7 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. VIERNES DE LA V SEMANA DE PASCUA. Feria. (Ciclo C). 1º semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Flavia Domitila mr, Agustín Roscelli pb, Flavio mr. Beata Gisela vd rl.
LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 15,22-31. Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables
Salmo 56.R/. Te daré gracias ante los pueblos, Señor
Juan 15,12-17. Esto os mando: que os ameís unos a otros.
Este texto aparece como corolario de la invitación de Jesús a permanecer unidos entre sí y a Él en el amor y en las obras (cumpliendo los mandamientos del Padre). Jesús acierta en una especie de síntesis esencial de todo el proyecto de Dios para la humanidad: ámense entre ustedes como yo los he amado. Nada de lo que podamos decir sobre el querer de Dios queda fuera del mandamiento nuevo de Jesús. Buscar la paz, trabajar con otros y otras que se sientan invitados a transformar la realidad injusta, cuidar y defender la ecología, la vida amenazada,… ninguno de estos compromisos es ajeno a la propuesta de amor radical de Jesús: como yo los he amado, o sea, hasta el fin, sin medida, con la vida, con las entrañas.
Jesús diferencia entre ser amigo y ser sirvientes, el sirviente no elige, obedece. El amigo es servidor, acepta una invitación libre, opta y asume un estilo de vida, entra en intimidad con quien lo llama y esa identificación produce frutos que brotan del amor mutuo. Responder a la invitación-exigencia de Jesús es condición para sostener nuestra amistad con Él.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 15,22-31
Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables
En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta: "Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud."
Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la Iglesia y entregaron la carta. Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 56
R/.Te daré gracias ante los pueblos, Señor.
Mi corazón está firme, Dios mío, / mi corazón está firme. / Voy a cantar y a tocar: / despierta, gloria mía; / despertad, cítara y arpa; / despertaré a la aurora. R.
Te daré gracias ante los pueblos, Señor; / tocaré para ti ante las naciones: / por tu bondad, que es más grande que los cielos; / por tu fidelidad, que alcanza a las nubes. / Elévate sobre el cielo, Dios mío, / y llene la tierra tu gloria. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 15,12-17
Esto os mando: que os améis unos a otros
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 15,22-31. Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables
Salmo 56.R/. Te daré gracias ante los pueblos, Señor
Juan 15,12-17. Esto os mando: que os ameís unos a otros.
Este texto aparece como corolario de la invitación de Jesús a permanecer unidos entre sí y a Él en el amor y en las obras (cumpliendo los mandamientos del Padre). Jesús acierta en una especie de síntesis esencial de todo el proyecto de Dios para la humanidad: ámense entre ustedes como yo los he amado. Nada de lo que podamos decir sobre el querer de Dios queda fuera del mandamiento nuevo de Jesús. Buscar la paz, trabajar con otros y otras que se sientan invitados a transformar la realidad injusta, cuidar y defender la ecología, la vida amenazada,… ninguno de estos compromisos es ajeno a la propuesta de amor radical de Jesús: como yo los he amado, o sea, hasta el fin, sin medida, con la vida, con las entrañas.
Jesús diferencia entre ser amigo y ser sirvientes, el sirviente no elige, obedece. El amigo es servidor, acepta una invitación libre, opta y asume un estilo de vida, entra en intimidad con quien lo llama y esa identificación produce frutos que brotan del amor mutuo. Responder a la invitación-exigencia de Jesús es condición para sostener nuestra amistad con Él.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 15,22-31
Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables
En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta: "Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud."
Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la Iglesia y entregaron la carta. Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 56
R/.Te daré gracias ante los pueblos, Señor.
Mi corazón está firme, Dios mío, / mi corazón está firme. / Voy a cantar y a tocar: / despierta, gloria mía; / despertad, cítara y arpa; / despertaré a la aurora. R.
Te daré gracias ante los pueblos, Señor; / tocaré para ti ante las naciones: / por tu bondad, que es más grande que los cielos; / por tu fidelidad, que alcanza a las nubes. / Elévate sobre el cielo, Dios mío, / y llene la tierra tu gloria. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 15,12-17
Esto os mando: que os améis unos a otros
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 15,22-31
La asamblea concluye eligiendo una delegación y con el envío de una carta. En ella se desautoriza a los rigoristas —o sea, a los que habían provocado el altercado— y se da vía libre a la apertura a los paganos, sin imponerles demasiadas cargas. Es importante la conciencia que tiene la asamblea de haber tomado una decisión bajo la iluminación del Espíritu Santo: la Iglesia ha experimentado, desde sus orígenes, la presencia del Espíritu y la ha transmitido a lo largo de los siglos. El discernimiento practicado —en el que ha participado toda la Iglesia— ha sido verdaderamente «espiritual», es decir, ha sido guiado por el Espíritu.
La delegación debe explicar los detalles del contenido del texto, así como las cláusulas de Santiago, presentadas como generosas; esto es, no como cargas pesadas. De hecho, esas limitaciones caerán pronto en desuso frente a la aplastante presencia de los procedentes del paganismo y la disminución del componente judío. El mismo Pablo, por su parte, no hizo nunca alusión a estas cláusulas.
La línea de Antioquía tiene ahora vía libre para su estilo de evangelización: sus tesis han sido aceptadas y avaladas plenamente. Se comprende que “su lectura les llenara de alegría y les proporcionara un gran consuelo”. Este consuelo les animó a seguir por el camino emprendido. Antioquía se convierte ahora en el nuevo centro de irradiación del Evangelio y en el punto de partida de las nuevas empresas de Pablo. Reina un clima de alegría y de serenidad por el avance del Evangelio, que les hace cerciorarse de la importancia vital de la difusión del camino de la salvación a todos los hombres.
Esto nos hace reflexionar sobre la escasa presencia actual de esta preocupación en nuestras comunidades. ¿Qué está pasando? ¿Ha perdido su relevancia a nuestros ojos la causa del Evangelio? ¿O será que han disminuido los hombres que, como Pablo y Bernabé, «han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo»?
Comentario del Salmo 56.
