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miércoles, 5 de mayo de 2010

Lecturas del día 05-05-2010. Ciclo C.

5 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. MIÉRCOLES DE LA V SEMANA DE PASCUA,.Feria. ( Ciclo C). 5ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Ángel de Sicilia pb mr, Máximo ob, Niceto ob.
LITURGIA DE LA PALABRA

hch 15,1-6. Se decidió que subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbítero sobre la contraversia. Salmo 121 R/. Vamos alegres a la casa del Señor.
Jn 15, 1-8. El que permanece en mí y yo en él, ése da su fruto abundante.
La imagen de la viña es muy utilizada en el primer testamento. El pueblo aparece como la viña cuidada por Dios, el viñador. Pero la viña no produce los frutos esperados de justicia, solidaridad, circularidad y entonces el viñador se enoja y la destruye. Juan toma esta imagen y la reinterpreta con libertad.

Ahora Jesús es la vid verdadera y su Padre el viñador. Los discípulos, aquellos que adhieren por opción a su propuesta, son los sarmientos. Esta adhesión se demostrará permaneciendo unidos a Jesús y dando frutos, dos realidades que van íntimamente relacionados. Estar unidos a Jesús implica asumir el proyecto del Padre y la praxis liberadora del Reino. Esos son los frutos que espera el viñador. Esta nueva vid, la verdadera, no puede fallar como la anterior, está sacada de las entrañas mismas del Padre que cuidará que todos sus miembros den frutos. Los que no, serán limpiados, en lenguaje que apunta más a la purificación-conversión que a la poda-exclusión.

Permanecer es una opción libre del discípulo y no una decisión arbitraria del Padre. Permanecer adhiriendo vitalmente y activamente y guardar las palabras de Jesús es garantía de frutos abundantes.

PRIMERA LECTURA.
Hechos 15,1-6
Se decidió que subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia 

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. La Iglesia los proveyó para el viaje; atravesaron Fenicia y Samaría, contando a los hermanos cómo se convertían los gentiles y alegrándolos mucho con la noticia. Al llegar a Jerusalén, la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos.

Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, intervinieron, diciendo: "Hay que circuncidarlos y exigirles que guarden la ley de Moisés." Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 121
R/.Vamos alegres a la casa del Señor. 


¡Qué alegría cuando me dijeron: / "Vamos a la casa del Señor"! / Ya están pisando nuestro pies / tus umbrales, Jerusalén. R.

Allá suben las tribus, / las tribus del Señor, / según la costumbre de Israel, / a celebrar el nombre del Señor; / en ella están los tribunales de justicia, / en el palacio de David. R.

SANTO EVANGELIO.
Juan 15,1-8
El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-6
En el comienzo del fragmento aparece planteada la cuestión que tanto interesó y turbó a los primeros discípulos: ¿hace falta la circuncisión para salvarse? Pablo y Bernabé responden decididamente que no. Pero ¿y si los que dicen lo contrario contaran con el aval de las columnas de la Iglesia de Jerusalén?

De ahí viene la solución: ir directamente a Jerusalén. Allí, tras un viaje en el que cuentan sus éxitos apostólicos, suscitando una “gran alegría a todos los hermanos”, fueron recibidos por «la iglesia, los apóstoles y demás responsables» y encuentran la misma oposición que hallaron en Antioquía por parte de los fariseos convertidos.

Su tesis es la típica de los judaizantes, contra los que Pablo tendrá que luchar durante mucho tiempo (cf. sobre todo Gal 5,6-12). Para éstos, la ley de Moisés tenía una validez perenne y, por consiguiente, también tenía que ser impuesta a los convertidos del paganismo.

La cuestión es seria: de ahí que se convoque una reunión a la que asisten los apóstoles y los demás responsables. Según una variante occidental del texto original, asistieron también «el conjunto de los hermanos». Son las premisas del celebérrimo «Concilio de Jerusalén», la primera reunión oficial de la Iglesia para resolver una cuestión grave, de la que podía depender la difusión de la Palabra entre el mundo pagano. Sobre esta reunión se han derramado ríos de tinta (en parte por la dificultad de armonizar los datos de Lucas con los de Pablo). Con todo, la importancia de la reunión es indudable y sus resultados serán altamente positivos.

