24 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. LUNES DE LA VIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria. NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN MARÍA AUXILIADORA .(Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL.. SS Vicente de Lérins pb mj, Simeón Estilita, pb er, Juana Mujer de Cusa N.T., Translación de Santo Domingo.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Pe 1,3-9:: No han visto a Jesucristo, y lo aman; creen en él
Salmo 110: El Señor recuerda siempre su alianza.
Mc 10,17-27: Vende lo que tienes y sígueme
El joven del Evangelio desea alcanzar la vida pero tiene su corazón puesto en las riquezas que posee y esto le impide escuchar la invitación que Jesús le hace: “Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme”. No pudo ser discípulo y tomó la dirección contraria “se marchó triste”.
Quienes creen en Jesús y lo siguen, compartiendo todo lo que son y lo que tienen descubren el gozo de vivir junto a El. “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Documento de Aparecida 29).
PRIMERA LECTURA.
1Pedro 1,3-9
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan al fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 110
R/. El Señor recuerda siempre su alianza.
Doy gracias al Señor de todo corazón, / en compañía de los rectos, en la asamblea. / Grandes son las obras del Señor, / dignas de estudio para los que las aman. R.
Él da alimento a sus fieles, / recordando siempre su alianza; / mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, / dándoles la heredad de los gentiles. R.
Envió la redención a su pueblo, / ratificó para siempre su alianza; / la alabanza del Señor dura por siempre. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 10,17-27
Vende lo que tienes y sígueme
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre." Él replicó: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño." Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dales el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, luego sígueme." A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!" Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: "Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios." Ellos se espantaron y comentaban: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" Jesús se les quedó mirando y les dijo: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Pe 1,3-9:: No han visto a Jesucristo, y lo aman; creen en él
Salmo 110: El Señor recuerda siempre su alianza.
Mc 10,17-27: Vende lo que tienes y sígueme
El joven del Evangelio desea alcanzar la vida pero tiene su corazón puesto en las riquezas que posee y esto le impide escuchar la invitación que Jesús le hace: “Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme”. No pudo ser discípulo y tomó la dirección contraria “se marchó triste”.
Quienes creen en Jesús y lo siguen, compartiendo todo lo que son y lo que tienen descubren el gozo de vivir junto a El. “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (Documento de Aparecida 29).
PRIMERA LECTURA.
1Pedro 1,3-9
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan al fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 110
R/. El Señor recuerda siempre su alianza.
Doy gracias al Señor de todo corazón, / en compañía de los rectos, en la asamblea. / Grandes son las obras del Señor, / dignas de estudio para los que las aman. R.
Él da alimento a sus fieles, / recordando siempre su alianza; / mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, / dándoles la heredad de los gentiles. R.
Envió la redención a su pueblo, / ratificó para siempre su alianza; / la alabanza del Señor dura por siempre. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 10,17-27
Vende lo que tienes y sígueme
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre." Él replicó: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño." Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dales el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, luego sígueme." A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!" Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: "Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios." Ellos se espantaron y comentaban: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" Jesús se les quedó mirando y les dijo: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Pedro 1,3-9
El anuncio del apóstol al pueblo de Dios que vive en las pequeñas comunidades elegidas está inscrito en un admirable himno de bendición. En él se enlaza la revelación de la regeneración de la humanidad, llevada a cabo en la resurrección de Jesucristo, con el «todavía no» de la plena manifestación de la misma y del carácter del tiempo que transcurre entre el «ya» de la salvación y el “todavía no” de la manifestación de la misma. La «herencia reservada en los cielos» (v. 4) es la meta de la nueva esperanza. En virtud de ella, las personas que se han fortalecido por la fe perseveran haciendo el bien (cf. 4,19) y, tanto en la alegría como en el dolor, dan un bello testimonio de Cristo.
La fe nos hace entrar en el ámbito del Dios omnipotente. El protege, consolida (cf. 5,9) y sostiene en la batalla a las personas encaminadas a la salvación, a la manifestación del Señor de la gloria (1,9). El nexo de continuidad y la distinción entre la regeneración ya acaecida y presente ahora como herencia en Cristo glorioso, y la manifestación que tendrá lugar cuando él se manifieste es lo que vertebra el tiempo de la fe. Su característica es la falta de visión, entretejida de esperanza en la caridad. Amar y creer sin ver es un camino que lleva a la purificación de la fe y del amor, y no sólo en el plano personal y comunitario. No se trata de un proceso indoloro. Lo podemos comparar con el del oro que, acrisolado por el fuego, queda libre de las escorias (cf. v. 7). El Jesús de la gloria resplandecerá en la gloria del pueblo que el Padre reúne en él, y éste experimentará en plenitud la misericordia cuando sea alabanza, gloria y honor en Jesús glorificado. La tensión escatológica estructura en su raíz el camino de la fe en sus dinamismos, agudiza la nostalgia y la imploración de la manifestación, y persevera en la imploración y en la confianza.
Comentario del Salmo 110
Es un himno de alabanza. Los salmos de este tipo celebran la presencia de la acción del Señor en la historia, poniendo de manifiesto las maravillas en favor de su pueblo y su fidelidad a la alianza.
El salmo 110 es alfabético, esto es, en su lengua original, cada línea comienza con una letra del alfabeto hebreo, tal vez para facilitar su memorización (los demás salmos alfabéticos son: 9- 10; 25; 34; 37; 112; 119; 145). Este salmo es una especie de ramillete compuesto de flores diversas. Casi todas sus frases han sido tomadas de otros salmos.
Su condición de salmo alfabético supone ya una forma de organización. Pero existen otras. Por lo general, los himnos de alabanza constan de introducción, cuerpo y conclusión. Este es el caso del salmo 110. Tiene una introducción (1), un cuerpo central, que puede dividirse en dos partes: 2-3; 4-9) y una conclusión, con sabor sapiencial (10).
La introducción comienza con una exclamación: “¡Aleluya!» (« ¡Alabad al Señor!»), que caracteriza ya la alabanza. Continúa mostrando cómo el salmista bendice y da gracias al Señor: «De todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea». Podemos constatar que nos encontramos en contexto público. La persona que compuso este salmo está bien acompañada (los «rectos»). La asamblea tal vez se refiera a la presencia del pueblo congregado para una celebración.
El cuerpo central (2-9) tiene dos partes. En la primera (2-3), el salmo se centra en las grandes obras del Señor, merecedoras de atención, estudio y profundización. Para llegar a ello, es preciso amarlas (2). La obra del Señor es esplendor y majestad, fruto de su generosidad eterna (3). En el pasado, «generosidad» era sinónimo de justicia. Aquí, pues, se bendice y se da gracias por la creación. Es fruto de la justicia del Señor. Merece ser estudiada, contemplada y alabada. Se menciona por primera vez algo que dura o permanece «por siempre» (3b).
La segunda parte (4-9) arranca con las «maravillas memorables» de Dios, fruto de su piedad y compasión (4). La primera maravilla consiste en proporcionar alimento a los que le temen, sustentando la vida que él mismo ha creado (primera parte). La razón de todo ello es que el Señor recuerda «siempre» su alianza (5b). En esta frase encontramos dos elementos importantes: la aparición de la alianza, motivo que determina la segunda parte del cuerpo central, y la segunda referencia a algo que permanece («siempre»). Por su alianza con el pueblo, el Señor le muestra la fuerza de su poder, la principal maravilla de todo el Antiguo Testamento: la liberación de Egipto y la entrega de la tierra, ocupada por las naciones (6).
En la primera parte, se afirmaba que la creación era fruto de la «generosidad» del Señor, esto es, de su justicia. La liberación de Egipto es, por su parte, fruto de la fidelidad («verdad») de Dios a las promesas y a la alianza. Se invita al pueblo, su aliado, a confiar en sus preceptos: «Justicia y Verdad son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza» (7). La siguiente idea se centra en estos preceptos, es decir, en los mandamientos que sellan la alianza entre Dios e Israel. Se menciona por tercera vez algo que dura por siempre: sus preceptos «son estables para siempre y eternamente, han de cumplirse con verdad y rectitud» (8).
La descripción de las maravillas continúa, hablando ahora el salmo de la liberación del pueblo como ratificación de una alianza perpetua (9). Es la segunda vez que se habla de la alianza (5b.9a) y la cuarta en la que se menciona algo que dura «para siempre». No se sabe si la liberación que se recuerda aquí es la de Egipto o la del exilio, pues este salmo tuvo su origen ciertamente después le que los judíos regresaran del cautiverio en Babilonia. Se añade una expresión que da mayor profundidad al nombre del Señor: «Su nombre es santo y terrible» (9b).