Un hombre que alberga en su corazón el deseo de ser fiel al Dios de la Alianza, se siente alcanzado por una prueba superior a sus fuerzas, sufre un total desfallecimiento de su alma y describe así el ataque a que se ve sometido: «Estoy echado en medio de leones que devoran a los hombres; sus dientes son lanzas y flechas, su lengua es una espada afilada». Cuando una persona se ve probada y perseguida de esta manera a causa de su fe, Dios no la abandona a su suerte, no se desentiende de ella y, menos aún, no la deja a merced de sus enemigos. Dios infunde sobre él su sabiduría y fortaleza para vencer la prueba.
Así vemos a nuestro hombre, invocando con sabiduría a Dios y suplicándole que su alma atormentada encuentre cobijo a la sombra de sus alas, algo así como si fuese un águila protectora: «Piedad, oh Dios, ten piedad de mí, pues mi alma se refugia en ti; me refugio a la sombra de tus alas, mientras pasa la desgracia».
La espiritualidad del pueblo de Israel identificando a Yavé con un águila protectora hace parte de su experiencia en el desierto. Sujeto a mil peligros y desastres, Israel siente la protección de Dios. Se sabe rescatado de Egipto, con el consiguiente paso del mar Rojo, por Yavé. El mismo les recuerda en el monte Sinaí que les ha llevado sobre alas de águila y les ha traído hacia sí: «Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí» (Ex 19,4). Ya en el desierto, y a la vista de la tierra prometida, la boca de Moisés entona un himno de acción de gracias a Yavé porque ha sido leal en todas sus promesas: «Voy a aclamar el nombre de Yavé; ¡ensalzad a nuestro Dios! El es la roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de lealtad...» (Dt 32,3-4).
Este cántico de acción de gracias de Moisés tiene un proceso creciente de belleza y armonía. El autor se deshace en elogios a Yavé porque ha sido misericordioso y providente con el pueblo, La majestuosidad lírica llega a su máxima expresión cuando le compara con un águila que, descendiendo sobre Egipto, rescata al pueblo, lo cobija en el desierto y lo conduce a su destino: «En tierra desierta lo encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y le envuelve, le sustenta, le cuida como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada y revolotea sobre sus polluelos, así El despliega sus alas y le toma y le lleva sobre su plumaje» (Dt 32,10-11).
Volvemos al salmo y podemos sospechar que nuestro hombre habría cantado frecuentemente este himno en el culto del templo. Podemos intuir también que, en su infortunio, Dios le iluminó y le hizo presente que Él había sido águila salvadora para el pueblo. De ahí su súplica y su decisión: «Me refugio a la sombra de tus alas».
A la luz de esta imagen tan plástica de salvación, nuestros ojos se vuelven al Hijo de Dios crucificado. El es el que verdaderamente se acoge, como si fueran alas de águila, a los brazos abiertos de su Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Manos y brazos de salvación que le rescatarán de la muerte y lo conducirán hacia sí, llevando a plenitud el cántico de Moisés en el desierto.
En Jesucristo todos estamos salvados. Todos los títulos que Israel ha dado a Dios como: refugio, protector, redentor, rescatador, salvador, etc., se cumplen en Jesucristo en favor nuestro. Acogida de Dios, por medio de su Hijo, que no deja de escandalizar a los escribas y fariseos porque, para sorpresa de estos, nadie queda excluido; como lo vemos, entre muchos y variados textos, en este de san Lucas: «Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,1-2).
Es más, nos es fácil hacer una transposición de imágenes. Así como hemos visto a Israel escondido en el plumaje del águila y, sobre las alas de esta, ha sido llevado de Egipto a la tierra prometida, podemos ver al hombre, alejado como oveja perdida, a cuyo encuentro va Jesucristo como Buen Pastor, quien la pone contento sobre sus hombros. Este ir sobre los hombros de Jesucristo, imagen de las alas del águila, no es para conducirle a una tierra prometida, sino directamente al seno del Padre. Veamos este texto evangélico que da autoridad a la imagen que acabamos de exponer: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa...» (Lc 15,4-6).
Todo hombre, por el hecho de serlo, es un alejado con respecto a Dios. La imagen de Adán y Eva saliendo del paraíso es la nuestra. Ningún hombre ha podido franquear la puerta de entrada para volver a la presencia de Dios. Así pues, Dios mismo la franqueó para nosotros viniendo a nuestro encuentro y, como Buen Pastor, nos lleva sobre Él hacia el Padre, como Israel fue llevado en alas de águila hasta la tierra prometida.
Comentario Evangelio: Juan 15,12-17.
Las relaciones entre Jesús y los discípulos asumen una intensidad particular en esta breve perícopa, donde se afronta el tema del mandamiento del amor fraterno: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12).
Los mandamientos que debe observar la comunidad mesiánica están compendiados en el amor fraterno. Este precepto del Señor glorifica al Padre. Supone vivir como verdaderos discípulos y dar como fruto el testimonio. Ahora bien, la calidad y la norma del amor al hermano son una sola: el amor que Jesús tiene por los suyos, un amor que ha llegado a su cima en la cruz (v. 13).
La cruz es el ejemplo de la entrega de Jesús hasta el extremo por sus discípulos: ha entregado su propia vida por aquellos a los que ama. Lo que desea, a cambio, de los suyos es la fidelidad al mismo mandamiento siguiendo su ejemplo. La riqueza del amor que une a Jesús con los suyos, y a los discípulos entre ellos es, en consecuencia, total y de una gran calidad.
El modelo del amor de Jesús por sus discípulos no tiene que ver solamente con el sacrificio de su vida, sino que contiene también otras prerrogativas: es relación de intimidad entre amigos y don gratuito (vv. 14s). El signo mayor de la amistad entre dos amigos consiste en revelarse los secretos de sus corazones. El amor de amistad, del que nos habla Jesús, no se impone; es respuesta de adhesión en el seno de la fidelidad. El Maestro, al hacer partícipes a sus discípulos de los secretos de su vida, ha hecho madurar en ellos el seguimiento, les ha hecho comprender que la amistad es un don gratuito que procede de lo alto.