Comentario del Salmo 121 
Este cántico refleja la alegría desbordante de los peregrinos que, desde todos los rincones de Israel, acuden en peregrinación a Jerusalén -acontecimiento que tenía lugar tres veces al año—, siendo la Pascua la más importante. Al júbilo propio que supone peregrinar hacia el Templo santo, se le une también la acción de gracias al poder contemplar reconstruida la casa de Dios.

Israel ha derramado innumerables lágrimas a causa de la destrucción del Templo por parte de Nabucodonosor. Salió hacia el destierro con esa terrible amargura grabada en su alma; todo un pueblo, con el corazón traspasado por el dolor ante las ruinas que se ofrecen a sus ojos, fue forzado a abandonar la ciudad de la gloria de Yavé: la Jerusalén de sus entrañas.

El salmista anuda en su composición poética toda una serie de bendiciones ensalzando la ciudad otra vez santa, otra vez fuerte, otra vez llena de la gloria de Yavé: «qué alegría cuando me dijeron: ¡“Vamos a la casa del Señor”! ¡Nuestros pies ya se detienen en tus umbrales, Jerusalén! Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. A ella suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel a celebrar el nombre del Señor».

Son muchos los textos del exilio en los que hombres de fe del pueblo de Israel, movidos por el Espíritu Santo, dan testimonio ante sus desanimados hermanos de la certeza de que Yavé, su Dios, volverá a reconstruir Jerusalén. Testifican que Dios perdonará una vez más a su pueblo y que, como signo de su perdón, volverá a levantar su casa, su morada, en medio de ellos. Una de las personas que mantuvo su fe en medio de un pueblo completamente pagano fue Tobías. Entresacamos su testimonio: « ¡Jerusalén, ciudad santa! Dios te castigó por las obras de tus hijos, mas tendrá otra vez piedad de los hijos de los justos. Confiesa al Señor cumplidamente y alaba al Rey de los siglos para que de nuevo levante en ti, con regocijo, su tienda, y llene en ti de gozo a todos los cautivos y muestre en ti su amor a todo miserable por todos los siglos de los siglos» (Tob 13,9-10).

Lo que nos impresiona de este texto es ver cómo Tobías empieza reconociendo que Jerusalén ha caído en manos de gentiles a causa de su infidelidad para con Dios. Admitida y asumida la culpa, veremos cómo declara dichosos, bienaventurados, a todos aquellos que, en vez de hacer leña del árbol caído, han tenido lágrimas para llorar su castigo y destrucción. A estos les profetiza algo que va a elevar y fortalecer su ánimo, una noticia que hará que sus ojos, secos y desgastados por tantas lágrimas derramadas, rompan en rayos de luz como sucede cuando despunta la aurora: « ¡Dichosos los que te amen! ¡Dichosos los que se alegren en tu paz! ¡Dichosos cuantos hombres tuvieron tristeza en todos tus castigos, pues se alegrarán en ti y verán por siempre toda tu alegría! Bendice, alma mía al Señor y gran Rey, que Jerusalén va a ser reconstruida y en la ciudad su casa para siempre» (Tob 13,14-16).

Hemos dado a conocer el maravilloso testimonio de Tobías y pasamos ahora a exponer uno de los muchos cantos de salvación que nos ha legado el profeta Isaías. Nos lo imaginamos transportado por el mismo Yavé al entonar su poema: « ¡Pasad, pasad por las puertas! ¡Abrid camino al pueblo! ¡Reparad, reparad el camino y limpiarlo de piedras! ¡Izad pendón hacia los pueblos! Mirad que Yavé hace oír hasta los confines de la tierra; decid a la hija de Sión: mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le precede. Se les llamará pueblo santo, rescatados de Yavé; y a ti se te llamará buscada, ciudad no abandonada» (Is 62,10-12).

Todas estas bendiciones y alabanzas dirigidas a la Jerusalén que va a ser reconstruida nos hablan en todos sus matices del Mesías, El es el bendito de Dios enviado para bendecir a los hombres. Oraba en el mundo el sello definitivo de la bendición de Dios fundando la Iglesia, de la que la Jerusalén reconstruida es figura. Envía a sus discípulos con la misión de ser sal y luz del mundo o, como testimoniaba Diogneto, autor de la Iglesia primitiva, Dios ha llamado a los cristianos a ser el alma del mundo.