La conclusión (10) tiene sabor a salmo sapiencial. Dicho de otro modo, afirma que el principio de la sabiduría consiste en temer al Señor y que el buen juicio —«sentido común», diríamos nosotros— es una característica de los que tienen este temor. Concluye ampliando la alabanza inicial, extendiéndola eternamente: «Permanece por siempre» (quinta mención de algo que dura para siempre).
Este salmo nació ciertamente después del exilio en Babilonia. El pueblo está reunido (1) y alguien quiere alabar al Señor por sus grandes portentos o maravillas: la creación (2-3), la liberación de Egipto, la alianza, la entrega de la tierra y la vuelta del exilio babilónico (4-9), con la recuperación de la tierra, Superadas las tensiones y los grandes conflictos que impedían el desarrollo y el mantenimiento de la vida (Egipto, Canaán, Babilonia), se invita al pueblo a alabar al Señor y adquirir sabiduría. Contemplando las maravillas del Señor (creación, liberación, alianza, don de la tierra), aprendemos a temerlo, adquirimos sabiduría y sentido común para vivir en constante alabanza, para siempre.
Son muchos los detalles que aparecen en este salmo. Destacamos algunos, relacionados con la creación, la alianza, la conquista de la tierra y la liberación. Partiendo de la expresión «para siempre», descubrimos que su justicia (3b), la alianza (5b) y sus preceptos son estables «para siempre», lo que provoca una alabanza perenne en el pueblo. El salmo alude a las obras del Señor y las califica de «grandes», son «esplendor y majestad», «maravillas», A continuación, muestra algunas de ellas: la creación que él sostiene dándole alimento, la alianza, la entrega de la tierra y las distintas liberaciones (la de Egipto y la de Babilonia), Además, este salmo afirma que «el Señor es piadoso y compasivo» (4b) y que «su nombre es santo y terrible» (9b). En los tres momentos cruciales de la historia del pueblo (creación, liberación de Egipto y alianza, liberación de Babilonia) el Señor realizó grandes obras de esplendor y majestad, maravillas de justicia, porque su alianza es para siempre.
Todas esas acciones maravillosas del Señor alcanzan su culmen en Jesús. María hizo suyo este salmo para alabar la misericordia de Dios (Lc 1,49)
Podemos rezar este salmo cuando queremos, junto con otras personas, alabar «para siempre» a Dios: por la creación, por la alianza, la liberación, la posesión de la tierra, etc. También cuando, alabando a Dios como hemos dicho, queremos aprender el principio de la sabiduría, para disfrutar de un buen sentido común y temer a Dios, sin dejar de alabarlo.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 10,17-27
El diálogo entre Jesús y el rico, así como la reflexión sobre el alcance del mismo, aparece en los tres sinópticos; de ellos, es Marcos el que presenta más detalles. Dice que el rico se acerca corriendo a Jesús y se arrodilla ante él en señal de reverencia y respeto (v. 17). Al final nos proporciona algunos detalles sobre la reacción de Jesús a las palabras del rico: fija en él su mirada, le ama, le habla (v. 21). Recoge también la reacción del rico: «frunció el ceño y se marchó todo triste» (v. 22). Jesús va de camino hacia Jerusalén. La pregunta que le dirigen es seria. Centra el nexo entre el obrar orientado por la ley del Señor y la vida eterna (cf. para un contexto diferente Lc 10,29), entre el reconocimiento de la bondad de Dios y la calidad de las relaciones interhumanas.
La escansión de los preceptos negativos del Decálogo, además del honor debido a los padres, está hecha de modo que haga resaltar que los mandamientos están ordenados para liberar de los obstáculos que nos impiden centrar en Dios el corazón y los afectos, que nos impiden tender a él, fin de todos y cada uno de los preceptos. Observar las “Diez palabras” es querer que Dios sea Dios en cada uno de los fieles y en el pueblo con el que ha estipulado la alianza. No hay que dejarse dominar por las riquezas, por los bienes, por las prerrogativas que les acompañan: poder, explotación, relaciones selectivas. No convertirse en esclavos de las pasiones, de los ídolos (1 Cor 8,36ss), es amar al Padre por encima de todas las cosas, y al prójimo en el amor al Padre.
Quien se limita a no transgredir los preceptos de la Torá no se deja guiar por ellos en la liberación de los obstáculos que nos impiden obedecer al Padre, que nos atrae a Cristo para ser en él testigos de su misericordia. Cuando Jesús reflexiona con los apóstoles sobre lo que ha pasado, más que poner de relieve la experiencia de la distancia subrayada por el proverbio entre el dicho y el hecho, entre las buenas aspiraciones y las rémoras de la vida, revela que la conversión del corazón, la fuente del orden en las relaciones humanas, sólo es posible a través de la docilidad a la iniciativa del Padre que —sólo él— engendra para la vida divina, que acoge en su vida. No se deja acoger en ella quien tiene el corazón ocupado por los bienes, unos bienes que no nos han sido dados para sustraernos al seguimiento de Cristo.
«Ven y sígueme», le dice Jesús al rico. «Elegidos para obedecer a Jesús y dejarnos rociar por su sangre», nos revela su apóstol. Jesús, a quien el Padre le pide obediencia, es quien nos alimenta con su sangre y nos pide que le sigamos para que se cumpla el designio del Padre. Ese designio, llevado a cabo en su persona, avanza ahora precisamente hacia el cumplimiento en su cuerpo místico, en la Iglesia peregrina sobre la tierra hasta su vuelta. Seguirle es caminar en él en medio de la comunidad de salvación vivificada por su Espíritu.
Querer seguir a Jesús de verdad es discernir el Camino por el que marcha el pueblo, dar nuestro asentimiento a los que han sido designados para certificar el rumbo y las exigencias concretas, aprender a trabajar y colaborar en el proyecto común, capacitarme para hacer converger en el bien común los dones de la naturaleza y de la gracia con los que me he enriquecido. Nadie vive para sí mismo y nadie muere para sí mismo. El seguimiento implica la fe en Cristo, «pastor» invisible de su grey (1 Pe 5,4), la docilidad para caminar juntos. Obedecerle es alimentarse con su sangre, que recibimos en la Iglesia, y perseverar con fidelidad en la participación en la misión común. La riqueza del creyente es Jesús. Lo que nos aparta de él o nos hace perezosos y desatentos para morar en él se convierte en un obstáculo que la fuerza de la fe permite superar.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 10,17-27, de Joven para Joven. Vende lo que tienes y sígueme.
Lo que se perdió el joven rico. Jesús siente una profunda alegría al conocer las inquietudes del joven insatisfecho con sus costumbres morales y cultuales: “Se le queda mirando con cariño”. Pero luego se le hiela la sonrisa en los labios. Aquel joven rico estaba dispuesto a realizar algún gesto más de generosidad, pero Jesús le pide todo. El seguimiento de Jesús no admite cicaterías o condiciones. Qué distinta situación la de Leví (Mateo), que rompió con todo, siguió a Jesús y alcanzó la vida en plenitud. Llegó a ser “san” Mateo, un hombre de vida desbordante para sí y para los demás.
El joven del relato era un poseso de sus riquezas, y éstas le hicieron perder “el Tesoro”, que el orín no corroe ni los ladrones roban (Mt 13,44). ¿Quién hubiera sido a estas alturas este joven que se quedó en el anonimato? He aquí un santo frustrado, un hombre que iba para gigante y se quedó en enano. Jesús repite, una vez más, su alerta ante el peligro de las riquezas; tienen tal fuerza de seducción que sólo Dios puede liberarnos de su poder hipnotizador (Mc 10,27). Por eso hay tantos seducidos. “Poderoso caballero es don dinero”. Y es que aparece como la llave maestra que abre todas las puertas: acceso a todos los bienes de consumo, empleo, cuidados médicos... Parecería que la felicidad se comprara con dinero.
La riqueza es un material explosivo en las manos del hombre. Los ricos lo tienen difícil. Santiago escribe: “Compadeced a los ricos” (St 1,10). La riqueza incita a la autosuficiencia y fácilmente endurece el corazón (Lc 12,13-2 1). La actitud avariciosa hace imposible las relaciones cordiales, cierra el corazón a la hora de compartir con el necesitado y de colaborar en la solución del hambre y ¡a pobreza. El apego a los bienes económicos, sean muchos o pocos, despersonaliza al propietario haciéndolo “poseso” de sus riquezas; y a nivel cristiano, hace imposible el seguimiento de Cristo por falta de espíritu del Reino. Jesús lo expresa con un símil muy gráfico: “Es más fácil que un camello cuele por el ojo de una aguja, que el rico entre en el reino de los cielos”.