La verdadera amistad se sitúa en el orden de la salvación. Jesús ya no es para ellos el señor, sino el Padre y el confidente, y ellos ya no son siervos, sino amigos. Convertirse en discípulo de Jesús es don, gracia, elección y certeza de que nuestras peticiones dirigidas al Padre en nombre de Jesús serán escuchadas (vv. 16s).
«Mi mandamiento», el que resume todos los otros, el que distingue a un discípulo de Jesús de todos los demás, el que Juan llamará también «mandamiento nuevo», el típico e inconfundible de Jesús, es sencillo y exigente: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Seguir a Jesús consiste en amar al hermano hasta dar la vida por él, precisamente como hizo Jesús, el Hijo que bajó para dar la vida por mí.
Dar la vida no significa sólo «morir» por los hermanos. Puede ser incluso hermoso y deseado, en ciertos momentos en que sentimos en nosotros un particular impulso de generosidad. Dar la vida significa gastar nuestra propia vida para que sean felices los que viven juntos a mí. Significa que cada mañana debo preguntarme cómo puedo hacer para no ser una carga para los que viven conmigo. Significa soportar sus silencios y sus «malas caras», aceptar los límites de su carácter, no extrañarse de sus contradicciones ni de sus pecados. Significa aceptar a mi prójimo tal como es, y no tal como debería ser.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 15,12-17, para nuestros Mayores. “Esto os mando: que os améis”.
“Os llamo amigos” “Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros”, dice Jesús. Y a continuación les entrega su testamento espiritual: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Ésta es vuestra señal de identificación como verdaderos discípulos míos (Jn 13,34).
Es todo un privilegio conocer este testamento que nos descubre que la fraternidad es el supremo valor humano, el secreto de la grandeza auténtica y de la verdadera felicidad. Estamos ante una síntesis evangélica escrita también para nosotros. Jesús comienza recordando a los discípulos de todos los tiempos que es él quien ha tomado la iniciativa en la amistad que nos une a él: “Yo os elegí a vosotros” (Jn 15,16). Nos eligió para que seamos sus amigos.
No hay amistad sin relación personal, sin conocimiento mutuo, sin cercanía, sin confianza y confidencia mutuas. Es lógico que nos preguntemos: “¿Cómo puede ser amigo de tantos millones de personas a lo largo de todos los siglos? Ciertamente, esta realidad desborda nuestra capacidad de comprensión. Pero le es posible ser amigo de todos los que quieran aceptar su amistad, porque es Dios y el Resucitado. Por eso supera las fronteras de tiempo y espacio. Su ser glorificado y su corazón infinito le permiten tener una vinculación tan real y verdadera como si cada uno de nosotros fuera su único hermano. Así lo han sentido todos los creyentes que han tenido y tienen experiencia de una relación personal con él. Santa Teresa de Jesús exclama: “¡Oh Señor mío, cuán fiel sois a vuestros amigos!”. Entendía la oración como un “hablar de amistad con aquél que sabemos nos ama”. La misma posibilidad que tuvieron los santos la tenemos también nosotros. Ser cristiano es sentirse amigo del Señor.
Nada menos que “amigo” “Amigo” significa ternura, preocupación, disposición a echar una mano, compartir penas y alegrías. El discípulo, amigo íntimo de Jesús, nos lo presenta como “amigo” que se identifica con nosotros, se hace nuestro compañero de viaje. Para saber lo que significa la amistad de Jesús es preciso evocar su relación con los amigos contemporáneos: Pedro, Juan, Zaqueo, Marta, María, Lázaro... Jesús llora la muerte de Lázaro, se compadece de las hermanas (Jn 11,33- 37). Lava los pies de sus amigos (Jn 13,1-1 7), perdona su traición (cf. Jn 21,15-1 9), tiene mil delicadezas con ellos.
Amigo significa ‘igual”. La amistad supone o hace iguales a los amigos, como ya decían los clásicos. Por eso el Hijo del Padre “se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado” (Hb 4,15). Es su Maestro y Señor y, sin embargo, “les ha lavado los pies” (Jn 13,14); ha hecho no sólo menesteres de amigo sino, incluso, de criado. El calor de la amistad implica un compartir que crea una igualdad y rompe categorías de dominación y servidumbre. No hay amor sino entre iguales. Amigo, no siervo. El siervo obedece órdenes; la relación del siervo con su amo es fría, meramente formal. El comportamiento del amigo viene de dentro; la amistad supone comunicación, haber hecho nuestros los objetivos y sentimientos de aquel que apreciamos y amamos.
Las pruebas de la amistad por parte de Jesús son: “Os he comunicado todos mis secretos” (Jn 15,15) y os he dado la prueba suprema de amor: “darla vida” (Jn 15,13). Todo esto se cumple en nosotros. Nos ha comunicado “sus secretos”, sus sentimientos, a través de su palabra; nos ha iluminado para que sepamos acogerla. Y ha “dado la vida por nosotros”, no sólo por aquellos primeros discípulos, sino por todos los hombres. Lo mismo que oró por nosotros (Jn 17,20), murió por nosotros. Y lo que dijo Pablo lo podemos decir nosotros: “Me amó y se entregó por mí” (Gá 2,20). Pablo tampoco había conocido históricamente a Cristo. Le había conocido místicamente. Jesús, en su afán de entrar en comunión e identificarse con nosotros, hace lo que ningún amigo puede hacer con sus amigos: dejarse comer para transformarnos en él.
“Si hacéis lo que yo os mando” Jesús nos ofrece su amistad. Pero la amistad no llega a su realización si no es correspondida. Y la correspondencia a la amistad de Jesús consiste en que amemos a los que él ama, es decir, a todos, aunque a algunos con un amor más personal e íntimo, como él hizo, es decir, como amigos.
