naturaleza de estas obras mucho más grandes ya ha sido sugerida por textos como 4,35-38. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga»; 10,16s.

«Porque yo voy al Padre»: La condición de esta actividad es que Cristo sea glorificado y que se otorgue el don del Espíritu. 

Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
 
«Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré»: Las grandes obras de la actividad cristiana son, a fin de cuentas, obras de Cristo, pues es él quien otorga el poder para realizarlas. «En mi nombre» (En el uso semítico, “nombre” equivale a persona. La fe no consiste simplemente en aceptar una proposición, sino en la entrega comprometida a una persona). No implica, por supuesto, que una oración tenga garantizado su efecto simplemente en virtud de una invocación mecánica del nombre de Jesús. Orar “en el nombre” de Jesús implica una comunidad de personas (cf. 14,26). Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho; la armonía con la voluntad de Dios y la obediencia a sus mandamientos son las condiciones indispensables de una oración eficaz (cf. 1Jn 3,22) y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada; 5,14. En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha.

«Para que el Padre sea glorificado en el Hijo»: La gloria que el Padre recibe mediante las obras del Hijo (7,18). El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz; y no hay impostura en él. Pero yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga. Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: “El es nuestro Dios” continúa en las obras de los seguidores de su Hijo. 

Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Ser repite la promesa del v 13. El v. 14 es el único versículo de Juan en que se habla de una oración dirigida a Cristo en vez de al Padre por Cristo.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 14, 6-14, de Joven para Joven. ¿No me conocéis? —Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida –le respondió Jesús–; nadie va al Padre si no es a través de mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. 

Felipe –le contestó Jesús–, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. 

La festividad de los santos apóstoles Felipe y Santiago que hoy celebramos, nos brinda la oportunidad de meditar en oración acerca de nuestro conocimiento de Jesucristo. Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido?, le reprochó el Señor. No pretenderemos nosotros, sin embargo, lograr una clara comprensión del misterio del Hijo de Dios encarnado a partir de estas consideraciones, siendo imposible para la inteligencia humana la visión acabada de su realidad divina y humana. Invocamos, en cambio, a Dios con humildad para que nos conceda un aumento de la fe: que creamos muy firmemente, para que ese convencimiento se manifieste en vida cristiana a la medida de Jesucristo. La verdad de Jesús de Nazaret: Verbo eterno del Padre y hombre perfecto, al tomar carne de María Santísima, es el ideal para toda persona humana, hombre o mujer. 

En Jesucristo, pues, hay dos naturalezas, divina y humana; siendo una única persona: la Segunda de la Santísima Trinidad. Es posible, entonces, que, en ocasiones, se hable con una cierta ligereza de Jesús. Manifestando, eso sí, su condición de persona extraordinaria, pero sin dejar claro que en verdad es el mismo Dios, connatural con el Espíritu Santo y con el Padre. No pocas veces, por un afán mal entendido de presentar a un Jesucristo accesible y próximo a los hombres, se llega a tratar al Hijo de Dios encarnado con irreverente familiaridad. Nos lo muestran en ocasiones, en la literatura y la iconografía, de modo que es difícil pensar que se trata de nuestro Creador, y el Señor de cuanto existe. No es extraño, por consiguiente, que su presencia real en los sagrarios carezca, en la práctica, de interés para algunos que transitan por las iglesias y no se detienen –no le dan importancia– a hacer una genuflexión –reconocimiento expreso de su divinidad–, según mandan las rúbricas litúrgicas, al pasar ante el tabernáculo. 

El mismo Jesús desea que le tratemos con la mayor confianza. De mil modos, durante su vida pública, invita y facilita a los que le rodean, no ya a que le sigan, a que le escuchen y aprendan de Él; Él mismo se hace el encontradizo, buscando a cada uno, manifestando a las claras su deseo de darse porque nos quiere, y el bien nuestro consiste en su posesión. El bien: el mejor bien que es posible pensar, sólo lo encontramos en Jesucristo, porque es Dios para el hombre. Cuando somos conscientes de su majestad y grandeza, de su amor por los hombres, por nuestra felicidad, crece en cada uno el afán por conocerle mejor y por amarle. Nos sentimos grandes por haber recibido la gracia del Evangelio: anuncio de Dios al hombre y de su Amor sin límites. La reverencia en el trato y el interés efectivo por agradarle con la propia vida, surge como consecuencia de la fe en su divinidad. Así, pues, la buena oración es adoración reverente, confianza y amorosa. 