El tesoro del Reino. No se trata de amar la pobreza por la pobreza ni el desprendimiento por el desprendimiento Ello supone haber encontrado antes el tesoro, como dice Jesús. El hombre de la parábola sólo vendió todas las cosas cuando descubrió el tesoro; entonces vendió el campo, todo cuanto tenía...” (Mt 13,44). Es lo que hizo Pablo: “Todo me parece basura en comparación con el conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3,8). Para ello es preciso haber descubierto la gran pobreza que supone y significa tener el corazón copado por las riquezas. Alguien definía el colmo de la pobreza así: “Era un hombre tan pobre, tan pobre, que no tenía más que dinero”. Para que todo lo demás sobre, es preciso haber encontrado a Dios: “Sólo Dios basta”.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver este pasaje evangélico con nosotros si no somos ricos y, silo somos, no podemos renunciar a nuestras riquezas? Todos hemos de sentirnos aludidos en el mensaje de Jesús, porque no sólo habla de los ricos que tienen mucho, sino de todos los que ponen su confianza en el dinero, los ricos de deseo. El pecado de deseo es el más estúpido; en este caso, es tener al mismo tiempo el pecado de los ricos y la pobreza de los pobres. Se puede tener alma de rico aferrándose a cuatro trastos. Uno puede ser rico poniendo el corazón en una colección de arte que posee y también aferrándose a un solo cuadro sin apenas valor. Me confesaba un joven: “Es un asco; en mi casa no se habla más que de dinero y de juicios que ocasionan las propiedades y los negocios”.
También se puede ser rico dejándose arrastrar por el consumismo. En este aspecto se puede pecar siendo pobre y siendo rico. Se puede incurrir en la dependencia de los bienes gastando más de lo que se puede, dejándose llevar por el estilo de vida de los mundanos.
La vida cristiana es, sobre todo, un seguimiento convencido de Jesús. Y Jesús es el hombre que lo comparte todo. La pobreza cristiana no es mero desprendimiento ascético, ni pura austeridad; el cristiano se libera de los bienes de este mundo ante todo para compartir. Por eso Jesús no le pide al joven que simplemente se desprenda y reparta sus bienes a la familia, sino que lo entregue a los pobres. Esto es lo que pone de relieve Lucas en la vida de la comunidad de Jerusalén: “Lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía... De hecho, entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hch 4,32-35).
Pedro, ante la propuesta del Señor, se asusta. Más adelante, con el impulso del Espíritu, lo hará sin traumas. Pero ello requiere previamente haber descubierto el tesoro del Reino y tener confianza en la acción del Señor.
Reparemos que el desprendimiento por motivos de caridad cristiana es fuente de alegría. Así lo testimonian el poverello de Asís, enamorado y desposado con su amada la pobreza, y los versos de santa Teresa: “Sólo Dios basta”. San Antonio M, Claret, que vivía una pobreza franciscana, confesaba: “No están los ricos tan contentos con su riqueza como lo estoy yo con mi amada pobreza”.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 10, 17-.27y 10, 28-31(10, 17-30/10, 24b-30/10, 28-30), para nuestros Mayores. Liberar al rico de la riqueza.
El diálogo entre Jesús y el hombre rico es un modelo de equilibrio dialéctico. Jesús, en esta lucha dialéctica, se refiere únicamente a los mandamientos. Según una correcta mentalidad hebrea era fácil recibir la herencia divina de la vida eterna: bastaba observar los mandamientos de Dios. El hombre rico sostiene, pues, simplemente que desde su juventud ha sido un israelita practicante. Jesús sabe que no era un hipócrita, sino un hombre religiosamente sincero; por ello se dirige a él con simpatía.
Sin embargo, su propuesta es más amplia: invita al rico a despojarse completamente de sus riquezas y a adherirse a su comunidad de discípulos. Esto no quiere decir que los discípulos estuvieran obligados a una pobreza total: en efecto, Pedro continuaba con su casa; María y María se encontraban en una posición más bien desahogada. Se trata, pues, de un caso particular: el hombre rico habría debido demostrar su seriedad en esta búsqueda de la vida eterna, y la única manera de demostrarla era vender los propios bienes y hacerse discípulo. La prueba no era inútil, ya que el rico, oprimido por el peso de aquella exigencia, se va con la cabeza baja; “pues tenía muchos bienes”, como subraya el evangelista.
Jesús mira a su alrededor y se dirige a los discípulos para afirmar que las riquezas son un grave obstáculo para entrar en el reino de Dios. Los discípulos se asombran, y esto demuestra que, con su enseñanza y su conducta, Jesús no quería que la suya fuera una comunidad de harapientos. Él comprende su estupor, pero subraya su afirmación haciendo uso de la riqueza metafórica oriental: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios».
El evangelista pone de relieve el estupor de los discípulos que se preguntaban entre sí: «Entonces ¿quién es el que podrá salvarse?» La respuesta se inserta fácilmente en la «teología de la gratuidad», característica del segundo evangelio y tan convergente con el pensamiento paulino: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios. Pues a Dios le es posible todo».
Está claro que la flecha de la teología enseñada por Jesús iba en el sentido de la pobreza de la comunidad eclesial. Pero Jesús quiere evitar el “automatismo farisaico”, o sea suponer que el cumplimiento de ciertas reglas determinadas de pobreza aseguran la vida eterna. Jesús no quiere que nada sea absolutizado fuera de Dios, ni siquiera una cosa tan sustancial como la pobreza de la institución eclesial. Por eso, adopta esa difícil actitud dialéctica: por una parte, reconoce que los que adoptan esa actitud de pobreza y de abandono de todo para dedicarse al Evangelio han hecho lo que debían hacer; pero, por otra, quiere evitar que se absolutice esta actitud, impidiendo el libre espacio de la acción de Dios, que incluso de los ricos puede hacer discípulos suyos. Eso sí, mediante un sorprendente milagro. Por eso, al final Dios introducirá la confusión: «Los primeros se convertirán en últimos, y los últimos en primeros».
Elevación Espiritual para este día.
Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura, y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.
Por razón de estos dos tiempos —uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas—, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos (Agustín de Hipona, Enarraciones sobre los salmos 148, 1ss; en CCL 40, 2.165ss.
Reflexión Espiritual para el día.
Partir no es devorar kilómetros, atravesar los mares, volar a velocidades supersónicas. Partir es ante todo abrirnos a los otros, descubrirlos, salir a su encuentro. Abrirnos a las ideas, incluidas las contrarias a las nuestras, significa tener el aliento de un buen caminante. Dichoso el que comprende y vive este pensamiento: «Si no estás de acuerdo conmigo, me enriqueces». Tener junto a nosotros a un hombre que siempre está de acuerdo de manera incondicional no es tener un compañero, sino una sombra. Es posible viajar solo. Pero un buen caminante sabe que el gran viaje es el de la vida, y éste exige compañeros. Bienaventurado quien se siente eternamente viajero y ve en cada prójimo un compañero deseado. Un buen caminante se preocupa de los compañeros desanimados y cansados. Intuye el momento en que empiezan a desesperar. Los recoge donde los encuentra. Los escucha. Y con inteligencia y delicadeza, pero sobre todo con amor, vuelve a darles ánimos y gusto por el camino.
Ir hacia adelante sólo por ir hacia adelante no es verdaderamente caminar. Caminar es ir hacia alguna parte, es prever la llegada, el desembarco. Ahora bien, hay caminos y caminos. Para las minorías abrahánicas, partir es ponerse en marcha y ayudar a los otros a emprender con nosotros la misma marcha a fin de construir un mundo más justo y más humanidad.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Alabanza por la acción de Dios 1P 1, 3-9.
Un himno de alabanza. Esta pequeña sección podría incluso ser calificada de manifestación profunda de fe cristiana. Una especie de credo abreviado del pueblo de Dios, Nuestra sección comienza con una alabanza dirigida a Dios. Al estilo judío. Estilo judío heredado por la Iglesia naciente. Tenemos un buen ejemplo de ello en Pablo (2Cor 1, 3; Ef. 1, 3). Esta costumbre tenía la ventaja de poner de relieve que la iniciativa en orden a la salud proviene de Dios. Para los cristianos era una forma eficaz de suscitar en ellos fuerza y optimismo, al saber que Dios les antecedía en el esfuerzo que la vida diaria les imponía para ser fieles a Dios. Su esfuerzo siempre será respuesta, reacción a la acción previa de Dios.
La alabanza es aquí fruto de la reacción ante el hecho fundamental cristiano: la resurrección de Cristo y lo que ello significa para el cristiano, un nuevo nacimiento (Rom 6, 1-14). Por la resurrección de Cristo hemos sido engendrados por Dios a una nueva vida. Por ella participamos verdadera y realmente de la nueva vida del Resucitado (Rom 6, 3ss). Se ha abierto un nuevo horizonte en la vida humana. La vida no se agota en la salud corporal ni en las relaciones sociales interpersonales. La resurrección de Jesús descubre el suelo firme en el que se asienta la verdadera vida y nos hace caminar por él, dándonos el derecho de ciudadanía en la nueva patria (Flp 3, 20).