Es tan importante la misión de la Iglesia —la nueva Jerusalén— para el mundo, que Jesucristo la funda sobre sí mismo, siendo, como es, la roca de Yavé. Recordemos cuando Jesús pregunta a los apóstoles quién que dice la gente que es Él. Sabe que las respuestas fueron variadas: que si Jeremías, que si Elías, que si un profeta más... Jesús entonces se dirigió a ellos y les dijo: muy bien, esto es lo que dice la gente; pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Recordemos la respuesta de Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Entonces Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,17-18).

Comentario del Santo Evangelio: Juan 15,1-8
Debo caer en la cuenta de que el cristianismo no es sólo un mensaje, sino una vida. No afecta sólo a la mente, sino que nos hace dar un salto cualitativo en el orden del ser. No es sólo algo iluminador, sino transformador. Es la vida divina derramada en mí por Cristo, que vivifica mi existencia gracias a mi comunión con él. ¿Quién puede darme la vida divina, la participación en la vida inmortal, una vida más allá de toda imaginación, sino Dios mismo? No puedo subir al cielo, sólo puedo recibir lo que del cielo me viene dado. Y lo recibo estando en comunión con Cristo, la vid, y con los hermanos, los otros sarmientos. El Padre da la vida al Hijo y el Hijo la transmite a los que están unidos a él: ésa es la realidad que lo transforma todo.

¿Pienso alguna vez en la unicidad de la «vida divina»? Esta expresión puede parecernos a veces vaga, dado que no es verificable con instrumentos humanos, pero es decisiva, porque es la razón de mi «ser hijo» de Dios, de mi vida definitiva con él, una vida que será vida de «familia» con la inaccesible y gloriosa Trinidad, puesto que ahora soy «consanguíneo» suyo. El punto de soldadura insustituible entre lo divino y lo humano sigue siendo Jesús y la comunión con él. Jesús es insustituible para mi vida de hijo de Dios; él me convierte en un sarmiento sano con su palabra, él me hace llegar la linfa vital de la inmortalidad, una linfa que viene de la eternidad y sumerge en la eternidad.

¡Suprema belleza la de la fe! ¡Grandioso panorama el de una vida divinizada!

Comentario del Santo Evangelio: Jn 15,1-8, para nuestros Mayores. Alegoría de la vid y los sarmientos.
Un misterio inabarcable. Adornaba la entrada de la casa. A su sombra se sentaban los que pasaban. Y cuando brotaban las uvas, aquella parra familiar se convertía en esperanza. La vid ha sido todo un símbolo para una cultura que veía en las uvas la culminación de las cosechas y consideraba al vino como el resumen de la alegría y la fiesta.

Los profetas habían comparado muchas veces al pueblo de Israel con una viña. Dios mismo, como buen labrador, la había plantado y cuidado: “Tenía mi amado una viña en un fértil recuesto” (Is 5,1). El amado le dedicaba tiempo y atenciones. Pero, al tiempo de la cosecha, esperaba que le diese uvas y le dio agrazones. Pensar en la viña era repensar la historia y la vocación del pueblo: su elección, pero también su traición.

Evidentemente, Juan, al presentar la misteriosa comunión entre Jesús y sus discípulos bajo la alegoría de la vid, está haciendo referencia al pueblo de la antigua Alianza, tantas veces presentado bajo el símbolo de la vid (Sal 79,9-12; Is 5,1-4). Juan viene a decir que la alegoría se verifica eminentemente en Cristo y la Iglesia, el pueblo de la nueva Alianza, la nueva vid, llamada a extender sus pámpanos por toda la tierra. Cuando Jesús dice: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”, no está ofreciéndonos simplemente una alegoría más o menos poética, como cuando unos amigos afirman: “somos una piña”, sino que está expresando un inabarcable misterio. Nos ofrece una concepción grandiosa del hombre, de la historia, de la humanidad.

Yo soy “nosotros” Con la alegoría de la vid, Jesús dice que somos solidarios, que, más allá de lo que perciben los sentidos, formamos un “todo”, que un sarmiento separado de la cepa y de los otros sarmientos no es un sarmiento, sino un palo seco. De la misma manera un miembro separado del cuerpo, no es un miembro, sino un trozo de carne, como señala Pablo con la alegoría audaz y expresiva del cuerpo humano. Por eso asegura que amar a los otros es amarse a sí mismo y odiar a los otros es odiarse a sí mismo. Por tanto, lo correcto es amar a los demás como a uno mismo y despreocuparse o perjudicar a los otros es un absurdo; es como si la mano, en vez de curar al pie, lo hiriese.