¿Con qué detenimiento –manifestación de verdadero interés– nos fijamos en Jesús? No nos suceda que –cansados enseguida– apartemos pronto la mirada y decaiga nuestro interés, por haber contemplado demasiado rápidamente su excelsa figura. Tratemos de insistir, aunque nos sobrevenga al principio una cierta impresión árida por falta de hábito en la meditación. En todo caso, Dios mismo contempla el intento nuestro por conocerle y, como buen Padre, ayuda "enternecido" con su luz al hijo pequeño –tú y yo– que, a duras penas, logra progresar un poco más en Su conocimiento. La lectura repetida de los pasajes evangélicos, meditados con más y más interés, ayuda a sentirse como un personaje más, acompañando a nuestro Dios mientras pasa por el mundo y nos da lecciones con su palabra y su sola presencia. 

Otras veces hemos considerado el afán apostólico, ese deseo de difundir la doctrina de Cristo propio de todo cristiano. Pero el deseo de dar a conocer las grandezas de Dios, no es la consecuencia de un precepto arbitrariamente impuesto que se acoja como por obligación. Más bien se trata de un afán impaciente, efecto de la Gracia de Dios y del entusiasmo humano al descubrir la maravilla de Jesucristo. Los Apóstoles, revestidos con la Gracia, declaran orgullosos, a pesar de las amenazas, ante los jefes del pueblo judío: nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído. El apostolado, en efecto, es la consecuencia natural de haber conocido al Señor. 

Así ha sucedido siempre en la vida de los cristianos, y así nos ha llegado a nosotros el tesoro de la Redención: a través de otros cristianos entusiasmados. Tal vez, tan entusiasmados con Cristo, que quisieron poner su vida totalmente al servicio de la extensión de su Reino. Luego, cada uno, según el don recibido de Dios, hemos respondido también a la medida de nuestra generosidad. En todo caso, bien consientes de que no es indiferente el comportamiento humano, porque el mismo Dios se ha hecho hombre para mostrarnos humanamente su amor y que como hombres tengamos también ocasión permanente de amarle. 

Santa María, Madre nuestra por la bondad de Dios, nos recuerda de continuo, si nos acogemos a su cariño, que su Hijo Jesús es nuestro Hermano mayor, el Hijo del Eterno Padre.

Elevación Espiritual para este día. 
«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El gran jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

Reflexión Espiritual para el día. Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina. 

En vez de llamarse El regreso del hilo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso. Se pone menos énfasis en el hilo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre —la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos— habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Co 15, 1-1; 1-8a). La resurrección de Cristo es el gran punto de partida.
La doctrina de la resurrección es como la clave de bóveda del edificio del pensamiento religioso de Pablo. Su cristología, su soteriología, su eclesiología culminan aquí. Se pueden distinguir dos elementos:

1.- La afirmación de la esperanza cristiana en la resurrección. Esta es indesarraigable en las almas, cuya sensibilidad ha sido formada por la lectura del Antiguo Testamento. Pues, aunque es verdad que éste habla poco de la resurrección, enseña —contrariamente a la mayoría de las religiones orientales y griegas— que la creación del mundo visible y del cuerpo humano no es un accidente deplorable en relación con la caída de los espíritus, sino una manifestación de la sabiduría divina, no obstante su decadencia ulterior. Por consiguiente, una escatología que enseñara la disolución pura y simple del mundo visible, y se contentara con la esperanza de la inmortalidad celestial del alma, no puede dar satisfacción a esta manera de comprender la creación. A lo que aspira un cristiano es «un nuevo cielo y una nueva tierra», es decir, una nueva creación.

2.- La afirmación de que esta esperanza se realizará. Esta certeza ¿sobre qué se basa? Pablo pudo haberse contentado con referirse a una revelación relativa a la materia ésta, como en la Primera a los Tesalonicenses. Pero su interés es conectar esta certeza con un hecho preciso apoyado por testigos, o sea la resurrección de Cristo, que arrastrará consigo la de los cristianos.

Y así Pablo recuerda solemnemente su predicación evangélica en Corinto. Hay algo en ella fundamental, sin lo cual su fe no tendría contenido: sería como una creencia ciega y desprovista de convicción profunda, incapaz, por consiguiente, de arrancar realmente a los hombres de la duda y de la desesperanza que les asaltarán más pronto o más tarde. Se trata, pues, de un examen de esta convicción fundamental cristiana: la resurrección, Pablo alude a una fórmula catequética, una especie de credo, en que se afirmaba la creencia en la resurrección de Cristo: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y ha resucitado al tercer glía según las Escrituras».

El inciso «según las Escrituras» probablemente no se refiere a ningún texto concreto, sino a la idea general de que en la resurrección de Cristo se realizan los viejos planes de Dios sobre la salvación de los hombres.

Pablo añade aquí algunas apariciones de Cristo resucitado que no se mencionan en los evangelios. Es impresionante la aparición a los quinientos cristianos, muchos de los cuales vivían en la época temprana de la redacción de la carta.

La aparición del camino de Damasco la nombra la última en tiempo y en dignidad.
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