La nueva vida, el nuevo nacimiento (Jn 1, 13; 3, 3-15; 1Jn 2, 29), es debida únicamente a la acción de Dios. Acción de Dios en Cristo para nosotros. Lo mismo que el niño no ha influido ni siquiera asistido a su generación ni nacimiento, así ocurre en este nuevo nacimiento. El autor de la carta piensa sin duda alguna en la realidad y significado del bautismo cristiano (Tit 3, 5). Una realidad nueva lograda por la resurrección de Cristo. La asociación del bautismo con la resurrección de Cristo es uno de los pensamientos más profundos de nuestra carta (ver 3,21 y Rom 6, 3-lI). Mediante el hecho de Cristo, el hombre ha sido elevado por encima de su propia pequeñez; elevación por encima de lo terreno.
Esta re-generación nos abre una nueva esperanza. La vida cristiana es una vida construida sobre la esperanza, que nos eleva por encima de las realidades visibles. La esperanza pone ante nosotros una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Al expresarse así Pedro parte de las categorías judías en las que la herencia juega un papel decisivo. La herencia que, en un principio, fue la posesión tranquila y pacífica de la tierra de Palestina. Herencia que, al evolucionar progresivamente su concepción religiosa —y gracias también a las privaciones e incluso al verse desterrados de ella en tiempos del destierro babilónico—, fue espiritualizándose hasta significar el último propósito de Dios para sus elegidos. Lo que hoy llamamos la Jerusalén celeste, la vida eterna, el cielo.
La herencia cristiana, en oposición a aquélla en la que pensó —al menos originariamente— Israel, no se halla expuesta a los peligros de los enemigos, es segura porque «se halla reservada para nosotros en el cielo». Los adjetivos con los que Pedro describe esta esperanza — que es tema fundamental de este escrito (1, 13. 21; 3, 5. 15.) — pretenden afirmar la seguridad de la misma.
El cristiano no tiene derecho alguno para dudar de la seguridad de esta herencia. Porque la concesión de la misma depende de Dios, que nos la tiene reservada para darnos su posesión definitiva el último día. Además la motivación en la misericordia y el amor de Dios. Ante las dificultades de la vida presente debe aumentar, desde la fe, la seguridad en la posesión de esta salud última y definitiva.
Consecuencia de lo que Dios ha hecho en Cristo para nosotros es el gozo, la alegría. Es como la segunda parte de esta pequeña sección. El momento de la alegría y el gozo pleno nos está reservado para el futuro. Pero la seguridad de lo venidero (Rom 8, 18) irrumpe en el presente dándole fuerza y eliminando una concepción pesimista de la vida. Una alegría victoriosa en medio de las dificultades de la vida presente, porque las dificultades y problemas proceden de los hombres, mientras que la seguridad y el consiguiente gozo nos vienen de Dios, ante quien los hombres no tienen acceso para despojarnos de ellos.
Las dificultades y aflicciones mencionadas por el autor de nuestra carta ¿proceden de la persecución establecida por las autoridades romanas? Probablemente sí. En todo caso se trata de infundir ánimo a aquellos cristianos. El argumento principal ha sido expuesto ya. Quedan otras motivaciones creadoras de ánimo y optimismo, que vamos a mencionar.
Las tribulaciones son medio de purificación. Como el oro es purificado por el fuego, a pesar de tratarse de un metal precioso y que todos tienen en gran estima. Es interesante que se compare la existencia cristiana con el oro, el metal «imperecedero»; pues bien, la existencia cristiana es muy superior al oro.
Otro motivo es que aman a Jesucristo, aun sin haberlo visto. Parece como una limitación que Pedro establece frente a aquéllos que le vieron y oyeron mientras vivió en Palestina, Pero esta separación se halla superada por l. fe y el amor. La unión personal con Cristo no se ve impedida por las fronteras del tiempo y el espacio. (A pesar de esto la frase nos habla de la importancia del Jesús: histórico; cuestión en el candelero en nuestros días).
El último motivo es la seguridad de alcanzar la salvación del alma. Al expresarse así nuestro autor no se refiere al alma en cuanto distinta del cuerpo y contrapuesta a él, sino al «yo» total (1, 22; 2, 11.25; 4, 19). Todo el hombre será salvado.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1P 1, 3-9. Alabanza por la acción de Dios.
Un himno de alabanza. Esta pequeña sección podría incluso ser calificada de manifestación profunda de fe cristiana. Una especie de credo abreviado del pueblo de Dios. Nuestra sección comienza con una alabanza dirigida a Dios. Al estilo judío. Estilo judío heredado por la Iglesia naciente. Tenemos un buen ejemplo de ello en Pablo (2Cor 1, 3; Ef. 1, 3). Esta costumbre tenía la ventaja de poner de relieve que la iniciativa en orden a la salud proviene de Dios. Para los cristianos era una forma eficaz de suscitar en ellos fuerza y optimismo, al saber que Dios les antecedía en el esfuerzo que la vida diaria les imponía para ser fieles a Dios. Su esfuerzo siempre será respuesta, reacción a la acción previa de Dios.
La alabanza es aquí fruto de la reacción ante el hecho fundamental cristiano: la resurrección de Cristo y lo que ello significa para el cristiano, un nuevo nacimiento (Rom 6, 1-14). Por la resurrección de Cristo hemos sido engendrados por Dios a una nueva vida. Por ella participamos verdadera y realmente de la nueva vida del Resucitado (Rom 6, 3ss). Se ha abierto un nuevo horizonte en la vida humana. La vida no se agota en la salud corporal ni en las relaciones sociales interpersonales. La resurrección de Jesús descubre el suelo firme en el que se asienta la verdadera vida y nos hace caminar por él, dándonos el derecho de ciudadanía en la nueva patria (Flp 3, 20).
La nueva vida, el nuevo nacimiento (Jn 1, 13; 3, 3-15; 1Jn 2, 29), es debida únicamente a la acción de Dios. Acción de Dios en Cristo para nosotros. Lo mismo que el niño no ha influido ni siquiera asistido a su generación ni nacimiento, así ocurre en este nuevo nacimiento. El autor de la carta piensa sin duda alguna en la realidad y significado del bautismo cristiano (Tit 3, 5). Una realidad nueva lograda por la resurrección de Cristo. La asociación del bautismo con la resurrección de Cristo es uno de los pensamientos más profundos de nuestra carta (ver 3, 21 y Rom 6,3-11). Mediante el hecho de Cristo, el hombre ha sido elevado por encima de su propia pequeñez; elevación por encima de lo terreno.
Esta re-generación nos abre una nueva esperanza. La vida cristiana es una vida construida sobre la esperanza, que nos eleva por encima de las realidades visibles. La esperanza pone ante nosotros una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Al expresarse así Pedro parte de las categorías judías en las que la herencia juega un papel decisivo. La herencia que, en un principio, fue la posesión tranquila y pacífica de la tierra de Palestina. Herencia que, al evolucionar progresivamente su concepción religiosa —y gracias también a las privaciones e incluso al verse desterrados de ella en tiempos del destierro babilónico—, fue espiritualizándose hasta significar el último propósito de Dios para sus elegidos. Lo que hoy llamamos la Jerusalén celeste, la vida eterna, el cielo.
La herencia cristiana, en oposición a aquélla en la que pensó —al menos originariamente— Israel, no se halla expuesta a los peligros de los enemigos, es segura porque «se halla reservada para nosotros en el cielo». Los adjetivos con los que Pedro describe esta esperanza — que es tema fundamental de este escrito (1, 13. 21; 3, 5. 15)— pretenden afirmar la seguridad de la misma.
El cristiano no tiene derecho alguno para dudar de la seguridad de esta herencia. Porque la concesión de la misma depende de Dios, que nos la tiene reservada para darnos su posesión definitiva el último día. Además la motivación en la misericordia y el amor de Dios. Ante las dificultades de la vida presente debe aumentar, desde la fe, la seguridad en la posesión de esta salud última y definitiva.
Consecuencia de lo que Dios ha hecho en Cristo para nosotros es el gozo, la alegría. Es como la segunda parte de esta pequeña sección. El momento de la alegría y el gozo pleno nos está reservado para el futuro. Pero la seguridad de lo venidero (Rom 8, 18) irrumpe en el presentándole fuerza y eliminando una concepción pesimismo de la vida. Una alegría victoriosa en medio de las dificultades de la vida presente, porque las dificultades y problemas proceden de los hombres, mientras que la seguridad y el consiguiente gozo nos vienen de Dios, ante los hombres no tienen acceso para despojarnos de ellos.