La amistad no es para los cristianos una vivencia opcional, sino una exigencia de la consigna del amor dada por Jesús. Él nos invita a amarnos como él nos ama, es decir, como amigos (Jn 15,12). Y ese amor de amigos nos potencia para amar con sacrificio a todos sin restricciones. Somos amigos de Jesús cuando somos amigos de sus amigos. En nuestra capacidad para hacer de los demás nuestros amigos se juega nuestra vida cristiana. No hay solidaridad con los pobres si no hay amistad con ellos. A Jesús no le podemos tender una mano, no podemos acompañarle en su pasión, en su vía dolorosa; no podemos acogerle como Marta, María y Lázaro, no podemos ayudarle a llevar la cruz, como el cireneo; no podemos ungirle el rostro ensangrentado, como la Verónica, pero podemos hacerlo, y quiere que lo hagamos, con los que nos rodean, y se siente enteramente socorrido en ellos: “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Pero el amor de Jesús no es meramente sentimental, sino operativo, comprometedor. Es el sacrificado que impulsa a “dar la vida” (1 Jn 3,16). A veces da la impresión de que los hombres estamos empeñados en amargarnos la vida unos a otros. Los cristianos hemos de poner de manifiesto con nuestra forma de vivir, de con-vivir unidos, de respetarnos, de acogernos, que merece la pena hacer el viaje de la vida trabajando en la construcción del Reino, en paz, cantando felices, disfrutando del mundo que Dios nos ha regalado. En nosotros habría de cumplirse la dicha del salmo: “¡Qué bueno y gozoso convivir los hermanos unidos!” (Sal 133,1). “Una amistad bien cincelada es la cima del universo”, afirmó Ortega y Gasset. Pues a esa cima, a la que Jesús subió, invita a sus discípulos.
Comentario del Santo Evangelio Jn: 6.3.1.3. Jn 15,12-17: El mandamiento de Jesús sobre el amor mutuo ¡Amaos unos a otros!
El mandamiento, al que ya se aludió en la unidad literaria anterior (los mandamientos del Padre y los mandamientos de Jesús en 15,10), se concreta ahora en cuanto a su contenido: se trata del mandamiento del amor mutuo. Tres veces aparece en esta unidad literaria: al comienzo (15,12), en el medio (15,14) y al final (15,17). De nuevo hay que hablar de una estructura escalonada: como Jesús ha amado a sus discípulos, así tienen que amarse mutuamente los discípulos. El punto culminante de la unidad literaria es, naturalmente, el dicho en 15,13: «Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos». Se trata, pues, de la amistad, un grupo de amigos que se mantiene unido por la disposición del «fundador» a dar su vida por esos, sus amigos.
La muerte de Jesús es la piedra de toque de la comunidad. El amor de Jesús hasta el extremo obliga a las personas en la comunidad a una permanente fidelidad. Las imágenes con que se expresa esto enlazan con una realidad que ya nos resulta familiar. Se trata de una gran familia en la que un padre determina el curso de las cosas en la casa. Allí hay esclavos que no saben qué es lo que el señor hace (15,15), además hay un hijo, que se ha hecho de amigos y los ha introducido en la casa de su padre (15,16), y les hace saber todo lo que conoce de su padre (15,15). Todo lo que los amigos le pidan al padre en nombre del hijo, les será concedido (15,14). Esto no es algo imposible, porque el hijo y los amigos han sellado una alianza de amor de vida o muerte. Entre amigos todo es común, y el mayor bien es la amistad misma (15,13).
La visión de las cosas está tomada de la cultura cortesana helenista en la que el hijo de un poderoso rey tiene un círculo de amigos y acoge a esos amigos en la casa de su padre. Es evidente que este lenguaje figurado tenía, en tiempos del texto, su lugar: Jesús, como Hijo del Rey, que está a punto de entregar su vida por sus amigos, y el encargo a sus amigos de amarse mutuamente.
Elevación Espiritual para el día.
Oh santo Amor, quien no te conoce no ha podido gustar la suavidad de tus beneficios, que sólo la experiencia vivida nos revela. Pero quien te haya conocido o haya sido conocido por ti no puede concebir ya ninguna duda. Porque tú eres el cumplimiento de la ley; tú, que me colmas y me calientas; tú, que me inflamas y enciendes mi corazón con una caridad inmensa. Tú eres el Maestro de los profetas, el compañero de los apóstoles, la fuerza de los mártires, la inspiración de los padres y de los doctores, la perfección de todos los santos. Y me preparas también a mí, Amor, para el verdadero servicio de Dios (Simeón el nuevo Teólogo).
Reflexión Espiritual para el día
Cuando el Señor mandó a su pueblo amar al prójimo como a sí mismo (cf. Lv 19,18), no había venido aún a la tierra; de suerte que, sabiendo hasta qué punto se ama la propia persona, no podía pedir a sus criaturas un mayor amor al prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo, su mandamiento, no habló ya de amar al prójimo como a sí mismo, sino de amarlo como él, Jesús, lo amó y lo amará hasta la consumación de los siglos.
Señor, sé que no nos mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección, sabes que no podré nunca amar a mis hermanas como tú las amas, si no eres aún tú, Jesús mío, quien las ama en mí. Para concederme esta nueva gracia has dado un mandamiento nuevo. ¡Oh! Cuánto lo amo, pues me da la garantía de que tu voluntad es amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas amar. Sí, estoy convencida de ello; cuando practico la caridad, es sólo Jesús quien obra en mí. Cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a mis hermanas.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada: Hechos 15, 22-31. El viaje a Antioquía.
Entonces los Apóstoles y los Ancianos —presbíteros— con la Iglesia entera, decidieron elegir de entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antioquía.
Se busca cuidadosamente el acuerdo de todo el mundo respecto a la decisión tomada. Es preciso que la Iglesia de Antioquía, de donde surgió el conflicto, esté al corriente de la deliberación y de las decisiones. Se envía pues una delegación de Jerusalén a Antioquía.
Se les confió la siguiente «carta»: «...Hemos sabido que algunos de entre nosotros os han perturbado con sus palabras...»
Es lo que se llama hoy reconsiderar una cosa. Que humildad en ese principio de la carta. La comunidad de Jerusalén reconoce sus fallos.
«El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido que...
Unánimemente, dice el texto, el primer Concilio ha decidido no imponer una «sobrecarga» a los gentiles: nada de circuncisión... las prescripciones de la Ley de Moisés ya no son obligatorias...
¡Esta decisión es grave; es una novedad capital!
No es cosa de hoy solamente decir: la Iglesia cambia todas nuestras costumbres». Y esta decisión conciliar es serena y firmemente atribuida al Espíritu Santo. Señor, concédenos el amor de la Iglesia, y la confianza en las decisiones de la Iglesia.