Tú me perteneces, hermano; yo te pertenezco; el que está a mi lado o lejos me pertenece. No podemos decir: “Yo no tengo nada que ver con él”. Todos formamos una vid, un cuerpo, regado por una misma savia, por una misma sangre. Todos tenemos un destino común. Es cuestión de ser lo que somos: un misterio de comunión a imagen de Dios-Familia. Sólo en la gloria nos daremos cuenta de hasta dónde llega la solidaridad de destino, la mutua pertenencia, lo que nos debemos unos a otros. Tus méritos, bondad, humanidad y gracia me pertenecen y los míos te pertenecen. Es lo que confesamos al decir: “Creo en la comunión de los santos”. Tanto la savia que da vida al árbol como la sangre que circula por todo el organismo pertenecen a todo el árbol y a todo el cuerpo. Con la alegoría de la vid y del cuerpo se proclama lo que Hegel formuló siglos después: “Yo soy nosotros”.

Cristo, la cepa. En esa vid, que formamos todos, Cristo es la cepa que genera la savia. Los sarmientos viven de la savia de la cepa. Nosotros vivimos de la vida de Cristo. Pablo experimentó esto con tanta vivacidad que llegó a decir: “No vivo yo; es Cristo quien me vive” (Gá 2,20). Esto ha de provocar en nosotros una humildad radical. Los hermosos racimos de mis gestos de generosidad no sólo son frutos míos, sino primordialmente de la savia-Cristo. Los frutos los luce el sarmiento, pero los produce la cepa sobre todo.

Pablo confesaba: “Yo he trabajado más que ninguno, pero no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co 15,10). “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,6). San Agustín comenta: “Con estas palabras instruye a los humildes y tapa la boca a los soberbios. Los primeros saben que pueden dar frutos admirables gracias a Aquel que les transmite su savia. Y los segundos han de aprender que los frutos que producen se deben al que es autor de la vida, la verdad y la gracia”.

De esta realidad mistérica se deduce también la “disponibilidad” para dejar a Cristo que produzca frutos en nosotros. Nos necesita como mediación: “Necesito tus manos para acariciar al que está cerca de ti y no se siente querido, para ungir las heridas del llagado; necesito tu lengua y tus manos para clamar justicia en favor del oprimido, para consolar al deprimido. ¿Te vas a negar a ser portador de mi vida, ternura y acción liberadora? ¿Vas a tener entrañas tan duras?

Es necesario que entendamos que éstas no son reflexiones fantasiosas ni sentimentales, sino pura teología bíblica. ¿Qué querrá el Señor realizar a través de mí y de nosotros como comunidad en favor de los demás? “Mi relación con Cristo es lo que me mantiene en la lucha”, he oído confesar a numerosos cristianos comprometidos. Es lo que Jesús había predicho.

Necesitamos reforzar nuestra comunión con él. ¿Cómo? Mediante la escucha de su Palabra. Además, la amistad se fortalece con los encuentros y el diálogo. Éstos, referidos al Señor, se llaman oración. Cristo nos da también transfusiones de su vida en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. ¿Cómo conoceremos la vitalidad, la savia de Cristo que hay en nosotros? Por vuestros frutos la conoceréis (Mt 7,16). Por la abundancia y calidad de los racimos (las actitudes y gestos de generosidad) la conoceremos. No vale un amor de boquilla, advierte Juan (1 Jn 3,18). Nuestro amor al Señor ha de expresarse en apuestas concretas y generosas por los demás. Una madre de familia comprometida me confesaba al preguntarle cómo se las arreglaba para poder con tantas cosas: “Mira, si no hubiera sido por mi cercanía a Cristo, me sería imposible meterme en todos estos líos. Pero, gracias a él, todo lo hago con gusto. Actúo porque creo, pero también creo porque actúo. Es mi entrega a los demás la que me confirma en la fe”. Es el cumplimiento de lo dicho por Jesús: “El que vive unido a mí produce mucho fruto” (Jn 15,5).

Comentario del Santo Evangelio Jn 15, 1-11(15, 1-6/15, 1-8/15, 9-11), de Joven para Joven. La alegoría de la Vid. 
En el discurso del cap. 14 Jesús había hablado de su partida. Había garantizado, al mismo tiempo, a sus discípulos que volvería de nuevo a ellos. Esta promesa de la presencia de Jesús entre los suyos se presenta ahora como cumplida en la alegoría de la vid y los sarmientos. Jesús es la fuente de la vida y de los creyentes y de las obras buenas que hagan.