Las dificultades y aflicciones mencionadas por el autor de nuestra carta ¿proceden de la persecución establecida por las autoridades romanas? Probablemente sí. En todo caso se trata de infundir ánimo a aquellos cristianos. El argumento principal ha sido expuesto ya. Quedan otras motivaciones creadoras de ánimo y optimismo, que vamos a mencionar.
Las tribulaciones son medio de purificación. Como el oro es purificado por el friego, a pesar de tratarse de un metal precioso y que todos tienen en gran estima. Es interesante que se compare la existencia cristiana con el oro, el metal «imperecedero»; pues bien, la existencia cristiana es muy superior al oro.
Otro motivo es que aman a Jesucristo, aun sin haberlo visto. Parece como una limitación que Pedro establece frente a aquéllos que le vieron y oyeron mientras vivió en Palestina. Pero esta separación se halla superada por la fe y el amor. La unión personal con Cristo no se ve impedida por las fronteras del tiempo y el espacio. (A pesar de esto la frase nos habla de la importancia del Jesús histórico; cuestión en el candelero en nuestros días).
El último motivo es la seguridad de alcanzar la salvación del alma. Al expresarse así nuestro autor no se refiere al alma en cuanto distinta del cuerpo y contrapuesta a él, sino al «yo» total (1, 22; 2, 11.25; 4, 19). Todo el hombre será salvado.
El anuncio del apóstol al pueblo de Dios que vive en las pequeñas comunidades elegidas está inscrito en un admirable himno de bendición. En él se enlaza la revelación de la regeneración de la humanidad, llevada a cabo en la resurrección de Jesucristo, con el «todavía no» de la plena manifestación de la misma y del carácter del tiempo que transcurre entre el «ya» de la salvación y el “todavía no” de la manifestación de la misma. La «herencia reservada en los cielos» (v. 4) es la meta de la nueva esperanza. En virtud de ella, las personas que se han fortalecido por la fe perseveran haciendo el bien (cf. 4,19) y, tanto en la alegría como en el dolor, dan un bello testimonio de Cristo.
La fe nos hace entrar en el ámbito del Dios omnipotente. El protege, consolida (cf. 5,9) y sostiene en la batalla a las personas encaminadas a la salvación, a la manifestación del Señor de la gloria (1,9). El nexo de continuidad y la distinción entre la regeneración ya acaecida y presente ahora como herencia en Cristo glorioso, y la manifestación que tendrá lugar cuando él se manifieste es lo que vertebra el tiempo de la fe. Su característica es la falta de visión, entretejida de esperanza en la caridad. Amar y creer sin ver es un camino que lleva a la purificación de la fe y del amor, y no sólo en el plano personal y comunitario. No se trata de un proceso indoloro. Lo podemos comparar con el del oro que, acrisolado por el fuego, queda libre de las escorias (cf. v. 7). El Jesús de la gloria resplandecerá en la gloria del pueblo que el Padre reúne en él, y éste experimentará en plenitud la misericordia cuando sea alabanza, gloria y honor en Jesús glorificado. La tensión escatológica estructura en su raíz el camino de la fe en sus dinamismos, agudiza la nostalgia y la imploración de la manifestación, y persevera en la imploración y en la confianza.
Comentario del Salmo 110
Es un himno de alabanza. Los salmos de este tipo celebran la presencia de la acción del Señor en la historia, poniendo de manifiesto las maravillas en favor de su pueblo y su fidelidad a la alianza.
El salmo 110 es alfabético, esto es, en su lengua original, cada línea comienza con una letra del alfabeto hebreo, tal vez para facilitar su memorización (los demás salmos alfabéticos son: 9- 10; 25; 34; 37; 112; 119; 145). Este salmo es una especie de ramillete compuesto de flores diversas. Casi todas sus frases han sido tomadas de otros salmos.
Su condición de salmo alfabético supone ya una forma de organización. Pero existen otras. Por lo general, los himnos de alabanza constan de introducción, cuerpo y conclusión. Este es el caso del salmo 110. Tiene una introducción (1), un cuerpo central, que puede dividirse en dos partes: 2-3; 4-9) y una conclusión, con sabor sapiencial (10).
La introducción comienza con una exclamación: “¡Aleluya!» (« ¡Alabad al Señor!»), que caracteriza ya la alabanza. Continúa mostrando cómo el salmista bendice y da gracias al Señor: «De todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea». Podemos constatar que nos encontramos en contexto público. La persona que compuso este salmo está bien acompañada (los «rectos»). La asamblea tal vez se refiera a la presencia del pueblo congregado para una celebración.
El cuerpo central (2-9) tiene dos partes. En la primera (2-3), el salmo se centra en las grandes obras del Señor, merecedoras de atención, estudio y profundización. Para llegar a ello, es preciso amarlas (2). La obra del Señor es esplendor y majestad, fruto de su generosidad eterna (3). En el pasado, «generosidad» era sinónimo de justicia. Aquí, pues, se bendice y se da gracias por la creación. Es fruto de la justicia del Señor. Merece ser estudiada, contemplada y alabada. Se menciona por primera vez algo que dura o permanece «por siempre» (3b).
La segunda parte (4-9) arranca con las «maravillas memorables» de Dios, fruto de su piedad y compasión (4). La primera maravilla consiste en proporcionar alimento a los que le temen, sustentando la vida que él mismo ha creado (primera parte). La razón de todo ello es que el Señor recuerda «siempre» su alianza (5b). En esta frase encontramos dos elementos importantes: la aparición de la alianza, motivo que determina la segunda parte del cuerpo central, y la segunda referencia a algo que permanece («siempre»). Por su alianza con el pueblo, el Señor le muestra la fuerza de su poder, la principal maravilla de todo el Antiguo Testamento: la liberación de Egipto y la entrega de la tierra, ocupada por las naciones (6).
En la primera parte, se afirmaba que la creación era fruto de la «generosidad» del Señor, esto es, de su justicia. La liberación de Egipto es, por su parte, fruto de la fidelidad («verdad») de Dios a las promesas y a la alianza. Se invita al pueblo, su aliado, a confiar en sus preceptos: «Justicia y Verdad son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza» (7). La siguiente idea se centra en estos preceptos, es decir, en los mandamientos que sellan la alianza entre Dios e Israel. Se menciona por tercera vez algo que dura por siempre: sus preceptos «son estables para siempre y eternamente, han de cumplirse con verdad y rectitud» (8).
La descripción de las maravillas continúa, hablando ahora el salmo de la liberación del pueblo como ratificación de una alianza perpetua (9). Es la segunda vez que se habla de la alianza (5b.9a) y la cuarta en la que se menciona algo que dura «para siempre». No se sabe si la liberación que se recuerda aquí es la de Egipto o la del exilio, pues este salmo tuvo su origen ciertamente después le que los judíos regresaran del cautiverio en Babilonia. Se añade una expresión que da mayor profundidad al nombre del Señor: «Su nombre es santo y terrible» (9b).
La conclusión (10) tiene sabor a salmo sapiencial. Dicho de otro modo, afirma que el principio de la sabiduría consiste en temer al Señor y que el buen juicio —«sentido común», diríamos nosotros— es una característica de los que tienen este temor. Concluye ampliando la alabanza inicial, extendiéndola eternamente: «Permanece por siempre» (quinta mención de algo que dura para siempre).
Este salmo nació ciertamente después del exilio en Babilonia. El pueblo está reunido (1) y alguien quiere alabar al Señor por sus grandes portentos o maravillas: la creación (2-3), la liberación de Egipto, la alianza, la entrega de la tierra y la vuelta del exilio babilónico (4-9), con la recuperación de la tierra, Superadas las tensiones y los grandes conflictos que impedían el desarrollo y el mantenimiento de la vida (Egipto, Canaán, Babilonia), se invita al pueblo a alabar al Señor y adquirir sabiduría. Contemplando las maravillas del Señor (creación, liberación, alianza, don de la tierra), aprendemos a temerlo, adquirimos sabiduría y sentido común para vivir en constante alabanza, para siempre.
Son muchos los detalles que aparecen en este salmo. Destacamos algunos, relacionados con la creación, la alianza, la conquista de la tierra y la liberación. Partiendo de la expresión «para siempre», descubrimos que su justicia (3b), la alianza (5b) y sus preceptos son estables «para siempre», lo que provoca una alabanza perenne en el pueblo. El salmo alude a las obras del Señor y las califica de «grandes», son «esplendor y majestad», «maravillas», A continuación, muestra algunas de ellas: la creación que él sostiene dándole alimento, la alianza, la entrega de la tierra y las distintas liberaciones (la de Egipto y la de Babilonia), Además, este salmo afirma que «el Señor es piadoso y compasivo» (4b) y que «su nombre es santo y terrible» (9b). En los tres momentos cruciales de la historia del pueblo (creación, liberación de Egipto y alianza, liberación de Babilonia) el Señor realizó grandes obras de esplendor y majestad, maravillas de justicia, porque su alianza es para siempre.