Debéis solamente 1) Absteneros de carnes sacrificadas a los ídolos, 2) De sangre y de animales estrangulados, 3) De uniones ilegítimas...
¡Estas son las pocas exigencias concretas propuestas a todos, antiguos gentiles, y antiguos judíos! Abandonar totalmente a los ídolos... privarse de comer ciertas carnes... restaurar una sexualidad normal en el marco de la pareja monogámica.
Si uno piensa en las costumbres paganas de la época, se da cuenta de que la conversión a Cristo pedía un verdadero cambio de mentalidad, unos comportamientos nuevos, una vida nueva. Creer en Cristo y pedir el bautismo es cambiar de vida, es entrar en nuevas exigencias.
¡Señor, cambia nuestros corazones; conviértenos! También nosotros, a menudo, nos vemos tentados a vivir como paganos. Lo aplico a mi propia vida.
Los delegados, después de despedirse, bajaron a Antioquía donde reunieron la Asamblea y entregaron la carta. La leyeron, y los hermanos se regocijaron de aquel aliento.
Después del primer Concilio, Pablo partió pues de nuevo hacia sus comunidades. Cuida de que se apliquen las decisiones tomadas. «Obedecer»... «Observar» unas decisiones... Estas palabras no están de moda, precisamente hoy. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en esas decisiones suele haber siempre uno u otro punto que no corresponde exactamente a lo que yo solo habría decidido. Cualquier obediencia a una decisión colectiva —de un grupo o de un responsable— toma la apariencia de un sacrificio de los propios puntos de vista. En familia, en un equipo de trabajo, en la Iglesia, ¡esto resulta siempre verdad!
«Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.»
Señor, ayúdanos a vivir esas «diversidades», y esos «esfuerzos hacia la unidad». Haz de nosotros unos artesanos de la progresión misionera de la Iglesia. Abre tu Iglesia a los gentiles. ¡Abre nuestros corazones a tus proyectos!
La asamblea concluye eligiendo una delegación y con el envío de una carta. En ella se desautoriza a los rigoristas —o sea, a los que habían provocado el altercado— y se da vía libre a la apertura a los paganos, sin imponerles demasiadas cargas. Es importante la conciencia que tiene la asamblea de haber tomado una decisión bajo la iluminación del Espíritu Santo: la Iglesia ha experimentado, desde sus orígenes, la presencia del Espíritu y la ha transmitido a lo largo de los siglos. El discernimiento practicado —en el que ha participado toda la Iglesia— ha sido verdaderamente «espiritual», es decir, ha sido guiado por el Espíritu.
La delegación debe explicar los detalles del contenido del texto, así como las cláusulas de Santiago, presentadas como generosas; esto es, no como cargas pesadas. De hecho, esas limitaciones caerán pronto en desuso frente a la aplastante presencia de los procedentes del paganismo y la disminución del componente judío. El mismo Pablo, por su parte, no hizo nunca alusión a estas cláusulas.
La línea de Antioquía tiene ahora vía libre para su estilo de evangelización: sus tesis han sido aceptadas y avaladas plenamente. Se comprende que “su lectura les llenara de alegría y les proporcionara un gran consuelo”. Este consuelo les animó a seguir por el camino emprendido. Antioquía se convierte ahora en el nuevo centro de irradiación del Evangelio y en el punto de partida de las nuevas empresas de Pablo. Reina un clima de alegría y de serenidad por el avance del Evangelio, que les hace cerciorarse de la importancia vital de la difusión del camino de la salvación a todos los hombres.
Esto nos hace reflexionar sobre la escasa presencia actual de esta preocupación en nuestras comunidades. ¿Qué está pasando? ¿Ha perdido su relevancia a nuestros ojos la causa del Evangelio? ¿O será que han disminuido los hombres que, como Pablo y Bernabé, «han consagrado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo»?
Comentario del Salmo 56.
Un hombre que alberga en su corazón el deseo de ser fiel al Dios de la Alianza, se siente alcanzado por una prueba superior a sus fuerzas, sufre un total desfallecimiento de su alma y describe así el ataque a que se ve sometido: «Estoy echado en medio de leones que devoran a los hombres; sus dientes son lanzas y flechas, su lengua es una espada afilada». Cuando una persona se ve probada y perseguida de esta manera a causa de su fe, Dios no la abandona a su suerte, no se desentiende de ella y, menos aún, no la deja a merced de sus enemigos. Dios infunde sobre él su sabiduría y fortaleza para vencer la prueba.
Así vemos a nuestro hombre, invocando con sabiduría a Dios y suplicándole que su alma atormentada encuentre cobijo a la sombra de sus alas, algo así como si fuese un águila protectora: «Piedad, oh Dios, ten piedad de mí, pues mi alma se refugia en ti; me refugio a la sombra de tus alas, mientras pasa la desgracia».
La espiritualidad del pueblo de Israel identificando a Yavé con un águila protectora hace parte de su experiencia en el desierto. Sujeto a mil peligros y desastres, Israel siente la protección de Dios. Se sabe rescatado de Egipto, con el consiguiente paso del mar Rojo, por Yavé. El mismo les recuerda en el monte Sinaí que les ha llevado sobre alas de águila y les ha traído hacia sí: «Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí» (Ex 19,4). Ya en el desierto, y a la vista de la tierra prometida, la boca de Moisés entona un himno de acción de gracias a Yavé porque ha sido leal en todas sus promesas: «Voy a aclamar el nombre de Yavé; ¡ensalzad a nuestro Dios! El es la roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de lealtad...» (Dt 32,3-4).
Este cántico de acción de gracias de Moisés tiene un proceso creciente de belleza y armonía. El autor se deshace en elogios a Yavé porque ha sido misericordioso y providente con el pueblo, La majestuosidad lírica llega a su máxima expresión cuando le compara con un águila que, descendiendo sobre Egipto, rescata al pueblo, lo cobija en el desierto y lo conduce a su destino: «En tierra desierta lo encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y le envuelve, le sustenta, le cuida como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada y revolotea sobre sus polluelos, así El despliega sus alas y le toma y le lleva sobre su plumaje» (Dt 32,10-11).