El discurso del cap. 14 se hallaba determinado por el imperativo de creer en Jesús (14, 1): Ahora esta exigencia se expresa con la imagen de espacio y movimiento, de permanecer en él. Es de notar que el único pasaje comparable a éste, con la misma imagen de permanecer en él, lo tenemos a propósito de la eucaristía (6, 56). De ahí que la idea de permanecer en Cristo deba verse en conexión con la eucaristía.

La vid, sumamente familiar a los palestinenses, es una planta que exige muchos cuidados. La misma planta sugiere que sea tomada como ilustración de los cuidados de Dios por su pueblo. Así se había hecho ya en el Antiguo Testamento (Is 5; Jer 2, 21). La destrucción de la viña era el mejor símbolo para expresar las calamidades de carácter nacional (Sal 80, 13-16; Ez 19, 10-14).

Como sabemos por los evangelios sinópticos, Jesús se servía de las cosas familiares para transmitir su enseñanza. Ahora quiere hablar de la solidaridad, de la unión íntima entre él y sus discípulos. Para ello utiliza la imagen de la vid y los sarmientos. Conociendo la planta no es necesario afirmar que no todos los tallos prosperan. Tiene que haber un constante cuidado de poda y limpieza. Esta labor corre a cargo del viñador.

Se afirma claramente una gran sustitución. La vid no es ya el pueblo judío, sino Jesús mismo. El viñador sigue siendo el Padre. Notemos que en el cuarto evangelio aparece con frecuencia el pensamiento de la dependencia de Jesús en relación con el Padre.

Llevar frutos es otra imagen frecuente para indicar las obras buenas (Mt 3, 8). Las ramas infructuosas son los hombres sin fe y los discípulos apóstatas, al estilo de Judas.

La «limpieza» de la que se habla en el v. 3 sigue en la misma línea de la imagen. El viñador poda y “limpia”. Esta limpieza de los discípulos ha sido llevada a cabo por toda la obra de Jesús, que culminó en su muerte. Aquí el medio de purificación se dice que ha sido la palabra, es decir, se hace referencia a la comunicación de Jesús a los discípulos a través de su venida al mundo. Y puesto que ya están limpios se les pide permanecer en él.

En esta sección el término “permanecer” es utilizado hasta once veces. Ya la estadística anuncia que es el tema dominante. A pesar de la ausencia, los discípulos deben permanecer unidos a Cristo. Él promete su presencia en ellos. Unión esencial en orden a dar frutos, es decir, en orden a vivir la vida divina y producir las obras buenas que Dios espera de ellos.

El hombre, abandonado a sí mismo, no puede dar esta clase de fruto. La auto-suficiencia, llevada hasta su consecuencia más extrema, aparta de Dios, corta la unión con él. La imagen utilizada por el evangelista se refiere a la separación que tendrá lugar en el último día. Sólo que, como es habitual en Juan, esa imagen es utilizada para describir, ya aquí y ahora, el significado de la falta de unión con Dios. La vida «fructuosa» puede ser definida como la vida de unión con Dios, en la cual la oración siempre es atendida.

Después el pensamiento avanza hacia el lenguaje directo. Dar fruto es vivir la vida del verdadero discípulo y, con ello, dar gloria a Dios. El pensamiento se mueve entre la iniciativa de Dios en el amor y la respuesta del hombre en la obediencia. Porque el Padre ama al Hijo y el Hijo ama a los discípulos. Este es el fundamento de la fe cristiana y del discipulado. El discípulo debe permanecer en este amor por la obediencia. Esta unión del discípulo con Cristo se asemeja a la que el Hijo tiene con el Padre.

Elevación Espiritual para este día. 
Que nadie piense que el sarmiento por sí solo puede producir algún fruto. El Señor ha dicho que quien está en él produce “mucho fruto”. No ha dicho: «Sin mí podéis hacer poco», sino: «Sin mí no podéis hacer nada».

De todos modos, sea poco o mucho, no podemos hacerlo sin él, puesto que sin él no podemos hacer nada. Porque cuando el sarmiento produce poco fruto, el agricultor lo poda para que produzca más; sin embargo, si no está unido a la vid no toma alimento de la raíz, no podrá dar por sí mismo ningún fruto.