Todas esas acciones maravillosas del Señor alcanzan su culmen en Jesús. María hizo suyo este salmo para alabar la misericordia de Dios (Lc 1,49)
Podemos rezar este salmo cuando queremos, junto con otras personas, alabar «para siempre» a Dios: por la creación, por la alianza, la liberación, la posesión de la tierra, etc. También cuando, alabando a Dios como hemos dicho, queremos aprender el principio de la sabiduría, para disfrutar de un buen sentido común y temer a Dios, sin dejar de alabarlo.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 10,17-27
El diálogo entre Jesús y el rico, así como la reflexión sobre el alcance del mismo, aparece en los tres sinópticos; de ellos, es Marcos el que presenta más detalles. Dice que el rico se acerca corriendo a Jesús y se arrodilla ante él en señal de reverencia y respeto (v. 17). Al final nos proporciona algunos detalles sobre la reacción de Jesús a las palabras del rico: fija en él su mirada, le ama, le habla (v. 21). Recoge también la reacción del rico: «frunció el ceño y se marchó todo triste» (v. 22). Jesús va de camino hacia Jerusalén. La pregunta que le dirigen es seria. Centra el nexo entre el obrar orientado por la ley del Señor y la vida eterna (cf. para un contexto diferente Lc 10,29), entre el reconocimiento de la bondad de Dios y la calidad de las relaciones interhumanas.
La escansión de los preceptos negativos del Decálogo, además del honor debido a los padres, está hecha de modo que haga resaltar que los mandamientos están ordenados para liberar de los obstáculos que nos impiden centrar en Dios el corazón y los afectos, que nos impiden tender a él, fin de todos y cada uno de los preceptos. Observar las “Diez palabras” es querer que Dios sea Dios en cada uno de los fieles y en el pueblo con el que ha estipulado la alianza. No hay que dejarse dominar por las riquezas, por los bienes, por las prerrogativas que les acompañan: poder, explotación, relaciones selectivas. No convertirse en esclavos de las pasiones, de los ídolos (1 Cor 8,36ss), es amar al Padre por encima de todas las cosas, y al prójimo en el amor al Padre.
Quien se limita a no transgredir los preceptos de la Torá no se deja guiar por ellos en la liberación de los obstáculos que nos impiden obedecer al Padre, que nos atrae a Cristo para ser en él testigos de su misericordia. Cuando Jesús reflexiona con los apóstoles sobre lo que ha pasado, más que poner de relieve la experiencia de la distancia subrayada por el proverbio entre el dicho y el hecho, entre las buenas aspiraciones y las rémoras de la vida, revela que la conversión del corazón, la fuente del orden en las relaciones humanas, sólo es posible a través de la docilidad a la iniciativa del Padre que —sólo él— engendra para la vida divina, que acoge en su vida. No se deja acoger en ella quien tiene el corazón ocupado por los bienes, unos bienes que no nos han sido dados para sustraernos al seguimiento de Cristo.
«Ven y sígueme», le dice Jesús al rico. «Elegidos para obedecer a Jesús y dejarnos rociar por su sangre», nos revela su apóstol. Jesús, a quien el Padre le pide obediencia, es quien nos alimenta con su sangre y nos pide que le sigamos para que se cumpla el designio del Padre. Ese designio, llevado a cabo en su persona, avanza ahora precisamente hacia el cumplimiento en su cuerpo místico, en la Iglesia peregrina sobre la tierra hasta su vuelta. Seguirle es caminar en él en medio de la comunidad de salvación vivificada por su Espíritu.
Querer seguir a Jesús de verdad es discernir el Camino por el que marcha el pueblo, dar nuestro asentimiento a los que han sido designados para certificar el rumbo y las exigencias concretas, aprender a trabajar y colaborar en el proyecto común, capacitarme para hacer converger en el bien común los dones de la naturaleza y de la gracia con los que me he enriquecido. Nadie vive para sí mismo y nadie muere para sí mismo. El seguimiento implica la fe en Cristo, «pastor» invisible de su grey (1 Pe 5,4), la docilidad para caminar juntos. Obedecerle es alimentarse con su sangre, que recibimos en la Iglesia, y perseverar con fidelidad en la participación en la misión común. La riqueza del creyente es Jesús. Lo que nos aparta de él o nos hace perezosos y desatentos para morar en él se convierte en un obstáculo que la fuerza de la fe permite superar.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 10,17-27, de Joven para Joven. Vende lo que tienes y sígueme.
Lo que se perdió el joven rico. Jesús siente una profunda alegría al conocer las inquietudes del joven insatisfecho con sus costumbres morales y cultuales: “Se le queda mirando con cariño”. Pero luego se le hiela la sonrisa en los labios. Aquel joven rico estaba dispuesto a realizar algún gesto más de generosidad, pero Jesús le pide todo. El seguimiento de Jesús no admite cicaterías o condiciones. Qué distinta situación la de Leví (Mateo), que rompió con todo, siguió a Jesús y alcanzó la vida en plenitud. Llegó a ser “san” Mateo, un hombre de vida desbordante para sí y para los demás.
El joven del relato era un poseso de sus riquezas, y éstas le hicieron perder “el Tesoro”, que el orín no corroe ni los ladrones roban (Mt 13,44). ¿Quién hubiera sido a estas alturas este joven que se quedó en el anonimato? He aquí un santo frustrado, un hombre que iba para gigante y se quedó en enano. Jesús repite, una vez más, su alerta ante el peligro de las riquezas; tienen tal fuerza de seducción que sólo Dios puede liberarnos de su poder hipnotizador (Mc 10,27). Por eso hay tantos seducidos. “Poderoso caballero es don dinero”. Y es que aparece como la llave maestra que abre todas las puertas: acceso a todos los bienes de consumo, empleo, cuidados médicos... Parecería que la felicidad se comprara con dinero.
La riqueza es un material explosivo en las manos del hombre. Los ricos lo tienen difícil. Santiago escribe: “Compadeced a los ricos” (St 1,10). La riqueza incita a la autosuficiencia y fácilmente endurece el corazón (Lc 12,13-2 1). La actitud avariciosa hace imposible las relaciones cordiales, cierra el corazón a la hora de compartir con el necesitado y de colaborar en la solución del hambre y ¡a pobreza. El apego a los bienes económicos, sean muchos o pocos, despersonaliza al propietario haciéndolo “poseso” de sus riquezas; y a nivel cristiano, hace imposible el seguimiento de Cristo por falta de espíritu del Reino. Jesús lo expresa con un símil muy gráfico: “Es más fácil que un camello cuele por el ojo de una aguja, que el rico entre en el reino de los cielos”.
El tesoro del Reino. No se trata de amar la pobreza por la pobreza ni el desprendimiento por el desprendimiento Ello supone haber encontrado antes el tesoro, como dice Jesús. El hombre de la parábola sólo vendió todas las cosas cuando descubrió el tesoro; entonces vendió el campo, todo cuanto tenía...” (Mt 13,44). Es lo que hizo Pablo: “Todo me parece basura en comparación con el conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3,8). Para ello es preciso haber descubierto la gran pobreza que supone y significa tener el corazón copado por las riquezas. Alguien definía el colmo de la pobreza así: “Era un hombre tan pobre, tan pobre, que no tenía más que dinero”. Para que todo lo demás sobre, es preciso haber encontrado a Dios: “Sólo Dios basta”.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver este pasaje evangélico con nosotros si no somos ricos y, silo somos, no podemos renunciar a nuestras riquezas? Todos hemos de sentirnos aludidos en el mensaje de Jesús, porque no sólo habla de los ricos que tienen mucho, sino de todos los que ponen su confianza en el dinero, los ricos de deseo. El pecado de deseo es el más estúpido; en este caso, es tener al mismo tiempo el pecado de los ricos y la pobreza de los pobres. Se puede tener alma de rico aferrándose a cuatro trastos. Uno puede ser rico poniendo el corazón en una colección de arte que posee y también aferrándose a un solo cuadro sin apenas valor. Me confesaba un joven: “Es un asco; en mi casa no se habla más que de dinero y de juicios que ocasionan las propiedades y los negocios”.