Volvemos al salmo y podemos sospechar que nuestro hombre habría cantado frecuentemente este himno en el culto del templo. Podemos intuir también que, en su infortunio, Dios le iluminó y le hizo presente que Él había sido águila salvadora para el pueblo. De ahí su súplica y su decisión: «Me refugio a la sombra de tus alas».
A la luz de esta imagen tan plástica de salvación, nuestros ojos se vuelven al Hijo de Dios crucificado. El es el que verdaderamente se acoge, como si fueran alas de águila, a los brazos abiertos de su Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Manos y brazos de salvación que le rescatarán de la muerte y lo conducirán hacia sí, llevando a plenitud el cántico de Moisés en el desierto.
En Jesucristo todos estamos salvados. Todos los títulos que Israel ha dado a Dios como: refugio, protector, redentor, rescatador, salvador, etc., se cumplen en Jesucristo en favor nuestro. Acogida de Dios, por medio de su Hijo, que no deja de escandalizar a los escribas y fariseos porque, para sorpresa de estos, nadie queda excluido; como lo vemos, entre muchos y variados textos, en este de san Lucas: «Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,1-2).
Es más, nos es fácil hacer una transposición de imágenes. Así como hemos visto a Israel escondido en el plumaje del águila y, sobre las alas de esta, ha sido llevado de Egipto a la tierra prometida, podemos ver al hombre, alejado como oveja perdida, a cuyo encuentro va Jesucristo como Buen Pastor, quien la pone contento sobre sus hombros. Este ir sobre los hombros de Jesucristo, imagen de las alas del águila, no es para conducirle a una tierra prometida, sino directamente al seno del Padre. Veamos este texto evangélico que da autoridad a la imagen que acabamos de exponer: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa...» (Lc 15,4-6).
Todo hombre, por el hecho de serlo, es un alejado con respecto a Dios. La imagen de Adán y Eva saliendo del paraíso es la nuestra. Ningún hombre ha podido franquear la puerta de entrada para volver a la presencia de Dios. Así pues, Dios mismo la franqueó para nosotros viniendo a nuestro encuentro y, como Buen Pastor, nos lleva sobre Él hacia el Padre, como Israel fue llevado en alas de águila hasta la tierra prometida.
Comentario Evangelio: Juan 15,12-17.
Las relaciones entre Jesús y los discípulos asumen una intensidad particular en esta breve perícopa, donde se afronta el tema del mandamiento del amor fraterno: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12).
Los mandamientos que debe observar la comunidad mesiánica están compendiados en el amor fraterno. Este precepto del Señor glorifica al Padre. Supone vivir como verdaderos discípulos y dar como fruto el testimonio. Ahora bien, la calidad y la norma del amor al hermano son una sola: el amor que Jesús tiene por los suyos, un amor que ha llegado a su cima en la cruz (v. 13).
La cruz es el ejemplo de la entrega de Jesús hasta el extremo por sus discípulos: ha entregado su propia vida por aquellos a los que ama. Lo que desea, a cambio, de los suyos es la fidelidad al mismo mandamiento siguiendo su ejemplo. La riqueza del amor que une a Jesús con los suyos, y a los discípulos entre ellos es, en consecuencia, total y de una gran calidad.
El modelo del amor de Jesús por sus discípulos no tiene que ver solamente con el sacrificio de su vida, sino que contiene también otras prerrogativas: es relación de intimidad entre amigos y don gratuito (vv. 14s). El signo mayor de la amistad entre dos amigos consiste en revelarse los secretos de sus corazones. El amor de amistad, del que nos habla Jesús, no se impone; es respuesta de adhesión en el seno de la fidelidad. El Maestro, al hacer partícipes a sus discípulos de los secretos de su vida, ha hecho madurar en ellos el seguimiento, les ha hecho comprender que la amistad es un don gratuito que procede de lo alto.
La verdadera amistad se sitúa en el orden de la salvación. Jesús ya no es para ellos el señor, sino el Padre y el confidente, y ellos ya no son siervos, sino amigos. Convertirse en discípulo de Jesús es don, gracia, elección y certeza de que nuestras peticiones dirigidas al Padre en nombre de Jesús serán escuchadas (vv. 16s).
«Mi mandamiento», el que resume todos los otros, el que distingue a un discípulo de Jesús de todos los demás, el que Juan llamará también «mandamiento nuevo», el típico e inconfundible de Jesús, es sencillo y exigente: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Seguir a Jesús consiste en amar al hermano hasta dar la vida por él, precisamente como hizo Jesús, el Hijo que bajó para dar la vida por mí.
Dar la vida no significa sólo «morir» por los hermanos. Puede ser incluso hermoso y deseado, en ciertos momentos en que sentimos en nosotros un particular impulso de generosidad. Dar la vida significa gastar nuestra propia vida para que sean felices los que viven juntos a mí. Significa que cada mañana debo preguntarme cómo puedo hacer para no ser una carga para los que viven conmigo. Significa soportar sus silencios y sus «malas caras», aceptar los límites de su carácter, no extrañarse de sus contradicciones ni de sus pecados. Significa aceptar a mi prójimo tal como es, y no tal como debería ser.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 15,12-17, para nuestros Mayores. “Esto os mando: que os améis”.
“Os llamo amigos” “Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros”, dice Jesús. Y a continuación les entrega su testamento espiritual: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Ésta es vuestra señal de identificación como verdaderos discípulos míos (Jn 13,34).
Es todo un privilegio conocer este testamento que nos descubre que la fraternidad es el supremo valor humano, el secreto de la grandeza auténtica y de la verdadera felicidad. Estamos ante una síntesis evangélica escrita también para nosotros. Jesús comienza recordando a los discípulos de todos los tiempos que es él quien ha tomado la iniciativa en la amistad que nos une a él: “Yo os elegí a vosotros” (Jn 15,16). Nos eligió para que seamos sus amigos.