Reflexión Espiritual para este día. 
El arte de vivir en íntima unión con Jesús se puede ejercitar de tres maneras: en primer lugar, manteniéndonos siempre en su presencia, sin perderlo nunca de vista. Este arte consiste, esencialmente, en acostumbrarse a oír a Jesucristo en sí mismo mediante el recuerdo de su divina presencia en nosotros, mediante costumbre arraigada de realizar actos de amor con él y mediante la gracia que Dios nos concede a fin de crear unas íntimas relaciones de familiaridad entre él y el alma. La disposición más importante que se requiere es pensar en él con motivo de todo, representarnos su vida, su pasión y sus dichos, porque de este modo es como se crea una dulce familiaridad.

En segundo lugar, corresponder fielmente y con exactitud a las inspiraciones del cielo. Es preciso seguir a Jesús con corazón atento, ávido de escuchar su Palabra y seguir sus invitaciones. En tercer lugar, con humildad de corazón: así como los que viven en la corte deben seguir la regla de una perfecta corrección exterior, también los que forman la corte de nuestro Señor deben ser conscientes de la grandeza de la vocación cristiana y vivir con ansiedad y amor humilde.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 15, 1-6.El primer «Concilio»: en Jerusalén.
Es necesario meditar atentamente esas palabras, que dan el contexto histórico y la «cuestión debatida» en el Concilio de Jerusalén: «Bajaron algunos de Judea a Antioquía, que enseñaban a sus hermanos: si no os circuncidáis conforme la costumbre mosaica, no podéis salvaros. Hubo agitación y después de una discusión bastante viva de Pablo y Bernabé se acordó que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subirían a Jerusalén junto a los Apóstoles y ancianos, para tratar esta cuestión».

Desde el principio se presentaron cuestiones difíciles a la Iglesia. La primera y la más grave fue ésta: para bautizar a los «paganos» deben éstos hacerse primero «judíos» y ser circuncidados. Una cierta categoría de cristianos, muy apegados a la tradición, a quienes se designa con el término de «judaizante», tenían mucho empeño a permanecer fieles a la Ley de Moisés, que practicaban antes de su conversión a Jesucristo.., pero que también hubieran querido imponer «la costumbre mosaica» a todos los convertidos venidos del paganismo. La cuestión era de una extrema gravedad.

Mantener las obligaciones de la Ley de Moisés, sobre todo la circuncisión, —era desanimar a los paganos —el cristianismo habría quedado como una secta del judaísmo, a la vez que se habría traicionado el mandato de Jesús de convertir al mundo entero—...
—Era sobre todo pensar que la fe en Jesucristo no era suficiente —sino que la práctica de la Ley era también necesaria—...

Se decidió que Pablo y Bernabé subieran a Jerusalén cerca de los Apóstoles y de los Ancianos para tratar con ellos esta cuestión.

«Cuestión», «litigio», agitación y discusiones vivas..., entre dos grupos y dos mentalidades en la Iglesia. Antioquía en Siria, símbolo de una «iglesia» en la que han entrado muchos gentiles.

Jerusalén en Judea, símbolo de una «iglesia» compuesta mayoritariamente de antiguos judíos.

Entre esos dos grupos de cristianos no hay casi nada en común, salvo la «Fe» en el mismo Cristo. Hay en ellos:
— una manera distinta de apreciar el bien y el mal en su conciencia...
— unas costumbres alimenticias muy opuestas —los gentiles comen de todo, los judíos consideran impuros varios alimentos—,
— unos esquemas doctrinales muy diferentes —para salvarse es preciso estar circuncidado—.
— unos hábitos de plegaria absolutamente opuestos —la vida de los judíos estaba encerrada en una red de bendiciones que había que repetir a todas las horas del día para los actos más ordinarios de la vida— ¿Cómo instaurar y mantener una convivencia fraterna entre hermanos tan opuestos? ¿No había el riesgo de hacer «dos» Iglesias?
Pablo y Bernabé atravesaron Fenicia y Samaria contando la conversión de los paganos... y causando una gran alegría a todos los hermanos.

De ciudad en ciudad y de comunidad en comunidad, los «misioneros» son acogidos y escuchados. Y los cristianos «dan gracias a Dios» por la apertura de la Iglesia a los paganos.
Contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos...
Entonces los apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar esa «cuestión».

¡Primer Concilio! Dios que trabaja con su Iglesia que busca. 
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