También se puede ser rico dejándose arrastrar por el consumismo. En este aspecto se puede pecar siendo pobre y siendo rico. Se puede incurrir en la dependencia de los bienes gastando más de lo que se puede, dejándose llevar por el estilo de vida de los mundanos.
La vida cristiana es, sobre todo, un seguimiento convencido de Jesús. Y Jesús es el hombre que lo comparte todo. La pobreza cristiana no es mero desprendimiento ascético, ni pura austeridad; el cristiano se libera de los bienes de este mundo ante todo para compartir. Por eso Jesús no le pide al joven que simplemente se desprenda y reparta sus bienes a la familia, sino que lo entregue a los pobres. Esto es lo que pone de relieve Lucas en la vida de la comunidad de Jerusalén: “Lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía... De hecho, entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hch 4,32-35).
Pedro, ante la propuesta del Señor, se asusta. Más adelante, con el impulso del Espíritu, lo hará sin traumas. Pero ello requiere previamente haber descubierto el tesoro del Reino y tener confianza en la acción del Señor.
Reparemos que el desprendimiento por motivos de caridad cristiana es fuente de alegría. Así lo testimonian el poverello de Asís, enamorado y desposado con su amada la pobreza, y los versos de santa Teresa: “Sólo Dios basta”. San Antonio M, Claret, que vivía una pobreza franciscana, confesaba: “No están los ricos tan contentos con su riqueza como lo estoy yo con mi amada pobreza”.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 10, 17-.27y 10, 28-31(10, 17-30/10, 24b-30/10, 28-30), para nuestros Mayores. Liberar al rico de la riqueza.
El diálogo entre Jesús y el hombre rico es un modelo de equilibrio dialéctico. Jesús, en esta lucha dialéctica, se refiere únicamente a los mandamientos. Según una correcta mentalidad hebrea era fácil recibir la herencia divina de la vida eterna: bastaba observar los mandamientos de Dios. El hombre rico sostiene, pues, simplemente que desde su juventud ha sido un israelita practicante. Jesús sabe que no era un hipócrita, sino un hombre religiosamente sincero; por ello se dirige a él con simpatía.
Sin embargo, su propuesta es más amplia: invita al rico a despojarse completamente de sus riquezas y a adherirse a su comunidad de discípulos. Esto no quiere decir que los discípulos estuvieran obligados a una pobreza total: en efecto, Pedro continuaba con su casa; María y María se encontraban en una posición más bien desahogada. Se trata, pues, de un caso particular: el hombre rico habría debido demostrar su seriedad en esta búsqueda de la vida eterna, y la única manera de demostrarla era vender los propios bienes y hacerse discípulo. La prueba no era inútil, ya que el rico, oprimido por el peso de aquella exigencia, se va con la cabeza baja; “pues tenía muchos bienes”, como subraya el evangelista.
Jesús mira a su alrededor y se dirige a los discípulos para afirmar que las riquezas son un grave obstáculo para entrar en el reino de Dios. Los discípulos se asombran, y esto demuestra que, con su enseñanza y su conducta, Jesús no quería que la suya fuera una comunidad de harapientos. Él comprende su estupor, pero subraya su afirmación haciendo uso de la riqueza metafórica oriental: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios».
El evangelista pone de relieve el estupor de los discípulos que se preguntaban entre sí: «Entonces ¿quién es el que podrá salvarse?» La respuesta se inserta fácilmente en la «teología de la gratuidad», característica del segundo evangelio y tan convergente con el pensamiento paulino: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios. Pues a Dios le es posible todo».
Está claro que la flecha de la teología enseñada por Jesús iba en el sentido de la pobreza de la comunidad eclesial. Pero Jesús quiere evitar el “automatismo farisaico”, o sea suponer que el cumplimiento de ciertas reglas determinadas de pobreza aseguran la vida eterna. Jesús no quiere que nada sea absolutizado fuera de Dios, ni siquiera una cosa tan sustancial como la pobreza de la institución eclesial. Por eso, adopta esa difícil actitud dialéctica: por una parte, reconoce que los que adoptan esa actitud de pobreza y de abandono de todo para dedicarse al Evangelio han hecho lo que debían hacer; pero, por otra, quiere evitar que se absolutice esta actitud, impidiendo el libre espacio de la acción de Dios, que incluso de los ricos puede hacer discípulos suyos. Eso sí, mediante un sorprendente milagro. Por eso, al final Dios introducirá la confusión: «Los primeros se convertirán en últimos, y los últimos en primeros».
Elevación Espiritual para este día.
Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura, y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.
Por razón de estos dos tiempos —uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas—, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos (Agustín de Hipona, Enarraciones sobre los salmos 148, 1ss; en CCL 40, 2.165ss.
Reflexión Espiritual para el día.
Partir no es devorar kilómetros, atravesar los mares, volar a velocidades supersónicas. Partir es ante todo abrirnos a los otros, descubrirlos, salir a su encuentro. Abrirnos a las ideas, incluidas las contrarias a las nuestras, significa tener el aliento de un buen caminante. Dichoso el que comprende y vive este pensamiento: «Si no estás de acuerdo conmigo, me enriqueces». Tener junto a nosotros a un hombre que siempre está de acuerdo de manera incondicional no es tener un compañero, sino una sombra. Es posible viajar solo. Pero un buen caminante sabe que el gran viaje es el de la vida, y éste exige compañeros. Bienaventurado quien se siente eternamente viajero y ve en cada prójimo un compañero deseado. Un buen caminante se preocupa de los compañeros desanimados y cansados. Intuye el momento en que empiezan a desesperar. Los recoge donde los encuentra. Los escucha. Y con inteligencia y delicadeza, pero sobre todo con amor, vuelve a darles ánimos y gusto por el camino.
Ir hacia adelante sólo por ir hacia adelante no es verdaderamente caminar. Caminar es ir hacia alguna parte, es prever la llegada, el desembarco. Ahora bien, hay caminos y caminos. Para las minorías abrahánicas, partir es ponerse en marcha y ayudar a los otros a emprender con nosotros la misma marcha a fin de construir un mundo más justo y más humanidad.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Alabanza por la acción de Dios 1P 1, 3-9.
Un himno de alabanza. Esta pequeña sección podría incluso ser calificada de manifestación profunda de fe cristiana. Una especie de credo abreviado del pueblo de Dios, Nuestra sección comienza con una alabanza dirigida a Dios. Al estilo judío. Estilo judío heredado por la Iglesia naciente. Tenemos un buen ejemplo de ello en Pablo (2Cor 1, 3; Ef. 1, 3). Esta costumbre tenía la ventaja de poner de relieve que la iniciativa en orden a la salud proviene de Dios. Para los cristianos era una forma eficaz de suscitar en ellos fuerza y optimismo, al saber que Dios les antecedía en el esfuerzo que la vida diaria les imponía para ser fieles a Dios. Su esfuerzo siempre será respuesta, reacción a la acción previa de Dios.
La alabanza es aquí fruto de la reacción ante el hecho fundamental cristiano: la resurrección de Cristo y lo que ello significa para el cristiano, un nuevo nacimiento (Rom 6, 1-14). Por la resurrección de Cristo hemos sido engendrados por Dios a una nueva vida. Por ella participamos verdadera y realmente de la nueva vida del Resucitado (Rom 6, 3ss). Se ha abierto un nuevo horizonte en la vida humana. La vida no se agota en la salud corporal ni en las relaciones sociales interpersonales. La resurrección de Jesús descubre el suelo firme en el que se asienta la verdadera vida y nos hace caminar por él, dándonos el derecho de ciudadanía en la nueva patria (Flp 3, 20).
La nueva vida, el nuevo nacimiento (Jn 1, 13; 3, 3-15; 1Jn 2, 29), es debida únicamente a la acción de Dios. Acción de Dios en Cristo para nosotros. Lo mismo que el niño no ha influido ni siquiera asistido a su generación ni nacimiento, así ocurre en este nuevo nacimiento. El autor de la carta piensa sin duda alguna en la realidad y significado del bautismo cristiano (Tit 3, 5). Una realidad nueva lograda por la resurrección de Cristo. La asociación del bautismo con la resurrección de Cristo es uno de los pensamientos más profundos de nuestra carta (ver 3,21 y Rom 6, 3-lI). Mediante el hecho de Cristo, el hombre ha sido elevado por encima de su propia pequeñez; elevación por encima de lo terreno.
Esta re-generación nos abre una nueva esperanza. La vida cristiana es una vida construida sobre la esperanza, que nos eleva por encima de las realidades visibles. La esperanza pone ante nosotros una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Al expresarse así Pedro parte de las categorías judías en las que la herencia juega un papel decisivo. La herencia que, en un principio, fue la posesión tranquila y pacífica de la tierra de Palestina. Herencia que, al evolucionar progresivamente su concepción religiosa —y gracias también a las privaciones e incluso al verse desterrados de ella en tiempos del destierro babilónico—, fue espiritualizándose hasta significar el último propósito de Dios para sus elegidos. Lo que hoy llamamos la Jerusalén celeste, la vida eterna, el cielo.