No hay amistad sin relación personal, sin conocimiento mutuo, sin cercanía, sin confianza y confidencia mutuas. Es lógico que nos preguntemos: “¿Cómo puede ser amigo de tantos millones de personas a lo largo de todos los siglos? Ciertamente, esta realidad desborda nuestra capacidad de comprensión. Pero le es posible ser amigo de todos los que quieran aceptar su amistad, porque es Dios y el Resucitado. Por eso supera las fronteras de tiempo y espacio. Su ser glorificado y su corazón infinito le permiten tener una vinculación tan real y verdadera como si cada uno de nosotros fuera su único hermano. Así lo han sentido todos los creyentes que han tenido y tienen experiencia de una relación personal con él. Santa Teresa de Jesús exclama: “¡Oh Señor mío, cuán fiel sois a vuestros amigos!”. Entendía la oración como un “hablar de amistad con aquél que sabemos nos ama”. La misma posibilidad que tuvieron los santos la tenemos también nosotros. Ser cristiano es sentirse amigo del Señor.
Nada menos que “amigo” “Amigo” significa ternura, preocupación, disposición a echar una mano, compartir penas y alegrías. El discípulo, amigo íntimo de Jesús, nos lo presenta como “amigo” que se identifica con nosotros, se hace nuestro compañero de viaje. Para saber lo que significa la amistad de Jesús es preciso evocar su relación con los amigos contemporáneos: Pedro, Juan, Zaqueo, Marta, María, Lázaro... Jesús llora la muerte de Lázaro, se compadece de las hermanas (Jn 11,33- 37). Lava los pies de sus amigos (Jn 13,1-1 7), perdona su traición (cf. Jn 21,15-1 9), tiene mil delicadezas con ellos.
Amigo significa ‘igual”. La amistad supone o hace iguales a los amigos, como ya decían los clásicos. Por eso el Hijo del Padre “se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado” (Hb 4,15). Es su Maestro y Señor y, sin embargo, “les ha lavado los pies” (Jn 13,14); ha hecho no sólo menesteres de amigo sino, incluso, de criado. El calor de la amistad implica un compartir que crea una igualdad y rompe categorías de dominación y servidumbre. No hay amor sino entre iguales. Amigo, no siervo. El siervo obedece órdenes; la relación del siervo con su amo es fría, meramente formal. El comportamiento del amigo viene de dentro; la amistad supone comunicación, haber hecho nuestros los objetivos y sentimientos de aquel que apreciamos y amamos.
Las pruebas de la amistad por parte de Jesús son: “Os he comunicado todos mis secretos” (Jn 15,15) y os he dado la prueba suprema de amor: “darla vida” (Jn 15,13). Todo esto se cumple en nosotros. Nos ha comunicado “sus secretos”, sus sentimientos, a través de su palabra; nos ha iluminado para que sepamos acogerla. Y ha “dado la vida por nosotros”, no sólo por aquellos primeros discípulos, sino por todos los hombres. Lo mismo que oró por nosotros (Jn 17,20), murió por nosotros. Y lo que dijo Pablo lo podemos decir nosotros: “Me amó y se entregó por mí” (Gá 2,20). Pablo tampoco había conocido históricamente a Cristo. Le había conocido místicamente. Jesús, en su afán de entrar en comunión e identificarse con nosotros, hace lo que ningún amigo puede hacer con sus amigos: dejarse comer para transformarnos en él.
“Si hacéis lo que yo os mando” Jesús nos ofrece su amistad. Pero la amistad no llega a su realización si no es correspondida. Y la correspondencia a la amistad de Jesús consiste en que amemos a los que él ama, es decir, a todos, aunque a algunos con un amor más personal e íntimo, como él hizo, es decir, como amigos.
La amistad no es para los cristianos una vivencia opcional, sino una exigencia de la consigna del amor dada por Jesús. Él nos invita a amarnos como él nos ama, es decir, como amigos (Jn 15,12). Y ese amor de amigos nos potencia para amar con sacrificio a todos sin restricciones. Somos amigos de Jesús cuando somos amigos de sus amigos. En nuestra capacidad para hacer de los demás nuestros amigos se juega nuestra vida cristiana. No hay solidaridad con los pobres si no hay amistad con ellos. A Jesús no le podemos tender una mano, no podemos acompañarle en su pasión, en su vía dolorosa; no podemos acogerle como Marta, María y Lázaro, no podemos ayudarle a llevar la cruz, como el cireneo; no podemos ungirle el rostro ensangrentado, como la Verónica, pero podemos hacerlo, y quiere que lo hagamos, con los que nos rodean, y se siente enteramente socorrido en ellos: “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Pero el amor de Jesús no es meramente sentimental, sino operativo, comprometedor. Es el sacrificado que impulsa a “dar la vida” (1 Jn 3,16). A veces da la impresión de que los hombres estamos empeñados en amargarnos la vida unos a otros. Los cristianos hemos de poner de manifiesto con nuestra forma de vivir, de con-vivir unidos, de respetarnos, de acogernos, que merece la pena hacer el viaje de la vida trabajando en la construcción del Reino, en paz, cantando felices, disfrutando del mundo que Dios nos ha regalado. En nosotros habría de cumplirse la dicha del salmo: “¡Qué bueno y gozoso convivir los hermanos unidos!” (Sal 133,1). “Una amistad bien cincelada es la cima del universo”, afirmó Ortega y Gasset. Pues a esa cima, a la que Jesús subió, invita a sus discípulos.
Comentario del Santo Evangelio Jn: 6.3.1.3. Jn 15,12-17: El mandamiento de Jesús sobre el amor mutuo ¡Amaos unos a otros!
El mandamiento, al que ya se aludió en la unidad literaria anterior (los mandamientos del Padre y los mandamientos de Jesús en 15,10), se concreta ahora en cuanto a su contenido: se trata del mandamiento del amor mutuo. Tres veces aparece en esta unidad literaria: al comienzo (15,12), en el medio (15,14) y al final (15,17). De nuevo hay que hablar de una estructura escalonada: como Jesús ha amado a sus discípulos, así tienen que amarse mutuamente los discípulos. El punto culminante de la unidad literaria es, naturalmente, el dicho en 15,13: «Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos». Se trata, pues, de la amistad, un grupo de amigos que se mantiene unido por la disposición del «fundador» a dar su vida por esos, sus amigos.
La muerte de Jesús es la piedra de toque de la comunidad. El amor de Jesús hasta el extremo obliga a las personas en la comunidad a una permanente fidelidad. Las imágenes con que se expresa esto enlazan con una realidad que ya nos resulta familiar. Se trata de una gran familia en la que un padre determina el curso de las cosas en la casa. Allí hay esclavos que no saben qué es lo que el señor hace (15,15), además hay un hijo, que se ha hecho de amigos y los ha introducido en la casa de su padre (15,16), y les hace saber todo lo que conoce de su padre (15,15). Todo lo que los amigos le pidan al padre en nombre del hijo, les será concedido (15,14). Esto no es algo imposible, porque el hijo y los amigos han sellado una alianza de amor de vida o muerte. Entre amigos todo es común, y el mayor bien es la amistad misma (15,13).
La visión de las cosas está tomada de la cultura cortesana helenista en la que el hijo de un poderoso rey tiene un círculo de amigos y acoge a esos amigos en la casa de su padre. Es evidente que este lenguaje figurado tenía, en tiempos del texto, su lugar: Jesús, como Hijo del Rey, que está a punto de entregar su vida por sus amigos, y el encargo a sus amigos de amarse mutuamente.
Elevación Espiritual para el día.
Oh santo Amor, quien no te conoce no ha podido gustar la suavidad de tus beneficios, que sólo la experiencia vivida nos revela. Pero quien te haya conocido o haya sido conocido por ti no puede concebir ya ninguna duda. Porque tú eres el cumplimiento de la ley; tú, que me colmas y me calientas; tú, que me inflamas y enciendes mi corazón con una caridad inmensa. Tú eres el Maestro de los profetas, el compañero de los apóstoles, la fuerza de los mártires, la inspiración de los padres y de los doctores, la perfección de todos los santos. Y me preparas también a mí, Amor, para el verdadero servicio de Dios (Simeón el nuevo Teólogo).
Reflexión Espiritual para el día
Cuando el Señor mandó a su pueblo amar al prójimo como a sí mismo (cf. Lv 19,18), no había venido aún a la tierra; de suerte que, sabiendo hasta qué punto se ama la propia persona, no podía pedir a sus criaturas un mayor amor al prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo, su mandamiento, no habló ya de amar al prójimo como a sí mismo, sino de amarlo como él, Jesús, lo amó y lo amará hasta la consumación de los siglos.
Señor, sé que no nos mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección, sabes que no podré nunca amar a mis hermanas como tú las amas, si no eres aún tú, Jesús mío, quien las ama en mí. Para concederme esta nueva gracia has dado un mandamiento nuevo. ¡Oh! Cuánto lo amo, pues me da la garantía de que tu voluntad es amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas amar. Sí, estoy convencida de ello; cuando practico la caridad, es sólo Jesús quien obra en mí. Cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a mis hermanas.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada: Hechos 15, 22-31. El viaje a Antioquía.
Entonces los Apóstoles y los Ancianos —presbíteros— con la Iglesia entera, decidieron elegir de entre ellos algunos hombres y enviarlos a Antioquía.
Se busca cuidadosamente el acuerdo de todo el mundo respecto a la decisión tomada. Es preciso que la Iglesia de Antioquía, de donde surgió el conflicto, esté al corriente de la deliberación y de las decisiones. Se envía pues una delegación de Jerusalén a Antioquía.
Se les confió la siguiente «carta»: «...Hemos sabido que algunos de entre nosotros os han perturbado con sus palabras...»
Es lo que se llama hoy reconsiderar una cosa. Que humildad en ese principio de la carta. La comunidad de Jerusalén reconoce sus fallos.
«El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido que...
Unánimemente, dice el texto, el primer Concilio ha decidido no imponer una «sobrecarga» a los gentiles: nada de circuncisión... las prescripciones de la Ley de Moisés ya no son obligatorias...
¡Esta decisión es grave; es una novedad capital!
No es cosa de hoy solamente decir: la Iglesia cambia todas nuestras costumbres». Y esta decisión conciliar es serena y firmemente atribuida al Espíritu Santo. Señor, concédenos el amor de la Iglesia, y la confianza en las decisiones de la Iglesia.
Debéis solamente 1) Absteneros de carnes sacrificadas a los ídolos, 2) De sangre y de animales estrangulados, 3) De uniones ilegítimas...
¡Estas son las pocas exigencias concretas propuestas a todos, antiguos gentiles, y antiguos judíos! Abandonar totalmente a los ídolos... privarse de comer ciertas carnes... restaurar una sexualidad normal en el marco de la pareja monogámica.
Si uno piensa en las costumbres paganas de la época, se da cuenta de que la conversión a Cristo pedía un verdadero cambio de mentalidad, unos comportamientos nuevos, una vida nueva. Creer en Cristo y pedir el bautismo es cambiar de vida, es entrar en nuevas exigencias.
¡Señor, cambia nuestros corazones; conviértenos! También nosotros, a menudo, nos vemos tentados a vivir como paganos. Lo aplico a mi propia vida.
Los delegados, después de despedirse, bajaron a Antioquía donde reunieron la Asamblea y entregaron la carta. La leyeron, y los hermanos se regocijaron de aquel aliento.
Después del primer Concilio, Pablo partió pues de nuevo hacia sus comunidades. Cuida de que se apliquen las decisiones tomadas. «Obedecer»... «Observar» unas decisiones... Estas palabras no están de moda, precisamente hoy. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en esas decisiones suele haber siempre uno u otro punto que no corresponde exactamente a lo que yo solo habría decidido. Cualquier obediencia a una decisión colectiva —de un grupo o de un responsable— toma la apariencia de un sacrificio de los propios puntos de vista. En familia, en un equipo de trabajo, en la Iglesia, ¡esto resulta siempre verdad!
«Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.»
Señor, ayúdanos a vivir esas «diversidades», y esos «esfuerzos hacia la unidad». Haz de nosotros unos artesanos de la progresión misionera de la Iglesia. Abre tu Iglesia a los gentiles. ¡Abre nuestros corazones a tus proyectos!
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