La herencia cristiana, en oposición a aquélla en la que pensó —al menos originariamente— Israel, no se halla expuesta a los peligros de los enemigos, es segura porque «se halla reservada para nosotros en el cielo». Los adjetivos con los que Pedro describe esta esperanza — que es tema fundamental de este escrito (1, 13. 21; 3, 5. 15.) — pretenden afirmar la seguridad de la misma.
El cristiano no tiene derecho alguno para dudar de la seguridad de esta herencia. Porque la concesión de la misma depende de Dios, que nos la tiene reservada para darnos su posesión definitiva el último día. Además la motivación en la misericordia y el amor de Dios. Ante las dificultades de la vida presente debe aumentar, desde la fe, la seguridad en la posesión de esta salud última y definitiva.
Consecuencia de lo que Dios ha hecho en Cristo para nosotros es el gozo, la alegría. Es como la segunda parte de esta pequeña sección. El momento de la alegría y el gozo pleno nos está reservado para el futuro. Pero la seguridad de lo venidero (Rom 8, 18) irrumpe en el presente dándole fuerza y eliminando una concepción pesimista de la vida. Una alegría victoriosa en medio de las dificultades de la vida presente, porque las dificultades y problemas proceden de los hombres, mientras que la seguridad y el consiguiente gozo nos vienen de Dios, ante quien los hombres no tienen acceso para despojarnos de ellos.
Las dificultades y aflicciones mencionadas por el autor de nuestra carta ¿proceden de la persecución establecida por las autoridades romanas? Probablemente sí. En todo caso se trata de infundir ánimo a aquellos cristianos. El argumento principal ha sido expuesto ya. Quedan otras motivaciones creadoras de ánimo y optimismo, que vamos a mencionar.
Las tribulaciones son medio de purificación. Como el oro es purificado por el fuego, a pesar de tratarse de un metal precioso y que todos tienen en gran estima. Es interesante que se compare la existencia cristiana con el oro, el metal «imperecedero»; pues bien, la existencia cristiana es muy superior al oro.
Otro motivo es que aman a Jesucristo, aun sin haberlo visto. Parece como una limitación que Pedro establece frente a aquéllos que le vieron y oyeron mientras vivió en Palestina, Pero esta separación se halla superada por l. fe y el amor. La unión personal con Cristo no se ve impedida por las fronteras del tiempo y el espacio. (A pesar de esto la frase nos habla de la importancia del Jesús: histórico; cuestión en el candelero en nuestros días).
El último motivo es la seguridad de alcanzar la salvación del alma. Al expresarse así nuestro autor no se refiere al alma en cuanto distinta del cuerpo y contrapuesta a él, sino al «yo» total (1, 22; 2, 11.25; 4, 19). Todo el hombre será salvado.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1P 1, 3-9. Alabanza por la acción de Dios.
Un himno de alabanza. Esta pequeña sección podría incluso ser calificada de manifestación profunda de fe cristiana. Una especie de credo abreviado del pueblo de Dios. Nuestra sección comienza con una alabanza dirigida a Dios. Al estilo judío. Estilo judío heredado por la Iglesia naciente. Tenemos un buen ejemplo de ello en Pablo (2Cor 1, 3; Ef. 1, 3). Esta costumbre tenía la ventaja de poner de relieve que la iniciativa en orden a la salud proviene de Dios. Para los cristianos era una forma eficaz de suscitar en ellos fuerza y optimismo, al saber que Dios les antecedía en el esfuerzo que la vida diaria les imponía para ser fieles a Dios. Su esfuerzo siempre será respuesta, reacción a la acción previa de Dios.
La alabanza es aquí fruto de la reacción ante el hecho fundamental cristiano: la resurrección de Cristo y lo que ello significa para el cristiano, un nuevo nacimiento (Rom 6, 1-14). Por la resurrección de Cristo hemos sido engendrados por Dios a una nueva vida. Por ella participamos verdadera y realmente de la nueva vida del Resucitado (Rom 6, 3ss). Se ha abierto un nuevo horizonte en la vida humana. La vida no se agota en la salud corporal ni en las relaciones sociales interpersonales. La resurrección de Jesús descubre el suelo firme en el que se asienta la verdadera vida y nos hace caminar por él, dándonos el derecho de ciudadanía en la nueva patria (Flp 3, 20).
La nueva vida, el nuevo nacimiento (Jn 1, 13; 3, 3-15; 1Jn 2, 29), es debida únicamente a la acción de Dios. Acción de Dios en Cristo para nosotros. Lo mismo que el niño no ha influido ni siquiera asistido a su generación ni nacimiento, así ocurre en este nuevo nacimiento. El autor de la carta piensa sin duda alguna en la realidad y significado del bautismo cristiano (Tit 3, 5). Una realidad nueva lograda por la resurrección de Cristo. La asociación del bautismo con la resurrección de Cristo es uno de los pensamientos más profundos de nuestra carta (ver 3, 21 y Rom 6,3-11). Mediante el hecho de Cristo, el hombre ha sido elevado por encima de su propia pequeñez; elevación por encima de lo terreno.
Esta re-generación nos abre una nueva esperanza. La vida cristiana es una vida construida sobre la esperanza, que nos eleva por encima de las realidades visibles. La esperanza pone ante nosotros una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible. Al expresarse así Pedro parte de las categorías judías en las que la herencia juega un papel decisivo. La herencia que, en un principio, fue la posesión tranquila y pacífica de la tierra de Palestina. Herencia que, al evolucionar progresivamente su concepción religiosa —y gracias también a las privaciones e incluso al verse desterrados de ella en tiempos del destierro babilónico—, fue espiritualizándose hasta significar el último propósito de Dios para sus elegidos. Lo que hoy llamamos la Jerusalén celeste, la vida eterna, el cielo.
La herencia cristiana, en oposición a aquélla en la que pensó —al menos originariamente— Israel, no se halla expuesta a los peligros de los enemigos, es segura porque «se halla reservada para nosotros en el cielo». Los adjetivos con los que Pedro describe esta esperanza — que es tema fundamental de este escrito (1, 13. 21; 3, 5. 15)— pretenden afirmar la seguridad de la misma.
El cristiano no tiene derecho alguno para dudar de la seguridad de esta herencia. Porque la concesión de la misma depende de Dios, que nos la tiene reservada para darnos su posesión definitiva el último día. Además la motivación en la misericordia y el amor de Dios. Ante las dificultades de la vida presente debe aumentar, desde la fe, la seguridad en la posesión de esta salud última y definitiva.
Consecuencia de lo que Dios ha hecho en Cristo para nosotros es el gozo, la alegría. Es como la segunda parte de esta pequeña sección. El momento de la alegría y el gozo pleno nos está reservado para el futuro. Pero la seguridad de lo venidero (Rom 8, 18) irrumpe en el presentándole fuerza y eliminando una concepción pesimismo de la vida. Una alegría victoriosa en medio de las dificultades de la vida presente, porque las dificultades y problemas proceden de los hombres, mientras que la seguridad y el consiguiente gozo nos vienen de Dios, ante los hombres no tienen acceso para despojarnos de ellos.
Las dificultades y aflicciones mencionadas por el autor de nuestra carta ¿proceden de la persecución establecida por las autoridades romanas? Probablemente sí. En todo caso se trata de infundir ánimo a aquellos cristianos. El argumento principal ha sido expuesto ya. Quedan otras motivaciones creadoras de ánimo y optimismo, que vamos a mencionar.
Las tribulaciones son medio de purificación. Como el oro es purificado por el friego, a pesar de tratarse de un metal precioso y que todos tienen en gran estima. Es interesante que se compare la existencia cristiana con el oro, el metal «imperecedero»; pues bien, la existencia cristiana es muy superior al oro.
Otro motivo es que aman a Jesucristo, aun sin haberlo visto. Parece como una limitación que Pedro establece frente a aquéllos que le vieron y oyeron mientras vivió en Palestina. Pero esta separación se halla superada por la fe y el amor. La unión personal con Cristo no se ve impedida por las fronteras del tiempo y el espacio. (A pesar de esto la frase nos habla de la importancia del Jesús histórico; cuestión en el candelero en nuestros días).
El último motivo es la seguridad de alcanzar la salvación del alma. Al expresarse así nuestro autor no se refiere al alma en cuanto distinta del cuerpo y contrapuesta a él, sino al «yo» total (1, 22; 2, 11.25; 4, 19). Todo el hombre será salvado.
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